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Laura Quintana Rabia Afectos, violencia, inmunidad Herder Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes Imagen de cubierta: Eulalia de Valdenebro Edición digital: Martín Molinero © 2021, Laura Quintana © 2021, Herder Editorial, SL, Barcelona ISBN digital: 978-84-254-4722-8 1.ª ed. digital, 2021 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográ�cos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com). Herder www.herdereditorial.com http://conlicencia.com/ http://www.herdereditorial.com/ A mi madre y a mi padre por su sabiduría de los cuerpos Índice AGRADECIMIENTOS INTRODUCCIÓN 1. ¿Por qué afectos? 2. Una metodología estético-afectiva 3. El recorrido 1. ECONOMÍAS AFECTIVAS INMUNITARIAS: APEGOS, ASEDIOS Y VIRTUALIDAD 1.1. Apegos incendiarios: entre la falta y el deseo de completud 1.2. Cartogra�ando las economías afectivas 1.2.1. Tan esquivas y tan materiales economías 1.2.2. Esos perturbadores apegos 1.3. Productivo deseo 1.3.1. Deseos de inmunidad 1.3.2. Fascismos moleculares: o cómo el deseo puede desear su represión 1.3.3. Afectos vitales y antivitales 2. CAPITALISMO, AFECTOS E INMUNIDAD 2.1. Fracturando lecturas totalizantes: un régimen afectivo heterogéneo 2.1.1. De la inescapabilidad al goce en la catástrofe 2.1.2. Resquicios, fracturas, torsiones en medio del deshecho 2.2. Declinaciones inmunitarias hoy 2.2.1. ¿Un sujeto de deseo necesariamente defensivo? 2.2.2. Conducciones emocionales y regulaciones del sufrimiento 2.2.3. Normalizaciones del deseo 2.2.4. La producción del deseo como falta 2.2.5. [Desviaciones] 2.2.6. Dispositivos securitarios y el cierre del campo de posibilidad 2.2.7. Precarización e inmunidad 3. RESENTIMIENTOS 3.1. Sinuosas constelaciones, nudosos devenires 3.1.1. Resentimiento y ressentiment 3.1.2. De vuelta a Nietzsche: una lectura no resentida del ressentiment 3.2. Constelaciones resentidas 3.2.1. Sintiendo la injuria, deseando el castigo 3.2.2. Una herida que no se cierra 3.2.3. Intersticio I: Intricados deseos de justicia 3.2.4. ¿«Insensibilidad selectiva»? 3.2.5. Inmunidad y enemistad 3.2.6. Intersticio II: ¿Odio de clases? 3.2.7. Deuda y culpabilización 3.2.8. Reversiones de la lógica inmunitaria I: La justicia afectiva del genealogista UMBRAL 3-4. REVERSIONES DE LA LÓGICA INMUNITARIA II 4. RABIA POLÍTICA 4.1. Complejas irradiaciones entre violencia y política 4.1.1. La rabia y la pretensión de no-violencia 4.1.2. Antiviolencia 4.2. El consensualismo afectivo y la desvalorización de la rabia 4.2.1. Vengativas, resentidas, furiosas mujeres 4.2.2. El multiculturalismo y su neutralización del con�icto 4.2.3. De las regulaciones normativas de la rabia a su modulación política 4.3. Odio destructivo y rabia transformadora 4.4. Emancipatorios enardecimientos 4.4.1. Rabia poética 4.4.2. En medio de la heterogeneidad feminista 4.4.3. «Ni una menos» y «Vivas nos queremos» EPÍLOGO BIBLIOGRAFÍA NOTAS INFORMACIÓN ADICIONAL El conocimiento está ligado a lo que nos hace sudar, estremecernos, temblar. S. AHMED (2015: 260) Yo soy un tigre dormido que todas las noches sueño con el mundo que dejé y quitaré vengativo cuando lo negro sea bello la cadena de mi piel. A. LANDERO («Cuando lo negro sea bello», cumbia) Así nos sucede en la música: primero se tiene que aprender a oír, a entreoír, a distinguir una �gura y un motivo, a aislarla y a delimitarla como a una vida por sí sola; luego se requiere esfuerzo y buena voluntad para tolerarla a pesar de su extrañeza, paciencia frente a su mirada y expresión, practicar la generosidad frente a lo sorprendente que hay en ella: �nalmente llega un instante en que estamos habituados a ella, en que la esperamos, presentimos que nos haría falta, si faltase; y luego ejerce más y más su imposición y hechizo y no acaba hasta que nos hemos convertido en su humilde y arrobado amante, que no quiere nada mejor del mundo más que a ella y solo a ella. Pero no solo con la música nos sucede así: precisamente así es como hemos aprendido a amar todas las cosas que ahora amamos. F. NIETZSCHE (CJ §334) Agradecimientos Le agradezco muy especialmente a mi buen amigo Gustavo Chirolla toda su sabiduría �losó�ca y afectiva, compartida en tantos momentos de complicidad; a la artista Eulalia de Valdenebro por permitirme usar en el libro algunas de sus obras, que resuenan con intuiciones de este y contribuyeron a crear sus constelaciones afectivas; a Catalina Cortés-Severino por la correspondencia que hemos mantenido y que iluminó indirectamente este trabajo. Mi agradecimiento también al seminario «Afectos, capitalismo, y política: entre �losofía y antropología», que dicté con Pablo Jaramillo y que nutrió especialmente el capítulo 2 de este libro; al semillero de investigación «Afectos, corporalidad y política», especialmente a Andrea Lehner y a Guillermo L. Acevedo por tantas discusiones provechosas en torno a la Ética de Baruch Spinoza. Gracias especiales a Juli Salamanca Cortés por sus generosos testimonios sobre su experiencia y su comprensión de la rabia, y por presentarme el valiente espacio de la Red Comunitaria Trans; a Carlos Alberto Benavides por conversaciones virtuales muy generosas de su parte. Agradezco asimismo a la Universidad de los Andes por el apoyo a la investigación que obtuve en el semestre I-20 para dedicarme a este proyecto, nutrido de un diálogo intenso entre antropología y �losofía; y a Gabriela Pedraza, quien trabajó para mí como asistente de investigación durante ese semestre y me ayudó a recabar material valioso, sobre todo en redes sociales y otros archivos del presente. Mi agradecimiento también a la editorial Herder por su cuidadoso trabajo de edición; a Luis Miguel por la escucha amorosa. Y sobre todo gracias in�nitas a Feliza y a Pablo por todos los afectos alegres que impulsan la vida. Introducción La gente nunca abandona voluntariamente una posición libidinal. S. FREUD (citado por Berlant, 2011a: 27)1 En distintas actitudes cotidianas y en decisiones políticas producidas en diversas latitudes son visibles formas de rabia, miedo, odio, resentimiento. En redes sociales y en decisiones electorales, en espacios cotidianos rutinarios y como respuesta a crisis inesperadas, la gente expresa su insatisfacción hacia aquello que percibe como rechazable y amenazante: personas migrantes estigmatizadas, formas de vida asumidas como degeneradas, �guras públicas satanizadas; sujetos que se culpabilizan de un contagio inminente. En un difundido libro reciente, la politóloga estadounidense Katherine Cramer (2016) recoge algunas de tales reacciones para caracterizar lo que ella denomina una «política del resentimiento». De acuerdo con esta autora, una política tal se produce cuando ciertos grupos precarizados tienden a crear identidades fuertes, que les brindan un sentido de orientación y seguridad en medio de la incertidumbre que los afecta (Cramer, 2016: 9). Estas identidades compactas también traen consigo la �jación de un otro que se culpabiliza por la situación adversa padecida y se rechaza como inaceptable. Ellas producen entonces estigmatización. Este tipo de identi�caciones estigmatizantes también puede vincularse con fenómenos de violencia que se dan, hoy en día, en diferentes sociedades. Así lo ha analizado, desde otras consideraciones, el antropólogo francés Étienne Fassin, al ocuparse del comportamiento agresivo de la policía en Francia con respecto a ciertos sectores marginalizados de la población. Estos sectores se estigmatizan, criminalizándolos, argumenta Fassin, desde proyecciones que, en gran parte, se relacionan con el descontento de los miembros de esta fuerza pública por su propia situación social (cfr. Fassin, 2013a). Este libro vincula tales reacciones con una lógica inmunitaria. Esto es, para decirlo por ahora someramente, una lógica que asume el espacio socialcomo un organismo, cuya integridad se ve amenazada por «algo extraño» que lo contagia y contamina, al alterar y poner en riesgo su «identidad», «salud», «seguridad» (cfr. Esposito, 2005: 9-10).2 Se trata de una comprensión militarizada del sistema inmunológico, proyectada al espacio social, desde la cual aquel se comprende como un sistema de defensa y eliminación de cualquier extraño que ataque la integridad del cuerpo (individual o social) (Martin, 1994).3 Esta es una lógica que puede revertirse desde otra comprensión de la identidad y de su relación con lo otro; una visión alternativa que también puede ligarse con otras aproximaciones al sistema inmunitario, como lo han destacado varios autores que han establecido un vínculo entre política e inmunidad (Martin, 1994; Borradori y Derrida, 2003; Esposito, 2005; Mutsaers, 2016). Por ahora basta con decir que caracterizaré las actitudes estigmatizantes, a las que he aludido, como expresiones de afectos inmunitarios. Y con esto me referiré, en gran parte, a afectos que producen un otro �jado como riesgo, desde rumores que lo marcan como algo amenazante: «inmigrantes ilegales» o pobres que se sienten excesivos, porque pareciera que no dejan de reproducirse, mientras van generando inseguridad y les van quitando puestos de trabajo a los nacionales; «izquierdosos» que impondrán la estatización de todo y el empobrecimiento del país; «anormales sexuales» que destruirán el modelo de familia y pervertirán a la sociedad; femi-nazis que acabarán con la estabilidad doméstica, lesbianizarán el mundo y difundirán el odio por lo masculino; «chinos come murciélagos» que se culpabilizan de haber producido la pandemia del Covid-19, entre otros. Este tipo de a�rmaciones inmunitarias — que circulan en redes, en medios de información, en diversos espacios sociales— producen un efecto defensivo de estrechamiento: a partir de un daño padecido se genera la a�rmación de sí desde el rechazo de un otro, sin que se produzca una lectura general sobre la situación del mundo en la que este daño se da; ante lo identi�cado como riesgo o amenaza los cuerpos se cierran sobre sí, angostan su percepción, simpli�can el campo de experiencia, dejan de sentir relaciones entre las cosas; separan y ponen en contra unos actores respecto a otros; desarrollan visiones unilaterales de un mundo complejo. Y al establecer jerarquías discriminatorias, intensi�can efectos de desigualdad. Tan visibles parecen ser globalmente las distintas manifestaciones de estas actitudes, que muchos �lósofos también tratan de pensarlas, cali�carlas, re�exionar sobre ellas, pretendiendo a veces una distancia contemplativa o enjuiciadora sobre fenómenos que también los condicionan. Entonces la con�ictividad de lo que sucede se aquieta, ya sea con normas o explicaciones globales,4 ya sea con dispositivos que se han aplicado una y otra vez para distintos casos.5 Yo no pretendo esta distancia conciliadora, ni este aquietamiento, que es protector con respecto a lo que asalta la comprensión y la sorprende. También he sentido rabia, odio, resentimiento, los respiro y habito; asimismo, he experimentado la necesidad de protección inmunitaria, por ejemplo, frente un riesgo de contaminación viral que asalta por todas partes. La inmunidad, además, forma parte de la vida, aunque, como lo veremos más adelante en el libro, no tiene que pensarse desde el paradigma de la defensa militar y la seguridad identitaria. En todo caso, tales afectos me cuestionan y me exigen llevar a cabo este ejercicio de re�exión para indagar algunas de sus declinaciones, pues hay distintas formas de reacción frente a un daño padecido y diversas maneras de relacionarse con el riesgo, y no todas tienen efectos desigualitarios. Me inquieta reconocer que estas reacciones, aunque estén atravesadas por el rumor, la conjetura, la proyección, el asedio de espectros, y estos parezcan «ilusorios», tienen efectos enormes, con alcances inesperados. Tales �ccionalizaciones son muy materiales: producen efectos visibles en lo real. Digo esto último pensando, particularmente, en las circunstancias que habito. Empecé este libro mientras volvía la guerra a Colombia; quizá nunca se fue del todo, pero sus manifestaciones más destructivas se contrarrestaron visiblemente con la �rma del acuerdo de paz con las FARC y ahora vuelven con un gobierno de ultraderecha que ha prometido «hacerlo trizas», y lo está logrando. Las noticias, que llegan día tras día, lo indican: desde hace meses, matan a cuentagotas a excombatientes de las FARC, y quienes se acogieron a las zonas establecidas para la reintegración las están abandonando por temor a que estas sean atacadas; cada día asesinan a un líder social en Colombia,6 sobre todo a líderes ambientalistas que se oponen a proyectos extractivos a gran escala o de turismo masivo y se preocupan por la defensa de territorios locales, en zonas de producción de coca o que sirven de corredor para su trá�co. Hablo en impersonal porque son fuerzas oscuras, con múltiples conexiones. Entre tanto, los paramilitares van tomando de nuevo el país; se incumplen los puntos del acuerdo ligados con excombatientes y sustitución de cultivos; se desmantela la política de restitución de tierras, constantemente torpedeada por formas de disuasión y silenciamiento paraestatales; muchos lugares se sienten nuevamente amenazados, regresa el desplazamiento forzado; se vive de nuevo el terror en varios territorios. Y mientras el con�icto armado se intensi�ca y vamos descubriendo restos de algunas de sus dinámicas más macabras, la memoria o�cial borra voces de víctimas y niega la realidad del con�icto que nos ha atravesado. También se multiplican las propuestas de reformas laborales, de pensiones tributarias que acentúan la �exibilidad laboral y la precariedad económica; se resquebraja aún más la división de poderes; vuelven las interceptaciones ilegales y se incrementan las formas de persecución y represión policial; la protesta surgió muy vivamente a �nes de 2019 y, después de unas semanas, se apagó; medios de comunicación críticos se han silenciado. Para muchos, una atmósfera de tristeza y frustración se siente en el país. Pero no hay sorpresa. Este gobierno hace lo que prometió y 10 millones de colombianos votaron por él. Seguramente, dada la corrupción y el clientelismo sistémico del país, un porcentaje de esos votantes fue comprado, y hoy en día cursan investigaciones que lo comprueban. Pero una buena parte de ellos no. Ciertamente, intereses de élites se expresaron y condicionaron esta votación, aunque en un país donde solo cerca de un 2,4% de la población se de�ne de «clase alta» esto no puede resultar decisivo.7 Frente a estas circunstancias muchos «espíritus letrados» aducirán las formas de manipulación que las élites usan para engañar a la mayoría precarizada, de modo que esta se incline por opciones que van en contra de sus propios intereses. Es la hipótesis de la ideología, que ve por doquier las mentiras del poder, vestidas con «el ropaje de la verdad» (Žižek, 1994: 6). Unas mentiras que, en el mundo contemporáneo del espectáculo (de los medios masivos y sus manipulaciones, de los algoritmos y sus conducciones), serían tan indistinguibles de lo real que se harían inescapables. Sin embargo, aquí me interesa explorar otra hipótesis, otra manera de entender el poder de ciertas narrativas, rumores, proyecciones y asedios sobre los cuerpos, para pensar de otro modo también las fracturas, los caminos de transformación. Una escena me permite empezar a introducirlo: 14 de enero de 2020. Voy en un taxi por las calles de Bogotá.8 En la radio hablan del asesinato de líderes sociales. El conductor me pregunta: «¿Por qué están matando tanto a los líderes sociales? ¿Qué es lo que hace esa gente?». Lo hablamos. Le cuento del trabajo de los líderes en los territorios, de su importancia; parece abrirse a la conversación, me escucha, me hace preguntas, se las devuelvo. Finalmente, concluye: «Tenaz esa politiquería corrupta y asesina; con esos políticos nopodemos cambiar nada». Asiento y le pregunto: «¿Sumercé votó por Duque?». Él me mira por el espejo retrovisor a los ojos, y me responde: «Sí, y tocaba porque ese Petro9 guerrillero hubiera sido peor». Luego empieza a hablar de Gustavo Petro con desprecio, se queda absorto en su desprecio por el personaje; su mirada se afila, su voz se vuelve enfática, se olvida de la conversación inicial. Otros taxistas me han hecho comentarios parecidos. Opiniones similares expresadas con mayor agresividad circulan en las redes sociales; lo veo todo el tiempo en Twitter, la única red social en la que participo. El espectro del comunismo y sus asedios, después de todo, se siguen reactivando en una época ya lejana del escenario de la Guerra Fría. En Colombia, es sabido, el discurso de la contrainsurgencia se desplegó por mucho tiempo, y mucho más allá de ese escenario, durante años de confrontación con movimientos guerrilleros de izquierda (Leal Buitrago, 1994 y 2006; Aranguren, 2015). Es un discurso que ha alimentado la paranoia estatal de persecución de cualquier forma de protesta, y ha «justi�cado» alianzas paraestatales, acentuando el delirio destructivo de la guerra. El discurso de la antiinsurgencia se volvió antiizquierda, y la percepción de crisis en Venezuela10 alimentó la satanización de posturas socialistas o incluso de cualquier reivindicación social- igualitaria. Es un discurso que ha sido efectivo, como se puso de mani�esto en la victoria de Iván Duque y en el triunfo previo del No en el plebiscito que buscaba refrendar el acuerdo de paz con las FARC. No creo, en todo caso, que esta narrativa funcione meramente como una ideología, es decir, como un «conjunto de ideas, creencias, conceptos y demás, destinado a convencernos de su “verdad”, al servicio de algún poder oculto» (Žižek, 1994: 7). Los poderes que se sirven de ella son muy visibles, y también la manera en que esta opera a través de micropoderes que atraviesan los cuerpos y los afectan. No hay algo oculto que descifrar en tal discurso, que solo mentes brillantes o expertos en crítica social pudieran detectar con sus baterías interpretativas; sus efectos también son bastante palpables, se sienten en ambientes, atmósferas, tonos de voz, imágenes, formas de escritura, corporalidades; se asocian con la �gura del ultraderechista, aunque no aparecen solo en quienes se reconocen en esta; han afectado también a las personas que se consideran de izquierda, en sus posiciones defensivas, en las estigmatizaciones que producen para defenderse de la estigmatización que reciben; se perciben también en las posturas que se cali�can de «centro», que asimilan a la izquierda con una posición polarizante, equiparable al radicalismo de derecha, y se identi�can con una presunta tecnocracia posideológica; circulan en ciudadanos que no se alinean con ninguna postura política, para atrincherarse más bien en el escepticismo, que es la otra cara de una cotidiana desesperanza. Atenderé a tales efectos palpables, muy materiales, corporales, sensoriales; indagaré cómo ciertas narrativas y prácticas, también instituciones sociales, afectan inmunitariamente a los cuerpos, hasta el punto de que estos pueden desear la represión de su deseo (cfr. Deleuze y Guattari, 1987); al punto de que pueden optar por visiones que los impulsan con fantasías de realización, mientras los asedian delirios persecutorios que les van cerrando posibilidades, les cortan relaciones, los hacen más impotentes, los agotan. Apunto, así, a pensar estos fenómenos políticos en términos de con�guraciones afectivas. De este modo, despliego una cartografía estética que recusa la lógica de la sospecha y del desciframiento que impulsan al crítico de las ideologías. Pero también tomo distancia de la perspectiva desafectada del académico racionalista, que dicotomiza el campo social al contraponer discursos políticos racionales (que valora como aceptables) y discursos políticos irracionales (que desprecia como inaceptables). Estas dos perspectivas (la del crítico de la ideología y la del académico desafectado), lo mostraré en el transcurso de este libro, no permiten contrarrestar los efectos más destructivos de las actitudes inmunitarias, sino que los reproducen e intensi�can. Re�exionaré aquí entonces — volviendo al hilo inicial de mi argumentación— sobre afectos inmunitarios, particularmente sobre diferentes declinaciones de la rabia. Pues diferenciaré entre formas de resentimiento, por una parte, y enardecimientos igualitarios (o rabia política), por la otra.11 Y pondré de mani�esto la manera en que ellas se producen en medio de dispositivos sociales, caracterizados por dinámicas del capitalismo global y sus múltiples violencias. En particular, me interesa indagar cómo tales afectos se anudan con la manifestación de una cierta impotencia, que se siente también de forma muy mani�esta en el mundo contemporáneo. Tal impotencia es el efecto de una pérdida de con�anza en que «el estado del mundo» pueda realmente cambiar, pues parece que nos hemos convencido, en consonancia con la famosa a�rmación de Jameson, de que es más fácil la destrucción del mundo que la transformación del capitalismo. En Política de los cuerpos (Quintana, 2020a), argumenté que esta parálisis del deseo de transformación es también un cierto bloqueo afectivo: una forma de negación de la relacionalidad de los cuerpos y de su fragilidad, propiciada por dinámicas de sujeción que operan en lo que he caracterizado, con Jacques Rancière, como consensualismo contemporáneo. Se trata de un orden normativo, producido en el capitalismo tardío, que decide sobre la posibilidad y, con esto, sobre el poder de los cuerpos: las capacidades que pueden tener lugar, el tipo de agencia que correspondería a los tiempos; lo que puede ser y lo que ya resultaría inviable. Por esto, si la gente acepta un «estado de cosas» que parece completamente contrario a sus intereses materiales no es porque haya sido idiotizada o meramente enceguecida por los mecanismos ocultos de la ideología. Más bien, se ha convencido de que las cosas no pueden ser de otro modo y se ha vuelto descreída: descree todo el tiempo de aquello (de los poderes económicos, de los medios de información, de la representación política) que piensa que no puede cambiar. Y esto, ciertamente, se acentúa en condiciones pronunciadas de violencia constante, como las que hemos vivido en Colombia. Pues estas violencias han grabado, a sangre y fuego, la persistencia del mismo estado de cosas y la inercial reproducción de lo mismo, que parece agotar cualquier deseo de transformación. Exploraré este posible vínculo entre descreimiento, escepticismo, impotencia y algunas manifestaciones contemporáneas del resentimiento. Y perseguiré la hipótesis de que estos podrían pensarse como efectos mani�estos — más que como síntomas latentes — de ciertas prácticas, discursos, lógicas sociales del mundo que habitamos, que forman parte de un régimen afectivo inmunitario. Por eso este libro se propone construir constelaciones de sentido que permitan relacionar algunas dinámicas del capitalismo tardío, teniendo en cuenta su dimensión global, pero también cómo se irradian y alteran en condiciones especí�cas de Colombia. En todo caso, destacar la afectividad de estos fenómenos también implica explorar su inestabilidad y ambivalencia, su heterogeneidad y con�ictividad, para indagar por las vías en que pueden fracturarse, remodularse y alterarse. Evidentemente, los afectos reactivos no son equiparables. Puede haber enardecimientos transformadores que se convierten en orgullo e indignación, que construyen otras posibilidades sin quedarse en el afán de mera destrucción, o en la reiteración de lo mismo de ciertas manifestaciones del resentimiento. Hay formas de rabia que intensi�can la desigualdad, y otras que la combaten desde prácticas a�rmativas plurales. Aunque por la misma con�ictividad e inestabilidad afectivas se dan tránsitos, transiciones, conversiones y devenires de lo uno a lo otro. En cambio, al asumir que lasformas de poder saturan por completo el campo de experiencia, el crítico de la ideología pierde de vista esta inestabilidad e indeterminación, y por eso nos condena a la inexorabilidad de las sujeciones, que el académico racionalista, con su lógica desafectada, ajena a las formas de corporización, muchas veces ni siquiera alcanza a captar. Sin embargo, las formas de poder son heterogéneas, dejan resquicios, y por ello también son fracturables; aunque se sedimenten en los cuerpos, pueden revertirse para dar lugar a otras emergencias. Hoy en día, en respuesta a su mani�esta circulación en el presente, se han multiplicado los trabajos que re�exionan sobre el papel y las condiciones del resentimiento.12 Sin embargo, hace falta un abordaje afectivo del asunto, que lo sitúe, a la vez, desde Latinoamérica y teniendo en cuenta dinámicas afectivas del capitalismo global. Hace falta para repensar las vías de transformación, en la inmanencia de la con�ictividad social, sin pretender neutralizarla o trascenderla, como lo hace una lógica inmunitaria. Hace falta también para resistir a la imposibilidad de la emancipación13 que sentencia el crítico de la ideología, junto a las formas de culpabilización, cinismo y parálisis que termina reproduciendo, pese a su pretensión de radicalidad. Y hace falta, �nalmente, frente a los análisis formalistas e institucionalistas de lo político, propios de quien caracterizo como el académico racionalista, que pierden por completo de vista las corporizaciones del poder y la manera en que los afectos también atraviesan las producciones y prácticas que se consideran más racionales. 1. ¿Por qué afectos? La lluvia cae, moja la calle, camino sobre el pavimento húmedo, me resbalo, me caigo, siento dolor y grito; alguien oye mi grito, es afectado por él, me ayuda a levantarme; me queda un moretón que me recuerda la caída, este recuerdo del resbalón también me afecta, quizá lo asocie con otras caídas y eventualmente pueda sentir tristeza; o quizá no, pues podemos ser afectados de distintas maneras, a partir de lo que hemos vivido y de cómo hemos sido conformados. La memoria personal está constituida por todo aquello que ha marcado al cuerpo y lo ha con�gurado también colectivamente. Nuestros juicios y valoraciones dependen de esta memoria corporal; toda toma de conciencia, toda elaboración racional es ya afectiva, porque está conectada con lo que ha producido efectos sobre nosotros, nos ha afectado, se ha inscrito en el cuerpo y atraviesa su historia. Si todo en el mundo está en relación (como lo vio hace tiempo la ontología de Spinoza), todas las cosas y seres pueden producir efectos entre unos y otros, modi�cándose entre sí. El afecto es precisamente el nombre de esta modi�cación. En particular, cuando hablo de «afectos», en este libro, me re�ero a fuerzas efectuadas en el mundo social, que atraviesan a los sujetos, los preceden y conforman; fuerzas que se producen en las interacciones con�ictivas entre seres vivos, cosas, lugares, temporalidades, tecnologías; entre cuerpos, imágenes, discursos; entre registros sensoriales, atmósferas y materialidades. Hablar de afectos es insistir entonces en un enfoque relacional, tomando distancia de aproximaciones psicologistas que reducen lo afectivo a «modi�caciones interiores», que se suelen llamar «sentimientos» o «emociones», entendidas como estados de sensación subjetivos, muy anclados a la �gura del individuo y a su interioridad. Pero también me distancio de teorías sociales, constructivistas y culturalistas, críticas de los enfoques naturalistas. En el caso del naturalista, las emociones se piensan como «sistemas de respuesta» orgánicos (Parkinson, citado por Greco y Stenner, 2008: 7) naturales y universales, producidos a través de la evolución, y se pierde de vista la manera en que el cuerpo y sus respuestas se han conformado histórica y socialmente. En el caso del constructivista, se insiste en el papel que los discursos y las prácticas desempeñan en la formación de las emociones, y estas se tienden a pensar entonces como fenómenos discursivos. Pero de este modo se cancela la dimensión no-discursiva de las corporizaciones y lo que excede las codi�caciones culturales (Massumi, 2002; Sedgwick, 2003). Algo que ha destacado, en particular, la teoría afectiva contemporánea. Al desmarcarme del vocabulario de la emoción y de los sentimientos, también tomo distancia de lecturas normativas �losó�cas que se han dado con respecto a las emociones. Pues estas aproximaciones impiden reconocer los juegos de fuerza, las relaciones de con�icto, la heterogeneidad y ambivalencia de estos fenómenos, y la manera en que sus intensidades condicionan a los cuerpos, los �jan de cierta manera, pero también los llevan fuera de sí, impulsando o inhibiendo su capacidad de actuar. En todo caso, al sugerir esta diferencia entre «emociones» y «afectos» no apunto a marcar la necesaria oposición entre ambos fenómenos. De hecho, re�exiones como las de Sara Ahmed (2004a y b; 2015), quien es importante en mi lectura, producen la convergencia de ambos desde una comprensión no subjetiva ni psicológica, pero tampoco meramente cultural de lo emocional (cfr. Stewart, 2015). Aunque al hablar de «emociones colectivas» Ahmed deja sentir el peso de una ontología individualista, sus planteamientos en torno a las economías afectivas me han resultado muy productivos, de la mano con sus análisis textuales y sus re�exiones sobre las marcas intensas que la circulación y reproducción de ciertas narrativas van dejando sobre los cuerpos. Argumentaré que los afectos son fuerzas históricamente conformadas, en ciertas condiciones, como bien lo vio en su momento Nietzsche. Por eso me distancio de aproximaciones ontológicas como la de Brian Massumi (2002), quien ha pensado lo afectivo en un nivel tal de abstracción que, por momentos, suena casi ahistórico, inmediato y precultural (cfr. Mazzarella, 2012). Con el énfasis en la intensidad no determinada de los afectos me parece fundamental seguir reconociendo las formas de poder que los producen y el carácter performativo — y de materialización— de los discursos y las prácticas que los generan e intensi�can. Así que es clave destacar su carácter presubjetivo (Mazzarella, 2012), por cuanto los sujetos son conformados por ellos, pero también las mediaciones de las que depende, su condición siempre social. Sin perder de vista que el mundo social, en sus lógicas e instituciones, es heterogéneo, abierto a la indeterminación, inestable en sus estructuras; inmanente. Esto es crucial, pues con el término «afecto», en la tradición del vitalismo, se acentúa también la dimensión de lo potencial y virtual; esto es, la capacidad de transformación que puede desplegarse desde las conexiones impredecibles, emergidas en medio de lo dado. En juego está un materialismo afectivo que re�exiona sobre la historicidad de las prácticas, sus condiciones y efectos sobre el mundo, pero pensando que esta materialidad está estructurada en ensamblajes que pueden desensamblarse y rearticularse en nuevas relaciones.14 Convergiendo entonces con algunos esfuerzos de la contemporánea affect theory y reactivando la �losofía afectiva y genealógica nietzscheana, pienso ahora ciertas fuerzas que atraviesan a los cuerpos, tomando en consideración algunas prácticas y experiencias del presente histórico. Cruzaré así la diversidad de re�exiones que se despliegan entre la antropología, los estudios culturales, la economía política, la literatura y la �losofía, en las contemporáneas teorías de afectos, para ocuparme de unas con�guraciones afectivas inmunitarias que no han interesado tanto a estas teorías. Asimismo, indagaré acerca de la ambivalencia y heterogeneidad de estos fenómenos, que han sugerido algunos enfoques afectivos (Ahmed, 2004a y b, y 2015; Berlant, 2011a y b; Stewart, 2007 y 2011; Lordon, 2016), pero que se ha perdido de vista en otros, que han tratado el afecto solamente en términos de «exceso» ontológico liberador (Massumi, 2002; Thrift, 2000 y 2007). 2. Unametodología estético-afectiva La afectividad es una dimensión difusa y heterogénea en la que se multiplican las relaciones, las intensidades, los juegos de fuerza. Y estos se resisten a una determinación conceptual cerrada o a cualquier intento de representación, como ha sido varias veces señalado (cfr., por ejemplo, Thrift, 2000 y 2007). De ahí que moverse en este terreno me lleve a producir composiciones entre distintas estrategias metodológicas y registros discursivos, en un diálogo entre producciones conceptuales de una �losofía atenta a la contingencia histórica; una antropología relacional, sensorial y experimentadora que, en algunos casos, también ha producido lecturas (pos)coloniales (Stoler, 2016);15 enunciados de actualidad, particularmente colombiana (obtenidos en redes, archivos periodísticos, sitios web); viñetas escritas a partir de mis conversaciones con taxistas y otros sujetos que encuentro en la cotidianidad; textos literarios y re�exiones sobre producciones audiovisuales que capten atmósferas intensivas. Así también la escritura argumentativa queda atravesada por momentos afectivos situados, que interrogan y localizan los conceptos, de tal modo que estos se elaboran siempre en un diálogo de ida y vuelta con experiencias, a la vez que estas quedan releídas en tal trabajo de re�exión. La noción de constelación, que retomo de Walter Benjamin, es central en la construcción argumentativa de este libro (Benjamin, 1983, 1991, 1995). Lo que me interesa de esta �gura metodológica es que indica un trabajo de composición, articulación y ensamblaje de distintos elementos que permiten leer una experiencia en su con�ictividad (cfr. Krauss, 2011: 439). Más aún, esta �gura llama la atención sobre «las condiciones inestables» de toda interpretación y cómo esta puede asumir que su objeto la condiciona, forma parte de su experiencia temporal y se mueve con ella, al atender a rasgos que no habían sido considerados y a tensiones que los atraviesan. Por eso este procedimiento de lectura se despliega más allá de las disciplinas académicas, articulando distintos discursos y géneros, justamente porque le interesa «transgredir» y «desplazar» los «bordes internos que estructuran una topografía establecida de lo pensable» (Krauss, 2011: 440); porque apunta a producir «una interpretación que no trata de reducir la complejidad sino de mostrarla, exponerla, desplegarla» (Didi-Huberman, 2009: 417, cursivas mías). La �gura de la constelación me permite destacar así el ejercicio de composición estético-cartográ�co que llevaré a cabo en esta investigación. Este es un trabajo que apunta, en primer lugar, a establecer relaciones entre discursos, prácticas y experiencias, que no han sido consideradas, para ofrecer otras formas de acercarse a dinámicas que atraviesan el mundo que habitamos. Esta composición — producida entre distintos registros— se detiene en escenas que muestran tensiones, atmósferas, residuos, perturbaciones, discontinuidades. Y atiende sobre todo a cómo se ensamblan y se pueden desensamblar las lógicas y coordenadas de sentido que marcan comprensiones habituales o hegemónicas de lo real, para desarraigar, en cierta medida, lo que se ha impuesto como presente. Así, esta metodología supone que el campo social está estructurado — de manera no cerrada ni uniforme— en distintos arreglos, ensamblajes, o articulaciones de sentido y percepción. Por esto mismo, ella subraya que las sujeciones pueden ser desestabilizadas y modi�cadas por formas de experimentación y experiencias que las fracturan, rearticulan y desplazan (cfr. Quintana, 2020a: 76); porque importa dejar que lo posible pueda emerger en condiciones estabilizadas, que ya lo median de cierto modo, pero de las que en todo caso puede irrumpir como lo que no se podía prever, como lo inédito y no anticipable. De ahí que me resista a una hermenéutica de la sospecha, como la que despliega el crítico de la ideología, y a una comprensión poco con�ictiva del campo social, como la que asume el académico racionalista. Los testimonios y enunciados que recogeré, las escenas que analizaré no son síntomas de mecanismos ocultos que hay que descifrar, ni enunciados que simplemente re�ejen intereses utilitarios. Más bien los asumiré como producciones discursivas, articulaciones del sentido, con�guraciones sensoriales que tienen efectos mani�estos, dependen de relaciones previas, las modi�can y las crean. Se trata de ver qué sujetos aparecen allí, qué �guras se trazan, qué afectividades se movilizan, qué sedimentaciones se reiteran, qué relaciones se producen. Además, una cartografía afectiva abandona un espacio de pensamiento dicotómico y sus oposiciones entre lo racional y lo irracional, lo objetivo y lo subjetivo, el adentro y el afuera, en cuanto que ellas impiden pensar la complejidad del mundo social y sus diversos ensamblajes. Una relacionalidad de todo con todo: de la naturaleza y la cultura; del cuerpo y el mundo social; de lo animal y lo humano; de lo material y lo virtual; de las temporalidades y sus heterocronías. Por esto, justamente, porque yo también estoy en este entramado de relaciones y condicionada por lo que me propongo pensar, no temo exponer mi voz, su localización y la manera en que esta se expresa desde afectaciones que me impulsan a este ejercicio de escritura. Asimismo, para hacer valer esta relacionalidad, creo resonancias e intersticios entre los distintos registros discursivos y estéticos que uso, de modo que puedan aparecer tensiones, �suras, cruces de fuerzas afectivas, excesos — o franqueamientos de bordes —, allí donde parece imponerse la explicación reductiva y la ordenación totalizante, jerárquica o identi�cadora. Sin pretender el estilo rizomático de Deleuze y Guattari, tal vez sea una forma de atravesar la escritura argumentativa con aperturas que dejan emerger multiplicidades: malezas afectivas, que desbordan los conceptos y afectan la sensibilidad.16 3. El recorrido El primer capítulo («Economías afectivas inmunitarias: Apegos, asedios y virtualidad») ahonda en la dimensión afectiva y en su importancia para comprender la relacionalidad del campo social y su materialidad, pensando ya de entrada en ciertas experiencias, a la vez globales y locales, en las que están en juego actitudes inmunitarias. Sirviéndome del vitalismo �losó�co de Spinoza, de Nietzsche y de Deleuze y Guattari, en diálogo con re�exiones contemporáneas, construyo el concepto de «economía afectiva» para pensar algunas dinámicas inmunitarias del mundo contemporáneo, desde irradiaciones políticas que afectan localmente a Colombia. Tal concepto acentúa la historicidad de las condiciones afectivas, pero insiste también en los procesos potenciales, en la virtualidad que, desde aquellas, puede dar lugar a nuevas emergencias. Esta indagación me permite también singularizar mi aproximación en la discusión contemporánea sobre teoría de afectos, y justi�car la importancia que le concedo a rastrear constelaciones afectivas inmunitarias que permiten cruzar fenómenos aparentemente tan disimiles como ciertas posiciones comunes en el espectro político colombiano (la del uribista; la del centrista, la del intelectual de izquierda deliberativa), y algunos efectos que la pandemia del Covid- 19 ha tenido globalmente y, en particular, en el mundo social de mi país. Para tejer estas conexiones exploro aspectos fundamentales en las economías afectivas como lo son los «apegos», su temporalidad y sus asedios ambivalentes; así como la productividad del deseo y cómo pueden interpretarse algunas derivas autodestructivas de este. El segundo capítulo («Capitalismo, afectos e inmunidad») se ocupa de discutir, en primer lugar, dos tesis �losó�cas difundidas: una, aquella según la cual el capitalismo es un horizonte cerrado y totalizante, que absorbe, con sus construcciones ideológicas y sus capturas de la imaginación y del deseo, toda alternativa inmanente (Berardi, 2008 y 2020; Fisher, 2009); la segunda, aquella que insiste en que el capitalismo tardío está saturado deafectividad, y de una no-inmunitaria (Han, 2017 y 2020). En contraste con estas dos tesis, analizo el capitalismo tardío como un régimen afectivo heterogéneo, que se caracteriza, en particular, por producir dispositivos emocionales inmunitarios. Concretamente, muestro cómo estos emergen en conducciones emocionales y regulaciones del sufrimiento, a través de normalizaciones del deseo que hacen sentir al sujeto continuamente en falta, a la vez que lo van sujetando a ritmos impersonales que lo exceden y agotan. En tales constelaciones afectivas también son visibles dispositivos de seguridad, que �jan la percepción de un riesgo, mientras van cerrando el campo de lo posible y van produciendo formas de resentimiento: proyecciones, especulaciones y asedios, cargados con la experiencia de una falta reiterada e insaciable que se irradia en los cuerpos, con distintos efectos de subjetivación muy destructivos, también en un nivel ecológico-político. Pues los deseos de apropiar y consumir el mundo, impulsados por una falta que nunca se llena, están destruyendo múltiples ensamblajes naturales, que también son culturales.17 Para elaborarlo me serviré del pensamiento de Deleuze y Guattari, así como de etnografías atentas a producciones afectivas del capitalismo que habitamos, que pongo a dialogar con archivos del presente, sobre todo de la actualidad colombiana. En el tercer capítulo («Resentimientos»), retomo la re�exión nietzscheana sobre el resentimiento, pues me interesa una lectura no dicotómica de este afecto, que insista en su carácter enmarañado. Además, discuto aproximaciones contemporáneas muy in�uyentes sobre el tema, como la de Robert Solomon y Jean Améry, para establecer un diálogo con diferentes experiencias resentidas del presente. En particular, atiendo a �guras, enunciaciones, imágenes y comprensiones de la temporalidad y de las memorias corporalizadas, atravesadas por la violencia, que pueden ponerse de mani�esto en discursos públicos en Colombia. A partir de aquí construyo constelaciones históricamente emergidas, en las que el resentimiento se explora y trata como una maleza atravesada por aristas diferentes, derivas ambivalentes, efectos desiguales. Esto me permite ahondar en la complejidad de esta afectividad — con sus rumores, sedimentaciones y marcas— y pensar en sus distintas in�exiones, condiciones, devenires y efectos. Al elaborar tales constelaciones re�exiono sobre experiencias que no han dejado de ser actuales, como el ansia de retaliación, el sentimiento de una herida recibida que no se puede cerrar y que exige una práctica de la memoria desde intrincados deseos de justicia; formas de insensibilidad selectiva que impiden acoger el daño padecido por muchas víctimas de injusticia; lógicas de enemistad que establecen rígidas fronteras entre unos y otros y justi�can la protección inmunitaria o, incluso, la eliminación de aquellos que se consideran enemigos; aproximaciones simpli�cadoras al con�icto social que lo reducen a odio de clases; y formas de endeudamiento interminables o impagables que terminan produciendo culpabilizaciones desgastantes que, en todo caso, pueden fracturarse. ¿Cómo pensar entonces reversiones con respecto a los efectos destructivos del resentimiento? En juego está, en gran parte, trastocar comprensiones de la vida, la identidad, la relación con lo extraño que tales efectos suponen y que están presentes en ciertas visiones biológicas tradicionales del sistema inmunitario y en un sinnúmero de instituciones y prácticas del mundo social. Siguiendo el impulso del vitalismo nietzscheano, en diálogo con re�exiones biológicas contemporáneas (Haraway, 1991; Tauber, 1994; Margulis, 2002; Mutsaers, 2016; Yong, 2017), apunto a pensar de otro modo la vida, las relaciones, los cuerpos y su salud, y de un modo tal que pueda acogerse la multiplicidad y el con�icto, neutralizado y perseguido como amenaza, en distintos ensamblajes económico- sociales. En una sección — que sirve de perno para enlazar el capítulo 3 y el 4, y que titulé «Umbral»— retomo una interpretación distinta del sistema inmunitario que es consecuente con el carácter simbiótico de la vida. Esta interpretación también es clave para re�exionar sobre afectos que pueden ser reactivos, defensivos, y hasta cierto punto destructivos, pero también relacionales, creativos y a�rmativos. Justamente, en el cuarto y último capítulo («Rabia política»), exploro formas de enardecimiento no resentidas, preocupadas por reclamos de justicia y formas de igualdad, y elaboro en qué sentido podrían considerarse como reversiones del resentimiento y de la lógica inmunitaria. Para argumentarlo cuestiono primero visiones que impiden considerar una interpretación emancipatoria de la rabia. En particular, me detengo en constelaciones de sentido que generan una desvalorización y despolitización de este afecto y muestro cómo reproducen un consensualismo estético que neutraliza las manifestaciones disensuales, aquellas que exponen el con�icto político. Luego me detengo en experiencias que logran elaborar las violencias que han padecido en formas de enardecimiento creativas, desde un trabajo de composición estético político que les permite visibilizar los daños que afectaron a ciertos cuerpos y construir apuestas para contrarrestarlos e imaginar otras formas de relación y mundos posibles. Esta apuesta de lectura se nutre de interpretaciones feministas de la vida que insisten en su vulnerabilidad y plasticidad, así como de re�exiones de activistas y actores sociales que dejan pensar un enardecimiento transformativo, no meramente reactivo. * A través de estas constelaciones afectivas — histórica y geográ�camente localizadas— re�exiono sobre efectos de ensamblajes constituidos por complejas relaciones entre los cuerpos, la naturaleza, los espacios y los tiempos. Mostraré la ambivalencia de estos efectos: cómo en muchos casos pueden traer consigo experiencias muy destructivas para los sujetos y su coexistencia, y cómo, en todo caso, se pueden torsionar y revertir para dar lugar a posibilidades vitales más igualitarias y a�rmativas de la complejidad. Así, al detenerme en tales ensamblajes, le apuesto a una visión ecológico-política amplia, desde la consideración de que hay una estrecha relación entre la crisis ambiental que estamos padeciendo, ciertas prácticas e instituciones económico-políticas atravesadas por intricadas circulaciones afectivas, modos de subjetividad y deseos ligados a estos, y los efectos de poder y de violencia que todo esto está teniendo para la vida en común. Frente la situación devastadora que vivimos, muchos cambios institucionales de fondo son necesarios; entre ellos, una transformación afectiva que altere deseos y necesidades normalizadas e impulse el anhelo de cambiar ciertas condiciones que están resultando inhabitables para la mayoría de los organismos. Estas transformaciones ya se están produciendo, en medio de tremendas di�cultades ocasionadas por persistencias estructurales, y no es de mi interés indicar cómo podrían seguirse dando. Me anima más bien asociarme a ellas y ofrecer otros elementos para alentarlas y a�rmarlas. Al concluir este comienzo del trayecto, quien lee quizá tenga la sensación de que aquí se inicia un recorrido en el que muchos caminos, senderos sin salida y desvíos se encuentran en medio de una intricada maleza. Y es así. El territorio que recorremos es espeso y enmarañado porque se mueve en un plano en el que todo guarda relación. Por eso las constelaciones que aquí se elaboran, como ya lo advertí, a veces parecen multiplicarse y desbordarse por varios lados, sin resguardar alguna pretensión de exhaustividad. Tan solo son como cortes transversales en algunas experiencias que dejan atisbar algo de su contingente y alterable complejidad. 6 de mayo de 2021. Reviso una última maqueta de este libro, en Bogotá. Las protestas en las calles del país, reunidas en un paro nacional contundente, en pleno pico de la pandemia, llevan ya diez días, y han tenido que enfrentar una brutal represiónpolicial que ha provocado hasta ahora varias muertes (37, al 5 de mayo, según la ONG Temblores), retenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y numerosos casos de violencia física, particularmente en el Valle del Cauca. Una zona compleja del país en la que se han combinado, desde tiempo atrás, múltiples formas de explotación de los territorios y de los cuerpos, con persistencias coloniales, que hoy se anudan con poderes opacos, mafiosos y paramilitares. La gente expresa con indignación enardecida la precarización que vive, su rechazo a la violencia policial acentuada, su frustración por un gobierno que ha hecho pedazos el arco de esperanza que traían los acuerdos de paz. Este libro se piensa en colaboración con estos esfuerzos impulsados por visibilizar los nudos ciegos, los círculos reiterados que la violencia ha traído en este país, y por fracturar sus irradiaciones más destructivas, que recaen siempre sobre los cuerpos más fragilizados. Me uno, aquí al escribir, a la justa rabia política de estos movimientos populares. Necesitamos atender a esta rabia, a toda su complejidad, y sobre todo a su llamado a transformarnos, a construir futuros más dignos, a confrontar la desposesión del porvenir, abriendo el horizonte de lo posible. De eso se trata también en este libro. Eulalia de Valdenebro. Dibujo para Ser creciente 1. Economías afectivas inmunitarias: Apegos, asedios y virtualidad El castro-chavismo o se frena o llega... (Twitter de Álvaro Uribe, agosto de 2017, Campaña electoral para la presidencia de 2018) Nosotros no estamos con la polarización. (Respuesta del candidato presidencial Sergio Fajardo, en elecciones de 2018, sobre la posibilidad de hacer una coalición con Gustavo Petro) Uno lee a diario uribestias vulgares, brutos, arribistas, homofóbicos, misóginos, desubicados, mal informados, y resentidos... (Comentario en Twitter de tuitera antiuribista) Estos enunciados recogen opiniones que han con�gurado el discurso público, en Colombia, durante los últimos años. Han sido muy comunes en las calles, en redes sociales, en in�uyentes medios de comunicación, en las intimidades familiares. Construyen tres �guras que recorren el espacio político en el país, y sus asedios: «el castrochavista», «la polarización», «el uribestia». Los asedios se enredan e impulsan mutuamente: el «castrochavista» se �guró como una amenaza que iba llegando, que marcaría el futuro y estaba por invadirnos si no se frenaba, si no se contenía. Presentarlo como cercano lo hacía sentir más temible, porque lo «perjudicial, en cuanto amenazante, no está todavía en una cercanía dominable, pero se acerca» (Heidegger, 1997: 179-180). Y este asedio crea una situación de riesgo que exige la activación de los controles; algunos llamaban a la represión; como la amenaza de un virus que ya está por circular por todos lados, incontrolado; también el �ujo de venezolanos en el país se incrementó en un momento dado y se vinculó con la amenaza de crecimiento de informalidad, pobreza, criminalidad; e incluso de contagio, cuando el Covid-19 llegó a Colombia y encendió las alarmas en torno a múltiples riesgos. Asimismo, el discurso contra la polarización la identi�ca como una amenaza que presiona con insistencia: se habla de radicalismo, se insiste en evitar cualquier posición enardecida, llamando a una incontaminada neutralidad, desde la pretensión de una razón desafectada que se protege contra la inoculación de cualquier toma de posición enfática. Finalmente, aquel que enarbola el cali�cativo «uribestia» se siente cercado por esta misma �gura unilateral y se de�ende contra esta, al punto de reducirla a una caricatura a veces risible, a veces aterradora, a veces grotesca. Estas indicaciones iniciales ya pueden sugerir cómo, a través de las �guras sugeridas, se activan formas de defensa y protección, características de los afectos inmunitarios, y cómo estos pueden recorrer manifestaciones visiblemente diferentes. Este capítulo elabora esas relaciones de fuerza, estableciendo entre ellas un anudamiento, producido desde la re�exión sobre economías afectivas que propondré. Se trata de un anudamiento poco evidente que empezó a rondarme desde la campaña por el plebiscito para refrendar el acuerdo de paz conseguido con las FARC en 2016. Y se me hizo más patente a través de la campaña presidencial de 2018, al considerar los efectos políticos que las tres �guras mencionadas terminaron teniendo en la escena política colombiana. En particular, me parecieron visibles los efectos de retroalimentación: la �gura del castrochavista, que el uribista construye para a�rmar su posición, produce el desprecio del antiuribista, que tiene pretensiones de ilustrado, y este responde también con una caricatura denigrante, que le permite hacer valer su superioridad cognitiva y moral; así, el uno se a�rma en el re�ejo del otro, como en un juego de espejos. Pero el discurso que aboga por la no-polarización �ja estas caricaturas como si dieran cuenta del con�icto de posiciones, lo que contribuye a la simpli�cación del campo de fuerzas político, al perder de vista, además, la dimensión afectiva que lo condiciona y sus intricadas economías. Esta simpli�cación también es afectiva e impide aproximarse a la complejidad que está en juego en la situación, protegiéndose contra esta. Más aún, tal simpli�cación obstruye una exploración detenida de diferentes experiencias inmunitarias que se perciben en el presente de Colombia y, de este modo, tiene efectos políticos palpables. De hecho, como lo sugeriré en un momento, es como si la simpli�cación del con�icto nos dejara enredados en la reactividad que no logra considerar en su complejidad. Por eso este libro es también una invitación y un esfuerzo de re�exión para suspender y trastocar este bloqueo, con todas las neutralizaciones que produce en el campo político. Dos ejemplos de la literatura académica colombiana ilustran bien una de estas neutralizaciones, por eso abriré un paréntesis para analizarlos con algo de detalle. * 1. El primer ejemplo que quiero considerar es un artículo reciente de la politóloga Laura Gamboa (2019), que se ocupa de pensar las razones para explicar el éxito electoral de Iván Duque en las elecciones de 2018. Aunque este texto considera dos fenómenos que estuvieron afectivamente saturados, como lo fueron la crisis en Venezuela y la �rma de la paz con las FARC, se desentiende por completo de considerar el papel de los afectos en estas experiencias. De este modo, pierde de vista la conducción afectiva que llevó a cabo la extrema derecha con respecto a estas dos situaciones, y cómo este manejo permitió movilizar dos estrategias: acentuar el miedo por el fantasma del socialismo que implantaría el candidato de izquierda, Gustavo Petro, si ganaba, al vincular su �gura con la crisis en Venezuela; y, a la vez, exacerbar el odio por los excombatientes de las FARC, presentados como oportunistas violentos que ahora serían premiados con perdón, olvido y prerrogativas económicas, en contraste con el sufrido ciudadano de a pie que también padeció sus violencias. Pero sin una consideración de la dimensión afectiva, Gamboa difícilmente puede dar cuenta de los efectos de estos sucesos en los comportamientos electorales que le interesan, sin asumir muchas de las cuestiones que habría que tenido que explicar. Entre ellas, el temor que la percepción de la crisis despertó, y que solo menciona de pasada (Gamboa, 2019: 8). Pero ¿cómo se alimentó este temor?, ¿cómo operó y qué efectos tuvo? es algo que el artículo deja por completo de lado. Otra de las cuestiones que el artículo asume sin elaborar, pero que resulta central en su argumentación, es la idea de polarización. Por una parte, Gamboa supone que simplemente se dio una polarización alrededor del acuerdo de paz, que el partido uribista, Centro Democrático (CD), supo aprovechar para «fortalecer» su «maquinaria» (Gamboa, 2019: 7). Pero no indaga, o siquiera menciona, cómo este partido estuvo muy implicado en la construcción de este mismo escenariode polarización alrededor del acuerdo, y mediante qué recursos, estrategias discursivas y prácticas lo fue llevando a cabo; solo menciona — de pasada— que, en la campaña a favor del No en el plebiscito, el CD usó mentiras y lideró una «campaña emocional» (Gamboa, 2019: 16). Sin embargo, no ahonda en lo que esta implicó ni en el papel que desempeñaron las emociones, ni en cómo se movilizaron para dar lugar a la idea de polarización. Lo que sí hace, al asumir como dado el antagonismo que detecta, es participar de la construcción de esa misma �gura simpli�cada del con�icto político en Colombia. Esto es evidente cuando la autora diferencia los contenidos del programa del líder de izquierda, Petro, que evalúa como «de izquierda democrática», su estilo político, al que cali�ca como «polarizante», «al igual que el de Uribe», «y con tendencias autoritarias», sin aportar ningún análisis para ello, más que un par de «datos» reiterados en los medios de comunicación hegemónicos.1 Si me detengo en estos detalles no es para subrayar lo insu�cientes que son tales razones para apoyar la hipótesis que se pretende defender. Me �jo en estas consideraciones porque es muy signi�cativo que una posición académica, que pretende no estar afectada políticamente y hablar desde la voz crítica del autor cientí�co, termine asumiendo presupuestos no elaborados, que simplemente reiteran rumores y enunciados que se posicionan en los discursos públicos y, particularmente, en aquellas preferencias políticas que en el país se han denominado de centro. Lo que esto me permite sugerir es que el centro político quizá sea una postura muy atractiva para las perspectivas académicas que conciben una política desafectada. Esto es, una comprensión que desconoce la complejidad de los con�ictos sociales, al devaluar el papel que en estos desempeñan los afectos. De hecho, desde esta perspectiva se asume que las energías afectivas desvían de los contenidos argumentativos, y se usan, particularmente por parte de las élites, para generar manipulación: Queda claro que mientras el mecanismo a través del cual las élites políticas modelen la opinión pública siga siendo de tipo afectivo y no por medio de la transmisión de información real, fáctica, con análisis, veracidad, con reales argumentos, todo seguirá reducido a una movilización de emociones y los colombianos adherirán o se desvincularán de las posiciones que predican los líderes políticos como resultado de un simple, pero poderoso, vínculo afectivo con estos. (https://uniandes.edu.co/es/noticias/sociologia/polarizacion- un-debate-de-emociones-sin-argumentos) Se supone, así, que unas son las energías emocionales que permiten manipular al elector, y otros los contenidos cognitivos, los argumentos reales, que lo capacitarían para decidir bien. De este modo, esta posición, que se pretende no-polarizada, también participa en la construcción de un escenario de polarización, al dividir simpli�cadamente el espacio político entre quienes «simplemente manipularían con juegos afectivos» (élites y políticos populistas) y «quienes razonarían con verdad fáctica y veracidad» (¿académicos, tecnócratas?); como si la veracidad no requiriera de, por ejemplo, coraje, rabia, indignación y un sinnúmero de fuerzas afectivas, que pueden mover a los cuerpos a hacer valer la verdad fáctica de ciertos acontecimientos y experiencias, en medio de su pluralidad y opacidad.2 Piénsese, por ejemplo, en la valentía y persistencia enardecida de las Madres de Soacha para exigir la verdad en torno al brutal caso de las ejecuciones extrajudiciales de sus hijos, por parte del Estado colombiano. Ellas apelan a información, a argumentos, pero estos están atravesados por rabia, y esta no nubla su comprensión de lo acontecido, sino que las empuja a https://uniandes.edu.co/es/noticias/sociologia/polarizacion-un-debate-de-emociones-sin-argumentos buscar formas de relación con otros, en acciones políticas y prácticas de cuidado que les permiten denunciar la injusticia y buscar formas de apoyo entre los ciudadanos. Sin embargo, una posición desafectada no puede dar cuenta de estas experiencias. Y al mostrarse sesgada por la incapacidad de acoger el con�icto que simpli�ca, parece impulsada por el afán de protegerse contra la complejidad de este y contra sus fuerzas heterogéneas. 2. Pero no solo el académico centrista puede producir esta reducción del con�icto en Colombia y de los territorios afectivos que lo surcan. También el académico marxista puede dar lugar a esta reducción. Esto es algo bien visible en un artículo de Alexander Forero (2007) que se ocupa de pensar algunas condiciones propicias para que un proyecto de élites regionales y poderes corporativos, como el del Centro Democrático, haya tenido respaldo popular por un buen período de tiempo, focalizándose en un estudio de caso llevado a cabo en una zona popular de Bogotá (Ciudad Bolívar), entre los años 2002 y 2007. Un objeto de análisis clave, pero que ha ocupado muy poco a los académicos del país. Pues bien, una de las conclusiones de Forero es la siguiente: Uribe Vélez facilitó el campo para la adhesión irracional de sus seguidores, lo que se mezcló con la inestabilidad emocional, lo cual es un último elemento en común y funcional para la dominación. Todo lo anterior resulta orientador ya que la explicación de la cohesión de las masas se da a través de las ligazones afectivas. (Forero, 2007: 152) Esta posición ha sido común en aproximaciones deliberativas, que han dominado la autocomprensión de la izquierda democrática en Colombia. De acuerdo con esta postura, la dominación económico- política se reproduce gracias a formas de manipulación emocional, identi�cadas como irracionales, que impiden la comprensión adecuada de los problemas socioestructurales y sus causas objetivas. Más aún, la conformación de masas, esto es, de individuos gregarios que cederían su autonomía y capacidad de decisión consciente a la conducción de un líder carismático, se produciría a través de ligazones emocionales que, por ser afectivas, resultarían necesariamente unilaterales y enceguecidas. Me interesa detenerme en tales presupuestos porque ellos se retroalimentan y son performativos. Más aún, como empezaré a sugerirlo en un momento, tienen efectos contraproducentes en el espacio político, porque — entre otras cosas— reiteran un escenario que nos deja atrapados en formas de reactividad, que cierran posibilidades de transformación. En primer lugar, son en gran parte, como los he llamado en otro lugar (Quintana, 2020a), presupuestos de los espíritus letrados. Se trata de una perspectiva dicotómica, para la cual la comprensión del mundo requiere de un trabajo racional, explicativo, cientí�co, que implica una suspensión afectiva, capaz de producir una conciencia autónoma, dueña de sí, apta para captar la objetividad de las cosas. En contraste, se asume que las masas tienden a dejarse conducir fácilmente por sus pasiones, son heterónomas, subjetivistas, y por ello vulnerables a cualquier manipulación irracional. Esta lectura dicotómica no solo ha conducido a una comprensión algo paternalista y vertical de la izquierda cienti�cista sobre el pueblo gregario, necesitado de ilustración, con efectos de embrutecimiento, como ya lo he argumentado (ibid.), sino que, como quisiera elaborarlo ahora, ha producido una visión del mundo social que resulta contraproducente para contrarrestar las formas de dominación, que el académico racionalista lee de manera simpli�cada. Pues mucho de lo que pasa en el mundo social tiene que ver con fuerzas del deseo, históricamente conformadas, que han estructurado lo que se hace valer como «razón». Las formas de racionalidad también se han constituido afectivamente, y operan a través de la producción de afectos, como lo mostró bien la genealogía nietzscheana, el posestructuralismo francés y trabajos antropológicos críticos, decoloniales y (pos)coloniales.3 Ciertamente, las dominaciones se ejercen afectivamente, atraviesan los deseos,4 se sedimentan en los cuerpos. Perolas formas de emancipación también requieren del impulso de los sujetos, que estos vayan fuera de sí y por encima de lo que ha sido, desde el anhelo de que algo pueda cambiar. En ese sentido, una de las hipótesis que este libro retoma de las �losofías de Spinoza y Nietzsche es que hay con�guraciones afectivas más sujetantes que otras: unas que resultan más vitales, porque llevan a producir y tejer relaciones; y otras que resultan destructivas, agotadoras, �jadoras, sofocantes para los sujetos y la vida social. En todo caso, la diferencia entre ambas, como lo elaboraré luego, no es dicotómica sino inestable, gradual y susceptible de desplazamientos. Asimismo, esta aproximación también cuestiona que las formas de emancipación se identi�quen con la conciencia ganada de un sujeto soberano, pues esta �gura ha emergido con efectos problemáticos y puede ponerse en cuestión. En cuanto que afectados por fuerzas, que nos preceden y exceden, nunca somos por completo dueños de nosotros mismos. Estamos expuestos unos a otros, atravesados los unos por los otros, por instituciones y articulaciones sociales que han marcado las formas de individuación establecidas. De modo que lo que hay que pensar es cómo se produce una con�guración afectiva que niega su procedencia afectiva y su codependencia de unos y otros. Esta es una pregunta central para la genealogía nietzscheana, y es también una cuestión que abordaré en el capítulo 2, desde otro ángulo, al interpretar al capitalismo como un régimen de afectividad. De hecho, para adelantar una de las hipótesis de ese capítulo, aduciré que la �gura del individuo autodeterminado se vuelve fundamental para la con�guración del sujeto del deseo que produce el capitalismo. El crítico marxista, que confía en esa �gura soberana, habla entonces inadvertidamente con la voz de tal sujeto deseante. * Así que si el uribista y, de distinta manera, quien lo tilda de uribestia, muestran una necesidad de simpli�car el con�icto social, y esto los remite mutuamente al mismo lugar, un primer paso para intentar remover las cosas, más allá del re�ejo de posiciones que se recon�rman e intensi�can, es cuestionar tal necesidad de simpli�cación o al menos interrogarla. De hecho, esta necesidad, que es también un deseo, podría vincularse con la producción, difusión y sedimentación de afectos inmunitarios, que pueden dar lugar también a ciertas formas de estrechamiento experiencial, banalidad o irre�exividad en el capitalismo que habitamos. Unas formas de estrechamiento habitadas en todo caso por múltiples y ambiguas relaciones y por toda una riqueza imaginativa que estamos llamados a intentar fracturar, dados los efectos destructivos, desigualitarios y paralizantes que pueden tener. Sin embargo, tal fractura y recon�guración solo pueden darse corporalmente, transformando los afectos que hacen daño, intentando producir en las relaciones estructuradas del campo social otro tipo de afectos. Por esto mismo, cuando se habla aquí de «manejo afectivo» o de formas de intensi�car y de movilizar ciertos afectos sobre otros, no estoy aludiendo a un manejo intencional subjetivo, orquestado de manera calculada por unos agentes sociales que manipularían a otros atrapados en la inconsciencia del engaño. Quienes producen estrategias afectivas quedan condicionados por ellas mismas, también están impulsados por fuerzas del deseo. Se trata, así, para decirlo con términos foucaultianos, de una intencionalidad no-subjetiva: de arreglos, estrategias, composiciones que tienen efectos sobre el mundo y de las que participan sujetos atravesados por ellas, sin que puedan tener control sobre cómo terminan funcionando ni sobre lo que terminan produciendo. De ahí que advirtiera en la introducción que un análisis afectivo evita las teorías del desencubrimiento y la conspiración, usuales en las teorías sobre la ideología. Al acentuar la precedencia de lo afectivo, en todas las relaciones que articulan un campo social, ningún sujeto puede pretenderse en control, por encima o por fuera de estas relaciones, para desenmascararlas. Se trata entonces de atender a esas fuerzas, de seguir algunos de sus efectos, de cartogra�ar algunas de sus dinámicas y entrecruzamientos; sin buscar nada por detrás. Por ahora en este capítulo me interesa explorar más detenidamente algunos de los conceptos y supuestos que han aparecido y, en particular, mostrar por qué la noción de economía afectiva permite dar cuenta de la complejidad de ciertas dinámicas inmunitarias del mundo que habitamos. En particular, desde tal noción, me interesa mostrar que los territorios afectivos emergen de relaciones sociales heterogéneas, aunque excedan sus codi�caciones; y por esto son con�ictivos, opacos y pueden dar lugar a recon�guraciones y transformaciones. De ahí el énfasis en la relacionalidad con�ictiva y en la virtualidad de tales economías. Un texto del antropólogo William Mazzarella sobre la �gura de Trump, y las adhesiones que despertó, me permite elaborar un poco más lo que puede jugarse hoy al analizar lo afectivo en la lectura de ciertos fenómenos políticos e indicar la singularidad de mi aproximación. 1.1. Apegos incendiarios: entre la falta y el deseo de completud En «Why is Trump so Enjoyable» (2017), Mazzarella muestra cómo el caso de la resistente popularidad que tuvo por un buen tiempo Donald Trump debe hacernos re�exionar sobre lo que puede estar en juego en las adhesiones que este personaje generó. Una popularidad que fue resistente pese a la comprobada ine�ciencia de su gobierno para cumplir lo que prometió en campaña, pese a favorecer sus intereses corporativos con decisiones públicas en detrimento de personas muy precarizadas, y pese a las múltiples acusaciones de acoso sexual, entre otros. Se trata de un apego que no puede entenderse meramente desde un análisis utilitario de intereses, ni desde la problemática dicotomía entre «factores político-económicos reales» y «ruido afectivo vacío» (Mazzarella, 2017: 7). El punto central del argumento resulta muy sugestivo: tal dicotomía no tiene sentido porque los intereses utilitarios también están impulsados ya de antemano por energías afectivas, que a la vez pueden dar cuenta de las formas de adhesión que se expresaron en un fenómeno como el de Trump. Esta es una consideración central para mi aproximación, aunque tomaré distancia del dispositivo que Mazzarella escoge para elaborarla. Veamos. Para dar cuenta de la adhesión popular recibida por la �gura de Trump, Mazzarella moviliza la noción lacaniana de «goce» (jouissance): «un lugar más allá de la economía del placer y del dolor», en el que «placer y agonía se hacen indistinguibles» (Mazzarella, 2017: 13). Este lugar paradójico depende de la estructura del deseo, que, para Lacan, está organizado alrededor de la falta, pues el goce es justamente «la falta que escapa al Otro», ese Real que no puede ser simbolizado (Böhm y Batta, 2010: 352). Y el deseo se estructura «alrededor de la búsqueda incesante» por esa falta, «por el perdido e imposible goce» (ibid.). De ahí que, desde esta aproximación, el deseo sea siempre «el deseo del Otro» (Chemama, 1998: 196), una incompletud del ser que mueve. En el goce sentimos entonces una satisfacción profunda por aquello que ya siempre falta y nos arroja a una insuprimible insatisfacción. Y al encontrar satisfacción en la insatisfacción, gozamos también de todo aquello que se convierte en obstáculo para nosotros, para nuestra plenitud imposible (cfr. Böhm y Batta, 2010: 351). Así que el goce «�orece donde nos sentimos atados a lo que nos frustra, y se pone como obstáculo en nuestro camino». Y de ahí que tenga «algo de mórbida autodestrucción y sacri�cio heroico» (Mazzarella, 2017: 16), porque nos vamos consumiendo en el apego de aquello que nos frustra constantemente, a la vez que nos mueve y se adhiere a nosotros, como si fuera insuperable. Podríamos considerar aquí, para ilustrarlo, las formas del amor romántico que hacen sentir a los amantes siempre en sus carencias unos con respecto a otros,atándolos en esta misma experiencia de la falta, a la satisfacción que se deriva de padecerla, y que los va consumiendo y agotando, también cuando llega el abandono del deseo, justo en el momento en el que ya no se siente la imposibilidad que quema. Piensen en el descontento inagotable de Don Draper, en la famosa serie Mad Men (2007-2015). Esta justamente vincula al personaje principal, que es la encarnación del deseo como falta, con la producción publicitaria de marcas que alientan el consumo de objetos de mercado. Don vive su insatisfacción hasta consumirse a sí mismo, como exacerbación y a la vez como límite del goce, del deseo vivido como penitencia y carencia, que puede convertirse en un agujero negro para el sujeto enredado en él. Ahora bien, según Mazzarella, el goce impulsa a las personas cuando se comportan como consumidores y agentes económicos, pero también cuando se mueven como actores políticos. Por eso, a su modo de ver, no se trata tanto de que hoy en día la política se haya mercantilizado, porque política y mercado se copertenecen a través del goce. Tampoco tiene sentido buscar un lugar incontaminado de la política, sino que habría que reconocer más bien que lo que la impulsa está muy próximo a lo que mueve al mercado. Pues el goce opera en la efectividad de las marcas y en el carisma que pueden despertar líderes como Trump. En ambos casos se produce un valor adicional que no es reductible al valor utilitario: la marca no solo vale porque el objeto de la marca sea útil, sino porque ofrece algo más: prestigio, experiencia, glamur, etc. Así, el líder político no solo despierta adhesión por los bene�cios que pueda traer para el votante, sino por los apegos que genera en su sola �gura, por las identi�caciones y referencias colectivas que puede movilizar. En ambos casos parece operar una economía del don, en el interior de la economía de mercado, si el intercambio de cosas, en términos de oferta y demanda, requiere de la creación de un valor no reducible a la utilidad, sino dependiente de relaciones en las que se constituyen formas de autoidenti�cación y modos de ser persona, como los que producen las marcas comerciales. Porque «las marcas se personalizan y se ofrecen como un vehículo para la autoidenti�cación de los consumidores» (Mazzarella, 2003: 51). La marca le da un valor adicional al valor utilitario del objeto. Sus logotipos operan como insignias que adquieren cierta aura5 e incluso exigen sumisión, pero a la vez se venden como si sirvieran al consumidor, desde un cierto «populismo democrático» (Mazzarella, 2003: 55). Además, la marca le brinda estabilidad al producto y lo vuelve «una fuente �able de valor de cambio» (Mazzarella, 2003: 56). Consumimos, entonces, marcas que nos hacen sentir constantemente una falta que prometen remediar; y las seguimos consumiendo por el goce de la carencia que nunca se agota, mientras somos consumidos, a la vez, por la insatisfacción reiterada y el apego a ella. La �gura del político carismático también puede operar como una marca que se hace valer como insignia, incluso aurática, única, irrepetible, objeto de nuestro respeto, pero que a la vez promete completarnos, servirnos, darnos una intensa satisfacción, avivando la insatisfacción a la que no deja de apelar. Así, por ejemplo, en medio de enormes diferencias, líderes que han implementado programas precarizadores y que se han demostrado como poco éticos y violentos en sus intervenciones, como Trump y Uribe, con todas las diferencias del caso, pudieron crearse una �gura aurática de poder casi invencible, que se hace más fuerte cuanto más impunes se demuestren. Este poder aurático puede alentar un deseo de completud que moviliza también constantemente la insatisfacción por aquello que lo incumpliría: en el caso de Trump, los inmigrantes ilegales, los liberales progresistas, el discurso de lo políticamente correcto, que bloquean el deseo de «Make America great again»; en el caso de Uribe, los imaginados castrochavistas, en realidad cualquier disidente que impida — a sus ojos— el crecimiento y el desarrollo empresarial y dañe el sueño de una patria ordenada en las jerarquías tradicionales, asociadas con un cierto ideal de vida (patriarcal, blanco, emprendedor). Y si el goce «puede empezar con un cosquilleo y terminar con un gran incendio» (Mazzarella, 2017: 16) es por el apego incondicionado que puede activar hacia aquello que, a la vez, �ja como obstáculo para la (imposible) completud. Así, el racismo, el odio por ciertas identidades y formas de ser no tendría que ver meramente con tensiones económicas asociadas con estas identidades, sino con el goce vinculado a ellas, con los investimentos libidinales que se vinculan a su existencia y con la manera en que esta queda circundada por múltiples fantasías. Por ejemplo, Mazzarella destaca cómo el votante de Trump, en la campaña de 2016, ató su promesa de construir un muro entre Estados Unidos y México a un goce ligado al siempre frustrado deseo de integridad y pureza y, junto con esto, a la promesa de grandeza de que podría ser una gran muralla, avistable desde el espacio, tan colosal como la de China (Mazzarella, 2017: 8-9). También podría pensarse que el «efecto te�ón» que acompañó a Trump, y que bene�ció por un largo tiempo a Álvaro Uribe en Colombia (cfr. Sierra, 2015; Vélez, 2010), tiene que ver con el prestigio aurático que con�ere la probada impunidad de estas �guras y la fascinación que ha producido para muchos el poder de «salirse siempre con la suya», que reproduce el aura de su pretendida omnipotencia. A la vez, la pérdida de este efecto puede suponer la aparición de trazas de vulnerabilidad y falsi�cación de la �gura aurática. Así parece estar en juego hoy en día con la �gura de Uribe. La banalidad e incompetencia que ha demostrado su representante, el actual presidente Iván Duque, conocido en la opinión pública como títere de Uribe, su imagen como caricatura incompetente de este y mueca degradada de su poder, parece revertirse también al titiritero, para desin�ar su aura, porque la falsi�cación, sobre todo la mala falsi�cación, también desprestigia el valor de la marca.6 Sin embargo, la satisfacción en la falta no solo opera, según Mazzarella, en el votante de extrema derecha; también habría movido a las posiciones liberales progresistas. Pues estas, en el caso de la política estadounidense, habrían cedido al goce de la derecha al identi�car al trumpista con los sujetos «más deplorables» del país (Mazzarella, 2017: 34); aquellos que impedirían una nación moderna de tolerancia, empatía y racionalidad y que, al funcionar como obstáculo de la propia realización, la reforzarían a la vez como un ideal que impulsa un deseo en el desprecio. Por eso, según Mazzarella, para fracturar las dinámicas agotadoras del goce no bastarían las recetas que abogan por más simpatía y racionalidad, sino que sería necesaria una ética de la paciencia que atienda a las energías paradójicas que han sostenido tales dinámicas. Unas energías destructivas que también han sustentado al espacio político liberal-democrático. Se trataría entonces de cuestionar el supuesto de un sujeto autónomo soberano, que es central para este espacio, pero también para el goce que lo atraviesa. Pues la marca y el político que opera como marca hacen mover una satisfacción ya siempre frustrada en la autorreferencia del sujeto, en su «autoabsorción» y en la promesa de su siempre incumplida independencia y autocontrol (Mazzarella, 2017: 34). Como puede anticiparse, por lo que he argumentado hasta ahora, concuerdo con varios de estos planteamientos. En particular, la forma en que Mazzarella articula actitudes políticas que parecerían completamente distintas resuena con la manera en que he sugerido vincular las fantasías del castrochavismo, el uribestia y el no- polarizador, con irradiaciones inmunitarias, que afectan el espacio público colombiano. Además, la problematización del sujeto soberano y el énfasis en nuestra vulnerabilidad y codependencia son muy importantes para
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