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Índice Prefacio 1. EL CARÁCTER GUINDILLA Lo que delata una predilección por lo picante 2. EL RADIO DE LA ALIMENTACIÓN Cómo puedes diseñar tu entorno alimentario 3. CONDICIONAMIENTO PRENATAL Por qué tenemos un plato favorito antes de venir al mundo 4. NUDGING Cuando el comedor de la empresa se convierte en un territorio motivador 5. EL SABOR TAMBIÉN ES CUESTIÓN DE GENES Por qué los niños que solo comen macarrones probablemente sean superdegustadores 6. EL EQUÍVOCO SOBRE LA PIÑA Por qué nos gusta lo que nos gusta 7. ¿DELGADA EN TREINTA DÍAS? Por qué no funcionan las dietas, excepto la del 80 por ciento 8. NO HAY QUE TEMER A LOS CARBOHIDRATOS Con qué alimentos tienes la supervivencia asegurada en una isla desierta 9. LA FALACIA DE LOS ALIMENTOS CRUDOS Por qué cocinar nos hace inteligentes 10. LA INTUICIÓN DE LO NO SALUDABLE = SABROSO Por qué lo poco sano sabe tan bien 11. ¿TU PAREJA TE ENGORDA? Por qué no deberíais entenderos demasiado bien 2 12. EL SUPERMERCADO Por qué te dejas seducir una y otra vez por las novedades 13. EL EFECTO PRIMADO Por qué el helado Häagen-Dazs no es de Dinamarca 14. EL MARKETING DEL EFECTO PLACEBO Por qué la verdad no está precisamente en el vino 15. EL SÍNDROME DE LA COCINA-TROFEO Por qué deberías replantearte la adquisición de una imponente cocina de diseño 16. EL PODER DEL COLOR CORRECTO Por qué los platos rojos ayudan a adelgazar 17. POR QUÉ NO SABES CUÁNDO ESTÁS LLENO Y cómo puedes aprenderlo 18. PEQUEÑAS DIFERENCIAS Por qué la nariz es la chimenea del ser humano 19. EL EFECTO ROMEO Y JULIETA Por qué tendemos a comprar por pánico 20. ALMUERZO DE NEGOCIOS Lo que puntúa en una comida de trabajo 21. SOBRE MACHOS Y TIPOS MAYONESA ¿Qué tendrá que ver una hamburguesa con el pecho femenino? 22. UN BRINDIS POR LA HÁPTICA Lo que ganas estando abierto a nuevas experiencias 23. EL COLOR DEL GUSTO Por qué no hay confianza ciega con las cosas de comer 24. UN PLATO DE ARTE Por qué pagas un disparate por una ensalada Kandinsky 25. ALIMENTOS CONTRA EL ESTRÉS Por qué un batido tiene un poder tranquilizador 26. EL EFECTO CHISPORROTEO Por qué te derrites al ver un bombón bossa nova 27. LA DOBLE MENTIRA SOBRE EL GLUTEN Por qué siempre caemos en la trampa de los mitos sobre nutrición 3 28. EL EXPERTO GUAPO Por qué seguimos unos absurdos consejos sobre alimentación 29. EL EFECTO HALO DE SALUD La verdad sobre las barritas energéticas 30. EL RELOJ DE LA ALIMENTACIÓN Cómo combatir el jet lag 31. ¿QUIERES MININO PARA DESAYUNAR? Por qué los gatos están en nuestro sofá y los terneros en nuestro plato 32. EL SÍNDROME DE LA SALSA BEARNESA Por qué hay platos que nunca te gustarán 33. EL TONO ABRE EL APETITO Qué música te pone en modo espléndido 34. MIEDO AL QUÉ DIRÁN CUANDO LLEGA LA CARTA Cómo nos engaña el lenguaje del menú 35. LA PARADOJA DE LA DOGGY BAG Por qué somos tan reacios a llevarnos las sobras a casa 36. EL EFECTO BRIDGET JONES Cómo los sentimientos manipulan nuestro apetito 37. LA IMPORTANCIA DEL PESO DEL CAMARERO A LA HORA DE PEDIR Y por qué deberías echar un vistazo al índice de masa corporal de tus amigos 38. LA FOBIA A LOS RUIDOS QUE HACEMOS AL MASTICAR Y AL SORBER Cómo saber si padeces misofonía 39. ALL YOU CAN EAT Por qué es mejor sentarse de espaldas al bufé 40. LA PATATA FRITA PERFECTA Sobre la ciencia de las patatas cortadas en rodajas 41. PARA QUÉ SIRVEN REALMENTE LOS INCISIVOS Y por qué deberías manejar con precaución el tenedor 42. ADELGAZA DURMIENDO Una cura de reposo puede saciar tu apetito Bibliografía Notas Créditos 4 Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulos Fragmentos de próximas publicaciones Clubs de lectura con los autores Concursos, sorteos y promociones Participa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libro y en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte 5 http://goo.gl/1OP6I6 http://goo.gl/v0wG2A http://goo.gl/JYqUxR http://goo.gl/IoPlU0 http://goo.gl/s0nYNA http://goo.gl/HjpKFD http://goo.gl/FKoB61 http://goo.gl/2VT2zx https://www.instagram.com/planetadelibros/ Prefacio Vamos con la buena noticia primero: vivimos en un paradisiaco paisaje de abundancia de productos alimenticios. Esto significa que podemos satisfacer nuestros deseos culinarios a cualquier hora del día. El jardín del Edén es un chiste comparado con esto. Al mismo tiempo —y esta sería la mala noticia—, la alimentación se complica cada vez más. En algún punto entre lo vegetariano, la dieta paleolítica, la dieta low-carb, o baja en hidratos de carbono, y la ola detox, hemos perdido no solamente la visión general, sino también nuestra relajada relación con la comida. Y eso que comer es, sin duda, una de las experiencias más sensuales. Para que todo esto vuelva a ser lo que era y para que entendamos por qué nos comportamos como lo hacemos —es decir, por qué comemos como comemos—, es imprescindible echar un vistazo entre bastidores. Solamente la suma de nuestras decisiones diarias sobre alimentación ya se las trae: son más de doscientas. Es lógico que no seamos conscientes de todas y cada una de ellas y que no nos pasemos el día cavilando sobre por qué pedimos un postre o por qué en determinados momentos moriríamos por unas patatas fritas con mayonesa. Todo lo contrario. Aquí entra en juego nuestro subconsciente, que hace el trabajo por nosotros. Por una parte, esto es muy práctico porque nos deja más capacidad para otras cosas, pero, por otra, es muy peligroso porque nos impide contar con instrucciones de cómo actuar. Y todo esto en un asunto altamente emotivo como es la comida. Pero ¿cómo vamos a orientarnos en esa selva que es la nutrición? ¿Cómo tener una alimentación más sana e inteligente y disfrutar realmente de la comida, cuando ni siquiera podemos decir con claridad por qué algunos platos nos hacen felices, mientras que otros nos revuelven el estómago? ¿O por qué a veces comemos tanto que tenemos miedo de estallar? ¿De dónde sale la información de que estamos llenos? ¿Cómo funciona el acto de saborear, y qué papel desempeñan nuestra psique y nuestro cerebro en la elección diaria de alimentos? Olvidémonos de los muchos mitos dietéticos con los que estamos siendo constantemente alimentados y confundidos. Hay hallazgos contrastados de la psicología del comportamiento y de la investigación del cerebro que descodifican nuestro gusto y ponen de relieve la dimensión social de la comida. La investigación en esta área ha hecho progresos vertiginosos en los últimos años y ha sacado a la luz cosas desconcertantes. Esto es un regalo del cielo, no solo para nuestra salud, sino también para nuestro disfrute. 6 Ya en el útero se asientan las bases de nuestras preferencias alimenticias. Cuanto más dulce es el líquido amniótico, más a menudo lo absorbe el feto. Sin embargo, al futuro bebé no le gustan nada las sustancias amargas. Una vez que hemos venido al mundo, seguimos con esa impronta. Algunos de nosotros nos convertiremos en unos tiquismiquis con la comida, mientras que otros se comerán alegremente todo lo que les pongan delante. Pasaremos sin duda por una primera dieta y también nos diremos: «¡Maldita sea, no funciona! Pero ¿por qué?». Pues porque, resumiendo, no somos comedores racionales. El psicólogo del comportamiento Dan Ariely nos describe como personajes en un juego sobre los que actúan fuerzas de las que no tenemos ni la menor idea. Y si las conociéramos, las subestimaríamos sistemáticamente. Esto también es válido para la comida. El objetivo de este libro es desenmascarar a estas fuerzas y mejorar con este conocimiento nuestra vida cotidiana. Tomemos otra vez las riendas de cómo actuar conscientemente. ¡Comencemos a comer de manera más inteligente y placentera! 7 1 EL CARÁCTER GUINDILLA Lo que delata una predilección por lo picante Tienes una cita en un restaurante italiano. Al igual que todos los que se aprecian, tu citay tú os alegráis cada vez que descubrís que tenéis algo en común, como la preferencia por el mismo vino o el entusiasmo por una película. Pero entonces sufres una 8 desagradable sorpresa. Tu adorado amigo echa media botella de tabasco sobre la pizza arrabiata y a continuación te ofrece un trozo empapado, mientras te enumera entusiasmado los platos de guindillas o chile de su restaurante mexicano favorito y te advierte que «debes probarlos sin falta, lo antes posible». En realidad, hasta este momento, tú estabas muy feliz con la elección del restaurante, y el plato de espaguetis carbonara era perfecto. Para terminar, querías pedir tu postre favorito, panna cotta, pero la perspectiva de tener que compartir más platos picantes te echa a perder el apetito. Pero ¿y si ese malestar que sientes cuando descubres que vuestras preferencias culinarias son tan opuestas tuviese una explicación lógica? Como escribió Ludwig Feuerbach: «Porque esto, lo que como, lo que bebo, incluso mi otro yo… es mi ser». ¿Qué supone eso a la hora de valorar a la persona que tienes delante? Pues que los que comen guindillas son aventureros. Es la conclusión a la que llegaron Paul Rozin y Deborah Schiller, de la Universidad de Pensilvania, después de haber evaluado el primer estudio sistemático sobre el consumo de guindilla o chile. Por ejemplo, en México, el consumo de chile se considera una expresión de fuerza, de audacia y de características masculinas. En una investigación con estudiantes estadounidenses que presentaban una predilección por las guindillas o chile se observó que tenían al mismo tiempo una afición por actividades temerarias y que se exponían voluntariamente a riesgos, como conducir rápido, hacer paracaidismo o nadar en agua helada. Inicialmente hay que hacer un esfuerzo de superación para cada una de estas experiencias, pero, al igual que con el consumo de chile, con el tiempo se aprende a evaluar el riesgo. «Seguramente sea el riesgo calculado lo que hace que comer guindilla o chile resulte tan emocionante para algunos», resume Paul Rozin. El picante no es un sabor en sí mismo: no es dulce, ni salado, ni amargo, ni ácido, ni umami. Picante significa dolor. Por eso tú, como persona cauta, reculas de forma refleja cuando te ofrecen ese trozo de pizza. La respuesta típica al dolor se desencadena tan pronto como el ingrediente del chile, la capsaicina, llega a los receptores del dolor de la lengua. Si la capsaicina llegara a ponerse en contacto con los ojos o con la sensible mucosa de la nariz, como es el caso del espray de pimienta, nos retorceríamos dando gritos. Entonces, ¿qué es lo que hace que alguien lleve a maltratar una parte muy sensible de su cuerpo, como es la lengua, con un arma química? ¿Y que escoja productos que se llaman Painmaker, La Viuda Negra, Mega Death Sauce (Feel alive!), y con una etiqueta que dice: «pain (dolor) 85 %, 95 %, 100 %»? Esto que suena a música death metal es, en realidad, una serie de nombres de salsas de chile comerciales. Que una experiencia corporal negativa (pulso acelerado, sudoración, ardor, lagrimeo, dificultad para respirar) provoque placer es un signo de que se poseen fuertes rasgos masoquistas, según Rozin, que compara esta situación con una película de terror en la que sentimos miedo real, pero sabemos que nada nos puede pasar. No encontrarás en el reino animal algo parecido. Incluso los cerdos, que normalmente se precipitan sobre cualquier cosa comestible (y que, si viven en las tierras altas de México, deberían estar más que acostumbrados a las sobras picantes), dan un gran rodeo ante las tortillas con salsa picante. No pueden saber que la sensación de calor no es «real», sino una 9 respuesta errónea del cerebro. Nosotros, por el contrario, sabemos que las guindillas o chiles no nos queman por dentro. Nuestro intelecto nos permite pasar por alto y de una manera limitada una señal de aviso. «Por así decirlo, desde una distancia segura, triunfamos sobre un instinto básico y, a cambio, recibimos de nuestro centro de recompensa ubicado en el cerebro unos caramelitos bioquímicos en forma de chute de endorfinas», escribe el médico Harro Albrecht en su libro, inédito en español, Dolor. Una historia de la liberación. Por cierto, lo mismo es válido en el caso del llamado runner’s high o subidón de los corredores. Los amantes de la guindilla o chile se muestran más abiertos a nuevas experiencias, adoran aceptar riesgos, están ávidos de variedad, de emociones fuertes y de aventuras. Todas estas características son típicas de los llamados sensation seekers o «buscadores de sensaciones». Formulado positivamente, son personas con un alto nivel de curiosidad. Expresado de forma menos amable, son esos que rápidamente experimentan una sensación de tedio. Con estos datos, las campanas de alarma deberían sonar en la persona orientada hacia la seguridad que tenemos enfrente. Quien evite la excitación, valore la constancia y se defienda muy bien prescindiendo de situaciones extremas debería prestar en el futuro mayor atención a la predilección por las especias picantes de su nueva amistad, aun cuando se considere que las guindillas son beneficiosas para la salud, estimulan el metabolismo y tienen, además, un efecto analgésico y antibacteriano. Hasta aquí todo bien, pero ¿qué tipo de carácter se esconde en realidad detrás de aquellos a quienes les encantan los platos dulces? Tu cita no puede sentirse más que afortunada de tenerte a su lado. A quienes les gusta lo dulce, se les considera extremadamente solícitos y sociales (un encanto de personas). Hay experimentos que demuestran que la disponibilidad para ayudar a alguien en peligro está particularmente desarrollada en aquellos que, en lugar de comerse unas galletas saladas, se decantan por un trozo de chocolate. Además, lo dulce alivia los efectos del chile, sobre todo cuando se trata de platos con ingredientes derivados de la leche, como la panna cotta, el mascarpone o los postres cremosos, porque la capsaicina de la guindilla se une a la grasa presente en estos platos. El agua del grifo no sirve, solo distribuye y refuerza el ardor. Conclusión: la guindilla o el chile, bien dosificados, son más que una experiencia culinaria excepcional. Pero antes de arriesgarte, hazte con una gran cantidad de platos a base de lácteos para que no tengas la sensación de arder por dentro. 10 2 EL RADIO DE LA ALIMENTACIÓN Cómo puedes diseñar tu entorno alimentario Diariamente tomamos más de doscientas decisiones sobre cosas relacionadas con la comida. Apenas nos levantamos, todos nuestros pensamientos giran en torno a la alimentación. No solo porque tenemos el filete de la noche anterior todavía en el 11 estómago y nos echa a perder el placer del desayuno. Incluso en los días normales se plantean inmediatamente un montón de preguntas: ¿quién hace el café, y qué más hay? ¿Un cruasán o dos? ¿Qué meto en el tupper? ¿Con quién y, sobre todo, dónde puedo tener un almuerzo agradable? ¿Sushi o pizza después del trabajo? ¿Y quién cocina el fin de semana (porque, de hecho, ya es jueves)? ¿Qué falta en la nevera, y dónde encuentro los mejores ingredientes para la próxima comida al aire libre? ¿Deberíamos probar el nuevo servicio de comida a domicilio? De todas las decisiones sobre comida que adoptamos —y esto puede resultar sorprendente en estos tiempos de movilidad y flexibilidad—, el 80 por ciento las tomamos en el hogar y en la zona cercana. En el día a día, decidimos cómo y dónde vamos a satisfacer el hambre y nuestros antojos culinarios en un entorno próximo a nuestra residencia, en concreto en un radio de menos de diez kilómetros. El psicólogo Brian Wansink habla del radio de la alimentación. Poca gente es consciente de la influencia que tiene la calidad de este radio personal sobre los hábitos alimenticios. Cómo íbamos a saberlo, si en última instancia somos nosotros los que tomamos las decisiones, o al menos eso creemos. Solamente cuando cambiamos nuestro radio alimentario, como ocurre cuando nos vamos de vacaciones, nos damoscuenta de lo apegados que nos sentimos a nuestros hábitos. Acabamos de llegar a Nueva York y ya estamos buscando una panadería española cerca del hotel o nos cercioramos de que el supermercado de la esquina tenga un surtido presentable de cervezas. Independientemente de dónde nos encontremos, enseguida investigamos la idoneidad culinaria del terreno y sus rituales establecidos, ya que la mayoría de nosotros tenemos unos hábitos de compra o de comida extremadamente ritualizados o, sencillamente, muy acomodados. Este acomodo sigue un principio ecológico: el forrajeo óptimo. En cristiano: «la búsqueda óptima de alimentación». Según este principio, buscamos preferiblemente alimentos que podamos conseguir con un bajo consumo de energía y que nos garanticen la máxima eficiencia energética. Es decir, queremos estar bien alimentados y satisfacer al mismo tiempo nuestras preferencias. En general, en nuestro radio de acción, no escasean los alimentos de fácil acceso, a menos que uno viva en el desierto. Esto, por un lado, es una sensación reconfortante y, por otro, hace que nos encontremos en un estado de tentación permanente. Que tu radio alimentario coincida geográficamente con el de tus vecinos no significa que te topes con ellos constantemente a la hora de comprar. Cada cual utiliza su radio de acción de forma diferente. Es de suponer que en tu entorno existen decenas de restaurantes y tiendas cuya existencia ignoras. De hecho, no conocerás más que un puñado. ¿Se puede influir en el propio radio alimentario? ¿Se puede diseñar? ¡Por supuesto! Unos ciudadanos de Berlín se han unido para elaborar los planos de los mercados semanales de su zona, de la industria alimentaria artesanal y del comercio de productos regionales y de máxima diversidad, antes de que les abran otro supermercado más en el barrio. De esta iniciativa ha surgido el mercado Markthalle Neun, que se está haciendo 12 famoso más allá de los límites de la ciudad. En él, decenas de tenderos ofrecen comida de todo tipo, ya sea vegetariana, paleolítica, suaba, peruana, biológica o simplemente casera, a precios populares. A veces, concentrarte a la hora de dar un paseo es suficiente para ampliar tu horizonte perceptivo y abrirte a nuevas fuentes de alimentos de la zona. Es increíble el cambio que experimenta nuestra percepción cuando vamos con una intención. Esto lo sabes por propia experiencia: el que quiere comprarse una nueva bicicleta descubre en cada esquina una tienda de bicicletas, el que quiere tener un hijo ve embarazadas por todas partes. Si te propusieras desde este momento comprar solo alimentos cuya procedencia conoces, lo más probable es que encontraras por tu zona agricultores, fruterías o puestos de mercado con productos frescos y de la región. El que quiera entender mejor por qué se alimenta y cómo se alimenta debería analizar críticamente su radio de la alimentación. ¿Qué tiendas refuerzan hábitos saludables y cuáles no? ¿Por qué vas a ellas? ¿Tal vez porque te gusta hablar con el dueño de un negocio en particular? ¿Compras por pura simpatía cantidades mayores a las que habías previsto? ¿Compras en el supermercado verdura congelada porque te resulta más práctico que tener que dar un rodeo para llegar a la frutería? ¿Qué tal estaría organizar con tus vecinos una compra de verduras comunitaria y por turnos? ¿O compartir con tus amigos un huerto comunitario? Conclusión: si lo de la jardinería te aburre y hablar mucho con los vecinos te pone nervioso, imagina entonces que acabas de mudarte y que tu nuevo radio de alimentos está por descubrir. Esto te permitirá caminar con la mente abierta. Te sorprenderás de las nuevas posibilidades que se te van presentando. 13 3 CONDICIONAMIENTO PRENATAL Por qué tenemos un plato favorito antes de venir al mundo Un día de la primavera de 2011, la exitosa autora de libros de cocina Marlena Spieler salió de su casa de San Francisco con la intención de comprar algunas especialidades locales para su fiesta de cumpleaños. Al cruzar la calle, ocurrió: la atropelló un coche. Se 14 rompió los dos brazos y sufrió una conmoción cerebral, pero eso fue solo el comienzo de la pesadilla. La primera noche en el hospital la despertó un penetrante olor a humo. Solo que, tal y como escribió en 2014 en un artículo para el New York Times en el que relataba la historia de su accidente, «nadie fumaba y nadie a mi alrededor parecía percibir el olor. Mi café de la mañana era insípido. Mis visitas me trajeron manjares deliciosos para calmarme, pero, con cada bocado, lo que degustaba era miedo. La canela, que me encantaba de niña, de pronto era horriblemente amarga. Los plátanos sabían a chirivía y olían a quitaesmalte de uñas. Setas cuidadosamente condimentadas tenían el sabor de una galleta quemada. Había perdido mis capacidades olfativas y el gusto. Es como si un músico perdiera el oído». De golpe, todo el archivo culinario de Marlena Spieler se había borrado. La que hasta entonces había sido una profesional formada en cuestiones del gusto, se encontró nuevamente y de repente en el papel de aficionada, de diletante. Desde el punto de vista culinario, nada era fiable. Alimentos que no le gustaban antes le encantaban ahora, y viceversa. Cada plato, absolutamente todo lo que comía, obraba un efecto que no tenía nada que ver con su vida y su experiencia profesional previas. Todo esto la llevó a descubrir sensaciones de sabor sorprendentes: «Cuando más tarde me tomé una copa de helado, me dije: “Esto es delicioso, ¿qué es?”. Mi primer bocado de tocino fue “exquisito”, pero cada vez que comía este alimento era como si lo hiciera por primera vez. Podría haber sido genial sorprenderse una y otra vez, pero me sentía increíblemente estúpida». El accidente había cortado el lazo invisible que la unía con su pasado culinario. La memoria autobiográfica, ese importante sistema de recuerdos sostenido por una vía neuronal ramificada, ya no cumplía adecuadamente su función. Marlena se había convertido en una extraña para sí misma. Ningún olor, ningún sabor podían ya resucitar experiencias y sentimientos enterrados. El viaje mental a través del tiempo que Marcel Proust había descrito en su novela En busca del tiempo perdido se había vuelto irrealizable. Es el sabor de una magdalena sumergida en una taza de té lo que el yo narrador de Proust evoca como recuerdo intenso de su infancia: «Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba».* La ciencia que estudia todo lo referente a la memoria denomina a esto el fenómeno de Proust. Para algunos es el sabor de los macarrones con chorizo que cocinaba su difunta abuela lo que revitaliza el recuerdo de la cocina al completo, y otros se encuentran subyugados por el recuerdo que despiertan unas almendras tostadas. El hipocampo juega un papel crucial en la formación de la memoria. La amígdala, esa parte en forma de almendra, también está involucrada en el almacenamiento de los recuerdos con fuerte componente emocional. Cuando se activa un estímulo dormido en las profundidades de la memoria del cerebro, estamos a su merced, indefensos. Los olores se 15 consideran los estímulos más comunes y adecuados para despertar recuerdos espontáneos, porque se anclan de forma particularmente profunda en la memoria. Nuestra memoria gustativa viene de mucho más atrás de lo que probablemente supone la mayoría de la gente: la impronta comienza en el útero. Allí, el feto, a través del líquido amniótico, recibe algunos de los aromas influidos por los hábitos alimenticios y gustos de la madre. Antes de ver y oír, saboreamos y tenemos nuestras primeras experiencias olfativas. Al final del segundo mes de embarazo, se forman las papilas gustativas, y en la semana doce, el feto comienza a tragar. En el último trimestre del embarazo, el hábito de succión del feto se adapta incluso al sabor del líquidoamniótico, del que bebe un litro al día. Que sabe dulce: el futuro bebé succiona con mayor frecuencia; que tiene un sabor amargo: el futuro bebé disminuye la velocidad de la deglución. La predilección por lo dulce y la aversión a las sustancias amargas nos es innata. Cuando vivíamos en cuevas, este programa genético aseguraba nuestra supervivencia. Lo dulce significa algo que suministra energía a nuestro cuerpo, mientras que lo tóxico a menudo tiene un sabor amargo. La bióloga estadounidense Julie Mennella, del Monell Chemical Senses Center de Filadelfia, y su equipo demostraron en un experimento con zanahorias la gran impronta que dejan las experiencias de sabor prenatales y de los primeros años. Para ello dividieron a las mujeres embarazadas que participaban en la prueba en tres grupos. El primero bebió zumo de zanahoria de forma continuada durante el último trimestre del embarazo y agua durante los primeros meses de lactancia. El segundo grupo empezó a consumir zumo de zanahoria inmediatamente después del nacimiento, y el tercer grupo no lo probó. Cuando se llegó a la etapa en la que el bebé podía tomar alimentos sólidos, se les alimentó con gachas de avena, cocinadas unas veces con zumo de zanahoria y otras con agua. El resultado fue que los bebés que ya conocían el sabor de las zanahorias comieron más cantidad de papilla preparada con su zumo y mostraron menos gestos negativos que los bebés que no lo conocían. Cada bebé, según Mennella, tiene sus propias experiencias únicas, y estas varían de hora en hora, de día en día, de mes a mes. Cuando un bebé empieza a ingerir alimentos sólidos, lo más seguro es que coma preferentemente y reconozca como comestible lo que también comió la madre. Cuanto más sana y más variada es la alimentación de las embarazadas y de las madres lactantes, más abiertos a los sabores y menos complicados son los hijos con la comida. No solo las zanahorias, también la vainilla, el ajo, el anís, el queso azul y la menta tienen intensos sabores que se abren paso hasta la leche materna. La comida favorita de la infancia se ancla tan firmemente en nuestra memoria autobiográfica que a menudo se mantiene durante toda la vida como nuestro plato preferido. El gancho de la memoria es que su disfrute nos haga confiadamente felices y no que nos traslade a esa época de forma violenta. Cees Nooteboom lo ha descrito en esta hermosa frase: «La memoria es como un perro que se acuesta donde él quiere». 16 Conclusión: la construcción de un amplio y diversificado archivo culinario merece tanto la pena como una búsqueda específica del tiempo perdido. Marlena Spieler se ha hecho bastante rápidamente con la reprogramación de su gusto, con algunos altibajos. Evocar el pasado a través de las impresiones sensoriales tiene, sin duda, algo mágico. Porque a veces el perro se tumba exactamente donde quiere. 17 4 NUDGING Cuando el comedor de la empresa se convierte en un territorio motivador ¿En tu empresa hay comedor? ¿Comes allí con regularidad? Si es así, ¿has echado alguna vez un vistazo a tu alrededor? Pues deberías hacerlo, porque un comedor dice mucho acerca del empleador. Por ejemplo, en él se ve cuánto valora la salud de sus 18 empleados. Mientras que algunos comedores son paraísos para los amigos de la dieta paleolítica y tienen carne en el menú tres veces a la semana, otros se centran principalmente en los vegetarianos. El plato del día, con un filete arrugado o un pescado mortecino —y que, en estos tiempos en los que la estética de la comida es tan importante, debería estar pasadísimo de moda— sigue presente en muchos comedores. Sin embargo, en la empresa Google sería impensable encontrar una oferta que disparase los reflejos de huida de la gente. Probablemente no hay, en el mundo entero, ningún comedor tan celebrado públicamente como el del gigante de internet. Ya solamente el término comedor, o cantina, es para ellos un insulto. Google tiene algunos puntos con varios restaurantes de diseño; bares, cafeterías y micrococinas que cumplen con casi cualquier deseo culinario. La multinacional no es famosa solo por su manía de recopilar datos, sino también por su política de supervisión del personal. La fórmula Google dice así: los empleados sanos, o, lo que es lo mismo, muy bien alimentados, son más felices, y la gente feliz genera excelencia. Son innovadores y creativos. Por eso, la comida, ya sea sushi, cocina tailandesa, india o cualquier otra, es gratuita y está disponible para los trabajadores de Google veinticuatro horas al día y siete días a la semana, no vayan a tener la mala ocurrencia de abandonar las instalaciones para comer. Para saciar el hambre o la sed, los empleados de Google solo tienen que andar un poco para llegar a una de las micrococinas, donde disponen de aperitivos y tentempiés saludables. La desventaja de la comida gratis: es tentadora incluso sin hambre. Google no quiere empleados sobrealimentados, y para ello emplea trucos psicológicos. Este cosmos de la comida es en realidad una escenografía ingeniosamente manipulada. En el momento en que accedes a uno de los comedores, lo primero que te llama la atención es la barra de ensaladas, ya que las personas tienden a tomar lo que ven en primer lugar. Las golosinas, como los M&M’s, se almacenan en recipientes opacos, con lo que se consigue reducir la ingesta excesiva de calorías en los empleados. Scott Giambastiani, el chef, formuló la misión nutricionista de Google de la siguiente manera: «Queremos crear la fuerza de trabajo más saludable del planeta. Y vemos que los googlers, o empleados de Google, comen un poco menos si utilizan platos pequeños. Por eso por la tarde no están tan cansados. Esto los mantiene en el nivel más alto de su rendimiento y, por lo tanto, es rentable para Google». Por otro lado, como comer en platos más pequeños no necesariamente implica que el hambriento googler se decida por una opción saludable, se le ayuda a tomar esta decisión con un sistema tipo semáforo. Los alimentos etiquetados con un punto verde se pueden comer siempre. Los que están marcados en amarillo solo pueden ser degustados ocasionalmente, y el color rojo dice: «Por favor, ¡no tan a menudo!». A este sutil control del comportamiento se le denomina nudging, algo así como dar un pequeño empujón en la dirección adecuada. Un empujón así, afirman Richard Thaler y Cass Sunstein en su libro Un pequeño empujón (nudge), funciona también cuando detrás del bufé cuelga un espejo: las personas recurren con mayor frecuencia a las frutas y rara vez a los dónuts. Al parecer, uno se ve mejor a sí mismo con una manzana en la mano. 19 Un estudio llevado a cabo en los Países Bajos investigó en 2015 si este principio del nudging también funcionaba cuando es transparente. Para averiguarlo, se seleccionaron tres quioscos en estaciones de tren, un entorno en el que tomamos impulsivamente nuestras decisiones de compra. En el primer quiosco se cambiaron los alimentos poco saludables, como chocolatinas y galletas, que normalmente están al lado de la caja, por frutas y barritas energéticas de cereales. En el segundo, todo se mantuvo igual que antes, y en el tercero, las alternativas saludables también se colocaron al lado de la caja, pero acompañadas de la siguiente recomendación: «Le ayudamos a tomar decisiones más saludables». El resultado: el hecho de colocar la fruta al lado de la caja incrementó las ventas en el plazo de una semana de manera significativa (287 frente a 161), con y sin recomendación del empujoncito o nudging. Al parecer, y esto es interesante, los consumidores no se lo tomaron como un tutelaje. Sin embargo, y por desgracia, la venta de alimentos poco saludables se mantuvo constante. El programa de comidas que lleva a cabo Google es una parte central del mensaje gigantesco de optimización que la multinacional envía a sus empleados desde su primer día de trabajo. Se plantea entonces la siguiente pregunta: ¿qué les ocurre a los que, a pesar del nudging, no se dejan intimidar por el punto rojo y toman decisiones equivocadas?¿Google cuenta calorías en secreto? ¿Y condena a los pecadores a un curso de capacitación en cuestiones nutricionales? ¿Suena una alarma cuando se coge una lata de Sprite? En un mundo de nutrición optimizada no se contempla la posibilidad de cometer errores. Pero ¿qué pasa con tu empresa? ¿También te da el empujoncito en la dirección saludable? Por cierto, el plato más popular de los comedores alemanes es la currywurst o salchicha al curri. Por lo menos hasta ahora. 20 5 EL SABOR TAMBIÉN ES CUESTIÓN DE GENES Por qué los niños que solo comen macarrones probablemente sean superdegustadores Seguramente te has sorprendido alguna vez al ver que las personas que se sientan en la misma mesa perciben y evalúan alimentos idénticos de maneras tan diferenciadas. Unos echan sal enérgicamente al plato, otros dibujan una mueca porque las alcachofas están 21 demasiado amargas y la crema de fresa demasiado dulce. «Para gustos, los colores», oímos desde una edad temprana, sin que se argumente esta frase. Y cuando se ha intentado hacerlo, ha sido con razonamientos no siempre ciertos, como el que durante mucho tiempo defendió que la lengua es una especie de mapa, en la que existen territorios —direcciones del gusto dulce, agrio, salado, amargo y (desde hace poco) umami— estrictamente separados. La verdad es que cada dimensión gustativa se prueba en cualquier lugar de la lengua. Aunque hay regiones dominantes, por todo este órgano se pueden encontrar distribuidas de manera visible papilas gustativas que sobresalen y que albergan los botones del gusto. En ellas se alojan a su vez hasta 150 células receptoras de las cualidades gustativas. Todo esto no aclara la sensibilidad de algunas personas hacia sabores concretos. Parte del motivo de que esto sea así tiene que ver con el número de papilas gustativas. A esta conclusión llegó, en 1993, la investigadora Linda Bartoshuk, del Florida Center for Smell and Taste (Centro de Investigaciones sobre el Gusto y el Tacto) de Florida. En una prueba, la investigadora tiñó de azul las lenguas de los participantes y contó las papilas que sobresalían. Su número y su tamaño diferían considerablemente. El participante que tenía muchas papilas pequeñas se descubría en las pruebas de gusto como una alma sensible. La mayoría de las personas que participaron en el ensayo consideraron el propiltiouracilo, una sustancia amarga que se abrevia como PROP, como un sabor neutral o ligeramente amargo, pero a los que tenían muchas papilas pequeñas les pareció extremadamente amargo. La doctora Bartoshuk los denominó superdegustadores o supercatadores. «Las personas que perciben un sabor con una intensidad extrema — explica Linda Bartoshuk— viven en un mundo de la alimentación de colores neón, mientras que el mundo de los otros es de colores pastel». La genetista Sarah Tishkoff, que examinó las preferencias por lo amargo en la población africana, encontró un sorprendente número de variaciones genéticas en los receptores de este sabor. El hecho de que los genes sean la causa de que exista la superdegustación explica por qué la sensibilidad del gusto es a menudo transmitida de padres a hijos. Si uno de sus hijos fuera un tiquismiquis con la comida y solo le gustaran los macarrones, es muy posible que haya heredado un gen supercatador (y con mayor probabilidad si en la familia existen más casos de personas escrupulosas en las cuestiones del comer). Igual que el color de ojos y el sexo es diferente en cada niño, la textura de la lengua también puede variar. Para los afectados, las manzanas son a menudo demasiado ácidas, los pepinillos demasiado salados, los pomelos demasiado amargos y los caramelos demasiado dulces, debido a que la intensa percepción del gusto de los superdegustadores no solo se limita a las sustancias amargas. Sin embargo, estos alimentos (excepto quizá los caramelos) deberían recibir una merecida oportunidad, mediante la habituación. El hábito es un mecanismo especial que podría llegar a garantizar que estos alimentos acabasen gustando. Con la repetición de un estímulo se establece un hábito, que incluye además la capacidad de ignorar el propio estímulo. Si durante el primer bocado se produce una fuerte sensibilización, a veces extrema, es en el cuarto y quinto bocado cuando se pierde claramente en intensidad. Esta 22 es una de las razones por las que la gastronomía molecular se centra en pequeñas porciones y de una gran variedad. Quien desde una edad temprana puede comer sin ningún esfuerzo queso camembert, achicoria y galletas saladas no pertenece al 25 % de supercatadores, sino que se encuentra o bien en la categoría de degustadores normales —a la que pertenece el 50 % de la población—, o bien en la de no degustadores —grupo al que pertenece el 25 % de la población y cuyos gustos están claramente indiferenciados—. Los denominados no gustadores son extremadamente experimentadores. «Quiero comer algo que nunca haya comido» es una frase que repiten sin esfuerzo alguno. Todo lo contrario de lo que proclamaría un superdegustador, a menos que haya superado su cautela y haya reconvertido su habilidad especial en una profesión como un cocinero o crítico gastronómico. Conclusión: si a tu hijo solo le gustan los macarrones con kétchup, no seas demasiado estricto con él. Simplemente podría tener un exceso de papilas gustativas. 23 6 EL EQUÍVOCO SOBRE LA PIÑA Por qué nos gusta lo que nos gusta ¿Una piña es una piña? No, no lo es. El hecho de que la describas como dulce, jugosa, fibrosa, blanda o aromática o de que asegures que te produce un cosquilleo en la punta de la lengua depende de tu perfil de gusto individual. El momento y, en particular, la 24 forma (procesada, envasada o en su estado original) en los que degustaste piña por primera vez marcaron profundamente tus expectativas sobre el sabor de esta fruta. Si tu primera piña se sacó de una lata y a continuación se puso sobre un pan de molde que ya tenía una loncha de jamón, se enterró bajo un montón de queso en lonchas y se metió en un horno, entonces eres un niño de la tostada hawaiana. La ventaja de este aderezo es que pone fin al sabor ligeramente metálico de la piña en lata. El que tiene una impronta marcada por estos sabores de piña artificial, el que ha aprendido a amar este sabor artificial, se preguntará cuando muerda por primera vez un trozo de piña fresca qué le pasa a esa fruta. Qué alimentos nos gustan y cuáles rechazamos, qué es lo que deberá estar en nuestra mesa todos los días y qué no, es el resultado de nuestra socialización dentro de un entorno cultural y alimentario en particular. Al que haya crecido en un pueblo tailandés le gustarán unos platos diferentes que a alguien cuya infancia en las montañas suizas haya transcurrido entre fondues y muesli. Dentro del particular universo del gusto de cada uno, por la educación se forman, a su vez, los procesos de aprendizaje, las experiencias y predisposiciones (véase el capítulo 5), las preferencias gustativas individuales y las aversiones. La fase de las manías con la comida la pasamos todos: entre los dieciocho y veinticuatro meses atravesamos una etapa muy pronunciada denominada neofobia, el miedo innato a lo nuevo. Hasta la edad de cinco años prevalece el punto de vista crítico. Lo que hoy en día enerva a los padres aseguró en el pasado nuestra supervivencia. La fuerza impulsora en todo lo relativo al sabor es la familia. Los padres y los hermanos comparten diariamente con nosotros sus gustos, conformando de esta manera los nuestros propios, con lo que nos encontraríamos ante lo que se ha llamado efecto de la mera exposición. «Las sensaciones de sabor que se experimentan provocan la tendencia a la repetición», según el psicólogo nutricional Volker Pudel. A este respecto, también existe cierto potencial de seguridad, porque por el sabor se puede identificar la comida que acabamos de ingerir y de tolerar sin consecuencias adversas. «Los seres humanos no seleccionan un plato porque les gusta. Más bien, les gusta un alimento que ya han comido.»Y, se podría añadir, porque han desarrollado una predilección por ese plato, que es un proceso más complejo que la mera repetición. Su peligro radica en llegar a sufrir un embotamiento sensorial. Que un plato sea nuestro favorito tiene que ver con que no lo degustemos a diario. Esta saturación sensorial específica se basa en un mecanismo evolutivo que nos protege de una dieta demasiado unilateral y, por lo tanto, falta de nutrientes y vitaminas. La única excepción: la leche materna. Pero el margen de maniobra manipulativa con el que cuenta el efecto de mera exposición tiene sus limitaciones y, a veces, no va a ninguna parte. Si las experiencias negativas están vinculadas a un plato o a un alimento, es inútil imponerle a alguien una y otra vez que se coma algo que le recuerda tales experiencias negativas. Aun así, como instrumento educativo, el efecto de la mera exposición todavía puede proporcionar buenos servicios. Lo que hoy en día las nuevas generaciones se niegan a comer (y sin fundamento), lo comerían probablemente si se les estimulara con la suficiente 25 frecuencia. El psicólogo galés David Benton ha reunido algunos consejos para los padres sobre cómo fomentar hábitos alimenticios saludables en sus hijos: «El componente emocional es fundamental en cuestiones relativas a la comida. Los horarios de las comidas no deberían estar ocupados con cosas negativas para el niño. Tampoco castigue a su hijo si no quiere comer. Si el niño se ve obligado a comer un alimento en particular, este le gustará menos. Las reacciones neofóbicas son normales y no deben ser castigadas. Los padres han de asegurarse de que los alimentos ricos en energía no se utilizan como recompensa. Anime a su hijo a prestar atención a las señales que le indican que está saciado. Si desea que se coma todo el plato, permita que el niño determine la cantidad que quiere ponerse, o dele porciones pequeñas, hasta que el niño se sienta satisfecho». Conclusión: si poner en práctica estos consejos no tuviera éxito, ayudaría recordar cuánto has tenido que aprender en el curso de tu vida (y lo que todavía te queda) sobre la diversidad de sabores. Para muestra, este capítulo titulado «El equívoco sobre la piña». Todo tiene su tiempo. Incluso alguna experiencia de gusto. 26 7 ¿DELGADA EN TREINTA DÍAS? Por qué no funcionan las dietas, excepto la del 80 por ciento Es muy posible que, en tu biografía nutricional, haya habido diversos intentos de ponerte a dieta. Es igualmente posible que tu entusiasmo inicial se haya extinguido pronto y que haya dado paso a la frustración. ¿No te ha funcionado eso de «Delgada en treinta días con la dieta bikini»? ¿Y tampoco la dieta baja en hidratos de carbono y rica en proteínas? ¿Ni siquiera la dieta de la piña dio resultados? ¡Entonces eres un perdedor! 27 Todo esto, por supuesto, es absurdo. Afortunadamente, podemos leer negro sobre blanco. El año pasado causó sensación un estudio elaborado por científicos del Instituto Weizmann de Rehovot, en Israel, y realizado con ochocientas personas. En él, se midió su nivel de azúcar en sangre cada cinco minutos durante una semana. A través de una aplicación de móvil, los participantes también facilitaban información detallada sobre su sueño y sus hábitos alimentarios, sobre momentos de estrés, de ejercicio y demás actividades. La conclusión: «Dar información general relativa a las recomendaciones de dieta y nutrición para la población es bastante cuestionable y tiene una limitada eficacia». Lo que para uno es saludable no significa ni de lejos que deba serlo para otro. Cada persona es diferente. Esto suena trivial, pero las ciencias de la nutrición tienden a meter a todo el mundo en el mismo saco. «A veces los participantes han tenido ante la misma comida una reacción completamente opuesta», explica el biólogo Eran Segal, del Instituto Weizmann. Las ciencias de la nutrición tienen poco en cuenta el hecho de que las diferencias entre los individuos sean tan grandes. Segal constató enormes lagunas en la investigación. Por ejemplo, en una de las voluntarias, los tomates disparaban los niveles de azúcar en sangre de manera espectacular, y en otros, fue el sushi lo que disparó su nivel de glucosa con mayor fuerza que si se hubieran tomado un helado. Posiblemente lo correcto sea, después de todo, desayunar de vez en cuando un cruasán relleno de crema. ¿Por qué? Según los científicos, la flora bacteriana intestinal juega un papel importante, así como la edad, el índice de masa corporal y, por supuesto, los hábitos de ejercicio. Lo necesario no serían recomendaciones dietéticas generales, sino consejos de nutrición hechos a medida para controlar el azúcar en la sangre. «Tal vez estemos enfocando de manera completamente equivocada las epidemias de obesidad y diabetes. Lo hacemos como si supiéramos qué medidas se pueden tomar al respecto; como si esto ocurriera porque la gente no nos escucha y sigue comiendo sin control. Tal vez la gente ya nos escucha, pero les damos consejos equivocados.» Esta es, por un lado, una declaración escandalosa. Y por otro, solo ilustra la historia de la ciencia. El valor de los hallazgos científicos no es eterno ni inmutable. Lo que ayer era peligroso y estaba incluido en el listado de tabús quizá mañana se pueda consumir ya sin problema. Una y otra vez sucede que los alimentos se ven desde una nueva perspectiva. Por ejemplo, el café como ladrón de líquidos. O las espinacas, en las que simplemente se colocó mal el decimal que indicaba su contenido en hierro, lo que originó que desde el punto de vista científico-teórico se considerasen más saludables de lo que eran servidas en un plato. Si bien los consejos dietéticos satisfacen perfectamente las necesidades de una sociedad de la optimización, su contenido es a menudo pura palabrería. Estas patrañas las ha desmontado una a una, entre otros, la psicóloga Traci Mann en su libro Secretos del laboratorio del comer (sin edición en español). Un ataque con el que sin duda se ha creado muchos enemigos entre los expertos en dietas. Traci Mann es partidaria de hablar claro y comienza su primer capítulo con estas palabras: «Las dietas no funcionan». Por ejemplo, veamos nuestros genes. La relación entre ellos y el (sobre)peso es estrecha. Si 28 nuestros padres son gordos, la probabilidad de que nosotros también lo seamos es mayor que si tenemos padres delgados. Según Traci Mann, los genes juegan un papel innegable en la regulación del peso. «La mayoría de nosotros tenemos un rango de peso determinado genéticamente. Si tratamos de vivir por encima o por debajo de este rango, nuestro cuerpo lucha con fuerza para adaptarse.» También nuestra fuerza de voluntad puede frustrar nuestros planes de adelgazamiento. A nuestro alrededor acechan por todas partes tentaciones. Hacer dieta significa resistir estas tentaciones permanentemente y convertirse en un maestro de la automortificación. ¿Galletas y dulces variados en Navidad? ¡Suprimido! ¿Pasta fresca con setas? ¡Suprimido! ¿Pan blanco con Nutella? ¡Suprimido! ¿Gofres belgas? ¡Suprimido! Cuanto más nos negamos a nosotros mismos, cuanto más obstinadamente controlamos nuestros anhelos, más fuerte es sin embargo nuestro deseo. Incluso personas con una predisposición ascética salen perdiendo si la tentación se alarga en el tiempo. La estrategia de Ulises, que se hizo atar al mástil del barco por sus hombres, con las orejas selladas con cera para no oír el canto embriagador de las sirenas, no se puede trasladar a nuestra vida diaria. Ingrid Fedoroff, de la Universidad de British Columbia, demostró hace muchos años en un experimento lo imprevisible que puede ser el agotador autocontrol. Los sujetos de prueba fueron expuestos primero, y durante diez minutos, al olor de una pizza. A continuación, se les permitió comer tanto como ellos quisieran. Resultó que los comensales concienciados y que se esforzaban por controlar lo que ingerían eran precisamente los que más comían. Se dice que «el camino al infierno está lleno de buenas intenciones». Ya seaque intentemos ahorrar, hacer más deporte o seguir una dieta, siempre acecha la gratificación inmediata. Conclusión: tirar ahora por la borda todas las buenas intenciones de alimentación tampoco sería bueno. No estamos condenados a tener sobrepeso. Sin embargo, la cháchara sobre la renuncia con la que nos bombardean constantemente tampoco ayuda. Y esto es así porque el reclamo de la dieta es, a la vez, su mayor debilidad: prometen resultados rápidos, pero la mayoría no son de efecto duradero (palabra clave: efecto yoyó). Más prometedor es un cambio completo en la alimentación. O bien atenerse al siguiente proverbio japonés: Hara hachi bun me, que significa tanto como: «Come, pero solo hasta que te llenes en un 80 %». 29 8 NO HAY QUE TEMER A LOS CARBOHIDRATOS Con qué alimentos tienes la supervivencia asegurada en una isla desierta Emigras. No para siempre, solo por un año. Ese año lo pasas en una isla desierta a la que solo puedes llevar agua y un alimento más. Elige el que crees que es el mejor para asegurar tu supervivencia: 1. maíz; 2. brotes de alfalfa; 3. perritos calientes; 4. espinacas; 5. melocotones; 6. plátanos; 7. chocolate con leche. 30 ¿Por qué alimento te decides? Esta es la pregunta que hizo hace años el psicólogo Paul Rozin a un grupo de estadounidenses. Los plátanos obtuvieron la nota más alta entre el 42 % de los encuestados, seguido de las espinacas (27 %), el maíz (12 %), los brotes de alfalfa (7 %), los melocotones (5 %), los perritos calientes (4 %) y el chocolate con leche (3 %). Es decir, solo un 7 % optó por aquellos alimentos que pueden hacer posible sobrevivir en la isla: los perritos calientes y el chocolate con leche. ¿Por qué? Los perritos calientes y el chocolate con leche tienen un montón de grasa y carbohidratos, y esto es un festín para los depósitos de energía del cuerpo. Al fin y al cabo, de lo que se trata en la isla desierta es de sobrevivir, no de perder peso. Los plátanos proporcionan, gracias al aminoácido L- triptófano (componente esencial de la serotonina, hormona del bienestar), como mucho una mejora a corto plazo del estado de ánimo. El que las espinacas puntuaran tanto es por Popeye, el marino de cómic, que, gracias a las espinacas que devoraba por latas, desarrolló poderes fabulosos. Probablemente la mayoría de nosotros también habría optado de forma intuitiva por uno de los alimentos sanos y nutritivos. El resultado del estudio muestra lo mucho que tendemos ahora a etiquetar los alimentos de forma automática con calificativos como saludable, poco saludable, peligroso, no peligroso, se puede comer, no se puede comer, a veces sin razones fundamentadas. Por ejemplo, la grasa. Según Rozin, la grasa parece haber asumido en nuestras ideas sobre alimentación, incluso en pequeñas cantidades, el papel de un veneno. Y eso que las grasas son absolutamente imprescindibles para la supervivencia. Otra cosa es que no todas ellas son iguales y que hay que diferenciar, en lugar de entrar en pánico pensando en aumentos de peso y problemas cardiovasculares. «No puede ser saludable que uno se preocupe tanto por su dieta», dice Rozin. Y no lo es. En lugar de serenidad y disfrute, la constante exposición a consejos nutricionales y prohibiciones ha hecho que el miedo y la incertidumbre se hayan instalado en muchas cocinas. El autor de superventas Michael Pollan pone los puntos sobre las íes en su libro El detective en el supermercado. «Después de treinta años de recomendaciones dietéticas estamos más gordos, más enfermos y peor alimentados. Este es nuestro dilema», dice en su libro. Conclusión: en una isla desierta tendríamos malas cartas. Estaríamos de mal humor sentados delante de nuestros brotes de alfalfa, en lugar de recolectar alimentos o de matar cualquier animal, porque careceríamos de la energía necesaria. 31 9 LA FALACIA DE LOS ALIMENTOS CRUDOS Por qué cocinar nos hace inteligentes A los chimpancés les gustan más los boniatos cocinados que crudos, igual que a nosotros, los humanos. En principio, era de esperar. De hecho, compartimos el 98,5 % de nuestro material genético. Queda abierta entonces la pregunta de por qué los chimpancés 32 no se van a la cocina y se fríen un huevo. Para el antropólogo Richard Wrangham el asunto está claro: la cultura tecnológica de la cocción es lo que nos hizo humanos. Sin la fritura y la cocción o el rehogado, no caminaríamos erguidos y todavía estaríamos trepando por los árboles. Este profesor de Harvard escribe en su libro Prender fuego (aún no traducido al español) que llevamos la cuisine prácticamente escrita en los genes. De la misma manera que las vacas están adaptadas para comer hierba, el ser humano lo está para tomar alimentos cocinados. En la era de los microondas y de los alimentos industriales, en la que cocinar es un evento popular televisivo seguido desde el sofá y en el que se ve a los otros hablando en términos profesionales, cocinando y picando, tales declaraciones suenan extrañamente pasadas de moda. De hecho, hoy meter una pizza congelada en el horno se considera cocinar. Y eso que solo a raíz del descubrimiento del fuego y de la preparación de las comidas cocinadas se asentaron las bases para el desarrollo de nuestras facultades mentales, entre las que se incluyen escribir guiones para programas de cocina. Para nuestros antepasados, la transición de crudo a cocido fue un golpe de suerte que aportó eficiencia: ya solamente la masticación que conllevaba tener una dieta de verduras muy fibrosas duraba alrededor de seis horas, y la digestión se llevaba a cabo a base de un alto consumo de energía. Al cocinar, la consistencia de la comida se hizo más delicada, el tiempo de estancia en el estómago se redujo y la capacidad de asimilación de los nutrientes aumentó. Mientras los órganos digestivos reducían su tamaño, la energía liberada de los alimentos cocinados permitía el crecimiento del cerebro. Así, cocinar volvió inteligente al ser humano. Un estudio de la Universidad de Parma demostró que si se mordisquea la zanahoria cruda se asimila solo un 1 por ciento de la vitamina beta-caroteno, mientras que si se toma cocinada se asimila un 30 por ciento. Las hierbas mediterráneas como el tomillo, el romero y la salvia despliegan sus efectos protectores de las células solamente si se les aplica calor. Las zanahorias, el brócoli y la calabaza únicamente aumentan su capacidad antioxidante después de haber sido calentadas. La conclusión de la directora del estudio, Nicoletta Pellegrini, confirmó la teoría del humano «cocinívoro» de Wrangham: «Una preparación óptima mejora la calidad nutricional de las hortalizas». Cocinar en sí tiene importantes ventajas, ya que permite descomponer venenos, mata a los patógenos y tiene un efecto conservante. Además, elimina la necesidad de comerse la carne inmediatamente, dado que esta se puede conservar durante más tiempo. «El surgimiento de la cocina tuvo que cambiar radicalmente el modo en que comíamos y, al mismo tiempo, nuestro comportamiento social», escribe Wrangham. En lugar de comer solos como los chimpancés, los hombres primitivos se reunían para hacer una comida común junto al fuego. De esta manera celebraban el éxito en la caza o se ayudaban mutuamente cuando había un fracaso, repartiéndose el botín. Se experimentaba con nuevas técnicas de cocina y herramientas, y se fabricaban cuchillos con puntas de piedra, sartenes de placas de roca y vasijas de conchas de tortuga. Las mujeres recolectaban alimentos en grupos pequeños y los preparaban juntas, y los hombres salían a cazar en equipo. Wrangham cree que esta división del trabajo entre 33 hombres y mujeres solo podía funcionar porque los alimentos se cocinaban. «Un cazador que regresa después de un largo día de trabajo puede saciar fácilmente su hambre, porque su comida se ha cocinado. Si, por el contrario, estuviera totalmente cruda, tendría un serio problema.» Porque antes de echarse a dormir tendría que masticar durante una eternidad. Tales cambios sociales complejos requieren enormes capacidadesde adaptación del cerebro. El neurocientífico Gordon M. Shepherd sospecha que los aromas de los alimentos cocinados y fermentados dieron impulso al desarrollo del olfato secundario, el retronasal y, por lo tanto, al «sistema único de la especie humana de cerebro-sabor». Los aromas de los platos influyen, después de todo, en muchos procesos neuronales: las emociones, la memoria, el lenguaje, el control de los procesos de percepción y del apetito. La invención de la cocina es uno de los capítulos más exitosos de la historia de la humanidad en general. Desde el momento en el que, frívolamente, cada día ponemos más este logro cultural en manos de la industria, perdemos también un pedazo de nuestra historia. Por no hablar de los altos niveles de grasas hidrogenadas, azúcar refinada, sal y harina blanca pobre en sustancias vitales que imponemos a nuestros cuerpos. Cada vez nos ponemos más enfermos y más gordos, al igual, por cierto, que nuestros animales domésticos, a los que alimentamos con piensos fabricados industrialmente. Es evidente que lo mejor para nuestra salud es cocinar utilizando materias primas frescas y naturales. Conclusión: cocinar está en crisis. Es paradójico que muchas personas eviten cocinar mientras se habla continua y apasionadamente de la comida y la nutrición, e incluso se discute acaloradamente sobre el tema. Pero hablar no basta para dedicarse al arte de comer con inteligencia: también hay que cocinar. Al menos de vez en cuando y, evidentemente, sin distinción de sexos. 34 10 LA INTUICIÓN DE LO NO SALUDABLE = SABROSO Por qué lo poco sano sabe tan bien Supongamos que tienes delante un plato con dos variedades diferentes de galletas. Unas son de espelta y las otras son de chocolate glaseado con caramelo. ¿Cuál crees que sabe mejor? 35 Probablemente apostarás de forma intuitiva por las galletas de chocolate, con lo que sucumbirás ante lo poco saludable, o lo que es lo mismo: ante la intuición de que lo no saludable es sabroso. La idea de que lo no sano, per se, sabe bien, incluso mucho mejor que lo sano, no solamente está muy generalizada, sino que se nos inculca ya desde niños. Es el principio de frases como: «¡Cuando te hayas comido el brócoli, tendrás como recompensa un flan de vainilla! ¡Y si, además, te comes otro trozo de pimiento, podrás comer todos los flanes de vainilla que quieras!»; «Primero la obligación y luego la diversión»; «Antes la obligación que la devoción»; «Sin esfuerzo no hay recompensa…» ¿Cómo pueden los niños aprenden a amar las verduras cuando se les sugiere que comer zanahorias y coles de Bruselas es una necesidad molesta y que lo mejor siempre llega al final? Numerosos estudios demuestran que el mero anuncio de que nos van a servir comida sana disminuye las expectativas de sabor. En un experimento llevado a cabo por la Universidad de Texas denominado «Experimento con un lassi de mango», los participantes clasificaron un lassi (batido de yogur tradicional de la India) como menos sabroso cuando previamente se les informó de que se trataba de una bebida saludable. Si, por el contrario, se hacía hincapié en su alto contenido en calorías, los voluntarios elogiaban su sabor. El que estemos genéticamente programados para querer azúcar y grasa no simplifica la cuestión. El único beneficiario es la industria alimentaria, que hace dinero a costa de nuestro carácter y manipula los alimentos. Steven Whitley, autor del libro Por qué a los humanos les gusta la comida basura, habla del «contraste dinámico». Las combinaciones de claro y oscuro, dulce y salado, crujiente y sedoso, se consideran particularmente estimulantes para el cerebro. Encontramos grandiosos los alimentos que se calientan en la boca y son sabrosamente crujientes. Un ejemplo de sabor total son los nachos con queso, verdadero paradigma de los aditivos mejoradores del sabor, entre ellos el azúcar, la sal, el glutamato, el ácido cítrico, el chile, la cebolla, el ajo en polvo y diversos productos lácteos. Lo no saludable sabe bien, es diferente y nos da un momentáneo impulso de energía. El cerebro almacena esta información y nos proporciona todos los recursos de motivación para la consecución de comida basura. Incluso por la noche, cuando todos los supermercados están cerrados, las ansias nos llevan a la gasolinera. En estas circunstancias, ¿existe alguna manera de influir en nuestras expectativas de sabor? Sí, entre otras, la educación. Un grupo de investigadores de la Universidad de Kiel pudieron demostrar que al tener más conciencia de nuestra salud se desvanece la idea de que los alimentos saludables saben peor que los no saludables. Pero quien anuncie con demostraciones los beneficios que tiene un producto para nuestra salud se equivoca si piensa que la racionalidad puede con el sabor. Los investigadores advierten: «La influencia de las asociaciones de sabor activadas automáticamente no cambia tampoco con una mayor concienciación sobre la salud». La idea de que se trata de un alimento sano no supone sin más que también se considere un alimento rico. 36 A pesar de este conocimiento, no hay razón para la desilusión. En Francia se aplica sorprendentemente lo opuesto a la intuición no saludable = sabor agradable. Lo que quiere decir que de los alimentos saludables se espera el mejor sabor. Los investigadores de la Universidad de Grenoble lo atribuyen principalmente a la conciencia de calidad que tienen los franceses. En Francia son más los cocineros que utilizan hierbas, especias, ajo fresco y chalotas que los que trabajan con sabores artificiales. Los ingredientes de las ensaladas se combinan hábilmente: por ejemplo, piel de limón y cilantro con tomates, cortados en pequeños dados, para que los aromas se desplieguen rápidamente en la lengua. Conclusión: para hacerle una jugarreta a la intuición de lo no saludable = sabroso, no hace falta mudarse inmediatamente a Francia, es suficiente con dejarse inspirar por la cocina francesa. 37 11 ¿TU PAREJA TE ENGORDA? Por qué no deberíais entenderos demasiado bien No solo el amor pasa por el estómago, también lo hace el odio. Esto es amargo, pero no se puede negar. El declive comienza siempre con las cosas pequeñas, descrito elocuentemente en la malvada película La guerra de los Rose, en la que Kathleen Turner y Michael Douglas hacen de un matrimonio que termina en una lucha a muerte. Si todo comienzo contiene un hechizo, el final a menudo se asemeja a una guerra. 38 Entre estas pequeñas cosas que a uno de repente le molestan del otro está la forma en que el antaño amado come, cómo sostiene el tenedor, cómo mastica ruidosamente y al mismo tiempo tuerce la cabeza. ¡O cómo roe un hueso de pollo! ¡Y cómo pela una manzana! ¡Y esa horrible prisa comiendo! Las cosas que, en la fase de conocernos, encontramos conmovedoras o incluso interesantes ahora nos repelen. Cuando las máscaras han caído, se despliega la artillería pesada y al desprecio le siguen a veces los hechos. Con Kathleen Turner y Michael Douglas sucede que una tarde la anfitriona tiene clientes que están sentados felices alrededor de la mesa, esperando al plato principal, y de repente Michael Douglas entra en la cocina, se abre el pantalón y hace pis con toda la calma sobre el pescado. Esto va claramente demasiado lejos, pero muestra cuán cargado de emociones está el acto de comer. Piensa en parejas recién enamoradas. Comparten generosamente lo que les sirven en el restaurante, y ambos prueban la carne, las patatas, las gambas y la crema catalana. No es raro ofrecer embelesado tu propio tenedor a tu pareja, mientras le das de comer. Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío. Si a tu pareja le gusta la carne, de pronto también a ti te gusta; que tiene una querencia por las entrañas, uno esta incluso dispuesto a dejar de lado el asco que le provocan los riñones y el hígado. Comer juntos une; tanto es así que las mujeres que se van a vivir con su pareja tienden a partir de entonces a saltarse a la torera la disciplina. Como si el curso natural de las cosas fuera un juego de niños,ya no importara tener lorzas, las denominadas en inglés love handles (asas del amor), y la pasión estuviera asegurada. A esta conclusión llega un estudio de la Universidad de Newcastle, que ha analizado los hábitos alimenticios de las parejas. ¿Cómo influye la convivencia en los hombres? De manera claramente positiva. Por regla general, se benefician de la mayor conciencia sobre la salud que suelen tener las mujeres, comen más fruta y verduras, y pocas veces proveen a su cuerpo con pizza congelada y cerveza mientras ven la televisión, que sería la típica imagen de un soltero que se tiene en la cabeza. Por lo tanto, los hombres se alimentan mejor cuando tienen una relación sentimental, con lo que técnicamente se encuentran en ventaja en relación con el peso corporal, algo que, no obstante, esconde un considerable potencial de conflicto. Según el sociólogo francés y autor de superventas Jean Claude Kaufmann, «en la mesa, se forma una relación, y también se muestra el estado actual de esta. La comida es como un barómetro que indica lo bien que se lleva una pareja». Si hay crisis, la situación podría empeorar delante del plato: «Durante la comida la gente se encuentra muy cerca, tanto en el buen sentido como en el malo. Sentarse juntos en la mesa es un acercamiento forzado. Por eso, las peleas se disputan a menudo mientras se come». En beneficio de la paz se renuncia a hablar de temas explosivos como la política, la religión, los suegros y los problemas de la relación. Una vez una amiga me contó que, en el desayuno, si su novio se levantaba a hacer más café, se llevaba el huevo pasado por agua, por miedo a que ella se lo quitara. Su relación sufrió entonces una crisis. Una vez que el amor ha fracasado, esto se comunica de maneras muy diferentes. Según el teórico cultural Walter Leimgruber, «entre los indios de América del Sur, una mujer daba a entender a su 39 marido que quería abandonarle dejando de cocinar para él. Él, por su parte, podía señalar su deseo de separación renunciando a comer las comidas que preparaba ella». Y, por cierto, se puede prescindir tranquilamente de la tentativa de rebajar la tensión en una comida poniendo la tele. El intento fracasará. El frío del silencio no tiene nada que envidiar a la dureza de una bronca verbal. Existe, sin embargo, una posibilidad muy diferente para evitar tensiones. Jean-Anthelme Brillat-Savarin escribió sobre esto en su obra maestra Fisiología del gusto. El abogado tardó veinticinco años en terminar este libro, hasta que finalmente se publicó en París en 1825. La crítica estaba encantada. En la obra, su autor asegura: «El hecho de que ambos cónyuges sean sibaritas tiene una influencia decisiva sobre la felicidad conyugal, porque a dos cónyuges con una misma predisposición de gourmet se les ofrece, como mínimo una vez al día, la posibilidad de estar juntos. Incluso aunque no duerman en la misma cama —y a menudo es el caso—, por lo menos comen en la misma mesa. Disponen de temas diarios y recurrentes de conversación, y no solo hablan de lo que comen, sino también de lo que han comido, de lo que van a comer, de lo que han observado en otros, de platos que están de moda, de nuevos inventos, etcétera». Como bien es sabido, estas charlas familiares son muy atractivas. Conclusión: no te tomes la vida en pareja y en la mesa a la ligera. A pesar de todo el parloteo, en muchas relaciones sentimentales la comida en común, incluida la organización (planificar, comprar, cocinar y demás) se convierte, tarde o temprano, en un terreno minado. Son preferibles entonces las lorzas, siempre que las tengan los dos, siguiendo la línea de lo que dice Brillat-Savarin. 40 12 EL SUPERMERCADO Por qué te dejas seducir una y otra vez por las novedades El supermercado de confianza es uno de los lugares más frecuentados dentro de nuestro radio de alimentos personal (véase el capítulo 2). Cada vez que entramos en él, empezamos una lucha contra nuestro enemigo, el distribuidor, que persigue intereses totalmente diferentes a los nuestros. Con una lista en el bolsillo, en la que están anotados leche, pan, yogur, pesto, manzanas y puerros, nos gustaría hacer la compra de forma 41 rápida y eficiente, mientras que a los dueños de las cadenas de supermercados les gustaría vernos pasar horas por los pasillos cogiendo nuevos artículos. Artículos que ni queremos ni necesitamos, porque los supermercados trabajan con sutiles trucos psicológicos. Esto lo sabemos. Creemos que comprendemos los mecanismos de manipulación y estamos convencidos de que no nos dejamos atrapar por baratos trucos de seducción. Pero es una suposición errónea. Comprender algo racionalmente no significa ser inmune a ello. El que los supermercados sigan ciertos principios de equipamiento e instalación y que enseguida y en cualquier parte del mundo nos podamos orientar en ellos es lógico. En ningún sitio te encontrarás de buenas a primeras con lotes de papel higiénico y de pañuelos. La primera impresión cuenta, y esta primera impresión debe transmitir frescura: y se consigue mediante el olor de los productos de panadería, y frutas y verduras crujientes puestas en lugares destacados. A veces, las verduras se rocían con diminutas gotas de agua que caen de pequeñas boquillas, para que brillen y parezcan especialmente frescas. En realidad, lo que se consigue con esto es que se estropeen antes. Lo que es válido para las hortalizas también lo es para la fruta. Hasta el plátano ha pasado por un proceso de optimización. «Cada color representa para el plátano en cuestión un determinado potencial de ventas», escribe el experto en neuromarketing Martin Lindström en su libro Así se manipula al consumidor. Los datos muestran «que la probabilidad de venta de un plátano del color del pantone 13-0858 (un amarillo fuerte o amarillo vibrante) es menor que la de un plátano del color número 12-0752, en el espectro del color de la flor botón de oro, que visualmente tiene un efecto un poco más cálido, con lo que la fruta parece más madura y fresca». Por eso, la vitrina expositora refrigerada se encuentra al fondo de la tienda, ya que los productos lácteos están entre los artículos más populares (en lenguaje técnico se llaman artículos de alta rotación). Así se obliga al cliente a pasar por delante de innumerables artículos o, mejor dicho, estímulos. Los productos más caros de marca están situados a la altura de la vista (de 140 a 180 centímetros), y los económicos (harina, azúcar, etcétera) en las zonas que exigen encorvarse y agacharse. El precio de un producto no suele ser el factor decisivo. De acuerdo con Lindström: «Lo más probable es que cojamos un producto cuando tengamos un vínculo emocional con una marca. Yo a eso lo llamo marcador somático. Hay que imaginárselo como un marcador en un navegador de internet, con el que siempre podemos ir a un determinado sitio web. Igualmente existen marcadores en nuestro cerebro que nos permiten decidirnos por determinadas marcas que relacionamos con agradables recuerdos de la infancia o con asociaciones positivas». El olor de los polvos de talco para bebés de la marca Johnson es una de las fragancias más populares del mundo. Si nunca has contemplado el suelo de un supermercado, hazlo: su estructura influye en nuestra velocidad al caminar. Por ejemplo, si se lleva carrito de la compra y este rueda a través de muchas pequeñas ranuras, uno se cree que avanza más rápido de lo que va en realidad y, automáticamente, ralentiza su paso. Una lenta música ambiental de 42 fondo refuerza esta lentitud y aumenta la probabilidad de tomar decisiones intuitivas en la compra. Los pequeños puestos que a menudo hay por los supermercados con una selección de embutidos, quesos y otras catas de muestras están ahí para promover intensivamente un producto en particular. Esto es obvio. Lo que no es tan obvio es la idea que hay detrás: utilizar la reciprocidad con el fin de aumentar las ventas. Rolf Dobelli escribe en el éxito de ventas El arte de pensar que la reciprocidad es un fenómeno antiguo.Siguiendo el lema «yo te ayudo, tú me ayudas», el científico Robert Cialdini, que ha estudiado el fenómeno con más detalle, ha llegado a la conclusión de que el ser humano apenas puede soportar estar en deuda con el prójimo. Es decir, que detrás de la amable oferta de cata, se esconde un «chantaje suave». Vance Packard, periodista y crítico de consumo, ya habló en 1957 de «agarrar el inconsciente» en su obra Las formas ocultas de la propaganda, que se mantuvo durante un año en la lista de los libros más vendidos del New York Times. Este agarre se ha convertido en una atadura. En la actualidad, y según Lindström, lo visual domina aún en el mundo de la publicidad. Pero el futuro pertenece al marketing multisensorial. «En el Reino Unido se hizo un experimento en el departamento de vinos de un supermercado. En la primera semana se puso música de acordeón, y en la segunda semana, música con instrumentos de viento. Aunque esto alimentase los clichés nacionales, incidía directamente en las ventas: durante la primera semana se vendieron claramente los vinos franceses, y durante la segunda semana, más alemanes.» Conclusión: contra el supermercado, entendido como aparato de manipulación, solo ayudarían unas anteojeras, unos auriculares y una visión fija concentrada sobre la lista de la compra. 43 13 EL EFECTO PRIMADO Por qué el helado Häagen-Dazs no es de Dinamarca «¡Comed más pescado y pastel de chocolate!», esto es lo que probablemente habría querido gritar a sus clientes el dueño de cierto restaurante cuyo negocio no floreció como esperaba. Pero, en el mejor de los casos, aquello solo habría ocasionado una diversión 44 momentánea, así que el restaurador hizo uso de unos trucos retóricos. Cambió los nombres de los platos en su menú. A su filete de pescado lo llamó «Suculento filete de marisco italiano» y a la tarta de chocolate le puso «Tarta de doble chocolate belga estilo Selva Negra». Aunque alguno se preguntará qué se le ha perdido a la Selva Negra en Bélgica, parece ser que una alusión a esta famosa tarta en combinación con el mejor chocolate del mundo, que es el belga, da al postre una puesta en escena deslumbrante. La acción publicitaria está dirigida al subconsciente del comprador y ahí es donde despliega todo su efecto. Un estímulo referencial como el chocolate belga es suficiente para hacer asociaciones que son muy importantes al decidir una compra. La psicología cognitiva habla de priming (primado), que significa asociación inconsciente. El primado es comparable a un juego de adivinanzas en el que uno se enfrenta a estímulos como un color, una melodía, una fragancia o una palabra, que se completan con una imagen y la ayuda de la memoria. En lugar de la información explícita «tarta de chocolate», la caracterización de «chocolate belga» conlleva una importante información adicional, emocional, cognitiva y sensorial. El neuromarketing debe aumentar la venta de alimentos en un 28 %. ¿Qué te viene a la mente, en qué piensas, cuando oyes Häagen-Dazs? ¿En Dinamarca? Pues resulta que esta crema de helado de precio elevado no es un producto danés, sino de una compañía estadounidense, fundada en 1961 en Nueva York por un matrimonio formado por Rose y Reuben Mattus, originarios de Inglaterra y Polonia, respectivamente. Pero ¿por qué mucha gente automáticamente da por hecho que se trata de un producto escandinavo de calidad? También esto es un caso clásico de primado. El nombre del producto que suena a nórdico activa en nuestros subconscientes asociaciones típicas escandinavas, como la naturaleza, el frescor, el diseño, las noches del solsticio de verano y la calidad. Sin darnos cuenta, llegamos a la conclusión de que el producto debe de tener algo que ver con todas estas cosas. Lo que clasificamos como una «compra de placer» es en realidad el resultado de una cadena de procesamiento de alta complejidad, provocada por la manipulación neurológica, igual que la que nos encontramos, como consumidores, en todas partes. A menudo son suficientes unas fracciones de segundo para hacer que un estímulo se convierta en un comportamiento. Los participantes de un experimento en el que, mientras trabajaban delante de un ordenador, se les aparecían durante veintitrés milisegundos en la pantalla las palabras Lipton Ice tomaron con mayor frecuencia un té helado y bebieron menos agua que el grupo de comparación que no había sido manipulado. El efecto fue particularmente fuerte cuando previamente los participantes se habían comido un aperitivo que les había provocado una intensa sensación de sed. En este caso, el 85 % prefirió el té helado al agua. «Cuanto más aprendemos sobre el cerebro, más sensata me parece la idea de que las Naciones Unidas adopten una declaración contra la manipulación neurológica», advirtió hace muchos años el psicólogo John Bargh. Seguramente cuando pronunció estas palabras no estaba pensando en el poder de seducción del té helado. En 1996, Bargh demostró con un sencillo experimento la enorme influencia que el efecto primado tenía 45 sobre el comportamiento humano. Los participantes, que este psicólogo había dividido previamente en dos grupos, trabajaron con listados de palabras (creyendo que llevaban a cabo un test de idioma). A uno de los grupos se le dio una lista de palabras sobre la vejez, en la que había términos como olvidadizo, lento, bastón, cojear, etcétera. En el grupo de comparación, la atención se centró en el tema «juventud», y aparecían palabras como deportivo, ágil, baile, fiesta y espontáneo. Cuando finalmente Bargh se despidió de los sujetos de prueba con un «gracias», se puso secretamente en marcha el experimento real. Cronometró cuánto tiempo necesitaban los participantes para recorrer la distancia de 9,25 metros hasta la salida. El resultado fue que aquellos a los que les habían tocado las palabras relacionadas con la edad necesitaron más tiempo para llegar a la puerta. Los que habían sido primados con el tema de la juventud fueron un segundo más rápido. El vínculo o efecto ideomotor también funciona a la inversa. El que se comporta del mismo modo que una persona de edad piensa también en compartimentos relacionados con la edad. Esto lo descubrieron investigadores de la Universidad de Colonia cuando invirtieron el experimento de Bargh: dejaron que los estudiantes fueran muy lentamente a lo largo de un recinto, y después observaron que los participantes reconocían preferentemente los términos relacionados con la edad. «Primado —resume Daniel Kahneman— significa que nuestro pensamiento y nuestro comportamiento se ven influidos por estímulos a los que no prestamos atención o que incluso pasan completamente desapercibidos.» Este premio nobel de Economía distingue dos niveles de procesamiento cognitivo. Por un lado, el sistema 1 (inconsciente), con sus impulsos desenfrenados, asociaciones y reacciones guiados por el instinto. A este sistema le contrapone Kahneman el pensamiento lógico, el ponderado sistema 2 (consciente), que toma decisiones deliberadas y controla conscientemente pensamientos y acciones. Aunque las promociones publicitarias van dirigidas al sistema 1, no por ello nuestro subconsciente es totalmente vulnerable, porque somos capaces, literalmente, de «reprimarnos». Por ejemplo, con respecto a nuestros hábitos alimenticios. Las investigadoras Katie E. Mosack y Amanda M. Brouwer han intentado responder la pregunta de cómo funciona esto exactamente mediante un experimento. Para ello dividieron a 124 mujeres en tres grupos. El primer grupo recibió información sobre alimentación saludable y debía llevar un diario de comidas. Las participantes del segundo grupo también tenían que llevar un diario, aunque antes debían formular sus propias metas de nutrición, en las que se describían como «comedoras saludables activas», con frases como «soy una frugívora», «soy una comedora de verdura», «soy una militante contra el azúcar», etcétera. El tercer grupo era un grupo de control y no debía hacer nada de esto. Resultó que el grupo en el que las participantes
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