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Posgrado en Historiografía Teoría III Producción, comunicación y recepción del conocimiento historiográfico (MAESTRÍA) Silvia Pappe y Margarita Olvera 3ª edición corregida y aumentada, 2016 1ª edición: Silvia Pappe, con apoyo de Carmen I. Valdes Vega, 2008 2ª edición, revisión Silvia Pappe y Margarita Olvera, 2014 Trimestre 16P, responsables de la impartición de la UEA: Dra. Silvia Pappe, spw@correo.azc.uam.mx Índice Presentación 3 Objetivos 5 Ejes de trabajo 6 1. Autor – lector 6 2. Hermenéutica – recepción 11 3. Enfoques y transforaciones: los giros 25 Giro cultural: de la autorreflexión hasta la institucionalización 30 Percepción y autorreflexión en la cultura del conocimiento 32 Actividades 35 Bibliografía general 39 Presentación Después del primer grupo de ejes de trabajo en torno a temporalidad, espacialidad y discursos, el segundo grupo se centró en los ejes de trabajo vinculados con el carácter textual de la historiografía, tanto en los ámbitos de la teoría como de algunas de las prácticas: en el marco conceptual y de experiencia que se ha llamado modernidades múltiples, se planteó la problemática de los principios domiantes, para estudiar las condiciones y las posibilidades de la escritura en sus dimensiones teóricas, en especial la narrativa. Como indicamos al inicio de este segundo bloque, se trataba de una versión piloto que surgía a partir de materiales, lecturas y actividades planteados y trabajados con los alumnos de generaciones anteriores. El tercer grupo de ejes de trabajo inicia con los conceptos de autor y lector, para continuar con los campos de la hermenéutica y la recepción. Con ello pretendemos terminar de abarcar el conjunto de la constitución, trasmisión y recepción del conocimiento sobre el pasado y sus significados en continua transformación. Cerramos el tercer Cuaderno de posgrado en torno a la teoría con una breve reflexión en torno a los cambios acelerados planteados como giros (lingüístico, iconográfico y espacial, entre otros), para profundizar en las discusiones actuales del giro cultural. En todo momento, la historiografía cultural ha estado presente en las lecturas propuestas, en los ejemplos y las actividades desarrolladas anteriormente, dado que todas las condiciones y posibilidades del conocimiento, tanto historiográfico como general, dependen de experiencias culturalmente significados y significantes. Al entender cultura como un concepto paradigmático que ha sido formulado a partir de diversas tradiciones teórico-filosóficas e históricas, proponemos una reflexión en torno a tres asuntos que son de especial relevancia: 1) la relación entre cultura y teoría; 2) el análisis crítico de la cultura como principio dominante en los procesos de significación de identidad, poder y dominio; y 3) el estudio comparado de las funciones culturales de la memoria y las tradiciones cognitivas. En la acualidad, el giro cultural muestra de manera ejemplar diversas posibilidades de plantear problemas, preguntas y analizar objetos de estudio que se distinguen de cómo lo harían la historia política, económica y social. Resaltan no sólo los enfoques, sino también las consideraciones acerca de lo que pueda resultar relevante en la explicación e interpretación de las experiencias del pasado en determinados horizontes políticos sociales y culturales. Finalmente no podemos dejar de lado que, en los debates actuales, un enfoque teórico que privilegia un paradigma de lo cultural, nos involucra necesariamente en la observación de horizontes múltiples, algunos de ellos sincrónicos, otros simplemente divergentes. Es así que los estudios comparados desplazan con frecuencia la idea de los estados evolutivos de las sociedades y la fuerte carga ideológica que la sostiene –algo sobre lo que hemos reflexionado ya en el contexto de las modernidades múltiples. Objetivos a) Reflexionar en torno a la transformación y conceptualización de autor y lector, los dos actores principales del acto de producción, comunicación y recepción, y comprender sus condiciones de historicidad. b) Profundizar en la problemática de la hermenéutica. c) Introducir la recepción como un problema de investigación diferenciado según las tradiciones disciplinarias en las que se basa su estudio. d) Identificar los principales giros como el lingüístico, el cultural, el icónico y el espacial, y evaluar sus alcances y limitaciones para la investigación y la generación del conocimiento historiográfico, su comunicación y recepción. e) Conocer los debates entre enfoques culturales, sociopolíticos e históricos en la historiografía. Ejes de trabajo 1. Autor - Lector1 Los conceptos de “autor” y “lector” se sitúan en un ámbito de problemas de investigación presentes en todos los casos en que se analizan la constitución, el uso y la significación de un discurso o, en términos más generales, un texto u otro tipo de grafías (visuales, objetos, conceptuales entre otros). Tanto autor como lector son conceptos originados en la idea de que es necesario constituir, determinar y establecer temporalmente el “sentido” de un texto, dada la ambigüedad de sus posibles efectos que se pueden observer en su recepción y su historia efectual. En otras palabras, autor y lector son conceptos fundamentales para comprender la necesidad de interpretar los textos que no sólo no son unívocos, sino que además tampoco guardan, en sí, un sentido “original”. En cada uno de los momentos discursivos (constitución, interpretación, comunicación, recepción, significación y resignificación), se le confiere un papel más activo o preponderante a uno y otro de los dos tipos de actores que participan en el proceso (y siempre participan tanto en sus funciones de autor como de lector). En “La muerte del autor”, un breve texto de 1960, Roland Barthes muestra de qué manera se pasa de la idea relativamente “sencilla” del autor como persona que escribe un artículo, un libro, un ensayo (de la práctica, del quehacer de un individuo), al concepto de un sujeto constituido social e históricamente. A partir de la suposición de que, propiamente dicho, ningún autor existe, en su calidad de autor, ni fuera de su texto, ni previamente a él, se desdibuja la expectativa de conocer a fondo un texto mediante el conocimiento de la biografía (incluso la biografía intelectual) de un autor. La propuesta de Barthes excede la perspectiva de una investigación en torno al “lugar social” del autor, realizada con el fin de establecer las bases para comprender el momento de producción de sus obras. Y así como en la propuesta de Barthes se rebasa la noción de un “autor-dios” o “autor-autoridad”, cuyo mensaje tiene una intención y un significado absolutos que deben de ser descubiertos e 1 Retomado de Pappe, Historiografía crítica (pp. 115-122), y revisado y ampliado para este Cuaderno. 2 Roland Barthes, S/Z, p. 2. 3 Barthes, loc.cit. 4 Cf. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, vol. I, “El principio de la historia efectual”, pp. 370-377. 5 Véase la explicación correspondienteen el siguiente eje de trabajo en el que profundizamos diversas interpretados por un lector especializado, así también se anula la idea de que pueda existir un texto que parta de cero, un texto que no provenga de otros textos, lecturas, interpretaciones. En este sentido, los textos permitirían “conocer” a un autor que se constituye junto con su texto, sus lecturas de otros textos –pero sin tener un “dominio” o autoridad sobre él y su significado. En la teoría literaria, eso se conoce como autonomía del texto, una vez que éste se haya hecho público. Llevando a Barthes y “La muerte del autor” a los terrenos de la lectura, eso implica que el lector no sólo lee un texto; a la vez “lee” y constituye, mediante esta lectura, la posibilidad de conocer al autor y, en parte, su lugar social, su horizonte, su historicidad. Cuando hablamos de la interpretación de un texto y su potencial de significados múltiples, le corresponde un papel más activo al lector; por el contrario, cuando hablamos de la constitución de los discursos y el proceso de producción, le damos mayor énfasis al autor –aun cuando en ambos casos interfieren necesariamente los dos tipos de actores. En este juego que privilegia uno y otro actor, la “muerte” del autor no implica desconocer la existencia del autor como persona, individuo o colectivo de producción que enuncia un discurso. Lo que se pone en tela de juicio es el grado de intervención de un autor y, sobre todo, la posibilidad de conocer una especie de intención original unívoca en los continuos procesos de significación y resignificación de un texto. En otras palabras, la “muerte” del autor indica, entre muchos otros aspectos, que el significado de un texto no está en éste, sino en los procesos de interpretación. Hay que relacionar, por lo tanto, el grado de intervención del autor y su reconocimiento por parte de los lectores sucesivos, con la historicidad del texto: las historicidades varias del autor, del texto y de las comunidades de lectores. Asimismo es importante establecer que la identidad histórica del autor no basta para abarcar los posibles significados de un texto. El conocimiento de la biografía (intelectual) del autor y, en un sentido más amplio, de sus relaciones con interlocutores y otros autores, sus intereses y textos, no explican, en sí, los posibles significados. Tanto “autor” como “texto” rebasan la vida o biografía de una persona, así como el concepto de “obra” confinada a los límites de un estudio, un ensayo. Es más, establecen a través de la lectura su historicidad como parte fundamental de los continuos procesos de significación, con lo cual entramos al ámbito del otro concepto que se presenta en este eje de trabajo, el del lector y su función en los procesos de constitución de sentido. El texto escribible [afirma Barthes en S/Z] es un presente perpetuo sobre el cual no puede plantearse ninguna palabra consecuente (que lo transformaría fatalmente en pasado); el texto escribible somos nosotros en el momento de escribir, antes de que el juego infinito del mundo (el mundo como juego) sea atravesado, cortado, detenido, plastificado, por algún sistema singular (Ideología, Género, Crítica) que ceda en lo referente a la pluralidad de las entradas, la apertura de las redes, el infinito de los lenguajes.2 Es a partir de este tipo de planteamientos que se le otorgaría una creciente intervención a la lectura como proceso no sólo de interpretación, sino de significación: “lo que está en juego en el trabajo literario (en la literatura como trabajo) es hacer del lector no ya un consumidor, sino un productor del texto”.3 Eso nos lleva a diferenciar entre distintos tipos de lectura, realizadas por distintos tipos de lectores, y a considerar forzosamente sus intereses, horizontes, enfoques, como se puede comprender a partir de una historia de la lectura como la editada por Cavallo y Chartier (Historia de la lectura en el mundo occidental). Por una parte podríamos decir que ambos, autor y lector, pertenecen a comunidades y entornos culturales con horizontes particulares; estas comunidades tienen puntos en común que permiten, justamente, la comunicación y la posibilidad de comprensión (recuérdese el concepto de fusión de horizontes4 en la terminología de Gadamer). Por otra parte podemos afirmar, también, que autor y lector son conceptos que configuran, como tales, estas comunidades, sus actividades, y su lugar social, y que es posible comprenderlas a partir del estudio, análisis e interpretación de los textos. La similitud de enfoque desde la problemática de los lectores y la de la hermenéutica (dado que ambas se vinculan con la interpretación), requiere de diferenciaciones refinadas que sólo se pueden lograr a partir de las preguntas de investigación, es decir, de los intereses de quien investiga (de quien lee), de la historicidad de estos lectores-investigadores, y de su observación de segundo grado. Si bien la hermenéutica como teoría abre la posibilidad de 2 Roland Barthes, S/Z, p. 2. 3 Barthes, loc.cit. 4 Cf. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, vol. I, “El principio de la historia efectual”, pp. 370-377. retomar el significado de un texto desde el lector5, queremos enfocar aquí el ámbito de un problema historiográfico distinto, indagando a partir del lector su lugar social, su horizonte cultural y los referentes correspondientes. Los dos campos se delimitan por el lado de la verdad como aspiración ideal de la hermenéutica, y la pluralidad como elemento ineludible al comparar a distintos lectores: distintas épocas, distintas comunidades de lectores, distintos horizontes e intereses. Sus lecturas establecen continuamente significados e incluyen, a la vez, los recelos que expresan frente a otras lecturas. Este aspecto, estudiado a fondo desde la teoría literaria, lo subraya Paul de Man; en su artículo sobre el teórico y crítico literario, Kröner afirma que: Los textos literarios provocan, según Paul de Man, inevitablemente dos lecturas que se contrarrestan mutuamente, y entre cuyos extremo se sitúa el lector que es seducido a veces por una, a veces por la otra: una lectura que va conformando un significado que pretende determinar el contenido cognitivo de un texto, y una lectura que refleja esta constitución significativa que vuelve a cuestionar una y otra vez cada contenido determinado.6 Los diversos problemas de investigación que se han observado y estudiado desde la crítica literaria ofrecen pistas para la historiografía, sobre todo aquellos acercamientos que nos remiten no a aspectos estéticos, sino a modalidades de construcción y constitución, reconstrucción y reconstitución de significados mediante lecturas que, en ciertos momentos, parecen excluirse mutuamente. Paul de Man llama la atención a lo que en la historiografía conceptualizamos como historicidad: mientras que ciertas lecturas construyen un significado, otras lo cuestionan, invalidan, deconstruyen o reconfiguran. Este no es un proceso sustitutivo – las lecturas, aún las contradictorias, conviven y se constituyen en acervos culturales. En la historiografía podemos establecer estos múltiples niveles de manera similar a la tradición de la crítica literaria,subrayando que en este caso, los procesos de significación se deben esencialmente a la historicidad tanto de los textos como de las lecturas sobre los mismos. En otras palabras, se debe tanto al horizonte cambiante de los distintos tiempos, espacios, conceptos y significaciones, como a las experiencias representadas. Asimismo, el 5 Véase la explicación correspondiente en el siguiente eje de trabajo en el que profundizamos diversas problemáticas de la hermenéutica. 6 Kröner, “Paul de Man”, en Aesthetik und Kunstphilosophie, p. 531. hecho de introducir a las investigaciones nuevas (otras) fuentes, otras lecturas, otros comentarios, y sobre todo otras preguntas que guían la investigación, transforma por un lado el significado de los estudios preexistentes, de las fuentes utilizadas anteriormente, así como del nuevo análisis historiográfico que se está elaborando: obliga a pensar de otra manera el conjunto del campo de conocimiento y de los problemas que se pueden investigar. En conjunto, afecta significativamente tanto el conocimiento que se constituye como el que ya existía. Por el otro lado, y eso es muy importante en el contexto del estudio de los lectores, altera el horizonte del lector. Ambos procesos de transformación se condicionan mutuamente. Ahora, si bien son múltiples las posibilidades de lectura e interpretación, éstas requieren de delimitaciones concretas en los procesos de investigación: atención a la historicidad; a la transformación de nociones, conceptos y categorías; a los horizontes; y sobre todo, al planteamiento de las preguntas de investigación, la construcción de los objetos de estudio y de cada corpus que se constituye para someterlo a investigación. Un aspecto que queremos mencionar brevemente es la profundización de los estudios historiográficos en torno a los actores que están presentes y que participan activamente en los procesos de construcción del conocimiento, representados en el ámbito teórico por los conceptos de autor y lector; con ello permite ahondar de manera diferenciada en la comprensión de los elementos subjetivos de estos actores. No se trata de superar esos elementos ni de objetivarlos; tampoco es algo de lo que uno deba lamentarse, o de resignarse ante un supuesto relativismo; y no es cuestión de exaltar el subjetivismo y el carácter parcial, fragmentado de toda historia – actitudes que se han visto en ciertos momentos de los debates en los que se enfrentaban las posiciones de los posmodernos y sus opositores. Indagamos en torno a los aspectos subjetivos en el afán de comprender, hasta donde esto sea posible, de qué manera diversas visiones parciales, enunciados subjetivos y significados múltiples pueden llegar a ser constitutivos de discursos disciplinarios y de valores para una comunidad, una sociedad o incluso una cultura. Es insuficiente establecer reglas generales con el fin de comprender la relación entre lo particular y la pretensión de alcanzar lo general; esta relación se tiene que analizar en función de su propia historicidad y, sobre todo, en el entendido de que todo historiador (todo científico social) forma parte de esta misma relación en un sentido doble: como sujeto que se puede y debe de observar a sí mismo como autor / lector (observación de segundo grado), y como parte de una comunidad disciplinaria que a su vez participa activamente en la experiencia de una cultura inmersa en una serie de valores constitutivos de ésta. Uno de los autores clásicos que han realizado un enorme esfuerzo por sistematizar estas complejas relaciones, es Paul Ricoeur, mediante la triple categoría de mímesis: 1) un mundo previamente dispuesto cuyos signos, reglas y normas están prefigurados, es decir, simbólicamente comunicados; 2) un mundo que sigue a partir del primero y que es comunicado mediante estructuras narrativas y configurado mediante relatos tanto ficticios como históricos; y 3) un mundo del lector, transfigurado mediante la recepción del mundo narrado. Así, la comprensión no es el resultado de algo reconocido como un determinado estado de cosas, sino que se constituye como proceso que permite señalar las relaciones entre el análisis estructural y la constitución existencial de los significados. 2. Hermenéutica – Recepción7 Hermenéutica La hermenéutica fue durante siglos una disciplina ligada a la filología y, desde muchos de los textos esenciales del mundo cristiano, se desarrolla en distintas versiones teniendo como centro problemático la autenticidad, la verdadera versión, la interpretación correcta del sentido originario de los textos. Por obvias razones, se convierte también en una refinada técnica de interpretación de la ley para los juristas y, durante el Renacimiento, en una herramienta para acceder a las propuestas de sentido de los clásicos griegos y latinos. Los estudios sobre la religión, el derecho y la filología fueron los campos de desarrollo privilegiado de la hermenéutica como arte de la interpretación de textos. Este arte tuvo siempre una dimensión indudablemente práctica: se trataba en todos los casos de identificar la interpretación “verdadera”, fuese para articular estrategias de salvación, interpretar 7 Elaborado por Margarita Olvera Serrano. correctamente la ley para su aplicación a un caso particular, o bien, para encontrar en el legado grecolatino orientaciones para una vida correcta, buena y bella. Muestra de lo anterior es el punto de inflexión en el desarrollo de la hermenéutica que es posible identificar en la época de la Reforma protestante. Este movimiento hizo descansar la religión en el diálogo individual con Dios, de modo que el creyente, lejos de la salvación sacramental y los intercesores, habiendo rechazado el monopolio de la interpretación de la sagrada escritura por parte del sacerdote, tiene que darse su propia interpretación de la biblia, con lo cual salen a la luz problemas cruciales respecto de la interpretación correcta, sobre cómo resolver las dificultades que presentaban pasajes oscuros o de difícil comprensión, etcétera. El creyente establece un diálogo con el texto sagrado que implica al menos dos preguntas: ¿quién soy yo? ¿qué debo hacer? Antiguas tradiciones normativas tuvieron que ser revisadas para enfrentar nuevos retos, sin que ello modificara la doble naturaleza del canon bíblico: su carácter definitivo y su adaptabilidad. Nada se le puede sumar o restar, pero debe dar respuesta a la autocomprensión de cada generación de creyentes. Estas cuestiones ponen a la hermenéutica en el centro de las humanidades en esa época. Algo semejante había ocurrido también en otros periodos, por ejemplo, cuando comienza a circular el nuevo testamento en el mundo judeocristiano. El viejo testamento se había escrito a lo largo de un arco temporal de 1 100 años (indicador de que había pasado por múltiples escrituras y lecturas), mientras el nuevo se elaboró en aproximadamente 100, bajo la urgencia práctica de difundir la palabra de Cristo. La reinterpretación aquí llevaba consigo problemas ligados a la distancia temporal; al pasaje de latradición oral a la escritura; así como a la traducción, puesto que el viejo testamento fue escrito en hebreo y arameo y el nuevo, en griego. La biblia es un buen ejemplo de la forma en que un texto, al salir de las manos del autor o autores y quedar arrojados al tiempo, se convierten en propuestas de sentido abiertas que tienen el potencial de actualizarse y recolocarse, en función de las preguntas y horizontes de lectores que no son los destinatarios “originales” y que viven en mundos de vida con otras experiencias y otros sistemas de referencias y preguntas. El siglo XVIII abre un periodo en el que la hermenéutica experimenta un desarrollo definido por el paso de la pregunta clásica ¿cómo interpretar correctamente el sentido de un texto? a otra que se deriva de un preocupación por el método: ¿cuáles son las condiciones comunes a la interpretación de cualquier texto particular? Este paso se debea Friederich Schleiermacher, teólogo protestante, que se da a la tarea de codificar el canon que había estructurado la tarea hermenéutica desde sus orígenes, el círculo textus – contextus. En este contexto, para comprender una frase, el lector debía de remitirse a la unidad de sentido de nivel inmediatamente superior, por ejemplo, un párrafo. Si el problema era la comprensión del párrafo, la referencia era el capítulo, sucesivamente, el libro, la obra del autor y, finalmente, su biografía, bajo el supuesto de que los enunciados formulados eran expresiones vitales y el desentrañamiento de su significación más plena radicaba en una cabal comprensión de la vida del autor. Schleiermacher plantea que es indispensable la elaboración de conceptos totales o de síntesis para representar las fuentes documentales, los escritos a partir de los cuales era posible reconstruir los acontecimientos, los nexos y los efectos históricos. Se deslinda de la regla de procedimiento que dictaba que toda individualidad debía comprenderse con base en el contexto. Este todo era la biblia, que se presumía tenía un sentido unívoco. Schleiermacher sostiene que el camino de la comprensión del texto sagrado no debe fundarse en la certeza dogmática, sino en la validez de los procedimientos mismos de la comprensión. Sostiene que la hermenéutica es universal y que descansa en el hecho de que, al no existir comprensión inmediata, surge siempre el problema del malentendido, sobre todo por el hecho de que el escrito (a diferencia de la tradición oral) tiene un alto grado de oscuridad porque está desprendido de su contexto original, la forma de vida que le dio lugar y, por lo tanto, implica un alto grado de exigencia para el lector, así como la necesidad de adentrarse en la investigación histórica para acceder al mundo del autor. En resumen, para este autor, la hermenéutica se plantea aquí como una herramienta para evitar que el malentendido ocurra y llegar así a una comprensión verdadera. Sostiene, además, que la hermenéutica es un método que puede aplicarse también a procesos comunicativos en general, con lo cual la interpretación deja de ser un campo exclusivo de la filología y la teología, de la jurisprudencia y se convierte en la cuestión de cómo un miembro de una cultura entiende a otro. La hermenéutica adquiere aquí un estatus ontológico, se ubica originalmente en el mundo vital, específicamente, el de la experiencia individual. Esta propuesta rompe los límites de la hermenéutica gramatical y se desplaza a la hermenéutica psicológica, entendiendo por psicología el arte de percibir un acto como parte orgánica de la totalidad de la vida individual. La tarea se convierte en comprender la individualidad del autor, su mundo subjetivo. Las preguntas ahora son: ¿cuál fue su intención?, ¿qué quería comunicar?, ¿qué experimentó?, ¿qué sintió? Lo fundamental ya no es el producto, sino su autor, no el texto sino el proceso que lo crea, no la obra como un dato, sino como expresión de la individualidad. Comprender significaría aquí restauración de lo perdido, la ubicación del texto en su contexto vital. En estas coordenadas, Schleiermacher postula la superioridad del intérprete frente al autor, no porque sus métodos sean mejores, sino porque conoce la “textura” del conjunto histórico del que es parte la obra. Gadamer se deslindaría de esto al señalar que el intérprete “conoce de otro modo”. Las aportaciones de Schleiermacher, en las que nos hemos detenido por considerar que sin un trazo mínimo de éstas no es posible calibrar el relieve que adquirió posteriormente la hermenéutica para las ciencias histórico-sociales, desplazó a la hermenéutica al umbral de la historia, lo cual tendría consecuencias epistemológicas cruciales para las disciplinas histórico- sociales en el siglo siguiente. Wilhelm Dilthey (bíógrafo de Schleiermacher) cruza este umbral y plantea que la razón ilustrada hace tabla rasa sobre la especificidad del mundo histórico y que, en su lugar, la comprensión hermenéutica debe ser el método para estudiarlo. Su planteamiento, en el que no nos podemos detener aquí, plantea que la hermenéutica no es únicamente un procedimiento para la interpretación de textos, sino que también es posible comprender la historia y la sociedad “como si” fueran textos. De esta forma, acciones, proyectos, consecuencias, vestigios y marcas de los predecesores podían ser estudiados a través de la comprensión, entendida aquí como un procedimiento opuesto a la explicación. Esta discusión tiene lugar en el horizonte de las disputas entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu que tuvieron lugar en las disciplinas humanas en Alemania hacia el último tercio del siglo XIX, país en el que el positivismo tuvo a sus críticos más severos, provenientes de la tradición histórico-culturalista (Rickert, Dilthey, Windelband, Weber, Simmel, etcétera). Las primeras, reivindicaban la explicación como el método único para cualquier ciencia y, las segundas, lo rechazaban bajo el argumento de la especificidad del mundo histórico residía en que era un mundo provisto de sentido, un sentido que era dado por la actividad humana y al que no era posible acceder a través de la inducción analítica propia del método positivista. Para Dilthey la idea de razón ilustrada prescindía del hecho de que los individuos están ligados por tradiciones, por valores, por el “espíritu”, no sólo por leyes formales y restricciones objetivas. Crítica la reducción que el positivismo hace de los seres humanos a pura naturaleza, omitiendo la historicidad, la experiencia y la subjetividad propia del mundo humano. La tradición historicista alemana reivindica el sentimiento, la emoción, la intuición y la teleología, en oposición a los llamados positivistas a reparar en la causalidad. La demanda es que los conceptos den cuenta de la vida histórica como un todo, como un mundo vital caracterizado por la intencionalidad y por la finalidad. Precisamente aquí radicó la pertinencia de los métodos interpretativos para dar cuenta satisfactoriamente de la historia y de la sociedad. Se propuso así la comprensión hermenéutica como un procedimiento apto para estudiar elmundo histórico. En ese momento, los límites de la propuesta hermenéutica de Dilthey fueron la imposibilidad de demostrar la validez de la comprensión, puesto que la entendió como un revivir endopático (por parte del observador) de los contenidos de conciencia de seres humanos que habían vivido en el pasado para entender cómo se habían orientado, por qué actuaron como lo hicieron y no de otra forma, etcétera. Precisamente en este punto, Max Weber, historiador de la economía y sociólogo al que se debe la idea de comprensión explicativa más solvente de las ciencias histórico-sociales de finales del siglo XIX y principios del XXI, criticó a Dilthey bajo el argumento de que su idea de comprensión disolvía la distancia histórica bajo el supuesto de que todos los seres humanos compartían una especie de “fondo común de conciencia” y que ello involucraba implicaciones onto- teológicas difíciles de sostener desde una postura que aspirara a la producción de un saber racional sobre el mundo histórico. Si la ciencia era un saber racional público por definición, no podía depender de algo tan intransferible como la vivencia. De ahí que la propuesta weberiana enlazara comprensión con explicación, como muestran sus reflexiones sobre los tipos ideales históricos y los tipos ideales sociológicos, sin por ello desentenderse de las dimensiones subjetivas implicadas en cualquier investigación, a la cuales consideró como el punto de partida selectivo sin el cual no hay construcción del objeto, pero que tenían que someterse a un control riguroso dado precisamente por la metodología de los tipos ideales. En otras palabras, la relación de valor (ligada a puntos de vista subjetivos) eran el punto de partida, pero en modo alguno, el punto de llegada de la investigación, éste tenía que ser necesariamente la producción de un saber racional válido sobre el mundo histórico-social. Como teoría de las posibilidades y condiciones de la comprensión, la hermenéutica se ocupa no sólo de la interpretación de textos, busca también la atribución de significados válidos. Esto implica, necesariamente, una reflexión sobre la historicidad/temporalidad de aquello que se busca comprender; para la historiografía, se trata principalmente de textos, pero también de otro tipo de huellas materiales que son resultado de la acción en el mundo de aquellos que nos han precedido en el tiempo (antecesores), como objetos, imágenes, edificaciones, monumentos, etc. y que constituyen la base empírica del trabajo de todo estudioso del pasado. En el horizonte intelectual de las transformaciones epistemológicas asociadas al llamado giro lingüístico en la segunda mitad del siglo XX, la hermenéutica dejo de ser vista como una disciplina auxiliar de la teología, la filología y la jurisprudencia para convertirse en una orientación filosófica con un gran relieve para las disciplinas sociohistóricas. Esta resignificación de la tradición hermenéutica se debió en buena medida a los aportes de Heidegger a la reflexión sobre el ser y, sobre todo, a Gadamer (discípulo suyo), cuya célebre obra Verdad y Método (1960) la consolidó como un campo de reflexión de primer orden. Gadamer, siguiendo las orientaciones de Heidegger (sobre el ser en el mundo como un ser con otros, dotado de una estructura de anticipación que hace que su conocer sea siempre pre-comprensión) deja de concebir el comprender/interpretar como un método propio de lo que la tradición histórico-culturalista alemana llamó Ciencias del espíritu hacia el último tercio del siglo XIX, planteando que la comprensión hermenéutica tiene un estatuto plenamente ontológico. Esto significa que Gadamer asume que antes que ser un método del observador, la comprensión es un modo fundamental de ser en el mundo que está atravesado por el lenguaje. En otros términos, existir es comprender, y el comprender siempre tiene lugar en el medio del lenguaje. Todo el “proceso” de la interpretación es lingüístico ontológicamente hablando. En este sentido, es inevitable Comprender para Gadamer es siempre ponerse de acuerdo con alguien sobre algo en el mundo y el lenguaje es el “medio” universal en el que se vive y realiza el consenso, el encuentro de horizontes. No se trata, entonces, de ponerse en el lugar del otro ni de reproducir sus vivencias. Queda rota aquí la dimensión psicológica que asociaba a la interpretación las propuestas de Schleiermacher y Dilthey. Todo comprender, en cambio, es un interpretar que se efectúa desde un horizonte espacio/temporal específico, ligado a juicios previos que son la condición de posibilidad del comprender mismo. Sin ellos, careceríamos de un criterio para formular preguntas provistas de sentido, cuestionar un texto, desentrañar una acción, acontecimiento o expresión. El diálogo involucra un circulo hermenéutico que tiene un estatuto ontológico y qu simultáneamente, parte de una historia efectual desde la cual habla la tradición. Tradición que constituye nuestro ser y nos posibilita conocer lo nuevo, pero siempre desde legados derivados de ella. El reconocimiento de la historicidad del comprender, el carácter productivo de la interpretación, la centralidad del lenguaje y la experiencia, la pertenencia del estudioso del pasado al círculo hermenéutico y a la historia efectual, el imperativo de situar la elaboración de los objetos en sus coordenadas espacio/temporales y el asumir su relación dialógica con las del observador, la imposibilidad de recuperación de lo que durante mucho tiempo se pensó era el sentido original de los textos, documentos, acciones, monumentos, huellas, etcétera, forman parte hoy de una especie de sentido común historiográfico que se debe, en buena medida, a las aportaciones de la hermenéutica filosófica gadameriana y a las discusiones sobre la epistemología de las ciencias sociales a las que dio lugar desde los años sesenta en distintos ámbitos disciplinarios. De ahí que el estudio y discusión de sus planteamientos sean cuestiones de gran relevancia en la teoría de la historiografía. Otra gran aportación a la reflexión contemporánea sobre estos problemas se debe a Paul Ricoeur que es, junto con Gadamer, el padre de la hermenéutica despsicologizada del siglo XX. Deudor de la tradición fenomenológica husserliana, plantea una hermenéutica de la distancia histórica cuya forma arquetípica sería la existente entre habla y escritura. La lectura es para Ricoeur la práctica que hace explícito el ser en el mundo contenido en el texto. Al deslindarse de la hermenéutica psicológica que indaga el presunto sentido verdadero de un escrito, Ricoeur plantea el texto y su objetividad material como un límite a la deriva interpretativa y a la subjetividad. En otros términos, esto significa que para este autor no hay una oposición necesaria entre explicación y comprensión, puesto que la materialidad del texto, su objetividad, abren la posibilidad de acceder a una comprensión explicativa. Para él, la tarea hermenéutica radica en comprender el mundo del texto en mediación con el mundo del lector; la fenomenología de la lectura en sus relaciones con la comprensión/explicaciónconstituye aquí una dimensión central para el trabajo historiográfico. La hermenéutica de Ricoeur es una hermenéutica de la sospecha: ¿cómo podemos incluir una instancia critica en la tradición, la autoridad, el prejuicio?, ¿cómo valorar la historia efectual? Gadamer respondía que hay una relación de extrañamiento y pertenencia, una tensión o distancia que posibilita la toma de postura crítica frente a ella. Ricoeur piensa que la respuesta de Gadamer es insuficiente, puesto que queda sin resolver la alternativa entre el distanciamiento alienante y la participación por pertenencia. Propone fundamentar la interpretación en el texto como modelo del distanciamiento en la comunicación. El texto muestra la historicidad de la experiencia humana hecha de comunicación en y por la distancia. La objetividad del texto dependería de cuatro cuestiones: la fijación del sentido; la disociación entre intención del autor y texto; el despliegue de referencias implícitas; el rango universal de destinatarios potenciales. Al sustituir el diálogo por el texto, Ricoeur abre la posibilidad de “aplicación” de la hermenéutica a las ciencias sociales. Así, por ejemplo, las acciones se pueden entender como entidades autonomizadas respecto del actor (en términos de sus consecuencias) y se les puede aplicar la dialéctica explicación- comprensión, sin desmentir el estatuto ontológico de la interpretación ni su lingüisticidad. Tanto en la vertiente de Gadamer como en la de Ricoeur, la hermenéutica es universalizada y le es reconocido a la experiencia y al saber humano su carácter interpretador. La hermenéutica y el lenguaje son condiciones de la existencia misma del ser humano, que no puede estar en el mundo sin comprender con otros y comprenderse en el lenguaje. El lenguaje, en este sentido, queda lejos de la concepción estructuralista de corte semiótico, encabezada por Saussure, y se asume como constitutivo del estar en el mundo y de la conciencia humana, puesto que toda experiencia pasa por las percepciones estructuradas por los códigos lingüísticos. Así, la idea de un universo objetivo, independiente del lenguaje y explicable fuera de él, se muestra como algo inasequible. Este breve trazo –cuyo propósito es meramente indicativo- permite entrever la gran relevancia que tiene la reflexión hermenéutica para el trabajo historiográfico, en su ir y venir de la teoría y la elaboración conceptual, a la base empírica de las investigaciones. Y no sólo para éste, sino también para una autorreflexión sobre las prácticas disciplinarias que están implicadas desde la selección del objeto, las preguntas, los procedimientos, las escalas de observación, la aclaración de lo que se constituirá como “fuente”, la lógica procedimental de la representación escrituraria, entre muchas otras cuestiones. Recepción Uno de los problemas centrales derivados de la hermenéutica despsicologizada de Gadamer y Ricoeur y que necesariamente involucra a la historiografía es el de la recepción. El argumento que permite sostener esto es que la práctica histórica e historiográfica tiene como uno de sus ejes centrales el trato con los textos, o bien, con huellas que son leídas como si fueran textos. Esto quiere decir que la forma como se reciben en coordenadas posteriores a las de su producción, por lectores u observadores que no son los “originales”, en tiempos y espacios distintos, a través de procesos de transmisión intergeneracional en el que existen fallas, recolocaciones, olvidos, desconocimientos y fisuras, constituyen en sí un conjunto de problemas que no es posible procesar en la investigación operando con una idea empirista de la recepción. Esta idea empirista asume que hay datos objetivos contenidos en los textos, no reconoce el problema de su temporalidad, ni la forma como los observadores involucran sus propios horizontes (sabiéndolo o no) cuando tratan con ellos. Fue en la literatura donde estas cuestiones comenzaron a ser pensadas desde una lógica interpretativa, deudora en muchos sentidos tanto del giro lingüístico en general, como de la hermenéutica gadameriana en particular. Es decir, si bien la teoría de la recepción procede de consideraciones estéticas, su pertinencia para las disciplinas histórico-sociales es indudable, por lo que es necesario resignificar sus planteamientos a la luz de una historiografía reflexiva. Su punto de partida fue la experiencia que proviene de la interacción del “espectador” con la obra de arte. Repensada para el ámbito de lo histórico, la teoría de la recepción llama la atención sobre el hecho de que estamos en un horizonte de “interacción” con la historia: los discursos elaborados dentro de ella, pero también los objetos, documentos, vestigios y recuerdos en general, tradiciones, costumbres, puntos de vista, visiones del mundo, procesos, ideas, etcétera. En la recepción hay que considerar por lo menos tres ámbitos: a) el lugar social del que “recibe” algo producido por los antecesores y que tiene una dimensión experiencial que es la marca de una temporalidad específica en la que la relación entre pasado, presente y futuro no era la misma que la nuestra; b) la materia propia de los histórico; c) la experiencia en la interacción del primer ámbito con el segundo. Algo muy relevante en este orden de problemas es que en el horizonte de la recepción no hay un acceso directo y puro al pasado; tampoco a los discursos, objetos, huellas y objetos de ese pasado. Por lo contrario: el conocimiento de la experiencia de lo ocurrido, pensado, proyectado en el pasado por los antecesores, es posible únicamente a partir del lugar social del observador (que siempre pertenece al tiempo presente). Esa experiencia (observada selectivamente) es lo que se convierte, a través de su elaboración mediante estudios y discursos históricos sujetos a normas, reglas disciplinarias e instituciones específicas, en el conocimiento histórico de cada presente. La reflexión sobre la recepción (y lo mismo vale para la historia efectual), independientemente de la tradición de la teoría literaria de la que procede, establece además relaciones en una práctica arraigada en la propia disciplina histórica: la historia comparada. Ésta sitúa sus fundamentos en una de las funciones más importantes del pensamiento histórico para el mundo de vida, a saber, la necesidad de establecer una identidad propia con base en una tradición que la sostenga y que, en las prácticas culturales y sociales, la justifique y le dé continuidad frente a otras identidades, costumbres y comportamientos no aceptados como propios. Los elementos que se integran a esta identidad (y lo que se rechaza y excluye) están relacionados esencialmente con la recepción del pasado que, en este sentido, se convierte en una manera de adjudicar valores a las experiencias y de ordenarlas en función de las expectativas y de cómo se entiende el lugar que se ocupa en una cultura y una sociedad moderna que se ve sujeta a transformaciones continuas en el tiempo (como cualquier otra sociedad) que llevan el sello de la aceleración como la modalidad predominantede la experiencia del tiempo. Desde un punto de vista historiográfico, lo anterior implica que la reflexión sobre los procesos de recepción implica por lo menos dos registros claramente diferenciados: el de la forma como en el mundo vital constantemente se efectúan transmisiones, se reciben y recolocan legados; y el de la observación, que tiene una doble reflexividad en el sentido de que no sólo se examinan los modos como se reciben legados y tradiciones en el mundo práctico por parte de los actores y grupos en sus mundos de vida y, además, su “análisis” racional. En este sentido, los procesos de significación de los observadores (selección de dimensiones a examen, decisiones sobre cómo relacionarlas, las descripciones, narraciones, explicaciones, rechazos, supresiones, olvidos, desconocimientos) están estrechamente vinculados con la recepción y la historia efectual. La mayoría de las veces es prácticamente imposible distinguir claramente entre fuentes y documentos, historias escritas, interpretaciones de las primeras y de éstas, su recepción y la historia efectual misma. La distinción entre estos elementos no se procede en función de distintas “etapas” de un proceso que constituye el conocimiento histórico (la conversión de una porción del pasado en historia), sino en función del enfoque y los problemas que se plantea el investigador. La especificidad de las preguntas que se formula, la forma de problematizar y argumentar, da lugar a resultados diferenciados, es decir, a distintos conocimientos que no necesariamente tienen el mismo registro cognitivo. Surge así una multiplicidad de saberes que no se deriva de criterios cuantitativos, sino de la forma como se reciben las “fuentes” y del modo como se les interroga desde horizontes que también son múltiples. En cada caso, se sabe algo distinto. Y puede ocurrir que estas diferencias se complementen, o bien, se contradigan abiertamente. Frente a la complejidad que representa este conjunto de problemas historiográficos ¿qué aporta la teoría de la recepción? Principalmente, la historización de una serie de puntos de encuentro: entre las fuentes y las obras que se refieren a ellas; entre las obras y las tradiciones culturales e intelectuales que las atraviesan; entre las obras y las expectativas que se tienen frente a los problemas que plantean (la propuesta del texto); entre obras escritas en temporalidades distintas y, en consecuencia, desde espacios de experiencia y horizontes de expectativas que no tienen una relación de identidad con aquellos desde las cuales se les recibe e interroga. En estos puntos de encuentro, se pueden observar transformaciones en la comprensión y autocomprensión de una sociedad o una cultura; percibir puntos de ruptura en la interpretación de un fenómeno o tradición; cambios en las orientaciones y expectativas de las comunidades que se han acercado a determinadas obras o textos en periodos distintos, así como los efectos que produce en sus patrimonios de conocimiento (fisuras, fallas, ausencias de transmisión, omisiones, etcétera); la movilidad de los marcos que definen los límites imaginarios de las disciplinas que se ocupan del estudio del pasado. O dicho con mayor propiedad, del estudio de las conexiones entre presente, pasado y futuro. La recepción (es) forma parte de la historia efectual, tanto en el mundo de vida como en el mundo de la observación. Y la historia efectual, para una historiografía reflexiva, implica trabajar con la hipótesis de que (en las sociedades modernas) la tensión entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas en cada horizonte histórico atraviesa de forma permanente la recepción sociocultural en general, y la específicamente historiográfica. Ésta no busca explicar el sentido original de un discurso a partir del conocimiento de la situación cognitiva, sociocultural, psicológica o política de un autor, grupo de autores o comunidad; tampoco se trata de aportar una interpretación “más correcta” que la del autor (es) o tradición en cuestión. Aunque todo esto forma parte de los procesos de recepción, lo relevante es analizar el porqué y el cómo de los significados elaborados por el conocimiento histórico. Esto nos conduce no sólo a “correcciones”, nuevos pasados o registros inéditos, sino también a la historia efectual misma, a versiones simultáneas que dan cuenta de las transformaciones y cambios del quehacer de los seres humanos en el tiempo. Con los insumos de la teoría de la recepción, la historiografía puede problematizar e historizar, tanto los significados que asigna a estas transformaciones, como los saberes que elabora para tratar de llevar esta experiencia histórico-social al lenguaje de la representación escrituraria para hacerla inteligible en otras coordenadas espacio/temporales. En este registro, Hans Robert Jauss (pionero de la teoría de la recepción) realizó una serie de investigaciones teóricas, junto con estudios sobre estética, literatura y filosofía, entre otros campos. La historiografía ha retomado de su reflexión sobre todo las categorías contenidas en la propuesta inicial del libro La historia de la literatura como provocación. En Aesthetische Erfahrung und literarische Hermeneutik8, Jauss trabaja con las siguientes distinciones: “construir y conocer” (poiesis, desde el punto de vista de lo que se produce); “ver más de lo que se sabe” (aistesis, que implica la recepción de la experiencia estética); y “mover y conciliar” (catarsis, en cuanto a los alcances comunicativos de la experiencia estética. Se plantean aquí los mismos niveles que introduce Ricoeur respecto del concepto de triple mimesis, con la diferencia de que Jauss insiste mucho más en la noción de la experiencia en relación con la estética. Al referirse, además, a la separación entre ficción y realidad, permite aclarar el elemento de la ficción en la representación de la historia (desde el horizonte de la literatura en el caso de Jauss), pero también permite ampliarlo hacia una historiografía reflexiva. Ésta, no obstante, no trata de elementos de ficción, sino de aquellos que no se pueden sujetar estrictamente a las normas de la “verdad histórica”. Es en este mismo estudio, en la versión ampliada, donde Jauss desarrolla para los estudios literarios los aspectos del diálogo y del horizonte y, finalmente, aquellos relacionados con la teoría y los 8 Se cita aquí la edición en alemán de 1991. Traducida al español se encuentra la versión original de 1977 que constituye a grandes rasgos la primera parte del texto que se publicaría casi 15 años después (Experiencia estética y hermenéutica literaria, Madrid, Taurus, 1992 (1986). De la primera versión (traducida al español), el autor quitó dos ensayos, dejando únicamente amplios resúmenes, y agregó tres estudios nuevos. Precisamente a estos últimos hacemos referencia en este contexto, dejando atrás la apreciación del propio autor en el prólogo de la primera versión, en el sentido de que “los presentes estudios, enmarcados en el campo de la experiencia literaria, quedan necesariamente limitados a las atribuciones del estudioso de la literatura” (p.13). debatessuscitados sobre recepción e historia efectual, tradición y selección, horizonte de expectativa y función comunicativa. Como puede verse con esta mirada panorámica, la teoría de la recepción constituye un campo de reflexión particularmente relevante para la historiografía; a pesar de su complejidad, su revisión es obligada para aumentar las probabilidades de acceder a un trato con las fuentes que deje detrás la actitud natural con la que frecuentemente tiene lugar. Este tipo de trato, como se señaló ya, da por hecho que los textos, las “fuentes”, son algo dado, que son datos dotados de una objetividad que el observador no se cuestiona, puesto que en ellos hace descansar la validez de los saberes que produce sobre el pasado. A pesar de la dificultad intelectual que entraña, problematizar estos textos, estas “fuentes” desde los insumos de la teoría de la recepción, permite un trato reflexivo con ellas, un trato capaz de rebasar el empirismo y acceder al reconocimiento de historicidad, la temporalidad, la lingüisticidad que permea, no sólo a la realidad histórica misma, sino el saber que los observadores producen sobre ella. Un saber móvil, relativo a horizontes específicos y que, además, forma parte de una historia efectual que contiene la sedimentación estratificada de saberes previos múltiples en los que coexisten “acumulación”, rupturas y “novedades”. 3. Enfoques y transformaciones: los giros El complejo panorama de los estudios históricos e historiográficos requiere de continuas reflexiones en torno a las distintas maneras de abordarlos y de enfrentar sus desafíos y provocaciones. En un trabajo anterior9 he planteado algunas consideraciones generales al respecto, de las que voy a retomar aquellos elementos que se refieren específicamente a la historiografía cultural, considerando las siguientes circunstancias: 1) La influencia que la historiografía ha recibido de otras disciplinas y reflexiones teóricas, y que han marcado sustancialmente el carácter transdisciplinario de la investigación historiográfica; y 2) Las consecuentes transformaciones en la producción del conocimiento sobre el pasado ante un horizonte crecientemente definido por una compleja red de visiones culturales. No es nueva la afirmación de que los conocimientos generados en otras disciplinas inciden de tal manera en los estudios históricos que el potencial interdisciplinario ha transformado y sigue transformando la investigación y los saberes históricos. Lo que interesa ante todo es la generación de una (supuesta) nueva tradición historiográfica en cuyo entorno se han comenzado a plantear, cada vez más, problemáticas que requieren ser abordadas por varias disciplinas a la vez. Se subraya la necesidad de considerar en mayor grado el potencial de esas disciplinas y de los aspectos que se requieren para realizar investigaciones multi y transdisciplinarias de mayor complejidad. Las cambiantes constelaciones interdisciplinarias se reestructuran en función de la integración de los objetos de estudio, volviendo así mucho más dinámico el intercambio de ideas, enfoques y reflexiones. En el mejor de los casos, podemos observar una creciente conciencia acerca de las diversas funciones que desempeña el conocimiento sobre el pasado en distintas sociedades y culturas, y relaciones diferenciadas de éstas con sus respectivos conocimientos y posibilidades de identificarse con sus pasados. 9 Cf. Silvia Pappe, “La incertidumbre de la historia en la perspectiva de la historiografía cultural”, en Rosa Camelo y Miguel Pastrana Flores (edits.), La experiencia historiográfica. VIII Coloquio de Análisis historiográfico, UNAM, 2009, pp. 179-198. Lo señalado de manera muy breve en el párrafo anterior se basa en una serie de giros, llamados así por su velocidad y dinámica: después del “giro lingüístico”, se suceden propuestas de otros giros, en un ritmo creciente, cada vez más acelerado. De manera metafórica, los giros se refieren a la aceleración del tiempo que se refleja esencialmente en la experiencia; la noción de giro transforma, a la par, la visión más que nada temática acerca de los procesos de especialización en la historia (historia social, historia económica, historia de género, historia regional por sólo mencionar algunas), hacia un cambio en los enfoques: giro historiográfico, giro iconográfico, giro espacial, giro cultural, entre otros. El giro espacial, la atención centrada en el cuestionamiento conceptual de las nociones de espacios, fronteras, horizontes y redes, pero también movimientos, desplazamientos, o superposiciones, permite presentar una especie de mapa conceptual de estos giros y las relaciones entre ellos, dejando abierto el momento estricto de su generación. Si el giro lingüístico10 alteró por completo la idea de que un texto de historia presenta hechos y procesos de la realidad del pasado, para volver la atención sobre el texto mismo, su carácter discursivo y su condición de ser interpretado, con el fin de presentar el conocimiento sobre la realidad del pasado, sometido a su vez a interrogantes de su propia historicidad, el giro historiográfico11 no sólo refuerza esta idea en el campo de la historiografía, sino que literalmente abre la noción de “texto de historia” a otros tipos de discursos, incluyendo grafías visuales, objetos, monumentos, ideas, conceptos, etcétera. En ambos casos, se pretende leer el mundo como texto, con las consecuentes discusiones acerca de la pertinencia de diferenciar entre texto y “realidad material”, o bien, acerca del acceso de la investigación y de la producción de conocimiento a la realidad, mediada o no por el lenguaje. La inclusión del análisis de textos entendidos en un sentido amplio parece haber requerido de un giro adicional, el iconográfico12. Distintas tradiciones de la investigación histórica ven en esta apertura una serie de peligros: en primer 10 El término fue dado a conocer y se retomó en diversas disciplinas, a partir de Richard Rorty, El giro lingüístico: dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística (seguido de "diez años después" y de un epílogo del autor a la edición castellana), Barcelona, Paidós / Universidad de Barcelona, 1990 (1ª ed. en inglés 1967). 11 Mendiola, Alfonso, “El giro historiográfico. La observación de observaciones del pasado”, en Historia y Grafía, no 15, 2000, pp. 181-208. 12 Cf. Panovsky, Berger, Mitchell entre otros. lugar, la pérdida de la realidad histórica, y en seguida, la dispersión discursiva de conocimientos sin sustentos claros en la interpretación clásica de documentos claramente históricos. En los debates que surgen en torno a estos peligros (llamados no pocas veces posmodernos), se presenta también una crisis en las explicaciones históricas de largo aliento, los “grandes relatos”.13 Por otro lado, se presenta la oportunidad a grupos, sectores, clases, tanto minoritarios como de oposición o exluidos, y cuyas experiencias no coinciden con los relatos y conocimientos tradicionalmente aceptados y comunicados, a generar su propio conocimiento histórico con el que se pueden identificar. Las dimensiones de memoria colectiva e identidad se generan y extienden con ello, y atraen a su vez la atenciónde los estudios históricos e historiográficos. Mediante un giro más se pretende abarcar el fenómeno de transformaciones aceleradas en su conjunto: el giro cultural14. Estas transformaciones en la producción del conocimiento sobre el pasado tienen sus raíces en diversas experiencias. Un ejemplo que ya he mencionado, es la pérdida (o la invalidación) de los grandes relatos y de varios de los fundamentos teóricos implícitos o explícitos acerca de una historia compartida, pero vista y estudiada desde un enfoque ligado al poder. Otra experiencia es que la crítica a este tipo de historia ha tenido infinidad de consecuencias, una de ellas es la fragmentación del conocimiento, el surgimiento de historias paralelas, de nuevos actores sociales e históricos, y de nuevos acercamientos. Un enorme alcance tiene también la experiencia culturalista, es decir, comprender que los valores de la cultura occidental considerados universales, posiblemente no lo sean. Los efectos, diferenciados, son inabarcables en su conjunto (enumeraciones, largas listas), por lo que, de acuerdo al giro cultural, la mejor manera de discutirlos es considerando el entorno cultural en el que se presentan: las tradiciones historiográficas nacionales; los debates interculturales; las tradiciones en torno a la vigencia de valores (el humanismo, por ejemplo, en occidente; o bien los significados de las prácticas en sociedades multiculturales, conscientes de serlo, que 13 Jean Francois Lyotard plantea la muerte o desaparición de los “grandes relatos” o metarrelatos como uno de los signos de la posmodernidad. Cf. Lyotard, La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Barcelona, Cátedra, 1987 (1ª ed. en francés 1979). 14 Frederic Jameson, El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998, Buenos Aires, Manantial, 1999 (1ª ed. en inglés 1998). rebasan las estructuras y las instituciones nacionales o regionales); los marcos intelectuales, sociales, ideológicos en los cuales los actores y los grupos piensan su pasado –la lista (inevitable al parecer) puede ser tan larga como el interés historiográfico en las transformaciones disciplinarias y transdisciplinarias de la investigación, la producción y la circulación del conocimiento lo requiere. No es casual que las posibilidades y las necesidades de los “estudios culturales” se discutan al calor de los debates que replantean las relaciones interdisciplinarias y los enfoques múltiples. Con la historización de la teoría, es decir, con el reconocimiento del carácter temporal de todo discurso teórico, con el cuestionamiento de los paradigmas teóricos desde estos mismos paradigmas, y con la consecuente autorreflexión en torno a los planteamientos del quehacer historiográfico, cambian la experiencia y las expectativas respecto a los conocimientos que una sociedad construye sobre sí misma. En tanto manifestación cultural, estas transformaciones no sólo se “suman” a la cultura, sino que la reestructuran y la resignifican. Frente a la tradicional historia de la cultura,15 los “estudios culturales” experimentaron en un principio cambios similares a los observados para el caso de los estudios históricos: la investigación en torno a fenómenos caracterizados indistintamente como “culturales” produjo en primer lugar la multiplicación de temas, la inclusión de nuevos actores con sus experiencias y manifestaciones, y una creciente interdisciplinariedad. A diferencia de la historia, se percibe asimismo una notoria ideologización a través de enfoques que se han hecho populares mediante el epíteto de “lo políticamente correcto”.1612 El vertiginoso proceso de institucionalización en las universidades estadounidenses, de los “estudios culturales” como nueva disciplina, responde al gran interés que despierta la inclusión de nuevos actores y temas, y su gran presencia en la sociedad norteamericana actual. En sociedades donde la 15 Recordemos por ejemplo la obra de autores clásicos como Jan Huizinga y Jacob Burckhardt, además de teóricos como Antonio Gramsci. 16 Algunas tendencias de la historia o los estudios de género podrían ser un ejemplo, igual que algunas corrientes de la historia de la vida cotidiana. Cf. Peter Burke, Formas de historia cultural, 1999. Aún más ideologizado resultó el texto (y su recepción) de Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations, Nueva York, Simon & Schuster, 1996. historia social ha tenido una enorme relevancia (Alemania, Francia, Inglaterra entre otros), la transformación académica es distinta: en Alemania, por ejemplo, se habla más de “ciencias culturales” (Kulturwissenschaften) que de “estudios culturales”, y su entrada a las universidades se debe entender quizás más como respuesta a las profundas crisis de las humanidades que a la presencia de nuevos temas y actores (que habían encontrado ya un lugar destacado en la historia social). Por otra parte, en un proceso menos acelerado, pero de rupturas mucho más significativas, la autorreflexión teórica ha producido cambios en el ámbito de lo que se considera “cultural”, y en los enfoques y las formas de estudiar sus representaciones. Posiblemente sea en este punto donde el enfoque teórico de la historiografía crítica, al comprenderse a sí mismo como parte integrante de la cultura a analizar, pueda plantear diversas posibilidades que tienen las sociedades actuales de estudiarse a través de sus experiencias, sus expresiones y sus prácticas culturales. Para la reflexión teórica en torno a una historiografía cultural, uno de los retos consiste en poder analizar aquello que se ha pensado, analizado e interpretado desde orígenes disciplinarios distintos, es decir, aquello que había sido organizado de acuerdo a sus semejanzas que permitían constituirlo en objetos de conocimiento particulares, propios de cada disciplina. El desarrollo disciplinario en sí se debe en parte a esta organización cultural. Así, las expresiones culturales han sido estudiadas tanto desde la antropología y la psicología como desde la historia del arte, la crítica literaria y la semiótica. En la reconstitución de “lo cultural”, estudios basados en líneas conceptuales que no pertenecen a una sola disciplina, y cuyas funciones y significados difieren en cada una de las tradiciones, atraviesan las fronteras de los espacios y conocimientos previamente establecidos; aun así, no podemos ignorar que en tanto experiencia histórica, éstos siguen forman parte de los horizontes actuales. El reto, sin embargo, ni siquiera se limita a la coexistencia de distintas maneras de concebir la cultura (desde diversas corrientes y disciplinas, y más recientemente, desde unos estudios culturales que se definen por carecer deliberadamente de claras delimitaciones disciplinarias). El conocimiento moderno se caracteriza por sus subdivisiones y su alta especialización, de manera que agregarle otra visión más pareciera de lo más sencillo como ha mostrado, justamente, la rápida aceptación de los estudios culturales al interior de una organización académica originalmente disciplinaria. La dificultadradica en cómo observar y analizar lo que surge como algo distinto, algo nuevo y significativo desde la reestructuración del conocimiento, y atender al mismo tiempo los problemas teóricos que deriven de este nuevo potencial. La necesidad de ubicar claramente los distintos orígenes y planteamientos cognitivos requieren, en todo estudio historiográfico cultural, de un análisis crítico y autorreflexivo que forma parte tanto del horizonte cultural en que se realizan los estudios como del o de los horizontes del objeto de estudio en cuestión. Pensar la cultura en relación con los estudios históricos, historiográficos y metahistóricos se vuelve una tarea infinitamente compleja desde el momento en que el quehacer de esos tres niveles en tanto conocimiento a construir, analizar y significar, forma parte de la propia cultura. Ciertamente, eso sucede con todos los análisis e interpretaciones sociales; siempre formamos parte de lo que estudiamos –en algún momento de la modernidad reflexiva, perdimos la inocencia del presunto observador externo que no se ve afectado por sus propias prácticas. Desde el horizonte de la historiografía crítica, eso genera una serie de cuestionamientos que queremos evocar: ¿Qué perspectivas intervienen en una posible teoría de la historiografía cultural? ¿Cuáles son los aspectos a considerar? O buscando una reformulación de las preguntas desde los planteamientos y ámbitos teóricos, como líneas de investigación y problemas historiográficos: ¿Cuál es el potencial crítico, reflexivo, significativo de “lo cultural” en sus distintas acepciones? ¿Cuáles son sus posibilidades, implicaciones, contradicciones, horizontes y expectativas? Revisemos algunas de las líneas que se pueden perfilar. Giro cultural: de la autorreflexión a la institucionalización Como parte sustancial de su autorreflexión, la teoría historiográfica reubica su posición en un conjunto de tradiciones disciplinarias, discursivas y ámbitos referenciales diversos, a la vez que se considera parte constitutiva de los horizontes culturales en los que inscribe su quehacer. La problemática que se plantea en torno a las tradiciones “disciplinarias” se relaciona no sólo con la llamada historia de las ideas; la función de la teoría historiográfica referida a los procesos de construcción, organización y significación del conocimiento estructura a nivel colectivo e institucional las más diversas formas de las que dispone una sociedad para estudiarse y para pensarse a sí misma. Ante los horizontes del conocimiento académico y no académico, la existencia de una diferenciación poco precisa entre historia de la cultura, historia cultural, historiografía cultural, y aun estudios culturales, señala desde luego que las maneras en que éstas se han enfocado teóricamente en distintos momentos, se han transformado. Eso plantea preguntas concretas acerca de lo que un determinado enfoque significa para el momento de la significación; acerca de las tradiciones disciplinarias y teóricas que influyen en los distintos enfoques; acerca de cómo se problematiza el estudio de lo cultural y el espacio que ocupa la visión de la cultura en una sociedad determinada. También indaga en torno a las relaciones entabladas en y desde la cultura: en términos temáticos, en cuanto a la forma de organizar y estructurar el conocimiento, con respecto a lo que caracteriza este conocimiento, y considerando las posibilidades que tiene para producir sentido, su potencial simbólico, y las funciones socioculturales que desempeña, entre otras. En los debates de las últimas décadas han sido más que nada los estudios culturales los que aspiran a un universo que se distinga cualitativamente del que abarcan las investigaciones de los estudios históricos relacionados con la cultura. Ante la continua modificación de los conceptos de cultura y de las nociones acerca de su estudio, las corrientes más recientes ceden un espacio amplio y abierto a incursiones en los mundos de actores cada vez más diferenciados, con enfoques transdisciplinarios por un lado, y con resultados fragmentados por el otro. No pocos estudiosos responden de esta manera a la fragmentación sociocultural actual, buscando y encontrando maneras de identificarse con historias más cercanas a su propia experiencia. La reflexión teórica en torno a estos fenómenos en gran medida es tarea pendiente. Percepción y autorreflexión en la cultura del conocimiento El espacio donde el pensamiento teórico de la historiografía crítica problematiza sus condiciones y posibilidades particulares en relación con el horizonte cultural, y se convierte así en su propio objeto de estudio, permite reflexionar en torno a las distintas posibilidades de pensar y de pensarse culturalmente: lo que en ciertos momentos se ve como cultura, en otros forma parte de ámbitos distintos (desde “civilización” hasta “culturas” -en plural- llamadas “bárbaras”, “salvajes”, “primitivas”, “autóctonas” etcétera, y vistas como culturas de “los otros”). Eso permite estudiar la importancia que estas diferencias tienen para una sociedad, un grupo, una época; en relación con la estructura de los saberes, las épocas se pueden determinar y analizar por cómo se piensa una sociedad en un momento dado en comparación con la sociedad de otra época. De aquí derivan elementos indispensables para pensarse culturalmente e identificarse; una enorme relevancia tienen también aquellos elementos que son excluidos porque no parecen ser importantes, porque son vistos como característicos de otros grupos y, ante todo, porque no se quiere ser de determinada manera. Y termina uno por preguntarse desde la historiografía ¿Qué tipo de conocimiento se relaciona con qué tipo de reflexión teórica? Un problema muy importante es cómo evaluar, racionalmente y desde la autorreflexión de la teoría, una serie de fenómenos, representaciones y sobre todo experiencias colectivas que no se someten a la explicación racional; es más, donde la racionalización cognitiva elimina parte de las características fundamentales de estas experiencias, y más que nada, la posibilidad de identificarse, a partir de los conocimientos obtenidos, con el significado de estas experiencias. Sobre todo experiencias colectivas social y culturalmente traumáticas parecen resistirse a la racionalización, por lo que la autorreflexión en tomo a las condiciones del pensamiento histórico resultará fundamental. Volvamos a la importancia del análisis de los propios debates, originados desde lugares sociales e imaginarios, desde representaciones y formas de explicación e interpretación diversas, y evidentemente distintas entre sí. Y volvamos a replantear la problemática que surge de la relación entre el espacio de la experiencia y el horizonte de expectativas: de lo que se alcanza a pensar y reflexionar, y de lo que queda fuera; de lo que pierde o gana importancia y relevancia, de lo que parece tener sentido y lo que no. Por ejemplo: ¿cómo es que parte de esos debates interdisciplinarios se han percibido como pensamiento posmoderno y relativista? Sin entrar aquí al debate en torno a la modernidad
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