Lectura Complementaria - Defensa de los Emprendedores - Prats

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Este es un texto muy interesante sobre la importancia y el rol de los emprendedores. Es 
una lectura complementaria que utilizamos para entender la importancia de los 
emprendedores en el siglo 21. 
 
Defensa de los Emprendedores. 
Joan Prats 
(Director IIG - El Institut Internacional de Governabilitat 
de Catalunya) 
 
La mayoría de nosotros somos simples "tomadores de historia" (bastante tenemos con ir 
sobreviviendo diariamente), algunos de nosotros vivimos de contar historias (más o 
menos literariamente, más o menos científicamente). Sólo muy pocos de nosotros 
llegamos a hacer historia, a producir cambios que quedan instalados en las mentes y las 
actitudes y mejoran las capacidades personales y colectivas para enfrentar desafíos. Los 
vamos a llamar "emprendedores" y a la capacidad personal y social correspondiente 
"emprendizaje". 
Hasta ahora ha sido común confundir empresarios con emprendedores. Esta confusión ha 
sido la coartada ideológica de la derecha y la izquierda reaccionarias. En realidad los 
emprendedores no se dan sólo en el espacio económico, sino también en el político, el 
social y el cultural. Como dice Fernando Flores, un/a emprendedor/a se parece mucho al 
productor de cine: alguien que sin mucho capital busca la oportunidad de realizar una 
obra. Para lograrlo convoca a otras personas: inversores, directores, artistas, técnicos...; 
supervisa el guión y mantiene la mirada puesta en el público, al que quiere interesar y 
gustar, al tiempo que gozar él mismo con lo que hace. El emprendedor es un innovador 
cultural -como lo puede ser el artista o el líder político- capaz de poner en movimiento 
nuevas pautas culturales y crear mutaciones, porque en sus actitudes está presente la 
preocupación por el modo de vida de la comunidad. 
La izquierda tendrá que aprender a distinguir entre los verdaderos emprendedores y los 
que sólo son empresarios capturadores o explotadores de rentas del capital. Para ello 
 
 
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probablemente tendrá que entender mejor los mecanismos de funcionamiento de los 
mercados actuales y el rol de hacedores de historia que asumen tantos emprendedores. 
La izquierda tendrá que ajustar su visión del progreso a la verdadera naturaleza de las 
sociedades actuales donde las fuerzas tanto progresistas como reaccionarias son 
interclasistas. Tendrá, en definitiva, que acabar de desprenderse de una influencia y 
simbología marxista que aún permanece inconsciente, que si ya fue considerablemente 
inapropiada para plantear el progreso en las sociedades industriales, es completamente 
cegadora para orientar el desarrollo en las sociedades, avanzadas o no, de la era de la 
información. 
La izquierda no puede renunciar a mantener o ir construyendo un estado que proteja a los 
más débiles contra la depredación, como no puede abandonar la defensa de la justicia 
social. La izquierda tiene que seguir dando su batalla porque se universalice la autonomía 
personal que deriva de estar aseguradas las necesidades básicas. Pero para esto hay 
que ofrecer un horizonte mayor que el tradicional representado por el trabajo político, 
sindical, burocrático o en una ONG. En las condiciones de hoy la construcción social de 
las libertades humanas no podrá hacerse sin emprendedores. 
Éstos no surgen espontáneamente. Hay que crear las condiciones sociales que 
favorezcan su multiplicación. En contextos que combinan familias temerosas, educación 
burocrática y empresas protegidas de la competencia será un milagro que florezcan los 
emprendedores. Quizás sí algunos creativos e innovadores. Pero ¿quién transformará la 
innovación en empresa? Ser emprendedor significa hacerse cargo de una necesidad 
social y establecer una empresa. Está aumentando la necesidad el número de personas 
que deciden vivir (se) de ese modo. La izquierda debería preocuparse de que estas 
personas no piensen que lo que está haciendo es sólo reconocido por la ideología 
conservadora del mercado libre y del libre comercio. Claro que esto no es fácil si 
seguimos comportándonos como si el beneficio empresarial procediera de la extorsión de 
plusvalías. 
Quizás resulte esto más fácil de comprender desde el leit motiv de la izquierda: desarrollar 
el empleo de calidad. Esto no es posible sin emprendedores y empresas. La 
informatización y mundialización de la economía no están matando al empleo pero lo 
están desplazando y transformando radicalmente. Hoy el empleo se destruye en las 
 
 
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grandes unidades industriales y se reconstituye en ciertos servicios públicos (educación y 
algunos servicios locales) pero sobre todo en una multiplicidad muy variopinta de servicios 
mercantiles privados tanto a las empresas como personales. A diferencia de la sociedad 
industrial que recomponía el empleo en forma masiva, homogeneizante e integradora, la 
sociedad postindustrial de la información recrea el empleo en un tejido mucho más 
fragmentado y heterogéneo, donde la contratación se hace mucho más selectiva y 
condicional. En este nuevo contexto, el éxito en la lucha contra la exclusión que el 
desempleo o el empleo de baja calidad pueden comportar pasa por desarrollar las 
capacidades sociales para recomponer cuantitativa y cualitativamente el empleo 
destruido. Ello será imposible sin la multiplicación y ampliación cuantitativa y cualitativa de 
las iniciativas, de los emprendedores. 
De este modo los emprendedores pasan a ser vistos no sólo como portadores y 
realizadores de intereses individuales sino también como protagonistas de un bien 
público. En consecuencia ya no sólo interesan las características individuales y las 
competencias requeridas para el éxito de los emprendedores sino también y 
principalmente las características y condiciones sociales que permiten ampliar la base 
social, la cantidad y la calidad de las iniciativas empresariales. Si el "emprendizaje" se 
está convirtiendo en un bien público es porque los mercados, incluso cuando son 
competitivos, son incapaces de proveer la cantidad y calidad de iniciativa empresarial 
socialmente necesaria. De ahí que en todos los países del mundo, y especialmente en los 
más avanzados, existan políticas públicas focalizadas en el fomento de la capacidad de 
emprender. 
¿Estamos ante el triunfo definitivo del liberalismo convertido ahora no sólo en el 
legitimador económico sino también social de los empresarios? Convendría no olvidar la 
distinción entre los empresarios y los verdaderos emprendedores. Además, las políticas 
actuales de fomento de la capacidad de emprender son radicalmente insuficientes 
precisamente por su fundamento exclusivamente liberal. El valor prioritario tiene que 
seguir siendo la cohesión social: la iniciativa y la flexibilidad económica no pueden 
justificar en ningún caso la vulnerabilidad social. Frente a la abstención liberal, una política 
progresista de emprendizaje tiene que orientarse al conjunto de la población, lo que exige 
políticas activas de información, formación y capitalización así como la desaparición de 
 
 
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porfiadas barreras a la entrada de todo tipo. Finalmente, no se olvide que la iniciativa tiene 
que alcanzar al conjunto de las actividades sociales y no sólo a las económicas: ningún 
corporativismo empresarial, político o gremial puede seguir justificando la inhibición de la 
iniciativa en campos tan decisivos como los servicios sociales orientados a cubrir las 
antiguas y las nuevas necesidades básicas. 
Conforme al análisis más común todos los emprendedores, privados o públicos, realizan 
tres funciones: (1) estar atentos a las oportunidades para descubrir necesidadesinsatisfechas y seleccionar prescripciones apropiadas para satisfacerlas; en la medida en 
que asumen aquellas oportunidades, (2) soportar el riesgo de reputación, emocional y a 
menudo financiero implicado en el proseguir un curso de acción de consecuencias 
inciertas y (3) al proseguir esas acciones, los emprendedores tienen que ensamblar y 
coordinar equipos y redes de individuos y organizaciones que reúnan el talento y los 
recursos necesarios para producir el cambio. 
Para enfatizar el riesgo emocional implicado, se ha dicho del emprendizaje como un juego 
que vale la pena ganar, pero que, mirado retrospectivamente, frecuentemente no vale la 
pena jugar. Los emprendedores son un recurso casi siempre escaso, pero son un recurso 
socialmente muy valioso porque, independientemente de los inciertos beneficios 
materiales o de otro tipo que personalmente puedan obtener, todo el sistema económico y 
social se beneficia indudablemente de su esfuerzo, siguiendo la línea de razonamiento 
avanzada por Schumpeter. Los emprendedores vienen en suma definidos por su visión de 
la oportunidad, por su disposición a asumir riesgos para proseguir su visión de futuro, y 
por su habilidad para organizar grupos o equipos capaces de proseguir esa visión. 
Es importante remarcar, como hacen sociólogos y antropólogos, que los emprendedores 
desempeñan roles que presuponen no el aislamiento sino la pertenencia a redes y la 
clarividencia y fuerza para captar y satisfacer nuevas demandas y necesidades sociales. 
"Su habilidad para leer lo nuevo en una situación no procede de su distanciamiento sino 
de su mayor sensibilidad hacia lo que otros están buscando o necesitan". Es conocido 
que dentro de un mismo país existen diversas subculturas, territoriales o de minorías, con 
muy diverso potencial de emprender. También es interesante registrar que los niveles de 
emprendizaje están positivamente correlacionados con los niveles de asociacionismo 
 
 
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cívico y de capital social (Berger). En otras palabras, una cultura de emprendedores no 
tiene por qué ser una cultura insolidaria. 
Spinosa, Flores y Dreyfus han querido profundizar en la caracterización de los 
emprendedores. Para ellos los emprendedores no captan primero las necesidades y 
oportunidades nuevas para establecer y ejecutar después un plan de respuesta. Lo que 
los emprendedores hacen es captar "desarmonías" en las prácticas sociales, vivir 
intensamente estas desarmonías como un problema de identidad o sentido vital y actuar 
como generadores en un espacio colectivo determinado de un proceso de transformación 
de prácticas sociales que producirá nuevas identidades, significados y reglas. Los 
verdaderos emprendedores tienen fuerza para hacer historia, superando todos los costes 
de incertidumbre inherentes a su tarea, porque viven la desarmonía que descubren y 
deciden vivir para superarla transformándose a sí mismos y al espacio colectivo en el que 
actúan. 
Todo esto sería imposible desde una actitud meramente intelectual, pues exige 
compromiso y experimentación implicada. Mucha gente puede innovar y mucha gente 
puede gerenciar una empresa, pero sólo la reunión de ambas competencias produce un 
emprendedor genuino. Ello implica una atención y sensibilidad acusadas acerca de cómo 
sienten e interactúan las personas. Sin ellas será imposible coordinar los 
comportamientos. Por eso no es sólo la capacidad de competir sino también la de 
cooperar la que define a los verdaderos emprendedores. 
Desde esta perspectiva las mejores instituciones serán las que faciliten la emergencia de 
emprendedores de lo económico, lo político y lo social, es decir, las que garanticen a las 
sociedades el tipo de eficiencia en el que tanto insiste North: la eficiencia adaptativa o 
capacidad permanente de aprendizaje y cambio.