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GALERÍA DE PERSONAJES DEL EVANGELIO Cómo leer el evangelio... y no perder la fe j ! n i M ■ ; t ' ¡ 'i ¡¡ ¡. r ! ! i| l EN TORNO AL NUEVO TESTAMENTO Serie dirigida por JESÚS PELÁEZ V o lú m enes P u b l ic a d o s : 1. Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I. 2. Juan Mateos - Femando Camacho: El horizonte humano. La pro puesta de Jesús. 3. Jesús Peláez: La otra lectura de los evangelios, II. Ciclo C. 4. Juan Mateos - Fernando Camacho: Evangelio, figuras y símbolos. 5. José Luis Sicre - José María Castillo - Juan Antonio Estrada: La Iglesia y los Profetas. 6. Alberto Maggi: Nuestra Sefiora de los Herejes. 7. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. “Seréis dichosos". Ciclo B. 8. Juan Mateos: La utopía de Jesús. 9. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser Libres. “No la ley, sino el hom bre”. Ciclo 13. 10. Jack Dean Kingsbury: Conflicto en Marcos. Jesús, autoridades, discí pulos. 11. Josep Rius-Camps: El Éxodo del Hombre Libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas. 12. Carlos Bravo: Galilea año 30. Para leer el Evangelio de Marcos. 13. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. “Para que seáis hijos”. Ciclo C. 14. Manuel Alcalá: El evangelio copto de Felipe. 15. Jack Dean Kingsbury: Conflicto en Lucas. Jesús, autoridades, discípu los. 16. Howard Clark Kee: ¿Qué podemos saber sobre Jesús? 17. Franz Alt: Jesús, el prim er hombre nuevo. 18. Antonio Pinero y Dimas Fernández-Galiano (eds.): Los Manuscritos del Mar Muerto. Balance de hallazgos y de cuarenta años de estu dios. 19. Eduardo Arens: Asia Menor en tiempos de L3ablo, Lucas y Juan. As pectos sociales y económicos para la comprensión del Nuevo Testa mento. 20. John Riches: El m undo de Jesús. El judaismo del siglo I, en crisis. 21. Allx.*rto Maggi: Cómo leer el Evangelio... y no perder la fe. 2 2 . Alberto Maggi: Galería de personajes del Evangelio. Cómo leer el evan gelio... y no perder la fe. II. ALBERTO MAGGI GALERÍA DE PERSONAJES DEL EVANGELIO Cómo leer el Evangelio... y no perder la fe II $ EDICIONES EL ALMENDRO CÓRDOBA Traducción castellana de Jesús Feláez de la obra de Alberto Maggi, Le cipolle di Marta. Profili euangelici, Cittadella Editrice, Asís 2000. Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación y Cultura. Editor: J esús P elAez Impresor: M a n u e l H ueso © Copyright by Alberto Maggi EDICIONES EL ALMENDRO El almendro, 6, bajo Aptdo. 5.066 14006 Córdoba Teléfonos: 957 274 692 / 082 Fax: 957 274 692 E-mail: ediciones®ela 1 m endro.org Página web: www.elalmendro.org www.biblioandalucia.com ISBN: 84-8005-056-X Depósito legal: MA-1.079-2003 Prlnted in Spain. Impreso en España Imagraf Impresores. C/Nabucco. Pol. Ind. Alameda. Málaga http://www.elalmendro.org http://www.biblioandalucia.com CONTENIDO P r e s e n t a c ió n , d e a d r ia n a z a r r i .......................................... In t r o d u c c i ó n : U n d o n s u f r i d o ........................................ T a n p i a d o s o s , t a n d e v o t o s , p r á c t ic a m e n t e in ú t il e s C u a n d o m a r ía n o s a b ía q u e e r a l a v i r g e n ................. U n e x t r a ñ o m a t r i m o n i o ........................................................ E l U l t im o p r o f e t a ..................................................................... S im ó n c a b e z a d u r a .................................................................... E l t e n t a d o r d e j e s ú s .............................................................. L o s d e b e t s a id a ......................................................................... L o s HIJOS DEL TRUENO .............................................................. E l b a n q u e t e d e l o s p e c a d o r e s .......................................... L o s DOS MAESTROS..................................................................... L a s c e b o l l a s d e m a r t a ........................................................... La p a r á b o l a d e l o s seis h e r m a n o s ................................... L a r e s u r r e c c ió n d e l o s v i v o s ............................................. A LA MESA CON EL MUERTO..................................................... U n CASO DESESPERADO ............................................................ E l CERDO Y LA ZORRA............................................................... E l a m i g o d e l Cé s a r .................................................................. E m in e n c ia g r is ............................................................................ E l g f m f l o d e j e s ú s ................................ A p é n d ic e : Ig le s ia d e o t r o s t ie m p o s G l o s a r io ................................................... B ib l io g r a f ía .............................................. L ista de personajes d el e v a n g e l io .. SIGLAS BÍBLICAS Abel Abdías Hch Hechos Ag Ageo Heb Flebreos Am Amos Is Isaías Ap Apocalipsis Jds Judas Bar Baruc jdt Judit Cant Cantar de los Cant. J1 Joel Col Colosenses Jn Juan 1 Cor Ia Corintios 1 Jn Ia Juan 2 Cor 2a Corintios 2 Jn 2a Juan 1 Cr 1° Crónicas 3 Jn 3a Juan 2 Cr 2o Crónicas Job Job Dn Daniel Hab Flabacuc Dt Deuteronomio Jos Josué Ecl Eclesiastés Jr Jeremías Eclo Eclesiástico Jue Jueces Ef Efesios Lam Lamentaciones Esd Esdras Le Lucas Est Ester Lv Levítico Éx Éxodo 1 Mac 1° Macabeos Ez Ezequiel 2 Mac 2o Macabeos Flm Filemón Mal Malaquías Flp Filipenses Me Marcos Gal Gálatas Miq Miqueas Gn Génesis Mt Mateo Hab Habacuc Nah Nahún 10 Galería de personajes clel Evangelio Neh Nehemías Sant Santiago Nm Números 1 Sm 1° Samuel Os Oseas 2 Sm 2o Samuel 1 Pe Ia Pedro Sof Sofonías 2 Pe 2a Pedro 1 Tes Ia Tesalonicenses Prov Proverbios 2 Tes 2a Tesalonicenses 1 Re 1° Reyes 1 Tim Ia Timoteo 2 Re 2o Reyes 2 Tim 2a Timoteo Rom Romanos Tit Tito Rut Rut Tob Tobías Sab Sabiduría Zac Zacarías Sal Salmos Abreviaturas de los tratados del Talmud M Misná Y Talmud de Jerusalén B Talmud de Babilonia B.B. Baba Batra (daños) B.M. Baba Mezia (daños) B.Q. Baba qamma (daños) Ber. Berakot (bendiciones) Kel. Kelim (cosas impuras) Mekh. Éx. Mekhilta sobre el Éxodo P. Ab.. Pirqe Aboth (sentencias de dotes) Pea. Pea (límites) Pes. Pesahim (pascua) Qid. Qiddushim (matrimonio) Sanh. Sanhedrin (tribunales) Shab. Shabbat (sábado) Siglas 11 Fuentes antiguas Anales Anales Antigüedades Antigüedades judías. Ap. Baruc Apocalipsis Siríaco de Bamc Doc. Dam Documento de Damasco Ev. Flp. Evangelio de Felipe Frg. copt. Fragmentos de textos coptos Guerra Guerra judía Hch. Tomás Hechos de Tomas Henoc Libro de Henoc Hist. Eccl. Historia eclesiástica Legat. De legatione ad Caium Lib. Int. Heb Líber interpretationis Hebraiconim Nominum Sal. Salom. Salmos de Salomón Ps. Clem. Homilías Pseudo Clementinas Test. Leví Testamento de Leví PRESENTACIÓN de A driana Zarri Alberto Maggi es el Director del Centro de Estudios Bí blicos «Giovanni Vanucci», gran estudioso y -místico», casi desconocido, por desgracia, a los que no frecuentan los es tudios teológicos. He escrito místico entre comillas para marcar las distancias del aura de excepcionalidad milagrera de la que la escuela mística española tiene no poca responsa bilidad. Con Vanucci y Maggi no nos encontramos en el ambiente carmelitano (y de sus múltiples méritos y algún que otro defecto), sino en el de los Siervos de María: una orden de robusta espiritualidad que ha sabido dar al culto mariano una contribución mesurada y no mimosa. Mi amistad con el Padre Maggi nació bajo el signo de nuestro común gran amigo Vanucci con quien tuve una bre ve relación, pero de especial intensidad. De ahí nació la idea de este modesto prefacio, inadecuado con relación a la doc trina del autor, pero alimentado de profunda y amigable es tima. De entrada he de decir que este libro no es el resultadode una simple recogida de artículos periodísticos de su au tor, aunque toma su punto de arranque de los artículos que Maggi publicó (y continua publicando) en la revista Rocca. A mí, personalmente, no me gustan las colecciones de artícu los materialmente sumados y yuxtapuestos, y no me habría 14 Galería de personajes del Evangelio prestado a avalar esta operación demasiado fácil, que pre tende hacer de un periodista, un ensayista y escritor, a no ser que este material no se hubiese previamente refundido y elevado a la dimensión superior de libro. Y éste es nuestro caso: Alberto Maggi, ensayista y estudioso, prestado al pe riodismo dentro del espíritu del Centro de Estudios que diri ge, dedicado a la divulgación, pero con la competencia cien tífica que la verdadera divulgación exige: una obra que es, al mismo tiempo, de ciencia y de humildad. No recogida de artículos, sino libro propiamente dicho, en el que el material de base utilizado ha sido profundamen te elaborado y enriquecido con una abundancia de notas que aportan contribuciones históricas tan interesantes como el texto mismo. El resultado es un libro subversivo, con el mismo sentido profundo del término en el que se puede decir que Cristo es revolucionario, muy distante, por cierto, del aura militar que evoca esta palabra; libro subversivo, eversivo y revoluciona rio en el sentido de que la salvación no proviene de la regu laridad canónica, a través de las vías sagradas de la institu ción religiosa, ni del templo, sino más bien de la calle, en la que publicanos, prostitutas y pecadores son invitados por Jesús, descuidado de la impureza legal contraída por fre cuentar esta gente considerada infecta, de la que un hebreo observante debía mantenerse a distancia. La descripción exacta y profunda del contexto religioso en el cual Cristo se encon tró a la hora de obrar y de... transgredir, hace explotar aque lla carga eversiva con una fuerza insospechada por parte de los bravos católicos acostumbrados a una visión edulcorada de un empalagoso Jesús (piénsese en los Sagrados Corazo nes: ojos celestes, cabelleras rubias...) que tiene bien pocos puntos de contacto con la realidad somática, sociológica y Presentación 15 teológica del verdadero Jesús, como aprendemos aquí, no sin cierta sorpresa, lo que indica cuánto ha sido ofuscada la realidad y, a veces, trastornada por incrustaciones superpues tas, fruto de retóricas seculares. Las páginas dedicadas al comentario del episodio de Marta y María me han llamado especialmente la atención; y con razón se toma en la edición italiana -n o así en la española- el título del libro de este capítulo porque «las cebollas de Marta- (título además muy bello, con cierto halo de misterio que no perjudica y que es una invitación implícita a la lectu ra) es uno de los textos más significativos del libro. Acantonada la lectura tradicional -que ve en Marta y Ma ría los símbolos de la acción y de la contemplación (lectura, por lo demás, rechazada por otros biblistas y autores de es piritualidad)-, ironizada la proclamación de Marta como pa- trona de las amas de casa, Maggi da una versión que podría mos llamar «feminista», aquí ciertamente entrecomillada (¡cuán tas comillas y cuántas tomas de distancia!) para no confun dirla con climas rabiosamente reivindicativos. Mucho más profunda que este estrecho feminismo, mucho más creíble que la falsa dialéctica a la que se ha apuntado antes, Maggi nos da una versión original en la que la lectura feminista se entrelaza con una lectura sociopolítica. Las cebollas son las de Egipto, añoradas por los hebreos en el desierto. Egipto es el país del exilio y de la esclavitud que, sin embargo, no se perciben ya como tales, porque el poder ha conseguido convencer de que ninguna patria es mejor que el exilio; más aún el exilio mismo se ha converti do ahora en patria: «un país en el que mana leche y miel» (Nm 16,2-13): expresión que ha connotado siempre la tierra prometida. «La capacidad de persuasión del poder -observa Maggi- había sido tan fuerte hasta el punto de hacer creer a 16 Galería de personajes del Evangelio los hebreos que la tierra donde éstos habían estado era, en realidad, el país de la libertad, y que ajos y cebollas tenían el mismo sabor que la leche y la miel-. Pasando a las dos hermanas de Betania, Maggi comenta: -María no contempla a Jesús, sino que lo acoge y escucha, deseosa de aprender su mensaje e indiferente a la prohibi ción del Talmud que prescribe que «una mujer no tiene que aprender otra cosa que a utilizar el huso» (Yoma 66b). El modo de actuar de María, en una cultura fuertemente mascu lina como era aquella oriental, no podía ser tolerado. Corres ponde solamente al hombre rendir los honores de casa. La mujer está escondida e invisible. Su lugar está en la cocina entre los hornillos, como hace Marta (...) Marta se cree la reina de la casa, mientras, en realidad, es esclava de su con dición. Y aquel creerse reina es la gran victoria del poder: dominar a las personas haciéndoles creer que son libres, haciendo pasar fraudulentamente ajos y cebollas por leche y miel. Marta no tolera la actitud de María que, como un hom bre, se entretiene y escucha a Jesús (...) ¿Qué necesidad tie ne de aprender? ¿No enseña el Talmud que es mejor que «las palabras de la Ley sean destruidas por el fuego antes que ser enseñadas a las mujeres?» (Sota B. 19a). El estado de ánimo de María es como «el de los esclavos satisfechos de serlo. Éstos no solo no aspiran a ser libres, sino que espían cual quier intento de libertad de los otros para devolverlos a la esclavitud». Así ella intenta atrapar de nuevo a la hermana para la cocina, y añorar las cebollas de la esclavitud trastocadas por alimento de libertad. Para hacer esto pide el auxilio de Cristo que, sin embargo, no piensa de la misma manera y «en lugar de reprochar a María y empujarla al papel al que tradición y decencia han confinado a las mujeres, amonesta a la patrona de la casa: -Marta, Marta, andas preocupada e Presentación 17 inquieta con tantas cosas: sólo una es necesaria» (Le 10,41- 42). Ésta es la libertad verdadera y no aquélla que el poder ha impuesto como tal. Jesús está de parte de la mujer, de su emancipación, de su derecho a conocer, en igualdad con el hombre, de su libertad. Se alinea contra el poder machista, aunque esté avalado por una vetusta tradición: aquélla que hace prisionera a Marta, pero no a María, signo de los tiem pos nuevos. Su predilección por María no es tanto la elec ción de la contemplación, sino la elección de la libertad, la elección del futuro. Nos vienen a la mente otras palabras: «Deja que los muertos entierren a sus muertos» y que tantas Martas como hay añoren las cebollas de Egipto, el alimento de la esclavitud. Dejando a Marta con sus cebollas, a María con sus sub versiones y a todos los personajes presentes en los evange lios, con sus historias, temores y esperanzas, sutilmente in terpretados por el autor, citemos solamente el inesperado final del libro que termina con un apéndice aparentemente extraño a todo lo que le precede. Dando un salto de siglos nos encontramos en el año 1.200 junto a Antonio de Padua. ¿Qué tiene que ver Antonio con los personajes del evange lio? Antonio, objeto de un culto con frecuencia supersticioso y fanático, se revela aquí como robusto fustigador de los malos hábitos clericales: tal vez una decepción para sus devotos a la caza de milagros, pero una agradable sorpresa para nosotros que conectamos su predicación con la de Cris to y con el sentido no tan recóndito del libro, cuyo significa do no es la exaltación del temor reverencial, tan inculcado por el poder eclesiástico, sino de la franqueza y la libertad. Con frecuencia he pensado que sería útil y hermosa una antología de la contestación de los santos. De esta deseada antología, Alberto Maggi nos ofrece aquí un capitulo, toma 18 Galería de personajes del Evangeliodo -¿quién lo diría?- de las homilías de un santo que, tal vez, el mismo poder (si no nuestra propensión por las cebo llas de Egipto) nos presenta, como edulcorado, con el acos tumbrado lirio entre las manos y el Niñito en el brazo. INTRODUCCIÓN UN DON SUFRIDO LOS DISCÍPULOS «La fe es un don de Dios- es la fórmula preferida por las personas que no tienen fe, y si es un don de Dios, depende del Señor la cantidad y la calidad de la fe de los hombres. Si uno no tiene fe, no es el responsable de ello, sino Dios mismo que no le ha dado ese don... Un don normalmente más sufrido que envidiado por quien lo tiene, pues muchos mantienen que tener fe significa de ber aceptar resignados los caprichos de la voluntad divina o de quienes se propugnan sus portavoces. Por esto se oye frecuentemente la expresión: «Dichoso tú que tienes (tanta) fe», con lo que se quiere decir en realidad: «yo estoy mucho mejor sin ella». Las incertidumbres y dudas de la fe son el objeto de este libro, en el que se presenta a los personajes evangélicos desde Isabel y Zacarías a María de Magdala y Tomás, reuni dos bajo la óptica común de su dificultad para creer en el Dios de Jesús. HOMBRES DE POCA FE A lo largo del evangelio resuena con frecuencia el repro che de Jesús a sus discípulos de ser hombres de poca fe, llamada de atención que va dirigida en particular a Pedro, el hombre de poca fe por excelencia (Mt 14,31). 20 Galería de personajes del Evangelio Si para los discípulos hay solamente reproches en el evan gelio, los elogios a la fe de los paganos y de los marginados abundan en él. Paradójicamente, las personas tenidas por más alejadas de Dios y de la religión son aquellas que consiguen demos trar una verdadera fe. Aquellos que viven codo con codo con el Señor carecen de ella. Jesús dice del centurión pagano que «en ningún israelita ha encontrado tanta fe» (Mt 8,10), pero se maravilla por la total ausencia de fe de los fieles de la sinagoga de Nazaret donde «no hizo muchas obras potentes por su falta de fe» (Mt 13,58). Sus mismos discípulos parecen no haber hecho gran des progresos si, después de su resurrección, Jesús se ve obligado a «echarles en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado» (Me 16,14). Por parte de los discípulos se da una visión de la fe que Jesús intenta corregir. Suponiendo que tener fe depende de la acción del Señor, éstos le piden que se la aumente: «Au méntanos la fe» es su súplica. Pero Jesús no está de acuerdo con esta idea. La fe no depende solam ente de Dios, sino tam bién del hom bre. La fe no es un don de Dios, sino la respuesta de los hombres a su amor incondicional. Por esto, en el evangelio de Lucas, la cruda respuesta de Jesús a la petición de los discípulos de aumentar su fe es la constatación de que éstos no tienen en modo alguno fe: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a esa morera: ‘quítate de ahí y tírate al mar’ y os obedecería» (Le 17,6). Jesús objeta a los discípulos que no se trata de aumentar la fe: el problema es tenerla o no. Y ellos no la tienen ni siquiera del tamaño de «un grano de mostaza», semilla Introducción 21 proverbialmente conocida como «la más pequeña de todas las que hay en la tierra- (Me 4,31). Como prueba de que la fe es la respuesta del hombre al amor de Dios, el evangelista coloca, después de la petición de los discípulos, el episodio de los diez leprosos. Jesús libera de la impureza a los diez leprosos, pero sólo «uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alaban do a Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias- (Le 17,15-16). Los diez reciben el amor que los purifica («¿No han que dado limpios los diez?», Le 17,17). Uno solo responde, y únicamente en este caso se habla de fe: «Levántate, vete, tu fe te ha salvado- (Le 17,18). La fe del leproso se manifiesta en la alabanza a Dios y en el agradecimiento a Jesús. Una vez más quien demuestra fe es el individuo conside rado más alejado del Señor: este leproso de hecho «era un samaritano» (Le 17,16), esto es, uno que pertenecía a aquel pueblo idólatra catalogado entre los «enemigos de Dios» (Sifré Dt 41, § 331, 140a). Pero Jesús acepta y elogia el agradeci miento del Samaritano, el hombre del que, según el Talmud «no estaba permitido recibir don alguno» (Sheq. M. 1,5). LA RED DE MAMMÓN «Hombre de poca fe» es una expresión judía, con la que se reprocha a quien está tan ansioso del futuro que no es capaz de disfrutar del momento presente: «Quien tiene un pedazo de pan en el cesto y se pregunta: ‘¿Qué comeré ma ñana’ es un hombre de poca fe» (Sota 48b). También en los evangelios la «poca fe» es fruto de una preocupación por el futuro que impide apreciar el presente. 22 Galería de personajes del Evangelio Y la expresión «hombres de poca fe» está siempre relaciona da con el ansia constante de los discípulos, que se pregun tan: «¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber? o ¿con qué nos vamos a vestir?» (Mt 6,31). Estos discípulos son aquéllos que Jesús llamó e invitó a seguirlo para que fuesen pescadores de hombres («Inmedia tamente dejaron las redes y lo siguieron», Mt 4,20). Pero, abandonadas las redes para la pesca que les aseguraba el sustento cotidiano, se han enredado en la red de «Mammón» (Mt 6,24), la inquietud por el futuro que les hace ver en la acumulación de bienes la solución de todos los problemas. El ansia por el mañana hace a los discípulos incapaces de realizar la única cosa para la cual Jesús los había llamado, para ser «pescadores de hombres» (Mt 4,19). Jesús los ha invitado a liberar a las personas («expulsar los espíritus inmundos», Mt 10,1), pero la única vez que ellos encuentran la ocasión de hacerlo resultan impotentes: «¿Por qué razón no pudimos echarlo nosotros? Y él les con testó: ‘Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mos taza le diríais a ese monte que se moviera más allá y se movería. Nada os sería imposible’» (Mt 17,19-20). En lugar de trabajar por extender el reinado de Dios, actividad que habría garantizado la abundancia de todas las cosas, los discípulos buscan las cosas y se olvidan del reino: «El agobio de esta vida y la seducción de la riqueza ahogan la Palabra y ésta se queda estéril» (Mt 13,22). Y Jesús, pa cientemente, intenta infundir en ellos la confianza plena en un Padre que, si alimenta incluso a los animales considera dos insignificantes como «los pájaros del cielo», o impuros como los «cuervos» (Lv 11,14; Le 12,24), «que ni siembran, ni siegan ni almacenan en graneros» (Mt 6,26), ¡cuánto más se ocupará de aquellos que siembran, siegan y recogen! Introducción 23 Para hacer com prender mejor a los discípulos la pre ocupación del Padre por ellos, Jesús les propone una doble comparación: de un lado Salomón, el rey megalómano que pasó a la historia por el lujo desenfrenado de su corte y por su palacio revestido de oro, hasta el punto de que en su tiempo «consiguió que en Jerusalén la plata fuera tan co rriente como las piedras y los cedros como los sicómoros de la Sefela»; por otro, los lirios del campo, las flores más comunes, cuya floración duraba apenas un día. Y, sin em bargo, afirma Jesús que «ni Salomón, en todo su fasto, esta ba vestido como cualquiera de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, la viste Dios así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?» (Mt 6,28-30). Por estos motivos Jesús invita a los discípulos a «no andar preocupados por el mañana, porque el mañana se preocu pará de sí mismo» (Mt 6,34). Jesús les asegura que, como han experimentado en el pasado el amor de Dios, la solicitud del Padre está garantiza da también para el futuro, en cualquier circunstancia. Pero sus palabras caen en vacío. Los discípulos siguen sin comprender y, en la primera situación de dificultad, vuelve a aparecer su poca fe. Durante la violenta tempestad en el lago,mientras la bar ca en la que Jesús estaba con los discípulos «desaparecía entre las olas» (Mt 8,24), éstos, llenos de pánico, despiertan a Jesús (que, sin embargo, duerme) y gritan: «¡Sálvanos, Señor, que perecemos! Y él les dijo: ¿Por qué sois cobardes? ¡qué poca fe!» (Mt 8,25-26). El evangelista no solo subraya que su grito de auxilio no es expresión de fe, sino que, sin más, la fe está ausente de ellos casi del todo. 24 Galería de personajes del Evangelio Los discípulos creen tener que despertar a Jesús, pero en realidad la que debía despertarse era su fe en él. Sus falta de fe se debe al poco conocimiento que tienen de Jesús. De hecho, «llenos de estupor» se preguntan luego: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Mt 8,27). Incluso siendo discípulos y compartiendo la vida con Je sús, no han comprendido todavía que aquél a quien siguen es el «Dios con nosotros» (Mt 1,23). A pesar del severo reproche de Jesús, Pedro hace la mis ma petición de auxilio por segunda vez cuando intenta ca minar sobre el agua: «Al sentir la fuerza del viento, les entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -¡Sálvame, Señor!. Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo: - ¿Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» (Mt 14,30-31). Ambas veces la falta de fe se debe al miedo por un suceso que los discípulos viven como especialmente peli groso. Jesús ha hecho partícipe a sus discípulos de los dos re partos de panes y peces, en los que no sólo «todos comieron hasta quedar saciados « (Mt 14,20; 15,37), sino que quedaron doce cestas llenas de sobras (Mt 16,7). Y Jesús, una vez más, tiene que reprenderlos por su tor peza de entendimiento: «¿Por qué os decís entre vosotros, gente de poca fe, que no tenéis pan? ¿No acabáis de enten der?, ¿no recordáis los cinco panes de los cinco mil y cuántos cestos recogisteis?, ¿ni los siete panes de los cuatro mil y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no hablaba de panes?» (Mt 16,8-11). La fe que Jesús intenta suscitar en los suyos es la que nace de la experiencia de un Dios siempre a favor de los hombres, de un Padre que sabe qué es lo que éstos necesi tan, antes aún de que se lo hayan requerido (Mt 6, 8). Introducción 25 La fe en este Padre no elimina las inevitables dificultades que la vida presenta, sino que da a los hombres una capaci dad y una fuerza distinta para afrontarlas y vivirlas: éstos saben que «con los que aman a Dios... él coopera en todo para su bien» (Rom 8,28). Cuando «Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? ... ¿Quién podrá privarnos de ese amor del Mesías?... ¿Acaso la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? ... Nada podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,31 35-39). TAN PIADOSOS, TAN DEVOTOS. PRACTICAMENTE INÚTILES (Le 1,5-25) ZACARÍAS E ISABEL La denuncia que Jesús hace del templo de Jerusalén como «cueva de ladrones- (Le 19,46) encuentra estrechos parale los en los escritos de la época. Flavio Josefo, historiador contemporáneo de los evange listas, describiendo las grandes tensiones dentro del clero, afirma que existía «una mutua enemistad y lucha de clases entre los sumos sacerdotes de una parte y los sacerdotes de Jerusalén, de la otra. Cuando se enfrentaban entre ellos, usa ban un lenguaje injurioso y se golpeaban unos a otros con piedras CAntigüedades, 20, 180). Estas disputas se debían a la glotonería de los sumos sacerdotes, que llegaban incluso a robar las pieles de los animales inmolados en el Templo que debían ser repartidas cada tarde entre los sacerdotes (Pes. B. 57a). Su avidez era tal que «no dudaban en mandar a sus siervos a las eras, una vez trillado el grano, y en retirar el diezmo debido a los sacerdotes, con el resultado de que los más nece sitados entre éstos morían de hambre» (Antigüedades 20,181). Los hambrientos sacerdotes se resarcían durante su turno de servicio en el Templo y se hinchaban devorando la carne de los animales sacrificados. 28 Galería de personajes del Evangelio La enorme ingestión de carne, unida a la prohibición de beber vino durante el periodo de servicio, daba lugar a frecuentes indigestiones hasta el punto de que, en el tem plo, un médico se encargaba de curar sus dolores de vien tre. Nada extraño que en este ambiente fuese difícil encon trar manifestación de fe, como describe Lucas al comienzo de su evangelio. SANTOS Y MALDITOS Los primeros personajes que abren el evangelio de Lucas son dos pertenecientes a lo más selecto de las familias sacerdotales de Israel: un sacerdote y su mujer, también ella de estirpe sacerdotal por ser descendiente de Aarón, herma no de Moisés y primo del sumo sacerdote de Israel. Lucas los presenta de forma solemne: «Hubo en tiempos de Herodes, rey del país judío, cierto sacerdote de nombre Zacarías, de la sección de Abías; tenía por mujer a una des cendiente de Aarón, que se llamaba Isabel» (Le 1,5). Los nombres que el evangelista escoge para sus persona jes están cargados de significado y de historia: Zacarías (del hebreo Zekaryáhíi) significa «Yahvé se acuerda«, y en la Bi blia es nombre de reyes, sacerdotes, profetas y mártires; mien tras que Isabel (del hebreo Elishába0, «Dios es plenitud» es el nombre de la única Isabel del Antiguo Testamento, la mujer de Aarón. Zacarías es sacerdote. Con una población de cerca de seiscientos mil habitantes, los sacerdotes en Palestina eran aproximadamente dieciocho mil: un sacerdote por cada treinta personas. Tan piadosos, tan devotos. 29 Este elevado número se debe al hecho de que no se llegaba a sacerdote por vocación, sino por nacimiento: el sacerdocio era hereditario y se transmitía de padres a hijos. La pertenencia de Zacarías al clero no le daba demasiado quehacer. Como todos los sacerdotes residía en su aldea, donde desempeñaba un trabajo, ejerciendo en el templo de Jerusalén dos semanas al año y durante las tres fiestas anua les de peregrinación (Pascua, Pentecostés y Tabernáculos). Para permitir a todos los sacerdotes oficiar en el Santua rio, éstos se sulxlividían en veinticuatro categorías. Zacarías pertenecía a la comprendida entre las diez más importantes. El evangelista subraya el comportamiento religioso de Zacarías e Isabel, cuando dice que -ambos eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Le 1,6). Zacarías e Isabel son modelos de santidad: no sólo perte necen a la aristocracia sacerdotal, sino que en la práctica coti diana de la religión son insuperables, pues no se limitan a cumplir todo lo que la Ley manda a los hebreos, sino que observan incluso los seiscientos trece preceptos que los rabi nos habían encontrado en la legislación de Moisés. Por esto se definen como «justos», esto es, fieles a la voluntad de Dios. Imposible no admirar a una familia de esta clase, que, sin lugar a dudas, será bendecida por Dios. ¿Bendecida? No. Maldita. Después de haber presentado lo mejor de la religiosidad judía, mientras el lector comienza a admirar a esta pareja, Lucas afirma que no sólo no es bendecida, sino que, según la mentalidad de la época, es castigada: de hecho «No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y eran ya los dos de edad avanzada» (Le 1,7). 30 Galería de personajes del Evangelio La religión enseñaba que Dios premiaba a los justos, con cediéndoles una larga vida, mujer fértil y abundancia de hi jos. Al contrario, los malvados eran castigados con una vida breve, miseria y mujer estéril. La esterilidad no era considerada, por cierto, un hecho fisiológico, sino religioso que caía de lleno entre las maldi ciones de Dios: -La estirpe de los impíos es estéril» (Job 15,34). El evangelista denuncia que Isabel y Zacarías, no obstan te su fidelidad a las prescripciones más pequeñas, son inca paces de practicar el primer gran mandato que Dios había dado a los hombres:-Creced y multiplicaos» (Gn 2,28). SACERDOTE Y SORDOMUDO A esta pareja, tan piadosa como estéril, se le presenta la ocasión de cambiar su propia situación. De hecho, escribe el evangelista, -mientras Zacarías prestaba su servicio sacerdo tal ante Dios en el turno de su sección, le tocó entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso, según la costumbre del sacerdocio» (Le 1,8-9). A Zacarías se le brinda una ocasión única: el que ha sido elegido una vez no puede entrar nunca más en sorteo hasta que todos los sacerdotes de las veinticuatro categorías no hayan sido también sacados a sorteo; nunca ningún sacerdo te había ofrecido el incienso dos veces en su vida. Siendo esta misión muy ambicionada, los sacerdotes ha cían lo imposible por podérsela adjudicar recurriendo a toda clase de embustes, y se habían dado casos en los que un concurrente había eliminado a otro -clavándole un cuchillo en el corazón- (Tos. Yoma, 1,12). Tan piadosos, tan devotos. 31 El incienso se quemaba en el interior del «Santo- (la parte del templo reservada a los sacerdotes) al despuntar del día y al principio de la tarde. «El sacerdote derramaba el incienso aromático sobre los carbones del altar y la casa entera se llenaba del humo» (Yoma M., 5,1), después se detenía breve mente en oración. En este momento solemne e irrepetible de su vida, en un contexto donde todo es sagrado, «se le apareció a Zacarías el ángel del Señor» (Le 1,11), que le anuncia que su oración ha sido escuchada. La escucha favorable no mira tanto al nacimiento de un hijo, que Zacarías e Isabel no esperan ya poder tener, sino a la liberación del pueblo, «la salvación de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian» (Le 1,71). Y este es el motivo por el que «muchos se alegrarían de su nacimiento» (Le 1,14). Al hijo, cuya misión será la de «preparar al Señor un pue blo bien dispuesto» (Le 1,17), Zacarías deberá ponerle el nom bre de Juan que, en hebreo, significa «Yahvé ha otorgado gracia». Zacarías se desconcierta. Había entrado en el Santuario para llevar a cabo un rito bien concreto, del que todo tipo de novedad estaba ausente y las sorpresas quedaban excluidas. En los textos litúrgicos, que seguía escrupulosamente, no estaba prevista aquella incursión de Dios. Las palabras del ángel contienen novedades que Zacarías no comprende. Una tradición secular enseñaba que al primogénito va rón se le imponía el nombre del abuelo o del padre, quien, con su nombre, le transmitía también la tradición y la reli giosidad de la familia. 32 Galería de personajes del Evangelio ¿Por qué poner al hijo que va a nacer un nombre que ninguno de sus parientes lleva? Pero el ángel prosigue con las novedades, anunciando a Zacarías que la misión de Juan será la de «reconciliar a los padres con los hijos» (Le 1,17). ¿Y qué decir de los hijos hacia los padres? El ángel ha citado el fin del libro de Malaquías, en el cual se describe la acción del profeta Elias, enviado por Dios «para reconciliar el corazón de los padres con los hijos», pero ha omitido el anuncio de la conversión del «corazón de los hijos hacia los padres» (Mal 3,24). El sacerdote Zacarías se esfuerza por comprender que ha comenzado una época nueva, en la que los hijos no serán ya obligados a aceptar las tradiciones de los padres, sino que serán los padres quienes deberán cambiar su mentalidad para acoger la novedad traída por los hijos, como el vino nuevo que no puede contenerse en los viejos odres, sino que tiene necesidad de odres nuevos. Es demasiado para el pobre Zacarías que protesta y res ponde al ángel que no, que eso no va con él: «Yo soy viejo ya y mi mujer de edad avanzada» (Le 1,18). A las objeciones de Zacarías, el ángel responde: «Yo soy Gabriel» (Le 1,19). Zacarías no se ha dado cuenta de con quien está hablan do: «Yo soy» es el nombre que Dios ha revelado a Moisés en el episodio de la zarza ardiente (Éx 3,14), y «Gabriel» en hebreo significa: «Fuerza de Dios». Pero el sacerdote, perfecto observante de todas las leyes y prescripciones del Señor, preparado para hablar a Dios en el rito, una vez que Dios le ha hablado en la vida, no lo cree. Tanta observancia y tanto culto no han sido capaces de darle la fe. Tan piadosos, tan devotos. 33 Y, por esto, se queda mudo. Está mudo, porque es sordo. Un sacerdote, que no cree la «buena noticia» traída de parte de Dios, no tiene nada que transmitir al pueblo. Pero, no obstante la imposibilidad de hablar, Zacarías permanece en el Santuario todo el periodo que se le asignó para el servicio litúrgico: a la institución religiosa, un sacerdote mudo no le crea ningún problema. Si el Templo es el lugar de la incredulidad del sacerdote, la casa de Zacarías será el lugar de la fe del profeta. La ocasión se le presenta con el nacimiento del hijo, que los padres «se empeñaban en llamarlo Zacarías, por el nom bre de su padre» (Le 1,59). Pero esto es impedido por la inesperada intervención de Isabel que, «llena de Espíritu Santo» (Le 1,41), impone que se llame Juan (Le 1,60). De nada valen las protestas escandalizadas de los parien tes, pues el nombre es ratificado por el padre Zacarías, ahora descrito como un sordomudo al que de ben preguntarle «por señas cómo quería que se llamase» (Le 1,62), escribe su respuesta en una tablilla: «Su nombre es Juan» (Le 1,63). El desconcierto es general: «todos quedaron sorprendi dos» (Le 1,63). No se había visto hasta ahora una mujer imponer el nom bre al hijo (esto era derecho de los padres) y, mucho menos, un sacerdote, hombre del culto y del pasado, romper con la tradición. Zacarías, abandonado finalm ente el pasado, recupe ra la palabra y profetiza «lleno de Espíritu Santo» (Le 1,67). El sacerdote ha dejado el puesto al profeta. 34 Galería de personajes del Evangelio El hijo que ha nacido no será obligado a entrar en las categorías religiosas paternas, porque ha sido el padre quien ha cambiado y ha acogido la novedad del hijo. Con tal padre y tal madre, los vecinos -llenos de temor», se preguntan alarmados: -¿Qué irá a ser este niño, y por toda la región corrió la noticia de estos hechos» (Le 1,65-66). CUANDO MAIUA NO SABIA QUE ERA LA VIRGEN (Le 2,8-35) M ARÍA Ya en el siglo IV, algunos Padres de la Iglesia amonesta ban a los cristianos para que no se divinizase la figura de María porque ella «era el templo de Dios, y no el Dios del templo» (San Ambrosio, El Espíritu Santo, III, 78-80). No obstante estas advertencias, los predicadores no tu vieron freno en el pasado a la hora de alabar y exaltar a la virgen. Abusando de la expresión atribuida a Bernardo de Claraval: «De María no se habla nunca demasiado», a los pre dicadores les faltó el pudor de callar. La muchacha de Nazaret, que había proclamado que el Señor «derriba del trono a los poderosos» (Le 1,52), ha llega do a ser repetidamente entronizada y coronada como reina, con coronas de retórica que le han deformado la figura. «La sierva del Señor» (Le 1,38) ha sido llamada «Reina del cielo», atribuyendo a la virgen por excelencia el título que en la Biblia se le dio a la licensiosa Astarté (Ishtar), diosa del amor y de la fertilidad (Jr 7,18). Los innumerables títulos y privilegios, añadidos uno a otro durante siglos, han terminado por sepultar a la madre de Jesús bajo un cúmulo de detritos piadosos que ha impedido ver lo que María era, cuando todavía no sabía que era la Virgen. 36 Galería de personajes del Evangelio EL MESÍAS CASTIGA-LOCOS Los escasos apuntes sobre María contenidos en los evan gelios ofrecen el retrato de una mujer bien distinta de la mujer omnisciente que sabe ya lo que debe decir y hacer, pues todo está escrito en el guión preparado para ella por el Padre eterno. En realidad en los evangelios se dice muchas veces que María no comprendía lo que le estaba sucediendo, desorien tada por la sacudida que había provocado su hijo Jesús en su vida y en su fe. María había acogido el mensajede Dios anunciado por el ángel en Nazaret y se había fiado de él («Cúmplase en mí lo que has dicho», Le 1,38). Pero no imaginaba cuánto le iba a costar y qué llevaría consigo creer en aquella palabra. La primera sorpresa se la dan los pastores de Belén cuan do nace Jesús. Estos pastores eran considerados los rechazados de la sociedad y tratados como pecadores por excelencia, porque, a fuerza de estar con las bestias, también ellos se habían bestializado. Excluidos del reino de Dios, se creía y se espe raba, que serían eliminados con la llegada del Mesías, veni do para destruir a los pecadores. Esta gentuza refiere a María y a José «las palabras que le habían dicho acerca de aquel niño», (Le 2,17) cuando «un ángel del Señor» (Le 2,9) les anun ció, los primeros, el nacimiento de Jesús. En lugar de decir que había llegado el Mesías justiciero, con la hoz en mano para abatir y quemar los árboles que no dan fruto, el ángel animó a los pastores («no temáis»), anun ciándoles: «Os ha nacido un salvador» (Le 2,10-11). Precisamente para ellos, los pecadores que esperaban el castigo de Dios, se reserva una «gran alegría» (Le 2,10), por que el Señor ha venido a salvarlos. Cuando María no sabía. 37 La reacción a estas palabras es de gran desconcierto: «To dos los que lo oyeron quedaron sorprendidos de lo que de cían los pastores» (Le 2,18). Hay algo que no cuadra. Desde siempre la religión había enseñado que Dios pre miaba a los buenos y castigaba a los malos, sobre los que «haría llover ascuas y azufre, y les tocaría en suerte viento huracanado» (Sal 11,6). ¿Qué es esta novedad de que el hijo de Dios sea anuncia do como «el salvador» precisamente de estos pecadores? A María, el ángel le había asegurado que Dios daría a Jesús «el trono de David su padre» (Le 1,32), lo que significa ba que no solo reinaría, sino que se comportaría como Da vid, el rey enviado por Dios para «dar sentencia contra los pueblos, amontonar cadáveres y quebrantar cráneos sobre la ancha tierra» (Sal 110,6). ¿Cómo, pues, los pastores aseguran, sin embargo, que «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Le 2,9)? Todos, incluida María, se sorprendieron de esta nove dad, que ella, sin embargo, no rechaza: «María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su in terior» (Le 2,19). Pero las sorpresas no han acabado. COLISIÓN EN EL TEMPLO A pesar de que el ángel había dicho a María que Jesús «será llamado hijo de Dios» (Le 1,35), ella y José piensan que tienen que hacerlo hijo de Abrahán. Por esto lo circuncidan y lo llevan a Jerusalén «tal como está prescrito en la Ley del Señor» (Le 2,23). 38 Galería de personajes del Evangelio Y es precisamente en el templo donde tiene lugar un suceso, el primero entre los muchos conflictos entre la Ley y el Espíritu que marcarán la vida de Jesús. María y José van al Templo para cumplir un rito que el Espíritu intenta impedir por ser inútil: consagrar al Señor a quien era ya el consagrado desde el momento de su concepción. Así, «en el momento en que entraban los padres con el niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley» (Le 2,27), Simeón, impulsado por el Espíritu, va también al Templo. Era inevitable que entre el profeta «impulsado por el Es píritu» (Le 2,27) y los padres observantes que van a cumplir «todo lo que prescribía la Ley del Señor» (Le 2,39) se produ jese una colisión: Simeón quita el niño de los brazos de sus padres y pronuncia sobre él palabras que dejan pasmados al padre y a la madre de Jesús que «estaban sorprendidos por lo que se decía del niño» (Le 2,33). El motivo del estupor es que Simeón afirma que Jesús no ha venido sólo para Israel, sino que será «luz para todas las naciones» (Le 2,23). La luz, símbolo de vida, no se limita a iluminar un solo pueblo, sino que se extiende a toda la humanidad, paganos incluidos. Isaías había escrito en otro sentido. Había dicho que la luz del Señor brillaría solamente so bre Jerusalén y que los paganos serían sometidos sin ningu na alternativa, porque «el pueblo y el rey que no se te some tan, perecerán; las naciones serán arrasadas» (Is 60,12). Ahora, sin embargo, Simeón afirma que no serán los pa ganos los que serán arruinados, sino los hebreos, porque Jesús «está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten» (Le 2,34). Cuando María no sabía. 39 María no comprende estas palabras pero no hay tiempo ni siquiera para comprenderlas, pues Simeón le dice: «Y a ti, tus anhelos, te los truncará una espada» (Le 2,35). La espada se usa con frecuencia en el Nuevo Testamento como imagen de la incisividad de la palabra del Señor («To mad por casco la salvación y por espada la del Espíritu», Ef 6,17; Ap 1,16), que se describe como «viva y enérgica, más tajante que una espada de dos filos, penetra hasta la unión de alma y espíritu, de órganos y médula, juzga sentimientos y pensamientos», Heb 4,12). Será la palabra de Jesús la espada que atravesará el alma y la vida de María; no comprendida, su palabra le causará sufrimiento, invitándola a hacer una elección radical. Y ya las primeras palabras que Jesús pronunciará en el evangelio serán motivo de disgusto e incomprensión para José y María, que comienza a darse cuenta de que, tal vez, las expectativas puestas en este hijo se realizarán de modo bien diferente a como ella pensaba. Cuando por primera vez en el evangelio Jesús abre la boca, es para reprochar a la madre y a su espo so, tratándolos de ignorantes. Escribe Lucas que los padres de Jesús partieron de Jeru salén (adonde habían ido para la Pascua) olvidando a su hijo: «Mientras ellos se volvían, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres» (Le 2,43). María no se describe como una madre-clueca, que no fomenta el crecimiento de sus propios hijos, manteniéndolos bien pegados a su falda: tanto ella como el marido parecen dejar al adolescente Jesús en libertad e independencia. Pero cuando, finalmente preocupados por su ausencia, se ponen a buscarlo «a los tres días lo encontraron en el templo senta do en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas» (Le 2,46). 40 Galería de personajes del Evangelio Si, al verlo, ambos -quedaron impresionados», es sola mente la madre la que pregunta a Jesús: «¿Por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscába mos tu padre y yo!» (Le 2,48). Jesús no solo no acepta el tirón de orejas, sino que pasa a reprochar a sus padres: «¿Por qué me buscábais? ¿No sa bíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?». Jesús reivindica la completa libertad de acción y recuer da a la madre que si José es su marido, no por esto es su padre, como ella había afirmado incautamente («tu padre y yo», Le 2,48). Una vez más subraya el evangelista que -ellos no com prendieron lo que les había dicho» (Le 2,50), y la espada, profetizada por Simeón, continúa atravesando el alma de María «para que queden al descubierto las ideas de muchos» (Le 2,35). Las palabras de Jesús, aunque no comprendidas, no son rechazadas por ella que «conservaba todo aquello en la me moria» (Le 2,51). Pero estaba todavía por llegar el momento en que la palabra de Jesús traspasaría a la madre para con vertirla en discípula. LA CRUZ DE MARÍA Todo el pueblo habla de ello: el hijo de María y de José se ha vuelto loco. Jesús en poco tiempo ha conseguido disgustar a todos («De hecho, tampoco su gente le daba su adhesión», Jn 7,5) y a enemistarse con todos. Con su enseñanza, «el hijo del carpintero» (Mt 13,55) ha dem olido la teología de los escribas, que han denun ciado rápidamente a Jesús como un blasfemo y un hechi- Cuando María no sabía. 41 cero «poseído por un espíritu inmundo» (Me 3,22) que «ex pulsa los dem onios con el poder del jefe de los demonios» (Me 3,22). Jesús, que ha llamado a su seguimiento a la escoria de la sociedad y «come con recaudadores y descreídos» (Me 2,16), ha conseguido, almismo tiempo, tanto escandalizar a los fariseos conservadores com o alarm ar a los d isolutos herodianos que ahora, aliados entre sí, se han puesto de acuerdo «para acabar con él» (Me 3,6). Es demasiado para el clan familiar de Jesús, que viene de Nazaret con un propósito bien determinado: «Al enterarse ̂ los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio» (Me 3,21). Cuando le dicen a Jesús: «Oye, tu madre y tus hermanos ^ te buscan ahí fuera» (Me 3,32), su respuesta es como la espa da de dos filos que penetra hasta lo más profundo del cora- \ \ zón para discernir los sentimientos: «¿quiénes son mi madre i* y mis hermanos? Y paseando la mirada por los que estaban ^ sentados en corro en torno a él, añadió: -Mirad a mi madre ̂ y a mis hermanos. Cualquiera que cumpla el designio de 1 Dios, ése es hermano mío y hermana y madre». Y María debe elegir. \ Comprende que ahora la intimidad con Jesús está garan tizada no tanto por el hecho de ser su madre («¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!»), sino por convertirse en su discípula («Mejor: ¡dichosos los que escu chan el mensaje de Dios y lo cumplen!», Le 11,27-28). Y María inicia aquella transformación que la llevará de ser madre de Jesús a convertirse en su discípula, siguiéndolo hasta la cruz, donde el evangelista no presenta una madre que sufre por el hijo crucificado, sino la discípula que acepta compartir la suerte del maestro: «Estaba presente junto a la cruz de Jesús su madre...» (Jn 19,25). UN EXTRAÑO MATRIMONIO (Mt 1,18-25) JOSÉ Y MARÍA En el evangelio más antiguo, el de Marcos, José no es nombrado; el evangelio más reciente, el de Juan, le dedica apenas dos citas indirectas (Jesús, hijo de José, el de Nazaret, Jn 1,45; 6,42). Los otros dos evangelistas no dicen ni una palabra de él y los predicadores tienen de esta forma que exaltar con un caudal de palabras el silencio de José. Este personaje del evangelio no es ni siquiera conocido con el único título que los evangelistas le reconocen, el de ser el marido de María, por cuanto muchos traductores insis ten en traducir el término griego equivalente a «marido» por «esposo», quizá porque esposo da una idea algo más casta que marido y hace más segura la pureza de la virgen María. En lo que concierne a José como padre de Jesús, los teó logos lo han privado también de esta función, atribuyéndole el incomprensible término «putativo», esto es, «aparente». Contra José se han coaligado también los artistas que, por siglos, se han em peñado en representarlo como un vie- jecito, cuyos ardores juveniles son sólo un vago recuerdo, que mira en torno suyo con la semblanza de quien no se encuentra en modo alguno en la situación que le ha prepa 44 Galería de personajes del Evangelio rado el Padre eterno: es marido de una mujer que no es su mujer, y padre de un niño que no es su hijo. Rebajado a ser un esposo sin mujer y un padre sin hijo, José es devotamente nombrado en último término en la frase con la cual se cita la familia de Nazaret, siempre compuesta jerárquicamente, por orden de importancia, por «Jesús, María y José». TEOLOGÍA Y GINECOLOGÍA Los evangelistas no parecen haberse preocupado mucho de este personaje ni siquiera por los datos que podían fácil mente ser inventariados: según Mateo, José resulta ser hijo de Jacob (Mt 1,16), mientras que, para Lucas, el padre se llama Eli (Le 3,23). En la lengua hebrea Yóseph (José) significa «Dios añada», nombre de buen augurio con el que se desea que se añadan pronto a la familia otros hijos varones. De lo poco que se concluye de los evangelios, se sabe que José trabaja como carpintero, oficio ejercido también por el hijo, Jesús, que será conocido como «el carpintero» (Me 6,3). El nacimiento de Jesús se narra así por Mateo: «Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18). Para comprender lo escrito por Mateo, es necesario re montarse a las modalidades de la celebración del matrimo nio que, en Israel, tenía lugar en dos etapas. En la primera se celebraban los desposorios en casa de la mujer, al cumplir doce años. Un extraño matrimonio 45 Esta ceremonia servía para establecer lo que la esposa debía llevar como dote. Al final el esposo pronunciaba la fórmula: «Tú eres mi mujer» y la mujer respondía: «Tú eres mi marido» (Qid . B. 5b). Incluso quedándose cada uno en casa de los padres, desde este momento los dos eran ya marido y mujer. Un año des pués de los desposorios, tenía lugar la segunda fase del ma trimonio, la de las bodas, cuando la mujer, dejada su fa milia, era conducida a casa del marido donde comenzaba su vida en común. En este intervalo entre los desposorios y las bodas, María «resultó que esperaba un hijo por obra del Espí ritu Santo» (Mt 1,18). La narración de Mateo pertenece a la teología y no a la ginecología. El evangelista no ha metido la nariz entre las sábanas de los esposos, sino que ha querido expresar una profunda ver dad de fe. Jesús es presentado como una nueva creación de la hum anidad y, la acción del Espíritu en María, se remonta a aquella otra del «Espíritu de Dios que se cernía sobre la faz de las aguas» (Gen 1,2) para producir la vida en la creación. Para subrayar su intención teológica, Mateo inicia su evan gelio con la genealogía de Jesús partiendo de Abrahán, el cabeza de estirpe del pueblo hebreo, recorriendo toda la historia de Israel en la que destacan nombres de patriarcas como Isaac y Jacob, y de reyes como David y Salomón, hasta llegar a José. Aquí se interrumpe bruscamente la transmisión de todos aquellos valores nacidos con Abrahán, que se han enriqueci do, poco a poco, con la historia y la espiritualidad a través de los siglos. 46 Galería de personajes del Evangelio De hecho, después de haber presentado la generación de padre a hijo («Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró aJudá...»(Mt 1,2), la línea genealógica se trunca llegados a José: «Jacob engendró a José- (Mt 1,16). Según el ritmo de la narración, en la que de manera monótona el verbo «engendrar- se repite una treintena de veces, el lector esperaría la cuadragésima: «José engendró a Jesús». Sin embargo, llegado a José, el evangelista escribe: «José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Mesías» (Mt 1,16). Mateo que, a diferencia de Lucas, evita nombrar a José como padre de Jesús (Le 2,33), interrumpiendo inesperada mente la línea genealógica pretende excluir a José del naci miento de Jesús. Infringiendo la cultura hebrea según la cual es el padre quien engendra al hijo, mientras la madre se limita a darlo a luz, el evangelista presenta una mujer «de la que- fue engen drado el hijo, dando a entrever en ella la acción creadora de parte de Dios. La tradición del pueblo de Israel que, comenzando con Abrahán, alcanzó su máximo esplendor con el rey David, se detiene definitivamente en José y no se transmite a Jesús, cuyo padre será Dios mismo: Jesús, incluso descendiendo de Abrahán y de David, no es hijo de Abrahán ni de David, sino «el hijo del Dios vivo» (Mt 16,16). EGIPTO, TIERRA DE LIBERTAD Si en el evangelio de Lucas es María el personaje princi pal de la anunciación y del nacimiento de Jesús, y la figura Un extraño matrimonio 47 de José se deja un tanto en la penumbra, en el evangelio de Mateo es José el protagonista de estos acontecimientos. Al hallar a la mujer encinta, «José, su esposo, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto» (Mt 1,19). José se presenta como «un justo», esto es, un fiel obser vante de todas las prescripciones de la Ley, como Isabel y Zacarías que «eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Se ñor» (Le 1,6). El drama de José nace del hecho de que, precisamente por «justo»,la fidelidad a la Ley le impone denunciar a su mujer infiel. De hecho, la legislación divina decreta que, en caso de traición, la adúltera «sea sacada a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedreen hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre» (Dt 22,20 23). José se debate entre la observancia de la Ley, que le impone denunciar y hacer lapidar a la mujer infiel, y el amor hacia María, que lo impulsaría a retenerla consigo, no obs tante su infidelidad. A José ni le parece bien sacrificar a María exponiéndola a una muerte segura, ni es capaz de elegir la línea del amor, como había hecho Oseas, el profeta que, de su experiencia de un amor más fuerte que la infidelidad de su mujer, había comprendido que Dios quiere «la lealtad, no los sacrificios» (Os 6,6) Así escoge la vía intermedia: repudiar a la mujer en se creto. El camino elegido por él se basa en la legislación del repudio, que prescribía: «Si uno se casa con una mujer y 48 Galería de personajes del Evangelio luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, que le escriba el acta de divorcio, se la entregue y la eche de casa» (Dt 24,1). El leve resquebrajamiento en la observancia radical de la Ley, a favor de un sentimiento de misericordia, es suficiente para que el Señor pueda hacer irrupción en aquellas circuns tancias: «Pero apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús» (Mt 1,20-21). José renuncia a sus propósitos y, de hombre observante de la ley, comienza a transformarse en hombre de fe. Dando crédito a este increíble mensaje del ángel del Se ñor «se llevó a su mujer a su casa; sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo y él le puso de nombre Jesús» (Mt 1,24-25). El niño no es llamado, según la costumbre judía, como el padre o el abuelo, y ni siquiera como algún antepasado o pariente de José, sino que, como le ha anunciado el ángel, su nombre será «Jesús» que significa «Yahvé salva». Con esta ruptura de la tradición, el evangelista quiere subrayar una vez más que el hijo no continúa la línea de los padres, iniciada con Abrahán y que llega hasta José, sino que en Jesús se manifiesta una nueva creación. Desde el momento en que José acoge la palabra del Se ñor, su existencia se vuelve ajetreada. Poco después del nacimiento de Jesús, «de nuevo el án gel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Leván tate, coge al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta nuevo aviso, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). Un extraño matrimonio 49 De modo escandalosamente provocativo para los oídos de los judíos, el evangelista presenta la paradoja de su histo ria: el pueblo de Israel había huido a Egipto, tierra de escla vitud, donde el faraón había decretado la muerte de los hijos de los hebreos y había buscado la libertad en la «tierra pro metida» (Bar 2,34). Ahora esta misma tierra se ha convertido en lugar de opresión, de la que hay que huir para librarse de la muerte, decretada por Herodes, de todos los niños de Belén, encontrando refugio en Egipto. En el exilio, la figura de José se consolida. El «justo», a quien la observancia de la Ley le empujaba a elecciones de muerte, una vez que ha acogido la palabra del Señor, se declara decididamente a favor de la vida, arries gando la propia vida. Por esto, en su última aparición en el evangelio, el evan gelista Mateo lo equipara a Moisés, el salvador del pueblo. Como «Yahvé dijo a Moisés en Madián: Anda, vuelve a Egipto, que han muerto los que intentaban matarte» (Éx 4,19), igualmente, «muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que intentaban acabar con el niño» (Mt 2,20). Y como «Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los montó en asnos y se encaminó a Egipto» (Éx 4,20), así José «cogió al niño y a su madre y entró en Israel» (Mt 2,21). EL ÚLTIMO PROFETA Qn 1,19-27; Mt 11,2-6) JUAN BAUTISTA Cuando Dios interviene en la historia evita cuidadosa mente los lugares sagrados y sus presuntos representantes, que se muestran siempre como los más sordos y hostiles a su palabra. El Señor escoge lugares y personas normales, como es cribe con gran ironía el evangelista Lucas, que inserta las elecciones de Dios en un escenario pretendidamente redun dante: «El año quince del gobierno de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, un mensaje divino le llegó a Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto». (Le 3,1-2). Después de haber presentado a los siete grandes de la tierra y haber creado en el lector la expectativa de saber a cuál de estos poderosos se dirigiría el Señor, el evangelista muestra que la palabra de Dios no desciende a los palacios más o menos sagrados del poder, sino al desierto, a Juan. Hijo de un sacerdote, una vez llegado a la edad de veinte años, Juan debería haber ido al sanedrín para que se verifi case, mediante un cuidadoso examen, que no tenía ninguno 5 2 Galería ele personajes elel Evangelio de los ciento cuarenta y dos posibles defectos físicos enume rados en el libro del Levítico y fuese consagrado sacerdote, perpetuando así el sacerdocio de su padre Zacarías. Pero Juan no será un hombre del culto como su padre. Consagrado por el Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre, él es el profeta que, en abierta contestación con el templo, irá a predicar al desierto la necesidad de un cambio de vida para acoger el inminente reino de Dios El Espíritu santo, oculto en el templo, se manifiesta con fuerza en el desierto, y el efecto de la predicación de Juan es tal que «acudía en masa la gente de Jerusalén, de toda Judea y de la comarca del Jordán» (Mt 3,5), respondiendo a su invitación «a un bautismo en señal de enmienda, para el per dón de los pecados» (Me 1,4). Obviamente las autoridades se cuidan bien de creer al «enviado de Dios» (jn 1,6), cuya llamada a la conversión será, sin embargo, acogida por la escoria de la sociedad: «los re caudadores y las prostitutas» (Mt 21,32). «Todos los habitantes de Jerusalén» (Me 1,5) com pren den que el perdón de los pecados no es concedido por un rito litúrgico en el templo, sino por el cambio de comporta miento, como había anunciado el profeta Isaías: «Cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien... Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve» (Is 1, 17-18). Y los habitantes de Jerusalén se alejan de su ciudad, cen tro de la institución religiosa, para unirse a Juan en el desier to donde, con la inmersión en el río Jordán, expresan públi camente el compromiso de un cambio de vida que obtiene para ellos la cancelación de sus pecados. El éxito popular de la predicación del Bautista será, sin embargo, también la causa de su muerte. El último profeta 53 Las autoridades religiosas («el poder de las tinieblas», Le 22,53), siempre listas para percibir las luces del Espíritu y sofocarlas, están alarmadas; desde Jerusalén, los jefes en vían, junto con los sacerdotes, a los levitas, que constituían la policía del Templo, para interrogar torpemente a Juan: «Tú, ¿quién eres?- Qn 1,19). Tranquilizados porque Juan había respondido que no era el Mesías, «algunos de los enviados del grupo fariseo» ponen en tela de juicio entonces su actividad: «Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elias ni el Profeta?» (Jn 1,24-25). Aunque no es el Mesías, Juan ha suscitado un movimien to popular considerado un peligro para la institución religio sa,que provee a la eliminación de este antagonista del Tem plo, luchando con las armas típicas del poder religioso: el descrédito por parte de la gente y la denuncia a las autorida des civiles. La difamación del incómodo profeta ha sido posible tam bién porque la sintonía entre el Bautista y la gente ha durado poco tiempo y, antes de que Herodes le quitase la cabeza, Juan había perdido ya la reputación. Pasado el entusiasmo por el profeta demasiado exigente, la gente considera ya que Juan es un loco que «ni come ni bebe y dicen que tiene un demonio dentro» (Mt 11,18). Esta calumnia ha hecho pasar a la historia a Juan el Bau tista como el gran asceta que ni come ni bebe. Los evangelistas afirman claramente que Juan comía, y que «se alimentaba de saltamontes y miel silvestre» (Mt 3,4). El Bautista comía lo que el desierto ofrecía, sin las pre ocupaciones y los escrúpulos religiosos de Judas, el heroico jefe llamado el «Macabeo» (apodo que significa «martillo»), 54 Galería de personajes del Evangelio que, retirado al desierto, se «alimentaba solo de hierbas del campo, para no contaminarse» (2 Mac 5,27). La alimentación de Juan no tiene ninguna connotación ascética y mucho menos penitencial, pues representa el ali mento habitual de los nómadas palestinenses. Alimentarse de saltamontes era hasta tal punto normal que se aconsejaba en la Biblia: «Podéis comer los siguientes: la langosta en todas sus variedades...», Lv 11,22), y entre las especialidades culinarias de la comunidad monástica de Qumrán estaban también las langostas «puestas en el fuego o en el agua, mientras todavía están vivas» (Doc. Dam. 12,15). La miel de las abejas de la selva era, además, un alimento tan energético que se había convertido en el signo del cuida do de Dios por su pueblo: «Los alimentó con la cosecha de sus campos; los crió con miel silvestre, con aceite de rocas de pedernal» (Dt 32,13). Con relación al vestido, hecho «de pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura» (Mt 3,4), hay que decir que ésta era la indumentaria clásica de los profetas que, para profetizar, se vestían «el manto de pelo» (Zac 13,4): en parti cular, al profeta Elias se le reconoce por el «cinturón de cue ro que le ceñía la cintura» (2 Re 1,8). ISAÍAS CENSURADO Según Flavio Josefo, la muerte de Juan a manos de Herodes Antipas no fue causada, como aparece en los evan gelios, por el hecho de que el profeta se inmiscuyese en un asunto de cuernos entre hermanos (Me 6,17-29), sino más verosímilmente por el temor, por parte del tetrarca, de una sublevación popular provocada por el Bautista. El último profeta 55 De hecho, cuando el éxito de la predicación de Juan llegó al ápice, «Herodes se alarmó. Su elocuencia tenía sobre la gente efectos tan fuertes que podía llevar a cualquier clase de sedición, porque parecía que la gente quería dejarse guiar por Juan en todo lo que hiciesen. Por esto, Herodes decidió que sería mucho mejor golpearlo anticipadamente, librándose de él antes de que su actividad llevase a una sublevación, que esperar un levantamiento y encontrarse en una situación tan difícil como para arrepentirse de ella. Con ocasión de las sos pechas de Herodes, (Juan) fue llevado encadenado a Maqueronte, y allí fue asesinado» CAntigüedades 18, 118-119). Y es precisamente en la cárcel donde explota la dramáti ca crisis del Bautista con relación a aquel Jesús al que, en el momento del bautismo, había reconocido como «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» Qn 1,29). El Dios que Jesús manifiesta con sus acciones y con su mensaje es de hecho diferente al predicado por Juan. Éste, «más que un profeta» (Mt 11,9), es el último de los grandes hombres de Dios que cierran una era, la del Dios que ningu no había conocido en verdad, ni siquiera Moisés el gran legislador, o Elias el máximo profeta, porque «a Dios nadie lo ha visto nunca» (Jn 1,18). El único que lo puede revelar plenamente es aquel Jesús de quien el Bautista había dado testimonio públicamente como «el Hijo de Dios» (Jn 1,34). Prosiguiendo una tradición religiosa de la que es el últi mo exponente, Juan el Bautista había presentado al Mesías como aquél que vendría a bautizar «con Espíritu Santo y fue go» (Mt 3,11): «Espíritu» para comunicar vida a los justos, y «fuego» para destruir, como paja, a los pecadores. Heredero de una religiosidad que espera un pueblo for mado en su totalidad por santos («En tu pueblo todos serán 5 6 Galería de personajes del Evangelio justos», Is 60,21), Juan se queda desconcertado con el com portamiento de un Jesús que afirma «haber venido a llamar más que justos a pecadores». El Bautista había proclamado que «todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego» (Le 3,9). Jesús, en clara referencia al celo destructor de Juan, le responde con la parábola de la higuera estéril. Mientras aquél que ha plantado la higuera le dice: «Córtala. ¿Para qué, ade más, va a esquilmar la tierra?» (Le 13,7). Jesús, que no ha venido a destruir, sino a vivificar, le devuelve la vida al árbol, considerado ya completamente estéril («tres años») y pide tener paciencia: «Señor, déjala todavía este año; entretanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol» (Le 13,8). Con Juan se ha cerrado definitivamente una época («Por que hasta Juan los profetas todos y la Ley eran profecía», Mt 11,13) pues, con Jesús, Dios no es ya una profecía, sino una realidad visible, en la que no se encuentran actitudes de juicio o condena, sino sólo propuestas de plenitud de vida y un amor extendido incluso hacia quien no lo merece. En lugar de juzgar a los hombres por su conducta, Jesús anuncia que el amor del Padre se extiende a todos, injustos incluidos, porque «no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve» (Jn 3,17). Pero Juan no consigue aceptar la novedad traída por Je sús y, desde la cárcel, le envía un ultimátum que suena a excomunión: «Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?» (Mt 11,3). A la amenaza del Bautista, Jesús responde con los he chos, enumerando las acciones positivas con las que ha de vuelto la vida: «Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios El último profeta 57 y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia» (Mt 11,4-5). En su réplica a Jesús cita dos textos conocidos de Isaías, donde se anuncian las obras que deberá hacer el Mesías de Dios a su llegada, pero censura los pasajes en los que el profeta anuncia la esperada venganza de Dios sobre los pa ganos pecadores: -Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará- (Is 35,4; 61,2). Y Jesús concluye su respuesta con un aviso para Juan, que es una invitación a abrirse a la novedad de un Dios que ama a todos: «¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!» (Mt 11,6). Solo así Juan, «el más grande de los nacidos de mujer» (Mt 11,11) será grande también en el reino de Dios. SIMÓN CABEZADURA Qn 13,1-11; 21,15-23) SIMÓN PEDRO Simón (en hebreo. Simeón, «Yahvé ha escuchado», Gn 29,33) es, después de Jesús, el personaje más citado en los evangelios y, sin lugar a dudas, el discípulo más importante y, al mismo tiempo, el más maltratado por los evangelistas.- Éstos, de hecho, proyectan en la figura de Simón las dificul tades de la comunidad cristiana para comprender la nove dad que trae Jesús y para vivirla con coherencia. Si, por una parte, Simón sale hecho añicos de este trata miento, por otra todo creyente se puede reflejar y sentirse confortado por este discípulo, reconociéndose en sus entu siasmos y en sus debilidades. Al tratar la figura de Simón, cada evangelista se siente libre de referencias históricas concretas y se sitúa en su pro pia línea teológica. Por esto, mientras para los otros evangelistas, Simón está junto al hermano Andrés, el primer discípulo llamado por Jesús, éste, en elevangelio de Juan, invita a Simón a seguirlo solamente después de la resurrección. En este evangelio el maestro y el aspirante a discípulo se presentan siempre en una situación de fuerte conflictividad desde el primer en cuentro, en modo alguno fácil. 60 Galería de personajes del Evangelio Su hermano Andrés -uno de los dos discípulos de Juan Bautista que fueron los primeros en encontrar y seguir a Jesús- fue quien le habló de éste a Simón Acogiendo la invitación de su maestro que había señala do a Jesús como «el cordero de Dios» (Jn 1,36), Andrés sigue a Jesús y pasa todo un día con él. Después va en seguida a comunicar la importante noticia a su hermano: «Hemos en contrado al Mesías» (Jn 1,41). El evangelio no indica ninguna reacción por parte de Simón, que permanece en una actitud pasiva y debe ser con ducido a Jesús por su hermano. Este primer encuentro entre los dos tiene lugar en una atmósfera gélida. Jesús se vuelve a Simón fríamente: «Fijando la vista en él le dijo: -Tú eres Simón, el hijo de Juan; a ti te llamarán ‘Cefas’ que significa ‘Pedro’» (Jn 1,42). Escena muda por parte de Simón. Cuando encontraron a Jesús, Andrés y el otro discípulo le habían rogado: «Rabbí, ¿dónde vives?» (Jn 1,38), recono ciéndolo como nuevo maestro y expresando su intención de seguirlo. Nada de esto se da en Simón, que permanece callado. La expresión que Jesús le ha dirigido es un retrato que será la clave de lectura del comportamiento de Simón a lo largo de todo el evangelio. Para Jesús, que «sabía aquello que había en el hombre» (Jn 2,25), Simón es «el hijo de Juan», esto es, el discípulo por excelencia de Juan el Bautista, del que, junto con su herma no Andrés, era seguidor. Jesús añade también que Simón será llamado «Cefas» (Jn 1,42), palabra aramea que significa «piedra». Este sobrenombre es utili zado por el evangelista cuando quiere subrayar el comporta miento tozudo y obstinado de Simón, duro como una piedra. Simón cabezadurci 61 Kn el evangelio de Juan, Jesús no se volverá nunca a este discípulo llamándolo «Pedro» y ni siquiera lo llamará Simón si no es después de la resurrección y siempre con el añadido de «hijo de Juan» (Jn 21,15.16.17). LA ESPADA DE PEDRO La primera vez que Simón es nombrado por el evangelis ta con el sobrenombre de «Pedro» tiene lugar durante la últi ma cena, cuando Jesús lava los pies a los discípulos. En esta acción Jesús choca con un claro rechazo por parte de Simón: «Le dijo Pedro: No me lavarás las pies jamás» Qn 13,8). Lavar los pies era una obligación de los inferiores con relación a sus patronos, del esclavo hacia su señor, de la mujer hacia su marido, de los hijos hacia sus padres y de los discípulos hacia su maestro. Simón se opone, porque ha comprendido perfectamente el significado del gesto de Jesús, «el Maestro» (Jn 13,14) que, en lugar de hacerse lavar los pies por los discípulos, se hace siervo y le lava los pies. Pedro ha comprendido que Jesús, lavando los pies a los discípulos, no está dando una lección de humildad, sino demostrando su verdadera grandeza que consiste en servir a los otros. Simón, que ambiciona el papel de líder del grupo, recha za el servicio de Jesús, porque sabe que, si lo acepta, tam bién él deberá hacer lo mismo para con los otros discípulos («Os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también entre vosotros», Jn 13,15). Pedro no permite que Jesús se abaje, porque él mismo no está dispuesto a abajarse y frente a la amenaza de Jesús 62 Galería de personajes del Evangelio («Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conm i go», Jn 13,8) juega la carta del rito purificador semejante al que los judíos hacían por Pascua: «Simón Pedro le dijo: Señor, no sólo los pies, sino tam bién las manos y la ca beza» (Jn 13,9). Pedro quiere transform ar la acción de Jesús en un rito, vaciando de significado el gesto de su maestro. Pero Jesús no cede. Para el Señor, la pureza no se consigue con un rito, sino por el servicio prestado a los otros. Al término de la cena, Simón vuelve a contradecir al Se ñor, que le había dicho hacía poco claramente: «Adonde me voy no eres capaz de seguirme ahora, pero, al fin, me segui rás» (Jn 13,36). Pedro, que se opone a Jesús y rechaza dejarse lavar los pies, porque no está dispuesto a servir a sus hermanos, no está en sintonía con el amor de Jesús y no puede seguirlo en el don total de sí mismo. Discípulo presuntuoso que cree conocerse mejor de lo que lo conoce Jesús: «Señor, ¿por qué no soy capaz de se guirte ya ahora? Daré mi vida por ti» (Jn 13,37). Simón no ha comprendido que Jesús no pide la vida a los hombres, sino que es él mismo quien la da a todos. No entiende que no se trata de dar la vida por Jesús, sino de darla con él a los hermanos. «Replicó Jesús: -¿que vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: -Antes que cante el gallo me habrás negado tres veces» (Jn 13,38). Que Simón no sea capaz de seguir a su maestro se ve claramente en el momento del prendimiento de Jesús cuan do, una vez más, este discípulo será nombrado con el solo sobrenombre de «Pedro» (Jn 18,11). Simón cabezaclura 63 Durante la cena, Jesús había dicho a sus discípulos que el único distintivo de los discípulos era un amor como el suyo, capaz de hacerse don: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (Jn 13,35). En realidad, lo que distingue a Simón de los otros discí pulos es ser el único que tiene armas y el único que reaccio na con violencia en el prendimiento de Jesús: «Entonces, Simón Pedro, que llevaba un machete, lo sacó, agredió al siervo del sumo sacerdote y le cortó el lóbulo de la oreja derecha» (Jn 18,10). Su bravuconada no es aprobada por Jesús, que le ordena inmediatamente: «Mete el machete en su funda» (Jn l8 ,ll). Poco después, mientras el Señor, hecho cautivo, se enca ra con el sumo sacerdote, denunciando la injusticia cometida en contra suya, Simón se derrumba delante de un siervo: «¿No te he visto yo en el huerto con él?. De nuevo lo negó Pedro y, en seguida, cantó un gallo» (Jn 18,26-27). Jesús había enseñado y demostrado que el servicio hace libres a los hombres y que, quien no lo acepta, sigue siendo siervo. Pedro, que no acepta el servicio, sigue siendo un siervo entre los siervos: «Estaba también Pedro con ellos, allí para do y calentándose» (Jn 18,18). Pedro, aparentemente libre, es, en realidad, prisionero de su miedo, mientras Jesús, atado, no ha perdido su libertad. LA ESPADA DE JESÚS La última vez que, en el evangelio de Juan, es menciona do Simón con el sobrenombre de «Pedro» será también la 64 Galería de personajes del Evangelio última en la que se portará de modo opuesto a la demanda de Jesús. Escribe el evangelista que «era la tercera vez que se ma nifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte» (Jn 21,14). Entre Jesús y Simón queda una cuenta pendiente que ahora el Señor quiere normalizar. «Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro: -Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» (Jn 21,15). Simón no esperaba estas palabras. Jesús recuerda a Simón que es el «hijo de Juan»: había tratado de ser discípulo de Jesús, pero, por dentro, había seguido siendo discípulo del Bautista. Y Jesús le pregunta si lo ama más que los otros discípu los. Simón no puede responder que lo ama más que los otros, porque ha sido el único en negarlo. Jesús le ha preguntado si lo «ama» y Simón Pedro, recu rriendo una vez más a su astucia, responde descaradamente: «Señor, sí, tú sabes que te quiero» (Jn 21,16). Mientras que Jesús le ha preguntado al discípulo si tiene un amor capaz de hacerse don gratuito, él ha respondido que lo quiere, un afecto que denota amistad. De cualquier modo, Jesús acepta la respuesta del discí pulo y lo invita a procurar vida a los otros: «Apacienta mis corderos» (Jn 21,15). Pero Pedro no ha respondido a Jesús y el Señor vuelve a la
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