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Los orígenes de la ética clásica © Editorial Aula de Humanidades © Jacob Buganza Primera edición, 2022 isbn: 978-958-5196-52-0 (versión impresa) isbn: 978-958-5196-53-7 (versión digital) Colección Filosofía Clásica Diagramación Jorge Leonel Pineda A. Diseño de Carátula María Isabel Vargas Arbeláez Bogotá, Colombia 2022 Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia Buganza, Jacob Los orígenes de la ética clásica / Jacob Buganza. -- 1a ed. -- Bogotá: Editorial Aula de Humanidades, 2022. p. 148 – (Filosofía clásica) Incluye bibliografía. ISBN 978-958-5196-52-0 (físico) -- 978-958-5196-53-7 (digital) 1. Ética 2. Filosofía clásica I. Título II. Serie CDD: 170 ed. 23 CO-BoBN– a1088922 Jacob Buganza Los orígenes de la ética clásica Para nuestra nonna Liliana Borroni Contenido Introducción ..................................................................................9 La ética de Pitágoras .................................................................13 La ética de Heráclito ................................................................29 La ética de Empédocles .............................................................45 La ética de Demócrito ...............................................................59 La ética de algunos sofistas ...................................................79 La ética de Sócrates .................................................................105 Conclusión...................................................................................131 Bibliografía ................................................................................135 [9] Introducción Ἦθος ἀνθρώπῳ δαίμων Heráclito El propósito general de este trabajo consiste en brindar, de una manera ordenada y, en la medida de lo posible, sistemática, la ética presocrática (sin adentrarnos, hay que aclararlo de una vez: en los textos de Homero, Hesíodo y los poetas del siglo vii a. C.) y socrática. De ahí que el título que parece convenirle es Los orígenes de la ética clásica, pues es a partir de las elaboraciones que se encuentran en la metafísica y la ética de este periodo en donde encuentra su simiente la ética que, desde Sócrates, pero sobre todo con Platón y Aristóteles, alcanza el grado de “clásica”. En efecto, al menos ya desde las reflexiones que para la pos- teridad quedan de Pitágoras y su escuela, se pueden apreciar al- gunas teorías éticas que se hallan mayormente desarrolladas en la filosofía de la época clásica, como de hecho pone de manifiesto Vernon J. Bourke (1970) en su influyente History of Ethics. A pe- sar de ser esta última una obra importante sobre la materia, que- dan expuestas superfluamente varias de las doctrinas presocráti- cas, debido, sin duda, al carácter meramente panorámico de su trabajo. Algunas de las tesis se encierran en dicha obra adquieren una explicitación más amplia en el libro que el lector tiene entre manos. De todas maneras, no deja de poseer este escrito nues- tro un carácter expositivo; pero puede decirse que profundiza en las indicaciones de Bourke con el fin de lograr una comprensión cada vez más lograda de la ética clásica. 10 Jacob Buganza Nos propusimos escribir este libro en una forma ordenada y clara, como anunciamos, sin sobrecargar en demasía el docu- mento, sea en el cuerpo del trabajo, sea en el aparato crítico. Aun- que hay obras de gran calado que no han dejado de tener influ- encia, como la famosa Pensadores griegos de Theodor Gomperz (1952 y 2000), que merecen ser estudiadas y recuperadas en la actualidad, su estilo no parece ser el idóneo para escritos de este carácter en la contemporaneidad, sobre todo por el barroquismo poblado por frases sumamente extensas, las cuales expresan, a final de cuentas, una idea que se puede transmitir con mayor concreción y simplicidad. Si bien no se ha logrado en todos los casos, este libro sí pretende expresar directamente la doctrina sin adornos, sea poéticos o doctrinales, que entorpezcan la lectura ágil y pronta. Después de la exposición de la ética de pitagórica, la historia de la filosofía y, en este caso de la ética, indica como uno de sus más antiguos cultivadores a Heráclito de Éfeso, cima de la especulación metafísica y paradigma para la reflexión moral posterior. De inme- diato expondremos la concepción de Empédocles, a quien puede considerarse continuador de la escuela pitagórica. Realmente, las enseñanzas contenidas en su poema sobre Las purificaciones pueden estimarse, y de facto lo son, como una exposición de la postura pitagórica. Luego del filósofo de Agrigento, la reflexión ética encuentra a otro de sus labriegos en Demócrito de Abdera, de quien se poseen varios fragmentos catalogados como morales. No dejaremos de tener presentes las enseñanzas de su maestro Leucipo, de quien poseemos pocos fragmentos en comparación con los del discípulo, por echar luz sobre todo en la cosmología o filosofía de la naturaleza atomista. Luego de esto, se encuentra la revisión de algunos plant- eamientos de la sofística en torno a la ética. Se pone el foco en 11Introducción los grandes maestros de esta revolución o “ilustración”, como dicen algunos, imprescindible para que las grandes teorías éti- cas de la Antigüedad vengan a la luz, como son las de Sócrates, Platón y Aristóteles; sin olvidar ciertamente a las escuelas que les siguieron y que retoman o recuperan para sus elaboraciones elementos tanto de la época clásica como de la presocrática. No podría estar completa esta revisión si no se incluyera a Protágo- ras, a quien Platón parece estimar por encima de los demás sofistas, tal como se evidencia en los diálogos, en especial el homónimo y el Teeteto. Haremos lo propio con Gorgias, Pródi- co y Trasímaco. El último capítulo versa sobre la doctrina ética de Sócrates. Se trata de una doctrina enorme, en cuanto tiene influencia decisiva en las éticas posteriores, las clásicas, que son fundamentalmen- te las de Platón y Aristóteles, a los que denomina Brun (2001) como “grandes socráticos”. Sin duda, estos últimos filósofos son deudores de Sócrates, considerado maestro por excelencia des- de la Antigüedad. Cabe advertir que no analizaremos de manera pormenorizada la ética socrática, sino que buscamos presentarla aquí en continuidad con las incipientes reflexiones morales de sus predecesores, muchas de las cuales vienen a parar en la funda- mentación racional de la ética que se ve plasmada en la doctrina socrática. Ahora bien, nos parece que hay, al menos, una tesis que galo- pa de un punto a otro en las doctrinas éticas de este periodo. En efecto, el universo posee su propio ritmo, su propia cadencia, su propia armonía. Esta cadencia es a la que debe ajustarse el alma, o el hombre en este caso, pues el alma es quodammodo omnia. Cuando el alma se ajusta a este ritmo o armonía cósmica, es que se denomina virtuosa y al agente, sin más, bueno o justo. Esto es lo que reflejan conceptos tales como ἁρμονία, κοινωνία y κοινός 12 Jacob Buganza (“lo común”, de acuerdo con Heráclito), los cuales trazan un arco que va desde los pitagóricos y se alcanza a ver en Sócrates; aunque será en Platón y Aristóteles en quienes se despliegue con mayor ahínco. El autor, Coatepec, verano-primavera de 2020 [13] La ética de Pitágoras Siguiendo las hormas del libro History of Ethics de Vernon J. Bourke (1970), puede decirse que las primeras elucubraciones en torno a la moral desde un punto de vista filosófico, esto es, como ética, provienen de Pitágoras y su escuela1. En efecto, en los fragmentos de los que se disponen en la actualidad como mate- riales para reconstruir la historia de la filosofía, y en concreto la historia de la ética, no se visualizan trazos de teoría ética en los fi- lósofos pre-pitagóricos, a saber, en los pertenecientes a la escuela jónica. La escuela inaugurada por Tales tiene especial interés porla constitución del universo físico. Esta constitución se refiere al principio constitutivo de la φύσις. Así pues, la escuela jónica en- saya diversas respuestas que permitieron dar cuenta del principio o ἀρχή, como le llama Anaximandro, de toda la realidad. Mas en ellos no se encuentra algún pasaje sobre teoría moral. Los primeros fragmentos de los que dispone la actualidad, y que versan ya sobre cuestiones morales en la filosofía occidental, son los de la escuela pitagórica. Estos fragmentos, sin embargo, resultan ser muy pocos, pues ya desde la época clásica se encuen- tran pocas referencias morales a Pitágoras y a la escuela itálica en 1 “Nada hay tan significativo como el que ya Heródoto (II, 81) conozca el adjetivo Πυθαγόρειος del nombre de Pitágoras. No sólo existe ya el individuo Pitágoras, sino un pensamiento y una manera de ser que reciben nombre de él. Platón (Rep., 530d) habla de los pitagóricos, y dice expresamente, en el segundo de los pasajes en los que cita a Pitágoras por su nombre, que es el creador de un Πυθαγόρειος τρόπος altamente digno de atención (Rep., 600b)” (Gigon, 1980, p. 142). 14 Jacob Buganza comparación con las correspondientes a la metafísica (por ejemplo, con la decisiva recuperación de la escuela itálica en el amplio mo- vimiento tardo-antiguo del neopitagorismo). No es nuestro pro- pósito detenernos en las arduas dilucidaciones sobre las fuentes de Pitágoras y los primeros pitagóricos, en las que habría que revisar a autores como Rhode (2012), Delatte (1915), Burkert (1972) y de Vogel (1966), sino más bien recuperar algunos de los fragmentos morales de los que disponemos para ofrecer una reconstrucción coherente de la ética que estos autores itálicos ya proponen. Es verdad que puede considerarse al movimiento pitagórico como una escuela profundamente encaminada a la vida práctica. Esto no quita, sin embargo, las altas miras especulativas que su fundador y la escuela en su conjunto se plantean. De hecho, es reconocido que, para ellos, el número constituye el principio me- tafísico de todas las cosas, de todo cuanto existe. En este sentido, la filosofía pitagórica representa una suerte de avance en relación con la escuela jónica, en cuanto esta última propone su principio en alguno de los elementos llamados “materiales”. Es verdad que cuando, por ejemplo, Tales de Mileto se refiere al agua como prin- cipio de todas las cosas, no se refiere a esta o aquella agua, a este o aquel riachuelo, sino que tiene en mente, al parecer, al agua en un sentido abstracto. De todas maneras, como sugiere la lectura de Aristóteles, Tales no deja de proponer un principio de índole ma- terial. Pero la escuela de Pitágoras propone, en el ámbito metafí- sico, una visión todavía más abstracta que la escuela de Mileto, en cuanto el número prescinde del elemento material2. Mas no queda claro, en los fragmentos disponibles, a qué grado de abstracción 2 De ahí que Proclo afirme que “Pitágoras transformó la filosofía concerniente a ella, [esto es, a la geometría], en una forma de educación libre (παιδείας ἐλευθέρου), exa- minando sus principios desde lo supremo e investigando los teoremas de un modo inmaterial e intelectual (ἀύλως καὶ νοερῶς)”, dk, 14, A6. 15La ética de Pitágoras llega la escuela pitagórica. Lo que se sabe es que el número y las proporciones armónicas constituyen la totalidad de lo real, y es en este marco donde se inserta también su visión sobre el ser humano y el alma que lo constituye esencialmente. Como atinadamente distingue Battista Mondin (1998) en su Storia della metafisica, la concepción metafísica de los pitagóri- cos puede bifurcarse de origen para su estudio. En efecto, por un lado, puede hablarse de la metafísica de los números o, mejor, de la constitución numérica última de toda la realidad; y, por otro lado, de la metafísica del alma. Es en esta última parte, a nuestro juicio, donde se insertan los aportes decisivos de la ética pitagó- rica (en un sentido ciertamente laxo, pues no se encuentra un tratamiento sistemático de estas cuestiones en los fragmentos dis- ponibles). Sin embargo, también hay contribuciones importantes desde la perspectiva de la metafísica del número, como Bourke parece sugerir, aunque sin explicitarlo así. Aunque, nos parece que la bifurcación de Mondin resulta útil para plantear la ética pitagórica, con la advertencia de que no se pueden separar, sino que ambas partes están comunicadas, y esta comunicación tiene su origen, a nuestro parecer, en la concepción antropológica que los pitagóricos sostienen. Aristóteles en la Metafísica brinda una descripción, que se ha vuelto célebre, de la concepción matemática de la realidad que tiene la escuela pitagórica. El pasaje es el siguiente: Los llamados pitagóricos, que fueron los primeros en culti- var las matemáticas, no sólo hicieron avanzar a éstas, sino que, nutridos de ellas, creyeron que sus principios eran los principios de todos los entes (ἐντραφέντες ἐν αὐτοῖς τὰς τούτων ἀρχὰς τῶν ὄντων ἀρχὰς ᾠήθησαν εἶναι πάντων). Y, puesto que los números son, entre estos principios, los primeros por naturaleza, y en ellos les parecía contemplar 16 Jacob Buganza muchas semejanzas con lo que es y lo que deviene, más que en el fuego y en la tierra y en el agua, puesto que tal afección de los números era la justicia, y tal otra, el alma y el entendi- miento, y otra, el tiempo oportuno, y lo mismo, por decirlo así, cada una de las restantes; y viendo además en los nú- meros las afecciones y las proporciones de las armonías (καὶ τὸν ὅλον οὐρανὸν ἁρμονίαν εἶναι καὶ ἀριθμόν)–puesto que, efevtivamente, las demás cosas parecían asemejarse a los nú- meros en su naturaleza toda, y los números eran los prime- ros de toda la naturaleza, pensaron que los elementos de los números eran los elementos de todos los entes, y que todo el cielo era armonía y número. Y todas las correspondencias que veían en los números y en las armonías con las afeccio- nes y con las partes del cielo y con el orden universal, las re- unían y reducían a sistema. Y, si en algún punto faltaba algo, se apresuraban a añadirlo, para que toda su doctrina fuese coherente. Así, por ejemplo, puesto que la década parece ser algo perfecto y abarcar toda la naturaleza de los números, dicen que también son diez los cuerpos que se mueven por el cielo, y, siendo nueve sólo los visibles, ponen como déci- mo la antitierra. (Aristóteles, Metafísica, I, 985b25-986a12). Como dice Battista Mondin, Aristóteles no ilustra tanto el sistema de Pitágoras sino las razones por las que el número es elevado a principio último fundacional y explicativo de todo lo real. Los pitagóricos estiman que en las precisas determinacio- nes del aspecto cuantitativo de lo real se encuentra la razón de su comprensibilidad primaria y de su ser tanto desde una pers- pectiva gnoseológica como ontológica. De hecho, la sentencia aristotélica parece incontestable a este respecto: “Los pitagóri- cos dicen que los entes son por imitación de los números (οἱ μὲν γὰρ Πυθαγόρειοι τὰ ὄντα φασὶν εἶναι τῶν ἀριθμῶν)” (Metafísica, 987b11-12). Además, la identificación del principio primordial con el número permite a Pitágoras y sus seguidores exponer la 17La ética de Pitágoras derivación de la multiplicidad a partir de la unidad, lo cual no se ve en los jónicos. Esta derivación, siguiendo a Mondin, se da así: el número es de dos especies entre ellas contrarias y funda- mento último de toda contrariedad, el par y el disparar; de ellos derivan todos los otros contrarios: lo limitado y lo ili- mitado, el bien y el mal, la unidad y la multiplicidad, lo mas- culino y lo femenino, etcétera. Lo dispar representa lo que es perfecto, determinado, bueno; lo par lo que es imperfecto, indeterminado, malo (Mondin, Battista, 1998, p. 49). Desde la perspectiva de la metafísica de los números, pue- de releerse la tesis de Bourke, quien afirma que probablemente uno de los aportes pitagóricos a la éticaproviene del estudio de los medios matemáticos. En términos matemáticos, la media es una función situada entre dos extremos, de los que combina y armoniza sus mejores propiedades3. En términos prácticos, los pitagóricos utilizan el concepto de media para indicar la buena salud como condición inter-media entre los excedentes; también para referirse a la temperatura, a la cantidad de líquido corpo- ral, o al ejercicio físico. En esta tesitura, la buena conducta moral como medio entre dos extremos es una idea completamente ló- gica para la escuela pitagórica, que se vería reflejada posterior- mente en autores como Aristóteles, quien desarrolla la teoría de la virtud moral como término medio entre los extremos del vicio 3 Esta armonía, nos parece, es análoga a lo que entiende Vasconcelos en relación al ritmo musical: “El universo infinito está compuesto de partes que se mueven según ritmos uniformes. Cada cuerpo, al vibrar en el espacio, emite un sonido, más o menos agudo, según la velocidad que lleva; la ley de los movimientos en el cosmos es la misma que la de los sonidos en la escala musical. En el cielo, los astros son como las notas de la octava; al girar en sus órbitas, producen un agrandado concierto, armonía sublime que los oídos humanos no escuchan porque se han acostumbrado a él, como los habitantes de las costas al ruido del mar, o porque sus oídos son imperfectos; tal es la tesis original del pitagorismo” (Vasconcelos, 1921, p. 41). 18 Jacob Buganza (Cf. Bourke, 1970, p. 16). En este mismo sentido, y siguiendo de nuevo a Bourke: Los pitagóricos también desarrollaron una teoría de los con- trarios, donde los “limitantes” y los “no limitantes” constituían el dúo primordial. Entendían el concepto de límite como ca- racterística definida y mensurable propia de todas las cosas; en consecuencia, lo ilimitado era aquello que se resistía a ser medido y definido. Generalmente ejemplificaban lo segundo por medio de un concepto geométrico: la diagonal de cual- quier rectángulo, pues resulta imposible deducir su longitud de manera sencilla en función de los lados. La diagonal es, por lo tanto, un número sordo, una cifra irracional. En conse- cuencia, identificaban la falsedad y la envidia con lo ilimitado y lo irracional. Este es el primer paso de un importantísimo acercamiento a los problemas éticos: la idea de identificar el significado del bien con lo racional y lo inteligible. Por con- siguiente, en el siglo iv a. C., un pitagórico posterior llamado Arquitas de Tarento fue el primero en enunciar el principio del “razonamiento correcto” como base de la buena conducta: “La buena estima, cuando es descubierta, disminuye los con- flictos civiles e incrementa la armonía […] sirve como mo- delo y elemento disuasivo para quienes hacen lo incorrecto”. Es casi seguro que las teorías aristotélicas y medievales en las que la recta razón (recta ratio) sirve de norma para los juicios éticos se hallen en deuda directa con el intelectualismo pita- górico. El clásico respeto que los griegos rendían a la vida de la razón (logos) resulta evidente en las primeras enseñanzas pitagóricas. (Cf.Bourke, 1970, pp. 16-174. 4 Es preciso tener en cuenta el siguiente apunte de Cappelletti: “La existencia de nú- meros irracionales era conocida, sin duda, por el propio Pitágoras. No cabe duda, en efecto, que desde los inicios de la geometría pitagórica se sabía que la diagonal del cuadrado es inconmensurable con su lado” (Cappelletti, 1980, p. 59). Y más adelante apunta: “La duda sembrada por la revelación del número irracional en la mente del pueblo y la consecuente sospecha del desorden del Universo, podría llegar a tener efectos prácticos muy serios para la comunidad pitagórica” (Ibid., p. 60). 19La ética de Pitágoras Desde la perspectiva de la metafísica del alma, puede ver- se al pitagorismo como un considerable avance en relación con sus predecesores. El concepto de alma tiene, para Pitágoras, una consistencia más fuerte de lo que tuvo este concepto en autores como Homero, en quien parece reducirse a mero soplo vital (Cf. Pizarro, 2019, pp. 107-119). Pero esto mismo puede afirmarse en relación con sus predecesores filósofos, esto es, con los jónicos, pues mientras para estos el tema estriba en […] preguntarse por el principio y el todo y el esclarecimien- to de los múltiples y asombrosos fenómenos que los viajeros y colonizadores jónicos se encontraban […], ahora el tema va a ser el alma y su destino y la preparación del alma para su destino. (Gigon, 1980, p. 133). Efectivamente, en uno de los fragmentos que se han trans- mitido sobre la doctrina de Pitágoras, Porfirio, célebre discípulo de Plotino, refiere que fue el primero en introducir en Grecia, con mucha fuerza, la tesis de la inmortalidad del alma: Pitágoras “así dice que inmortal es el alma (ὥς ἀθάνατον εἶναί φησι τὴν ψυχήν)” (dk, 14, A8). Además, también es tesis pitagórica que el alma “después se transformaba en otros géneros vivientes (εἶτα μεταβάλλουσαν εἰς ἂλλα γένη ζώιων)” (dk, 14, A8). Estas doctrinas, afirma Heródoto, son de raigambre egip- cia, pues de hecho en el primer fragmento de Diels y Kranz se lee: “Son primero los egipcios quienes sostienen que el alma del hombre es inmortal (πρῶτοι δὲ καὶ τόνδε τὸν λόγον Αἰγύπτιοί εἰσι οἱ εἰπόντες ὡς ἀνθρώπου ψυχὴ ἀθάνατός ἐστι)” (dk, 14, A1)5. De esta manera, Pitágoras y su escuela son quienes parecen 5 De todas maneras, Gomperz discute este origen egipcio del concepto pitagórico de alma, al decir que concuerda más con la concepción india del mismo: “no sólo en sus rasgos generales, sino también hasta en detalles, como lo es el vegetarianismo asocia- do a ella y hasta en la fórmula que sintetiza la totalidad de la creencia (el círculo y la 20 Jacob Buganza introducir la enseñanza de la inmortalidad del alma en Occiden- te, pues anteriormente es concepción común que6, en el infra- mundo, no hay sol y todo queda sumido en la penumbra, y del hombre queda allí […] una débil figura umbrátil sin vida real, una sombra fan- tasmagórica. Por eso para el griego primitivo la pervivencia que esperan de verdad no es esta triste forma de existencia, una especie de continuación interminable de la impotente ancianidad, sino más bien la memoria gloriosa en sus des- cendientes vivos. Y al preguntarse por el alma, por la natu- raleza de esa perduración física, resultaba que no era más que un residuo, la más tenue y fina materia en la estructura del cuerpo, que, precisamente por esta propiedad, era lo más indestructible. Y aquí se presenta Pitágoras con algo inaudi- to. Para él, lo que permanece fuera del cuerpo no es un resto miserable, sino lo verdaderamente vivo. La vida que sigue a la presente no es un pálido reflejo, sino la verdadera y más rueda de los nacimientos) […] La creencia india en la transmigración del alma es de origen prebudístico, y realmente no se puede considerar como una suposición dema- siado atrevida la de que el griego, tan ansioso de informarse, haya recibido por inter- medio de los persas una información más o menos exacta de las enseñanzas religiosas del Oriente, sobre todo si se tiene en cuenta que en la época en que Pitágoras residía aún en su patria jonia, los griegos asiáticos y una parte de la nación india obedecían ya al mismo soberano, a Ciro, fundador del Imperio Persa. Pero cualquiera que sea la fuente de la que esta creencia haya sido tomada, lo cierto es que en época temprana se confundió con doctrinas órficas” (Gomperz, 2000, p. 171). Sobre el vegetarianismo y sus distintas fases o periodos en la historia de la filosofía, Cf. Walters y Portmess, 1999, así como Guthrie, 1975, pp. 35-36. 6 Es célebre la demostración brindada por Alcmeón de Crotona sobre este argumento, tal como nos ha sido legada por Aristóteles: “Alcmeón parece pensar acerca del alma de manera similar a ellos [es decir, a Demócrito, Anaxágoras, Tales, Diógenes de Apolonia y Heráclito]. Dice, en efecto, que es inmortalporque se asemeja a las cosas inmortales, y que posee esta cualidad en cuanto se mueve siempre (ἀεὶ κινουμένῃ), puesto que todas las cosas divinas —la luna, el sol, los astros y el cielo íntegro— se mueven siempre, en forma incesante” (Aristóteles, De anima, I, 2, 405a-b). Además, Cf. Gomperz, 2000, p. 192. En la p. 193 resume Gomperz la posición de Alcmeón con estas palabras: “no en virtud de su mero carácter divino, sino en razón de su incesante movimiento en el espacio”.
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