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CULTURA Y MODERNIZACION EN AMERICA LATINA: 
UN COMENTARIO 
Mario Góngora 
- Pedro Morandé, Cultura y Modernización en América La- 
tina (Santiago: Instituto de Sociología, Universidad Católi- 
ca, 1984). 
El mérito singular de este trabajo de Pedro Morandé consis- 
te, a mi juicio, en que presenta, sin transgredir los límites de 
la Sociología, una visión teórica y metodológicamente orien- 
tada por la “racionalidad de valores” y no por la “racionali- 
dad dirigida a la obtención de fines”, según la terminología 
de Max Weber. AI ofrecer una interpretación simbólica de los 
valores propios de las sociedades hispanoamericanos, se aleja 
de los tratamientos estructuralistas o funcionalistas en boga 
en esa Ciencia, aproximando así, tal vez por primera vez en 
Chile actual, las Ciencias Sociales a la Historia. 
El punto de partida de este estudio ha sido la considera- 
ción de lo que los diferentes Desarrollismos denominan “obs- 
táculos” a la modernización o al desarrollo: el por qué lo 
que yo he llamado las “planificaciones globales” han fraca- 
sado, en Chile como en tantos otros países hispanoamerica- 
nos, durante los últimos 40 años. Según los tecnócratas que 
han concebido o manejado dichos planes, la frustración total 
o parcial se debe a interferencias de política interna, a desa- 
justes de la economía mundial, a la mentalidad económica 
“tradicional” de la población, a falta de investigación tec- 
nológica, etc. et. El hecho de que ni la acumulación primiti- 
va decapita1,ni su crecimiento, hayan estado cerca de corres- 
ponder a las expectativas, ha llevado solo en contadas ocasio- 
nes a que los economistas comprendan que hay “porfiados 
hechos” que no son de orden económico, sino cultural, So- 
lamente a partir de una crítica sociológica de la moderniza- 
ción -piensa Morandé- es posible caracterizar la cultura 
latinoamericana, su núcleo valórico, sus sistemas simbólicos, 
su síntesis. Los métodos abstractos de la mayoría de nuestros 
sociólogos no atienden a la peculiaridad de nuestros pueblos, 
fundada en su historia, su psicología colectiva, sus modelos 
culturales simbólicos. Es una tendencia que no proviene, na- 
turalmente, ni de la Modernidad originaria -del Renacimien- 
t o ni del Barroco-, ni siquiera, diría yo (rectificando en esto 
ciertos pasajes del libro de Morandé), de los designios prime- 
ros de la Ilustración del XVIII, sino más bien del Cientificis- 
mo del XIX y de su unilateral versión de lo que era el método 
científico. Contra esto se dirige la tesis del autor. 
¿Cuál sería, para Morandé, el símbolo primario alrededor 
del cual se puede comprender la cultura latinoamericana 
-que él da por supuesto que existe-? Serían los ritos sacrifi- 
ciales. 
Esta idea, que pudiera parecer extravagante, no puede sor- 
prender a ningún historiador medianamente conocedor de la 
historia de las religiones. Es muy sabido que los Vedas se 
fundan en la práctica del sacrificio a los dioses, y en la riquí- 
sima especulación sobre ellos. En Israel, el episodio del in- 
terrumpido sacrificio de Isaac marca simbólicamente el fin 
de una época de sacrificios humanos y su sustitución por ani- 
males; lo que luego es objeto de la detalladísima reglamenta- 
ción en los libros de Moisés. El Cristianismo no existiría sin 
el sacrificio expiatorio de Cristo en la Cruz. 
Se sabe de la inmensa significación de las pirámides sacrifi- 
ciales aztecas y, en menor escala, de los sacrificios en el Im- 
perio de los Incas. Incluso un sacerdote, como Las Casas, en 
su “Apblogética Historia”, considera que los sacrificios hu- 
manos de los indígenas son una señal de su nivel cultural, ya 
que muestran una adoración a la Divinidad. Nuestros Mapu- 
ches, aun sin ser del número de las altas culturas precolombi- 
nas, celebran sacrificios de animales en sus reuniones cere- 
moniales, o antes de partir a la guerra. El Potlach, el sacrifi- 
cio derrochador de parte de los alimentos recién cosecha- 
dos, ha sido descrito por primera vez entre los indios de la 
costa occidental del Canadá, y se le encuentra igualmente en 
el mundo arcaico chino. Y esos sacrificios no son sólo hechos 
“religiosos” en sentido estrecho, sino que en ellos se fundan 
culturas y sociedades. 
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Ahora bien, aunque los españoles asesinaron la cúpula cul- 
tural precolombina, han instituido, dice Morandé, nuevas for- 
mas del orden sacrificia1,radicado en el trabajo.El terrateniente 
cedía parte de sus tierras al indio (posteriormente al “inquili- 
no”, ranchero, etc., según denominaciones territorialmente 
variables), a cambio de su trabajo en la hacienda, En estos 
puntos, me siento discrepante o bastante dudoso en aceptar 
la tesis. Es cierto que en la agricultura de hacienda hay un 
rasgo parcialmente señorial, un régimen interno de reciproci- 
dad de tierra contra trabajo, que está fuera de la “ley del 
mercado”, y que se acerca por eso a una sacralidad (natu- 
ralmente, entendida en un sentido muy derivado y desvaido); 
lo que es más convincente en esta afirmación es la importan- 
cia que tiene la fiesta campesina, que alterna con el trabajo, 
las fiestas del rodeo de ganado, por ejemplo, o el consumo de- 
rrochador de bebidas alcohólicas. Ello da motivo a la habtual 
queja de propietarios españoles (y de sus sucesores bajo las 
Repúblicas) sobre la “ociosidad” del indio o del campesino, 
sobre su incapacidad, desde un punto de vista productivista. 
Pero es en el ámbito minero donde la tesis parece más du- 
dosa, y Morandé tiene que declarar, honestamente, que és- 
te es el campo de mayor desencuentro entre conquistadores 
y conquistados. 
Es bien sabido que para la España medieval, si hay zonas 
sagradas, ellas son la Iglesia y la guerra, no el trabajo utilitario 
en el campo o la ciudad. Lo que adviene con la posesión ame- 
ricana es un sentido mercantilista y fiscalista entre los colo- 
nizadores y en la Corona. La idea de Morandé de que los po- 
bladores del Nuevo Mundo “ofrecían” los metales preciosos 
a la Corona para sus guerras contra los Protestantes significa 
caer víctima del cliché de una España luchando únicamente 
por el Papado y la Contrarreforma: se olvida así el Saqueo 
de Roma, la guerra de Felipe I1 contra el Papado por los pro- 
blemas de Nápoles, la oposición de Felipe I1 a la 
excomunión de Isabel de Inglaterra, aparte de las múl- 
tiples empresas guerreras de carácter puramente po- 
lítico. Y, en cuanto a los indígenas, el sentido sagrado del 
oro o la plata queda subordinado coactivamente a un trabajo 
profano y mercantilista en provecho de otros. George Ku- 
bler ha hablado de un “psychological unemployment” del 
indio, como uno de los factores de su devastación demográ- 
fica. Solamente la salida de las minas y los días subsiguentes 
de orgía y derroche daban lugar a una evasión ritual, 
Los “ilustrados” y después los liberales percibieron la bre- 
cha abierta por la Conquista en el ser social de América; pero 
su humanitarismo burgués los llevó a pensar en soluciones 
“civilizadas”, económicas y productivistas, que sacrifican 
los ejidos comunales de aldeas y pueblos, que permiten la más 
fácil enajenación de la propiedad individual, y que procuran 
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nivelar en todos los aspectos a las razas, que, bajo el dominio 
hispánico tenían sus propios estatutos jurídicos, segregantes 
pero protectores. 
Mucho más convincente en el libro que comentamos es la 
presentación de la “introyección” del sacrificio colectivo y ri- 
tual en individual y económico: el consumo festivo y osten- 
toso debe transmutarse en trabajo productivo, ahorro e in- 
versión, para cumpir el rol que la sociedad distribuye entre 
sus componentes. Es la idea del “ascetismo intramundano” 
de Max Weber y de otros sociólogos alemanes de la Historia. 
El Desarrollismo del siglo XX no hace sino racionalizar el eco- 
nomicismo hasta el extremo, desterrando incluso todos los 
elementos que la burguesía culta europea había respetado 
como partes de su herencia espiritual. Los desarrollistas a m e 
meten contra todasacralidad, quieren suprimir a toda costa la 
dicotomía cotidianeidad-fiesta, procuran convertir la socie 
dad en una pura red de funciones productivas o distributivas 
de bienes útiles, según una “ingeniería social”, que los países 
hispanoamericanos aspiran a recoger. Se impone esa ingenie- 
ría de tipo analítico y funcional, que se cree independiente 
de toda peculiaridad histórica. Pero he aquí que surgen los 
famosos “obstáculos al desarrollo”: “expeles la Naturaleza, 
pero hasta que ella retorna”, según el proverbio latino. 
El ethos hispanoamericano surgido bajo el dominio español 
estaría fundado, para Morandé,. en formas rituales y sacri- 
ficiales en que convergen todas las razas de Hispanoamérica: 
Misa tridentina, tributo al Rey o al propietario, generosidad, 
alternancia de trabajo y de fiesta, amor al lujo en todas las 
clases. 
Estoy de acuerdo en la existencia de esos ragos diferencia- 
dores; pero confieso no estar convencido.de que haya un al- 
ma cultural latinoamericana, en todas sus dimensiones, una 
“síntesis cultural”, como dice Morandé. Pero esto es una 
materia de muy lata discusión. 
En cambio, el “ascetismo intramundano”, la ética burgue- 
sa, su cristalización actual en los Desarrollismos capitalistas 
o socialistas, son radicalmente enemigos de ese ethos o men- 
talidad popular, general en toda Hispanoamérica. Frente al 
triunfo oficial de las planificaciones desarrollistas (como pro- 
yectos siempre renovados, aunque uno tras otro concreta- 
mente frustrados u obstaculizados), el autor funda su espe- 
ranza en la “religiosidad popular”, que beba de las fuentes 
sobre que se fundó Hispanoamérica en el siglo XVI, aunque 
naturalmente no bajo idénticas formas. La religiosidad p o p - 
lar no escatima sacrificios materiales, inútiles desde un punto 
de vista racionalista, pero vivificadores para la psicología co- 
lectiva. Los actos y formas de esos ritos sacrificiales no son 
descritos concretamente en esta obra, que pretende solamen- 
te ofrecer una fundamentación teórica. Particularmente sen- 
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sible se nos hace la ausencia de un mayor relieve en las alusio- 
nes ai culto de la Virgen, que patentemente eclipsan en fer- 
vor a la religión de los teólogos. Morandé sólo se remite, de 
paso, a io que sobre la Virgen de Guadalupe ha escrito 
Octavio Paz, uno de sus principales inspiradores Gunto a 
Marcel Mauss, Georges Bataille, Franz Hinkelammert y el 
distinguido intelectual católico uruguayo Alberto Methol 
Ferré). 
El combate contra el racionalismo formal de los sociólo- 
gos del Desarrollo lleva ai autor a proclamar un imperativo 
reparador de la discontinuidad en que se ha caido, después de 
1945, con los “nacionalistas hispanoamericanos”: nacionalis- 
tas en un plano cultural hispanoamericano, buscadores sin 
tregua de la identidad del Continente dentro de la Historia 
Universal. Nombra expresamente a Vasconcelos (sin duda el 
más importante), a José Carlos Mariátegui y a Jaime Eyza- 
guirre. A mi juicio, la inclusión de Eyzaguirre en esta línea 
es más bien dudosa, ya que este intelectual chileno negaba ca- 
si totalmente un alto valor a las culturas precolombinas. Yo 
agregaría, junto a esos nombres, el de Mariano Picón Salas. 
Morandé considera que es el mestizo y no el criollo el por- 
tador auténtico del ethos hispanoamericano, de la religiosidad 
popular, ya que ha recibido carnalmente la herencia hispánica 
y la indígena (o negra); el criollo las ha recibido más abstrac- 
tamente, a través de una educación intelectual, o de “indige- 
nismos” ideológicos. La tesis es difícil, ya que trazar líneas 
raciales, que a menudo se entremezclan con estratificaciones 
sociales, resulta demasiado aventurado. Por lo demás, yo en- 
tendería por “popular”, una religiosidad que trasciende las 
fronteras estrictamente sociales: rasgos y devociones de estra- 
tos bajos, se encuentran igualmente en los restos de la antigua 
aristocracia o de clases medias “tradicionales”. 
El autor denomina “caballeros del Graal o agentes de la 
Modernización” a los cientistas sociales que inspiraron o ma- 
nejaron los planes de Desarrollo. A mi parecer, habría que in- 
cluir en un lugar más destacado a la mayor parte del clero his- 
panoamericano, que tras el último Concilio desencadenó una 
fuerte ofensiva contra todo io que oliera a Catolicismo ba- 
rroco o decimonónico y religiosidad popular, durante las dé- 
cadas de 1960 y 1970. 
Morandé presenta su tesis como propias de una intelectua- 
lidad católica que habría logrado hacerse oir en el Sínodo 
episcopal de Puebla. No puedo entrar en esta afirmación, por 
mi completa ignorancia de los documentos católicos oficia- 
les recientes, y he preferido por eso tratar de este libro como 
algo enteramente individual, Pero sí es propio constatar que 
la mayor parte del clero ha militado entre io que Morandé 
llama, con gracia, “caballeros del Graal”, ya que se plegaron 
a las distintas formas de Desarrollismo, fuesen capitalistas, 
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socialistas, o pontificias (recuérdese el slogan Vaticano: “El de- 
sarrollo es el nuevo nombre de la paz”). Mucha parte del cle- 
ro y del catolicismo laico promovió en esas décadas la concep- 
ción de la Misa más bien cama Cena que como Sacrificio; 
muchas jerarquías eclesiásticas suprimieron fiestas religiosas 
en aras de un trabajo colectivo más continuado; se produjo 
una tendencia iconoclasta, que eliminó de las iglesias imá- 
genes de santos, etc. No comprendo muy bien por qué no 
menciona Morandé estos aspectos de una revolución ecle- 
siástica, que esperamos que sea alguna vez objeto de una 
historiografía crítica, sin estrecheces integristas y sin oficia- 
l imos episcopales. Es interesante, en todo casa, la observa- 
ción que hace de paso Marandé sobre los Jesuitas como ante- 
pasado de los Desarrallistas hispanoamericanos, desgraciada- 
mente sin fundarla. Aparentemente, sería todo lo contrario: 
los Jesuitas son eminentes representantes del Barroquismo, 
y tratan de atraer, mediantes Congregaciones y fiestas fer- 
vorosas, a criollos, indios, mulatos y negros; custodian los 
cantares indígenas, etc. En el siglo XIX, continúan, en formas 
diferentes, pero con el mismo sentido, sus concepciones y 
actividades. Pero, yo diría, confirmando la observación del 
autor, que todas esas tareas y actitudes eran demasiado “pla- 
nificadas”, demasiado calculadas según una psicología ya 
“moderna”, un Renacentismo aplicado (como lo es su “Ratio 
Studiorum”), una técnica de la voluntad; la Compañía, a mi 
juicio, carece del trasfondo contemplativo y metafísico de las 
Ordenes medievales. 
En fin, yo creo que la obra de Morande, no obstante las le- 
gítimas reservas que puedan plantearse, especialmente sobre 
sus ejemplos históricos, señala, un hito muy importante en la 
investigación sociológica chilena y, como lo dije al comienzo, 
próximo al pensamiento histórico.

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