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Psicología Social y Psicología Positiva:
algunas reflexiones
FEDERICO JAVALOY1, J. FRANCISCO MORALES2, SAULO FERNÁNDEZ2 Y
ALEJANDRO MAGALLARES2
1Universidad de Barcelona; 2Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
Resumen
La Psicología Positiva abre nuevas avenidas de investigación y teoría para todas las áreas de la Psicología, la Psico-
logía Social incluida, disciplina que, salvo excepciones (como el caso de Peter Suedfeld, que se describe brevemente), ha
prestado escasa atención a los aspectos positivos de la interacción social. Como ejemplo del valor de la posible aportación de
la Psicología Positiva a la Psicología Social, se propone el estudio de la exclusión social, en un intento de mostrar cómo
cambia su comprensión cuando se la analiza bajo la óptica de la Psicología Positiva. Se finaliza con unas reflexiones
generales sobre la forma en que Psicología Positiva y Psicología Social pueden colaborar mutuamente y complementarse
para lograr sus respectivos objetivos.
Palabras clave: Exclusión social, indomabilidad, psicología positiva, psicología social.
Social Psychology and Positive Psychology:
Some reflections
Abstract
It is generally acknowledged that Positive Psychology opens new avenues of theory and research for many areas of
Psychology. The aim of this paper is to show that this also applies to Social Psychology, a discipline which, to date, has
given scarce attention to positive features of social interaction. There are a few exceptions, though, and one of the most
significant ones (P. Suedfeld’s work) is briefly reviewed. In addition, and in order to prove that Positive Psychology’s
contribution is really valuable to Social Psychology, a classic psychosocial topic (social exclusion) is selected to show how
we can improve our understanding of it by taking the perspective of Positive Psychology. Finally, some suggestions are
made as to different ways of fostering mutual collaboration between Positive Psychology and Social Psychology.
Keywords: Social exclusion, indomitability, positive psychology, social psychology.
Correspondencia con los autores: Federico Javaloy. Facultad de Psicología. Universidad de Barcelona. Passeig de la Vall
d’Hebron, 171 08035 Barcelona. Tel: 93 3125179 Fax: 934021336 e-mail: fjavaloy@ub.edu
Original recibido: 12/01/2011. Aceptado: 25/04/2011
© 2011 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0213-4748 Revista de Psicología Social, 2011, 26 (3), 345-355
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http://crossmark.crossref.org/dialog/?doi=10.1174%2F021347411797361301&domain=pdf&date_stamp=2011-01-01
La Psicología Positiva, que emerge con fuerza bajo el liderazgo de Seligman, ha
conseguido interpelar al conjunto de la Psicología de corte tradicional. Se trata,
como señala este mismo autor (1998, 2003), de una ambiciosa empresa orientada,
fundamentalmente, a estructurar una red de investigación en torno a tres grandes
núcleos o pilares: el estudio de las emociones positivas, el estudio de la “personali-
dad positiva” y la promoción de los “grupos positivos”. De la afirmación de Selig-
man, según la cual este último pilar ha de estar ubicado dentro del ámbito de la
Sociología, parece desprenderse que se niega a la Psicología Social cualquier papel o
responsabilidad en el desarrollo de la nueva empresa de Psicología Positiva. 
Resulta irónico, en este contexto, que un número creciente de psicólogos socia-
les, entre los que se encuentran los autores de este artículo, venga mostrando un
creciente interés por la Psicología Positiva. Ello implica reconocer que, al margen
de las afirmaciones de Seligman, por lo menos para estos psicólogos sociales, el
acercamiento de la Psicología Social a los planteamientos de la Psicología Positiva
se revela como algo necesario. Para empezar, resulta ineludible averiguar si es cierto
que, como sospechan muchos autores (véase Krueger y Funder, 2004), la Psicología
Social se caracteriza por una orientación predominantemente negativa. Si ello fuera
cierto, habría que analizar si una orientación positiva de la disciplina es posible y
cómo se podría lograr. Sería igualmente conveniente examinar si existen, entre las
contribuciones más destacadas de la disciplina, algunas elaboradas desde un enfo-
que positivo. Estas y otras cuestiones asociadas recogen los ideales expresados por
Seligman en su formulación y constituyen un intento de llevarlos a la práctica en el
terreno propio de la Psicología Social. Nuestro artículo pretende ser un paso en esta
dirección.
En este sentido, el trabajo reciente de Ross, Lepper y Ward (2010, p. 4) repre-
senta una visión alternativa a la de Krueger y Funder. Según Ross et al., la historia
de la Psicología Social gira en torno a tres grandes tópicos: procesos grupales (inter
e intra), actitudes (opiniones y creencias) y percepción social, cada uno de ellos
compuesto, a su vez, por una amplia variedad de subtópicos. Cuando se examinan
las aplicaciones realizadas por la disciplina en diversos ámbitos, por ejemplo, psico-
logía política, psicología de la salud, psicología industrial, psicología ambiental,
psicología educacional y psicología jurídica, se aprecia la presencia en todas ellas de
los tres tópicos mencionados (2010, p. 5). 
Algunos de estos tópicos son negativos, como el conflicto entre grupos, el auto-
ritarismo y dogmatismo y ciertos sesgos como el error último de atribución. Otros,
en cambio, son positivos. Cabe citar entre estos últimos la cooperación entre grupos
y la búsqueda de la productividad por medio de la interacción grupal, el cambio de
actitudes y la reducción del prejuicio y sesgos como el optimismo y el autoensalza-
miento. En resumen, del análisis histórico de Ross et al. (2010) se deduce que en el
contenido de la investigación y teorización psicosocial coexisten elementos positi-
vos junto a los negativos.
Del estudio de los aspectos negativos, la Psicología Social consigue extraer ense-
ñanzas positivas (como apuntó acertadamente un revisor de una primera versión de
este trabajo). Así, el conocido trabajo de Asch (1951) sobre la presión de grupo es
una fuente de enseñanzas sobre la independencia de juicio, el de Sherif y Sherif
(1953) sobre el conflicto en los campamentos de verano abre un camino hacia la
cooperación a través de la introducción de metas supraordenadas y los estudios de
Lewin sobre los climas de liderazgo negativos (autoritario, laissez-faire) muestra la
importancia de la buena relación entre líder y miembros de grupo.
Como se puede apreciar, el trabajo de Ross et al. (2010) arroja conclusiones muy
diferentes al de Krueger y Funder (2004), aunque la pretensión de ambos es hacer
un balance de la investigación y teorización psicosocial. No debería resultar extraña
esta situación, ya que en el mismo número de la revista en el que Krueger y Funder
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publican su trabajo hay varios autores que ponen reparos a la totalidad o a parte de
sus afirmaciones. A modo de ejemplo, Dunning (2004, pp. 332-333) señala que un
principio básico en ciencia exige de una revisión equilibrada de la literatura cientí-
fica que recoja todos los datos relativos a la cuestión revisada. No sería equilibrada,
por tanto, una revisión que se empeñase en realizar muestreos selectivos para sesgar
los argumentos y favorecer de forma apriorística a una posición frente a otra. Pero,
afirma Dunning, es evidente que Krueger y Funder violan dicho principio, ya que
dan un mayor énfasis a ciertas cuestiones y, al mismo tiempo, pasan por alto o fin-
gen ignorar otras, precisamente las que contradicen sus afirmaciones. Entre otras
cosas, Krueger y Funder parecen olvidar que señalar las imperfecciones de las per-
sonas de manera que pudiera contribuir a mejorarlas es algo positivo. 
Por otra parte, Epley, Van Boven y Caruso (2004, también en el mismo número
de la revista) argumentan que, hablar de las cogniciones sociales correctas o inco-
rrectas o buenas o malas suponecentrarse en los resultados del juicio y olvidar los
procesos mentales que los producen. Es decir, centrarse con exclusividad en los
resultados de cualquier tipo, sean estos positivos, negativos o neutrales, tiende a
inhibir el desarrollo teórico ya que los resultados de los procesos mentales comple-
jos dependen inevitablemente del contexto y sólo son inconsistentes de manera
superficial. 
Las consecuencias de la orientación negativa, en resumen, convierten la psicolo-
gía en una “ciencia de la victimología” en la que el modelo de ser humano (o creen-
cias sobre la “naturaleza humana”) desemboca en la idea de que somos seres “reacti-
vos” ante situaciones. A esta visión se contrapondrá en una sección posterior el
“homo invictus” de Suedfeld. 
La orientación negativa de las ciencias sociales
Seligman, al denunciar con dureza la marcada orientación negativa de la Psicolo-
gía (2003, p. 350), pone mucho cuidado en precisar que la Psicología no es la única
disciplina que adolece de este defecto. Al contrario, el sesgo negativo contamina
también, en su opinión, a la Sociología, las Ciencias Políticas, la Antropología y
otras Ciencias Sociales (entre las que se supone que estaría, aun sin mención expresa
por su parte, la Psicología Social). La prueba de las afirmaciones anteriores cree
encontrarla Seligman en el gran número de investigaciones emprendidas por estas
ciencias sobre el racismo, el sexismo, la manipulación política, entre otras muchas
de marcado carácter negativo. Todas ellas descuidan el estudio de aquellas formas
de pensar y actuar que permitirían mejorar la calidad de vida de los seres humanos.
En un intento de extraer consecuencias de la formulación de Seligman para la
Psicología Social, Krueger y Funder (2004) abordan de manera focal la pregunta
acerca de la posible tendencia negativa de la Psicología Social. Su detallado recorri-
do por la investigación psicosocial dominante sobre los sesgos cognitivos los lleva a
concluir que la Psicología Social adopta, en efecto, un enfoque rotundamente nega-
tivo. Confirman, por tanto, las opiniones de partida de Seligman sobre la orienta-
ción negativa de las Ciencias Sociales y les proporcionan un respaldo importante
desde el campo propio de la Psicología Social.
Aunque la posición de los autores de este artículo no coincide con la de Krueger
y Funder (2004) por múltiples razones (que en el fondo se resumen en una: la visión
de la disciplina, que, en el caso de Krueger y Funder se reduce sin más al estudio de
los sesgos cognitivos y, en el nuestro, es mucho más amplia), no entraremos en
polémica con estos dos autores y optaremos por señalar los aspectos positivos pre-
sentes y futuros de la Psicología Social. Con respecto a los primeros, nos referiremos
al trabajo de un destacado psicólogo social (Suedfeld, 1997a), cuya obra representa
un claro ejemplo de utilización del enfoque positivo dentro de la disciplina. Por lo
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que respecta al futuro, señalaremos algunas líneas de investigación en las que se
está trabajando e intentaremos mostrar cómo se puede estudiar la exclusión social
desde una perspectiva de Psicología Positiva. Comenzaremos refiriéndonos a algu-
nas áreas positivas que están emergiendo en la actualidad.
Áreas emergentes positivas en psicología social
Vale la pena señalar que dentro de la Psicología Social, han ido cobrando impor-
tancia recientemente algunas áreas emergentes de claro signo positivo, como la psi-
cología social de la salud, la calidad de vida y el bienestar, o la psicología comunita-
ria, que también se va impregnando de conceptos positivos, como “empowerment”
(“fortalecimiento” o “capacitación”), desarrollo comunitario o apoyo social.
Es posible apuntar algunas vías futuras en esa misma dirección positiva. Para
empezar, sería necesario promover estudios en positivo en los distintos ámbitos de
la interacción social. En sus estudios sobre la influencia del contexto social sobre las
personas, la Psicología Social ha abordado una variedad de niveles de interacción
(interpersonal, grupal, organizativo, comunitario y societal). Cada uno de ellos
puede generar campos de investigación tales como relaciones positivas, grupos
positivos, organizaciones positivas, comunidades positivas y sociedades positivas.
Este apartado conecta con uno de los que Seligman llamó “pilares de la Psicología
Positiva”. 
A ello habría que añadir el fomento, desde la Psicología Social, del estudio del
bienestar y la felicidad. Aunque, a primera vista, la cuestión de la felicidad, como
ámbito que se ocupa de las emociones positivas y de la satisfacción personal con la
propia vida, parece ser ajeno a la psicología social, una mirada más atenta (Javaloy y
Rodríguez Carballeira, 2010) permite observar que la disciplina que estudia la
influencia del contexto social sobre la persona debería interesarse también por las
condiciones sociales de la felicidad personal. Otra razón que acerca Psicología
Social y felicidad es que las relaciones interpersonales y la conducta solidaria consti-
tuyen factores clave de la felicidad (Javaloy, Páez y Rodríguez, 2009).
En la misma línea estaría la promoción de sinergias con cuestiones desarrolladas
por la Psicología Positiva de claro signo psicosocial. Nos referimos a una amplia
variedad de cuestiones de gran valor humano tratadas, en términos generales, con
rigor científico. Pueden servir de ejemplo desde las investigaciones sobre las forta-
lezas –destacando la gratitud, el perdón y la esperanza– hasta las que analizan los
efectos sobre el crecimiento personal y la resistencia en acontecimientos trágicos,
traumáticos, como los atentados terroristas del 11-S y del 11-M (por ejemplo,
Jiménez, Páez y Javaloy, 2005; Páez, Bilbao y Javaloy, 2008; Vázquez, Pérez-Sales
y Hervás, 2008).
El interés para la psicología social del enfoque positivo se evidencia al abordarse
fenómenos como el de la resiliencia, o capacidad para resistir y recuperarse en situa-
ciones adversas ya que su origen es netamente psicosocial: es resultado de la inte-
racción entre el individuo y su contexto social, por lo que no puede ser visto en
absoluto como un rasgo puramente individual (Manciaux, Vanistendael, Lecomte y
Cyrulnik, 2001). Este mismo carácter social se observa en algunos factores que pro-
mueven la resiliencia como el vínculo con los padres o cuidadores y el apoyo social
(Bonanno, 2004).
Se trataría igualmente de poner en marcha iniciativas concretas de una Psicolo-
gía Social positiva. Ha habido algún intento de construir una Psicología Social
Positiva, a partir de constructos positivos de naturaleza psicosocial, como el vínculo
interpersonal. Es el caso de Mikulincer, que, recientemente, ha realizado un trabajo
en colaboración con Shaver, en el que conceptualiza el sentido de seguridad adqui-
rido en el estilo de apego como un recurso interior y lo relaciona con una variedad
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de comportamientos sociales. El trabajo lleva un título significativo y con preten-
siones: “Mental representations of attachment security: Theoretical foundation for
a positive social psychology” (Mikulincer y Shaver, 2005). 
Por último, no cabe olvidar el desarrollo de las “instituciones positivas”. Esta
expresión la utiliza Seligman (1998, 2003) para referirse a los grupos o comunida-
des de carácter “positivo”, es decir, los que están dirigidos a promover la realización
del ser humano, sus fortalezas personales, y, por tanto (según la teoría de Seligman),
destinados en última instancia a promover la felicidad como meta final. El citado
autor considera que estas instituciones o comunidades son “el tercer pilar de la Psi-
cología Positiva”, el genuinamente social, que tiene implicaciones en los otros dos,
dado que, en las comunidades positivas, será más probable que las personas posean
los rasgos individualespropios de una personalidad positiva y que experimenten
asimismo con mayor frecuencia e intensidad emociones positivas.
La orientación positiva: psicología de “invictus”
Suedfeld es uno de los veinticinco psicólogos sociales eminentes incluidos en el
libro de McGarty y Haslam “El Mensaje de la Psicología Social” (1997a). De forma
muy significativa, la aportación de Suedfeld a dicho volumen lleva el título “La
Psicología Social de “Invictus”: enfoques conceptuales y metodológicos de la indo-
mabilidad” (1997a) y en ella critica la tendencia de la Psicología a enfatizar las con-
secuencias negativas de muchas experiencias a las que se enfrentan las personas.
Cita, entre estas, las siguientes, “divorcio, enfermedad, pobreza, desempleo, perte-
nencia a un grupo étnico minoritario, emigración” (1997a, p. 329). 
Centrar la atención exclusivamente en los aspectos negativos de estas experien-
cias es, según Suedfeld, inadecuado científicamente, porque equivale a pasar por
alto los hechos positivos de la vida humana, también descubiertos por la psicología,
como “el valor físico, la abnegación, altruismo, resiliencia, afrontamiento exitoso,
autoeficacia, resistencia y salutogénesis” (Suedfeld, 1997a, p. 329). Además, tiene
consecuencias indeseables, ya que se suele convertir en una profecía que se cumple a
sí misma: si a las personas se les sugiere que no van a ser capaces de afrontar las
experiencias negativas, probablemente no se esforzarán siquiera en intentarlo. La
propuesta de este autor es que esas experiencias negativas, por muy perjudiciales
que puedan resultar, tienen también la virtualidad de servir como base para conse-
guir fortalezas, comprensión e, incluso, para dotar de sentido a la propia vida. 
Para demostrarlo, Suedfeld ofrece evidencia experimental, cuasiexperimental y
correlacional.
El mito de la privación sensorial
La evidencia experimental procede de sus inicios como investigador. Se aceptaba
generalmente que la privación sensorial era profundamente desequilibrante y per-
judicial. Según propia confesión, el propio Suedfeld se sometió a la experiencia y la
abandonó antes de las cuatro horas. Pese a todo, sospechaba que era imposible que
la privación sensorial por sí sola fuese capaz de producir los efectos perjudiciales. Si
las personas solemos pasar alrededor de ocho horas durmiendo y relajadas en un
entorno oscuro y silencioso, razona Suedfeld, es difícil entender cómo algunas horas
más en un ambiente similar pueden producir unos efectos tan extremos.
Formuló, para superar esta dificultad una interpretación alternativa: los efectos
se debían a las instrucciones que se daban a los participantes antes de entrar en la
cámara insonorizada y oscura. De hecho, dentro de la cámara el lugar predominante
lo ocupaba el llamado botón del pánico (“panic button”). Además, se advertía a los
participantes que muy probablemente iban a experimentar sensaciones extrañas y
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se les hacía firmar un consentimiento informado por el que exoneraban al experi-
mentador de cualquier posible daño que resultase de la experiencia.
Para confirmar sus sospechas, Suedfeld decidió cambiar el procedimiento están-
dar utilizado. Permitió a los potenciales participantes que se familiarizaran con la
cámara, se la mostró con las luces encendidas antes de entrar, eliminó el botón del
pánico y el consentimiento informado y modificó las instrucciones para que resul-
tasen tranquilizadoras para los participantes. En estas condiciones, la experiencia
de privación sensorial resultaba “placentera y profundamente relajante”, en pala-
bras del propio autor (Suedfeld, 1997a, p. 330). Más aun, Suedfeld convirtió la
cámara de privación sensorial en una técnica de estimulación ambiental restringida
(REST, por sus siglas en inglés, Restricted Environment Stimulation Technique)
que en la actualidad se utiliza para el manejo del estrés.
Estudio sobre los supervivientes del Holocausto
Suedfeld realizó un estudio cuasiexperimental para apuntalar su tesis del carác-
ter “indomable” del ser humano. En este estudio participaron 45 supervivientes del
Holocausto y un grupo de comparación de 21 judíos que no habían sufrido la per-
secución Nazi (Cassel y Suedfeld, 2006). Se les pidió que contestasen a una serie de
cuestionarios que medían variables relacionadas con aspectos negativos o traumáti-
cos pero también con aspectos relacionados con la salutogénesis. En una clara con-
firmación de la postura de Suedfeld, el grupo de supervivientes del Holocausto
puntuó más alto en las medidas de salutogénesis. Además, el hecho de hablar de su
experiencia del Holocausto producía más beneficios que perjuicios a estos partici-
pantes. En conjunto, los resultados indican que “las consecuencias a largo plazo de
un trauma, por muy profundo que este sea, pueden incluir un incremento de la
fuerza y del crecimiento personal” (Cassel y Suedfeld, 2006, p. 212). 
La adaptación a las regiones polares
El estudio correlacional lo realiza Suedfeld sobre las expediciones científicas al
Ártico. Realiza análisis de los diarios de los exploradores y navegantes, que mues-
tran lo contrario a la creencia popular que habla de problemas de irritabilidad,
ansiedad, depresión, aburrimiento y sentimientos de pérdida del hogar y de lejanía.
Pero no es eso lo que aparece en los diarios. Lo que realmente se ve en ellos es “for-
taleza, perseverancia, ingenio y camaradería. Muchos trabajadores en el polo desa-
rrollan un fuerte vínculo emocional con el lugar, vuelven tan a menudo como pue-
den y expresan un gran malestar cuando se les pide que imaginen que no van a
poder volver más” (Suedfeld, 1997a, p. 331; véase también Johnson y Suedfeld,
1995; Mocellin y Suedfeld, 1991).
Estos estudios, y otros resumidos en el capítulo del libro de McGarty y Haslam
(Suedfeld, 1997a), han abordado cuestiones muy diferentes y utilizado métodos y
técnicas igualmente diferentes. Pero todos coinciden en apoyar la tesis salutogénica
y positiva del autor.
La psicología positiva frente a la exclusión social
La Psicología Positiva es una empresa abierta al futuro que empieza a dar sus
primeros frutos. Su tercer gran pilar es, como ya se ha apuntado, la promoción de
los “grupos positivos”. Eso la convierte, a nuestro juicio, en una base idónea para
estudiar la exclusión social. Un grupo positivo será aquel que acepte a todos sus
miembros, que los incluya a todos, como señala la definición de Crawford (2003):
inclusión social es “participar como iguales valorados en la vida social, económica,
política y cultural de la comunidad (es decir, en situaciones societales valoradas).
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(La comunidad puede ser una comunidad de lenguaje, cultura, interés o experiencia
común, por ejemplo, la comunidad de sordomudos, la comunidad de las seis nacio-
nes, la comunidad china). Inclusión es, por tanto, estar involucrado en relaciones
interpersonales de confianza, aprecio y respeto mutuo en el nivel familiar, de igua-
les y comunitario”. Es evidente que en la situación actual de todas las sociedades la
plena inclusión es un objetivo lejano.
El intento de abordar el estudio de la exclusión social desde la perspectiva de la
Psicología Positiva parece un desafío al sentido común. Deja de serlo y se convierte
en un intento razonable una vez que se ha profundizado en el estudio de la exclu-
sión social desde la perspectiva de la víctima. De hecho, si bien es cierto que existen
escasos estudios que relacionen la exclusión social con la psicología positiva, cabe
citar algunos trabajos que hacen referencia al afrontamiento del estigma en gays y
lesbianas (Barrientos, 2010; Meyer, 2003).
Dicho de otro modo, la investigación sobre la exclusión basada en el estigma
consiguió hace ya bastante tiempo desprenderse de la llamada hipótesis de la
“marca inevitable de la opresión”, queasociaba exclusión con mala salud mental y
baja autoestima. Así, varios autores, entre los que cabe destacar a Major y Eccleston
(2005, p. 71), ponen de relieve la falsedad de dicha hipótesis y su falta de apoyo
empírico, ya que lo que suele suceder es que los miembros de grupos estigmatiza-
dos tengan niveles elevados de autoestima. 
Se valida de esta forma el punto de vista de la psicología positiva, que se refuer-
za, además, por la renuncia a prestar atención exclusiva a la vulnerabilidad y por la
entronización consiguiente de los mecanismos de resiliencia de los blancos de estig-
ma. En resumen, al mismo tiempo que se reconoce el potencial del estigma como
estresor, se niega que tenga que acarrear necesariamente una baja autoestima. 
Todo es cuestión, según esta postura, de la forma en que las personas respondan a
este estresor. Y aquí hay varias posibilidades anidadas. La primera es regular la
exposición a la exclusión. El caso más claro sería la eliminación del estigma, lo que,
evidentemente no es sencillo (pero piénsese en cuántas personas han conseguido
vencer su tartamudez). Cuando ello está fuera del alcance de la persona, todavía
puede esta recurrir a compensar su estigma por medio de la potenciación de otras
capacidades socialmente valoradas (el caso de no pocos científicos y artistas).
La valoración cognitiva de la exclusión sería otra posibilidad: la persona sólo
experimentaría estrés al percibir demandas excesivas o superiores a sus recursos de
afrontamiento. Entre estos últimos (el afrontamiento es la tercera forma de respues-
ta a los estresores) cabría citar la devaluación de la importancia de los dominios en
los que la persona (o grupo al que pertenece) está en inferioridad, la comparación
con miembros del propio grupo en vez de con miembros del grupo superior y la
atribución de los sucesos negativos a factores externos en lugar de a uno mismo
(véase Major y Eccleston, 2005, p. 81).
En esta línea de pensamiento, presentaremos en este artículo parte de nuestra
propia investigación, que se centra en personas con acondroplasia y otras displasias
esqueléticas que causan enanismo (véase Fernández Arregui, 2008; Morales y Fer-
nández Arregui, 2009). Se comprobó que los efectos de la exclusión y del rechazo se
dejaban sentir en el estado de ánimo. Este resultaba seriamente afectado en ocasio-
nes, y llegaba incluso a inducir en algunas víctimas estados depresivos durante un
tiempo prolongado. 
Se constataron, además, otros importantes efectos indirectos, el primero y más
evidente el rendimiento académico. Los niños y niñas afectados de enanismo óseo se
enfrentaban a episodios repetidos de rechazo y exclusión, sentían incertidumbre
sobre su valor para los demás y sobre la probabilidad de que el grupo los aceptase,
de manera que se reducía su capacidad de concentración para el estudio y las tareas
escolares. La evitación era otro efecto indirecto. La persona acondroplásica es plena-
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mente consciente de que cada vez que se enfrente a un contexto de socialización
diferente –por ejemplo, al pasar del colegio a un nuevo instituto, o del instituto a la
universidad– va a tener que integrarse en un grupo nuevo, y que, probablemente,
su diferencia devaluada hará que se repitan episodios de rechazo similares a los que
ya vivió en el pasado. La persona puede entonces recurrir a la evitación para escapar
al malestar psicológico previsto, tal vez sin caer en la cuenta de que así renuncia a
realizar actividades vitales para su desarrollo personal
Reconocer la existencia de estos efectos negativos directos e indirectos no equi-
vale a defender un determinismo absoluto ni lleva a pensar que las personas con
acondroplasia carecen de todo control y responsabilidad sobre sus vidas. Precisa-
mente una de las ideas centrales de la psicología positiva es el papel crucial del
afrontamiento en nuestras vidas, es decir, la posibilidad de hacer frente de forma
creativa e imaginativa a las vicisitudes e inclemencias a las que muchas veces es
preciso enfrentarse. Una buena prueba de la importancia del afrontamiento es el
hecho de que las personas con enanismo se enfrentan todas a idéntico estigma social
y a parecidas barreras sociales, pese a lo cual algunas parecen ser mucho más felices
que otras. 
Un ejemplo de visión creativa del afrontamiento lo proporcionan varios jóvenes
con acondroplasia que, ya desde la pubertad, perciben que no les resulta tan fácil
como a sus amigos de talla normal ligar, conocer a personas de otro sexo o estable-
cer relaciones amorosas. Pero han encontrado una forma de solucionar el problema
en el contacto con otras personas con enanismo. Tal vez desde un punto de vista del
afrontamiento colectivo no es una solución ideal. Ahora bien, si de esta forma se
consigue relaciones amorosas plenas, es una buena forma de afrontamiento. 
Ello no implica que deban renunciar de entrada a tener relaciones con personas
de talla normal. Lo que se quiere decir, simplemente, es que una persona con ena-
nismo comparte muchas cosas con otra persona con el mismo síndrome. Esto les
suele ayudar a conseguir una cierta complicidad. En general, el contacto –no sola-
mente por lo que se refiere a las relaciones íntimas, sino también en un significado
más amplio de amistad– entre personas que comparten un mismo estigma social
proporciona una importante ventaja: hace que el estigma pase a un segundo plano y
eso facilita las interacciones. Pero no se debe ver como un paso en la creación de
guetos, sino de ampliar al máximo las posibilidades de las personas.
Otra clave es la reacción o respuesta ante la discriminación. En nuestro trabajo
con personas con acondroplasia se aprecia que hay personas que quedan más afecta-
das que otras por los contratiempos diarios relacionados con la estigmatización
(miradas indiscretas, comentarios desagradables en la calle). Frente a este tipo de
actitudes que se pueden calificar de hostiles, hay personas con enanismo que se
quedan enganchadas, por así decir, emocionalmente. Esto les suele impedir com-
prender que hay otras muchas personas no hostiles, dispuestas a brindarles amistad.
El ejemplo opuesto lo proporcionan otras personas con enanismo que, ante simila-
res actitudes hostiles, responden de manera más positiva emocionalmente. Este
manejo de las emociones resulta, por tanto, crucial y subraya el papel de la inteli-
gencia emocional.
Las personas con enanismo se enfrentan a diario a conductas de los otros que
demandan un control y una sabiduría emocional elevada. Es importante aprender a
distinguir entre las expresiones de rechazo, por así decir, genuino, y las de simple
sorpresa, que no llevan aparejado rechazo. Por supuesto, esto no es sencillo, porque
las personas estigmatizadas se exponen a menudo a la ambigüedad en la actitud de
los otros. De aquí la importancia de la inteligencia emocional, necesaria además
para aprender a moderar las respuestas emocionales ante actitudes hostiles o desa-
gradables de los otros. No se trata de renunciar a responder sino de saber elegir el
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momento y el tono adecuado para responder, algo difícil pero sumamente necesario
para que las personas estigmatizadas logren bienestar.
Las personas con enanismo no están condenadas a una baja autoestima. De
hecho, muestran una enorme capacidad para afrontar psicológicamente experien-
cias desagradables y para hacerles frente. Así, por ejemplo, un alumno con acondro-
plasia que experimenta estigmatización en el aula puede comprender perfectamen-
te que aquellos que lo discriminan por su físico son quienes menos lo conocen, o
son alumnos que tienen a su vez alguna limitación (torpeza intelectual, problemas
de rendimiento), y que es precisamente esta limitación lo que los lleva a cebarse con
su físico. Mientras, en esa misma aula, encuentra otroscompañeros que lo respetan
y aceptan con plena normalidad. Este tipo de atribuciones de la conducta discrimi-
natoria del otro a déficits en la persona que discrimina, pueden –y así lo ha demos-
trado la investigación– proteger la autoestima de la víctima del discriminado (véase
Major, Quinton y McCoy, 2002, para una revisión de estos estudios). También es
posible que la persona que sufre la discriminación, en contra de lo que cabría espe-
rar ingenuamente, fortalezca aun más su identidad grupal, precisamente por verse
injustamente tratado a causa de ella; la mayor identificación con el grupo sería a su
vez una fuente de bienestar psicológico, que vendría a amortiguar las consecuencias
negativas de la discriminación (Branscombe, Schmitt y Harvey, 1999; Jetten y
Branscombe, 2009). 
Para finalizar, conviene reconocer igualmente la necesidad de preguntarse si la
sociedad en la que vivimos y las organizaciones que la componen son merecedoras
de nuestra estima; es decir, si nos podemos sentir orgullosos como sociedad de su
calidad humana. Valga como ejemplo el siguiente: un centro escolar en el que un
alumno con acondroplasia es víctima de estigmatización en el patio de recreo debe-
ría luchar como institución por corregir esa injusticia, vigilar y educar a sus alum-
nos, a sus profesores, a sus empleados y a los padres y familiares de los alumnos –en
general a toda la comunidad educativa– en las necesarias fortalezas humanas. De
esta forma contribuiría a una sociedad más solidaria y de mayor dignidad, en otras
palabras, de una sociedad que vela por la inclusión social de todos sus miembros.
Reflexiones finales
El modelo patogénico, que hasta ahora ha predominado en psicología, ha mini-
mizado o ignorado el lado positivo de la vida humana, el sentido, la felicidad, la
esperanza, aquellas cosas por las que la vida merece ser vivida. Al maximizar los
aspectos negativos, como la depresión y el sufrimiento, ha difundido creencias pesi-
mistas sobre la naturaleza humana, considerándola altamente vulnerable a situacio-
nes extremas. De esta forma, la psicología se ha convertido, según Seligman y
Csikszentmihalyi (2000) “ciencia de la victimología”. En ese marco los humanos
son vistos como seres pasivos, reactivos a los estímulos del medio ambiente y, en
caso de sufrir daño o enfermedad, la intervención servirá para reparar los perjuicios
que sufran.
Frente a esta visión sombría del “homo víctima”, se alza la visión positiva del
“homo invictus” de Suedfeld (1997b). Esta imagen positiva tuvo un significativo
precedente en Víktor Frankl (1991), que en el ambiente sórdido de un campo de
concentración nazi captó el poder que existía en el fondo del ser humano: la proac-
tividad, o capacidad de “elección de la actitud personal ante un conjunto de cir-
cunstancias”, por duras que fueran éstas. Esa libertad era algo que nadie le podía
arrebatar.
El planteamiento de Peter Suedfeld (1997b) tiene la virtud de ofrecer un modelo
positivo de ser humano (“homo invictus”, o “homo proactivus) que se opone al tra-
dicional “homo reactivus”, o víctima. Invictus es un modelo de ser humano lucha-
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dor, que afronta situaciones adversas, difíciles y que no se resigna como una víctima
ante “el poder de la situación”, que algunos autores, incluido Zimbardo, parecen a
veces considerar implacable y determinante.
Una actitud positiva ante la adversidad puede descubrir en la situación conside-
rada adversa una oportunidad para el desarrollo de fortalezas. Nelson Mandela es
un caso que ilustra bien cómo nuestra actitud, y no las circunstancias, es lo que
marca la diferencia. Pasó 27 años en la pequeña celda de una prisión, en la isla de
Robben y, aunque objetivamente tenía motivo para asumir el rol de prisionero y
sentirse una víctima, prefirió asumir el rol de Invictus y se comportó como tal. En
su cautiverio, vio cómo la situación hostil le permitió desplegar fortalezas emocio-
nales (coraje, perseverancia), fortalezas interpersonales (amor, altruismo), fortalezas
sociales (civismo, ética, liderazgo). Como en el caso de Víctor Frankl en los campos
nazis, se diría que, paradójicamente, las situaciones más negativas, cuando son
afrontadas, pueden activar la parte mejor de su persona, forjando fortalezas e inclu-
so comportamientos heroicos.
En estas experiencias, y en otras citadas en este trabajo, late un mensaje esperan-
zador para la ciencia social. La perspectiva positiva ofrece una nueva luz a la psico-
logía social de los problemas sociales y cambia el rol de víctima por un rol proacti-
vo, con lo que se abre la posibilidad de diseñar programas de intervención y estrate-
gias para facilitar que grupos estigmatizados puedan convertir su situación de
desventaja en oportunidad para el desarrollo de sus capacidades.
Debe quedar claro que no se trata sólo de ver bajo una luz positiva cuestiones
que hasta la fecha se veían desde una óptica más bien negativa, ni tampoco se trata
de buscar la positividad a toda costa en nuevas cuestiones, sino de ir modificando
poco a poco el enfoque psicosocial de tal manera que este permita la positividad
desde la raíz, en un esfuerzo por huir de toda artificialidad y toda impostación. A
nuestro juicio, el eje de la Psicología Social es el estudio del vínculo social en toda
su profundidad y extensión. Parece una exigencia razonable que se estudie desde la
convicción de que ese vínculo ha de ser positivo. Las investigaciones de Mikulincer
(por ejemplo, Mikulincer y Shaver, 2005) constituyen un buen ejemplo de una
visión psicosocial a partir del vínculo. Para finalizar, vale la pena subrayar la dife-
rencia que existe entre el estudio de ámbitos positivos en Psicología Social y el
estudio de situaciones adversas desde una óptica positiva. Ello habla de la riqueza y
profundidad de los planteamientos de la Psicología Positiva.
Un intento de compensar el énfasis negativo de la Psicología Social con el desarrollo
de la vertiente positiva contribuiría a una comprensión más equilibrada y constructiva
del ser humano. Lo que este artículo ha pretendido resaltar no es la defensa de una nueva
Psicología Social de orientación positiva sino más bien el incremento del estudio de los
aspectos positivos del comportamiento social hasta conseguir equilibrar la balanza de la
investigación psicosocial, actualmente más decantada hacia el estudio de los aspectos
negativos y problemas sociales. En ello han insistido influyentes autores como Snyder y
Lopez que afirman, en su Handbook de 2007, que la Psicología Positiva no busca recargar
el lado amable de la vida a costa de negar o quitar importancia a la parte desagradable,
sino más bien corregir la desigualdad existente hasta dar a cada aspecto, positivo o nega-
tivo, el peso que le corresponde.
Revista de Psicología Social, 2011, 26 (3), pp. 345-355354
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