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Historia de la filosofía antigua y medieval La filosofía en la Edad Media Tema 6. Cristianismo y filosofía: San Agustín I. Presentación Lo que caracteriza a la Edad Media en el plano intelectual –esto es, en lo que respecta a la historia de las ideas que la sostienen y la atraviesan- son los constantes intentos de conjugar –mezclar, combinar, trenzar, entrelazar- la Religión Cristiana (cuyo lugar y papel fue cada vez más relevante) con la Filosofía Griega. Los dos principales autores de este periodo –históricamente decisivos en la medida en que aún hoy la Iglesia Católica y todo lo que la rodea se nutre constantemente de su legado- son San Agustín (siglo IV-V) y Santo Tomás de Aquino (siglo XIII). La propuesta de San Agustín consistió en entrelazar la filosofía platónica con el naciente cristianismo; en cambio Santo Tomás consideraba que el cristianismo encaja mejor con la filosofía aristotélica. En términos generales en la Edad Media la filosofía griega (una explicación del mundo organizada desde coordenadas o parámetros racionales) es considerada un instrumento al servicio de la única “religión verdadera” (aquí una religión tan peculiar como la religión cristiana: monoteísta, creacionista, en la que Dios se encarna en un ser mortal, orientada preferentemente a promulgar normas de conducta que deben regular la vida moral de los creyentes, centrada en la promesa de la resurrección y en el rechazo del mundo como fuente del pecado, etc.). En el fondo, cabe preguntar, ¿para qué necesitaba la religión cristiana a la filosofía griega? ¿es que no se basta y se sobra a sí misma sin acudir a elementos extraños? La filosofía griega resultó necesaria para, por expresarlo así, defender los contenidos de la fe con la razón, es decir, con elementos recogidos de la filosofía griega (de esta, desde luego, solo se acepta aquello que, mejor o peor, encaja con la fe cristiana: lo demás es desechado y olvidado). Dicho sea rápidamente –pues se trata de un complicado asunto histórico que requiere una exposición detallada-: el camino del cristianismo hacia la ortodoxia doctrinal fue arduo, largo, tortuoso, vacilante (y en él la filosofía tuvo también un relevante papel). En las brillantes clases del profesor Quintín Racionero recogidas en el libro-dvd La inquietud en el barro. Lecciones de historia de la filosofía antigua y medieval. Tomo II: el mundo medieval, ed. Dykinson, se expone este importante asunto con detalle, rigor y amenidad; también es recomendable el libro de Antonio Piñero Los cristianismos derrotados, ed. Edaf. En la constitución de la “ortodoxia cristiana” fueron quedando por el camino – apartados, orillados de la corriente principal, expulsados- una gran cantidad de contenidos religiosos y morales, y, también, muchas ideas cosmológicas de calado filosófico (como resulta patente en el llamado “gnosticismo”). Fue así como poco a poco se fue trazando una línea cada vez más rígida e inamovible entre la ortodoxia –defendida a capa y espada y con el uso de la fuerza y la violencia cada vez que hizo falta- y las doctrinas heterodoxas, las herejías (perseguidas hasta ser aniquiladas). Baste recordar que los cuatro evangelios que componen el Nuevo Testamento fueron seleccionados entre muchos más (considerados, una vez se consolidó esa elección, “evangelios apócrifos” y, por eso, destruidos –si se han conservado en parte se debe a avatares históricos muy largos de reseñar). Volvamos a la idea inicial: el Cristianismo, con el fin de ganar enjundia y consistencia, tuvo que recurrir a tesis procedentes de la Filosofía Griega (principalmente de Platón y de Aristóteles, aunque también de la escuela estoica). La fe, para articularse con coherencia y para blindarse, tuvo que acudir a la razón. Esto marcó en su corazón mismo la vida intelectual de la Edad Media. Si se pregunta: ¿encajan de verdad la Filosofía Griega y la fe cristiana? Una respuesta prudente es: “encajan a medias” o “sí, pero no”. Pondremos un ejemplo significativo que apunta hacia un asunto espinoso que dio enormes quebraderos de cabeza a los teólogos cristianos. La tesis básica de las dos cimas de la Filosofía clásica griega, Platón y Aristóteles, decía, simplificándola mucho, lo siguiente: como fundamento último del mundo de los fenómenos, como garantía de su orden y puntal de su regularidad a todos los niveles (el científico, el político, etc.), hay un único y eterno reino ideal de Esencias (la discrepancia entre Platón y Aristóteles se refiere a lo siguiente: ¿es ese inamovible reino ideas de esencias o de formas trascendente y separado o está inmanentemente embutido en el propio mundo de los fenómenos?). Ningún teólogo cristiano –desde la Patrística hasta Santo Tomás de Aquino- nunca discutió seriamente esta tesis procedente del núcleo de la filosofía griega pues entendían que si faltase ese reino ideal de esencias que constituye el armazón último del mundo éste se desmoronaría y todo caería en el desorden, arrastrado por un caos irremediable. Ahora bien, los teólogos cristianos tenían que conjugar esta tesis filosófica con dos pilares básicos de la fe cristiana: la omnipotencia de Dios y la creación del mundo desde la nada. ¿Encajan ambas con la tesis platónico-aristotélica que estamos considerando? En el mejor de los casos solo puede decirse que “encajan a duras penas”. Tanto San Agustín como Santo Tomás –entre muchos otros teólogos cristianos- afirman, con matices distintos, desde luego, que las Ideas (los Modelos o los Arquetipos de todas las cosas “creadas”) residen en la “mente de Dios”. ¿Dónde está el problema? Si Dios “creó” el mundo entero –con todas sus criaturas- siguiendo esas Ideas o Esencias o Formas más que un creador omnipotente que crea desde la nada se parece a un artesano o un arquitecto (que fabrica un artefacto siguiendo al pie de la letra las instrucciones de un prototipo o de un dibujo o de un plano). Los teólogos cristianos, justo es decirlo, desplegaron un enorme ingenio para que pareciera que aquí nada chirriaba, pero es dudoso que consiguieran solucionar el problema de un modo satisfactorio y convincente. Este es solo un ejemplo entre otros muchos –podrían mencionarse otros: ¿cómo surge el mal en el mundo si todo ha sido creado por un único Dios supremamente bondadoso? ¿si Dios ya sabe desde siempre qué alma va a salvarse y cuál se condenará en el fuego del infierno puede decirse que los hombres son libres auténticamente? Etc.-. Las dificultades de fondo de la pretensión de conjugar la Filosofía Griega y la Religión Cristiana tarde o temprano terminan despuntando, y fue esto lo que, ya al final de la Edad Media, caracteriza al intento de varios autores del siglo XIV de articular una religión cristiana que solo se sustentara en la fe sin acudir ya a la razón (y este es el núcleo mismo, por otro lado, del Protestantismo en sus distintas versiones). Apunte sobre los llamados en general “Padres de la Iglesia”. Cabe distinguir entre los Padres apostólicos y los Apologistas cristianos. Padres apostólicos: se llama padres Apostólicos a aquellos padres de la Iglesia que tienen cercanía inmediata con los apóstoles, por lo que cronológicamente se ubican en el siglo I y primera mitad del siglo II. Sus escritos son respuestas a comunidades eclesiales en forma de cartas, documentos o recomendaciones, la mayoría del contenido es moral antes que doctrinal, por lo que su estilo es sencillo y directo, ya que iban dirigidas a comunidades con situaciones específicas. Entre estos escritores se cuenta a san Clemente de Roma, san Ignacio de Antioquía, san Papías de Hierápolis, san Policarpo de Esmirna y, entre los escritos sin autor conocido, la Didaché, la Carta a Diogneto y el Pastor de Hermas. Apologistas cristianos: a partir de finales del siglo III se pierden los testimonios directos de la vida de Jesús y de la épocaapostólica con la muerte de los discípulos de los apóstoles. Los escritores sagrados, desde la muerte de esta generación, solo tuvieron el testimonio de las Sagradas Escrituras, y de la Liturgia y la Tradición mantenida en cada una de las Iglesias particulares. Estas primeras generaciones de escritores cristianos vivieron en periodos de persecución y se les conoce como «Apologistas» por la defensa que hacían del cristianismo frente a gentiles y otras doctrinas de la época. Entre ellos destacan san Justino, san Ireneo de Lyon, san Hipólito de Roma, Novaciano, Tertuliano; formando la Escuela de Alejandría, Orígenes —el padre de la Teología—, san Panteno, san Cipriano y san Clemente; y, de la Escuela de Antioquía, san Luciano. II. San Agustín y el neoplatonismo cristiano El complicado empeño medieval siempre fue el mismo: traducir a coordenadas filosóficas los contenidos de la fe cristiana, defender racionalmente esa fe, dar razón de la religión desde la filosofía griega. Un empeño que siempre tenía claro, por supuesto, que lo primero y prioritario es la fe y la religión: la razón, la filosofía, deben subordinarse a ambas. ¿En base a qué entendían que ese empeño no es imposible o descabellado? El monoteísmo afirma un único Dios como fundamento del mundo, Dios es a la vez la causa creadora –la causa eficiente- y la causa final (responsable del orden teleológico del mundo); un Dios único implica que hay una y solo una Verdad, un único Bien, una Belleza única –y es esto lo que, en principio, al menos aparentemente o en primera instancia, encajaba con el legado platónico y aristotélico (ambos postulaban un y solo un reino ideal de esencias eternas que subyace al mundo de los fenómenos y que lo dota de fundamento, orden, regularidad, consistencia). En la Edad Media, por lo tanto, la filosofía estuvo al servicio de la teología cristiana (o, también, de otras teologías monoteístas –judía o árabe). Esto, por otro lado, no fue exactamente inocuo respecto a la propia teología, tuvo al menos una consecuencia: la teología se desdobló en dos mitades, una teología racional (basada en la argumentación y la prueba) y una teología revelada (sostenida a través de la lectura e interpretación de las Sagradas Escrituras). En qué afectó al desarrollo de la filosofía el auge del Cristianismo: en que durante siglos (hasta el Renacimiento y los albores de la Modernidad) se sostuvo que sin la Teología la filosofía estaría desorientada, desnortada, carente de meta y propósito, perdida y huérfana. San Agustín Durante los primeros siglos del cristianismo la posición dominante o preponderante de la religión cristiana respecto a la herencia griega (filosófica, científica, artística, ética, etc.) fue de directo rechazo, de repudio frontal. Esto se expresa perfectamente en la frase del abogado romano Tertuliano proferida, una vez se convirtió al cristianismo, con ímpetu y fuerza seductora: “creo porque es absurdo” (“credo quia absurdum”; en la interesante película de Alejandro Amenábar Ágora estrenada en 2009 se muestra con plasticidad, centrándose en el caso de Hipatia de Alejandría, en qué consistió, en términos culturales e intelectuales, el ascenso de la religión cristiana -¿por qué esta película tiene ese título, enteramente adecuado a su contenido profundo? Merece la pena reflexionar sobre ello). Esta posición extremadamente beligerante contra la herencia griega fue remitiendo poco a poco conforme el cristianismo fue dejando de tener una papel subordinado (cuando ya ocupaba el centro de la escena no tenía necesidad de vilipendiar aquello que había vencido en su núcleo mismo – siendo eso “vencido” el “ágora”, nada más y nada menos, es decir, el núcleo de la Ciudad cuando esta se articula desde y se orienta por la “razón”). Desde entonces sucedió lo siguiente: la religión cristiana comenzó decididamente a asimilar elementos de la filosofía griega. Este cambio se reflejan con nitidez y peculiar vigor en el obra de San Agustín: en ella el “creo porque es absurdo” (o sea, la fe no debe nada a la razón y nada tiene que aprender de ella) es desplazado y sustituido por un “creo para entender” (“credo ut intelligam”). ¿Qué significa esta nueva dirección? Que la fe cristiana –manteniendo su prioridad, su superioridad- puede incorporar en su seno aquellos elementos de la filosofía griega que la ayuden a reforzarse, articularse, ganar vigor y obtener coherencia. Fue esto precisamente lo que ensayó San Agustín, y en ese intento arraiga su relevancia histórica. San Agustín –siguiendo desde luego tradiciones anteriores- concibió el alma humana como una “interioridad”, algo interno, interior (aquí está, por otra parte, un antecedente de las ideas modernas de “mente” y de “conciencia” –como bien se ve en autores Descartes). Esta concepción encaja como un guante con el ideal de vida central y principal en el cristianismo (un ideal común, habitual, en el helenismo –y derivado del ocaso del “ágora” en la Ciudad): la vida monacal, la vida retirada cuyo lugar propio es el Monasterio (el cuerpo del hombre está atrapado en el mundo, disperso en él, desgarrado por constantes tentaciones; el alma humana, al contrario, es pura intraversión, está concentrada hacia dentro, logra por ello –cuando se descorporiza- desasirse del mundo y lo mundano alcanzando así el sosiego, el reposo, la armonía, la paz). El hombre religioso, el que sitúa en el centro de su vida la fe cristiana, es el hombre de la “interioridad”. ¿Qué encuentra el hombre cuando se adentra en sí mismo? No solo la soledad, el simple estar consigo mismo, ¿por qué? Porque en el fondo del interior del hombre reside algo que le excede, le trasciende y sobrepasa, le precede: Dios mismo. Este es el contenido de una célebre frase de San Agustín: “no mires fuera de ti, en el hombre interior habita la verdad” (y la Verdad para la fe cristiana es el único Dios verdadero, el Dios de la predicación de Jesucristo –el hijo de Dios, que muere y resucita). Coherentemente con lo que acabamos de exponer San Agustín sostuvo que el conocimiento de la verdad (de cualquier verdad, sea científica, filosófica, religiosa) ocurre gracias a una iluminación divina: Dios –cuando el hombre consigue olvidarse de su cuerpo y apartarse del mundo sensible- alumbra el interior del alma humana y esta, así, capta intuitivamente (es decir, de manera inmediata y directa) la esencia eterna de eso que está considerando e intentando conocer (la “teoría de la iluminación” es una elaboración peculiar de la teoría platónica de la reminiscencia). San Agustín trató de conjugar –como muchos otros teólogos medievales- la tesis platónica de que solo hay un reino ideal de esencias eternas que subyacen a todas las cosas con la afirmación religiosa de que Dios, en razón de su omnipotencia, creó el mundo desde la nada (a partir de ahora las Ideas residen en Dios, están en su ‘mente’). Uno de los temas –complejo, difícil- sobre el que caviló San Agustín se centran en la conexión entre Dios, el mal y la libertad humana. Resumimos sus conclusiones: es evidente que hay “mal” en el mundo, un mal que adopta múltiples concreciones; si un único Dios ha creado absolutamente todo parece entonces que el mal también es una obra suya y esto provoca en el creyente una profunda perplejidad que socava la base de su fe: ¿cómo un Dios que es supremamente bondadoso crea el mal que asola el mundo y daña a los hombres? ¿Cómo se enfrenta y cómo solventa San Agustín esta dificultad inherente al monoteísmo? Diciendo lo siguiente: el mal es solo “ausencia de bien” (una privación, un no-ser), y por ello no es propiamente algo que provenga de Dios. ¿Cuál es entonces el origen del mal? La libertad humana, el libre albedrío del hombre. ¿Cuándo surgió el mal? Cuando el primer hombre desobedeció la Ley de Dios. Sucede así que la libertad pura y plena consiste exclusivamente enobedecer la Ley de Dios, en seguir al pie de la letra lo que “Dios manda” (y es la Iglesia la depositaria única de esa Ley –por eso el creyente debe obedecer al sacerdote, al obispo, al Papa, es decir al conjunto de la la autoridad religiosa). Esta obediencia a la Ley de Dios es en el fondo el único camino hacia la salvación del alma. El cristianismo insiste en que la felicidad nunca puede tener lugar en este mundo. La felicidad completa, y por eso el fin último del hombre, solo puede lograrse fuera de este mundo, en una dimensión ultraterrena o ultramundana: tendrá lugar cuando el alma –sin la interferencia del cuerpo- contemple a Dios, consiguiendo así el gozo supremo, la dicha plena. Destacaremos para terminar dos ideas más de la propuesta de San Agustín. En su obra La Ciudad de Dios distinguió y estableció una jerarquía entre dos ciudades dramáticamente contrapuestas: la ciudad de los hombre –una ciudad inferior- y la Ciudad Celestial (esta distinción elabora la diferenciación platónica entre el mundo sensible y el Mundo Inteligible, el mundo de abajo –el interior de la caverna- y el mundo de arriba). La ciudad terrenal es la ciudad del conflicto, de la lucha, del egoísmo, de las tinieblas. La Ciudad de Dios es el lugar de la Verdad, el Bien, la Belleza, el reino de la Luz. Pero San Agustín no solo trazó una diferencia entre ambas ciudades: añadió una tesis que será retomada –con matices nuevos, desde luego- por el pensamiento moderno: las dos ciudades, inicialmente distanciadas o separadas por un abismo, paulatinamente, en el curso de la Historia Universal, se van aproximando, lentamente, paso a paso, poco a poco, y lo hacen hasta que, al final de la historia (con la segunda venida de Jesucristo, el Juicio Final, etc.) se instaure en la tierra el reino de Dios sucumbiendo definitivamente la ciudad de los hombres. Tenemos aquí un antecedente de la idea moderna de que la Historia de la Humanidad es la Historia del Progreso: una historia lineal de mejora, un curso ascendente de perfeccionamiento (en la Antigüedad la concepción cíclica y circular del tiempo impedía expresamente una idea de este tipo). El “plan de Dios” (de un Dios “providente” –interesado a pesar de su divinidad en los sucesos mundanos-) es por lo tanto que con el discurrir de los siglos las dos ciudades se acerquen hasta que finalmente se identifiquen, entonces lo Inteligible se “encarnará” en lo sensible (el ideal se hará enteramente real). Por otro lado, y prolongando esta línea argumental, San Agustín sostuvo una tesis que fue crucial en la Edad Media: la Iglesia –única representante en la ciudad de los hombres de la Ciudad de Dios- debe estar siempre por encima del Imperio y del Estado. El poder religioso –del sacerdote, el obispo, el Papa- debe prevalecer en última instancia sobre el poder civil (el poder del noble, del rey, del emperador, de cualquier autoridad política). Por último solo queda subrayar que San Agustín fue la figura predominante en el cristianismo hasta Santo Tomás; hasta ese momento todos los teólogos cristianos fueron seguidores suyos, y como él, con pequeñas variantes, se concentraron en la tarea de combinar el cristianismo con elementos platónicos. Juan Escoto Eriúgena Este monje irlandés del siglo IX escribió una obra titula La división de la naturaleza (De divisione naturae). Lo característico del libro es que introduce de un modo muy acentuado dentro de la teología cristiana elementos neoplatónicos (si San Agustín acercaba el cristianismo a Platón Juan Escoto Eriúgena lo acerca a Plotino, por expresarlo así; y tal vez por esto el monje –a pesar de lo piadoso de su fe- no haya sido santificado pues un cristianismo tamizado por Plotino tiende hacia una posición “panteísta” ajena a las vetas profundas del monoteísmo). En este libro se divide la “naturaleza” en cuatro planos o niveles: arriba, en la cúspide, Dios como naturaleza creadora e increada, como origen de todo, como causa del mundo; en un segundo nivel se encuentran las Ideas ‘platónicas’: los Modelos o Arquetipos de todas las cosas (la eterna definición esencial de las cosas creadas), lo propio de las Ideas es que son a la vez creadas, pues ‘proceden de Dios’, y ‘creadoras’ (pues sin esos Modelos Inteligibles nada sería lo que es). En el tercer nivel está el mundo sensible, un mundo creado que no es a su vez creador pues depende de las Ideas y de Dios. Por último –y aquí encontramos un claro elemento propio del neoplatonismo pagano- aparece otra vez a Dios pero ya no como origen sino como fin: todas las realidades del mundo están como “imantadas” hacia Dios, aspiran desde dentro a retornar a él (y ¿cuándo logran eso? Cuando consiguen presentarse como “buenas copias” del Modelo o Arquetipo, es decir, cuando logran la perfección que está inscrita en su esencia eterna). En definitiva: la “naturaleza” está dividida según cuatro planos o niveles jerarquizados entre los que hay dos movimientos, uno descendente y otro ascendente. San Anselmo Este Santo del siglo XI es célebre por una peculiar prueba de la existencia de Dios organizada a partir de presupuestos platónicos: el denominado “argumento ontológico” (un argumento destinado a los “insensatos” –así los llama- que se atreven a negar la necesaria y evidente existencia de Dios –este ‘argumento’ por lo tanto solo se dirige a los infieles, a los que tengan bien arraigada en ellos desde la infancia la fe en Dios este ‘razonamiento’ no les hace ninguna falta). Lo expondremos, en primer lugar, así: el concepto de “Dios” basta y sobra (si se lo entiende bien, si se presenta a la mente o el entendimiento con su contenido propio, sin distorsiones o tergiversaciones) para asegurar y confirmar su existencia. “Dios” es el concepto de una realidad suprema, de una entidad superior, esta realidad por este carácter suyo tan peculiar, contiene por lo tanto todas las propiedades en su máximo grado, y puesto que la “existencia” es una propiedad que tienen algunas cosas (y de la que otras carecen) si no existiera carecería de algo, pero si fuese así sería un concepto contradictorio, violaría el principio lógico de no-contradicción, y esto es algo que no puede hacer precisamente el concepto que se remite a la realidad suprema. El “argumento” es enrevesado pero es coherente con una peculiar posición dentro de la “disputa de los universales” (es decir, encaja con una posición dentro de la discusión sobre el estatuto de los conceptos universales y las esencias a las que estos se refieren – esa posición es la de un “realismo extremo”). Lo volveremos a exponer con otras palabras porque tal vez así se entienda un poco mejor: un concepto (“mesa”, “caballo”) según la versión platónica del asunto se refiere a la esencia de algo (la esencia eterna de todas las mesas o de todos los caballos); la esencia de un ente o una substancia es la reunión de sus propiedades permanentes y comunes. El asunto en la Edad Media es que se tomó la “existencia” de algo como una propiedad peculiar de ese algo (esto no es ya una tesis estrictamente platónica pues el surgimiento de esta idea está vinculado a la afirmación de que todas las cosas son “cosas creadas”, algo en el fondo ‘inconcebible’ para el mundo griego; y lo creado aunque existe podría no existir, es ‘contingente’, no es necesario). Si existir es una propiedad que “se añade” a la esencia de algo sucede lo siguiente: es cierto que hay conceptos de “entes de ficción” –entidades solamente “imaginadas” (un unicornio, una sirena)-, los entes de ficción tienen una esencia, una definición, pero carecen de existencia real, es decir, les falta esta propiedad. Pero ¿qué pasa con el concepto más peculiar de todos: el concepto de Dios? ¿puede ocurrir con él que lo referido por ese concepto solo exista “en la mente” y no exista “en la realidad”? Responde San Anselmo: esto “no puede ocurrir”porque ese concepto se refiere a un ser perfecto, a un ser supremo (algo obvio hasta para los ateos: cuando blasfeman están reconociendo que no cabe concebir un concepto superior a este, “más alto” que este). Así que el concepto de Dios incluye la tesis de que Dios existe necesariamente pues todo lo demás que existe depende de él, ha sido creado por él, etc. Al auténtico creyente –sostiene San Anselmo- no le hacen falta las “sutilezas” (ni la complejidad) de este argumento, pero tal vez, el ateo o el infiel, gracias a él, llegue a la conclusión racional de que el concepto de Dios inicialmente depositado en el entendimiento humano es el concepto no solo de algo que existe sino de lo que existe por encima de todo (solo apuntar, sin entrar con detalle en el fondo filosófico del tema, que este argumento se desmorona como un castillo de naipes desde el momento en que se discuta que “existir” sea una “propiedad” que eventualmente “se añada” a lo que define cada cosa –y es esto lo que posteriormente sostuvo Kant, rechazando así el argumento de San Anselmo). Se debe a San Anselmo una distinción que después de él –en los más variados contextos intelectuales- se ha seguido empleando. Hay que diferenciar, nos dice, entre el “libre albedrío” (o el “libre arbitrio”) y la libertad. El libre albedrío es una propiedad de la voluntad humana (una facultad de alma de los hombres) que le permite elegir entre el bien y el mal, o entre distintos bienes y distintos males. En cambio, la libertad –la libertad plena, íntegra- es exclusivamente la capacidad de elegir el bien (y el bien es lo que Dios manda: por eso solo es libre en sentido estricto el hombre que sigue la Ley de Dios, el hombre que la obedece a rajatabla; así cuando un hombre no obedece a Dios ha perdido su libertad y se ha desnaturalizado, ha violentado la esencia humana universal). III. Temas medievales En la sección segunda del artículo “Diez calas en la Historia de la Filosofía (1ª Parte)” (en http://www.lacavernadeplaton.com/histofilobis/histofiloalepri1112.htm) se abordan dos temas relacionados con temas del programa. En el apartado “De la Fe y la razón” se trata uno de los asuntos ubicados en el corazón mismo de la Edad Media: las relaciones entre la fe cristiana y la razón filosófica (es decir, una religión que estaba formándose y consolidándose y la herencia de la Grecia clásica). Esta relación se concretó en tres etapas: una primera de rechazo y hostilidad mutua; una segunda etapa –propiamente medieval- de intentos de conjunción y armonización (cuyos dos principales autores son San Agustín –que se apoyó en el platonismo con el fin de articular la teología cristiana- y Santo Tomás –que recogió ideas aristotélicas con el mismo propósito); la tercera etapa, al final de la Edad Media, se caracteriza por una paulatina separación de los respectivos caminos de la fe y la razón (algo que solo se afianzará en la era moderna del mundo). El apartado “La controversia de los universales y la metafísica teocéntrica” contiene una exposición de la disputa que se desarrolló en la Edad Media –en base siempre a la herencia de Platón y de Aristóteles- sobre el estatuto de los conceptos universales y las esencias eternas que constituyen su referente. En el seno de esta polémica se desarrollaron dos grandes posiciones: una posición “realista” que afirma, desde una óptica teocéntrica o teológica, que hay esencias eternas y conceptos universales (es decir, Ideas en la Mente de Dios), y una posición “nominalista” que niega que existan propiamente esencias y conceptos en la acepción platónica o aristotélica de los términos. A su vez, como se señala en el texto, el “realismo” se desarrolló según dos versiones: un realismo fuerte o extremo (de cuño platónico y defendido por San Agustín y sus seguidores) y un realismo débil o moderado (de cuño aristotélico y defendido por Santo Tomás y sus discípulos). En el artículo al que estamos haciendo mención también se alude a la “filosofía política” de la Edad Media (principalmente a cómo se legitiman los regímenes políticos “monárquicos” desde una clave teológica) y también se señala, en el apartado “El despuntar de la ciencia renacentista en el siglo XIV”, el nexo entre el nominalismo y el auge de las ciencias empíricas en el periodo final de la Edad Media. San Anselmo y su prueba de la existencia de Dios El “argumento ontológico” –un razonamiento destinado a probar que existe necesariamente un ser supremo, un ente superior a todo lo demás- ha sido uno de los argumentos más polémicos de la historia de la filosofía. Filósofos de la talla de Descartes y Hegel lo consideran válido y lo introducen en sus respectivos sistemas. Otros, como Sto. Tomás, Hume y Kant, rechazarán la validez del argumento, negando su fuerza probatoria. San Anselmo introduce el argumento en el contexto de una plegaria a Dios y su estructura lógica puede resumirse como sigue: http://www.lacavernadeplaton.com/histofilobis/histofiloalepri1112.htm a) Concebimos a Dios como aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, y esa idea de Dios es comprendida por cualquiera. b) Pero aquello mayor que lo cual nada puede pensarse debe existir no sólo mentalmente, en la idea o en el concepto, sino también extramentalmente, en la realidad, pues siendo la existencia real una perfección, será más perfecto ("mayor que…") el ser existente en la realidad que otro que posea las mismos propiedades pero que sólo exista mentalmente; de otro modo caeríamos en una flagrante contradicción, lo que no puede ser aceptado por la razón (se aplica aquí pues el principio lógico de la no-contradicción: lo que presenta una contradicción es imposible). c) En consecuencia, Dios existe no sólo en la mente (como idea) sino también extramentalmente, en la realidad. La premisa inicial presenta simplemente, según San Anselmo, la idea de Dios, el concepto que tiene de Dios un hombre, aunque niegue su existencia (el ateo –el infiel, el hereje, también tiene ese concepto en su mente). La premisa siguiente es esta: si aquello mayor y más perfecto que puede ser pensado y concebido existiese sólo en la mente no sería aquello mayor y más perfecto (sería menor e imperfecto pues carecería de la propiedad que llamamos “existencia” o “realidad”). Lo más grande y perfecto que puede pensarse por la mente es por lo tanto, en conclusión, no solo algo que existe en nuestra mente (como un concepto) sino algo que además existe realmente fuera de nosotros y por encima de nosotros (unos seres finitos, imperfectos, contingentes: podríamos no existir si Dios, el ser supremo, no nos hubiese creado). El argumento se desarrolla, pues, a partir de una definición de Dios que, a juicio de San Anselmo, puede ser comprendida y aceptada por cualquiera. En un segundo momento se centra en el análisis de esa misma idea y en sus implicaciones, recalcando el absurdo que resultaría de concebir mentalmente un ser perfecto y negarle la mayor perfección: la existencia. Concluye afirmado la existencia necesaria de Dios como una exigencia de la razón para evitar tal absurdo (tal contradicción). Todo el desarrollo del argumento transcurre en el ámbito del pensamiento, progresando de la simple idea a la necesidad de admitir la existencia de Dios, sin apelar a otra instancia que a la razón y a uno de sus principios fundamentales: el de no admitir la contradicción. Y es precisamente esto –el que todo el argumento “transcurre en el campo del pensamiento”- lo que convierte al “argumento ontológico” en algo muy vulnerable, muy discutible, mucho menos contundente de lo que este Santo querría. El mito cristiano de la creación “ex nihilo” Las cosmogonías míticas antiguas (Hesiodo, etc.) eran relatos del origen del orden del mundo pero en ningún caso planteaban la idea de una creación del mundo desde la nada por un únicoente supremo (“Dios”). ¿Por qué? porque en el fondo postulaban la eternidad del mundo bajo la forma de un ciclo (un “eterno retorno” –la relación de este postulado con las culturas agrícolas del neolítico ha sido estudiada por Mircea Eliade, por ejemplo). Y las cosmologías filosóficas de la Grecia clásica –desde los presocráticos a Platón y Aristóteles, etc.- conservan esta idea de la eternidad del mundo y del carácter cíclico del orden. Fue en un pueblo nómada de pastores –el pueblo hebreo- en el que se planteó el mito de la creación desde la nada por un Dios único (monoteísmo). Si a Aristóteles se le hubiera leído el relato del “Génesis” de la Biblia habría preguntado ¿pero hay alguna prueba empírica de esa “creación”? Parece que no así que habría concluido que la eternidad del orden cíclico del mundo es la única tesis racional. Por su parte el cristianismo surgió a partir de la religión judía –y por eso acepta el relato mítico de la creación ex nihilo, etc.- pero por otro lado tenía que diferenciarse de esta religión así que tuvo que introducir muchos elementos tomados de aquí y de allá (y una porción de estos elementos la obtuvo de la filosofía griega –primero de Platón, con San Agustín y sus seguidores, después de Aristóteles, con Santo Tomás, etc.). Pues bien: en lenguaje filosófico debe decirse que, aunque sea implícitamente la idea misma de creación implica la separación o la distinción entre la esencia de algo (un árbol, una mesa, un triángulo) y su existencia, ¿por qué? porque si en todas las cosas su esencia incluyera su existencia la creación sería absurda o mejor dicho: sería superflua. Por lo tanto, la teología cristiana estaba obligada a sostener que solo hay un ser en el que esencia y existencia coinciden completamente: Dios (la única realidad necesaria); en todo lo demás una cosa es su esencia (las propiedades que lo definen de un modo universal, etc.) y otra cosa es su existencia. Por eso la teología cristiana medieval (aunque también la teología judía y árabe –esto ocurre por lo tanto en los tres monoteísmos) declaraba que todo lo creado es “contingente”: existe por obra de la creación divina y solo por ella. Lo creado es innecesario: podría no existir. Repito por lo tanto la idea central aquí: la misma tesis de que el mundo es creado implica que existe por obra y gracia de algo anterior a él y superior a él (implica pues la distinción entre la esencia y la existencia). Y aunque este es un tema contemporáneo en el que no voy a entrar con detalle señalo que la idea central sobre la que pivota nuestra cosmología actual (la hipótesis del Big Bang) no alude a nada parecido a una creación o algo así (es más bien estrictamente ‘anticreacionista’ –este es un tema él mismo controvertido, por eso solo lo dejo apuntado aquí como referencia contemporánea respecto al tema que acabo de abordar). La creación divina y sus problemas Uno de los quebraderos de cabeza más constantes en el conjunto de la teología medieval fue, desde luego, el de la “creación” (una tesis propia de las religiones monoteístas). No hay para este tema una respuesta única -y a veces, se prefería pasar de largo para no meterse en líos, por así decirlo. Es una pura ‘contradicción’ -dicho para simplificar- afirmar a la vez que Dios creó todo a partir de la nada, pero, a la vez, creó todo a partir de unas Ideas o Esencias o Modelos (esta segunda tesis la extrajeron de Platón, pero claro, este autor griego rechazaba la ‘creación’ como rechazaba un Dios creador, etc.). La tesis general, presente en San Agustín o en Santo Tomás y otros autores es que las Ideas o Esencias de todo estaba “en el entendimiento de Dios” (con lo cual son parte suya, no algo externo o ajeno a él pues se hayan ubicadas en su ‘mente’; por ello no las ‘crea’, pues Dios mismo es increado, etc.). Uno de los problemas que surge aquí tiene que ver con las tesis del monoteísmo: Dios es omnipotente, pero, sin embargo, creó todo siguiendo un Patrón, etc. (se parece, pues, a un artesano que fabrica algo a partir de un plano o un boceto o un modelo). Y es por esto, por rechazar esta tesis en la que se pone coto a la omnipotencia divina por lo que, al final de la Edad Media, Guillermo de Ockham rechazó que haya en Dios esencias o ideas o formas universales (y esto es un aspecto de su posición en este problema, la posición “nominalista”); según Ockham Dios no siguió ningún Modelo al crear el mundo, etc. (una tesis, que, de todos modos, plantea problemas también, y de muchos tipos). Esta es, más o menos, la respuesta que entonces pudo darse sobre este complejo asunto teológico, filosófico y cosmológico (un tema, por cierto, que hoy, con otros matices, se sigue discutiendo, por ejemplo, con toda la complicada cosmología del Big Bang, etc.). Apunte sobre Juan Escoto Eiugena. Es un autor extraño, inclasificable, una rara avis en su propio tiempo. ¿Por qué? Principalmente porque su obra combinaba elementos cristianos con otros neoplatónicos (o sea, paganos); su propuestas filosófica y teológica es por eso de tipo “panteísta” (y esto no encaja con la ortodoxia cristiana pues el panteísmo no casa con la tesis de una separación infinita entre Dios y sus criaturas; además la idea de “emanación” –el mundo es una “emanación” de Dios- tampoco encaja con la idea cristiana de “creación desde la nada”). Como pauta general cabe destacar que los autores medievales que no son “santos” (por ejemplo Juan Escoto de Eriugnena, Siger de Bravante, Guillermo de Ockham o Juan Duns Escoto) sostenían tesis filosóficas y teológicas más o menos heterodoxas (y algunos de ellos pagaron con la persecución su osadía –Siger de Bravante, Ockham- en otros casos fueron menospreciados o ignorados). En general hasta la llegada de Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) el pensamiento cristiano ortodoxo fue una continuación de las tesis de San Agustín (el cual intentó conjugar platonismo y cristianismo –combatiendo así el neoplatonismo pagano de Plotino); el agustinista más destacado es San Anselmo, ya en el siglo XII. Lo que alteró el panorama radicalmente fue la recepción por la teología y la filosofía árabe de elementos tomados de Aristóteles (y la propuesta teológica y filosófica de Santo Tomás fue incorporar el aristotelismo al cristianismo –corrigiendo así el cristianismo inicial basado, como he dicho, en Platón). Por otra parte, y esto hay que destacarlo pues fue históricamente muy importante (en el manual de la asignatura se expone en su núcleo principal), hay aquí (en la diferencia que intentó marcar Santo Tomás distanciándose de San Agustín) una lucha entre dos órdenes medievales: los franciscanos (agustinistas) y los dominicos (orden a la que perteneció Santo Tomás); tampoco es casual que dos “herejes” del final de la Edad Media (Ockham y Duns Scoto) también fueran franciscanos (y se opusieran por lo tanto al poder dentro de la Iglesia de Roma de la orden de los dominicos). En este panorama cabe resaltar también el llamado “averroísmo latino” de la Universidad de Paris: estamos aquí ante autores cristianos (eso sí, muy heterodoxos) que asimilaron la filosofía de Aristóteles a través de Averroes. El destino de esta corriente fue cruel y su brillo efímero: el Papado acalló esta opción intelectual con el “argumento de la fuerza” y persiguió ferozmente a su figura principal, Siger de Bravante (considerado un hereje y amenazado de muerte). Tema 7. La controversia de los universales en la Edad Media Índice: 1) La formación de la filosofía escolástica; 2) Los primeros filósofos medievales); 3) El siglo XII; 4) La controversia sobre los conceptos universales. 1.- La formación de la escolástica En los siglos octavo y noveno de nuestra era coexistían dos grandes imperios: el árabe y el Sacro Imperio Romano Germánico (fundado por Carlomagno). Nos centraremos en este segundo: en él los centrosculturales fueron los monasterios, las abadías, las catedrales; en estos centros la enseñanza se organizó, según pautas propuestas por Alcunio, según el trivium y el quadrivium, es decir, se combinaban en pie de igualdad lo que hoy denominamos “las ciencias y las letras”. Esas enseñanzas, por otra parte, se organizaban alrededor de la ‘lectio’ y la ‘disputatio’. El problema central que articula la Edad Media es, simplificando, el problema de la razón y de la fe. En general se intentó en esta época armonizar o conjugar el saber filosófico, el pensar racional basado en pruebas y argumentos, con la fe, con las creencias religiosas del cristianismo (una serie de dogmas, de verdades reveladas por Dios mismo recogidas en las escrituras sagradas). Estos constantes intentos se llevaron a cabo siempre bajo la estricta primacía y prioridad de los dogmas de la fe, y por ese motivo la filosofía griega fue considerada en el fondo como una sierva o una esclava de la Teología (la Iglesia se presenta por lo tanto como la principal autoridad, tanto religiosa como también social y política). Los principales periodos de la ‘escolástica’ (de esta teología filosófica generada y difundida en los centros culturales antes mencionados) son tres: la alta escolástica en los siglos once y doce; el apogeo o florecimiento en el siglo trece; el comienzo de su disolución y ocaso en el siglo catorce (estamos aquí a las puertas del Renacimiento). 2.- Los primeros filósofos medievales Presentaremos a continuación un resumen con las aportaciones centrales de Juan Escoto Eriúgena (siglo noveno) y Anselmo de Canterbury (siglo once y doce), dos de los más destacados filósofos medievales. • Juan Escoto Eriúgena Su obra principal se tituló “División de la naturaleza” y está profundamente marcada por una inspiración neoplatónica (según la cual todo surge de Dios –sea por emanación o por creación- y todo regresa o retorna a Dios). Este autor, siempre, de todos modos, dentro del marco medieval en el que se sostiene la primacía última de la fe, reconoce una cierta prioridad a la razón. Su propuesta general está cerca de una forma ‘cristiana’ de “panteísmo”: lo divino lo impregna todo, está distribuido según grados por todas partes y en todas las cosas. Puesto que esta tesis en el fondo es incompatible con el cristianismo más ortodoxo su obra fue condenada por el Papa Honorio III. • Anselmo de Canterbury En sus obras sigue la senda abierta por San Agustín: combinar o mezclar el cristianismo con el platonismo. Como los demás teólogos medievales sostuvo la prioridad de la fe y afirmó que la razón tiene un papel importante pero solo auxiliar, esto explica su tesis “creo para entender” (es decir, la creencia en el dogma es lo primero y lo último). Su aportación más reconocida es una peculiar “prueba de la existencia de Dios” denominada “argumento ontológico”; reducida a su mínima expresión –y recordando que se basa en consideraciones platónicas sobre el estatuto de los conceptos y de las esencias a las que ellos se refieren- ese ‘argumento’ dice lo siguiente: siendo ‘Dios’ el concepto más abarcante, grande y excelso de todos es una pura contradicción que pueda referirse a una entidad inexistente pues entonces no sería el concepto superior en la medida en que la inexistencia es una imperfección, un rasgo de inferioridad. Este ‘argumento’ ya recibió objeciones en el mismo seno de la Iglesia durante la vida de San Anselmo –por ejemplo, las del monje Gaunilo- y la respuesta del santo fue siempre la misma: lo primero es la fe (es decir, si el argumento no convence del todo es porque la fe del que lo recibe y examina es endeble o vacilante). 3.- El siglo XII Repasaremos lo más destacable de la obra de Abelardo, la Escuela de Chartres y la mística y las herejías de este siglo. • Abelardo Este personaje polémico –perseguido por sus ideas y censurado por alguno de sus actos- enseñó principalmente, y con bastante éxito a pesar de la autoridad de la Iglesia que trató de silenciarlo, en la ciudad de París. Defendió con más virulencia que la mayoría de sus contemporáneos la importancia de la razón aunque siempre admitiendo que ésta tiene que inclinarse finalmente ante la fe pues solo ella nos permite alcanzar al único Dios verdadero. Sus principales aportaciones intelectuales fueron tres: a) desarrolló la lógica como una filosofía del lenguaje; b) propuso, en el interior de la controversia sobre los universales, una tesis “conceptualista”; c) expuso una ética que acentuaba la importancia, de cara a evaluar la moralidad de una conducta, de la recta intención del agente moral. • Escuela de Chartres Fue fundada por Bernardo de Chartres. Lo más relevante de esta escuela fue que renovó el interés y la atención hacia el universo natural y el mundo humano sin centrarlo todo y en exclusividad en cuestiones teológicas (que era lo más normal y habitual en la Edad Media por la preponderancia y omnipresencia de la religión cristiana). Esto supuso un primer paso, aún tímido y pequeño, hacia una cultura en la que no todo estuviese absorbido, protagonizado y dirigido por la teología. Sus principales representantes, además de su fundador, fueron Gilberto de la Porrée (reconocido porque llevó a cabo una reforma de la teoría aristotélica de las categorías) y Juan de Salisbury (recordado porque indagó sobre la base y el límite del conocimiento humano). • Mística y herejía La relación con el ser supremo por parte de los cristianos se desarrolló durante mucho tiempo durante dos vías: los doctos y eruditos intentaron alcanzar a Dios a través de una teología elaborada a partir de las Sagradas Escrituras y con elementos recogidos de la filosofía griega (principalmente platónicos y aristotélicos), por su parte el pueblo llano se relacionaba con la divinidad principalmente a través del culto, de ritos como la misa, los sacramentos, la confesión, etc. Sin embargo, poco a poco fue surgiendo y afianzándose en pequeños círculos una tercera vía: en el seno de la religión cristiana cuajaron varias formas de experiencia mística. ¿Qué se busca en ella y en qué consiste? A través de un conjunto de prácticas ascéticas (ayuno, meditación, oración) se pretendía alcanzar una unión con Dios; el alma del místico –siguiendo un camino de interiorización, de ensimismamiento- debe desprenderse del cuerpo y de lo mundano de manera tal que consiga elevarse y gozar así del ente superior. En general la experiencia mística pretende, en definitiva, el desarrollo de una religiosidad pura, enteramente espiritual, separada del mundo y sus avatares (por eso una y otra vez esta versión de la religiosidad siempre fue ‘sospechosa’ para una religión interesada en acaparar poder e influencia ‘mundana’). Místicos importantes de esta época fueron Bernardo de Claraval y Guillermo de Saint- Thierry en la Orden del Císter y Hugo de San Víctor y Ricardo de San Víctor. Por otro lado, en plena Edad Media, y a pesar de la fuerza política, social y cultural de la Iglesia oficial, surgieron al menos dos doctrinas y formas de vida religiosa heterodoxas que pronto fueron consideradas “herejías” y perseguidas violentamente hasta tu extinción: la herejía albigense (también conocida como la herejía cátara). 4.- La controversia sobre los concentos universales La cuestión de fondo que da pie a la controversia a la que aquí se alude tiene su raíz en la filosofía griega, especialmente en la obra de Platón y de Aristóteles, las dos cimas del pensamiento clásico. Su tesis común fue la siguiente: sosteniendo el mundo sensible –el mundo del que habitualmente tenemos experiencia- hay un universo de esencias, un reino ideal de formas, modelos y arquetipos responsables del orden y la ley (la armonía, la regularidad); la discrepancia entre Platón y Aristóteles tenía que ver con lo siguiente: según el primero las Ideas de los fenómenosestán separadas de las cosas sensibles, en cambio Aristóteles sostuvo que la esencias o formas están incardinadas en las realidades mundanas (la esencia universal de los caballos no estaría pues ‘en otro mundo superior’ sino en los propios caballos, etc.). Estas tesis platónicas y aristotélicas fueron recogidas por la Teología cristiana en un intento de explicar racionalmente el orden del mundo y por ello combinaron la creencia en un Dios omnisciente y omnipotente con el postulado de un único reino ideal de esencias universales, eternas, necesarias, inmutables, etc. (estos dos elementos –el griego y el cristiano- no encajan del todo y esto obligó a los autores medievales a desplegar todo su ingenio con el fin de mostrar que pueden combinarse de un modo satisfactorio). Los dos autores principales de la teología cristiana de la Edad Media son San Agustín y Santo Tomás de Aquino. El núcleo de su propuesta filosófica –llevada a cabo siempre con el fin de articular una teología afín a la fe cristiana- fue el siguiente: a) Una ontología esencialista: el mundo está atravesado y sostenido por una trama única de esencias universales, necesarias, inteligibles gracias a las cuales hay un orden único, fijo, definitivo. b) Una gnoseología realista: la realidad esencial es previa al conocimiento e independiente de él, por eso el conocimiento debe ser semejante a un espejo encargado de reflejar algo previo y superior; el conocimiento humano, por otro lado, consigue alcanzar el reino ideal de esencias gracias a los conceptos, juicios y razonamientos, es decir: el conocimiento verdadero tiene que organizarse gracias a la “lógica”. A pesar de coincidir en estas dos afirmaciones las propuestas filosóficas y teológicas de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino discrepan en un punto preciso, ¿por qué ocurrió algo así entre estos dos adalides de la cristiandad? Principalmente porque San Agustín se apoyó principalmente en Platón mientras que Santo Tomás se basó ante todo en Aristóteles (por ello el primero sostenía que las Ideas son independientes y están separadas de las cosas sensibles –existiendo solo en la mente divina-, por su parte Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, sostuvo que las esencias o formas están incorporadas en las cosas sensibles, en las cosas materiales o mundanas). Insistamos en que a pesar de esta discrepancia ambos coinciden en que hay esencias eternas y por ello también conceptos universales. El “argumento ontológico” de San Anselmo –una peculiar y controvertida prueba de la existencia de Dios- depende enteramente de esta afirmación: los conceptos universales (conceptos genéricos –animal, vegetal- y conceptos específicos –caballo, manzano-) tienen como referencia esencias también universales. Sin embargo, durante la Edad Media no siempre se aceptaron completamente las tesis que hasta aquí se han expuesto: el asunto de los universales (del estatuto de las esencias y de los conceptos) dio pie a una peculiar controversia, a una disputa entre varias facciones. Podemos distinguir en el seno de este debate tres grandes posiciones: el realismo (extremo y moderado); el nominalismo; el conceptualismo. Antes de desarrollar con algún detalle el contenido de estas posiciones diferentes haremos un apunte sobre la peculiar propuesta de Juan Escoto Eriúgena: un “panteísmo logicista”. Juan Escoto Eriúgena combinó elementos cristianos con otros recogidos del neoplatonismo de Plotino. El resultado fue la doctrina siguiente: el orden de la realidad es una trama única que parte, en su cúspide, del ente supremo (Dios), y desde este punto máximo va descendiendo formando un conjunto organizado de géneros y especies hasta llegar a los individuos, las realidades particulares y contingentes. En la medida en que ese orden descendente puede ser reflejado en el conocimiento gracias a los conceptos abstractos de la lógica sucede que el orden de lo real se corresponde punto por punto con el orden lógico. Y es por esto que el panteísmo inicial (según el cual todo surge de Dios y todo retorna a Dios de tal manera que todo es, según grados, “divino”) se concreta en última instancia en un panteísmo lógico. Esta doctrina no encaja con el cristianismo ortodoxo pues en éste Dios no solo aparece como una entidad superior sino como un ser trascendente: separado de lo creado por él (en cambio la posición de Escoto Eriúgena tiende a resaltar la continuidad entre Dios y su creación, siendo entonces la realidad un orden continuo animado por un movimiento descendente y ascendente). • Realismo Dentro del realismo –según el cual los conceptos y las esencias a las que estos se refieren son reales (es más, son la realidad primordial, preferente, básica)- hay un realismo extremo (más radical) y un realismo moderado (más tenue y débil). Veamos cada uno de ellos. -Realismo extremo. Las esencias (los referentes de los conceptos universales) son previas a los entes particulares y están separados de éstos (así la esencia de un triángulo o de un caballo no están en los triángulos ni en los caballos –son un modelo o arquetipo ‘anterior’ a cada uno de ellos). ¿Dónde residen entonces esas esencias universales y eternas que definen a cada cosa en su ser? En la mente de Dios (y Dios creó el mundo y todo lo que contiene con arreglo a esos modelos o arquetipos). El defensor principal de esta doctrina es Guillermo de Champeaux. -Realismo moderado. Las esencias están incorporadas en cada individuo como su forma común y permanente (esa forma, por lo tanto, está incardinada en cada uno de los particulares de un mismo género –animal, vegetal- o de una misma especie – caballo, manzano). Autores que sostuvieron esta tesis según la cual las esencias no están separadas de las cosas sensibles fueron Gilberto de la Porrée o Juan de Salisburg. • Nominalismo En su versión más radical comienza negando que la realidad esté sostenida y ordenada por un reino ideal de esencias eternas y perfectas (discrepan entonces tanto con Platón y Aristóteles como con sus seguidores medievales –la razón de fondo de este rechazo es teológica: si Dios es realmente omnipotente no puede ser cierto que creara el mundo entero siguiendo un patrón o modelo previo, una esencia o idea pues esto limitaría precisamente su omnipotencia). La auténtica realidad no está constituida por esencias universales, por géneros y especies, sino por individuos, por entes particulares captados en la experiencia sensible. En la medida en que negaban las esencias universales y eternas tuvieron que ofrecer una explicación nueva sobre en qué consisten los conceptos que operan en el conocimiento (pues este no solo enuncia características concretas de las cosas particulares, sino que habla o se refiere a las cosas ‘en general’). La tesis principal que formularon fue la siguiente: los conceptos abstractos y universales (‘triángulo’, ‘caballo’) son “nombres comunes” (son, pues, signos del lenguaje) que se refieren a las semejanzas entre los seres particulares (en vez de referirse a esencias eternas, necesarias, universales, idénticas). El principal representante del nominalismo ha sido el teólogo Roscelino. Además de lo que acaba de exponerse sostuvo que si lo propiamente real es el individuo – y no el género o la especie a la que pertenece- el conocimiento propiamente dicho es el conocimiento sensorial pues este es el que nos informa de las características de las cosas particulares; el conocimiento abstracto –ese en el que se dice, generalizando, “todos los x tienen la propiedad y”- se genera y justifica a partir del conocimiento sensible y reposa sobre él (los conceptos son, en definitiva, nombres comunes obtenidos por abstracción a partir de las semejanzas entre las entidades). • Conceptualismo Se trata de una posición intermedia entre el realismo y el nominalismo (y por eso mismo está cerca del realismo moderado).Su primer defensor fue Abelardo; posteriormente esta doctrina fue desarrollada y precisada por Santo Tomás de Aquino (la afirmación principal de éste es que los conceptos universales tienen como referente una esencia ubicada en cada una de las cosas sensibles –y no solo en la mente de Dios). ¿Qué dice el conceptualismo? Resumiremos su tesis central. Abelardo sostuvo que lo primariamente universal respecto al conocimiento humano son los conceptos. Los conceptos universales son predicados que en los juicios o proposiciones se refieren a propiedades de las cosas (algunas de estas propiedades definen la esencia de las cosas –otras en cambio solo mencionan ‘accidentes’, propiedades prescindibles, inesenciales). Esta primera afirmación conduce a otra tesis complementaria: de un modo que tiene que ser precisado los “universales” tienen que estar también en las cosas mundanas (pero sobre este punto Abelardo nunca ofreció una respuesta clara y precisa). Por último, y acudiendo aquí a una tesis tradicional procedente del neoplatonismo cristiano de San Agustín, Abelardo sostenía que Dios creó el mundo de la nada contando con las Ideas (modelos, arquetipos, patrones, formas, esencias) presentes en su mente. En resumen, los universales existen, dice Abelardo: a) en los conceptos del conocimiento como predicados (y de aquí procede la denominación de “conceptualismo” dada a esta doctrina); b) en las cosas como su identidad permanente y esencial; c) y, por último, en la mente de Dios. ¿Por qué es una posición intermedia entre el estricto realismo y el nominalismo? No es “realista” porque niega que la esencia universal sea ella misma una substancia que pueda subsistir separada y aislada respecto a las cosas sensibles y particulares. Pero tampoco es “nominalista” pues los conceptos universales no son, según afirma el conceptualismo, ni nombres, ni palabras, ni signos (son algo más que eso). Un apunte más sobre el problema de los universales El realismo no solo sostiene que los conceptos tienen una “existencia real” (esto también lo dice el llamado “conceptualismo”) dice esto y algo más: existen los conceptos universales y existen sobre todo y preferentemente las esencias universales (que son los referentes de los conceptos: eso previo a lo que los conceptos se refieren y en lo que se basan); después tenemos, a partir de aquí, dos tipos de realismo: el realismo extremo (de origen platónico) y el realismo moderado (de origen aristotélico). El realismo extremo dice que las esencias universales en las que se apoyan los conceptos universales son previas a las cosas sensibles (están solo en Dios –en el Verbo divino), en cambio el realismo moderado sostiene que las esencias están en las propias cosas del mundo (“dentro de ellas”). El nominalismo moderado (hay varias formas de nominalismo) no es fácil de distinguir del conceptualismo (solo se diferencian por algunos detalles). En general el nominalismo sostiene dos cosas: a) no hay esencias universales (lo que hay son individuos, entes particulares); los conceptos son signos que agrupas a los individuos que tienen características semejantes (el nominalismo moderado dice que esos signos son “naturales” –lo cual se acerca bastante al conceptualismo-, el nominalismo extremo afirma que esos signos son “artificiales”, es decir: puras palabras “convencionales”). ¿Y el “conceptualismo”? Pues bien: éste sí afirma que hay “realidades universales” pero añade que estas realidades universales son principalmente los “conceptos” (y por eso se distinguen de las tesis del realismo –tanto el realismo moderado como el realismo extremo). La noción de “Verbo” (traducción del término “Lógos” de los griegos) es compleja (debida entre otras cosas al asunto de la “Trinidad”: eso tan curioso de que Dios es a la vez uno y es triple) pero lo principal es esto: Dios es “Verbo” porque en él están las esencias universales y necesarias de todas las cosas (y Dios creó el mundo entero “a partir de esas esencias” –tal y como el artesano fabrica una silla a partir de su contemplación del “concepto” de una silla, etc.). Por último, el concepto de “predicado” (hoy lo estudiamos en la gramática cuando se dice que una oración elemental está compuesta de “sujeto”, “verbo” y “predicado” –lo cual, como bien señalas, procede de la lógica de Aristóteles). Un predicado es una propiedad de una sustancia (si digo que una casa es azul el sujeto es “casa” y el predicado es “azul” –una propiedad de esa sustancia o entidad). De las sustancias (casa, árbol, triángulo) se pueden predicar únicamente propiedades (la casa es azul, el árbol es amarillo, el triángulo es isósceles); pero una realidad sustancial no se puede predicar de otra realidad sustancial (dicho en términos de la lógica: no se puede predicar de un sujeto otro sujeto; así es absurdo decir que la casa es árbol –una casa es azul o es grande o es fea, etc.). Realismo moderado y panteísmo El Realismo medieval –basado o apoyado en el realismo griego (sea en Platón o en Aristóteles)- afirma, entre otras cosas, que las Esencias universales (el referente de los Conceptos) “existen realmente”. Dicho esto, hay distintas versiones del realismo: una radical o extrema (procedente de Platón) y otra moderada (tardía en la Edad Media y sostenida sobre la herencia de Aristóteles). El Realismo extremo afirma que lo verdaderamente real son las Esencias o Ideas (ubicadas, según estos teólogos cristianos, en la mente de Dios –y Dios creó el mundo desde la nada “fijándose” en esas Ideas de su mente como el artesano se fija en el concepto de “mesa” cuando talla un trozo de madera). El Realismo moderado (por ejemplo, el de Santo Tomás) dice que las esencias o formas están embutidas en los individuos, en las realidades sensibles, en las cosas particulares (esta era la posición de Aristóteles –distinta de la de Platón). Si preguntamos ¿el realismo implica algún tipo de “panteísmo”? La respuesta es sí, pero solo si nos referimos a un “panteísmo lógico” (o sea, no a la acepción común y corriente de panteísmo –pues los teólogos cristianos siempre tendían a separar radicalmente a Dios de sus criaturas, siendo por lo tanto hostiles, en general, al panteísmo de los neoplatónicos, por ejemplo; la única excepción curiosa a esto es la figura peculiar de Escoto Eriúgena pues él combinó el cristianismo con el neoplatonismo). Y para terminar: ¿qué es el “panteísmo lógico”? se define por la tesis de que el mundo está enteramente organizado de un modo “lógico” (formando por ejemplo una pirámide jerárquica de especies y géneros –de esencias específicas o de esencias genéricas); recuérdese aquí que la Lógica es la ciencia o el conocimiento de los Conceptos (y también de los juicios y los razonamientos). Por lo tanto, volvemos aquí al principio: el realismo afirma –tanto el extremo como el moderado- que existen las esencias universales como los referentes de los conceptos. Conclusión: tanto el realismo extremo como el realismo moderado –en el contexto de la teología cristiana de la Edad Media- desembocan en un “panteísmo lógico” (pues tanto Dios como lo creado por él comparten al menos –a pesar de la distancia abismal entre el Creador y sus criaturas- una “organización lógica” –según conceptos y esencias). Conceptualismo y nominalismo El conceptualismo –como posición dentro de la controversia sobre los universales (¿qué son? ¿dónde están? ¿los hay o no? Etc.)- afirma que lo universal es el concepto (este universalismo del concepto señala, además, que los conceptos están tanto en el mente de Dios como en la mente de los seres humanos). Esta posición está a medio camino entre el realismo esencialista y el nominalismo. El nominalismo en primer lugar niega que propiamente haya universales; los conceptos generales que concurren en el conocimiento noson –según esta posición- sino “signos” (asociados a palabras del lenguaje –a “nombres comunes” como “árbol”, o “triángulo” o “mesa”). Por último resaltar que tanto el conceptualismo como el nominalismo sostienen que los conceptos reposan en último término en la semejanza que impera entre las cosas particulares. Diferencia entre el “realismo moderado” y el “conceptualismo” Estas dos posiciones en el “problema de los universales” están emparentadas y no es fácil distinguirlas. Pero sí hay entre ellas una diferencia importante: El realismo moderado asegura que en las propias cosas del mundo (un árbol, un caballo, un triángulo) está incluida o embutida su propia esencia universal, una esencia reflejada después en los conceptos del conocimiento (en los conceptos con los que definimos en su esencia última un árbol, un caballo o un triángulo). ¿Qué le pasa al 'conceptualismo'? Ante todo que piensa que los universales (las esencias eternas de todas las cosas del mundo -los caballos o los triángulos-) están principalmente en los conceptos con lo que los definimos (una tesis ésta que también apoya el realismo moderado) y no se preocupa de afirmar si también ocurre que esos mismos 'universales' tienen que estar 'dentro' de las propias cosas (el conceptualismo no se pronuncia sobre esto último: le basta con decir que los universales están en los conceptos). Esta es la diferencia principal. Son posiciones cercanas pero distintas en el punto indicado. La controversia de los conceptos universales (esquema) 1) Presentación de problema: 1.1. Se origina en el realismo esencialista de Platón y Aristóteles (la tesis central: a cada cosa real le corresponde una esencia o un concepto universal que reúne sus propiedades idénticas y permanentes; así un triángulo isósceles es un ejemplo o caso de la Esencia o el Concepto Universal “triángulo” -definido como “polígono de tres lados”, etc.) 1.2. En el contexto de la Edad Media la discusión o controversia sobre los universales (conceptos/esencias) tiene un trasfondo teológico: se trata de encajar estas ideas griegas sobre la tesis de un Dios creador y un mundo creado. 2) Principales posiciones en la controversia: 2.1 Realismo exagerado: de origen platónico, sostiene que la Esencias (Ideas) preexisten a las cosas particulares del mundo sensible. En la teología cristiana se afirma que las esencias están prioritariamente en la mente de Dios antes de la creación. Fue planteada por San Agustín y desarrollada por una amplia tradición, por ejemplo, con San Anselmo, etc. 2.2.Realismo moderado: de origen aristotélico, afirma que las esencias de las cosas están dentro de ellas mismas (así el entendimiento humano encuentra los conceptos universales con los que definir las cosas gracias a un proceso de abstracción en la que separa lo particular de lo universal, etc.). 2.2 Nominalismo. Es una posición desarrollada en la etapa final de la Edad Media en la que se parte de rechazar las esencias y los conceptos universales. Lo real está formado por entidades particulares que son agrupadas por semejanza en unos conceptos generales que sólo son “nombres” (signos). Uno de sus más destacados defensores es el franciscano Guillermo de Ockham. Breve aclaración sobre los conceptos de “ontología” y “epistemología” La “ontología” es una teoría sobre la realidad en su conjunto. Busca, por ejemplo, señalar qué clases de realidad hay, y cuáles son sus propiedades principales. Platón y Aristóteles (y después de ellos los autores medievales) afirman que la realidad plena y superior son las Esencias necesarias, permanentes y universales de las cosas (distinguen, por ello, dos grandes clases de realidades: las realidades universales y las realidades particulares). La “epistemología” explica cómo se alcanza y cómo se valida el conocimiento de las distintas realidades (por ejemplo, el conocimiento de lo universal y el conocimiento de lo particular, etc.). Efectúa una clasificación de los tipos de conocimiento, define en qué consiste la verdad, etc. En cada una de las corrientes filosóficas (platonismo, aristotelismo, en la Grecia clásica. y luego sus dos grandes receptores en la Edad Media, San Agustín y Santo Tomás, respectivamente) se abordan las cuestiones ontológicas y epistemológicas con matices distintos, dando así lugar a posiciones contrapuestas. Lo común a esas corrientes es la tesis "esencialista": lo principal son las Esencias de las cosas (en el platonismo las esencias se postulan como "separadas", en la tradición aristotélica las esencias o formas están dentro de las cosas, etc.). Hay que subrayar, pues, que en todas las corrientes hay distintos tipos de repuestas a estas dos cuestiones: cómo es lo real (ontología) y cómo se conoce (epistemología). Tema 8. La filosofía árabe y judía Introducción Las filosofías árabe y judía que se desplegaron durante la Edad Media se sustentaron en dos fuentes: por una parte, la filosofía griega (en su caso sobre todo en Aristóteles), por otra parte –y de un modo central- en los Libros Sagrados de estas dos tradiciones religiosas (principalmente el Corán y el Antiguo Testamento, pero también fueron relevantes algunos libros procedentes del judaísmo: Talmud, Sefer-Yetzira, Zohar). Estas filosofías acudieron al rico legado de la filosofía griega con el propósito de organizar racionalmente los contenidos de la fe religiosa (sea árabe o judía; esos contenidos no eran siempre coherentes, ni consistentes, ni completos –y si no eran sistemáticamente ordenados y daban cumplida respuesta a una serie de problemas e inquietudes esas religiones corrían el riesgo de sucumbir o deshacerse en grupos cada vez más pequeños y minoritarios: sin una doctrina poderosa y bien trabada su supervivencia a largo plazo era sumamente improbable). Los principales temas que abordaron las filosofías árabes y judías eran los típicos de la Edad Media: la relación entre el único Dios y el mundo creado por él, el problema de cómo conjugar la fe con la razón (con la argumentación, la prueba), la preocupación por el ser humano y su salvación ultraterrena (tesis esta que se sustenta en un dualismo antropológico según el cual además de un cuerpo los seres humanos se definen en su esencia por un alma y un entendimiento o razón), temas de carácter ético (el bien y el mal, las instituciones sociales y las relaciones de unos con otros en su seno), político (¿quién tiene prioridad el gobierno civil de los nobles, reyes o emperadores –o califas o la figura que sea- o la autoridad religiosa?) y científico (matemática, astronomía, medicina). ¿Por qué fueron especialmente relevantes las filosofías árabes y judías respecto a la tradición occidental? Su importancia se debe ante todo a que adoptaron como pensador principal a partir del cual organizar su discurso teológico a Aristóteles. Esta elección fue tan novedosa y consistente que terminó transformando de un modo profundo la teología cristiana (y con ella muchos elementos de la cultura del Medievo occidental). Hasta ese momento el cristianismo había articulado su teología basándose sobre todo en Platón (esta fue la principal propuesta del primer gran teólogo de la Edad Media: San Agustín, cuya influencia fue fundamental hasta el siglo XI). ¿Qué sucedió aquí? Con los elementos recogidos de Aristóteles los filósofos árabes y judíos consiguieron poner en duda –o como mínimo discutir con sólidos argumentos- la entraña platónica de la teología cristiana. El cristianismo se vio obligado a reaccionar y lo hizo apoyándose también en Aristóteles – cuyos textos habían llegado a occidente a través de Córdoba-: fue Santo Tomás de Aquino el que tuvo que renovar en puntos centrales la teología cristiana con el fin de rebatir las poderosas tesis de la filosofía árabe y judía. Filosofía árabe Haremos un breve repaso delos autores siguientes: Al-Kindi, Al-Farabi, Avicena, Algazel, Avempace, Abentofail, Averroes. Al-Kindi (siglos VIII-IX d. C.) Fue traductor de Aristóteles. A pesar de que constata la profunda diferencia entre la filosofía y la razón respecto a las verdades de la revelación coránica (una serie inamovible de dogmas de fe) no excluye que la primera colabore con la segunda ayudando a que lo religioso sea expuesto en un lenguaje racional y en un marco en el que se busca la prueba y la argumentación (una colaboración en la que desde luego, como sucede en general en la Edad Media, todo se subordina a la religión pues ella ocupa el lugar central de este mundo cultural). Su aportación más original fue distinguir entre cuatro “entendimientos” (o ‘intelectos’ –siendo este el nombre para referirse a la facultad superior de un ente): uno exclusivo de Dios –el intelecto agente (siempre en acto)- y otros tres entendimientos propios de los hombres (activados en último término a partir del intelecto divino pues este es el principal, el primordial). Al-Farabi (siglos IX-X) A él se debe la teoría musical más relevante en la Edad Media. Realizó numerosos comentarios de la obra de Aristóteles e hizo importantes reflexiones sobre la política muy influyentes en el mundo islámico. Dentro siempre de un marco teológico –en el que Dios es considerado como el ente supremo que lo ha creado todo desde la nada- trazó una diferencia entre la esencia de algo y la existencia de ese algo (esta distinción fue elaborada después por autores como Avicena o Santo Tomás). Sólo en Dios se identifican su esencia y su existencia (los entes creados solo poseen, en cambio, una existencia posible o potencial pues necesitan de un Dios que los haga existir, que los lleve a la existencia). Recogió, añadiéndole matices nuevos, la teoría de los cuatro entendimientos de Al-Kindi: el entendimiento principal es el entendimiento del único Dios (un entendimiento agente en acto que contiene las formas inteligibles o las esencias universales de todo lo creado); gracias al entendimiento divino ocurren dos cosas: a) el entendimiento humano alcanza conocimiento de las esencias cuando el entendimiento de Dios lo pone en acto, lo desarrolla o lo activa; b) el profeta puede llegar a acceder a las verdades religiosas a través de una revelación (siendo el profeta el sabio destinado a gobernar la ciudad: es a la vez, por lo tanto, un líder religioso y una autoridad política –con lo cual el poder civil está indisolublemente ligado al poder religioso y, en última instancia, subordinado a él). Avicena (siglos X-XI) Destacó en la ciencia médica y realizó, como la mayoría de los teólogos árabes, comentarios a los textos aristotélicos. La tesis central de su teología es la siguiente: Dios es el Ser Necesario (y “ser necesario’” significa que algo es lo que ya es y nada más que eso –no puede en manera alguna ser de otra manera o adquirir otras características distintas). Y es Dios el que transmite esa necesidad absoluta que lo define a todo lo creado. Por su parte los entes creados son siempre una composición (o combinación) entre una forma necesaria y una materia potencial que denota contingencia y por eso capacidad de cambio. Una consecuencia de estas tesis filosóficas en la teología es que Dios creó el mundo tal y como es de un modo enteramente necesario: la creación, por ello, no es en modo alguno algo así como un “acto libre” (la libertad, en definitiva, no es uno de los atributos de Dios). Avicena completó la doctrina de lo Necesario y lo posible (o potencial) con la distinción entre esencia y existencia: sólo en el ser absolutamente necesario (Dios) la esencia y la existencia coinciden completamente. Respecto al conocimiento sostuvo Avicena tres cosas: a) hay un conocimiento intuitivo y evidente de los principios lógicos y matemáticos (y ese conocimiento es fruto de una inspiración divina); b) hay, además, un conocimiento demostrativo o por razonamiento (auxiliado por esa ciencia filosófica denominada “lógica”); c) hay, por último, y en el escalón inferior, un conocimiento que parte de la experiencia perceptiva de lo particular y obtiene a través de la abstracción las formas universales de las cosas conocidas. ¿Cuál es, a juicio de Avicena, la felicidad máxima que define el ideal del sabio? La contemplación intelectual del Ser Necesario, es decir, la contemplación del único Dios. Algazel (siglos XI-XII) Lo característico de este autor es su profundo rechazo de la razón y la filosofía desde la fe islámica y su defensa de una mística religiosa cercana al sufismo. Lo peculiar del caso es que ese repudio de la filosofía griega se apoya en razonamientos filosóficos – por eso Averroes subrayó que la posición de Algazel es en el fondo contradictoria. La principal consecuencia de su tesis es la consolidación de una religión dogmática que solo se sustenta en la fe del creyente, un creyente que tiene que estar siempre bajo la infalible guía de un Imán, de un líder religioso. Por otro lado, Algazel discutió las ideas teológicas de Al-Farabi y de Avicena (dos autores que sostuvieron que Dios creó el mundo necesariamente y que por ello la libertad no es uno de los atributos del ente supremo): Dios, afirma Algazel, creó el mundo libremente, y por eso mismo en el mundo creado cabe la libertad (y la máxima expresión de esta libertad se encuentra en el culto religioso islámico, es decir, en la adhesión inquebrantable a la religión verdadera). En realidad, lo que plantea Algazel, a pesar de su radicalismo religioso, es enteramente perspicaz. Con agudeza se dio cuenta de que la filosofía en la que apoyaron su teología tanto Al-Farabi como Avicena puede terminar poniendo en duda a la propia fe religiosa (por ejemplo, si se sostiene con firmeza que el orden del mundo es necesario –y que esa necesidad compromete también a Dios- se anula la posible existencia de milagros, etc.). Avempace (siglos XI-XII) Llevó a cabo una lectura religiosa de la lógica y la teoría del conocimiento de Aristóteles. El fin de la vida humana, sostenía, consiste en lograr a partir de prácticas ascéticas de purificación y elevación espiritual que la mente o el alma humana (su “entendimiento”) llegue a identificarse e igualarse con el entendimiento agente de Dios (un entendimiento siempre en acto que contempla la esencia o la forma de todas las cosas). Abentofail (siglo XII) Siguió la doctrina de Avempace y la plasmó en una novela titulada El filósofo autodidacta. Según ambos autores la filosofía conduce siguiendo su propio camino a las mismas verdades que por otra vía ha alcanzado la religión (el monoteísmo islámico en este caso). Averroes (siglo XII) Comentó la obra aristotélica con gran detalle y profundidad. Fue acusado de preferir la filosofía (asunto, desde un punto de vista estrictamente religioso, de “paganos e impíos”) a la propia religión (y esta era, en el contexto medieval, la acusación más grave que se podía realizar y padecer). Una de sus tesis más célebres –desarrollada con un sentido diferente en el “averroísmo latino” profesado en la Universidad de Paris- es que las verdades de la filosofía y la verdad religiosa de la fe monoteísta son, en último término coincidentes (pues la verdad es una y nada más que una). Los más cultivados y educados llegarán a esta verdad absoluta a través de las ciencias y la filosofía, el pueblo llano, en cambio, solo puede alcanzar esta verdad primordial a través de los relatos o parábolas plasmadas en los libros de la religión revelada a los profetas. Averroes recogió de Avicena la tesis de que el Ser Necesario en términos absolutos es Dios (una tesis que a duras penas encaja con la fe islámica –o con la fe judía o cristiana- pues según ella la creación del mundo es algo tan necesario como necesario es el Dios creador –esta afirmación, en el fondo,
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