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Quintana, L Rabia Afectos, violencia, inmunidad

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Laura Quintana
Rabia
Afectos, violencia, inmunidad
Herder
Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes
Imagen de cubierta: Eulalia de Valdenebro
Edición digital: Martín Molinero
© 2021, Laura Quintana
© 2021, Herder Editorial, SL, Barcelona
ISBN digital: 978-84-254-4722-8
1.ª ed. digital, 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada
con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográ�cos)
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Herder
www.herdereditorial.com
http://conlicencia.com/
http://www.herdereditorial.com/
A mi madre y a mi padre
por su sabiduría de los cuerpos
Índice
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
1. ¿Por qué afectos?
2. Una metodología estético-afectiva
3. El recorrido
1. ECONOMÍAS AFECTIVAS INMUNITARIAS: APEGOS, ASEDIOS Y VIRTUALIDAD
1.1. Apegos incendiarios: entre la falta y el deseo de completud
1.2. Cartogra�ando las economías afectivas
1.2.1. Tan esquivas y tan materiales economías
1.2.2. Esos perturbadores apegos
1.3. Productivo deseo
1.3.1. Deseos de inmunidad
1.3.2. Fascismos moleculares: o cómo el deseo puede desear su
represión
1.3.3. Afectos vitales y antivitales
2. CAPITALISMO, AFECTOS E INMUNIDAD
2.1. Fracturando lecturas totalizantes: un régimen afectivo
heterogéneo
2.1.1. De la inescapabilidad al goce en la catástrofe
2.1.2. Resquicios, fracturas, torsiones en medio del deshecho
2.2. Declinaciones inmunitarias hoy
2.2.1. ¿Un sujeto de deseo necesariamente defensivo?
2.2.2. Conducciones emocionales y regulaciones del sufrimiento
2.2.3. Normalizaciones del deseo
2.2.4. La producción del deseo como falta
2.2.5. [Desviaciones]
2.2.6. Dispositivos securitarios y el cierre del campo de
posibilidad
2.2.7. Precarización e inmunidad
3. RESENTIMIENTOS
3.1. Sinuosas constelaciones, nudosos devenires
3.1.1. Resentimiento y ressentiment
3.1.2. De vuelta a Nietzsche: una lectura no resentida del
ressentiment
3.2. Constelaciones resentidas
3.2.1. Sintiendo la injuria, deseando el castigo
3.2.2. Una herida que no se cierra
3.2.3. Intersticio I: Intricados deseos de justicia
3.2.4. ¿«Insensibilidad selectiva»?
3.2.5. Inmunidad y enemistad
3.2.6. Intersticio II: ¿Odio de clases?
3.2.7. Deuda y culpabilización
3.2.8. Reversiones de la lógica inmunitaria I: La justicia afectiva
del genealogista
UMBRAL 3-4. REVERSIONES DE LA LÓGICA INMUNITARIA II
4. RABIA POLÍTICA
4.1. Complejas irradiaciones entre violencia y política
4.1.1. La rabia y la pretensión de no-violencia
4.1.2. Antiviolencia
4.2. El consensualismo afectivo y la desvalorización de la rabia
4.2.1. Vengativas, resentidas, furiosas mujeres
4.2.2. El multiculturalismo y su neutralización del con�icto
4.2.3. De las regulaciones normativas de la rabia a su modulación
política
4.3. Odio destructivo y rabia transformadora
4.4. Emancipatorios enardecimientos
4.4.1. Rabia poética
4.4.2. En medio de la heterogeneidad feminista
4.4.3. «Ni una menos» y «Vivas nos queremos»
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS
INFORMACIÓN ADICIONAL
El conocimiento está ligado a lo que nos hace sudar,
estremecernos, temblar.
S. AHMED (2015: 260)
Yo soy un tigre dormido
que todas las noches sueño
con el mundo que dejé
y quitaré vengativo
cuando lo negro sea bello
la cadena de mi piel.
A. LANDERO
(«Cuando lo negro sea bello», cumbia)
Así nos sucede en la música: primero se tiene que aprender a
oír, a entreoír, a distinguir una �gura y un motivo, a aislarla
y a delimitarla como a una vida por sí sola; luego se
requiere esfuerzo y buena voluntad para tolerarla a pesar de
su extrañeza, paciencia frente a su mirada y expresión,
practicar la generosidad frente a lo sorprendente que hay en
ella: �nalmente llega un instante en que estamos habituados
a ella, en que la esperamos, presentimos que nos haría falta,
si faltase; y luego ejerce más y más su imposición y hechizo
y no acaba hasta que nos hemos convertido en su humilde y
arrobado amante, que no quiere nada mejor del mundo más
que a ella y solo a ella.
Pero no solo con la música nos sucede así: precisamente
así es como hemos aprendido a amar todas las cosas que
ahora amamos.
F. NIETZSCHE (CJ §334)
Agradecimientos
Le agradezco muy especialmente a mi buen amigo Gustavo Chirolla
toda su sabiduría �losó�ca y afectiva, compartida en tantos
momentos de complicidad; a la artista Eulalia de Valdenebro por
permitirme usar en el libro algunas de sus obras, que resuenan con
intuiciones de este y contribuyeron a crear sus constelaciones
afectivas; a Catalina Cortés-Severino por la correspondencia que
hemos mantenido y que iluminó indirectamente este trabajo. Mi
agradecimiento también al seminario «Afectos, capitalismo, y
política: entre �losofía y antropología», que dicté con Pablo
Jaramillo y que nutrió especialmente el capítulo 2 de este libro; al
semillero de investigación «Afectos, corporalidad y política»,
especialmente a Andrea Lehner y a Guillermo L. Acevedo por tantas
discusiones provechosas en torno a la Ética de Baruch Spinoza.
Gracias especiales a Juli Salamanca Cortés por sus generosos
testimonios sobre su experiencia y su comprensión de la rabia, y por
presentarme el valiente espacio de la Red Comunitaria Trans; a
Carlos Alberto Benavides por conversaciones virtuales muy generosas
de su parte. Agradezco asimismo a la Universidad de los Andes por el
apoyo a la investigación que obtuve en el semestre I-20 para
dedicarme a este proyecto, nutrido de un diálogo intenso entre
antropología y �losofía; y a Gabriela Pedraza, quien trabajó para mí
como asistente de investigación durante ese semestre y me ayudó a
recabar material valioso, sobre todo en redes sociales y otros
archivos del presente. Mi agradecimiento también a la editorial
Herder por su cuidadoso trabajo de edición; a Luis Miguel por la
escucha amorosa. Y sobre todo gracias in�nitas a Feliza y a Pablo
por todos los afectos alegres que impulsan la vida.
Introducción
La gente nunca abandona voluntariamente una posición
libidinal.
S. FREUD (citado por Berlant, 2011a: 27)1
En distintas actitudes cotidianas y en decisiones políticas producidas
en diversas latitudes son visibles formas de rabia, miedo, odio,
resentimiento. En redes sociales y en decisiones electorales, en
espacios cotidianos rutinarios y como respuesta a crisis inesperadas,
la gente expresa su insatisfacción hacia aquello que percibe como
rechazable y amenazante: personas migrantes estigmatizadas, formas
de vida asumidas como degeneradas, �guras públicas satanizadas;
sujetos que se culpabilizan de un contagio inminente.
En un difundido libro reciente, la politóloga estadounidense
Katherine Cramer (2016) recoge algunas de tales reacciones para
caracterizar lo que ella denomina una «política del resentimiento».
De acuerdo con esta autora, una política tal se produce cuando
ciertos grupos precarizados tienden a crear identidades fuertes, que
les brindan un sentido de orientación y seguridad en medio de la
incertidumbre que los afecta (Cramer, 2016: 9). Estas identidades
compactas también traen consigo la �jación de un otro que se
culpabiliza por la situación adversa padecida y se rechaza como
inaceptable. Ellas producen entonces estigmatización. Este tipo de
identi�caciones estigmatizantes también puede vincularse con
fenómenos de violencia que se dan, hoy en día, en diferentes
sociedades. Así lo ha analizado, desde otras consideraciones, el
antropólogo francés Étienne Fassin, al ocuparse del comportamiento
agresivo de la policía en Francia con respecto a ciertos sectores
marginalizados de la población. Estos sectores se estigmatizan,
criminalizándolos, argumenta Fassin, desde proyecciones que, en
gran parte, se relacionan con el descontento de los miembros de esta
fuerza pública por su propia situación social (cfr. Fassin, 2013a).
Este libro vincula tales reacciones con una lógica inmunitaria. Esto
es, para decirlo por ahora someramente, una lógica que asume el
espacio socialcomo un organismo, cuya integridad se ve amenazada
por «algo extraño» que lo contagia y contamina, al alterar y poner
en riesgo su «identidad», «salud», «seguridad» (cfr. Esposito, 2005:
9-10).2 Se trata de una comprensión militarizada del sistema
inmunológico, proyectada al espacio social, desde la cual aquel se
comprende como un sistema de defensa y eliminación de cualquier
extraño que ataque la integridad del cuerpo (individual o social)
(Martin, 1994).3 Esta es una lógica que puede revertirse desde otra
comprensión de la identidad y de su relación con lo otro; una visión
alternativa que también puede ligarse con otras aproximaciones al
sistema inmunitario, como lo han destacado varios autores que han
establecido un vínculo entre política e inmunidad (Martin, 1994;
Borradori y Derrida, 2003; Esposito, 2005; Mutsaers, 2016). Por
ahora basta con decir que caracterizaré las actitudes estigmatizantes,
a las que he aludido, como expresiones de afectos inmunitarios. Y
con esto me referiré, en gran parte, a afectos que producen un otro
�jado como riesgo, desde rumores que lo marcan como algo
amenazante: «inmigrantes ilegales» o pobres que se sienten
excesivos, porque pareciera que no dejan de reproducirse, mientras
van generando inseguridad y les van quitando puestos de trabajo a
los nacionales; «izquierdosos» que impondrán la estatización de todo
y el empobrecimiento del país; «anormales sexuales» que destruirán
el modelo de familia y pervertirán a la sociedad; femi-nazis que
acabarán con la estabilidad doméstica, lesbianizarán el mundo y
difundirán el odio por lo masculino; «chinos come murciélagos» que
se culpabilizan de haber producido la pandemia del Covid-19, entre
otros.
Este tipo de a�rmaciones inmunitarias — que circulan en redes, en
medios de información, en diversos espacios sociales— producen un
efecto defensivo de estrechamiento: a partir de un daño padecido se
genera la a�rmación de sí desde el rechazo de un otro, sin que se
produzca una lectura general sobre la situación del mundo en la que
este daño se da; ante lo identi�cado como riesgo o amenaza los
cuerpos se cierran sobre sí, angostan su percepción, simpli�can el
campo de experiencia, dejan de sentir relaciones entre las cosas;
separan y ponen en contra unos actores respecto a otros; desarrollan
visiones unilaterales de un mundo complejo. Y al establecer
jerarquías discriminatorias, intensi�can efectos de desigualdad.
Tan visibles parecen ser globalmente las distintas manifestaciones
de estas actitudes, que muchos �lósofos también tratan de pensarlas,
cali�carlas, re�exionar sobre ellas, pretendiendo a veces una
distancia contemplativa o enjuiciadora sobre fenómenos que también
los condicionan. Entonces la con�ictividad de lo que sucede se
aquieta, ya sea con normas o explicaciones globales,4 ya sea con
dispositivos que se han aplicado una y otra vez para distintos casos.5
Yo no pretendo esta distancia conciliadora, ni este aquietamiento,
que es protector con respecto a lo que asalta la comprensión y la
sorprende. También he sentido rabia, odio, resentimiento, los respiro
y habito; asimismo, he experimentado la necesidad de protección
inmunitaria, por ejemplo, frente un riesgo de contaminación viral
que asalta por todas partes. La inmunidad, además, forma parte de
la vida, aunque, como lo veremos más adelante en el libro, no tiene
que pensarse desde el paradigma de la defensa militar y la seguridad
identitaria.
En todo caso, tales afectos me cuestionan y me exigen llevar a cabo
este ejercicio de re�exión para indagar algunas de sus declinaciones,
pues hay distintas formas de reacción frente a un daño padecido y
diversas maneras de relacionarse con el riesgo, y no todas tienen
efectos desigualitarios. Me inquieta reconocer que estas reacciones,
aunque estén atravesadas por el rumor, la conjetura, la proyección, el
asedio de espectros, y estos parezcan «ilusorios», tienen efectos
enormes, con alcances inesperados. Tales �ccionalizaciones son muy
materiales: producen efectos visibles en lo real. Digo esto último
pensando, particularmente, en las circunstancias que habito.
Empecé este libro mientras volvía la guerra a Colombia; quizá
nunca se fue del todo, pero sus manifestaciones más destructivas se
contrarrestaron visiblemente con la �rma del acuerdo de paz con las
FARC y ahora vuelven con un gobierno de ultraderecha que ha
prometido «hacerlo trizas», y lo está logrando. Las noticias, que
llegan día tras día, lo indican: desde hace meses, matan a cuentagotas
a excombatientes de las FARC, y quienes se acogieron a las zonas
establecidas para la reintegración las están abandonando por temor a
que estas sean atacadas; cada día asesinan a un líder social en
Colombia,6 sobre todo a líderes ambientalistas que se oponen a
proyectos extractivos a gran escala o de turismo masivo y se
preocupan por la defensa de territorios locales, en zonas de
producción de coca o que sirven de corredor para su trá�co. Hablo
en impersonal porque son fuerzas oscuras, con múltiples conexiones.
Entre tanto, los paramilitares van tomando de nuevo el país; se
incumplen los puntos del acuerdo ligados con excombatientes y
sustitución de cultivos; se desmantela la política de restitución de
tierras, constantemente torpedeada por formas de disuasión y
silenciamiento paraestatales; muchos lugares se sienten nuevamente
amenazados, regresa el desplazamiento forzado; se vive de nuevo el
terror en varios territorios. Y mientras el con�icto armado se
intensi�ca y vamos descubriendo restos de algunas de sus dinámicas
más macabras, la memoria o�cial borra voces de víctimas y niega la
realidad del con�icto que nos ha atravesado. También se multiplican
las propuestas de reformas laborales, de pensiones tributarias que
acentúan la �exibilidad laboral y la precariedad económica; se
resquebraja aún más la división de poderes; vuelven las
interceptaciones ilegales y se incrementan las formas de persecución
y represión policial; la protesta surgió muy vivamente a �nes de 2019
y, después de unas semanas, se apagó; medios de comunicación
críticos se han silenciado. Para muchos, una atmósfera de tristeza y
frustración se siente en el país. Pero no hay sorpresa. Este gobierno
hace lo que prometió y 10 millones de colombianos votaron por él.
Seguramente, dada la corrupción y el clientelismo sistémico del país,
un porcentaje de esos votantes fue comprado, y hoy en día cursan
investigaciones que lo comprueban. Pero una buena parte de ellos no.
Ciertamente, intereses de élites se expresaron y condicionaron esta
votación, aunque en un país donde solo cerca de un 2,4% de la
población se de�ne de «clase alta» esto no puede resultar decisivo.7
Frente a estas circunstancias muchos «espíritus letrados» aducirán
las formas de manipulación que las élites usan para engañar a la
mayoría precarizada, de modo que esta se incline por opciones que
van en contra de sus propios intereses. Es la hipótesis de la ideología,
que ve por doquier las mentiras del poder, vestidas con «el ropaje de
la verdad» (Žižek, 1994: 6). Unas mentiras que, en el mundo
contemporáneo del espectáculo (de los medios masivos y sus
manipulaciones, de los algoritmos y sus conducciones), serían tan
indistinguibles de lo real que se harían inescapables. Sin embargo,
aquí me interesa explorar otra hipótesis, otra manera de entender el
poder de ciertas narrativas, rumores, proyecciones y asedios sobre los
cuerpos, para pensar de otro modo también las fracturas, los
caminos de transformación. Una escena me permite empezar a
introducirlo:
14 de enero de 2020. Voy en un taxi por las calles de Bogotá.8 En la
radio hablan del asesinato de líderes sociales.
El conductor me pregunta: «¿Por qué están matando tanto a los
líderes sociales? ¿Qué es lo que hace esa gente?».
Lo hablamos. Le cuento del trabajo de los líderes en los territorios,
de su importancia; parece abrirse a la conversación, me escucha, me
hace preguntas, se las devuelvo.
Finalmente, concluye: «Tenaz esa politiquería corrupta y asesina;
con esos políticos nopodemos cambiar nada».
Asiento y le pregunto: «¿Sumercé votó por Duque?».
Él me mira por el espejo retrovisor a los ojos, y me responde: «Sí, y
tocaba porque ese Petro9 guerrillero hubiera sido peor».
Luego empieza a hablar de Gustavo Petro con desprecio, se queda
absorto en su desprecio por el personaje; su mirada se afila, su voz
se vuelve enfática, se olvida de la conversación inicial.
Otros taxistas me han hecho comentarios parecidos. Opiniones
similares expresadas con mayor agresividad circulan en las redes
sociales; lo veo todo el tiempo en Twitter, la única red social en la
que participo. El espectro del comunismo y sus asedios, después de
todo, se siguen reactivando en una época ya lejana del escenario de la
Guerra Fría. En Colombia, es sabido, el discurso de la
contrainsurgencia se desplegó por mucho tiempo, y mucho más allá
de ese escenario, durante años de confrontación con movimientos
guerrilleros de izquierda (Leal Buitrago, 1994 y 2006; Aranguren,
2015). Es un discurso que ha alimentado la paranoia estatal de
persecución de cualquier forma de protesta, y ha «justi�cado»
alianzas paraestatales, acentuando el delirio destructivo de la guerra.
El discurso de la antiinsurgencia se volvió antiizquierda, y la
percepción de crisis en Venezuela10 alimentó la satanización de
posturas socialistas o incluso de cualquier reivindicación social-
igualitaria. Es un discurso que ha sido efectivo, como se puso de
mani�esto en la victoria de Iván Duque y en el triunfo previo del No
en el plebiscito que buscaba refrendar el acuerdo de paz con las FARC.
No creo, en todo caso, que esta narrativa funcione meramente
como una ideología, es decir, como un «conjunto de ideas, creencias,
conceptos y demás, destinado a convencernos de su “verdad”, al
servicio de algún poder oculto» (Žižek, 1994: 7). Los poderes que se
sirven de ella son muy visibles, y también la manera en que esta
opera a través de micropoderes que atraviesan los cuerpos y los
afectan. No hay algo oculto que descifrar en tal discurso, que solo
mentes brillantes o expertos en crítica social pudieran detectar con
sus baterías interpretativas; sus efectos también son bastante
palpables, se sienten en ambientes, atmósferas, tonos de voz,
imágenes, formas de escritura, corporalidades; se asocian con la
�gura del ultraderechista, aunque no aparecen solo en quienes se
reconocen en esta; han afectado también a las personas que se
consideran de izquierda, en sus posiciones defensivas, en las
estigmatizaciones que producen para defenderse de la estigmatización
que reciben; se perciben también en las posturas que se cali�can de
«centro», que asimilan a la izquierda con una posición polarizante,
equiparable al radicalismo de derecha, y se identi�can con una
presunta tecnocracia posideológica; circulan en ciudadanos que no se
alinean con ninguna postura política, para atrincherarse más bien en
el escepticismo, que es la otra cara de una cotidiana desesperanza.
Atenderé a tales efectos palpables, muy materiales, corporales,
sensoriales; indagaré cómo ciertas narrativas y prácticas, también
instituciones sociales, afectan inmunitariamente a los cuerpos, hasta
el punto de que estos pueden desear la represión de su deseo (cfr.
Deleuze y Guattari, 1987); al punto de que pueden optar por visiones
que los impulsan con fantasías de realización, mientras los asedian
delirios persecutorios que les van cerrando posibilidades, les cortan
relaciones, los hacen más impotentes, los agotan. Apunto, así, a
pensar estos fenómenos políticos en términos de con�guraciones
afectivas. De este modo, despliego una cartografía estética que recusa
la lógica de la sospecha y del desciframiento que impulsan al crítico
de las ideologías. Pero también tomo distancia de la perspectiva
desafectada del académico racionalista, que dicotomiza el campo
social al contraponer discursos políticos racionales (que valora como
aceptables) y discursos políticos irracionales (que desprecia como
inaceptables). Estas dos perspectivas (la del crítico de la ideología y
la del académico desafectado), lo mostraré en el transcurso de este
libro, no permiten contrarrestar los efectos más destructivos de las
actitudes inmunitarias, sino que los reproducen e intensi�can.
Re�exionaré aquí entonces — volviendo al hilo inicial de mi
argumentación— sobre afectos inmunitarios, particularmente sobre
diferentes declinaciones de la rabia. Pues diferenciaré entre formas de
resentimiento, por una parte, y enardecimientos igualitarios (o rabia
política), por la otra.11 Y pondré de mani�esto la manera en que ellas
se producen en medio de dispositivos sociales, caracterizados por
dinámicas del capitalismo global y sus múltiples violencias. En
particular, me interesa indagar cómo tales afectos se anudan con la
manifestación de una cierta impotencia, que se siente también de
forma muy mani�esta en el mundo contemporáneo. Tal impotencia
es el efecto de una pérdida de con�anza en que «el estado del
mundo» pueda realmente cambiar, pues parece que nos hemos
convencido, en consonancia con la famosa a�rmación de Jameson, de
que es más fácil la destrucción del mundo que la transformación del
capitalismo.
En Política de los cuerpos (Quintana, 2020a), argumenté que esta
parálisis del deseo de transformación es también un cierto bloqueo
afectivo: una forma de negación de la relacionalidad de los cuerpos y
de su fragilidad, propiciada por dinámicas de sujeción que operan en
lo que he caracterizado, con Jacques Rancière, como consensualismo
contemporáneo. Se trata de un orden normativo, producido en el
capitalismo tardío, que decide sobre la posibilidad y, con esto, sobre
el poder de los cuerpos: las capacidades que pueden tener lugar, el
tipo de agencia que correspondería a los tiempos; lo que puede ser y
lo que ya resultaría inviable. Por esto, si la gente acepta un «estado
de cosas» que parece completamente contrario a sus intereses
materiales no es porque haya sido idiotizada o meramente
enceguecida por los mecanismos ocultos de la ideología. Más bien, se
ha convencido de que las cosas no pueden ser de otro modo y se ha
vuelto descreída: descree todo el tiempo de aquello (de los poderes
económicos, de los medios de información, de la representación
política) que piensa que no puede cambiar. Y esto, ciertamente, se
acentúa en condiciones pronunciadas de violencia constante, como
las que hemos vivido en Colombia. Pues estas violencias han
grabado, a sangre y fuego, la persistencia del mismo estado de cosas
y la inercial reproducción de lo mismo, que parece agotar cualquier
deseo de transformación.
Exploraré este posible vínculo entre descreimiento, escepticismo,
impotencia y algunas manifestaciones contemporáneas del
resentimiento. Y perseguiré la hipótesis de que estos podrían
pensarse como efectos mani�estos — más que como síntomas latentes
— de ciertas prácticas, discursos, lógicas sociales del mundo que
habitamos, que forman parte de un régimen afectivo inmunitario.
Por eso este libro se propone construir constelaciones de sentido que
permitan relacionar algunas dinámicas del capitalismo tardío,
teniendo en cuenta su dimensión global, pero también cómo se
irradian y alteran en condiciones especí�cas de Colombia. En todo
caso, destacar la afectividad de estos fenómenos también implica
explorar su inestabilidad y ambivalencia, su heterogeneidad y
con�ictividad, para indagar por las vías en que pueden fracturarse,
remodularse y alterarse.
Evidentemente, los afectos reactivos no son equiparables. Puede
haber enardecimientos transformadores que se convierten en orgullo
e indignación, que construyen otras posibilidades sin quedarse en el
afán de mera destrucción, o en la reiteración de lo mismo de ciertas
manifestaciones del resentimiento. Hay formas de rabia que
intensi�can la desigualdad, y otras que la combaten desde prácticas
a�rmativas plurales. Aunque por la misma con�ictividad e
inestabilidad afectivas se dan tránsitos, transiciones, conversiones y
devenires de lo uno a lo otro. En cambio, al asumir que lasformas de
poder saturan por completo el campo de experiencia, el crítico de la
ideología pierde de vista esta inestabilidad e indeterminación, y por
eso nos condena a la inexorabilidad de las sujeciones, que el
académico racionalista, con su lógica desafectada, ajena a las formas
de corporización, muchas veces ni siquiera alcanza a captar. Sin
embargo, las formas de poder son heterogéneas, dejan resquicios, y
por ello también son fracturables; aunque se sedimenten en los
cuerpos, pueden revertirse para dar lugar a otras emergencias.
Hoy en día, en respuesta a su mani�esta circulación en el presente,
se han multiplicado los trabajos que re�exionan sobre el papel y las
condiciones del resentimiento.12 Sin embargo, hace falta un abordaje
afectivo del asunto, que lo sitúe, a la vez, desde Latinoamérica y
teniendo en cuenta dinámicas afectivas del capitalismo global. Hace
falta para repensar las vías de transformación, en la inmanencia de la
con�ictividad social, sin pretender neutralizarla o trascenderla, como
lo hace una lógica inmunitaria. Hace falta también para resistir a la
imposibilidad de la emancipación13 que sentencia el crítico de la
ideología, junto a las formas de culpabilización, cinismo y parálisis
que termina reproduciendo, pese a su pretensión de radicalidad. Y
hace falta, �nalmente, frente a los análisis formalistas e
institucionalistas de lo político, propios de quien caracterizo como el
académico racionalista, que pierden por completo de vista las
corporizaciones del poder y la manera en que los afectos también
atraviesan las producciones y prácticas que se consideran más
racionales.
1. ¿Por qué afectos?
La lluvia cae, moja la calle, camino sobre el pavimento húmedo, me
resbalo, me caigo, siento dolor y grito; alguien oye mi grito, es
afectado por él, me ayuda a levantarme; me queda un moretón que
me recuerda la caída, este recuerdo del resbalón también me afecta,
quizá lo asocie con otras caídas y eventualmente pueda sentir
tristeza; o quizá no, pues podemos ser afectados de distintas
maneras, a partir de lo que hemos vivido y de cómo hemos sido
conformados. La memoria personal está constituida por todo aquello
que ha marcado al cuerpo y lo ha con�gurado también
colectivamente. Nuestros juicios y valoraciones dependen de esta
memoria corporal; toda toma de conciencia, toda elaboración
racional es ya afectiva, porque está conectada con lo que ha
producido efectos sobre nosotros, nos ha afectado, se ha inscrito en
el cuerpo y atraviesa su historia. Si todo en el mundo está en relación
(como lo vio hace tiempo la ontología de Spinoza), todas las cosas y
seres pueden producir efectos entre unos y otros, modi�cándose entre
sí. El afecto es precisamente el nombre de esta modi�cación.
En particular, cuando hablo de «afectos», en este libro, me re�ero a
fuerzas efectuadas en el mundo social, que atraviesan a los sujetos,
los preceden y conforman; fuerzas que se producen en las
interacciones con�ictivas entre seres vivos, cosas, lugares,
temporalidades, tecnologías; entre cuerpos, imágenes, discursos;
entre registros sensoriales, atmósferas y materialidades. Hablar de
afectos es insistir entonces en un enfoque relacional, tomando
distancia de aproximaciones psicologistas que reducen lo afectivo a
«modi�caciones interiores», que se suelen llamar «sentimientos» o
«emociones», entendidas como estados de sensación subjetivos, muy
anclados a la �gura del individuo y a su interioridad. Pero también
me distancio de teorías sociales, constructivistas y culturalistas,
críticas de los enfoques naturalistas. En el caso del naturalista, las
emociones se piensan como «sistemas de respuesta» orgánicos
(Parkinson, citado por Greco y Stenner, 2008: 7) naturales y
universales, producidos a través de la evolución, y se pierde de vista
la manera en que el cuerpo y sus respuestas se han conformado
histórica y socialmente. En el caso del constructivista, se insiste en el
papel que los discursos y las prácticas desempeñan en la formación
de las emociones, y estas se tienden a pensar entonces como
fenómenos discursivos. Pero de este modo se cancela la dimensión
no-discursiva de las corporizaciones y lo que excede las
codi�caciones culturales (Massumi, 2002; Sedgwick, 2003). Algo que
ha destacado, en particular, la teoría afectiva contemporánea.
Al desmarcarme del vocabulario de la emoción y de los
sentimientos, también tomo distancia de lecturas normativas
�losó�cas que se han dado con respecto a las emociones. Pues estas
aproximaciones impiden reconocer los juegos de fuerza, las
relaciones de con�icto, la heterogeneidad y ambivalencia de estos
fenómenos, y la manera en que sus intensidades condicionan a los
cuerpos, los �jan de cierta manera, pero también los llevan fuera de
sí, impulsando o inhibiendo su capacidad de actuar. En todo caso, al
sugerir esta diferencia entre «emociones» y «afectos» no apunto a
marcar la necesaria oposición entre ambos fenómenos. De hecho,
re�exiones como las de Sara Ahmed (2004a y b; 2015), quien es
importante en mi lectura, producen la convergencia de ambos desde
una comprensión no subjetiva ni psicológica, pero tampoco
meramente cultural de lo emocional (cfr. Stewart, 2015). Aunque al
hablar de «emociones colectivas» Ahmed deja sentir el peso de una
ontología individualista, sus planteamientos en torno a las economías
afectivas me han resultado muy productivos, de la mano con sus
análisis textuales y sus re�exiones sobre las marcas intensas que la
circulación y reproducción de ciertas narrativas van dejando sobre
los cuerpos.
Argumentaré que los afectos son fuerzas históricamente
conformadas, en ciertas condiciones, como bien lo vio en su
momento Nietzsche. Por eso me distancio de aproximaciones
ontológicas como la de Brian Massumi (2002), quien ha pensado lo
afectivo en un nivel tal de abstracción que, por momentos, suena casi
ahistórico, inmediato y precultural (cfr. Mazzarella, 2012). Con el
énfasis en la intensidad no determinada de los afectos me parece
fundamental seguir reconociendo las formas de poder que los
producen y el carácter performativo — y de materialización— de los
discursos y las prácticas que los generan e intensi�can. Así que es
clave destacar su carácter presubjetivo (Mazzarella, 2012), por
cuanto los sujetos son conformados por ellos, pero también las
mediaciones de las que depende, su condición siempre social. Sin
perder de vista que el mundo social, en sus lógicas e instituciones, es
heterogéneo, abierto a la indeterminación, inestable en sus
estructuras; inmanente. Esto es crucial, pues con el término «afecto»,
en la tradición del vitalismo, se acentúa también la dimensión de lo
potencial y virtual; esto es, la capacidad de transformación que
puede desplegarse desde las conexiones impredecibles, emergidas en
medio de lo dado. En juego está un materialismo afectivo que
re�exiona sobre la historicidad de las prácticas, sus condiciones y
efectos sobre el mundo, pero pensando que esta materialidad está
estructurada en ensamblajes que pueden desensamblarse y
rearticularse en nuevas relaciones.14
Convergiendo entonces con algunos esfuerzos de la contemporánea
affect theory y reactivando la �losofía afectiva y genealógica
nietzscheana, pienso ahora ciertas fuerzas que atraviesan a los
cuerpos, tomando en consideración algunas prácticas y experiencias
del presente histórico. Cruzaré así la diversidad de re�exiones que se
despliegan entre la antropología, los estudios culturales, la economía
política, la literatura y la �losofía, en las contemporáneas teorías de
afectos, para ocuparme de unas con�guraciones afectivas
inmunitarias que no han interesado tanto a estas teorías. Asimismo,
indagaré acerca de la ambivalencia y heterogeneidad de estos
fenómenos, que han sugerido algunos enfoques afectivos (Ahmed,
2004a y b, y 2015; Berlant, 2011a y b; Stewart, 2007 y 2011;
Lordon, 2016), pero que se ha perdido de vista en otros, que han
tratado el afecto solamente en términos de «exceso» ontológico
liberador (Massumi, 2002; Thrift, 2000 y 2007).
2. Unametodología estético-afectiva
La afectividad es una dimensión difusa y heterogénea en la que se
multiplican las relaciones, las intensidades, los juegos de fuerza. Y
estos se resisten a una determinación conceptual cerrada o a
cualquier intento de representación, como ha sido varias veces
señalado (cfr., por ejemplo, Thrift, 2000 y 2007). De ahí que
moverse en este terreno me lleve a producir composiciones entre
distintas estrategias metodológicas y registros discursivos, en un
diálogo entre producciones conceptuales de una �losofía atenta a la
contingencia histórica; una antropología relacional, sensorial y
experimentadora que, en algunos casos, también ha producido
lecturas (pos)coloniales (Stoler, 2016);15 enunciados de actualidad,
particularmente colombiana (obtenidos en redes, archivos
periodísticos, sitios web); viñetas escritas a partir de mis
conversaciones con taxistas y otros sujetos que encuentro en la
cotidianidad; textos literarios y re�exiones sobre producciones
audiovisuales que capten atmósferas intensivas. Así también la
escritura argumentativa queda atravesada por momentos afectivos
situados, que interrogan y localizan los conceptos, de tal modo que
estos se elaboran siempre en un diálogo de ida y vuelta con
experiencias, a la vez que estas quedan releídas en tal trabajo de
re�exión.
La noción de constelación, que retomo de Walter Benjamin, es
central en la construcción argumentativa de este libro (Benjamin,
1983, 1991, 1995). Lo que me interesa de esta �gura metodológica es
que indica un trabajo de composición, articulación y ensamblaje de
distintos elementos que permiten leer una experiencia en su
con�ictividad (cfr. Krauss, 2011: 439). Más aún, esta �gura llama la
atención sobre «las condiciones inestables» de toda interpretación y
cómo esta puede asumir que su objeto la condiciona, forma parte de
su experiencia temporal y se mueve con ella, al atender a rasgos que
no habían sido considerados y a tensiones que los atraviesan. Por eso
este procedimiento de lectura se despliega más allá de las disciplinas
académicas, articulando distintos discursos y géneros, justamente
porque le interesa «transgredir» y «desplazar» los «bordes internos
que estructuran una topografía establecida de lo pensable» (Krauss,
2011: 440); porque apunta a producir «una interpretación que no
trata de reducir la complejidad sino de mostrarla, exponerla,
desplegarla» (Didi-Huberman, 2009: 417, cursivas mías).
La �gura de la constelación me permite destacar así el ejercicio de
composición estético-cartográ�co que llevaré a cabo en esta
investigación. Este es un trabajo que apunta, en primer lugar, a
establecer relaciones entre discursos, prácticas y experiencias, que no
han sido consideradas, para ofrecer otras formas de acercarse a
dinámicas que atraviesan el mundo que habitamos. Esta composición
— producida entre distintos registros— se detiene en escenas que
muestran tensiones, atmósferas, residuos, perturbaciones,
discontinuidades. Y atiende sobre todo a cómo se ensamblan y se
pueden desensamblar las lógicas y coordenadas de sentido que
marcan comprensiones habituales o hegemónicas de lo real, para
desarraigar, en cierta medida, lo que se ha impuesto como presente.
Así, esta metodología supone que el campo social está estructurado
— de manera no cerrada ni uniforme— en distintos arreglos,
ensamblajes, o articulaciones de sentido y percepción. Por esto
mismo, ella subraya que las sujeciones pueden ser desestabilizadas y
modi�cadas por formas de experimentación y experiencias que las
fracturan, rearticulan y desplazan (cfr. Quintana, 2020a: 76); porque
importa dejar que lo posible pueda emerger en condiciones
estabilizadas, que ya lo median de cierto modo, pero de las que en
todo caso puede irrumpir como lo que no se podía prever, como lo
inédito y no anticipable. De ahí que me resista a una hermenéutica
de la sospecha, como la que despliega el crítico de la ideología, y a
una comprensión poco con�ictiva del campo social, como la que
asume el académico racionalista. Los testimonios y enunciados que
recogeré, las escenas que analizaré no son síntomas de mecanismos
ocultos que hay que descifrar, ni enunciados que simplemente re�ejen
intereses utilitarios. Más bien los asumiré como producciones
discursivas, articulaciones del sentido, con�guraciones sensoriales
que tienen efectos mani�estos, dependen de relaciones previas, las
modi�can y las crean. Se trata de ver qué sujetos aparecen allí, qué
�guras se trazan, qué afectividades se movilizan, qué sedimentaciones
se reiteran, qué relaciones se producen.
Además, una cartografía afectiva abandona un espacio de
pensamiento dicotómico y sus oposiciones entre lo racional y lo
irracional, lo objetivo y lo subjetivo, el adentro y el afuera, en cuanto
que ellas impiden pensar la complejidad del mundo social y sus
diversos ensamblajes. Una relacionalidad de todo con todo: de la
naturaleza y la cultura; del cuerpo y el mundo social; de lo animal y
lo humano; de lo material y lo virtual; de las temporalidades y sus
heterocronías. Por esto, justamente, porque yo también estoy en este
entramado de relaciones y condicionada por lo que me propongo
pensar, no temo exponer mi voz, su localización y la manera en que
esta se expresa desde afectaciones que me impulsan a este ejercicio de
escritura. Asimismo, para hacer valer esta relacionalidad, creo
resonancias e intersticios entre los distintos registros discursivos y
estéticos que uso, de modo que puedan aparecer tensiones, �suras,
cruces de fuerzas afectivas, excesos — o franqueamientos de bordes
—, allí donde parece imponerse la explicación reductiva y la
ordenación totalizante, jerárquica o identi�cadora. Sin pretender el
estilo rizomático de Deleuze y Guattari, tal vez sea una forma de
atravesar la escritura argumentativa con aperturas que dejan emerger
multiplicidades: malezas afectivas, que desbordan los conceptos y
afectan la sensibilidad.16
3. El recorrido
El primer capítulo («Economías afectivas inmunitarias: Apegos,
asedios y virtualidad») ahonda en la dimensión afectiva y en su
importancia para comprender la relacionalidad del campo social y su
materialidad, pensando ya de entrada en ciertas experiencias, a la vez
globales y locales, en las que están en juego actitudes inmunitarias.
Sirviéndome del vitalismo �losó�co de Spinoza, de Nietzsche y de
Deleuze y Guattari, en diálogo con re�exiones contemporáneas,
construyo el concepto de «economía afectiva» para pensar algunas
dinámicas inmunitarias del mundo contemporáneo, desde
irradiaciones políticas que afectan localmente a Colombia. Tal
concepto acentúa la historicidad de las condiciones afectivas, pero
insiste también en los procesos potenciales, en la virtualidad que,
desde aquellas, puede dar lugar a nuevas emergencias. Esta
indagación me permite también singularizar mi aproximación en la
discusión contemporánea sobre teoría de afectos, y justi�car la
importancia que le concedo a rastrear constelaciones afectivas
inmunitarias que permiten cruzar fenómenos aparentemente tan
disimiles como ciertas posiciones comunes en el espectro político
colombiano (la del uribista; la del centrista, la del intelectual de
izquierda deliberativa), y algunos efectos que la pandemia del Covid-
19 ha tenido globalmente y, en particular, en el mundo social de mi
país. Para tejer estas conexiones exploro aspectos fundamentales en
las economías afectivas como lo son los «apegos», su temporalidad y
sus asedios ambivalentes; así como la productividad del deseo y
cómo pueden interpretarse algunas derivas autodestructivas de este.
El segundo capítulo («Capitalismo, afectos e inmunidad») se ocupa
de discutir, en primer lugar, dos tesis �losó�cas difundidas: una,
aquella según la cual el capitalismo es un horizonte cerrado y
totalizante, que absorbe, con sus construcciones ideológicas y sus
capturas de la imaginación y del deseo, toda alternativa inmanente
(Berardi, 2008 y 2020; Fisher, 2009); la segunda, aquella que insiste
en que el capitalismo tardío está saturado deafectividad, y de una
no-inmunitaria (Han, 2017 y 2020). En contraste con estas dos tesis,
analizo el capitalismo tardío como un régimen afectivo heterogéneo,
que se caracteriza, en particular, por producir dispositivos
emocionales inmunitarios. Concretamente, muestro cómo estos
emergen en conducciones emocionales y regulaciones del sufrimiento,
a través de normalizaciones del deseo que hacen sentir al sujeto
continuamente en falta, a la vez que lo van sujetando a ritmos
impersonales que lo exceden y agotan. En tales constelaciones
afectivas también son visibles dispositivos de seguridad, que �jan la
percepción de un riesgo, mientras van cerrando el campo de lo
posible y van produciendo formas de resentimiento: proyecciones,
especulaciones y asedios, cargados con la experiencia de una falta
reiterada e insaciable que se irradia en los cuerpos, con distintos
efectos de subjetivación muy destructivos, también en un nivel
ecológico-político. Pues los deseos de apropiar y consumir el mundo,
impulsados por una falta que nunca se llena, están destruyendo
múltiples ensamblajes naturales, que también son culturales.17 Para
elaborarlo me serviré del pensamiento de Deleuze y Guattari, así
como de etnografías atentas a producciones afectivas del capitalismo
que habitamos, que pongo a dialogar con archivos del presente, sobre
todo de la actualidad colombiana.
En el tercer capítulo («Resentimientos»), retomo la re�exión
nietzscheana sobre el resentimiento, pues me interesa una lectura no
dicotómica de este afecto, que insista en su carácter enmarañado.
Además, discuto aproximaciones contemporáneas muy in�uyentes
sobre el tema, como la de Robert Solomon y Jean Améry, para
establecer un diálogo con diferentes experiencias resentidas del
presente. En particular, atiendo a �guras, enunciaciones, imágenes y
comprensiones de la temporalidad y de las memorias corporalizadas,
atravesadas por la violencia, que pueden ponerse de mani�esto en
discursos públicos en Colombia. A partir de aquí construyo
constelaciones históricamente emergidas, en las que el resentimiento
se explora y trata como una maleza atravesada por aristas diferentes,
derivas ambivalentes, efectos desiguales. Esto me permite ahondar en
la complejidad de esta afectividad — con sus rumores,
sedimentaciones y marcas— y pensar en sus distintas in�exiones,
condiciones, devenires y efectos. Al elaborar tales constelaciones
re�exiono sobre experiencias que no han dejado de ser actuales,
como el ansia de retaliación, el sentimiento de una herida recibida
que no se puede cerrar y que exige una práctica de la memoria desde
intrincados deseos de justicia; formas de insensibilidad selectiva que
impiden acoger el daño padecido por muchas víctimas de injusticia;
lógicas de enemistad que establecen rígidas fronteras entre unos y
otros y justi�can la protección inmunitaria o, incluso, la eliminación
de aquellos que se consideran enemigos; aproximaciones
simpli�cadoras al con�icto social que lo reducen a odio de clases; y
formas de endeudamiento interminables o impagables que terminan
produciendo culpabilizaciones desgastantes que, en todo caso,
pueden fracturarse.
¿Cómo pensar entonces reversiones con respecto a los efectos
destructivos del resentimiento? En juego está, en gran parte,
trastocar comprensiones de la vida, la identidad, la relación con lo
extraño que tales efectos suponen y que están presentes en ciertas
visiones biológicas tradicionales del sistema inmunitario y en un
sinnúmero de instituciones y prácticas del mundo social. Siguiendo el
impulso del vitalismo nietzscheano, en diálogo con re�exiones
biológicas contemporáneas (Haraway, 1991; Tauber, 1994; Margulis,
2002; Mutsaers, 2016; Yong, 2017), apunto a pensar de otro modo
la vida, las relaciones, los cuerpos y su salud, y de un modo tal que
pueda acogerse la multiplicidad y el con�icto, neutralizado y
perseguido como amenaza, en distintos ensamblajes económico-
sociales. En una sección — que sirve de perno para enlazar el capítulo
3 y el 4, y que titulé «Umbral»— retomo una interpretación distinta
del sistema inmunitario que es consecuente con el carácter simbiótico
de la vida. Esta interpretación también es clave para re�exionar
sobre afectos que pueden ser reactivos, defensivos, y hasta cierto
punto destructivos, pero también relacionales, creativos y
a�rmativos.
Justamente, en el cuarto y último capítulo («Rabia política»),
exploro formas de enardecimiento no resentidas, preocupadas por
reclamos de justicia y formas de igualdad, y elaboro en qué sentido
podrían considerarse como reversiones del resentimiento y de la
lógica inmunitaria. Para argumentarlo cuestiono primero visiones
que impiden considerar una interpretación emancipatoria de la rabia.
En particular, me detengo en constelaciones de sentido que generan
una desvalorización y despolitización de este afecto y muestro cómo
reproducen un consensualismo estético que neutraliza las
manifestaciones disensuales, aquellas que exponen el con�icto
político. Luego me detengo en experiencias que logran elaborar las
violencias que han padecido en formas de enardecimiento creativas,
desde un trabajo de composición estético político que les permite
visibilizar los daños que afectaron a ciertos cuerpos y construir
apuestas para contrarrestarlos e imaginar otras formas de relación y
mundos posibles. Esta apuesta de lectura se nutre de interpretaciones
feministas de la vida que insisten en su vulnerabilidad y plasticidad,
así como de re�exiones de activistas y actores sociales que dejan
pensar un enardecimiento transformativo, no meramente reactivo.
*
A través de estas constelaciones afectivas — histórica y
geográ�camente localizadas— re�exiono sobre efectos de
ensamblajes constituidos por complejas relaciones entre los cuerpos,
la naturaleza, los espacios y los tiempos. Mostraré la ambivalencia
de estos efectos: cómo en muchos casos pueden traer consigo
experiencias muy destructivas para los sujetos y su coexistencia, y
cómo, en todo caso, se pueden torsionar y revertir para dar lugar a
posibilidades vitales más igualitarias y a�rmativas de la complejidad.
Así, al detenerme en tales ensamblajes, le apuesto a una visión
ecológico-política amplia, desde la consideración de que hay una
estrecha relación entre la crisis ambiental que estamos padeciendo,
ciertas prácticas e instituciones económico-políticas atravesadas por
intricadas circulaciones afectivas, modos de subjetividad y deseos
ligados a estos, y los efectos de poder y de violencia que todo esto
está teniendo para la vida en común.
Frente la situación devastadora que vivimos, muchos cambios
institucionales de fondo son necesarios; entre ellos, una
transformación afectiva que altere deseos y necesidades normalizadas
e impulse el anhelo de cambiar ciertas condiciones que están
resultando inhabitables para la mayoría de los organismos. Estas
transformaciones ya se están produciendo, en medio de tremendas
di�cultades ocasionadas por persistencias estructurales, y no es de mi
interés indicar cómo podrían seguirse dando. Me anima más bien
asociarme a ellas y ofrecer otros elementos para alentarlas y
a�rmarlas.
Al concluir este comienzo del trayecto, quien lee quizá tenga la
sensación de que aquí se inicia un recorrido en el que muchos
caminos, senderos sin salida y desvíos se encuentran en medio de una
intricada maleza. Y es así. El territorio que recorremos es espeso y
enmarañado porque se mueve en un plano en el que todo guarda
relación. Por eso las constelaciones que aquí se elaboran, como ya lo
advertí, a veces parecen multiplicarse y desbordarse por varios lados,
sin resguardar alguna pretensión de exhaustividad. Tan solo son
como cortes transversales en algunas experiencias que dejan atisbar
algo de su contingente y alterable complejidad.
6 de mayo de 2021. Reviso una última maqueta de este libro, en
Bogotá. Las protestas en las calles del país, reunidas en un paro
nacional contundente, en pleno pico de la pandemia, llevan ya diez
días, y han tenido que enfrentar una brutal represiónpolicial que ha
provocado hasta ahora varias muertes (37, al 5 de mayo, según la
ONG Temblores), retenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y
numerosos casos de violencia física, particularmente en el Valle del
Cauca. Una zona compleja del país en la que se han combinado,
desde tiempo atrás, múltiples formas de explotación de los territorios
y de los cuerpos, con persistencias coloniales, que hoy se anudan
con poderes opacos, mafiosos y paramilitares. La gente expresa con
indignación enardecida la precarización que vive, su rechazo a la
violencia policial acentuada, su frustración por un gobierno que ha
hecho pedazos el arco de esperanza que traían los acuerdos de paz.
Este libro se piensa en colaboración con estos esfuerzos impulsados
por visibilizar los nudos ciegos, los círculos reiterados que la
violencia ha traído en este país, y por fracturar sus irradiaciones más
destructivas, que recaen siempre sobre los cuerpos más fragilizados.
Me uno, aquí al escribir, a la justa rabia política de estos
movimientos populares. Necesitamos atender a esta rabia, a toda su
complejidad, y sobre todo a su llamado a transformarnos, a
construir futuros más dignos, a confrontar la desposesión del
porvenir, abriendo el horizonte de lo posible. De eso se trata también
en este libro.
Eulalia de Valdenebro. Dibujo para Ser creciente
1. Economías afectivas inmunitarias:
Apegos, asedios y virtualidad
El castro-chavismo o se frena o llega...
(Twitter de Álvaro Uribe, agosto de 2017, Campaña electoral
para la presidencia de 2018)
Nosotros no estamos con la polarización.
(Respuesta del candidato presidencial Sergio Fajardo, en
elecciones de 2018, sobre la posibilidad de hacer una
coalición con Gustavo Petro)
Uno lee a diario uribestias vulgares, brutos, arribistas,
homofóbicos, misóginos, desubicados, mal informados, y
resentidos...
(Comentario en Twitter de tuitera antiuribista)
Estos enunciados recogen opiniones que han con�gurado el discurso
público, en Colombia, durante los últimos años. Han sido muy
comunes en las calles, en redes sociales, en in�uyentes medios de
comunicación, en las intimidades familiares. Construyen tres �guras
que recorren el espacio político en el país, y sus asedios: «el
castrochavista», «la polarización», «el uribestia». Los asedios se
enredan e impulsan mutuamente: el «castrochavista» se �guró como
una amenaza que iba llegando, que marcaría el futuro y estaba por
invadirnos si no se frenaba, si no se contenía. Presentarlo como
cercano lo hacía sentir más temible, porque lo «perjudicial, en
cuanto amenazante, no está todavía en una cercanía dominable, pero
se acerca» (Heidegger, 1997: 179-180). Y este asedio crea una
situación de riesgo que exige la activación de los controles; algunos
llamaban a la represión; como la amenaza de un virus que ya está
por circular por todos lados, incontrolado; también el �ujo de
venezolanos en el país se incrementó en un momento dado y se
vinculó con la amenaza de crecimiento de informalidad, pobreza,
criminalidad; e incluso de contagio, cuando el Covid-19 llegó a
Colombia y encendió las alarmas en torno a múltiples riesgos.
Asimismo, el discurso contra la polarización la identi�ca como una
amenaza que presiona con insistencia: se habla de radicalismo, se
insiste en evitar cualquier posición enardecida, llamando a una
incontaminada neutralidad, desde la pretensión de una razón
desafectada que se protege contra la inoculación de cualquier toma
de posición enfática. Finalmente, aquel que enarbola el cali�cativo
«uribestia» se siente cercado por esta misma �gura unilateral y se
de�ende contra esta, al punto de reducirla a una caricatura a veces
risible, a veces aterradora, a veces grotesca. Estas indicaciones
iniciales ya pueden sugerir cómo, a través de las �guras sugeridas, se
activan formas de defensa y protección, características de los afectos
inmunitarios, y cómo estos pueden recorrer manifestaciones
visiblemente diferentes. Este capítulo elabora esas relaciones de
fuerza, estableciendo entre ellas un anudamiento, producido desde la
re�exión sobre economías afectivas que propondré.
Se trata de un anudamiento poco evidente que empezó a rondarme
desde la campaña por el plebiscito para refrendar el acuerdo de paz
conseguido con las FARC en 2016. Y se me hizo más patente a través
de la campaña presidencial de 2018, al considerar los efectos
políticos que las tres �guras mencionadas terminaron teniendo en la
escena política colombiana. En particular, me parecieron visibles los
efectos de retroalimentación: la �gura del castrochavista, que el
uribista construye para a�rmar su posición, produce el desprecio del
antiuribista, que tiene pretensiones de ilustrado, y este responde
también con una caricatura denigrante, que le permite hacer valer su
superioridad cognitiva y moral; así, el uno se a�rma en el re�ejo del
otro, como en un juego de espejos. Pero el discurso que aboga por la
no-polarización �ja estas caricaturas como si dieran cuenta del
con�icto de posiciones, lo que contribuye a la simpli�cación del
campo de fuerzas político, al perder de vista, además, la dimensión
afectiva que lo condiciona y sus intricadas economías. Esta
simpli�cación también es afectiva e impide aproximarse a la
complejidad que está en juego en la situación, protegiéndose contra
esta.
Más aún, tal simpli�cación obstruye una exploración detenida de
diferentes experiencias inmunitarias que se perciben en el presente de
Colombia y, de este modo, tiene efectos políticos palpables. De
hecho, como lo sugeriré en un momento, es como si la simpli�cación
del con�icto nos dejara enredados en la reactividad que no logra
considerar en su complejidad. Por eso este libro es también una
invitación y un esfuerzo de re�exión para suspender y trastocar este
bloqueo, con todas las neutralizaciones que produce en el campo
político. Dos ejemplos de la literatura académica colombiana
ilustran bien una de estas neutralizaciones, por eso abriré un
paréntesis para analizarlos con algo de detalle.
*
1. El primer ejemplo que quiero considerar es un artículo reciente de
la politóloga Laura Gamboa (2019), que se ocupa de pensar las
razones para explicar el éxito electoral de Iván Duque en las
elecciones de 2018. Aunque este texto considera dos fenómenos que
estuvieron afectivamente saturados, como lo fueron la crisis en
Venezuela y la �rma de la paz con las FARC, se desentiende por
completo de considerar el papel de los afectos en estas experiencias.
De este modo, pierde de vista la conducción afectiva que llevó a cabo
la extrema derecha con respecto a estas dos situaciones, y cómo este
manejo permitió movilizar dos estrategias: acentuar el miedo por el
fantasma del socialismo que implantaría el candidato de izquierda,
Gustavo Petro, si ganaba, al vincular su �gura con la crisis en
Venezuela; y, a la vez, exacerbar el odio por los excombatientes de
las FARC, presentados como oportunistas violentos que ahora serían
premiados con perdón, olvido y prerrogativas económicas, en
contraste con el sufrido ciudadano de a pie que también padeció sus
violencias. Pero sin una consideración de la dimensión afectiva,
Gamboa difícilmente puede dar cuenta de los efectos de estos sucesos
en los comportamientos electorales que le interesan, sin asumir
muchas de las cuestiones que habría que tenido que explicar. Entre
ellas, el temor que la percepción de la crisis despertó, y que solo
menciona de pasada (Gamboa, 2019: 8). Pero ¿cómo se alimentó este
temor?, ¿cómo operó y qué efectos tuvo? es algo que el artículo deja
por completo de lado. Otra de las cuestiones que el artículo asume
sin elaborar, pero que resulta central en su argumentación, es la idea
de polarización. Por una parte, Gamboa supone que simplemente se
dio una polarización alrededor del acuerdo de paz, que el partido
uribista, Centro Democrático (CD), supo aprovechar para
«fortalecer» su «maquinaria» (Gamboa, 2019: 7). Pero no indaga, o
siquiera menciona, cómo este partido estuvo muy implicado en la
construcción de este mismo escenariode polarización alrededor del
acuerdo, y mediante qué recursos, estrategias discursivas y prácticas
lo fue llevando a cabo; solo menciona — de pasada— que, en la
campaña a favor del No en el plebiscito, el CD usó mentiras y lideró
una «campaña emocional» (Gamboa, 2019: 16). Sin embargo, no
ahonda en lo que esta implicó ni en el papel que desempeñaron las
emociones, ni en cómo se movilizaron para dar lugar a la idea de
polarización. Lo que sí hace, al asumir como dado el antagonismo
que detecta, es participar de la construcción de esa misma �gura
simpli�cada del con�icto político en Colombia. Esto es evidente
cuando la autora diferencia los contenidos del programa del líder de
izquierda, Petro, que evalúa como «de izquierda democrática», su
estilo político, al que cali�ca como «polarizante», «al igual que el de
Uribe», «y con tendencias autoritarias», sin aportar ningún análisis
para ello, más que un par de «datos» reiterados en los medios de
comunicación hegemónicos.1
Si me detengo en estos detalles no es para subrayar lo insu�cientes
que son tales razones para apoyar la hipótesis que se pretende
defender. Me �jo en estas consideraciones porque es muy signi�cativo
que una posición académica, que pretende no estar afectada
políticamente y hablar desde la voz crítica del autor cientí�co,
termine asumiendo presupuestos no elaborados, que simplemente
reiteran rumores y enunciados que se posicionan en los discursos
públicos y, particularmente, en aquellas preferencias políticas que en
el país se han denominado de centro. Lo que esto me permite sugerir
es que el centro político quizá sea una postura muy atractiva para las
perspectivas académicas que conciben una política desafectada. Esto
es, una comprensión que desconoce la complejidad de los con�ictos
sociales, al devaluar el papel que en estos desempeñan los afectos. De
hecho, desde esta perspectiva se asume que las energías afectivas
desvían de los contenidos argumentativos, y se usan, particularmente
por parte de las élites, para generar manipulación:
Queda claro que mientras el mecanismo a través del cual las élites
políticas modelen la opinión pública siga siendo de tipo afectivo y
no por medio de la transmisión de información real, fáctica, con
análisis, veracidad, con reales argumentos, todo seguirá reducido a
una movilización de emociones y los colombianos adherirán o se
desvincularán de las posiciones que predican los líderes políticos
como resultado de un simple, pero poderoso, vínculo afectivo con
estos. (https://uniandes.edu.co/es/noticias/sociologia/polarizacion-
un-debate-de-emociones-sin-argumentos)
Se supone, así, que unas son las energías emocionales que permiten
manipular al elector, y otros los contenidos cognitivos, los
argumentos reales, que lo capacitarían para decidir bien. De este
modo, esta posición, que se pretende no-polarizada, también
participa en la construcción de un escenario de polarización, al
dividir simpli�cadamente el espacio político entre quienes
«simplemente manipularían con juegos afectivos» (élites y políticos
populistas) y «quienes razonarían con verdad fáctica y veracidad»
(¿académicos, tecnócratas?); como si la veracidad no requiriera de,
por ejemplo, coraje, rabia, indignación y un sinnúmero de fuerzas
afectivas, que pueden mover a los cuerpos a hacer valer la verdad
fáctica de ciertos acontecimientos y experiencias, en medio de su
pluralidad y opacidad.2 Piénsese, por ejemplo, en la valentía y
persistencia enardecida de las Madres de Soacha para exigir la
verdad en torno al brutal caso de las ejecuciones extrajudiciales de
sus hijos, por parte del Estado colombiano. Ellas apelan a
información, a argumentos, pero estos están atravesados por rabia, y
esta no nubla su comprensión de lo acontecido, sino que las empuja a
https://uniandes.edu.co/es/noticias/sociologia/polarizacion-un-debate-de-emociones-sin-argumentos
buscar formas de relación con otros, en acciones políticas y prácticas
de cuidado que les permiten denunciar la injusticia y buscar formas
de apoyo entre los ciudadanos. Sin embargo, una posición
desafectada no puede dar cuenta de estas experiencias. Y al
mostrarse sesgada por la incapacidad de acoger el con�icto que
simpli�ca, parece impulsada por el afán de protegerse contra la
complejidad de este y contra sus fuerzas heterogéneas.
2. Pero no solo el académico centrista puede producir esta
reducción del con�icto en Colombia y de los territorios afectivos que
lo surcan. También el académico marxista puede dar lugar a esta
reducción. Esto es algo bien visible en un artículo de Alexander
Forero (2007) que se ocupa de pensar algunas condiciones propicias
para que un proyecto de élites regionales y poderes corporativos,
como el del Centro Democrático, haya tenido respaldo popular por
un buen período de tiempo, focalizándose en un estudio de caso
llevado a cabo en una zona popular de Bogotá (Ciudad Bolívar),
entre los años 2002 y 2007. Un objeto de análisis clave, pero que ha
ocupado muy poco a los académicos del país. Pues bien, una de las
conclusiones de Forero es la siguiente:
Uribe Vélez facilitó el campo para la adhesión irracional de sus
seguidores, lo que se mezcló con la inestabilidad emocional, lo cual
es un último elemento en común y funcional para la dominación.
Todo lo anterior resulta orientador ya que la explicación de la
cohesión de las masas se da a través de las ligazones afectivas.
(Forero, 2007: 152)
Esta posición ha sido común en aproximaciones deliberativas, que
han dominado la autocomprensión de la izquierda democrática en
Colombia. De acuerdo con esta postura, la dominación económico-
política se reproduce gracias a formas de manipulación emocional,
identi�cadas como irracionales, que impiden la comprensión
adecuada de los problemas socioestructurales y sus causas objetivas.
Más aún, la conformación de masas, esto es, de individuos gregarios
que cederían su autonomía y capacidad de decisión consciente a la
conducción de un líder carismático, se produciría a través de
ligazones emocionales que, por ser afectivas, resultarían
necesariamente unilaterales y enceguecidas.
Me interesa detenerme en tales presupuestos porque ellos se
retroalimentan y son performativos. Más aún, como empezaré a
sugerirlo en un momento, tienen efectos contraproducentes en el
espacio político, porque — entre otras cosas— reiteran un escenario
que nos deja atrapados en formas de reactividad, que cierran
posibilidades de transformación. En primer lugar, son en gran parte,
como los he llamado en otro lugar (Quintana, 2020a), presupuestos
de los espíritus letrados. Se trata de una perspectiva dicotómica, para
la cual la comprensión del mundo requiere de un trabajo racional,
explicativo, cientí�co, que implica una suspensión afectiva, capaz de
producir una conciencia autónoma, dueña de sí, apta para captar la
objetividad de las cosas. En contraste, se asume que las masas
tienden a dejarse conducir fácilmente por sus pasiones, son
heterónomas, subjetivistas, y por ello vulnerables a cualquier
manipulación irracional. Esta lectura dicotómica no solo ha
conducido a una comprensión algo paternalista y vertical de la
izquierda cienti�cista sobre el pueblo gregario, necesitado de
ilustración, con efectos de embrutecimiento, como ya lo he
argumentado (ibid.), sino que, como quisiera elaborarlo ahora, ha
producido una visión del mundo social que resulta contraproducente
para contrarrestar las formas de dominación, que el académico
racionalista lee de manera simpli�cada. Pues mucho de lo que pasa
en el mundo social tiene que ver con fuerzas del deseo,
históricamente conformadas, que han estructurado lo que se hace
valer como «razón». Las formas de racionalidad también se han
constituido afectivamente, y operan a través de la producción de
afectos, como lo mostró bien la genealogía nietzscheana, el
posestructuralismo francés y trabajos antropológicos críticos,
decoloniales y (pos)coloniales.3 Ciertamente, las dominaciones se
ejercen afectivamente, atraviesan los deseos,4 se sedimentan en los
cuerpos. Perolas formas de emancipación también requieren del
impulso de los sujetos, que estos vayan fuera de sí y por encima de lo
que ha sido, desde el anhelo de que algo pueda cambiar.
En ese sentido, una de las hipótesis que este libro retoma de las
�losofías de Spinoza y Nietzsche es que hay con�guraciones afectivas
más sujetantes que otras: unas que resultan más vitales, porque
llevan a producir y tejer relaciones; y otras que resultan destructivas,
agotadoras, �jadoras, sofocantes para los sujetos y la vida social. En
todo caso, la diferencia entre ambas, como lo elaboraré luego, no es
dicotómica sino inestable, gradual y susceptible de desplazamientos.
Asimismo, esta aproximación también cuestiona que las formas de
emancipación se identi�quen con la conciencia ganada de un sujeto
soberano, pues esta �gura ha emergido con efectos problemáticos y
puede ponerse en cuestión. En cuanto que afectados por fuerzas, que
nos preceden y exceden, nunca somos por completo dueños de
nosotros mismos. Estamos expuestos unos a otros, atravesados los
unos por los otros, por instituciones y articulaciones sociales que han
marcado las formas de individuación establecidas. De modo que lo
que hay que pensar es cómo se produce una con�guración afectiva
que niega su procedencia afectiva y su codependencia de unos y
otros. Esta es una pregunta central para la genealogía nietzscheana, y
es también una cuestión que abordaré en el capítulo 2, desde otro
ángulo, al interpretar al capitalismo como un régimen de afectividad.
De hecho, para adelantar una de las hipótesis de ese capítulo, aduciré
que la �gura del individuo autodeterminado se vuelve fundamental
para la con�guración del sujeto del deseo que produce el capitalismo.
El crítico marxista, que confía en esa �gura soberana, habla entonces
inadvertidamente con la voz de tal sujeto deseante.
*
Así que si el uribista y, de distinta manera, quien lo tilda de
uribestia, muestran una necesidad de simpli�car el con�icto social, y
esto los remite mutuamente al mismo lugar, un primer paso para
intentar remover las cosas, más allá del re�ejo de posiciones que se
recon�rman e intensi�can, es cuestionar tal necesidad de
simpli�cación o al menos interrogarla. De hecho, esta necesidad, que
es también un deseo, podría vincularse con la producción, difusión y
sedimentación de afectos inmunitarios, que pueden dar lugar también
a ciertas formas de estrechamiento experiencial, banalidad o
irre�exividad en el capitalismo que habitamos. Unas formas de
estrechamiento habitadas en todo caso por múltiples y ambiguas
relaciones y por toda una riqueza imaginativa que estamos llamados
a intentar fracturar, dados los efectos destructivos, desigualitarios y
paralizantes que pueden tener.
Sin embargo, tal fractura y recon�guración solo pueden darse
corporalmente, transformando los afectos que hacen daño,
intentando producir en las relaciones estructuradas del campo social
otro tipo de afectos. Por esto mismo, cuando se habla aquí de
«manejo afectivo» o de formas de intensi�car y de movilizar ciertos
afectos sobre otros, no estoy aludiendo a un manejo intencional
subjetivo, orquestado de manera calculada por unos agentes sociales
que manipularían a otros atrapados en la inconsciencia del engaño.
Quienes producen estrategias afectivas quedan condicionados por
ellas mismas, también están impulsados por fuerzas del deseo. Se
trata, así, para decirlo con términos foucaultianos, de una
intencionalidad no-subjetiva: de arreglos, estrategias, composiciones
que tienen efectos sobre el mundo y de las que participan sujetos
atravesados por ellas, sin que puedan tener control sobre cómo
terminan funcionando ni sobre lo que terminan produciendo. De ahí
que advirtiera en la introducción que un análisis afectivo evita las
teorías del desencubrimiento y la conspiración, usuales en las teorías
sobre la ideología. Al acentuar la precedencia de lo afectivo, en todas
las relaciones que articulan un campo social, ningún sujeto puede
pretenderse en control, por encima o por fuera de estas relaciones,
para desenmascararlas. Se trata entonces de atender a esas fuerzas,
de seguir algunos de sus efectos, de cartogra�ar algunas de sus
dinámicas y entrecruzamientos; sin buscar nada por detrás.
Por ahora en este capítulo me interesa explorar más detenidamente
algunos de los conceptos y supuestos que han aparecido y, en
particular, mostrar por qué la noción de economía afectiva permite
dar cuenta de la complejidad de ciertas dinámicas inmunitarias del
mundo que habitamos. En particular, desde tal noción, me interesa
mostrar que los territorios afectivos emergen de relaciones sociales
heterogéneas, aunque excedan sus codi�caciones; y por esto son
con�ictivos, opacos y pueden dar lugar a recon�guraciones y
transformaciones. De ahí el énfasis en la relacionalidad con�ictiva y
en la virtualidad de tales economías. Un texto del antropólogo
William Mazzarella sobre la �gura de Trump, y las adhesiones que
despertó, me permite elaborar un poco más lo que puede jugarse hoy
al analizar lo afectivo en la lectura de ciertos fenómenos políticos e
indicar la singularidad de mi aproximación.
1.1. Apegos incendiarios: entre la falta y el deseo de completud
En «Why is Trump so Enjoyable» (2017), Mazzarella muestra cómo
el caso de la resistente popularidad que tuvo por un buen tiempo
Donald Trump debe hacernos re�exionar sobre lo que puede estar en
juego en las adhesiones que este personaje generó. Una popularidad
que fue resistente pese a la comprobada ine�ciencia de su gobierno
para cumplir lo que prometió en campaña, pese a favorecer sus
intereses corporativos con decisiones públicas en detrimento de
personas muy precarizadas, y pese a las múltiples acusaciones de
acoso sexual, entre otros. Se trata de un apego que no puede
entenderse meramente desde un análisis utilitario de intereses, ni
desde la problemática dicotomía entre «factores político-económicos
reales» y «ruido afectivo vacío» (Mazzarella, 2017: 7). El punto
central del argumento resulta muy sugestivo: tal dicotomía no tiene
sentido porque los intereses utilitarios también están impulsados ya
de antemano por energías afectivas, que a la vez pueden dar cuenta
de las formas de adhesión que se expresaron en un fenómeno como el
de Trump. Esta es una consideración central para mi aproximación,
aunque tomaré distancia del dispositivo que Mazzarella escoge para
elaborarla. Veamos.
Para dar cuenta de la adhesión popular recibida por la �gura de
Trump, Mazzarella moviliza la noción lacaniana de «goce»
(jouissance): «un lugar más allá de la economía del placer y del
dolor», en el que «placer y agonía se hacen indistinguibles»
(Mazzarella, 2017: 13). Este lugar paradójico depende de la
estructura del deseo, que, para Lacan, está organizado alrededor de
la falta, pues el goce es justamente «la falta que escapa al Otro», ese
Real que no puede ser simbolizado (Böhm y Batta, 2010: 352). Y el
deseo se estructura «alrededor de la búsqueda incesante» por esa
falta, «por el perdido e imposible goce» (ibid.). De ahí que, desde
esta aproximación, el deseo sea siempre «el deseo del Otro»
(Chemama, 1998: 196), una incompletud del ser que mueve. En el
goce sentimos entonces una satisfacción profunda por aquello que ya
siempre falta y nos arroja a una insuprimible insatisfacción. Y al
encontrar satisfacción en la insatisfacción, gozamos también de todo
aquello que se convierte en obstáculo para nosotros, para nuestra
plenitud imposible (cfr. Böhm y Batta, 2010: 351). Así que el goce
«�orece donde nos sentimos atados a lo que nos frustra, y se pone
como obstáculo en nuestro camino». Y de ahí que tenga «algo de
mórbida autodestrucción y sacri�cio heroico» (Mazzarella, 2017:
16), porque nos vamos consumiendo en el apego de aquello que nos
frustra constantemente, a la vez que nos mueve y se adhiere a
nosotros, como si fuera insuperable.
Podríamos considerar aquí, para ilustrarlo, las formas del amor
romántico que hacen sentir a los amantes siempre en sus carencias
unos con respecto a otros,atándolos en esta misma experiencia de la
falta, a la satisfacción que se deriva de padecerla, y que los va
consumiendo y agotando, también cuando llega el abandono del
deseo, justo en el momento en el que ya no se siente la imposibilidad
que quema. Piensen en el descontento inagotable de Don Draper, en
la famosa serie Mad Men (2007-2015). Esta justamente vincula al
personaje principal, que es la encarnación del deseo como falta, con
la producción publicitaria de marcas que alientan el consumo de
objetos de mercado. Don vive su insatisfacción hasta consumirse a sí
mismo, como exacerbación y a la vez como límite del goce, del deseo
vivido como penitencia y carencia, que puede convertirse en un
agujero negro para el sujeto enredado en él.
Ahora bien, según Mazzarella, el goce impulsa a las personas
cuando se comportan como consumidores y agentes económicos,
pero también cuando se mueven como actores políticos. Por eso, a su
modo de ver, no se trata tanto de que hoy en día la política se haya
mercantilizado, porque política y mercado se copertenecen a través
del goce. Tampoco tiene sentido buscar un lugar incontaminado de la
política, sino que habría que reconocer más bien que lo que la
impulsa está muy próximo a lo que mueve al mercado. Pues el goce
opera en la efectividad de las marcas y en el carisma que pueden
despertar líderes como Trump. En ambos casos se produce un valor
adicional que no es reductible al valor utilitario: la marca no solo
vale porque el objeto de la marca sea útil, sino porque ofrece algo
más: prestigio, experiencia, glamur, etc. Así, el líder político no solo
despierta adhesión por los bene�cios que pueda traer para el votante,
sino por los apegos que genera en su sola �gura, por las
identi�caciones y referencias colectivas que puede movilizar. En
ambos casos parece operar una economía del don, en el interior de la
economía de mercado, si el intercambio de cosas, en términos de
oferta y demanda, requiere de la creación de un valor no reducible a
la utilidad, sino dependiente de relaciones en las que se constituyen
formas de autoidenti�cación y modos de ser persona, como los que
producen las marcas comerciales. Porque «las marcas se personalizan
y se ofrecen como un vehículo para la autoidenti�cación de los
consumidores» (Mazzarella, 2003: 51). La marca le da un valor
adicional al valor utilitario del objeto. Sus logotipos operan como
insignias que adquieren cierta aura5 e incluso exigen sumisión, pero a
la vez se venden como si sirvieran al consumidor, desde un cierto
«populismo democrático» (Mazzarella, 2003: 55). Además, la marca
le brinda estabilidad al producto y lo vuelve «una fuente �able de
valor de cambio» (Mazzarella, 2003: 56). Consumimos, entonces,
marcas que nos hacen sentir constantemente una falta que prometen
remediar; y las seguimos consumiendo por el goce de la carencia que
nunca se agota, mientras somos consumidos, a la vez, por la
insatisfacción reiterada y el apego a ella.
La �gura del político carismático también puede operar como una
marca que se hace valer como insignia, incluso aurática, única,
irrepetible, objeto de nuestro respeto, pero que a la vez promete
completarnos, servirnos, darnos una intensa satisfacción, avivando la
insatisfacción a la que no deja de apelar. Así, por ejemplo, en medio
de enormes diferencias, líderes que han implementado programas
precarizadores y que se han demostrado como poco éticos y violentos
en sus intervenciones, como Trump y Uribe, con todas las diferencias
del caso, pudieron crearse una �gura aurática de poder casi
invencible, que se hace más fuerte cuanto más impunes se
demuestren. Este poder aurático puede alentar un deseo de
completud que moviliza también constantemente la insatisfacción
por aquello que lo incumpliría: en el caso de Trump, los inmigrantes
ilegales, los liberales progresistas, el discurso de lo políticamente
correcto, que bloquean el deseo de «Make America great again»; en
el caso de Uribe, los imaginados castrochavistas, en realidad
cualquier disidente que impida — a sus ojos— el crecimiento y el
desarrollo empresarial y dañe el sueño de una patria ordenada en las
jerarquías tradicionales, asociadas con un cierto ideal de vida
(patriarcal, blanco, emprendedor).
Y si el goce «puede empezar con un cosquilleo y terminar con un
gran incendio» (Mazzarella, 2017: 16) es por el apego
incondicionado que puede activar hacia aquello que, a la vez, �ja
como obstáculo para la (imposible) completud. Así, el racismo, el
odio por ciertas identidades y formas de ser no tendría que ver
meramente con tensiones económicas asociadas con estas
identidades, sino con el goce vinculado a ellas, con los investimentos
libidinales que se vinculan a su existencia y con la manera en que
esta queda circundada por múltiples fantasías. Por ejemplo,
Mazzarella destaca cómo el votante de Trump, en la campaña de
2016, ató su promesa de construir un muro entre Estados Unidos y
México a un goce ligado al siempre frustrado deseo de integridad y
pureza y, junto con esto, a la promesa de grandeza de que podría ser
una gran muralla, avistable desde el espacio, tan colosal como la de
China (Mazzarella, 2017: 8-9).
También podría pensarse que el «efecto te�ón» que acompañó a
Trump, y que bene�ció por un largo tiempo a Álvaro Uribe en
Colombia (cfr. Sierra, 2015; Vélez, 2010), tiene que ver con el
prestigio aurático que con�ere la probada impunidad de estas �guras
y la fascinación que ha producido para muchos el poder de «salirse
siempre con la suya», que reproduce el aura de su pretendida
omnipotencia. A la vez, la pérdida de este efecto puede suponer la
aparición de trazas de vulnerabilidad y falsi�cación de la �gura
aurática. Así parece estar en juego hoy en día con la �gura de Uribe.
La banalidad e incompetencia que ha demostrado su representante, el
actual presidente Iván Duque, conocido en la opinión pública como
títere de Uribe, su imagen como caricatura incompetente de este y
mueca degradada de su poder, parece revertirse también al titiritero,
para desin�ar su aura, porque la falsi�cación, sobre todo la mala
falsi�cación, también desprestigia el valor de la marca.6
Sin embargo, la satisfacción en la falta no solo opera, según
Mazzarella, en el votante de extrema derecha; también habría
movido a las posiciones liberales progresistas. Pues estas, en el caso
de la política estadounidense, habrían cedido al goce de la derecha al
identi�car al trumpista con los sujetos «más deplorables» del país
(Mazzarella, 2017: 34); aquellos que impedirían una nación moderna
de tolerancia, empatía y racionalidad y que, al funcionar como
obstáculo de la propia realización, la reforzarían a la vez como un
ideal que impulsa un deseo en el desprecio. Por eso, según
Mazzarella, para fracturar las dinámicas agotadoras del goce no
bastarían las recetas que abogan por más simpatía y racionalidad,
sino que sería necesaria una ética de la paciencia que atienda a las
energías paradójicas que han sostenido tales dinámicas. Unas
energías destructivas que también han sustentado al espacio político
liberal-democrático. Se trataría entonces de cuestionar el supuesto de
un sujeto autónomo soberano, que es central para este espacio, pero
también para el goce que lo atraviesa. Pues la marca y el político que
opera como marca hacen mover una satisfacción ya siempre
frustrada en la autorreferencia del sujeto, en su «autoabsorción» y en
la promesa de su siempre incumplida independencia y autocontrol
(Mazzarella, 2017: 34).
Como puede anticiparse, por lo que he argumentado hasta ahora,
concuerdo con varios de estos planteamientos. En particular, la
forma en que Mazzarella articula actitudes políticas que parecerían
completamente distintas resuena con la manera en que he sugerido
vincular las fantasías del castrochavismo, el uribestia y el no-
polarizador, con irradiaciones inmunitarias, que afectan el espacio
público colombiano. Además, la problematización del sujeto
soberano y el énfasis en nuestra vulnerabilidad y codependencia son
muy importantes para

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