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LA POLITICA CULTURAL: LA DINAMICA DEL IGNORANTE ILUSTRADO, DE LA NUEVA 
ARISTOCRACIA O DEL ESTADO-FARISEO. LAS NUEVAS PROFESIONES DE LA CULTURA. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Comunicación presentada al IV Congreso Nacional de Teoría de 
la Educación 
 
 Dr. Xavier Ucar Martínez. 
 Prof. Dpt. Pedagogia Sistemàtica i Social. 
 Universitat Autònoma de Barcelona. 
 
 
 
 
 
 
"El concepto de progreso actúa como un mecanismo de protección 
destinado a defendernos de los terrores del futuro." (HERBERT, 
1991:452) 
 
 
 
En los últimos cincuenta años la cultura ha sido un concepto recurrente en los análisis sociales de los 
países desarrollados. Factores como, la evolución gestada en su conceptualización, la aparición de nuevos 
espacios y maneras de disfrutar y consumir la cultura, el nacimiento de nuevas profesiones, formas de 
expresión y estrategias de intervención alrededor de lo cultural, y las políticas culturales como 
concretización práctica de todos estos cambios, señalan la cultura como uno de los conceptos clave para 
interpretar el presente y anticipar el futuro de nuestras sociedades. 
 
En esta comunicación se pretende hacer una lectura crítica de algunas de las conceptualizaciones 
elaboradas alrededor de la cultura, en general, y de la política cultural, en particular. Así mismo, se analizan 
brevemente, también en un marco crítico, dos de las nuevas profesiones aparecidas en estas últimas 
décadas en torno a lo cultural: la animación sociocultural y la gestión cultural. 
 
 
El concepto "CULTURA" (1) y los nuevos marcos interpretativos 
 
Muchos de los estudios actuales sobre la cultura, en el ámbito educativo, toman como base la definición 
adoptada por la Conferencia Mundial sobre Políticas culturales realizada en México en 1982 (2). En ella se 
decía que la cultura es 
 
"el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que 
caracterizan una sociedad o un grupo social. Engloba además, las artes y las letras, los 
modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las 
tradiciones y las creencias". 
 
De hecho, esta es una manera de afirmar que "lo cultural" es prácticamente equivalente a "lo humano" y, en 
este sentido, coincidiría con la definición antropológica de la cultura. Es decir, todo lo que el hombre hace 
es cultura. Ésta es, sin embargo, una concepción relativamente nueva en nuestro ámbito de trabajo. 
 
Hasta la década de los sesenta la cultura era entendida como patrimonio y estaba centrada 
fundamentalmente en el campo de las artes. Es la perspectiva conocida como "cultura elitista", que 
reservaba su creación y disfrute únicamente a los iniciados. A partir de estos años, y coincidiendo con la 
creación de organismos internacionales (3), que comienzan a reflexionar sobre este tema, y con la puesta 
en marcha de toda una serie de conferencias internacionales sobre la Política cultural, esta concepción 
queda superada y se enuncia la que pretende sustituirla: la "democratización cultural". La nueva 
perspectiva entiende que la cultura es patrimonio de la humanidad y, por tanto, buscará hacerla extensiva, 
mediante estrategias de "difusión cultural", a todas las personas. Los instrumentos privilegiados para esta 
socialización de la cultura serán los medios de comunicación de masas y las industrias culturales. Pronto se 
descubre, sin embargo, que dicha democratización es un arma de dos filos: contribuye a acercar, 
ciertamente, la cultura al hombre de la calle, pero al precio de simplificarla (REVEL, 1989:49) y 
homogeneizarla, proporcionando, además, un marco apropiado para el consumo indiscriminado y alienante 
de, en muchos casos, pretendidos productos culturales. Es lo que denominamos la dinámica del ignorante 
ilustrado. La cultura como objeto de consumo es, en definitiva, una huida más que, en vez de enriquecer al 
individuo, puede despersonalizarlo ya que le facilita un camino "institucionalizado" para eludir la 
responsabilidad de organizar su propio tiempo libre (UCAR, 1992:13). 
 
ZALLO (1992:197-202) ilustra, con los siguientes fenómenos, el fracaso, en las sociedades desarrolladas, 
de los proyectos incardinados en este modelo. Fracaso generado por la propia crisis que afectó al 
denominado "Estado del "Bienestar": 
 
a) El desplazamiento objetivo de la cultura tradicional por las industrias culturales, más 
productivas y adaptables a las necesidades de mercado. Se observa, en este sentido, 
una aceleración de la privatización y mercantilización de la cultura, en detrimento de una 
concepción de aquella como servicio público, caracterizada como tal por su gratuidad e 
igualdad. 
 
b) La subordinación de las políticas de democratización cultural a los imperativos de 
reproducción económica y social, que implica, cuando no la eliminación, una limitación 
relativa del gasto cultural público y la "potenciación de la cultura escaparate vinculada a 
la política de prestigio de las ciudades" (Pág. 201). 
 
c) El aumento de la estratificación y diferenciación cultural, potenciada entre otras cosas por 
la propia estratificación formativa (en función de la relativa posesión de códigos 
culturales) de la población. En la actualidad conviven dos tipos básicos de cultura: una 
de masas, de fácil decodificación y acceso económico en la que se haya anclada la 
mayor parte de la población y, otra para élites, que requiere una formación o 
especialización previa y que resulta más gravosa desde el punto de vista económico. El 
ignorante ilustrado y el intelectual ejemplifican respectivamente ambos tipos de cultura. 
 
d) La remisión, por parte del Estado, de muchas de sus responsabilidades respecto a la 
información, cultura, entretenimiento y formación de la opinión pública a las empresas 
privadas y a las grandes corporaciones. El Estado mercantiliza también sus propias 
actividades -convirtiéndose en un poder más de los que compiten en libre mercado- y 
enfoca las temáticas culturales más como un problemas de costes y beneficios que 
como una responsabilidad sociocultural. 
 
Ante el fracaso de esta perspectiva, que se manifiesta como una extensión de la anterior, aparece un último 
planteamiento. El nuevo enfoque, generalizado en la década de los 80, será el denominado "democracia 
cultural" que entiende la cultura -más en la línea de la definición antropológica- no sólo como bien de 
consumo, sino como ámbito de desarrollo personal y colectivo (C.E., 1976: 167-171) (4). Su estrategia 
básica estará constituida por los procesos de creación cultural, perspectiva hacia la que, en principio, habría 
de orientarse cualquier intervención actualizada en el terreno de lo cultural. Ya no se trata sólo de facilitar el 
acceso a la cultura, sino de crear o proporcionar a las comunidades los medios para que puedan generarla 
en su propio seno. 
 
Lo cierto es que, en nuestros días, las tres perspectivas coexisten en el quehacer cultural de las 
comunidades y de los Estados. Si bien es cierto que la tercera aparece tímidamente y, todavía, sin una 
forma precisa. Parece, por otra parte, que dicha perspectiva tiene ante sí un arduo sendero puesto que, en 
nuestras sociedades desarrolladas, tan sólo tienen futuro aquellos proyectos susceptibles de rentabilidad 
económica. Será así la propia lógica del sistema la que muestre el camino para la democracia cultural: 
proyectos comunitarios de creación cultural que sean económicamente rentables. La pregunta es si ha de 
ser dicha lógica la que dicte el desarrollo de esta nueva perspectiva o, por el contrario, su novedad supone 
o implica otros mecanismos. Se responderá a esta pregunta a lo largo de la comunicación. 
 
 
Las políticas culturales (5) como marcos para la acción 
 
La UNESCO define la política cultural como el conjunto de operaciones, principios, prácticas y 
procedimientos de gestión administrativa o presupuestaria que sirven de base a la acción cultural de un 
Estado y reconoce, así mismo, que es privilegio de cada Estadoel definirla de acuerdo a los propios valores 
culturales y a los objetivos y opciones que considere apropiados. La política cultural es, así, gestión de 
recursos al servicio de las determinaciones estatales. Dichas determinaciones estarán definidas 
fundamentalmente por la ideología del Estado y por la forma en que ésta se incardine en el modelo de 
desarrollo imperante en la compleja red transnacional de la que ese Estado forme parte. 
 
No entraremos en el análisis de un concepto tan rico como el de ideología (6). Señalar simplemente, 
siguiendo a STEVENSON (1982), los elementos que la componen: una cosmovisión (concepción del 
mundo), una antropología (concepción del hombre), un diagnóstico (sobre la situación actual en función de 
las anteriores concepciones) y una prescripción (acciones a emprender a partir del diagnóstico). En el tema 
que nos ocupa, cualquier política cultural responde (o habría de responder) a una concepción previa sobre 
el tipo de hombre y de sociedad que se desea crear/fomentar/propiciar. Ahora bien, hablar de ideología 
aplicada a la política, implica el análisis de "aquello" que sea la política en el momento actual. Centraremos 
este análisis en dos puntos. Por una parte, el modelo de Estado en el que aquella se desenvuelve y, por 
otro, como consecuencia, en el modelo de actuación que la caracteriza. 
 
ZALLO define con precisión la nueva fórmula estatal que caracteriza al Estado democrático en el 
capitalismo desarrollado europeo: 
 
"..un modelo liberal autoritario que se caracteriza tendencialmente en lo político, 
por regular los límites de los derechos políticos y sociales en lugar de garantizarlos, 
restringir las demandas sociales, desentenderse progresivamente de la situación 
de capas sociales enteras y de la óptica asistencial, reducir los costes de 
legitimación del sistema, intervenir hasta el punto de buscar la polarización de 
todos los conflictos en el Estado mismo, instaurar el principio de gobernabilidad 
para recortar los excesos de la democracia y recurrir a los acuerdos corporativos -
acuerdos Estado, capital, sindicatos- en determinadas circunstancias mientras los 
intereses de los grandes capitales son atendidos con regularidad".(1992:200) 
 
Si, además, cada país es una pieza de un complejo engranaje de países sobre los que dicho modelo 
capitalista impera, la "lógica del Sistema" queda establecida, justificando así las actuaciones que puedan 
gestarse en su interior. Es el Estado en exclusiva quien legitima -por el propio proceso de constitución- el 
Sistema. La aristocracia política conforma un nuevo cuerpo de élite que -lejos de ciudadano- domina los 
mecanismos y conoce las estrategias apropiadas para desenvolverse con soltura en la nueva burocracia 
gestada. La tecnificación de los políticos convierte nuestras sociedades en auténticas tecnocracias. La 
dinámica de la nueva aristocracia impera en las actuales políticas. Los medios de comunicación social son 
el instrumento privilegiado para mantener al ciudadano en un estado de semi-consciencia que garantice la 
pervivencia del Sistema. 
 
El eufemismo habitualmente utilizado para definir una sociedad ultracomplejificada como la nuestra es el de 
"Sistema" (UCAR, 1992:88-91). Dentro del Sistema la ideología es subsidiaria del poder ciego del mercado 
o, quizá habríamos de decir, que los recursos económicos, la economía, constituyen la única ideología, a la 
que cualquier otra forma de pensamiento ofrece vasallaje. Con una analogía un tanto gastada: la nueva 
religión del dinero tiene por ángeles a los beneficios y por demonios a los costes. El nuevo juez es el 
balance, que genera toda una serie de determinaciones que limitan las acciones culturales o de cualquier 
otro tipo que una determinada política desee implementar. No es extraño pues, que en este estado de 
cosas haya autores que afirmen que ni la política cultural ni el desarrollo cultural preocupan realmente a los 
gobiernos. La cultura, "aparece en todos los discursos y programas de gobierno, con una importancia 
equivalente a la salsa en los menús, y aquí, con una función semejante a la guinda en un pastel." (ANDER-
EGG, 1989:110-111). Numerosos gobiernos han demostrado que los gastos socioculturales son 
prescindibles y, por tanto, suelen ser los primeros en suprimirse. La política y el desarrollo cultural implican 
pensar y actuar fundamentalmente en términos cualitativos y no en los cuantitativos que tan útiles y 
apreciados le resultan a la lógica del Sistema. Estamos, pues, en la dinámica del Estado-fariseo que, en 
aras de la gobernabilidad y del control social ofrece "la cultura" (la de los oligopolios y las grandes industrias 
culturales) para acallar al ciudadano y mostrarle que el Sistema atiende a todo y se preocupa por él y su 
desarrollo. Ahora bien, la cultura ofrecida es siempre el medio -nunca una finalidad por sí misma- para 
colocarse medallas y asegurar su permanencia en el poder; su auténtica y última finalidad. 
 
Quizá la consecuencia más clara de las anteriores reflexiones es que, en realidad, no parece haber 
perfilado en las actuaciones políticas un modelo de hombre o un modelo de sociedad a no ser el de un 
HOBBES actualizado. Ahora bien, esta situación política que supone un importante desgaste social que se 
manifiesta en estados de apatía, falta de participación, alejamiento, privacidad, falta de solidaridad y deseos 
de dedicarse sólo a los propios asuntos, genera también la aparición de nuevos movimientos sociales. El 
surgimiento de los llamados "nuevos movimientos sociales", alejados todavía hoy de la aristocracia política 
y con una función, al decir de DIAZ-SALAZAR (7), más pedagógica que estrictamente política y, así mismo, 
la propia dinámica social han ido generando una progresiva preocupación por la problemática de la cultura. 
Lo cierto es que existe una conciencia generalizada de que la cultura es necesaria, aunque en muchos 
casos, siga siendo más considerada como medio que no como finalidad. Ha sido esta conciencia, entre 
otros factores, la que ha generado no sólo una preocupación internacional alrededor de la cultura, sino 
también la aparición de nuevas profesiones que la tienen como sujeto. 
 
El 21 de Enero de 1988, ahora hace cinco años, la Asamblea general de las Naciones Unidas iniciaba 
oficialmente el "Decenio mundial para el desarrollo cultural". Los objetivos propuestos para dicho decenio 
eran (TOHME, 1992:9): 
 
 1. Considerar la dimensión cultural del desarrollo. 
 2. Afirmar y enriquecer las identidades culturales. 
 3. Ampliar la participación en la vida cultural. 
 4. Promocionar la cooperación cultural internacional. 
 
Analizaremos brevemente estos objetivos: 
 
1. Considerar la dimensión cultural del desarrollo. Sin duda ésta es una definición pragmática que 
entiende el desarrollo -a partir de los modelos generalizados en los 60- como desarrollo 
económico. Así mismo, el término "dimensión cultural" obedece a una concepción de la cultura 
como arte, como factores, dimensiones, elementos o facultades creativas, artísticas. Sólo así 
una formulación tal se hace inteligible. La dimensión cultural es un medio más para el objetivo 
final: el desarrollo (¿qué desarrollo?). Ahora bien, en la definición antropológica aportada, el 
desarrollo no es sino un aspecto de la cultura. Desde nuestro punto de vista, seguimos dentro 
de la lógica del sistema, en el marco del Estado-fariseo. Es necesario cambiar de paradigma: lo 
cultural nunca puede ser la píldora que nos haga tragar más fácilmente planteamientos 
claramente economicistas. 
 
2. Afirmar y enriquecer las identidades culturales. Parece, ciertamente un objetivo loable. En mi 
perspectiva, sin embargo, es necesaria una revisión a fondo de lo que define e implica este 
concepto. El de identidad cultural es un concepto excluyente, fruto siempre de la confrontación. 
Es cierto que no hay cultura sin conciencia de cultura, pero también lo es que no hay nada más 
peligroso que conciencia de cultura sin unaverdadera formación que la fundamente. La 
xenofobia y los abundantes ejemplos de racismo son una buena prueba de esta afirmación. Es 
necesario definir un nuevo concepto que apele más a las semejanzas que a las diferencias 
entre las diversas culturas, puesto que podemos hablar, sin duda, de un sustrato cultural común, 
más allá de las identidades específicas. Dicho concepto es, así mismo, dinámico, nunca 
estático, lo cual quiere decir que su esencia está constituida por el perpetuo cambio, siempre 
por influjo del resto de identidades con las que tiene contacto. Los discursos que abogan por 
preservar una "pretendida" identidad cultural son conservadores, quieren parar la historia para 
afirmar algo que, en realidad, es simplemente una construcción mental producto bien de un 
complejo de inferioridad, bien de un deseo de dominio (8). Insistimos, por otra parte, en que es 
la formación personal y comunitaria el camino más apropiado para la consecución de una 
cultura compartida. 
 
3. Ampliar la participación en la vida cultural. Quizá éste sea el más claro y, a la vez, el más 
complejo de los objetivos a conseguir. Se participa en la vida cultural no sólo pintando cuadros 
o yendo al cine, sino relacionándose, asociándose y compartiendo con los miembros de los 
grupos sociales la propia vida, las decisiones y los proyectos. También para esto es necesario 
romper la lógica del sistema que nos impulsa a la privacidad y al individualismo narciso. Dice 
SABATER (MORA, 1992:14) que el individualismo es "el producto social más evolucionado 
hasta la fecha". Afirma que muchos de los males del presente provienen del gregarismo y que 
"el objetivo del verdadero individualista es lograr una ciudadanía abstracta, no basada en la 
pertenencia sino en la participación". La participación es claramente la auténtica estrategia de 
la "democracia cultural" y, en consecuencia, de cualquier proyecto de "creación cultural". 
 
4. Promocionar la cooperación cultural internacional. Pero siempre en el paradigma de la creación 
cultural, que supone que esta cooperación no sólo ha de darse entre gobiernos, alejados de las 
auténticas necesidades y deseos de los ciudadanos, ni sólo entre las sociedades del mismo 
nivel de desarrollo, sino entre comunidades, que son las que, en último extremo, generan la 
cultura. 
 
Todas estas reflexiones parecen al final una especie de "carta a los reyes magos", puesto que el Sistema 
es un macroorganismo con una muy notable capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes y 
también con una gran capacidad de integración de las ideas nuevas. En esta línea, los últimos análisis que 
realizamos alrededor de las nuevas profesiones socioculturales surgidas en las últimas décadas. 
 
 
 
 
Las nuevas profesiones de la cultura 
 
Las primeras intervenciones socioculturales que se produjeron, ahora hace cuatro décadas, en nuestro 
mundo desarrollado, han sido caracterizadas como un "producto de la necesidad". Efectivamente, fueron 
los propios grupos sociales los que, ante situaciones de déficit o problemática comunitaria, asumían el 
riesgo de responder con acciones espontáneas y, con frecuencia, faltas de técnica, sistematismo o eficacia. 
Sin abandonar este ámbito "de la necesidad" se habla también ahora de la intervención en el denominado 
"reino de la libertad" (TRILLA, 1992), es decir, también en aquellos ámbitos que, más allá de las 
necesidades perentorias de los sujetos, posibilitan un mayor crecimiento o desarrollo cultural. Ambos 
terrenos son cultura y alrededor de ella se han desarrollado, fruto de aquellas primeras intervenciones, las 
profesiones de las que a continuación hablaremos: la animación sociocultural y la gestión cultural o, lo que 
constituye su extensión más actualizada, la ingeniería cultural. 
 
Es a partir de los 80 que en España se empiezan a generalizar la animación cultural y la sociocultural como 
formas específicas de intervención sobre las comunidades. Al principio ambas, indiferenciadas, constituyen 
la respuesta de los ayuntamientos democráticos y de la sociedad civil a las problemáticas generadas en las 
comunidades. El paso de los años hace, sin embargo, que vayan diferenciándose, por influjo, sobre todo, 
de la corriente francófona, en la que la animación cultural constituye una rama diferenciada de la 
intervención que tiene por objeto "facilitar el encuentro entre las obras de arte y el público" (BESNARD, 
1990:123). 
 
En nuestro contexto, la animación cultural, basada, en principio, en procesos de difusión cultural, 
evoluciona hacia la denominada gestión cultural. Según sus defensores, viene a sustituir a la animación 
sociocultural o constituye, propiamente, la verdadera animación sociocultural. Como afirma DELGADO: 
 
"Gestionar la cultura es gestionar el proyecto entre conflictos surgidos de 
iniciativas creativas (y, como tales, frecuentemente particularistas, 
centrífugas e individualistas) y las exigencias del territorio, que obligan a 
una visión de conjunto de las necesidades de participación, cooperación 
y solidaridad." (1989:101) 
 
Este conflicto se manifiesta -sigue diciendo el autor- bien en el mercado, sometido a las leyes de la oferta y 
la demanda, bien en la administración pública, compitiendo por lograr una sustanciosa parte de los recursos 
disponibles. 
 
Engarzada en este mismo discurso y como la evolución última de la gestión cultural, aparece muy 
recientemente la ingeniería de la cultura, que se define como "la utilización racional del conjunto de 
dispositivos a nuestro alcance con el fin de plasmar proyectos culturales" (HERNANDEZ, 1989a:35). Se 
dice, así mismo, que ésta es la propuesta técnica de la gestión cultural para las exigencias de la nueva 
circunstancia, en la que se le va a pedir, como precio de supervivencia, que genere riqueza (HERNANDEZ, 
1989b:23). Como podemos observar la lógica del sistema sigue fagocitando iniciativas y con esto no 
pretendemos negar, de ninguna manera, el inmenso valor socializador de la cultura que dichas iniciativas 
representan; ni pretendemos negar tampoco que sean necesarias. Quizá la pregunta que nos hacemos, en 
el marco de la sospecha foucaultiana, es ¿Cuál es la razón que justifica "el claro y sólido dominio de la 
gestión cultural sobre el resto de las formas de acción sociocultural.."? (HERNANDEZ, 1989b: 18). ¿No 
será que, tanto una como otra, juegan o entran dentro de los más preciados parámetros del sistema? 
 
La animación sociocultural, por su parte, es entendida como: 
 
"un proceso de intervención socioeducativa en una comunidad 
delimitada territorialmente que tiene por objeto convertir a sus miembros, 
individual y socialmente considerados en sujetos activos de su propia 
transformación y la de su entorno de cara a la consecución de una 
mejora sustantiva en su calidad de vida." (UCAR, 1992:37) 
 
Ciertamente, la animación sociocultural, aún dentro del Sistema, constituye una estrategia interventiva 
mucho menos ambiciosa que la anterior. También ha sido una iniciativa fagocitada: su institucionalización 
por parte de la universidad es el más claro exponente. Aún así, pretende no seguirle el juego al Sistema. 
Bien al contrario, opta claramente por la utopía (difícilmente mercantilizable, la verdadera, no la ligth que 
nos ofertan las mismas industrias culturales) en el marco del paradigma de la creación cultural. 
 
La animación sociocultural, al contrario que la gestión cultural, es una profesión concreta y claramente 
ubicada dentro del ámbito educativo. Eso, por si mismo, ya marca una diferencia considerable respecto a la 
anterior. Como aquella, estará determinada por la política cultural correspondiente, pero el margen de 
acción será mayor puesto que sus resultados no se medirán tanto en términos de riqueza, como de valor 
educativo, de contribución a la cultura comunitaria. Más aún, si aquella se centra en la cultura como 
producto (de creación difusión e intercambio), ésta se centra en las relaciones humanas como intercambio ypuesta en común de la cultura (UCAR, 1992:55), lo que le permitirá disponer de circuitos de distribución 
alternativos a los del mercado. 
 
Difícilmente -aventuro para terminar- hubiera sobrevivido como metodología de la intervención de no mediar 
dicha institucionalización; justamente, por lo poco sospechosa que resulta de mercantilización. Tal vez el 
mayor peligro para la animación sociocultural, de caer en la lógica del Sistema, devenga de su utilización, 
denunciada por numerosos autores, como instrumento de control social. Este, sin duda, constituye el gran 
reto de los animadores. 
 
 
B I B L I O G R A F I A R E F E R E N C I A D A 
 
 
ANDER-EGG, E. (1989) "Acerca del concepto de desarrollo cultural", pp. 107-123, en V.V.A.A. Procesos 
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BESNARD, P. (1990) El animador sociocultural. Ed. Grup Dissabte. Valencia. 
BUNGE, M. (1985) Seudociencia e ideología. Ed. Alianza universidad. Madrid. 
COLLETTI, L. (1982) La superación de la ideología. Ed. Cátedra. Madrid. 
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GARCIA CARRASCO, J. (1985) "Ideología y discurso pedagógico", pp. 55-75, en V.V.A.A. 
Condicionamientos sociopolíticos de la educación. Ed. Ceac. Barcelona. 
HERNANDEZ, A. (1989a) "De la animación sociocultural a la ingeniería de la cultura", pp. 25-38, en V.V.A.A. 
Procesos sociales y participación. Ed. Popular. Madrid. 
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LOPEZ HIDALGO, J. (1992) Los servicios sociales. Ed. Narcea. Madrid. 
MORA, R. (1992) "Entrevista a Fernando Sabater: pensar el presente." Pp. 14-15, en El país. Suplemento 
Babelia. 12 de Diciembre. 
REVEL, J.F. (1989) El conocimiento inútil. Ed. Planeta. Barcelona. 
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TOHME, G. (1992) Développement culturel et environement. Ed. UNESCO. Genève. 
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en SARRAMONA, J. (Ed.) La educación no formal. Ed. Ceac. Barcelona. 
UCAR, X. (1992) La animación sociocultural. Ed. Ceac. Barcelona. 
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ZALLO, R. (1992) El mercado de la cultura. Ed. Hirugarren Prentsa. Donostia. 
 
(1) Tratamos simplemente de tomar un punto de partida para el análisis. Este concepto ha sido tan 
ampliamente estudiado que resultaría absurdo intentar abordarlo en un marco tan limitado como el de esta 
comunicación. 
(2) La misma Conferencia Internacional de Educación (43ª Reunión) realizada en Ginebra en el marco de la 
UNESCO en setiembre de 1992 y centrada en el tema "Cultura y Educación" la toma como punto de partida. 
(3) El Consejo de Europa en 1949 y el Consejo de Cooperación cultural en 1962, entre otros. 
(4) Cfr. VENTOSA, 1989:72. Para un análisis más en profundidad de estos cambios ver el artículo citado de 
VENTOSA y también UCAR 1992. 
(5) En 1970 se celebró en Venecia la primera conferencia mundial sobre la política cultural. Desde entonces 
se han organizado periódicamente y en los cinco continentes diversas conferencias para tratar sobre la 
cultura. Generalmente aquel año suele tomarse como referencia para señalar el comienzo de la 
preocupación administrativa tanto por la política cultural como por el llamado "desarrollo cultural". 
(6) Se apuntan las fuentes en que nos basamos para el análisis, puede consultarse: COLLETTI, 1982; 
GARCIA CARRASCO, 1985; BUNGE, 1985; STEVENSON, 1988; UCAR, 1992. 
(7) Cfr. Pag. 101, LOPEZ HIDALGO, 1992. 
(8) Lo cual no implica, de ninguna manera, que estemos en contra de que las culturas en conflicto u 
oprimidas luchen por mantener sus especificidades. Bien al contrario, dicha lucha forma también parte del 
modelado cultural que la historia ejerce en su imparable vía hacia una "cultura del hombre" particularizada 
en el ámbito de lo local.

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