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Laura Quintana Política de los cuerpos Emancipaciones desde y más allá de Jacques Rancière Herder Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes Edición digital: José Toribio Barba © 2020, Laura Quintana © 2020, Herder Editorial, SL, Barcelona ISBN digital: 978-84-254-4387-9 1.ª edición digital, 2020 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com). Herder www.herdereditorial.com http://www.conlicencia.com http://www.herdereditorial.com A Pablo y a Feliza, por el deseo inagotable Índice AGRADECIMIENTOS PRÓLOGO: La lección de los plebeyos, de Germán Cano INTRODUCCIÓN 1. Situando la reflexión 2. Emancipación y corporalidad en Rancière 3. El camino 4. Cuestiones de método Primera parte: Repensar hoy la emancipación de los cuerpos 1. CARTOGRAFIAR LAS PRÁCTICAS DE EMANCIPACIÓN 1.1. Una cartografía de los posibles 1.2. Emancipación intelectual y subjetivación política/disenso y desacuerdo 1.2.1. Desplazamientos cotidianos en el tejido de la experiencia 1.2.2. Escenas de desacuerdo 1.2.3. Diferencias de estrategias, pasajes y singularidad de la aproximación 2. LA EMANCIPACIÓN INTELECTUAL COMO TORSIÓN DE UN CUERPO 2.1. Torsiones de los cuerpos 2.1.1. Una mirada se desvía 2.1.2. El intersticio (l’écart) y la materialidad de las palabras 2.1.3. Lenguajes de los cuerpos 2.1.4. Potencia de los cuerpos 2.2. La torsión como conversión de un cuerpo 2.2.1. Una economía de la libertad 2.2.2. Quedar fuera de lugar 2.3. Efectos 3. EL CONSENSUALISMO Y LA DESPOSESIÓN DE LOS CUERPOS 3.1. Neoliberalismo, desposesión y despolitización 3.1.1. El neoliberalismo como ideología y la desposesión por acumulación 3.1.2. El neoliberalismo como forma de racionalidad y sus efectos de desdemocratización 3.2. La lógica consensual 3.2.1. La comunidad del consenso 3.2.2. La ley del consenso 3.2.3. La inclusión exhaustiva y su vertiente inmunitaria 3.2.4. La exhibición integral y la reducción de la heterogeneidad 3.2.5. La necesidad del tiempo y la desposesión de los cuerpos Segunda parte: Reinvenciones de lo común 4. EL DESACUERDO Y LA DIVISIÓN DEL CUERPO SOCIAL HOY 4.1. De nuevo, cuestión de método 4.2. El desacuerdo 4.2.1. La mala cuenta inevitable 4.2.2. La manifestación del daño 4.2.3. El conflicto político 4.2.4. Subjetivación política 4.2.5. Los argumentos del desacuerdo 4.3. A contracorriente del consenso: la exigencia del buen vivir 5. ¿INSTITUCIONES DEL DESACUERDO, INSTITUCIONES DE LO COMÚN? 5.1. Prolongar los intervalos emancipatorios más allá de un cuerpo social orgánico 5.2. ¿Un antiinstitucionalismo inviable? 5.3. Democracia excesiva y autonomía de las prácticas de emancipación 5.4. ¿Instituciones emancipatorias? 5.5. ¿Instituciones de lo común? 5.5.1. Más allá de la res publica 5.5.2. ¿Cómo construir lo común en medio del conflicto? 5.5.3. Instituyendo lo común 5.6. Institución, conflicto, violencias 6. IMAGEN, TIEMPOS, CUERPOS 6.1. Un reportaje excesivo 6.2. La lógica estética y sus reinvenciones de los cuerpos 6.2.1. Cuerpo inexpresivo, cuerpos fragmentados, cuerpo inhallable 6.2.1.1. Cuerpo inexpresivo 6.2.1.2. Cuerpos fragmentados 6.2.1.3. Cuerpo inhallable 6.2.2. Cuerpos en el límite de lo que pueden: la política de los filmes de Pedro Costa 6.3. Otra imagen del tiempo: cuerpos heterocrónicos 6.3.1. Memorias en conflicto: las posibilidades del documental- ficción 6.3.2. Cuerpos que recusan su victimización: Campo hablado, de Nicolás Rincón Gille A MODO DE EPÍLOGO: POLÍTICA, CUERPOS, AFECTOS BIBLIOGRAFÍA Lo que llamamos espíritu y alma, ¿no es solo acaso un leve cambio en la pequeña superficie de un rostro cercano? Puesto que toda la felicidad por la que alguna vez temblaron los corazones; toda la grandeza con que el solo pensamiento casi nos destruye, y cada uno de esos vastos pensamientos que van y vienen, hubo un instante en que no fueron más que el fruncir de unos labios, una arruga en el entrecejo o extensiones de sombras sobre la frente. R. M. RILKE La palabra que mantiene hoy abierta la posibilidad de otro mundo es aquella que deja de mentir sobre su legitimidad y su eficacia, es la que asume su estatuto de simple palabra, oasis al lado de otros oasis, o islas separadas de otras islas. Entre los unos y los otros hay posibilidad de trazar caminos. Es la apuesta de la emancipación intelectual. Y es la creencia que me autoriza a decir algo sobre el presente. J. RANCIÈRE Agradecimientos Este trabajo, que escribí durante unos cuantos meses, está atravesado por reflexiones estimuladas por diálogos concretos y virtuales con amigos-colegas con los que he discutido estos temas a lo largo de algunos años. Pienso en particular en Étienne Tassin, Anders Fjeld, Carlos Manrique, Pablo Jaramillo, Juan Ricardo Aparicio, Gustavo Chirolla, Diego Paredes, Catalina Cortés-Severino, Santiago Castro- Gómez, Alhena Fernández, Luciana Cadahia, Amalia Boyer, Andrea Lehner y en varios de quienes fueron mis estudiantes de maestría y doctorado en los últimos cuatro años. A todos ellos, gracias. Quisiera también mostrar mi agradecimiento al proyecto «Movimientos sociales y construcción de lo común en Colombia hoy», financiado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. El trabajo de campo llevado a cabo para este proyecto y las discusiones con el grupo de investigación alimentaron y situaron los planteamientos de este trabajo, especialmente los capítulos 4 y 5. Finalmente, quiero agradecer a la editorial Herder su cuidadoso trabajo en esta publicación. Prólogo La lección de los plebeyos Germán Cano I «Los filósofos en la calle». La célebre foto periodística llevaba este encabezado y mostraba a Foucault, provisto de un megáfono, arengando, al lado de Sartre, a los manifestantes reunidos para denunciar un crimen racista en la rue Marcadet, en el distrito XVIII de París, un barrio popular en el que se habían instalado masivamente trabajadores inmigrantes. Es 27 de noviembre de 1971, pero aún resuena la proliferación de ecos del 68. En ese momento –escribe Jacques Rancière–, entre la creación de la Universidad de Vincennes y la del Grupo de Información sobre las Prisiones, el tecnócrata estructuralista se encontraba en la primera fila de los intelectuales en quienes se reconocía el movimiento antiautoritario. De repente, la cosa parecía evidente: aquel que había analizado el nacimiento del poder médico y el gran encierro de locos y marginales estaba dispuesto a simbolizar un movimiento que se metía no solamente con las relaciones de producción y las instituciones visibles del Estado, sino con todas las formas de poder diseminadas en el cuerpo social.1 No deja de ser curioso que Sartre y Foucault aparezcan juntos en esa escena: quien entendía que Foucault, junto con otros, representaba «la última muralla de la burguesía contra el marxismo» y quien pasaba, y seguirá pasando hasta hoy, como uno de los principales críticos del marxismo no dudaban, sin embargo, en aparecer juntos en el agitado contexto de la época. Ahora bien, ¿estaban realmente «en la calle»?, ¿en qué sentido? ¿Podríamos decir que encarnaban en algún sentido lo real del acontecimiento? ¿Qué podemos decir de ese viaje al pueblo en el 68 cuando se empezaba a imponer una crítica política de los excesos de la crítica ilustrada, sobre todo de esa figura llamada el «intelectual universal» presta a emancipar a los otros? El marxismo, «horizonte insuperable de nuestro tiempo». Esta célebre expresión aparecida en la Crítica de la razón dialéctica de Jean-Paul Sartre parecía ofrecerse, a principios de los años sesenta del pasado siglo, como el signo de época: «Lo que empezaba a cambiarme –escribía Sartre– era la realidad del marxismo, la pesada presencia, en mi horizonte, de las masas obreras, cuerpo enorme y sombrío que vivíael marxismo, que lo practicaba y que ejercía a distancia una atracción irresistible sobre los intelectos de la pequeña burguesía». Será poco tiempo después cuando, en plena efervescencia posestructuralista, Michel Foucault ironice sobre la expresión y anuncie, como cronista, otra encrucijada histórica, otros problemas no detectados bajo el radar marxista, otro tipo de intelectual, otra relación con la sociedad. Otra emancipación. El 68 había llegado y mostrado un escenario nuevo, con protagonistas de autoridad menos pesada, más jovial, otros corrimientos de tierra, otras reivindicaciones. Conocemos las consecuencias desde entonces: poshistoria, posmarxismo, dispersión, fragmentación, emergencia de nuevos actores sociales. Una nueva lógica estética, social y política, en suma. ¿Cabría hablar hoy, acercándonos a la segunda década del siglo XXI, parafraseando a Sartre, pero ante un telón de fondo muy distinto, de una «emancipación popular como horizonte insuperable de nuestro tiempo»? ¿Un horizonte «plebeyo» orientado a cuestionar lo que en este libro que aquí presentamos se llama «presupuestos de los espíritus letrados»? ¿Una apología del viaje y del viajero que ha pasado de denunciar «la indignidad de hablar por los otros» a la indignidad del turista? Así era la flor antaño prometida por un texto de Mao Zedong a quienes aceptaban salir, ir a mirar fuera de la ciudad y de los libros, apearse del caballo para recoger la realidad viva. La realidad estaba ahí, denunciando la vanidad de los libros, y, sin embargo, perfectamente semejante a lo que los libros dejaban esperar, a lo que las palabras hacían amar. Viajar, descubrir por uno mismo esa extrañeza reconocible, esa reverberación de la vida […] fue, quizá, antes de que se analizara la opresión o el sentido del deber hacia los oprimidos, el meollo de la experiencia política de nuestra generación.2 II Si hemos querido empezar nuestra presentación de Política de los cuerpos de esta manera indirecta, es porque probablemente ha sido Jacques Rancière uno de los pensadores contemporáneos que más ha insistido en la necesidad de una nueva lógica emancipatoria, cuestionando, además, toda posición crítica del tradicional maestro tras ese laboratorio político que fue el 68. Como nos recuerda Rancière comentando la escena anterior y haciendo balance de la herencia de Foucault, no basta que un filósofo esté en la calle para que su filosofía funde allí el movimiento ni aun su propia presencia. El desplazamiento filosófico operado por Foucault implica justamente el desarreglo de las relaciones entre saber positivo, consciencia filosófica y acción [...], la filosofía abdica de su posición central. Pero el saber que ella libera no define entonces ningún arma de masas a la manera marxista. Es simplemente una carta nueva sobre el terreno de este pensamiento efectivo y descentrado. Él no proporciona nada de conciencia a la revuelta. Pero permite a la red de sus razones encontrar la red de razones de aquellos que, aquí o allá, se fundan en su propio saber y en sus propias razones para introducir el grano de arena que bloquea la máquina.3 El libro que tiene en sus manos el lector trata de esta liberación, pero también de este bloqueo, de intervalos, umbrales, interferencias…, torsiones. De la necesidad de salir de la melancolía para acceder a una realidad nueva. En cierto modo, ¿la excesiva dependencia de las grandes expectativas de la Teoría con mayúscula en el pasado siglo no habría terminado conduciendo hoy a una variada fenomenología de su resaca, esa «gruesa nube negra» que aparece como contrapunto de cierta confianza en el potencial de cambio? Recordemos cómo la generación de Rancière pasó de la afirmación althusseriana del poder de la ciencia para desvelar las ineludibles ilusiones de los agentes de producción al entusiasmo maoísta con la reeducación autodestructiva de los intelectuales en el trabajo de fábrica. El exdiscípulo de Louis Althusser será explícito: lo mejor que puede hacer la «crítica social» hoy por los movimientos sociales y todos los movimientos actuales de emancipación es «llevar a cabo una crítica radical de la tradición crítica, la cual se ha convertido en una poderosa máquina ideológica opuesta a cualquier forma de protesta social y emancipación política».4 ¿Deberíamos, pues, dejar abandonada la miseria de la crítica a su suerte? ¿Cómo abordar la cuestión hoy en un contexto donde la alianza clásica marxista entre las fuerzas de la «humanidad sufriente» y la «humanidad pensante» ha pasado por tantos bloqueos, malentendidos, críticas y traiciones? Como expone en este libro Laura Quintana, el pensamiento de Rancière nos invita a salir de lo que entiende que es un «círculo vicioso», el que se ha desplegado funestamente entre las promesas de la «ciencia liberadora» y la «exaltación de las culturas populares»: En los rigores de la ciencia marxista, tanto como en los colores de la cultura popular, había aprendido a ver la clausura de un mismo círculo, la complementariedad de un imposible y de una prohibición que se podía resumir así: primero, los dominados no pueden salir por sí mismos del modo de ser y de pensar que el sistema de dominación les asigna; segundo, no deben perder su identidad y su cultura buscando apropiarse de la cultura y del pensamiento de los otros. La desvalorización de una experiencia necesariamente mitificada o la exaltación de la autenticidad popular obligaban igualmente a los obreros a no tener otro pensamiento que el propio [...]. Imposible no reconocer como una evidencia el hecho de que el obrero no tiene tiempo para estar en otra parte más que en su tarea, pues el trabajo no espera [...]. Prohibido romper el orden simbólico de una ciudad que la divinidad ha ordenado, según la justicia, en la que coloca hierro en el alma de los trabajadores, los que proveen las necesidades de la comunidad, y oro en la de los guardianes que la dirigen hacia sus fines.5 III ¿Cómo salir de ese funesto «círculo»? ¿No habrá que desplazar nuestra mirada filosófica para comprender lo que hoy está en juego? ¿Hasta qué punto? De todos los méritos, que no son pocos, que tiene el libro de la profesora colombiana Laura Quintana que aquí presentamos, destaca su forma de explorar el discurso de Rancière, haciéndolo especialmente fructífero –algo más que útil– para nuestra coyuntura política. Aquí, ciertamente, el trabajo riguroso, la reconstrucción del proceso reflexivo del pensador francés, de los debates en los que ha intervenido y la sensibilidad estética hacia los cambios históricos de nuestro tiempo, se ponen al servicio de una comprensión política del presente, de una labor de experimentación con sus fisuras. Se trata de presentar esa «extrañeza igualitaria que se da como tarea no revelar, no desocultar, no representar, sino cercar: mirada que cerca, que reconoce el trabajo de singularización de sí y de otros».6 No en vano la situación política de Colombia está muy presente en todo el texto. Si hubiera que resumir la brillante aportación de Quintana en pocas palabras, podría decirse que es una inmejorable contribución a una ontología del presente que busca confiar en nuestras posibilidades emancipatorias. Es en este terreno donde el texto supera la habitual glosa del pensamiento de Rancière y se dota de tensión filosófica propia. Llamaría la atención sobre cómo la autora se interesa, principalmente, por subrayar cómo el desplazamiento estético de esta obra aún en proceso no equivale a ningún desprecio de la materialidad. Es aquí donde el trabajo de reconstrucción brilla, a mi modo de ver, especialmente, al insistir en cómo la preocupación por la aisthesis –que no por casualidad aparece en el siglo XVIII como suplemento de la razón política– no es sino una preocupación por el cuerpo, una inquietud que tiene que ampliar el campo de juego de lo que habitualmente se denomina racionalidad política. Es sobre este telón de fondo desde donde se lleva a cabo una sugerente aproximación a la categoría de torsión, genuino centro de gravedadque le sirve a Rancière para delimitar su específica lectura de la problemática emancipadora. Confieso que uno de los ejes reflexivos que más me ha interesado del trabajo de Laura Quintana es su pregunta acerca de «cómo superar el tiempo del resentimiento», cómo acceder a una gramática política que no haga de necesidad virtud: cuerpos que se alzan como cuerpos «que no solo reaccionan a la necesidad, sino que desde la necesidad pueden manifestar palabras articuladas, razones para confrontar una situación y no meramente reclamos para quejarse de las penurias que padecen; es decir, se emancipan».7 De ahí que sea relevante preguntarse si, más que la ignorancia, la ingenuidad o la irracionalidad, la política emancipatoria ha de luchar contra esa actitud inmunitaria, anestesiada y a la vez enjuiciadora que aísla a los cuerpos de la contingencia y su dimensión relacional, aunque nunca de manera inevitable. En otras palabras, se trata de dejar de pensar que los cuerpos simplemente reaccionan con odio o resentimiento porque detestan las circunstancias deplorables de marginación en las que se encuentran, y necesitan encontrar un responsable de su situación al que culpar. Se trata, más bien, de pensar por qué esta indignación se dirige no hacia ciertas formas de regulación del mundo, no hacia ciertas prácticas sociales que reparten desigualitariamente lo común, sino que se dirige hacia un otro inadmisible, que se culpa de la situación. Se trata de pensar por qué la indignación no da aquí lugar a un litigio político sobre la forma en que se reparte lo común, sino a afectos inmunitarios que reiteran estas particiones.8 Ahora bien, ¿cómo ejercer un compromiso intelectual con nuestro presente sin ceder al resentimiento y sin convertirse en el abogado de lo peor? La pérdida de reflexividad, que puede verse por momentos en el mundo contemporáneo, tiene que ver no con una ceguera causada por el poder de lo aparente y la sobreabundancia de imágenes, o por la fácil manipulación de los ignorantes, sino por las formas de fijación, de cierre de sentido que produce la lógica consensual, y con esto su efecto de bloqueo o de falta de movilidad afectiva.9 Como nos recuerda Rancière, los trabajadores intelectuales, en Mayo del 68, no tenían un lugar privilegiado, eran parte de la multitud; tampoco representaban ninguna corporación y de hecho ni siguiera se autodenominaban intelectuales. Fue después del repliegue y la derrota de las experiencias de Mayo cuando los intelectuales regresaron, en no pocos casos como vedettes mediáticas –los «nuevos filósofos»– al ejercicio político profesional, recuperando la figura moralizadora del comprometido, incluso produciéndose la vuelta de organizaciones militantes de estructuras jerárquicas y autoritarias. Allí donde tenía lugar la hibridación entre la crítica artística y la crítica social, ahora la marca de Mayo aparecerá reducida a un momento ético de transformación individual y espiritual. Se produce una especie de viraje en donde los «nuevos filósofos» invierten los planteamientos marxistas al precio de volver a generar la ilusión de una voz popular sufriente, reforzando, asimismo, la división intelectual del trabajo impugnada por el 68. Del obrero, pasamos a esa plebe sufridora y silenciosa que tan buenas migas hace con el discurso antitotalitario, primero neolibertario y después neoliberal. No es casualidad que la revista Révoltes Logiques, fundada por Rancière, nazca al mismo tiempo que esa doble visión, la idealizada y la grotesca, del pueblo o, mejor, de sus falsos encuadres. El pueblo en litigio. En lugar del estricto proletario de la ciencia marxista, se dibujaba un pueblo ruidoso y colorista, pero también un pueblo conforme en gran medida a su esencia, bien arraigado a su lugar y a su tiempo, dispuesto a pasar de la leyenda del pueblo bajo a la positividad de las mayorías silenciosas. En el nuevo clima intelectual surgido de la reacción al 68, la identificación del mito del pueblo revolucionario marxista con el crimen masivo del Gulag implicaba, pues, el surgimiento de la imagen de esa plebe inmaculada y espontáneamente insurgente, donde se conjugaban la inmediata positividad del cuerpo popular y la pura negatividad de la resistencia al poder. Las bellas páginas que Laura Quintana dedica al reportaje de James Agee y Walker Evans representan justo lo contrario de lo que denomina «la indignidad del voyeur»: esa supuesta compasión por el pueblo, piedad por los desdichados, que impide la capacidad de sentir con ellos, de hacerlos sentir con nosotros, de formar parte de una capacidad compartida: La fijación de la víctima como otro desposeído que lamentar o compadecer es entonces un recurso que impide no solo la coimplicación ética con el dolor de otros, sino que cierra también la imaginación política para pensar que ese dolor ha sido producido, tiene que ver con formas de relación, tipos de poder y sujeción que atraviesan y tendrían que afectar a cualquier habitante de este país.10 Quintana se atiene, por tanto, a esta premisa básica del pensamiento de Rancière: El primer sufrimiento es precisamente el de ser tratado como alguien que sufre. Y, si un sociólogo algo puede hacer para aliviar al que tiene sentado frente a sí, no es aclarándole las causas de su sufrimiento, sino escuchando sus razones y dándoselas a leer como razones y no como la expresión de una desdicha. El primer remedio a la miseria del mundo es sacar a la luz la riqueza que conlleva. Porque el primer mal intelectual no es la ignorancia, sino el desprecio. El desprecio hace al ignorante y no la falta de ciencia. Y el desprecio no se cura con ninguna ciencia, sino tomando el partido de su opuesto, la consideración.11 Desde estas premisas, la posición de Rancière polemiza con dos modelos de pedagogía política; se desmarca tanto de la opción hegemónica del intelectual orgánico que se ubica por encima del campo social como la del autoaprendizaje de la multitud: la educación a través de un éxodo biopolítico contra el biopoder o a través de un proceso de articulación de demandas que, en contextos de crisis orgánica, reconoce la necesidad de trabajar y usar relatos contrahegemónicos dentro del orden institucional ya existente para construir un pueblo por venir. Contra todo tipo de elitismo teorético, la insistencia en la separación que divide por siempre el universo de la cognición científica del (des)reconocimiento ideológico en que las masas están inmersas, contra esta postura, que permite a los teóricos hablar por las masas, saber la verdad respecto de ellos, Rancière se esforzará sistemáticamente por elaborar los contornos de esos momentos mágicos, poéticamente violentos, de la subjetivación política en que los excluidos (las clases pobres) «manifiestan su derecho a hablar por ellos mismos, de efectuar un cambio en la percepción global del espacio social para que sus demandas tengan un lugar legítimo en él».1212 ¿Debemos entender, sin embargo, el plano de lo político más allá de estos «momentos mágicos»? ¿Hasta qué punto la perspectiva de Rancière, a pesar de su finura, termina privilegiando ciertas experiencias populares que, sin embargo, no son suficientemente representativas de los estratos populares? ¿Dónde queda, en este sutil análisis de lo político, la perspectiva crítica de la economía política? Preguntas abiertas que, sin duda, no agotarán el poderoso influjo de su reflexión. En el recorrido que nos brinda Laura Quintana, desde luego, estas cuestiones se enriquecen desde Rancière, pero también apuntan más allá de él. * Concluyamos. Me atrevería a sugerir que es la envidiable flexibilidad teórica de Quintana, su desprejuiciado manejo de corrientes filosóficas diferentes y su capacidad política de escucha a su presente los que abren en este ensayo un singular camino hermenéutico que va más allá de la simple exégesis del pensador francés. Desde aquí, el abanico de temas que se abordan –los límites políticos de la crítica; el problema de la institucionalidad y el Estado; la discusión conla relectura populista de la hegemonía gramsciana; las diferentes gramáticas del agravio; el reto que para la subjetividad política supone el dispositivo neoliberal de consenso o las dificultades del arte político en la supuesta era de la posverdad– hace de este texto algo más que una monografía sobre Rancière, para convertirlo en una excelente cartografía del pensamiento político contemporáneo, si no una guía alternativa que arroja luz sobre la posibilidad de un compromiso militante para el siglo XXI, una práctica militante, eso sí, entendida como «una práctica que no solo produce incrementos de formas de saber y de capacidades, sino también intensificaciones en términos de deseos».13 1 Rancière, J. (2016), «La difícil herencia de Foucault», en Tello, A. M. (comp.), Gobierno y desacuerdo. Diálogos interrumpidos entre Foucault y Rancière, Viña del Mar, Communes, p. 9. 2 Id. (1991), Breves viajes al país del pueblo, Buenos Aires, Nueva Visión, p. 8. 3 Id. (2016), «La difícil herencia de Foucault», op. cit., p. 10. 4 Id. (2010), El espectador emancipado, Pontevedra, Ellago, p. 44. 5 Id. (2013), El filósofo y sus pobres, Buenos Aires, Universidad General Sarmiento, pp. 11-12. 6 Página 148 de este libro. 7 Página 254 de este libro. 8 Página 212 de este libro. 9 Página 396 de este libro. 10 Página 429 de este libro. 11 Rancière, J. (2013), El filósofo y sus pobres, op. cit., p. 18. 12 Žižek, S. (2016), «La lección de Rancière», en Tello, A. M. (comp.), Gobierno y desacuerdo…, op. cit., p. 252. 13 Página 309 de este libro. Introducción La realidad lejana me examina a diario / como un pasajero desconocido que me despierta en medio del camino... NIKOLA MADZIROV ¿Qué acontece cuando un cuerpo1 cuestiona la identidad, el lugar, las funciones que le han sido asignadas y se expone a otras experiencias y posibilidades vitales? ¿Qué está en juego cuando una colectividad de cuerpos confronta ciertos dispositivos de regulación para exigir que otras formas de vida, y modos de ser con otros, puedan aparecer y ser reconocidas como igualmente válidas? ¿Cómo prolongar estas transformaciones igualitarias en trazados institucionales que las multipliquen y potencien? ¿En qué medida tales transformaciones requieren de otros imaginarios y formas de percepción como los que pueden propiciarse en prácticas de experimentación con la imagen, el gesto, las palabras, los afectos? Estas son preguntas cruciales para la reflexión contemporánea sobre las prácticas de emancipación, que están también en el centro del pensamiento de Jacques Rancière. Y son las preguntas que van a ser confrontadas en este libro. Se trata de cuestiones que gravitan alrededor del problema del cuerpo, indagando por lo que una corporalidad puede cuando se emancipa, y por lo que pueden los cuerpos, al juntarse, en las prácticas de emancipación. Y es que, sin duda, una cuestión clave que interesa a la reflexión ético-política contemporánea es pensar cómo las corporalidades, una vez que se reconocen como inscritas o conformadas desde múltiples dispositivos de poder y dominación, que se despliegan en sus prácticas, formas de percibir y sentir habituales, pueden revertir esas sujeciones y transformarse.2 ¿Qué significa que un cuerpo sea, y hasta qué punto, conformado por las prácticas sociales, cómo lo afectan y cómo puede incidir críticamente sobre ellas? En otras palabras, podría aparecer como un problema pensar cómo es que una corporalidad, que se asume como conformada por múltiples mecanismos de poder, puede desujetarse de sus incorporaciones, alterarse y eventualmente producir, con otros, transformaciones en el mundo común. Brian Massumi le ha dado concreción a este asunto y a la problematicidad que supone cuando aduce que, desde ciertas teorías sobre la posicionalidad, dominantes en los estudios culturales,3 no se dejarían pensar las transformaciones cualitativas de un cuerpo, su movilidad y su capacidad para sentir este movimiento, toda vez que, de maneras imprevisibles o inesperadas, puede exceder las sujeciones sociales (véase Massumi, 2002: 3). Esta es una sin-salida que, como destacó en su momento Eve Sedgwick (2003: 123-151), podría tener incluso un efecto paranoide sobre la teoría crítica, pues la pondría siempre en alerta de rastrear la conformación de nuevos mecanismos de poder que, en cierto modo, dejarían atrapados a los cuerpos en la reiteración de sus sujeciones, en lugar de indagar por los territorios afectivos que circularían entre aquellos y por las formas imprevisibles en las que se podrían transformar.4 Se trata de una inquietud que desde otras consideraciones también se ha planteado Rancière en sus trabajos. Desde sus primeras críticas a Althusser y a Bourdieu, alimentadas por un singular trabajo filosófico de archivo, hasta sus cuestionamientos más recientes al dispositivo crítico y poscrítico, a este autor le ha interesado problematizar perspectivas filosóficas y de las ciencias sociales que no dejan pensar las formas imprevisibles e incalculables en las que los cuerpos pueden reinventarse, desde las posiciones, los roles y las prácticas que los sujetan. Esta limitación se da ya sea porque, desde esas miradas, se insiste en pensar la emancipación y la crítica en términos desmitificadores, como la posibilidad de ver unos hilos ideológicos que no se veían, y que solo podrían ver quienes habrían adquirido un cierto saber, sin que puedan desprenderse por completo de las naturalizaciones de la ideología, dadas las corporizaciones prerreflexivas que los habrían conformado;5 ya sea porque ciertas perspectivas críticas pueden tender a una lógica totalizadora o cerrada del campo social, cuando no apocalíptica (algo que Rancière ve manifestarse en pensadores contemporáneos como Guy Debord, Giorgio Agamben y Slavov Žižek). De acuerdo con esta, la hegemonía del capitalismo contemporáneo en nuestro mundo globalizado habría capturado la posibilidad de toda resistencia a sus dinámicas de poder, dado que sus regulaciones estarían difundidas no solo en el nivel molar de la organización y gestión institucional, sino a un nivel molecular de las formas de vida, de la cotidianidad de los cuerpos (Rancière, 2017: 38). Estaríamos entonces hoy en día en medio de unas prácticas de conducción de los gestos, los afectos, los ritmos, los deseos que, con su afán por la productividad y el rendimiento exitoso, con sus ritmos frenéticos regidos por la exigencia de la continua innovación y el autoperfeccionamiento del sujeto emprendedor, con sus lógicas integradoras de toda diferencia, parecen haberse apropiado también del deseo de ser de otro modo, de transgredir los límites dados, de cambiar realmente las formas de vida, y con esto de la posibilidad misma de toda resistencia o desujeción.6 De modo que no habría excedencia: todo intento de ruptura se movería ya dentro del orden espectacular, del consumo y de la mercancía que se buscaría trastocar.7 Y entonces la alternativa parecería ser solo el reconocimiento de los mecanismos ideológicos que operarían en las sociedades de consumo del capitalismo tardío, y con esto también una desencantada comprensión acerca de la inescapabilidad de una racionalidad acaparadora, de captura, de cierre, que se apuntaría entonces a denunciar, en sus múltiples y posibles reinvenciones (Rancière, 2007a y 2010a: 29-52). Frente a estas perspectivas de la teoría crítica que ponen en su centro de consideración la cuestión de la corporización de las sujeciones, enfocándola desde la «gruesa nube negra» (Rancière, 2017: 38) de un cierto nihilismo, Rancière, como bien se ha destacado (véase, por ejemplo, Chambers, 2013: 133-156), ha cuestionado el dispositivo crítico que aquellas movilizan inadvertidamente o no. Más concretamente, ha buscado repensar la actividad crítica lejos de un dispositivo de inversión (de acuerdo con el cual lo considerado esencial se muestra como aparente), desmitificador (en el que se revela como mítico o ideológico lo que se consideraba real, verdadero), humanista (en el que se reapropian capacidadeshumanas alienadas) y de liberación de un poder de captura global. A contrapelo de estos presupuestos ha enfatizado que la emancipación no es un movimiento de iluminación en el que se logre ver lo que no se dejaba ver, ni un proceso de conocimiento y reconocimiento de lo que no se sabía, ni la reapropiación de una capacidad que se habría separado de sí (Rancière, 2010a: 21, 25), ni la posibilidad de escapar de las «garras de un monstruo tentacular» (Rancière, 2012a: 108). Confrontando tales presupuestos, Rancière ha enfatizado, por una parte, que las formas de dominación operan «en una combinación de elementos, de ensamblajes heterogéneos», de modo que «la manera de adherirse a estos o de distanciarse de ellos son también combinaciones heterogéneas de afectos y de formas de conciencia» (Rancière, 2017: 19); es decir, tomas de conciencia siempre afectivas, corporales. Así que resulta muy simplificador pensar que los sujetos pueden quedar completamente sujetados por sus dominaciones, capturados por estas en sus convencimientos prerreflexivos. De la mano con esto, puede pensarse que un movimiento emancipatorio es antes que nada un movimiento afectivo que impulsa a buscar otro tipo de vida con respecto al habitual, desde una afirmación del poder de reconfiguración de los cuerpos, de su plasticidad. Sin embargo, que la emancipación implique este movimiento de la corporalidad, afectivo y reflexivo, es algo que no ha sido suficientemente elaborado por los comentaristas de la obra de Rancière, pese a que ha sido enfatizado por el mismo autor en varios lugares. Por ejemplo, en una de las entrevistas que ha concedido, destaca: La emancipación no implica un cambio en términos de conocimiento, sino en términos de posición de los cuerpos. Por eso he insistido en la dimensión estética del problema de la emancipación, entendiendo por esto un modo de inscripción en un universo sensible. En el siglo XIX, ser obrero es estar provisto de cierto cuerpo, definido por capacidades e incapacidades, y por la pertenencia a un cierto universo perceptivo. La emancipación es una ruptura con esa corporeidad, por ejemplo, una ruptura entre la mirada y los brazos. La emancipación es entonces, antes que nada, una ruptura con una corporeidad, con una forma de experimentar el cuerpo, que trae consigo una transformación en su posición: su inscripción en otro universo sensible con respecto al asignado (en otro reparto sensible, en otras economías de las fuerzas afectivas, en otras formas de gestualidad), a través de prácticas de reflexividad corporal que producen también otra forma de ver el mundo, de ser afectados por él, y de enjuiciarlo. Por un lado, entonces, parece estar en juego una alteración de la manera en que los cuerpos asumen lo que pueden, experimentan sus capacidades e incapacidades, es decir, una alteración cualitativa en su movilidad y también, con ello, en su potencia, en su deseo, en sus afectos;8 y junto a esto, gracias a esto, una transformación en la comprensión del mundo y del campo de lo que es pensable como posible en este. Pero estas transformaciones no tienen que ver con una plena excedencia y transgresión de las sujeciones, ni con una reiteración alterada o mímesis paródica de estas, que implique en último término que «solo experimentamos y reexperimentamos el cuerpo habitual» (Noland, 2009: 213); ni mucho menos con un juicio a distancia con respecto a una situación que pueda finalmente reconocerse en su realidad. La manera en que Rancière invita a repensar la emancipación supone reconsiderar no solo la relación entre una corporalidad y las sujeciones que, de forma no saturada, no estable, ni homogénea, la conforman, sino cómo pueden desplegarse formas de alteración a partir de estas sujeciones. Más concretamente, cómo estas pueden ser contrarrestadas a través de prácticas singulares de las corporalidades, así como en acciones colectivas que puedan tener efectos desujetantes y transformativos sobre las formas de regulación social. Y de la mano con esto también se apunta a pensar cómo estas posibilidades emancipatorias pueden inscribirse en instituciones otras que prolonguen formas de relación alternativas para los cuerpos. Pero esto, evidentemente, implica perseguir en el pensamiento de Rancière una cierta comprensión de la corporalidad, y de las formas en que esta puede emanciparse en manifestaciones singulares y colectivas, con efectos relacionables, aunque también diferenciables. Me interesa mostrar entonces cómo el pensamiento de Rancière invita a repensar la emancipación desde el cuerpo, y desde otra comprensión del cuerpo (otra, con respecto a una visión objetivada, naturalizada, pero también con respecto a ciertas comprensiones constructivistas y culturalistas). Más exactamente, mostraré que el pensamiento de Rancière deja pensar una comprensión estético-cartográfica del cuerpo y de la emancipación que incide también en la forma en que este autor entiende las formas de acción colectiva, en términos de subjetivación política, así como los dispositivos institucionales en que aquellas podrían prolongarse y multiplicarse. De esta manera, me interesa aducir que el pensamiento de Rancière contribuye a crear otros «lenguajes para la agencia crítica contemporánea», para formular este reto en términos de Athanasiou y Butler (Butler y Athanasiou, 2013: 27). «Otros lenguajes» con respecto al dispositivo crítico tradicional y poscrítico, al que me he referido antes. Pero «otros» también con respecto a la gramática liberal del «individuo autónomo soberano», que es también, como han mostrado los trabajos de Nikolas Rose (Rose, 1989, 1996), el sujeto propietario de sí (encargado de su autoformación, autocuidado, autorregulación), del liberalismo y el neoliberalismo y, en los términos de Rancière, el sujeto despolitizado del consensualismo,9 que tiende a inhibir las transformaciones disensuales. Se trata, lo iremos viendo, de un sujeto que encarna unas fijaciones identitarias producidas por el consensualismo y sus fronteras marginalizadoras entre el humano y el no humano, el capaz y el incapaz; y de un sujeto que inhibe, así, su plasticidad corporal y la exposición a otros cuerpos, al fijarse también a ciertas formas de vigorexia corporal, como hace la inflexión fitness de aquel (Cano, 2015: 23-24). La manera en que Rancière piensa las formas de emancipación (individuales y colectivas) pone en cuestión ese sujeto y con él también el dispositivo humanista de la persona, con sus rígidas fronteras entre lo verdaderamente humano, racional, capaz de palabra articulada, y la mera vida de quien solo estaría destinado a la sobrevivencia,10 a la impotencia, o a la desposesión de sus capacidades de agencia. De modo que sus planteamientos en torno a lo que he llamado aquí muy ampliamente «una política de los cuerpos» pueden ser también significativos, como aduciré a lo largo del libro, para reflexionar sobre la agencia política hoy, en tiempos del capitalismo tardío y sus formas de desposesión de aquellos que marginaliza, incluye como excluidos o abandona.11 Así, sirviéndome del pensamiento de Rancière, apunto a pensar formas de acción política que puedan confrontar tales desposesiones y puedan inscribirse en otras instituciones posibles y en otros lenguajes estéticos, que trastoquen el orden de lo asumido como dado. 1. Situando la reflexión Localicemos estas cuestiones en algunas circunstancias contemporáneas, para situar también las inquietudes que me afectan y me llevan a emprender este trabajo de pensamiento con Rancière, y, en algunos momentos también, más allá de sus planteamientos. Por un lado, hoy en día, en las sociedades capitalistas globales, una constelación de fenómenos parece poner de manifiesto una serie de sin-salidas para la agencia crítica, y, por otro lado, quizá como la otra cara de una misma moneda, en estas sociedades y en los márgenes que producen, tienen lugar, como ya sugería arriba, constantes formas de desposesión de los territorios, de la labor de los cuerpos, de su movilidad.Estas dos tendencias, como intentaré mostrar ahora, pueden cruzarse y retroalimentarse, abriendo preguntas inquietantes que gravitan alrededor del vínculo antes sugerido entre emancipación y corporalidad. Que la agencia crítica esté atrapada e inhibida es una sospecha que parece retumbar hoy en día en las conciencias de muchos espíritus progresistas que se han visto francamente perturbados por acontecimientos recientes: el Brexit, el triunfo de Trump, las políticas antiinmigrantes en varios países de la Unión Europea, la victoria de opciones de derecha radical en varias latitudes, entre otros. Frente a tales eventos, estas conciencias iluminadas se han apresurado a diagnosticar un giro hacia la posverdad, como consumación de una política convertida en espectáculo. Un giro que, a mi modo de ver, señala, más bien, una fuerza ganada, en nuestras sociedades consensuales, por narrativas y prácticas sociales inmunitarias,12 con efectos muy destructivos para la política que han sido alimentadas, más que contrarrestadas por el consensualismo. En mi caso, y en el de muchos colombianos, el acontecimiento político reciente más perturbador fue la derrota del «Sí» en el plebiscito que, a fines de 2016, buscaba refrendar los acuerdos de paz firmados por el gobierno nacional y las FARC, después de cuatro años de arduas negociaciones y de una guerra de más de 50 años. Unas primeras lecturas de este acontecimiento mostraban datos significativos para alimentar la sospecha mencionada sobre la agencia crítica hoy, por lo menos en unas circunstancias como las colombianas, que son las circunstancia desde las cuales escribo: Un poco más de 13 millones de colombianos votaron a favor del sí o a favor del no. Pero más de 21 millones no lo hicieron ni por uno ni por otro […]. Todo parecía que iba a cambiar a partir de ahora, pero más de 21 millones de colombianos y colombianas decidieron no votar y así ejercer su derecho a perpetuar un presente de incertidumbre y desconsuelo. Simplemente, decidieron ejercer su derecho a gritar un ensordecedor silencio, transformando a la democracia en el imperio de los abstinentes; de los que se pronuncian no estando; de los que expresan su existencia, invisibilizándose; de los que se esconden en un muro transparente contra el cual todo se choca y desintegra, especialmente la esperanza.13 La abstención –cualquier politólogo en Colombia dirá– no es algo excepcional, eventual o sorpresivo, pero podía serlo en el caso de una elección de la que dependían la aprobación y la posterior implementación de unos acuerdos que podrían contribuir a transformar condiciones de inequidad social y de violencia, que históricamente han incidido en la desconfianza de la gente frente a las instituciones representativas y las políticas gubernamentales, así como frente al peso que su voto podría tener en ellas. Tal desconfianza, podría decirse con algo de sensatez, no podía ser minada por un acuerdo impulsado por un gobierno escasamente preocupado por las políticas sociales que afectan a la vida de la gente, con excepción del mismo proceso de paz, y por una guerrilla que, con sus propias instituciones paraestatales, terminó causando mucho dolor en la población. Y, aunque durante los cuatro años que duró, el proceso fue debatido y, de manera indirecta, retroalimentó formas de participación de otros sectores, como las organizaciones de víctimas y numerosos colectivos y movimientos populares que, de manera más o menos directa, incidieron en la agenda de negociación y pluralizaron notablemente el espacio político en Colombia, pese a todo esto, de pronto apareció, con un efecto de choque, que no podía romperse el círculo: la desconfianza en el sistema político (con sus instituciones estatales y paraestatales) no podía ser conmovida para incidir en las condiciones que la alimentan y reproducen; no por lo menos por un mecanismo de ese mismo sistema representativo. Esta erosión de la democracia representativa también puede ser interpretada desde fenómenos más globales convergiendo con lo que Wendy Brown ha llamado una «desdemocratización» de la democracia ante ciertas dinámicas del capitalismo contemporáneo. Según Brown, la erosión de las democracias representativas liberales tiene mucho que ver con la manera en que en estas se ha dado una progresiva fusión entre Estado y grupos de interés, de los que finalmente se vuelve «representante». Esto se deja ver, entre otras cosas, en políticas públicas (ambientales, energéticas, laborales) que terminan apoyando o incluso subvencionando grandes corporaciones y sectores del capital, en detrimento de actores sociales y de comunidades locales precarizadas, que terminan sujetas a una serie de políticas públicas, en las que los afectados tienen muy poca intervención. Asimismo, tal erosión también es visible en «elecciones» que «se han convertido en un ejercicio circense de pura comercialización y gestión» (Brown, 2010: 63), en el que se asume muy poco la importancia de una decisión deliberada sobre programas y planes de gobierno o de legislación que es lo que, según un modelo de democracia representativa, habría de estar en la base de la libertad de elección. En lugar de esto, los programas y los planes de gobierno se venden como productos cuyo consumo habría de ser estimulado con eslóganes efectivos, de fácil recordación. Además, y de manera notable, la erosión de la representación se manifiesta en la manera en que se produce la información en los medios de comunicación dominantes, que, al ordenar lo que pasa de acuerdo con ciertos intereses económicos, pone en cuestión la libertad de prensa y el control del poder por parte de esta. Sin embargo, lo que resulta más amenazante desde el punto de vista de Brown, y esto parece decisivo en relación con la agencia crítica, es la manera en que estas prácticas están articuladas con una racionalidad neoliberal, es decir, siguiendo a Foucault, con unas técnicas de gobierno que modulan la vida íntima y las decisiones cotidianas de las personas, asumidas como «estrategias» de «innovación», «creación» y «emprendimiento», orientadas a la optimización del sujeto «como productor de capital» (Castro-Gómez, 2010: 208). Lo más preocupante podría ser entonces que esta «etho-política», como ha sido llamada por Nikolas Rose, anclada en los discursos del «autocuidado» y la «autorrealización» (Rose, 1989, 1996), conduzca a una política muy individualizante, que podría bloquear la emergencia de todo poder común, pues, si llegara a incorporarse completamente tal mentalidad, se perdería toda preocupación por intervenir con otros en el mundo y de resistir a unas formas de conducción que, de hecho, ya empiezan a estar muy interiorizadas. Estas consideraciones de Brown muestran cómo ciertos mecanismos económico-políticos que se han vuelto hegemónicos en el mundo globalizado pueden contribuir a una despolitización de los espacios públicos democráticos. Diagnóstico que, con matices y aristas distintos, puede compartir Rancière, como puede seguirse de sus reflexiones sobre el consensualismo y las formas de despolitización que produce. Pero Brown va un paso más allá: a su modo de ver, esta despolitización también afecta a la acción ciudadana y a la comprensión de lo que está en juego en la misma noción de ciudadanía hoy, desde su dimensión política; es decir, pensando en el ciudadano no meramente como un sujeto de derechos, sino como un sujeto político al que se le reconoce un poder de decisión en el mundo común, o que él mismo se otorga, cuando este reconocimiento le es negado.14 La despolitización afectaría tanto a este sujeto político que Brown puede llegar a dudar de que, en las condiciones actuales, los sujetos puedan constituirse como ciudadanos críticos o sujetos políticos que luchen por su emancipación. De ahí, según Brown, «lo difícil que puede ser hoy en día pensar qué puede impulsar a los seres humanos a la tarea de autogobernarse o a contestar exitosamente los poderes por medio de los cuales son dominados» (Brown, 2010: 56; traducción modificada).Aunque comparto parcialmente el diagnóstico crítico de Brown, considero que hay algo muy problemático en algunos de los presupuestos que aparecen en la afirmación que acabo de citar. En particular, pienso que la desconfianza con respecto a las capacidades críticas de la gente común (que ya aparecía arriba en una posición crítica como la de Bourdieu, y poscrítica como la de Žižek) merece ser problematizada. Y con esto la presunción de que es tarea del intelectual crítico poner al descubierto las redes de poder que sujetan a la gente y que esta no estaría pudiendo ver. Si los planteamientos de Rancière me han resultado significativos en la situación descrita, es porque, ante todo, dan elementos muy productivos para cuestionar tales presupuestos, poniendo de manifiesto la manera en que contribuyen a las formas de dominación que pretenden denunciar. Los llamaré «presupuestos de los espíritus letrados».15 Antes de anticipar algunas razones para problematizar estos presupuestos y de anunciar cómo reproducen las dominaciones que revelan, cabe considerar una posible objeción: ¿Por qué poner en cuestión esta desconfianza con respecto a las capacidades críticas o emancipatorias de los ciudadanos, si acontecimientos políticos recientes parecen mostrar una y otra vez a ciudadanos poco críticos o emancipados? En efecto, los espíritus letrados bien podrían aducir que tal desconfianza podría alimentarse de otro fenómeno preocupante, visible en varias latitudes, y que podría interpretarse como concomitante al de la despolitización descrita por Brown: la aparición de frentes de ultraderecha, movilizados por discursos de estigmatización y de odio muy poco reflexivos. Si volvemos al caso colombiano, comentado al comienzo, esto fue muy visible en el discurso público por el «no» (al acuerdo de paz), que movilizó múltiples tergiversaciones y rumores sobre lo pactado, en una campaña mediática agresiva, muy exitosa. No importó que intelectuales y académicos, estudiantes y funcionarios del gobierno explicaran una y otra vez, con argumentos esmerados o campañas pedagógicas ligeras, que se trataba solo de eso, de lecturas amañadas sobre el acuerdo de paz alcanzado. Pero ¿por qué no importaron los argumentos más razonables esgrimidos aquí y allá por toda suerte de espíritus letrados? ¿Qué nos dice con respecto a la agencia crítica hoy en día? Ciertamente, se trata de preguntas que también podrían abrirse para pensar situaciones distintas, pero convergentes en el mundo, que han supuesto la acogida de figuras y posiciones que parecen poco razonables desde argumentos económicos, políticos, sociales, como la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el referéndum a favor del Brexit en Gran Bretaña. Seguramente, para responder a estas preguntas, los espíritus letrados insistirán en la ceguera de las personas que no ven realmente los poderes a los que se someten y las mentiras que se producen en el régimen de la posverdad. Pero pienso que hay que dejar de culpar a los sujetos por lo que no ven, o por lo que ignoran, para considerar en términos más relacionales todo el asunto que aquí está en cuestión. En particular, me parece crucial preguntarse si la conformación de ciertas actitudes irreflexivas, poco críticas o emancipadas, más que con la ignorancia, la ingenuidad, la irracionalidad, o con corporizaciones prerreflexivas intratables, tiene que ver con la conformación de una cierta actitud inmunitaria, afectiva y a la vez enjuiciadora que cierra a los cuerpos a la contingencia y a su relacionalidad, aunque no de manera inevitable. Tal actitud inmunitaria, podría pensarse, tiene que ver con la fijación de narrativas que cierran el campo de lo posible, que sepultan posibilidades de ser, espacios y tiempos otros, que desposeen a los cuerpos de sus posibilidades y los cierran también a sus propias vulnerabilidad y dependencia; esas que, asimismo, atraviesan las formas de precarización a las que se encuentran arrojados, pues quizá los cuerpos que actúan impulsados por reivindicar formas de igualdad y crear otros lazos entre unos y otros sean cuerpos que se exponen también a su fragilidad y a su dependencia, para recusar las condiciones de su precariedad y así también contestar sus efectos incapacitantes, desde demandas que tienen que ver, en primer lugar, con exigir condiciones que, en los términos de Judith Butler, hacen vivible una vida en su relacionalidad y su dependencia complejas: dependencia de los otros, del cuidado mutuo, de ciertos requerimientos sociales, de interrelaciones humanas y no humanas (Butler, 2017).16 Quizá podría pensarse, yendo quizá más allá de Rancière, que estos cuerpos que actúan por formas de igualdad manifiestan que la vida se da siempre en un plexo de relaciones que supone la exposición a los otros, así como fluidos pasajes entre lo animal, lo humano, la naturaleza y las tecnologías, que permiten la manifestación de un poder común.17 Se trata entonces de afectos, del deseo, de la afirmación de una potencia que se asume como común, más que de ignorancia, incapacidad de ver o falta de poder para exceder unas sujeciones. Se trata, como aparecerá por diversos caminos en este libro, del deseo de ser de otro modo, de afectos que mueven a los cuerpos. Afectos que no necesariamente conducen a la servidumbre voluntaria de las masas, ni a la totalización destructiva de su resentimiento, sino que hacen también posible la acción en común. Frente a una política que moviliza afectos de cierre, de inmunización, desde rumores que fijan al otro como una identidad amenazante (la del guerrillero/bandolero/terrorista que desde el monte impondrá el comunismo, la de perversos sexuales que destruirán el modelo de familia tradicional o, pensando en otras latitudes, la de inmigrantes ilegales que sobreabundan y no dejan de reproducirse, y que disolverán la pureza de la cultura y aumentarán los índices de miseria y criminalidad); frente a esta política del miedo y la estigmatización del otro se requiere de una heterogeneidad de narraciones que contrarresten y disloquen el dogmatismo de esas rígidas perspectivas, pero que también movilicen otros afectos de los cuerpos, afectos que tienen que ver con la incompletud de la vida, con la misma extrañeza que atraviesa a toda existencia en su arrojamiento a un mundo conflictivo, en el que lo imprevisible puede acontecer. Sin embargo, como ya sugerí antes, hay una serie de narrativas y de formas de subjetividad que impiden pensar esta potencia de los cuerpos y las formas en que pueden relacionarse en manifestaciones disensuales: no solo las narrativas críticas y poscríticas mencionadas, con su lógica vertical de inversión que prevé demasiado lo que puede ser, y los sujetos que estas narrativas han producido (el militante profesional, el intelectual culposo, los espíritus letrados), también las narrativas liberales y neoliberales sobre el sujeto propietario de sí mismo, y los individuos autorresponsabilizados que han conformado. En efecto, estas narrativas liberales y neoliberales están en la base de la figura contemporánea del sujeto emprendedor, de ese yo moldeado por la interiorización de los conflictos sociales que, en lugar de tratarlos en espacios colectivos de dependencia, los busca resolver en espacios de distinción como la autoayuda, el gimnasio o la vida sexual (Cano, 2015: 24). Pero también subyacen a la figura del sujeto autónomo deliberativo que piensa que los conflictos sociales pueden resolverse por la fuerza del mejor argumento. En ambos casos, se asume una comprensión del yo que pierde de vista la manera en que los sujetos se configuran y reconfiguran a través de prácticas muy materializadas de los cuerpos en sus relaciones de afecto, cuidado y dependencia. Y por eso la figura del sujeto autónomo soberano no puede hacer frente a las tendencias despolitizadoras del neoliberalismo. No puede hacerlo porque al perder de vista esta contingencia y esta corporeidad del espacio público y sus sujetos, la manera en que está atravesado por afectos, reduce tambiénel carácter conflictivo de este mismo espacio.18 Ahora bien, cuando el conflicto político deja de poder elaborarse y aparecer, las diferencias que no pueden escenificarse como reivindicaciones comunes tienden a fijarse como diferencias identitarias sociales compactas (la del marginado, la de la víctima, la del sujeto deshumanizado, la del ilegal o la del criminal), en identificaciones étnicas intratables, o a circular como afectos de odio y resentimiento que, en los términos de Deleuze y Guattari, pueden dar lugar a múltiples microfascismos: «ese fascismo de banda, de gang, de secta, de familia, de pueblo, de barrio o de automóvil, del que –en todo caso– no se libra nadie» (Deleuze y Guattari, 2004: 219); esos murmullos, «luces cegadoras que confieren a cualquiera la misión de juez, justiciero, policía por su cuenta» (Deleuze y Guattari, 2004: 231); esos rumores que emergen de la relacionalidad del mundo, pero que también la borran, negando con ello la potencia de alteración de la que es capaz cualquier cuerpo. Si el problema de estos microfascismos es que destruyen esa misma interdependencia de los cuerpos de la que emergen pero que borran, el problema de las identificaciones sociales compactas es que también reproducen las formas de desigualdad que, en muchos casos, apuntan a combatir. Para dejarlo ver más concretamente, pensemos de nuevo en el caso colombiano. Frente al resultado del plebiscito muchos espíritus letrados se aprestaron a leer la situación en clave de la racionalidad comunicativa; desde esta perspectiva, las personas que fueron movilizadas por eslóganes o rumores cerraron sus mentes a la fuerza de las mejores razones o no estaban preparadas para recibirlas (por ingenuidad, por falta de educación o por ciertas creencias religiosas). Es decir, el argumento supone, como ha destacado muchas veces Rancière, la desigualdad de las inteligencias: que por falta de saber hay personas capaces e incapaces de actuar de manera pensante o crítica. Sin embargo, en Colombia, a contrapelo de los presupuestos de los espíritus letrados, cuerpos poco ilustrados por libros de alta cultura y de sofisticada legislación, o por complejas comprensiones del poder y de sus máquinas de sujeción; cuerpos movidos por el entusiasmo y por una indignación no reactiva, por la fuerza de palabras trocadas, como canciones de duelo, se organizaron para discutir el acuerdo de paz, sus posibilidades y limitaciones, sin esperar a que enviados de la asistencia social tuvieran que explicarles el alcance de las propuestas.19 Lo que los movió no fue la fuerza del mejor argumento, sino el deseo de ser de otro modo, el reconocimiento de ciertas condiciones de precariedad compartida, los afectos de fragilidad y solidaridad, desde la evocación también de historias fallidas de su pasado: al cruzar su pasado con su propio presente; al asumir esos fragmentos de pasado derrotado como inspiración para seguir actuando, recusando las identificaciones compactas del campesino ignorante, del pobre incapaz de reflexionar sobre sus problemas y sus razones. Quizá lo que se mueve aquí en esta reflexividad ganada es también el deseo, el deseo de un cuerpo de ser de otro modo; un deseo que se destensa y aplana en perspectivas que fijan lo que es y lo que no puede ser, desde un presunto estado objetivo del mundo (con sus férreas leyes económicas), que admite ciertas cosas e imposibilita otras que ya no pueden ser. También los cuerpos que se abstienen son cuerpos que se han convencido de esto: de su impotencia para cambiar este estado de cosas, pues se han convencido previamente de que las cosas no pueden ser distintas de lo que son. Me interesará entonces mostrar en esta investigación que las narrativas consensuales, incluidas también aquellas críticas que funcionan por una lógica vertical de inversión, y que en principio se asumen como no-consensuales, tienen efectos de desposesión sobre las posibilidades de los cuerpos. En su texto Dispossession (2013), Judith Butler y Athena Athanasiou han reflexionado sobre este asunto vinculándolo con cuestiones que serán también de interés para este libro. En efecto, desde el punto de vista de estas autoras, las formas de desposesión que hoy en día se dan en el capitalismo globalizado tienen que ver con cómo los cuerpos son «materializados» y «desmaterializados» (Butler y Athanasiou, 2013: 10), es decir, fijados a una determinada materialidad, pero a la vez deslocalizados de la contingencia de su situación y de la interdependencia de sus cuerpos.20 Esto puede darse en contextos en los que se ejerció un poder colonial, a partir de prácticas de sujeción, intervención vertical, regulación y abandono,21 que tienen como efecto «controlar y apropiar la espacialidad, la movilidad, la afectividad, la potencialidad y la relacionalidad de los sujetos, [así] (neo)colonializados» (Butler y Athanasiou, 2013: 11). Pero, sobre todo hoy en día, en las circunstancias del capitalismo contemporáneo, las formas de desposesión tienen que ver con prácticas de «violenta apropiación de la labor», y con mecanismos de «desgaste [wearing out] de los cuerpos laborantes y no laborantes», que dan lugar a economías de precarización (en la flexibilización de los trabajos, los recortes en los sistemas públicos de salud y educación), como las que vemos imponerse por doquier en el mundo. Lo que es interesante y urgente pensar es cómo estas diversas formas de desposesión de los cuerpos suponen también ciertas narrativas temporales y formas de corporización que empiezan, como advertía hace un momento, por desposeer a los cuerpos de su relacionalidad, de su movilidad, de su potencia común para actuar con otros, inhibiendo los deseos por otras formas de vida, los afectos transformativos que llevan a los cuerpos a alterarse. Y cómo, sin embargo, pese a esto, los cuerpos no solo resisten y aguantan (endure, en los términos de Povinelli, 2011), sino que reconfiguran y reinventan otras posibilidades de vida en común, desde esas formas de persistencia. 2. Emancipación y corporalidad en Rancière Quisiera anudar los distintos hilos que he presentado aquí en lo que quizá muy ampliamente he titulado «una política de los cuerpos», para pensar cómo las prácticas de emancipación, con sus reinvenciones y luchas por la igualdad, emergen de, y a la vez afectan, las formas en que las corporalidades pueden asumir sus posibilidades y confrontar los dispositivos que las dañan o despotencian. Para emprender este trabajo, me he apoyado fundamentalmente en Rancière, pues considero que su pensamiento se mueve justamente alrededor de la pregunta acerca de lo que los cuerpos pueden, de la potencia común que los acomuna y de los efectos políticos de esta potencia, con todo lo que esto implica y que me interesará desplegar en este libro. Sin embargo, teniendo en cuenta la creciente producción bibliográfica alrededor de la obra de Rancière, no es nada evidente que su pensamiento dé lugar a una política de los cuerpos. De hecho, la cuestión del cuerpo ha recibido escasa atención por parte de quienes se han ocupado de comentar los planteamientos de este autor.22 Sin embargo, esta omisión resulta bastante extraña porque Rancière justamente define la actividad política como «todo aquello que desplaza a un cuerpo del lugar que le ha sido asignado o cambia la destinación de un lugar» (Rancière, 1996: 45; énfasis mío). Asimismo, en varias de las entrevistas que ha concedido, este autor ha dado pistas sobre cómo la cuestión del cuerpo es también crucial para pensar la dimensión estética de la política, un asunto central en sus trabajos, al destacar, por ejemplo, que «la emancipación social fue un asunto estético […]. Es cuestión de darse a sí mismo un nuevo cuerpo y un nuevo sensorium» (Rancière, 2008b: 10; traducción mía). Por supuesto, estas rápidas referencias indican ya que la cuestión del cuerpo es polivalente para Rancière. En juego están consideraciones sobre una lógica (caracterizada como policial por el autor) que ha pensado la vida en común en términosde un cuerpo social bien ordenado, sin suplemento; reflexiones acerca de cómo las acciones políticas desensamblan este cuerpo bien ordenado y pueden proponer otras configuraciones de lo común, pues «precisamente un colectivo político no es un organismo o un cuerpo comunitario» (Rancière, 2009e: 51); formulaciones que invitan a pensar que estas acciones implican un trabajo previo de los cuerpos sobre sí, que les permite reexperimentar sus posibilidades, excediendo el lugar que les ha sido asignado; y planteamientos sobre la manera en que estos desplazamientos individuales y colectivos suponen otra imaginación política, y otra imaginación del cuerpo (ya no un cuerpo orgánico, representable con partes y funciones dadas, sino un cuerpo fragmentario, sin expresión determinada), que Rancière anuda con sus análisis históricos sobre la emergencia del régimen estético del arte. En este sentido, los diferentes registros desde los cuales podría perseguirse la cuestión del cuerpo en la obra de Rancière tienen que ver con los distintos registros en los que aborda la política (como política de la emancipación singular, como política del arte, como subjetivación política) y la estética (como metodología cartográfica que traza repartos de lo sensible, como intervención particular en un determinado universo sensible, como régimen del arte), desde el doble nivel de la emancipación intelectual y la emancipación política, en sus diferencias y anudamientos. Más aún, a partir de lo dicho ya podría pensarse que las formas de emancipación intervienen de manera distinta sobre el cuerpo: en el caso de las formas de emancipación intelectual, lo veremos, desplazando un cuerpo individual de ciertas posiciones y corporizaciones habituales, en movimientos de desensamblaje y reconfiguración que afirman su potencia, lo que puede; en el caso de la emancipación política, dividiendo un cuerpo comunitario que se pretende orgánico, unitario, para hacer valer existencias, el derecho a la existencia y su capacidad, de sujetos, otras relaciones entre los cuerpos, formas de organización, que no tienen lugar en el cuerpo bien ensamblado del orden social, o que solo lo tienen al ser contados como impotentes o incapaces. Sin embargo, en ambos casos están en juego formas de disyunción y de rearticulación, que pueden ser pensadas desde la particular metodología estético-cartográfica de Rancière, así como la manifestación de una potencia: la potencia de lo que los cuerpos pueden, de lo que pueden desde distintas prácticas y modos de intervención, y los efectos de esa potencia hoy. Perseguir esta potencia, sus manifestaciones y efectos teniendo en cuenta algunas circunstancias definidoras de la actualidad es entonces, dicho de manera muy sucinta, el objetivo de este libro. Para llevarlo a cabo, he trazado entonces el siguiente recorrido. 3. El camino En el primer capítulo, caracterizo la singular metodología estético- cartográfica que Rancière ha elaborado en sus trabajos, y trazo algunas de sus implicaciones, que incidirán también en planteamientos fundamentales del libro. Entre ellas se encuentra una afirmación de la heterogeneidad de las formaciones sociales, y con esto, de las formas de sujeción y de las prácticas de emancipación. Esto supone la inestabilidad y la reversibilidad de las primeras, su conexión con las segundas, y el carácter heterológico y experimental de estas. En particular, me interesa considerar la manera en que un pensamiento como el de Rancière permite repensar lo que suponen movimientos de emancipación singulares (de los cuerpos sobre sí) y colectivos (al ponerse en relación varios cuerpos y afectar a un cuerpo social). Junto a esto, trazo una cartografía de distintos dispositivos, estrategias, modos de intervención en que estas prácticas pueden darse, así como los pasajes que pueden producirse entre ellas. Aquí resulta crucial considerar la dimensión sensorial, corporal y afectiva de estas intervenciones, así como sus efectos en un campo de experiencia dado. En el segundo capítulo, me detengo a pensar cómo es que la emancipación procede de y afecta a unas formas de corporalidad, sus espacios, tiempos, afectos, modos de tener experiencia, desde un trabajo de un cuerpo sobre sí, en su relación con otros cuerpos, al que Rancière denomina «emancipación intelectual». Aquí considero la manera en que el pensamiento de este autor ofrece una comprensión estética de la corporalidad, para la cual esta no queda nunca completamente capturada ni determinada por las prácticas que la condicionan, sino que puede reconfigurarse desde la torsión de estas, es decir, desdoblándolas y atravesándolas con intervalos-brechas (écarts). En este capítulo se introducirán entonces los conceptos de torsión y de écarts, que serán cruciales en el resto del libro, como herramientas clave para avanzar en la pregunta fundamental de esta investigación por las formas en que un cuerpo puede quebrar con formas de sujeción que lo condicionan y producir transformaciones igualitarias en el mundo. Sin embargo, antes de abordar cómo estas transformaciones igualitarias tienen que ver con prácticas corporales que configuran lo que Rancière denomina «subjetivación política», en el capítulo 3, me detengo a considerar la manera en que este autor, en diálogo- confrontación con otras aproximaciones, permite un cierto diagnóstico sobre condiciones predominantes en el mundo contemporáneo, interpretadas en términos de una visión consensualista. Aquí apunto a relacionar el consensualismo con ciertos análisis sobre el neoliberalismo (particularmente de Harvey y Brown) para argumentar que, en niveles y registros distintos, este produce una comprensión objetivante «del estado del mundo», «del estado de cosas». Y cómo esta comprensión objetivante tiene un efecto de desposesión sobre los cuerpos, en particular, en relación con el deseo de devenir otros, de que el mundo pueda ser distinto, es decir, en relación con el deseo de emancipación. A continuación, en el capítulo 4, llevo a cabo un trabajo de composición por medio del cual me interesa mostrar cómo planteamientos de Rancière sobre la acción política y su lógica de desacuerdo pueden traducirse en propuestas de movimientos populares emancipatorios, que están confrontando dispositivos y efectos del consensualismo y, en particular, sus formas de desposesión de la potencia común de los cuerpos para intervenir en sus circunstancias. Defiendo, por una parte, que esta aproximación es consecuente con la cartografía estética rancieriana, a la que el autor caracteriza también como un «método de igualdad». En efecto, esta cartografía insiste en que las transformaciones igualitarias del mundo no pueden ser dictadas por un determinado modelo teórico, sino que tienen que producirse por los sujetos políticos emancipatorios, en las formas de reinvención de lo común que estos, al afirmar su igual capacidad, pueden llevar a cabo. Y pongo de manifiesto, por otra parte, que esta aproximación, en diálogo con algunas perspectivas antropológicas atentas a la producción de saberes de los movimientos sociales emancipatorios, permite apreciar la manera en que estas prácticas pueden llevar a cabo un trabajo de experimentación política, en el que se juega la ampliación del horizonte de los posibles (cfr. Fernández, 2017: 219). Pero ¿cómo prolongar estas transformaciones emancipatorias del tejido de la experiencia en instituciones sociales y estatales que puedan ser más igualitarias? Esta es la pregunta que confronto en el capítulo 5, atendiendo a algunos planteamientos de Rancière, pero yendo también más allá de estos, pues se trata de un asunto que el autor no ha elaborado propiamente. Para intervenir en esta discusión muestro, en primer lugar, que la posición de Rancière no es antiinstitucionalista ni antiestatalista (como sostienen usualmente los comentaristas, entre ellos, Žižek, 2006; May, 2008; 2010a; 2010b; Hallward, 2009; Castro- Gómez, 2015; Myers, 2016), sino no estadocéntrica y preocupada por afirmar la necesaria autonomíade las prácticas de emancipación; aunque también la manera en que estas pueden producir inscripciones institucionales y servirse de ellas para dar lugar a otras formas de emancipación. De la mano con esto último discuto la comprensión rancieriana de la democracia y los elementos que esta puede ofrecer para figurar –en un ejercicio de la imaginación política– unas instituciones disensuales de lo común. Para avanzar en este punto me sirvo de propuestas cercanas a la perspectiva de Rancière, que sí han elaborado un poco más la cuestión, particularmente de los trabajos de Raquel Gutiérrez (2009, 2017) sobre los levantamientos en Bolivia (entre 2001 y 2005), de la interpretación de Dardot y Laval (2015) en su libro reciente sobre lo común, y de planteamientos de Étienne Balibar sobre las relaciones entre institución y violencia. Al poner en relación aproximaciones tan distintas, pero convergentes, más que dar respuesta a problemas cruciales en la reflexión contemporánea, me interesa dejar elaborado un trazado tentativo de cuestiones, un trazado que emerge también de las experimentaciones políticas presentes, y que sigue quedando abierto para aquellas que están surcando el porvenir. Finalmente, en el último capítulo, retomo algunas reflexiones de Rancière sobre las prácticas artísticas, particularmente sobre la imagen, para, de la mano con ciertas intervenciones estéticas, repensar la manera en que los dispositivos consensuales pueden fracturarse en el nivel de los afectos y las formas de percepción, a través de dispositivos contraconsensuales. Esto es, arreglos estéticos que pueden dar lugar a otras formas de imaginar el ser-con-otros, acogiendo la heterogeneidad inestable de los mundos sociales, el conflicto de la temporalidad con las heterocronías y, en medio de estas, potencias impensadas de cuerpos que persisten y se afirman pese a todo, para decirlo con Didi- Huberman. 4. Cuestiones de método No quisiera cerrar esta introducción, ya un poco extensa, sin elaborar antes algunas consideraciones metodológicas que atraviesan mi escritura en este libro. De entrada, se advertirá que, más que una investigación sobre Rancière, es un trabajo de experimentación en el que pienso con Rancière, a través de y más allá de sus planteamientos. En este trabajo de experimentación, por una parte, me interesa retomar ese ángulo de exploración estético, afectivo, experiencial, corporal de las prácticas que este autor elabora, y relacionar esta metodología estético-cartográfica con problemas de actualidad y experiencias de movimientos populares,23 que este autor no ha tenido en consideración. Pero esto ya indica algo que es fundamental en este libro: se trata aquí de un trabajo de composición entre distintos conceptos (conceptos de Rancière y otros producidos por actores sociales, y antropólogos) y experiencias de transformación política; de composición y no de aplicación. En efecto, esto último, como lo ha indicado Massumi (2002: 17), supone la pretensión de controlar lo que pasa, su contingencia, desde un cierto marco de inteligibilidad que da sentido, que modela y anticipa lo que se considera, entonces, como necesitado de orientación. En contraste, una apuesta de composición como la que aquí se intenta desplegar tiene que ver con tres compromisos metodológicos que retomo también de Rancière: i. rehusar a separar el trabajo empírico del teórico, para subrayar la producción de formas de inteligibilidad de la experiencia (en trabajos experienciales y académicos), y formas de producir fracturas y cortes en esta, acogiendo con esto un tipo de escritura para el cual «las transformaciones del pensamiento siempre son transformaciones de lo pensable» (Rancière, 2012a: 192-193). Estas son transformaciones que pueden trazarse a partir de la detención en ciertas escenas, esto es, construcciones que permiten hacer visibles momentos de alteración, de reconfiguración de un tejido de experiencia y de unos marcos de inteligibilidad que la sostienen (cfr. Rancière, 2012a: 120; 2013b: 11); trazados de pensamiento que modifican lo que es decible, pensable, imaginable. ii. Con lo anterior también se apunta a asumir un método de la igualdad para el cual todos los discursos de los actores políticos, de los académicos, de la literatura, se encuentran en el mismo plano; no hay entre estos dicursos niveles privilegiados, aunque se den en ellos formas distintas de decir. De modo que se trata de pensar que no son discursos diferentes, sino distintas producciones de los cuerpos para intervenir y orientarse en el mundo, que pueden ser traducibles entre sí. En este sentido, como elaboraré más detenidamente al comienzo del capítulo 4, adopto la traducción de unos discursos a otros, particularmente del pensamiento de Rancière a ciertos movimientos sociales y, al revés, destacando la manera en que los movimientos populares producen su propia comprensión de las situaciones que confrontan, y la manera en que esta puede articularse con – o exceder– formulaciones expuestas a la experimentación política de los actores sociales. iii. Asimismo, también está en juego pensar el trabajo filosófico como un pensamiento indisciplinario, que desestabiliza fronteras y crea relaciones impensadas entre lenguajes distintos que se asumen como producto de una misma potencia común. Por eso en esta investigación no temo cruzar reflexiones filosóficas con construcciones etnográficas atentas a cartografiar la singularidad de algunas luchas y confrontaciones políticas. Por supuesto que no pierdo de vista que las apuestas de una metodología estético-cartográfica atenta a ciertas escenas estéticas y políticas, que permiten repensar los caminos y los efectos de las formas de emancipación, son distintas de aquellas que pueden estar en juego en descripciones etnográficas de las prácticas sociales, con toda la producción teórica y la complejidad analítica y creativa que puede suponer este trabajo de «observación» (Jaramillo, 2014: 16; Fernández, 2017: 232). Pero me interesa, en algunos momentos, construir ese diálogo entre la perspectiva de Rancière y ciertas miradas antropológicas que, como este autor, insisten en pensar la investigación como «un espacio dinámico de creación conceptual» (Fernández, 2017: 232); como una intervención en el mundo social que puede cocrear con los actores y prácticas que le conciernen. Estos compromisos metodológicos se vinculan también con un pensamiento que se asume expuesto a, y atravesado por, la contingencia. Por esto mismo, como ya se anunciaba antes, este es también un libro que se propone pensar y ofrecer otros ángulos de consideración con respecto a inquietantes, pero también esperanzadoras, circunstancias del presente, para intervenir en ellas y trabajar en caminos de configuración para confrontarlas. Esta relación con la actualidad también se deja sentir en la manera en que, a través del libro, formulo problemas y propuestas de interpretación a través de viñetas etnográficas, testimonios, y recortes de actualidad (noticias), pero sobre todo teniendo en cuenta producciones discursivas de movimientos populares. En efecto, estas producciones orientan la reflexión y la sitúan en diálogo con problemas y sin-salidas que plantea el presente, dejando ver que se trata de cuestiones por pensar y visibilizar, en trabajos estético-políticos de experimentación conceptual. Podría decirse entonces, a la luz de lo anunciado, que mi escritura en este libro busca ser también estético-cartográfica, con todo lo que esto implica: reflexionar sobre las coordenadas de sentido y percepción que traen consigo ciertos discursos, perseguir escenas que permiten desensamblar tales coordenadas, poner los distintos discursos que se movilizan (filosóficos, etnográficos, científico político, testimonios, producción discursiva de movimientos sociales) en el mismo plano, como formas de intervención que ensamblan o desensamblan coordenadas experienciales. Pero sobre todo asumo que el tejido argumentativo que aquí construyo es también un trabajo de montaje y
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