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Aprender música, ¿dónde y para qué? APRENDER MÚSICA EN EL CONSERVATORIO Almudena Cano Pianista Catedrática de Piano del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid Resumen: Para definir el tipo de enseñanza y formación que debemos obtener en un conservatorio superior de música es importante definir, en primer lugar, qué es un músico profesional, a qué se dedica o a qué se puede dedicar, qué papel o cometido tiene en la sociedad occidental al borde del siglo XXI. A continuación daré mi personal opinión sobre el estado de la enseñanza musical en los conservatorios oficiales españoles, para finalizar con el perfil y cometido de lo que considero imprescindible formación superior para el futuro músico profesional. Es indudable que la función de la música y el músico en la sociedad ha experimentado un notable cambio desde que hicieron su aparición los medios de reproducción sonora susceptibles de ser conectados a la red eléctrica o de funcionar con pilas. Desde entonces, la música en vivo como actividad cotidiana va desapareciendo de los cafés, se hace menos teatro musical y ópera, hay menos actuaciones en los kioskos de los parques, hay menos sociedades corales donde se encuentran periódicamente los aficionados para cantar juntos y los oficios religiosos casi nunca se llevan a cabo con música. Los conciertos orquestales y de cámara son aún numerosos, gracias al sistema de patrocinios, esponsorización, publicidad institucional o empresarial y programas de divulgación de ministerios de cultura, de corporaciones regionales y locales, pero sin embargo poco a poco se van vaciando de público, pues éste se está acostumbrando a no tener que salir de su casa para poder escuchar a las mejores agrupaciones instrumentales, los mejores solistas o las más increíbles producciones de ópera. Por otra parte, la música antes llamada “popular” y que hoy llamamos moderna (no confundir música moderna -rock, pop, disco, etc.- con música contemporánea- versión actual de la música “culta”, o sea Ligeti, Boulez, Xenakis, etc.) ha cobrado un auge en todo el mundo occidental que la ha convertido no sólo en una industria que mueve billones, sino también en un fenómeno sociológico de alcance mundial que trata de la lucha entre generaciones, entre padres e hijos adolescentes, entre oprimidos y opresores, entre progresía y reacción. Toda esta música, dirigida a un número infinitamente mayor de usuarios que el que se acerca a la clásica, está sin embargo prácticamente fuera de los habituales circuitos de enseñanza musical en conservatorios y escuelas de música, y sobrevive y se perpetúa a sí misma por pura transmisión mimética o incluso oral, como otrora ocurría con el folklore. EDUCACIÓN MUSICAL En los países con mucha tradición musical se puede aprender a hacer música o a tocar un instrumento ya en la escuela de música a la que se acude en edad de enseñanza obligatoria, y es este temprano contacto con un quehacer musical lo que anima a muchas personas a seguir recibiendo posteriormente una instrucción musical a nivel de aficionado, y a unas cuantas de estas personas a dedicarse más intensamente, profesionalmente a la música. En un país de tan poca solvencia educativa musical como es España, es curioso observar cómo una gran parte de la sociedad considera al músico profesional con formación “clásica” como un elemento más bien decorativo o superfluo, ligado a tradiciones y gestos culturales decimonónicos (el frac, los aspavientos en escena, la supuesta elevada elegancia social y cultural del concierto, que en el sentir popular está sólo al alcance de las clases privilegiadas y adineradas) o incluso a la actividad musical como un oficio similar al del saltimbanqui, a desempeñar en plazas de toros, bandas militares, bodas bautizos y comuniones. Esta sociedad no está acostumbrada a considerar la música como una actividad artística perteneciente al mundo de la cultura, el espíritu, la creación y el pensamiento. Basta observar las programaciones de las cadenas de televisión, los estantes de las librerías importantes, las separatas culturales de la inmensa mayoría de la prensa diaria - incluido el periódico de mayor tirada-, las tertulias culturales, las inquietudes e inclinaciones artísticas de nuestros pensadores e intelectuales, incluso las invitaciones y presencia de mús icos en los acontecimientos institucionales y culturales (ya sea la invitación a firmar un manifiesto pro lo que sea, o la fiesta de la onomástica de Su Majestad) para constatar que el músico dedicado a la vertiente “clásica” tiene muy poca presencia en la sociedad (si exceptuamos a los tenores famosos y a un par de compositores contemporáneos), y su lugar lo ocupan profesionales ligados a la llamada música “moderna” o “ligera”, curioso cajón de sastre donde se ubican cantautores, gente del flamenco, cantantes “folklóricas” o de “canción española” (sic), rock, pop, cupletistas y un largo etcétera, pues todos ellos inciden mucho más en la vida cotidiana y las necesidades de consumo musical de los españoles. RETROCESO MUSICAL Nuestro país tiene una tradición musical muy grande, y la riqueza y variedad del folklore es un impresionante documento que pocos países pueden igualar o superar. Sin embargo, la llamada música culta o, para seguir entendiéndonos mejor, la música clásica, ha sufrido un deterioro progresivo y evidente. No es arriesgado apuntar a la inexistente educación musical en la escuela como el factor determinante en la recesión musical del país. Como parte de un entorno cultural en el que parece más importante programar en papel couché que educar para el disfrute del arte musical, España es en estos momentos una paradoja musical en la que hay veintitantas orquestas sinfónicas mantenidas con dinero público, pero casi todas se tienen que nutrir mayoritariamente de músicos extranjeros; se subvencionan festivales, temporadas y ciclos de conciertos, pero los aforos no se llenan más que en contados eventos de los llamados de “consumo cultural”; hay miles de personas matriculadas en centros de enseñanza “profesional” de la música, pero el nivel profesional de las promociones que acaban sus estudios no admite en absoluto comparación con el nivel de los países de nuestro entorno; el número de aficionados activos - cuyo hobby fuera asistir a conciertos y/o tocar y hacer música en sus ratos libres - que han recibido alguna formación musical en alguno de los muchísimos centros de enseñanza musical que hay en España es inversa y negativamente proporcional al número de personas que inician dichos estudios ; se venden miles de discos en kioskos de prensa y promociones de colecciones divulgativas de música clásica en bancos y cajas de ahorros, pero no hay apenas discografía de intérpretes españoles; y así sucesivamente. PANORAMA DE LA ENSEÑANZA EN CONSERVATORIOS OFICIALES La desidia educativa en materia musical que venimos sufriendo desde hace muchas décadas, coronada por el inefable plan de estudios que padecemos desde 1966, ha convertido los centros de enseñanza musical en meras caricaturas, no sólo de los existentes en otros lares, sino también de los que aquí han funcionado con mayor o menor fortuna desde principios de siglo. Hace aún no demasiado tiempo, los conservatorios considerados importantes en el país contaban entre sus docentes con lo más granado de la profesión: compositores de mucho prestigio y nivel ejerciendo como profesores de solfeo, armonía, contrapunto, etc.; músicos con una formación muy amplia, que tocaban varios instrumentos, arreglaban para cualquier formación, escribían lo que hiciera falta para el medio que fuese, intérpretes que formaban parte de las orquestas más prestigiosas del país y que participaban asiduamente de la vida musical real, investigadores del acervo musical común, creadores formados en los núcleos del pensamiento musical occidental, todos ellos ejerciendo también - comomedio principal de subsistencia, que todo hay que decirlo - la enseñanza musical en todos sus niveles. En la actualidad, y con todas las respetabilísimas excepciones que se quieran mencionar, los centros de enseñanza albergan a una mayoría de docentes cuyo único contacto con la música ocurre en las horas de clase. El sistema obsoleto y absurdo de selección de profesorado coloca en puestos de profesor de cámara a titulados sin pizca de experiencia profesional al respecto; de profesores de contrapunto o armonía a instrumentistas reconvertidos en teóricos casi a regañadientes; a teóricos y musicólogos - obligados a recorrer un camino eminentemente instrumental para obtener titulación adecuada- en puestos de docencia instrumental; a músicos sin ejercicio como compositores en puestos de profesor de composición, a compositores en asignaturas que poco tienen que ver con la composición; a titulados que no se han puesto jamás al frente de una orquesta o un coro profesional como profesores de dirección de orquesta o de coro; a instrumentistas, sin ejercicio profesional como intérpretes, a ejercer de profesores de cursos avanzados de instrumento; como profesores de iniciación instrumental a titulados superiores sin atisbo de formación en la metodología de la enseñanza de su instrumento, pues de todos es sabido que la Pedagogía Especializada es una asignatura fantasma en todos los conservatorios, situación que cuenta con el conocimiento y total indiferencia subsiguiente de las autoridades educativas desde que se incluyó en los planes de estudio; y así un largo etcétera. Nuestra titulación y el nivel de cualificación profesional lo adquirimos en nuestros conservatorios, y a nuestros conservatorios revertimos como profesionales, pues los mismos profesores que dan las titulaciones académicas son los miembros de los tribunales de oposiciones que han de juzgar si el nivel que han exigido ellos mismos en las aulas al estudiante ahora opositor es suficientemente cualificado para ejercer docencia en su mismo centro o en otro similar. ¿No es increíble? Evidentemente, no es posible ni probable que todos o casi todos los titulados en música que ejercemos docencia en conservatorios seamos una pandilla de inútiles y un sector con coeficiente intelectual inferior a la media nacional. Pero está claro que algo falla en el sistema: estamos inmersos desde hace bastante tiempo en una especie de endogamia profesional que ocurre en un ámbito - el de los conservatorios - de tan poco contraste profesional con la vida musical real, con la vida de los conciertos, de la creación o la investigación musicológica. A todo esto habría que añadir la desmotivación y la falta de estímulo profesional que se ha afincado en los conservatorios. La masificación, la falta de objetivos claros sobre la función que debería desempeñar un músico en la actualidad, han convertido a estos centros en patios de vecindad inmersos en una confrontación permanente entre los integrantes de la comunidad escolar (claustros, APAS, directivas, personal no docente), en estéril especulación técnico- instrumental (que si la técnica de Menganito es peor que la de Zutanito porque pone la mano así o asao, que si las escuelas francesa, o belga, o rusa, o china, etc.), y en inútil y obsoleta formación teórica, más válida para un canónigo encargado de musicar ortodoxa y escolásticamente los servicios religiosos que para un músico moderno. Por estos motivos, cada vez es más evidente que muchos de los músicos más prestigiosos y valiosos del país no quieren ni oír hablar de ejercer docencia en centros oficiales (entre otras cosas por el absurdo sistema de incompatibilidades y la inflexibilidad de los horarios, que impide lo que en otros países es muy habitual, esto es, que los músicos más activos, prestigiosos y capaces hagan alguna labor docente en centros superiores además de trabajar en una orquesta, tener una intensa actividad concertística, etc.). EL FUTURO DEL MÚSICO Es imposible predecir a largo plazo el futuro tanto de la música considerada culta como de los músicos que la hacen. Sin embargo me parece más sencillo enumerar varias entre una serie de actividades conectadas con la música que, por lo menos a medio plazo, van a continuar presentes en la sociedad, a saber: - Espectáculos musicales: conciertos de música clásica, moderna y de otros tipos (jazz, flamenco, etc.), óperas, teatro musical, variedades, etc. - Creación: composición, composición para cine, televisión, publicidad, etc. - Industria y tecnología: construcción y reparación de instrumentos, informática musical, edición, grabación y reproducción sonora, etc. - Investigación: detección, conservación y catalogación del patrimonio musical pasado y presente (musicología, etnomusicología), sociología musical, etc. - Psicología: musicoterapia, percepción, etc. - Educación: iniciación musical, animación cultural, enseñanza profesional, formación de profesorado para todas y cada una de las actividades musicales mencionadas. A nadie escapa que toda esta actividad musical necesita de intérpretes, directores, compositores, ingenieros, técnicos de muchas clases, teóricos y pensadores, científicos, profesores para formar a todos estos profesionales y profesores para formar en la práctica no profesional de la música. ENSEÑANZA SUPERIOR Uno de los cometidos más importantes de la estructuración de la enseñanza de cualquier índole es el de perfilar con el máximo rigor el resultado o producto final que se persigue, para así definir el ámbito de actuación y las condiciones que debe reunir el destinatario. Como no hay economía que resista un diseño personalizado -a la carta- que matice suficientemente las inquietudes y necesidades de formación de cada individuo, lo útil es buscar elementos comunes en las expectativas de muchos destinatarios para crear una especialización con contenido y con proyección social y cultural. En el ámbito que nos ocupa, hoy día no parece suficiente juntar bajo el mismo techo educativo - como se ha hecho en España hasta ahora- a destinatarios cuyo único nexo común es el gusto por la música, pero que difieren de manera sustancial en edades, inquietudes, motivaciones, capacidades, grado de dedicación y objetivos. El resultado de semejante mezcolanza no puede ser otro - como así ocurre- que el fracaso escolar, la frustración, la falta de estímulo real y la sistemática bajada o subida de niveles de exigencia académica que contentan a unos destinatarios pero perjudican a otros. Tampoco parece lógico hacer tabla rasa de las peculiaridades propias de cada época de la historia de la música, de cada género musical o de cada especialidad instrumental, y perfilar la enseñanza con unos mínimos teóricos comunes a muchos pero sin posibilidad de ahondar en aspectos específicos excluyentes (en otras palabras, es un error pretender encontrar un currículo común para instrumentistas de orquesta sinfónica, gaiteros de Galicia, rockeros, y especialistas en Gregoriano, pues lo único que de verdad les une es que hacen algo que suena). La enseñanza superior de la música tiene como máximo escollo la incomprensión general de una sociedad que considera y sanciona como carrera superior universitaria la hostelería o el peritaje agrónomo, pero que desprecia y cuestiona la categoría superior de los contenidos artísticos, humanísticos, teóricos y técnicos de gran parte de la actividad musical. El siguiente escollo lo proporcionamos los mismos músicos, que nos pasamos la vida excluyendo de la categoría superior a todo aquello que no nos parece digno: los musicólogos de universidad intentan borrar del mapa a los musicólogos de conservatorio, y éstos desprecian a aquellos por ignorantes; los músicos clásicos pensamos que el Flamenco es cosa de cuevas turísticas, mientras los jondos piensan que somos incapaces de hacer nada que no esté escrito por otros. Los músicosde rock y similares creen que los conservatorios son cementerios musicales alejados de la realidad y de la más rabiosa actualidad de sus canciones, mientras los músicos de la vanguardia clásica se mofan de las fó rmulas musicales de aquellos , supuestamente modernas, y que tienen ya algún siglo de antigüedad. Los pianistas pensamos que la formación para acordeonistas (cuya música es toda del s.XX) poco tiene en común con la nuestra o la de los clavecinistas, y los acordeonistas nos tildan de clasistas. Y así sucesivamente... Comoquiera que estamos en un país nada proclive a la flexibilidad en su ordenación académica, con una crónica incapacidad para legislar y situar en el mismo nivel académico respetando características diferentes, es casi imposible que se estructure la enseñanza musical profesional de manera convincente. Para que todo tuviera más sentido, debería haber un centro superior de formación “clásica”, para instrumentos de orquesta, piano, voz, composición, musicología, dirección y pedagogía; otro superior para Flamenco; otro superior para formación de Jazz y música “moderna’ o “ligera”; otro superior para música autóctona o folklórica, e incluso otro superior para alojar instrumentos y especialidades que no caben con propiedad en los demás. Por añadidura, debería haber un instituto superior de tecnologías varias relacionadas con la actividad musical. LA L.O.G.S.E La nueva ley que está transformando la enseñanza musical ha mejorado de manera importante la estructura de la enseñanza musical y ha logrado un estatus académico, de titulaciones y de ordenación en el sistema que parecían inalcanzables hace sólo unos pocos años. Esta ley comienza su andadura con el rechazo frontal de la mayoría de los docentes de conservatorios, lo cual no supone una sorpresa, ya que si los que allí trabajamos somos directos responsables del caos en que han estado sumidos estos centros en los últimos lustros, es bastante improbable que reconozcamos nuestra incapacidad, la urgente necesidad de un cambio radical en nuestros hábitos académicos y la conveniencia de un rápido “aggiornamiento”. Además, la ley no parte de cero, sino que lo hace de una situación dada, con todo lo que implica en aspectos como derechos adquiridos, vigencias de planes de estudios, plantillas descompensadas de profesorado, masificación, etc. Por todo esto, es realmente difícil que la nueva estructura de la enseñanza musical en general, y la superior en particular, no tenga inconvenientes o incluso incongruencias entre el espíritu de la reforma y la estructuración definitiva. Pero aún así, es importante percatarse de la importancia del espíritu y obviar en la medida de lo posible los evidentes inconvenientes. Muchos de los problemas derivados del plan del 66 se hubieran podido neutralizar si se hubiese perfilado convenientemente el tipo de formación necesaria para el músico profesional . Si no ponemos especial cuidado, nos puede ocurrir lo mismo con el nuevo plan, pues ¿de qué sirve una estructura más adecuada en, por ejemplo, la enseñanza “clásica” si no somos capaces de establecer: - Criterios claros del nivel adecuado para ingresar y para graduarse en la distintas especialidades (posibilidad de establecer el perfil idóneo para abordar y finalizar con éxito estos estudios). - Criterios coherentes en la diferente exigencia de nivel instrumental para la graduación en especialidad instrumental, en pedagogía musical o en pedagogía instrumental (posibilidad real en L.O.G.SE., y casi imposible en el 66) - Contenidos teóricos necesarios para las distintas especialidades teóricas (imposible en el 66). - Contenidos teóricos necesarios para las especialidades instrumentales (idem). - Formación metodológica y pedagógica adecuada para futuros docentes (nunca abordada en el 66). - Formación y práctica instrumental en orquesta, banda, grupos de cámara, etc. (absolutamente inadecuada e imposible de llevar a cabo con las plantillas de profesorado y volumen de alumnado existentes hoy). - Proyectos docentes interactivos que impliquen a distintas especialidades (no existe un centro que se plantee semejante cosa, y así nos luce luego en la práctica profesional). - Urgente incorporación del análisis musical en todas las especialidades como herramienta de penetración y comprens ión del lenguaje y el repertorio musical. Divulgación de las distintas escuelas de análisis surgidas en el presente siglo (con el plan actual, es imposible e impensable adquirir una comprensión global pero profunda de la evolución musical en un sólo curso de Formas Musicales). - Urgente incorporación del repertorio característico de las estéticas del s.XX en la práctica habitual, en los apartados de obras a interpretar, a analizar, a estudiar, a situar en contextos artísticos, históricos, sociales y culturales (los conservatorios, salvo excepciones fruto de la iniciativa individual, no enseñan nada teórico en solfeo, armonía o contrapunto que permita analizar, comprender e interpretar música posterior a Brahms. El repertorio “moderno” suele © www.AlmudenaCano.com 2003 distar del año en que se compuso más de 70 idem, y su estética a veces dista aún más). - Urgente incorporación del estudio de los aspectos estilísticos e históricos determinantes en la interpretación musical (no se enseña en ningún conservatorio, excepto los aspectos relativos al Barroco y Renacimiento en los centros en que hay algún profesor de instrumento barroco o renacentista). - Urgente profundización en los aspectos culturales, estéticos, éticos, espirituales, históricos y artísticos que determinan cada época musical, y que son objeto de debate, de inquietud intelectual, de formación adecuada en casi todos los centros superiores del mundo occidental, excepto en los españoles (la inquietud mayor que hoy por hoy fomentamos en los alumnos de centros superiores no suele ir más allá del próximo temario de oposiciones). - Urgente incorporación por vía distinta a la oposición, tal y como se hace en otros países, de profesorado nacional o extranjero, con contratos a tiempo parcial o total, que incorporen nuevos aires, conocimientos, hábitos, horizontes, objetivos y estímulos a nuestros moribundos centros. ¿Seremos capaces? Publicado en la Revista Eufonía, nº 1 Madrid, Octubre de 1995.
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