Logo Studenta

274

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

EL MUNDO COMO INVENCIÓN 
 Fernando Aínsa 
«Al Occidente van encaminadas las naves inventoras de regiones», anuncia 
alborozado Juan de Castellanosen las Elegías dedicadas a Cristóbal Colón en l587 y 
Hernán Pérez de Oliva escribe una Historia de la invención de las Indias a principios 
del Siglo XVI 1. La «cuarta región» del mundo «inventa est per Vespuccio», ratifica 
por su parte Waldseemulleren la edición del Quattuor Americi Navegationes de 
1507. Para Cronistas y poetas América no se descubre: se inventa. 
Sin embargo, desde un punto de vista geográfico quién inventa es un mentiroso, 
como recuerda Ernst Bloch en El principio esperanza citando el ejemplo de los 
viajes fantasiosos del Barón de Münchhausen. Por el contrario, el descubrimiento no 
admite imaginación y fantasía; a todo lo más se presenta como una invención 
corregida por «hechos reales». Cuando España descubre América lo hace a partir de 
su encuentro físico y la devela al mundo como algo real y preexistente. Al hacerla 
ingresar al espacio del Occidente conocido, incorpora a la historia universal no sólo 
la nueva realidad descubierta, sino también el pasado, lo que ya era historia 
americana, tal como la reflejaban las variadas expresiones de culturas y 
civilizaciones abordadas. En ese sentido, España no «inventa» América, en tanto el 
continente «ya» existía con anterioridad al l2 de octubre de l492. Lo único que hace 
es «inventariarla» para mejor conocerlo. Pero nada más ajeno a una invención que un 
«inventario». 
Y sin embargo, el encuentro de América sería una excelente oportunidad para la 
invención: la imaginación, el sueño, el mito, la utopía y la literatura, los temas que 
nos reúnen aquí, en la Casona de Verines. 
La invención de América 
Las empresas que tienen ahora signo diferente —inventar y descubrir— fueron 
durante los siglos siguientes al descubrimiento de América, si no idénticas en el 
propósito, por lo menos complementarias en la práctica. En ese momento, el homo 
faber no se distinguía tan claramente del homo contemplativus, como puede 
parecerlo hoy en día. Se descubría un mundo, pero también se descubría una ley 
física; se inventaba una región en el seno de un espacio desconocido lleno de 
«posibilidades reales» para convertirla en un «estado real», pero también se 
inventaba —como sugieren los alquimistas hasta mediados del siglo XVII— cuando 
 
1 Juan de Castellanos, Elegías de Varones Ilustres de Indias, Barcelona, Biblioteca 
de Autores Españoles, 1944; tomo IV. 
 
ENCUENTROS EN VERINES 2006 
 
Casona de Verines. Pendueles (Asturias) 
un «gran Maestro» era capaz de ir más allá de las columnas de Hércules derogando la 
prohibición del Non Plus Ultra. 
Colón es, pues, el símbolo paradigmático de la «utopía geográfica», el 
expedicionario que al mismo tiempo que descubre un Nuevo Mundo inventa paraíso 
donde se preserva la Edad de Oro. A partir de ese instante, el Nuevo Mundo es una 
«realidad» geográfica que objetiva en su territorio los mitos del imaginario colectivo 
clásico y medieval: el Edén, el Jardín de las Hespérides, los restos de una Atlántida 
que brota de las aguas al conjuro del ars inveniendi del que parece investido y 
desterrando para siempre el temor al mare coagulatum que espantó durante siglos a 
los más intrépidos navegantes. 
Invención de un Nuevo Mundo que otros —como Bartolomé de las Casas— 
consideran auténtica «revelación de Dios», voluntarismo que inscribe el «azar» de un 
hallazgo en una misión providencial, en un verdadero «destino manifiesto» al que se 
asocia el propio nombre de Cristóbal Colón: 
Suele la divina Providencia ordenar, que se pongan nombres y 
sobrenombres a las personas que señala para servir conforme a los 
oficios que les determina cometer, según asaz parece por muchas 
partes de la Sagrada Escritura; y el filósofo en el IV de la Metafísica, 
dice: «que los nombres deben convenir con las propiedades y oficios 
de la cosa». 2 
Para De las Casas, Cristóbal quiere decir «traedor o llevador de Cristo» del mismo 
modo que Colón significa «poblador de nuevo», descubridor de «gentes nuevas» y 
«colonizador» de una «feliz república». Aristóteles y la Biblia le sirven para explicar 
como Colón, gracias a su nombre y apellido, estaba «determinado a cometer» el 
descubrimiento de América en nombre del cristianismo. No se podría pedir un 
nombre y un destino más providencial y manifiesto. 
Más allá de la «predestinación» con que se ha investido el descubrimiento colombino 
es bueno recordar que la invención no es nunca espontánea o natural. La invención se 
provoca, se genera, se busca, aunque el resultado pueda ser muy diferente al 
originalmente buscado. Por lo tanto, la revelación de un Nuevo Mundo no es obra del 
azar. Tiene su origen en una causalidad («necesidad») inaplazable. 
Si Colón inventa un Nuevo Mundo gracias al «azar» de su hallazgo, existe —pese a 
su «suerte» o a ese más complejo «saber tener suerte» de que habla Jacques 
Derrida3— una búsqueda que en su origen era de naturaleza diferente : acceder al 
extremo oriental de Asia navegando hacia el oeste. El descubrimiento —América— 
se produce en el marco de otra «empresa de invención» : una ruta inédita más corta 
para acceder a la especiería. La invención «inesperada» —«ese gigantesco tropezón» 
de que habla Leopoldo Zea4— es un resultado de una dimensión mucho mayor que 
 
2 Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, citado por Diaz y Gil, América y 
el viejo mundo, Buenos Aires, Joaquín Gil Editor, 1942, p.83 
3 Jacques Derrida, Psyché, Inventions de l'autre, París, Galilée, 1987.. "Le rôle de 
l'inventeur (ingénieux ou génial, c'est d'avoir précisément cette chance-là. Et 
pour cela, non pas de tomber par hasard sur la vérité, mais en quelque sorte de 
savoir la chance, savoir avoir de la chance, reconnaître la chance de la chance, 
l'anticiper, la déchiffrer, la saisir, l'inscrire dans la charte du nécessaire et faire 
oeuvre d'un coup de dé" (p.53). 
4 Leopoldo Zea, “¿Qué hacer con quinientos años?” Cuadernos Americanos, 11, II, 
Set/Octubre 1988, México, UNAM, p.127 
la vocación original del proyecto. Nada menos que un continente «inédito» para lo 
que era el simple trazado de una nueva vía marítima para acceder a un destino 
conocido desde los viajes de Marco Polo: las legendarias tierras del Gran Cande 
Catay y Cipango. 
La invención legitimada por la historia 
Una vez reconocido y aceptado, el encuentro inesperado del Nuevo Mundo se 
legitima a través de su incorporación a la historia y de su vertebración en el 
patrimonio común de la humanidad, que pasa a integrar de pleno derecho. Como a 
toda invención legitimada, un sistema de convencionalismos asegura a partir de ese 
momento su preservación en el marco de una herencia que se transmite como una 
certidumbre indiscutida. La invención individual se socializa, pasando a formar parte 
de lo existente y del sistema de creencias colectivo. La invención de América pasa a 
ser parte del «imaginario social» de la época. Las expediciones se multiplican, las 
leyendas o simples fantasías se repiten en otros espacios y motivan conquistas y 
emigraciones donde las grandes potencias rivalizan entre sí. Otros descubridores 
siguen al descubridor inicial. 
La invención de América se sitúa y localiza en el panorama de lo conocido en 
Europa, verdadera disposición que fuera señalada agudamente por Cicerón en su obra 
De inventione Et res, et verba invenienda sunt, et collocanda, (Libro I, VII), 
colocación que no sólo supone que «algo» se añade a lo existente, sino que ese algo 
modifica la propia sustancia de lo conocido. 
En el encuentro de América, se inventa otro continente al mismo tiempo que la nueva 
realidad se integra (se dispone) en el mundo de la época para modificarlo en forma 
sustancial. La redisposición de lo conocido a partir de la invención no se produce sin 
dificultades. El ars inveniendi yel ordo inveniendi que lo sucede necesitan de 
ajustes y desmentidos, porque la invención que instaura nuevas realidades, 
inevitablemente desborda, niega o trasgrede lo conocido con anterioridad. La 
invención lleva en sí un dispositivo de desestabilización, perturbación y subversión 
del orden aceptado, cuya intensidad se mide en función de la capacidad innovadora 
que conlleva. 
Basta pensar en los efectos que produce en Europa el descubrimiento de América, 
inscripción en la historia de la humanidad que desmantela una buena parte de la 
«visión del mundo» de la época. Esta reordenación explica en buena parte la 
renovada actualidad de mitos perimidos y el surgimiento de la utopía como género, 
que acompaña la socialización de la invención original. A través de ellos la Europa 
del Renacimiento, renace» y se reinventa a partir de la invención de América. La 
Edad de Orodel pasado se reinstaura en el presente, el cristianismo primitivo e 
incontaminado de sus primeros tiempos revive en la acción utópica misionera, el 
Paraíso perdido se reencuentra en el «edenismo», la Arcadia clásica reverdece en 
tierra americana, las olvidadas Amazonas de Tracia pueblan la selva continental de 
América del Sur. Los mitos se reinventan —«renacen»— como una consecuencia 
directa de la propia invención del Nuevo Mundo. 
La invención del otro como creación, alegoría, leyenda, fábula, o simple mentira 
inscribe, poco a poco, el Nuevo Mundo en el ideal de un deber ser, mítico primero, 
utópico luego. Esta idealidad se contrapone al ser empírico que la invención 
americana va ratificando al mismo tiempo en el inventario de la nueva realidad 
abordada, vocación etnológica avant la lettre de Cronistas y padres misioneros que 
integra y completa en gramáticas indígenas y detalladas descripciones el «soñar 
despierto» de la utopía. 
Porque es bueno recordar que el discurso utópico tiene su génesis en el 
descubrimiento de la otredad americana y en el principio de la «realidad alternativa 
posible» que le ofrece la alteridad de un continente inédito, lejos de la proyección 
escatológica medieval —la «ciudad de los hombres» opuesta a la Civitas Dei— y 
cerca de la esperanza de construir «el paraíso en la tierra» que ambicionan los 
Príncipes del Renacimiento. 
Esta reflexión especular entre lo real y lo imaginario de Crónicas y Relaciones, 
tensión entre el ser y el deber ser americano se manifiesta en siglos sucesivos en el 
marco de diferentes modelos estéticos, ideológicos y utópicos y se prolonga hasta 
hoy en día en el discurso ensayístico e histórico del continente. Basta pensar en obras 
como No hay tal lugary Ultima Tule de Alfonso Reyes y La utopía de América de 
Pedro Henríquez Ureña 
Los signos imaginarios del descubrimiento 
A partir del siglo XVII inventar supone incorporar nuevos objetos a un catálogo de 
invenciones, cuyas «patentes» y «registros de la propiedad» inscriben legalmente el 
nombre y el apellido de sus inventores respectivos, en general considerados como 
«técnicos» y más tarde científicos o «industriales». Con Descartes y Leibniz la 
acción de inventar se «tecnologiza». El descubrimiento, el hallazgo o el encuentro de 
América, ya no puede ser considerado una invención. 
Sin embargo, en forma simultánea a la invención investida de credenciales 
científicas, la invención significa «fabulación». Inventar significa también fabular, 
imaginar algo que no es verdadero, privilegio de poetas y mentirosos, que se reparten 
ambiguamente la gloria de elaborar el mapa de la geografía mítica y utópica 
americana, lejos de la pretendida «invención de la verdad» de Cristóbal Colón 
La geografía, la historia y la literatura han forjado a través de los siglos una visión 
entrelazada de lo americano, cuyo deslinde por disciplinas no puede ser indiferente a 
la complejidad cultural resultante. La importancia de lo imaginario que precede al 
descubrimiento, la prefiguración inventiva en que se objetiva resulta fundamental 
para comprender la intensidad del encuentro de los dos mundos. 
Los indicios de la existencia de «una cuarta región del mundo» preceden el encuentro 
de América en casi dos mil años y pueden ser rastreados en leyendas, crónicas de 
viajes extraordinarios de la antigüedad, mitos clásicos y fábulas medievales, en los 
versos premonitorios de poetas y en las especulaciones inventivas de cartógrafos y 
astrónomos. El propio Colón los enumera, confronta con la realidad y comenta en su 
obra de madurez, el Libro de las Profecías (1501), cuando ya ha cobrado conciencia 
de haber descubierto un Nuevo Mundo. Allí recapitula el vaticinio del coro de Medea 
en la tragedia de Séneca, los pasajes bíblicos que hablan de las ciudades de la ínsula 
de Ophir, como parte de ese «centón de pasajes de la Biblia y de los Padres de la 
Iglesias que hablan del fin del mundo y de la previa conversión de todos los pueblos 
a la fe, o que hacen mención de Ofir, Tarsis y Quetim, que el Almirante identificaba 
con la Española, o de las «islas del mar», aplicadas ahora a las Indias recién 
descubiertas»5. Poco antes, en el curso de su tercer viaje en 1498, Colón cree haber 
encontrado el paraíso terrenal en la zona de la desembocadura del río Orinoco: «Más 
yo muy asentado tengo el ánima que allí es el Paraíso Terrenal»6. 
En el rastreo de esos indicios y presentimientos surgen las referencias a lugares 
descubiertos por intrépidos navegantes, tierras legendarias que aparecen en 
tradiciones y diferentes culturas con nombres diversos, pero con un fondo casi 
idéntico. También aparecen en el espacio y tiempo del «anhelo», donde se ha 
refugiado y preserva el tiempo dorado de los orígenes o el escenario incontaminado 
 
5 Cristóbal Colón, “Libro de las Profecías”, Textos y documentos completos, 
prólogo y notas de Consuelo Varela, Madrid, Alianza Universidad, 1982, p.261. 
6 Cristóbal Colón, “Relación del Tercer Viaje” (1498)”, Textos y documentos, o.c., 
p.220. 
del Paraíso terrestre pagano o cristiano. Basta pensar en los mitos de la Edad de Oro, 
la Tierra prometidalas Islas Bienaventuradasespacios donde subsiste la felicidad y la 
armonía inicial de la humanidad en su estado puro. Sociedades ideales, climas 
perfectos, cosechas abundantes, árboles cargados de frutos diversos y hombres 
llegando a viejos sin esfuerzo ni trabajo, aparecen en muchas de las prefiguraciones 
de los espacios y tiempos ideales del imaginario occidental. Fábulas, como la del país 
de Jauja o de Cucaña lo hacen a nivel popular; elaboraciones estéticas como la 
Arcadia en la literatura; la preocupación por localizar el Paraíso terrestre en la 
religión. 
En el transcurso de los siglos que separan la Antigüedad clásica del encuentro de 
América, la cartografía mítica y fantástica sitúa estos espacios hacia el Oeste de 
Europa. Incluso el Paraíso Terrenaldel Génesis cuyos signos bíblicos, a diferencia de 
los Paraísos paganos greco-romanos y celtas, se localizan hacia el Oriente, resulta 
accesible por el occidente desde el momento en que se acepta el principio de la 
esfericidad de la tierra. Dante lo sitúa directamente en la cumbre de la isla del 
purgatorio que emerge en el Atlántico sur. 
El misticismo geográfico, el espíritu de aventura que impulsa a los viajeros, —lo que 
Ernst Bloch llama «las utopías geográficas»— las versiones fantasiosas sobre 
territorios lejanos, se mezclan con las discusiones de astrónomos y cartógrafos sobre 
las dimensiones reales del planeta. La necesidad de abrir rumbos hacia los países 
legendarios del occidente no ofrece dudas. Se habla de la Cuarta Parte del mundo 
como de una certeza que sólo falta comprobar. Por ello Alfonso Reyes sostiene que 
América fue una «región deseada antes de ser encontrada», porque «solicitada ya por 
todos los rumbos comienza antes de ser un hecho comprobado, a ser un 
presentimiento a la vez científico y poético» 7. El descubrimiento de América no es, 
pues, obra del azar. «Europa la descubre porque la necesita»,llega a afirmar 
Leopoldo Zea. 
Los ideales que el hombre necesita para vivir deben estar situados en la tierra, en una 
«nueva tierra», en una tierra desconocida donde todo sea todavía posible, aunque se 
pregunten como el recordado Reyes «Ya tenemos descubierta a América. ¿Qué 
haremos con América?» : 
A partir de ese instante el destino de América - cualesquiera sean las 
contingencias y los errores de la historia - comienza a definirse a los 
ojos de la humanidad como posible campo donde realizar una justicia 
más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa y 
mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una Utopía 8. 
Se sospecha entonces que, contra toda teoría cientificista, el descubrimiento no 
destierra la imaginación, sino que, por el contrario, la excita y la motiva. Le da la 
certidumbre y la razón de la que la pura fantasía carece. Apenas descubierta, la 
imaginación convierte a América en esa Tierra Prometida buscada desde tiempos 
inmemoriales. 
 
7 Alfonso Reyes, Ultima Tule, Obras completas, Tomo Xl, p. 29, México, Fondo 
de Cultura Económica; l960. 
8 Alfonso Reyes, Ultima Tule, obra citada, p.57. 
América como contra-imagen de Europa 
El encuentro del Nuevo Mundo es también el resultado y la culminación de un 
presentimiento y un «soñar despierto» presente en el imaginario clásico y medieval. 
Ese deseo y esa necesidad orientan la invención y construcción de espacios que 
deberían ser primordialmente la contraimagen, el reverso de la realidad europea. Su 
estudio, desde la perspectiva del descubrimiento de América, resulta ilustrativo, 
porque todos ellos conforman, conjunta o separadamente, integrados o adaptados con 
tradiciones precolombinas, la primera visión que Europa elabora del Nuevo Mundo. 
Por esta razón, no es exagerado decir que la primera representación de la América 
real y descubierta se forja con las imágenes, símbolos y arquetipos que preceden su 
descubrimiento. Los espacios de la invención convergen desde diversas direcciones 
en la objetivación del territorio americano para investirlo con las virtudes que se 
«anhelaba», al decir de Bloch, encontrar desde tiempos inmemoriales en algún lugar 
desconocido del planeta. En vez de desmentirse en la confrontación con la realidad 
del Nuevo Mundo, los mitos y leyendas del pasado sobre «otros mundos posibles» se 
actualizan. Así, la Edad de Oro que se creía definitivamente perdida illo tempore 
reaparece en el nuevo espacio gracias a su aislamiento e incomunicación, lejos de la 
degradación de la historia en la Edad de Hierro que imperaba en Europa. Los 
espacios imaginarios del Paraíso terrestre y del país de Cucaña se reconocen en la 
abundancia, en el clima y en la vida apacible del Nuevo Mundo. Plantas y animales 
se confrontan con la Historia Natural de Plinio. 
El mito, en vez de desaparecer sumergido en la realidad del territorio conquistado, 
renace, crece y se transforma. A veces cambia de escenario y se hace ubicuo (El 
Doradolas Amazonasla Fuente de Juvencia); otras, simplemente, es releído y, por lo 
tanto, reinterpretado, desde la perspectiva del Nuevo Mundo, como la Atlántida del 
diálogo Critias de Platón 
Haber descubierto América no detiene la invención que había poblado los mapas de 
lo desconocido en la antigüedad y en la Edad Media con la imaginación de 
Occidente. Por el contrario, la excita y parece darle pruebas tangibles para seguir 
justificando la búsqueda del espacio ideal. La invención, en lugar de desmentirse, se 
respalda con el descubrimiento. Basta pensar en el número de expediciones que 
planean las coronas española y portuguesa, pero también los ingleses, alemanes, 
holandeses y franceses, en búsqueda de lo que hoy parecen quimeras: encontrar la 
Fuente de Juvencia el reino del Padre Juan las Siete Ciudades la Sierra de Plata el 
País de la Canela la Ciudad de los Césares el Rey Blanco El Dorado y el País de las 
Amazonas Buena parte de los descubrimientos y exploraciones de vastos territorios 
de América del Norte y del Sur se hacen en nombre de mitos que parecían 
certidumbres. La historia de la frustrada decepción que sigue a cada expedición es, 
en buena parte, la de la expansión y fundación del imperio español. 
La invención confirmada 
El imaginario colectivo occidental transportó al mismo tiempo a territorio americano 
ciudades y proezas de libros de caballería, catálogos de zoología fantástica y de 
botánica aplicada, olvidadas leyendas y tradiciones. Durante los años que siguen al 
descubrimiento, la atención de cronistas y acompañantes de conquistadores se 
concentra en la verificación de esos mitos y en su adaptación americana. El a priori 
del Nuevo Mundo, tal como había sido imaginado inventivamente, impregnó la 
descripción de la realidad develada. Buena parte de la fantasía del viaje imaginario 
de Sir John Mandevillepublicado alrededor de 1355, algunas de las «maravillas« de 
los viajes de Marco Polo otras de las fantasía de las Etimologías de San Isidoro de 
Sevilla las tierras legendarias de los libros de caballería parecen comprobarse en el 
Nuevo Mundo. 
Bernal Díaz del Castillo, al llegar con Hernán Cortés a Tenochtitlán y descubrir los 
blancos edificios de la capital del imperio azteca levantados en una florida laguna, 
creyó «ver las maravillas de Amadís de GaulaGonzalo Fernández de Oviedo afirmó 
que las Antillas en que desembarcó eran las Islas Hespérides las leyendas situabas en 
el límite occidental de la tierra a cuarenta días de navegación de las Islas 
Gorgonas(Islas del Cabo Verde) y en las cuales estaría preservada la Edad de Oro 
paradisíaca. 
Por su parte, el Padre Acosta en la obra De Natura Novi Orbis —que Alejandro 
Humboldt reconociera como la base de la moderna geografía americana— explicó el 
origen de las migraciones humanas hacia el Nuevo Mundo y la diversidad de la flora 
y la fauna del continente a partir del Arca de Noé del Génesis Juan de Cárdenas 
respalda el inventario de su obra Problemas y secretos maravillosos de las Indias 
(1591) con referencias a Plinio, Avicena y Discórides. 
Los ejemplos pueden multiplicarse, pero lo importante es subrayar en los ya 
mencionados el esfuerzo consciente por explicar el Nuevo Mundo a través de 
categorías que lo preexisten y hacerlo inteligible a los demás sin transgredir los 
principios de la invención que lo había precedido. «Los españoles —sostiene Claude 
Levy Strauss— no tratan de adquirir nuevas nociones en América, sino más bien 
verificar antiguas leyendas : las profecías del Antiguo Testamento, los mitos greco-
latinos como la Atlántida y las Amazonas, las leyendas medievales con el Reino del 
Padre Juany la Fuente de Juvencia»9. Este esfuerzo de adecuación de la realidad a un 
imaginario que la precede da como resultado una visión irreal de América que se 
transmite y se repite en los años que siguen al descubrimiento y conquista. 
Muchos de esos caracteres, algunos ambivalentes y contradictorios, superviven en las 
ideas sucesivas que se repiten sobre América y lo americano y se ponen de 
manifiesto en la representación, cuando no el estereotipo, de lo que se entiende en la 
actualidad por identidad latinoamericana.. Lugares comunes sobre América —el 
continente «nuevo» y del «futuro», la «juventud» del Nuevo Mundo, el territorio 
lleno de «posibilidades», la tierra de lo «real maravilloso» o del «realismo 
mágico»— se repiten no sólo por los europeos desde visiones lejanas y esquemáticas, 
sino por los propios latinoamericanos. La idea sobre el «destino manifiesto» al que se 
cree predestinado el continente o el voluntarismo con que se reivindica el derecho a 
una auténtica utopía americana, marcan la tensión entre la realidad y la América 
idealizada, aunque la realidad cotidiana hecha de desigualdad social, miseria, 
injusticia, dependencia, inestabilidad y explotación la siga desmintiendo. 
Un nuevo vivero de imágenes 
«América no era otra cosa que el ideal de Europa.En el Nuevo Mundo solo quería 
ver lo que había deseado que fuera Europa» ha escrito Leopoldo Zea10. En ese 
territorio virgen y sin historia, aunque civilizaciones milenarias probaran 
ostensiblemente lo contrario, se podría (mejor aún, se debería) rehacer el mundo 
occidental. El futuro americano se tiñe desde su incorporación a la historia universal 
con las nostalgias del pasado europeo. Nostalgia que no es otra que : 
 
9 Citado por Marianne Mahn–Lot, La découverte de l'Amérique, París, 
Flammarion, l970, p. 90. 
10 Zea, Leopoldo; América en la historia. Madrid, Revista de Occidente,1970; 
pag.15 
 La disposición de espíritu que reencuentra por vías mentales los 
sentimientos y los estados de alma ya conocidos, es decir, lo vivido 
en lo imaginario colectivo europeo 11. 
En cierto modo, Occidente no habría emprendido el descubrimiento de un Nuevo 
Mundo, sino «un retorno a sus orígenes orientales más allá de las aguas primordiales 
del Océano» 12. La Edad de Oro y el Paraíso terrestreque creyeron encontrar no hizo 
más que exorcisar la verdadera realidad. Gracias a la intensidad de esa evocación 
nostálgica, América pudo aparecerse como la suma de las perfecciones, como una 
auténtica Tierra de Promisión 
Por la simple terapia de la lejanía que facilitaba la ruptura de cruzar el Océano 
Atlántico, el pasado volvía a ser posible en el futuro, repetición cíclica de un tiempo 
perdido que el descubrimiento de América actualiza. El mito de la Tierra 
Prometidase alimenta de esta idea y juega un papel fundamental en la representación 
del Nuevo Mundo que se forjan pioneros y emigrantes, no sólo en el período 
colonial, sino hasta nuestros días.. 
En nombre de «la invención de América», sueños sociales colectivos europeos 
tomaron consistencia en el Nuevo Mundo y se organizaron en conjuntos coherentes 
de ideas-imágenes, muchas veces contradictorias entre sí : la cruz que revive el 
Paraíso terrestrese ve confrontada a la espada que busca el Dorado; el ocio y la 
abundancia de Jauja al severo principio bíblico de «ganarás el pan con el sudor de tu 
frente» en el que creían los constructores de la Nueva Jerusalénen tierra americana. 
Lo que importa subrayar es que América, a partir de su descubrimiento, se convierte 
en «un nuevo vivero de imágenes», utilizando la feliz metáfora de Lezama Lima: 
«Desde su incorporación a la historia occidental, el Nuevo Mundo entrelaza 
íntimamente el mito clásico y la nueva utopía» 13. Porque, si bien «no se puede 
entender América si se olvida que somos un capítulo de la historia de las utopías 
europeas» —como ha escrito Octavio Paz— estudiar la utopía supone, estudiar 
además una forma de permanencia de antiguos mitos. Porque son justamente los 
mitos europeos transplantados a América los que permiten el nacimiento de la utopía 
renacentista. 
La construcción de la utopía 
Los relatos y crónicas americanas que llegan a la convulsionada Europa de la época 
influyeron directamente en los autores de lo que fue un nuevo género —el utópico— 
a partir de la publicación de Utopía en l5l6. El propio Moro habría tenido en cuenta 
De Orbe Novo de Pedro Martir publicado en 1511 y las cartas de Américo Vespucci 
reunidas en el Quattuor Navigationesque circulaban en Europa en esos mismos años. 
La alteridad americana propiciaba una reflexión sobre un otro posible, alternativa a 
 
11 "Utopie: cocagne et ^age d'Or" por Alexandre Cioranescu, revista Diogène No 
75, Unesco/CIPHS, París,l971; pag, 86-l74 
12 Jean Servier, Histoire de l'utopie (París, Gallimard, 1967); pag.122 
13 En América, en los primeros años de la conquista —recuerda José Lezama 
Lima— «la imaginación no fue "la loca de la casa" sino un principio de 
agrupamiento, de reconocimiento y legítima diferenciación». El Cronista de 
indias lleva la novela de caballería al paisaje. Flora y fauna son objeto de 
reconocimiento en relación con los viejos bestiarios, fabularios y libros sobre las 
plantas mágicas. La imaginación va estableciendo las semejanzas. (José Lezama 
Lima, La expresión americana, Santiago de Chile, Ed. Universitaria, l969). 
lo existente que se presentaba como una construcción racional y elaborada y no 
únicamente como la transposición de los mitos clásicos que acompañaban el proceso. 
El género utópico se difunde al mismo tiempo que la conquista de América se 
acelera. Uno y otro se acompasan, en un progresivo movimiento pendular entre 
teorías sobre mundos imaginarios y lo que fue la práctica de la conquista y la 
colonización. América vive entre las geométricas conceptualizaciones sobre países 
de «ninguna parte», «nuevas Atlántidas«Oceanías«Ciudades del So» y las 
expediciones que se multiplican a los rincones más aislados del continente, muchas 
veces tras las huellas de un mito o de una leyenda. Mito y utopía superviven en 
experiencias paralelas, tangenciales o superpuestas y pueden reconocerse en diversos 
momentos de la historia del siglo XVl. 
Aunque los textos de la antigüedad clásica, medieval y religiosa, siguen estando en el 
origen de muchos descubrimientos, va siendo cada vez más evidente que la nueva 
discusión que se instaura con el encuentro de un Nuevo Mundo gira alrededor de 
como organizarlo y administrarlo. Utopía que es, antes que nada, una formulación 
teórica y orgánica de una sociedad ideal al modo como lo había sido La República de 
Platónsustituye poco a poco, los mundos imaginados a priori. 
El mundo ideal no existe per se. La otra realidad hay que construirla con esfuerzo a 
partir de un proyecto. El mito clásico y la escatología cristiana que suponían otro 
mundo existente en alguna parte y al que únicamente habría que acceder por la 
revelación del lugar donde se esconde, ceden a la propuesta de la construcción 
utópica. «Se trata del hombre que juega a ser Dios, no del hombre que sueña con un 
mundo divino», ha resumido Raymond Ruyer14. No es exagerado decir que gracias 
al encuentro de un Nuevo Mundo el hombre occidental desarrolla la condición 
demiúrgica y antropocéntrica que descubre con el Renacimiento. 
Desde el momento de la irrupción del discurso utópico, el sentido de la búsqueda 
original del Paraíso terrestre cambia radicalmente de contenido, aunque la intención 
siga siendo la misma. Ya no se trata de recuperar los restos de una Edad de 
Oropreservada por milagro en algún rincón americano. Con la utopía se apuesta al 
futuro a partir de un territorio nuevo, pleno de posibilidades. Se trata de organizar 
una sociedad ideal, con seres humanos reales y de recoger el desafío práctico de 
oponer a la conquista puramente militar y al dominio indiscriminado del nativo, una 
sociedad alternativa justa e igualitaria, lejos de la corrompida Europa. De allí el 
interés que provoca el descubrimiento de América. En lugar de terminar el proceso 
de búsqueda del Edén, la verdadera empresa de instauración de la utopía recién 
comienza. «El hombre con su mano puede crear una segunda naturaleza», afirma 
Fray Luis de Granada 
La utopía transfiere al hombre el deber y la responsabilidad de transformar el mundo, 
privilegio que había sido en el pasado exclusividad de los dioses. El hombre puede 
hacer todo, prever y, sobre todo, organizar la nueva realidad. El proyecto utópico 
será, por lo tanto, esencialmente organizativo. Establecerá sus fines últimos con sus 
propios medios. Pero esta ya son otras modalidades de la invención utópica de la 
realidad, lejos del desconcierto inicial del encuentro de dos mundos que propicia 
Cristóbal Colón, tan diversos en sus orígenes, pero tan ligados en su destino a partir 
de 1492. �� 
 
 
14 Raymond Ruyer, L'utopie et les utopies, París, PUF, l950 p.9.

Continuar navegando