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El folletín-Jorge Rivera
El folletín que tiene sus orígenes a principios del s.19 en la prensa francesa, estaba destinado a ofrecer,
en forma fragmentada, relatos de viajes, memorias e historias melodramáticas. Sus características
prendieron rápidamente en el Río de la Plata.
Hacia mediados de la década de 1830,, años de transición entre los gobiernos de Balcarce y Viamonte y
el ascenso de poder de Rosas con la suma del poder publico surge un conflicto entre la vieja librería
popular a la española y la librería moderna romántica (Sue, Dumas, Cicerón, Cervantes, Rousseau). La
literatura caballeresca, que venía reproduciéndose desde el S.15, estaba quedando eclipsada por el
advenimiento de una nueva literatura que tiene que ver con el desarrollo de la industria cultural y con
las nuevas postulantes estéticas e ideológicas del Romanticismo.
La mayoría de los textos importantes o significativos de la literatura argentina del S.19 fueron editados
como folletines periodísticos. Así “Facundo” apareció en 1845 como folletín de “El Progreso” de
Chile, “Soledad” de B. Mitre, 1847 en “La época” de La Paz, “Una excursión a los indios ranqueles”,
1870 en “La Tribuna”
En cambio, la literatura gauchesca se mostrará mas apegada a las clásicas formulas populares y
tradicionales de la literatura de cordel española.
El folletín prospera en la mayoría de nuestros periódicos, ofreciendo títulos de autores franceses y
españoles, como Manuel Fernandez y Gonzalez, publicados en La Nación.
Entre los autores argentinos que publicaron por entregas en la década de 1870, se encuentran: Eduardo
Holmberg, Luiz Varela, y Hector Varela, que se apartaran del reformismo de Sue, del romanticismo
histórico de Dumas y el sentimentalismo de alcoba romántico. Ellos van a incursionar en lo policial, la
anticipación científica, lo fantástico, la intriga y la aventura, siguiendo las lineas del folletín francés
del segundo imperio, con sus autores que escriben especialmente para los diarios y los temas que
desdeñan lo social e inclusive lo sentimental para apelar, en cambio al misterio, lo excepcional, el
vampirismo, los asuntos judiciales, las escenas de la vida criminal.
Eduardo Gutierrez, autor de Juan Moreira (1879) que había participado de la campaña contra el indio,
hacia 1880 se desempeñaba como folletinista y colaborador periodístico en varios diarios. Para su
folletín se apoyará en la verosimilitud periodística y en la re elaboración imaginaria y romancesca
(típica de la novela)
El éxito de Juan Moreira dará lugar a una serie de folletines que abordaron la temática gauchesca, los
episodios históricos y los casos policiales y criminales de la época: El Chaco, Don Juan Manuel de
Rosas, La mazorca, El puñal del tirano, entre otros.
Cuenta con un publico popular que comienza a configurarse a partir del nuevo sesgo “modernizador”
que adquiere la sociedad argentina, produciéndose un complejo movimiento de circulación,
condicionamiento e interdependencia.
Para algunos sectores criollos la producción gauchesca e histórica de Gutiérrez será confirmadora y
reforzadora de actitudes sociales y culturales básicas, a la vez que reafirmadora de cierta interpretación
de la historia argentina, volcada en este caso a reforzar la ideología del porteñismo anti-roquista.
Para otros sectores, principalmente de origen inmigratorio reciente, la producción de Gutiérrez y sus
derivaciones. actuarán en lo fundamental como modelo aculturador, con una fuerte y sugestiva
capacidad de captación.
Para los sectores más populares, en algunos casos recién llegados al consumo literario, la producción
del autor de Juan Moreira constituye "la literatura" por excelencia y este dato adquiere particular valor
en una etapa en la que -frente al advenimiento de ese mismo público y lo que representa socialmente-
comienza a desintegrarse (o a recomponerse) la anterior unidad del campo (verificada en torno al
modelo de la novela romántica y a la idea de un público más restringido), y se advierte, por una parte,
la eclosión de nuevas formas narrativas como la novela "naturalista" (discutida por su crudeza, pero
aceptada, en última instancia, como una literatura prestigiada por su origen científico), y por otra la
presión de modelos de "gran lectura" de neto cuño diferenciador y elitista, tales como el que describe
Mansilla, en la mejor cuerda "ochentista", al hablar de sus autores preferidos: La Biblia, Homero,
Shakespeare, Cervantes, Rabelais, Moliere, Spinoza, Voltaire, Víctor Hugo, etc.
Frente a su nuevo público criollo-inmigratorio, Eduardo Gutiérrez elige las viejas constantes
románticas y folletinescas de la emoción, el sentimentalismo, la intriga, la truculencia, la afición a lo
extraordinario, el suspenso y las muertes heroicas.
Gutiérrez, autor, está ligado sentimental y políticamente a una imagen del país anterior al proyecto del
80, en tanto "porteñista" y "anti-roquista".
La postura ochentista frente a este tipo de literatura fue: subestimarla por su origen periodístico
(como si una parte elocuente de la mejor literatura moderna, desde Balzac a Dostoievski, no tuviese
ese origen); enjuiciarla por su aparente descuido lingüístico (cuando la labor de Gutiérrez en ese plano
es cuidadosa y se limita a la plasmación de un lenguaje sencillo, vital, no demasiado alejado de las
normas castizas); expedirse peyorativamente a propósito de sus lectores (descriptos como "clase
inferior"); sustentar la superchería seudocientífica que convierte a estos textos en responsables del
aumento de la inmoralidad y la criminalidad ambiental (cuando las costumbres electorales de la época
y los escándalos financieros que desembocan en la revolución del 90 parecían tener otros orígenes
menos literarios)
Hacia fines del S.19 y principios del S.20 los tipos, temas, ambientes y personajes de los folletines
de Gutiérrez sufrieron un desplazamiento hacia un producto mas afín a literatura de cordel francesa y
española que con los mecanismos de la prensa diaria.
Es asimismo contemporánea de la folletería gauchesca y criollista una segunda línea de folletos
"lunfardescos", en la que se especializaron prácticamente los mismos editores, con títulos como Los
canfinfleros o los amantes del día, de J. López Franco, La biaba, Las aves nocheras, Los verdaderos
cuentos del tío, etc.; y una tercera línea de folletería colichesca o "giacumina", que remeda
fundamentalmente el habla de la inmigración de origen italiano.
Así como la figura de Eduardo Gutiérrez puede representar al prototipo del folletinista, la de
Silverio Manco puede ser elegida como arquetipo del escritor de folletería popular. Bautizado como "el
bohemio cantor de los humildes", fue poeta, payador, periodista, actor, director de conjuntos nativistas
y pionero de la radiotelefonía. Colaboró en Crítica, Canta Claro, Ultima Hora, Sherlock Holmes, Vida
Porteña, El Alma que Canta, La Canción Moderna y La Pampa Argentina, cuyas páginas dirigió
durante algún tiempo. Su dilatada bibliografía folleteril se inicia en 1907 con Ayes del corazón, y
abarca poemas de tipo gauchesco reelaboraciones de Gutiérrez, viñetas de costumbres camperas, junto
con textos de prosapia lunfarda como los que recogió en 1923 en El arrabal porteño.
Sus obras están destinadas, fundamentalmente, a la nueva capa de lectores urbanos que ha venido
desarrollándose a favor del proceso de modernización, crecimiento demográfico y alfabetización
impulsado desde el 80. Nueva capa de lectores, o de espectadores, que ha hecho sus primeras armas
culturales con los folletines de Gutiérrez, las décimas criollas de Pepino el 88, los payadores de
almacén, el tango primitivo y los dramas gauchescos de los hermanos Podestá.
El folletín criollista -con editores y autores de apellido ítalo-argentino- cumplió un vigoroso papel
como espontaneo e imprevisto vehículo de transculturación con respecto , a los nuevos contingentes
inmigratorios a los que transfirió, idealizándolos, ciertos valores vitales de la tradición nacional.
Que el papel transculturador era en verdad importante (y al mismotiempo alarmante, por su
espontaneidad, para los mentores pedagógicos y culturales de la Generación del 80) se colige de las
temperaturas críticas de Cañé, Navarro Viola, García Mérou y Ernesto Quesada, quienes vieron con
preocupación la creciente influencia de una literatura "bastarda", manipulada por "advenedizos",
"estrágadora"de la norma lingüística, frente a los modelos normativos que impulsaba e inclusive frente
a la literatura "nativista" que cultivan los Obligado, Leguizamón, Domínguez, Mitre etc. No supieron
ver, sin embargo, por atavismo social o por incapacidad histórica, su vitalidad, su representatividad, su
peculiar carácter artístico, todas las notas positivas que la inscribían -más allá de fealdades e
impurezas reales- en el amplio campo de una larga tradición cultural que combinaba antiguas y nuevas
savias populares.
En cierta medida, las colecciones de quiosco que comienzan a prosperar a partir de 1917 —nos referimos
a publicaciones periódicas del tipo de La Novela Semanal— rompen con algunas de las convenciones
clásicas del folletín tradicional y con el tono general de la folletería criolla y arrabalera de comienzos de
siglo. El material, en primer término, no se ofrece "por entregas", ya que cada nú meo contiene, por el
contrario, un relato unitario de mediana extensión. El tono, el lenguaje, los personajes y las situaciones, a
su vez, sin perder coloratura nacional, tienden a aproximarse a modelos literarios más universales y a
formas narrativas más actuales, emparentadas en algunos casos con el naturalismo y el realismo, y en
otros con el modernismo y con un aura vagamente "decadente", si bien abundan, como ya veremos, las
expresiones del más rancio sentimentalismo romántico y bovaryano.
Este tipo de publicaciones, cuyo primer antecedente son las Ediciones Mínimas (1915-1922), dirigidas
por Ernesto Morales y Leopoldo Duran, abarcará fundamentalmente el período 1917-1924, con algunas
expresiones rezagadas que llegarán hasta comienzos de la década del 30, y una veintena de títulos
representativos, entre los que se destacaron las ya mencionadas Ediciones Mínimas y otros como La
Novela Semanal (1917-1922), El Cuento Ilustrado (1918), La Novela del Día (1918-1924) y La Novela
Universitaria (1921-1922).
De aparición semanal o quincenal y muy bajo precio (0,10 centavos), los delgados cuadernillos de La
Novela Semanal y El Cuento Ilustrado, eran dirigidos respectivamente por Miguel Sans-Armando del
Castillo y por Horacio Quiroga.
Se probó, por ejemplo, la fluidez y viabilidad del quiosco como punto de venta alternativo, frente a
la mayor rigidez y a la excesiva especialización de la librería. Quedaron asimismo en claro las
ventajas de los grandes tiradas, con su consiguiente abaratamiento de costos y precios de tapa.
Publicaciones como El Cuento Ilustrado, la colección dirigida originalmente por Quiroga, recurrieron
a los servicios de dibujantes que habían colaborado activamente en los magazines y revistas populares
de la etapa anterior. Los lectores de los novelines semanales serán fundamentalmente empleados y
estudiantes, pertenecientes en su mayoría a las capas medias y ya inscriptos en una cierta tradición de
lectura.
Ya hacia 1930, el folletín serán adaptado para ser parte del radioteatro gauchesco en pleno auge de
la radio.

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