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Poder redimido - Diane Langberg

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Contenido
 
 
Prólogo
Parte 1 La definición de poder
 
 
1. La fuente y el propósito del poder
 
2. La vulnerabilidad y el poder
 
3. El papel del engaño en el abuso del poder
 
4. El poder de la cultura y la influencia de las palabras
 
Parte 2 El abuso del poder
 
 
5. Comprensión del abuso del poder
 
6. El poder en los sistemas humanos
 
7. El poder entre los hombres y las mujeres
 
8. La intersección de la raza y el poder
 
9. El abuso del poder en la Iglesia
 
10. La cristiandad seducida por el poder
 
Parte 3 Poder redimido
 
 
11. El poder redentor y la persona de Cristo
 
12. El poder sanador y el cuerpo de Cristo
 
Epílogo
Agradecimientos
Notas
Biografía de la autora
 
 
«Con la evaluación acertada de Jeremías y la valentía de Ester,
Lang berg mira a los líderes directo a los ojos y les expresa la verdad
inquebrantable sobre el poder, verdad difícil que todo líder necesita
saber, pero que muchos se esfuerzan por evitar. Su búsqueda
incansable para proteger a los desamparados se sustenta en
décadas de escuchar la voz de Dios en medio del dolor de las
víctimas, así como la de los perpetradores, algunos de los cuales no
se dan cuenta del daño que producen sus palabras y acciones. Este
libro es para todos aquellos que desean ser sanados y anhelan
saber cómo se puede abusar del poder y cómo se puede usar
correctamente».
 
—Robert L. Briggs, presidente y director ejecutivo
de la Sociedad Bíblica de América
 
«Con un entendimiento y una gracia inconmensurables, el libro
Poder redimido exhorta a las personas, las instituciones y las
naciones a despertar, arrepentirse y buscar el reino de Dios al mirar
de manera crítica los desequilibrios y las injusticias que hemos
permitido que se desarrollen. Este es el momento en que
necesitamos recibir esta palabra que nos desafía y salva vidas.
¡Gracias a Dios por elegir a Diane para declararla!».
 
—Jeanne L. Allert, fundadora y directora ejecutiva
de The Samaritan Women
 
«Este libro me rompió el corazón, instruyó mi alma y me mostró al
Rey-Siervo-Sanador más poderoso, que con amor se humilló para
vencer el mal con el bien. Este es un libro ungido, que refleja
sensibilidad teológica y experiencias de vida atroces, y que nos
llama a administrar y reclamar el propósito original del poder: el
florecimiento del ser humano».
 
—Ronald A. Matthews, presidente de Eastern University
 
«De vez en cuando, uno se encuentra con un recurso que desea
recomendar a otros con entusiasmo porque sabe que su contenido
es esencial y valioso. Poder redimido es uno de esos recursos.
Langberg nos ayuda a ver y entender las verdades que a menudo
pasamos por alto, ignoramos o justificamos porque están cubiertas
de engaños a nosotros mismos y a los demás. Poder redimido es un
rayo de luz que pasa a través de sistemas y corazones oscurecidos
por el abuso de autoridad. Los que lo lean descubrirán verdades que
pueden revelar, liberar y sanar».
 
—Wade Mullen, Capital Seminary & Graduate School; autor de
Something’s Not Right: Decoding the Hidden Tactics of Abuse and
Freeing Yourself from Its Power [Algo no está bien: Cómo descifrar
las tácticas ocultas del abuso y liberarse de su poder]
 
«Langberg nos ha brindado a todos un gran servicio con este libro.
Actualmente, existe una necesidad urgente dentro de la Iglesia de
comprender mejor la dinámica del poder. El costo de que la Iglesia
no entienda completamente qué es el poder y cómo se administra
de manera adecuada es demasiado alto. Lo veo con frecuencia
mientras me ocupo de los que han soportado tanto el abuso
espiritual como el trauma racial dentro de la Iglesia. Este libro es
profundo pero accesible y tiene el potencial de informar y sanar. Lo
recomiendo de todo corazón».
 
—Kyle J. Howard, proveedor de cuidados para el alma,
Lighting a Path, Inc.
 
«El aspecto más difícil de mi profesión es ver el dolor y el
sufrimiento que las personas pueden infligirse unas a otras,
especialmente en la iglesia y en ambientes familiares que deberían
ser seguros y protectores. La doctora Langberg ha pasado décadas
comprendiendo el proceso de sanación de los traumas personales y
sistémicos. Su libro es una lectura obligada para quien busca
capacitación sustancial para ayudar a las víctimas de traumas
emocionales, sexuales, físicos y raciales».
 
—Michael R. Lyles, doctor en medicina, psiquiatra,
orador y conferencista invitado
 
«En este libro importante y oportuno, la doctora Langberg aborda un
tema que con demasiada frecuencia se ignora o incluso se descarta:
el poder. Como seres humanos, hemos recibido poder, y ese poder
puede usarse para servir u oprimir. Tendrás que leer este libro con
un resaltador y una caja de pañuelos a mano. Como terapeuta
sensible y experimentada, Langberg escribe un libro que revela con
dolor, así como sana con amor».
 
—Jemar Tisby, autor exitoso según el New York Times del libro
The Color of Compromise [El color del compromiso]
 
«Aquí no hay lenguaje académico denso; Langberg es una mujer en
llamas y, de una manera digna de los profetas antes que ella, hace
un llamado a la justicia en nombre de aquellos que han sido heridos
profundamente por el poder ejercido de formas poco piadosas. Este
libro está repleto de verdades bíblicas, conocimiento, sabiduría,
convicción e instrucción para quienes tienen ojos para ver y oídos
para oír».
 
—Kay Warren, cofundadora de Saddleback Church
 
 
 
 
Poder redimido: Entendiendo la autoridad y el abuso en la iglesia
 
Copyright © 2022 por Diane Langberg
 
Todos los derechos reservados.
 
Derechos internacionales registrados.
 
B&H Publishing Group
 
Nashville, TN 37234
 
Diseño de portada por Brazos Press.
 
Traducción diseño de la portada: B&H Español
 
Director editorial: Giancarlo Montemayor
 
Editor de proyectos: Joel Rosario
 
Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee
 
Clasificación Decimal Dewey: 303.3
 
Clasifíquese: IGLESIA / PODER (CIENCIAS SOCIALES) /
BALANCE EN EL PODER
 
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni
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A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas marcadas
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Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960; Renovado ©
Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina-
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Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc.®. Usadas
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Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010.
Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351
Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América.
Todos los derechos reservados.
 
Las citas bíblicas marcadas NBLA se tomaron de la Nueva Biblia de
las Américas (NBLA), Copyright © 2005 por The Lockman
Foundation. Usadas con permiso.
 
ISBN: 978-1-0877-5791-9
 
1 2 3 4 5 * 25 24 23 22
 
 
Con amor y gratitud a
 
mi padre, William F. Mandt,
 
a mi suegro, Simon Langberg,
 
a mi esposo, Ronald Langberg,
 
y a nuestros hijos, Joshua y Daniel Langberg,
 
hombres extraordinarios que se distinguen por usar
 
su poder con una bondad infinita
 
y una integridad impecable.
 
Prólogo
 
Hace décadas, cuando estaba en una tierra extranjera, me encontré
por primera vez con víctimas de abuso sexual. No sabía que esas
cosas sucedían. No eran parte de mi experiencia, no aparecían
mencionadas en los libros de psicologíaque había leído ni mientras
estudiaba para obtener mis dos títulos de grado. La Iglesia me echó
cuando saqué el tema. Decidí, por la gracia de Dios, escuchar a los
marginados y a los que nadie les cree. Hacerlo me ha cambiado y le
ha dado forma a mi vida.
 
Mi curva de aprendizaje en los últimos cuarenta y siete años como
psicóloga cristiana ha sido larga y empinada. Primero aprendí sobre
familias en las que el abuso sexual y doméstico era desenfrenado y
lo había sido por generaciones. Desde entonces, me he sentado con
víctimas de trauma, violencia, violación y guerra. He aprendido
sobre grupos de personas que han sido aplastadas, oprimidas y
esclavizadas. He sido testigo de esta devastación en mi oficina de
Pensilvania y en los seis continentes. He escuchado a voces de
Auschwitz, Ruanda, Sudáfrica, Congo y Camboya mientras visitaba
campos de concentración, iglesias llenas de huesos, lugares de una
pobreza indescriptible, víctimas de violaciones atroces y los campos
de la muerte, donde se asesinaba a los seres humanos simplemente
por ser como Dios los creó.
 
También he visto la belleza, la redención, la valentía y la
generosidad, y he sido bendecida más allá de las palabras por
muchos que han sido pisoteados por este mundo y sus habitantes.
He transmitido esas bendiciones a mis hijos y a mis nietos, a
colegas, clientes, audiencias diversas y a la Iglesia global.
 
Mi recorrido en el mundo del trauma comenzó con una víctima de
abuso, quien, en pequeñas dosis, me relató valientemente su
historia. Hice preguntas y me esforcé para escuchar con atención.
Me convertí en su estudiante y en la estudiante de muchos más,
seres humanos creados por Dios, Su propia obra de arte, heridos y
lastimados. Me senté con las personas y aprendí a decir
básicamente: «Enséñame cómo es ser tú». En algún punto del
camino, el contexto de abuso se amplió para incluir situaciones en
campamentos cristianos, en escuelas y en los deportes. Aprendí
que los niños y los hombres también sufrían abusos.
 
También trabajé con pastores, misioneros y líderes cristianos que
estaban deprimidos y sufrían de ansiedad. Tenían dificultades con
sus funciones y con las cargas de los demás. Muchos estaban
agotados. Y un día todo se desmoronó cuando comencé a darme
cuenta de que los cristianos en posiciones de liderazgo también
abusaban de los que estaban bajo su cuidado. Esto fue difícil de
asimilar. No quería que fuera verdad. No lo entendía. Comprendí
que lo que sucede en las familias también sucede en la familia de
Dios.
 
Poco a poco, comencé a entender que el poder, el engaño y el
abuso estaban entrelazados. Las personas sumamente estimadas y
consideradas piadosas, en realidad, se engañaban a sí mismas y a
los demás para cometer y ocultar prácticas impiadosas. Con el paso
del tiempo, vi que sistemas enteros hacían lo mismo. El abuso
sistémico, un concepto completamente extraño para mí en ese
momento, se volvió más claro cuando descubrí que, a veces, el
pueblo de Dios se une para «proteger» el nombre de Dios y comete
y oculta acciones que no se parecen en nada a Él. El pueblo de Dios
lo estaba decepcionando.
 
Estaba enojada, lloré, quería que no fuera verdad y quería
renunciar. A veces, me sentía como si estuviera nadando en una
cloaca con un cartel en la entrada que decía «Santuario». Comencé
a leer todo lo que pude para que me ayudara a ver. Volví a la
historia de la Iglesia. Estudié el Holocausto y otros genocidios. Leí y
releí a los profetas, en especial a Jeremías. Me hundí en los
Evangelios. Poco a poco, comencé a ver con mayor claridad la
naturaleza sistémica del abuso. Todavía sigo aprendiendo.
 
Este libro es el fruto de ese proceso. Dios nos ha invitado a la
comunión de Sus sufrimientos. No es un lugar al que queramos ir.
Realmente es una cloaca. Al entrar, comencé a aprender que Jesús
había soportado todo con lo que me encontraba. Eso incluía mi
ceguera, mi resistencia y mi miedo de entrar en este lugar; pero
negarse a entrar, darle la espalda a lo que Él ve, es fallarle a Él. He
tenido la posibilidad de vislumbrar lo que significa decir: «Y aquel
Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…» (Juan 1:14). Él
era Emanuel en ese contexto: Dios con nosotros. Y Cristo nos llama
a ser como Él en este mundo para que otros tengan una idea, una
muestra de quién es Él y sepan en verdad que está con nosotros.
 
Me llama la atención cuántas veces se nos dice que Jesús vio.
Mateo nos relata que Jesús recorría todas las ciudades y aldeas y
que «viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque
estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor»
(9:36, NBLA). Jesús sigue viendo y nos invita a estar con Él y a ver,
nos invita a sentir el dolor, la tristeza, la pena y la agonía de las
ovejas preciosas que no tienen pastor, ni consolador ni nadie que
las cuide.
 
Gran parte de la cristiandad de hoy parece menos interesada en ver
como Jesús veía, menos dispuesta a entrar y mucho más interesada
en ganar poder. Hemos adquirido fama, dinero, estatus, reputación y
nuestros propios reinos pequeños. Hemos leído demasiados
titulares sobre líderes y sistemas cristianos que no se parecen en
nada a nuestro Señor. Temo que hemos perdido el rumbo. Es hora
de que los que pronunciamos Su nombre nos detengamos y
escuchemos a nuestro Rey, quien se movía por compasión, un
pastor verdadero que anhelaba tanto alimentar como abrazar a las
ovejas.
 
Seguimos a un Dios que nos escucha y llora con nosotros. Eso es
evidente en la vida de Jesús. La encarnación es quizás la expresión
máxima jamás vista de escucha empática. Jesús vino y plantó Su
tienda entre nosotros, un campo de refugiados implícito. Eso
significaba beber nuestra agua, compartir nuestros quehaceres,
sufrir nuestras pérdidas, unirse a nuestra risa y llorar con nosotros
en nuestro dolor. Tenemos que aprender a escuchar como Él lo
hace. Él sabe lo que es ser usted. Le ha dado el don de ser
escuchado y conocido y le pide, a su vez, que se lo de a los demás.
Anhela que caminemos con Él, que nos ocupemos de los afligidos,
los despojados, los heridos por la violencia y los desechados. Desea
que miremos con Sus ojos de amor y escuchemos con Sus agudos
oídos. Nos ha invitado a trabajar con Él y a estar con los demás
como Él estuvo.
 
Ha sido un gran privilegio para mí aprender de nuestro Pastor. Me
ha llevado a lugares que nunca imaginé que existieran. He visto la
maldad, la oscuridad y la desesperanza en seres humanos
preciosos, la obra de arte de Dios. Seguramente he cometido
muchos errores. Sin embargo, he visto que Dios estuvo presente
allí, amando, enseñando, llevando y redimiendo. Oro para que
mientras miramos juntos el poder y nuestras manipulaciones a
menudo retorcidas y abusivas, la luz de Dios nos exponga. Oro para
que juntos nos arrodillemos ante el único que está sentado en el
trono y que lleva cicatrices que deberían ser nuestras, y oro para
que aprendamos del buen y gran Pastor cómo proteger, alimentar y
ser un refugio para los corderos que Él ama. No es un viaje bonito,
pero lo encontraremos trabajando con nosotros a medida que
avanzamos. Sí, lo usará a usted para bendecir a otros. También los
usará a ellos para transformarlo a usted más a Su imagen. Siempre
obra de ambos lados.
 
Oro para que este libro aumente la conciencia y el entendimiento del
poder y su abuso para que podamos proteger y defender a quienes
los sistemas de poder rotos del cristianismo han abandonado. Para
aquellos que han sufrido abuso, oro para que a través de la lectura
sientan que alguien los ve, los protege, les cree y los consuela.
Algunos de ustedes han abandonado la iglesia después de sufrir
abusos de poder en el mismo lugar que Dios quiere que sea Su
santuario. Si usted ve a la iglesia como un lugar de peligro en vez de
seguridad, recuerde que, tristemente, la Iglesia a menudo no logra
ver ni actuar como Jesús, lo que facilita creer mentiras sobre quién
es Él.
 
Si usted es un líder cristiano, ya sea en una iglesia, un ministerio sin
fines de lucro u otra esferade influencia, oro para que llegue a
entender los tipos de poder, conscientes e inconscientes, que vienen
con su autoridad. Oro para que comprenda su propio poder y
aprenda a usarlo con sabiduría para bendecir y no para lastimar. Si
usted ha usado el poder de manera tal que ha infligido algún daño,
oro para que se postre ante el trono de Aquel que se humilló por
nosotros y diga la verdad a sí mismo y a los demás sobre el daño
que ha causado. Que desee la verdad y la gracia de Dios más que
la estima de los seres humanos.
 
Me entristece que el cuerpo de Cristo se haya alejado tanto de esta
obra y le haya dado la espalda a Cristo y a Su invitación. Que todos
aprendamos a discernir cuándo se usa el poder equivocadamente y
llamarlo por su nombre. Hemos perdido mucho y hemos dañado a
muchos. Hemos decepcionado a Dios. Oro para que fervientemente
busquemos a Dios en estos asuntos. Él espera.
 
PARTE 1
 
La definición
de poder
uno
 
La fuente y el propósito del poder
 
Las dinámicas del poder siempre están presentes en mi práctica de
psicología cristiana. El poder puede ser una fuente de bendición,
pero cuando se abusa de él, se produce un daño incalculable al
cuerpo y al nombre de Cristo, y a menudo se realiza en nombre de
Cristo. Por el bien de ese cuerpo y ese nombre maravilloso, creo
que debemos luchar con la cuestión del poder y entender que se
puede usar para sanar o herir, para bien o para mal. Lo invito a mirar
más de cerca qué es el poder, de dónde proviene y el impacto que
tiene en todos nosotros. El poder es inherente al ser humano.
Incluso los más vulnerables entre nosotros tienen poder. La forma
en que lo usamos o no lo ejercemos determina nuestro impacto en
los demás.
 
Sara es pequeña y frágil, solo tiene cuatro días de vida. No sabe
nada de sí misma ni del mundo en el que ha aterrizado. No tiene
palabras. No puede usar su cuerpo de manera efectiva para ir a
algún lugar. Algo no se siente bien. No sabe qué está mal o por qué
está mal, ni cómo atender su propia angustia. Sola en la oscuridad,
llora. Y tiene poder.
 
Dos adultos agotados y dormidos, sobresaltados se levantan de sus
cómodas camas y de su muy necesitado descanso y rápidamente
acuden al llanto. Ella ha interrumpido a dos personas que pueden
usar las palabras, que saben lo que quieren y lo que ella necesita, y
que pueden mover sus cuerpos como les plazca. Ellos entienden el
llanto de la pequeña y responden, dejando de lado cómo se sienten
y su preferencia por dormir. Eligen levantarse y consolar a la
pequeña y nutrirla con atención, amor y leche. A diferencia de Sara,
estos adultos tienen una cantidad increíble de poder y eligen usarlo
para bendecirla con su cuidado.
 
Nuestra palabra española «poder» (del latín posse, que significa
«ser capaz») quiere decir «tener la capacidad de hacer algo, actuar
o producir un efecto, influir en personas o sucesos, o tener
autoridad». También tiene significados más severos: controlar,
dominar, coaccionar o forzar. Por nuestra mera presencia en este
mundo, nosotros, los portadores de la imagen de Dios, tenemos
poder. La bebé de cuatro días tiene el poder de despertar a adultos
independientes de un sueño deseado y muy necesario. Lo opuesto
también es cierto: esos adultos tienen un poder evidente sobre la
niña. Pueden responder con atención y cuidado o con enojo por
haber sido molestados. Pueden negar el cuidado y responder con
negligencia y silencio. La niña influye en los adultos. Las respuestas
de los adultos afectan a la niña. El poder de la vulnerable niña para
expresar sus necesidades expone los corazones de los adultos que
tienen más poder. Con el tiempo, su respuesta habituada a la niña
moldea no solo la personalidad de la bebé, sino también los
corazones de los adultos. Nuestras respuestas a los vulnerables
exponen quiénes somos. Este es un principio importante para tener
en cuenta cuando consideramos el uso y el mal uso del poder.
 
Cualquier persona que esté remotamente en contacto con las
noticias de hoy en día tiene algún conocimiento de cómo se puede
usar el poder para bien y para mal. Leemos sobre tiranos
autoritarios y sobre personas torturadas y encarceladas por su fe o
por criticar a su gobierno. También leemos sobre personas que dan
con sacrificio a quienes necesitan ayuda y pasan días buscando a
un niño perdido o dedican tiempo, dinero y esfuerzo a rescatar a las
víctimas de trata. Ambas listas son interminables. Cada vida
humana es una fuerza en este mundo. Nuestra influencia se
derrama de manera continua. Sin embargo, si los que tienen
autoridad se niegan a ayudar a otros, hacen oídos sordos y se
endurecen ante las necesidades de los demás, entonces el rechazo,
no el cuidado, se convierte en la influencia predominante.
 
El poder en la historia de Génesis
 
¿Cuál es la fuente de nuestro poder como humanos? En Génesis,
leemos que Dios invistió a los humanos con poder. «Y dijo Dios:
“Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra
semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves
del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil
que se arrastra sobre la tierra”. Dios creó al hombre a imagen Suya,
a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (1:26-27,
NBLA). Dios creó a los humanos a Su semejanza y les dijo que
ejercieran dominio. En hebreo, la frase «ejercer dominio» significa
«tener dominio» o «dominar». ¿Sobre qué les ordenó Dios que
ejercieran dominio? Sobre los peces, las aves, los ganados, sobre
toda la tierra y sobre todo reptil. Observe la sorprendente omisión en
la orden de Dios: ¡en ningún lugar les ordena a los humanos a
ejercer dominio entre sí! No le ordena al hombre que ejerza dominio
sobre la mujer y no le ordena a la mujer que ejerza dominio sobre el
hombre. Ellos deben ejercer dominio juntos, a dúo, sobre todo lo
demás que Dios ha creado. Deben tomar el poder que Dios les
concedió y usarlo para el bien. Juntos. En Génesis 1:28, Dios
continúa diciéndoles a los humanos: «… Llenen la tierra y
sométanla». «Someter» significa «conquistar», «subyugar»,
«mantener bajo control». Dios creó una unión de una sola carne y le
ordenó a esa unión de hombre y mujer que ejerciera dominio, no
entre sí, sino sobre la tierra y que la sometiera.
 
Génesis 1 también nos dice que Dios les ordenó a Adán y Eva que
fueran fecundos. «Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y
multiplíquense…”» (v. 28, NBLA). ¿Cómo hacemos eso?
Obviamente, los humanos que son fecundos aumentan su poder
simplemente al crear más humanos. No obstante, los humanos
también deben ser fecundos en todas las áreas de la vida. En
esencia, Dios nos creó para que multipliquemos Su imagen y
semejanza en todo lo que hacemos. Él creó a los humanos a Su
propia imagen, a Su semejanza. Les dio poder a los humanos, y
estos debían reflejar al Dios que los creó. ¿Y qué sabemos de este
Dios? Él es bueno, fiel, un refugio, la verdad, amor.
 
Entonces, Dios les dio a los seres humanos el poder para que
pudieran llevar el carácter de Dios al mundo. Y Dios los bendijo;
pronunció una bendición sobre ellos y les ordenó que fueran
fecundos y se multiplicaran, que llevaran Su semejanza y que
bendijeran la tierra. Juntos.
 
Todos sabemos lo que pasó después de eso. Una criatura astuta y
engañosa que había rechazado por completo el poder de Dios y
cualquier semejanza con Él vino y engañó a los humanos usando
las mismas palabras de Dios. «¿Quieren ser como Dios? ¿Quieren
ser semejantes a Él? ¿Quieren tener la capacidad de juzgar entre el
bien y el mal? Pueden hacerlo si eligen lo que Él les ha negado». Y
al igual que el enemigo, los humanos ejercieron su poder para elegir
en contra de Dios; tomaron lo que les pareció bueno y se
alimentaron con ello. El engaño del bien prometido los llevó a elegir
la desobediencia a Dios. Usaron su poder para elegir el mal cuando
ese poder debería haber transmitido la semejanza a Dios y debería
haberse usado para elegir el bien. Quisieron lo que debían tener: la
semejanza a Dios. Quisieron discernirel bien del mal. Lo que vieron
con sus ojos fue atractivo para sus deseos y su objetivo más alto.
Tomaron el poder que Dios les había dado y lo ejercieron en Su
contra, engañados y creyendo que lo estaban eligiendo a Él.
 
Los que tenían el carácter de Dios usaron el poder de una manera
que les dio una semejanza con el enemigo de Dios. Como el rey de
Babilonia, dijeron: «Subiré a la cresta de las más altas nubes, seré
semejante al Altísimo» (Isa. 14:14, NVI). Se olvidaron de que
cualquier semejanza con Dios fue dada por Dios mismo. Los seres
humanos no pueden crear esa semejanza. Usaron su poder no para
bendecir, sino para lastimar, no solo a otros, sino también a ellos
mismos. El poder abusado del hombre y la mujer produjo resultados
que se han transmitido de generación en generación, y nos han
infectado a todos.
 
El poder del ser humano
 
Para comprender el impacto del poder, debemos entender lo que es
un ser humano. Aquí pueden ser útiles algunos conceptos que han
surgido de mi trabajo con las víctimas por trauma.¹
 
En primer lugar, ser humano es tener voz. La voz de Dios lo creó
todo. Ser creados a Su imagen significa tener un ser, una voz y una
expresión creativa. El abuso del poder silencia ese ser y las
palabras, los sentimientos, los pensamientos y las elecciones de la
víctima. Sus deseos se ignoran y son irrelevantes. El abuso de
cualquier tipo siempre daña la imagen de Dios en los seres
humanos. El ser se ve destrozado, fracturado y silenciado, y no
puede decirle al mundo quién es.
 
En segundo lugar, ser humano es estar en una relación. Fuimos
creados en una relación con Dios mismo y con otros humanos. Dios
se hizo hombre y entró en este mundo para restablecer una relación
que estaba rota. Su imagen se refleja en esa relación. Los humanos
anhelan una relación segura. El poder abusivo quebranta y destroza
esa relación. Trae traición, miedo, humillación, pérdida de dignidad y
vergüenza. Aísla, pone en peligro, crea barreras y destruye vínculos.
Hace añicos la empatía, despedaza la seguridad y rompe la
conexión. El poder abusivo tiene un impacto profundo en nuestra
relación con Dios y con los demás. Las víctimas de abuso a menudo
ven a Dios a través de una lente gravemente distorsionada y lo ven
como la fuente del mal que sufren. La violación y la destrucción de
la fe en momentos de tremendo sufrimiento es una de las mayores
tragedias del abuso del poder.
 
En tercer lugar, ser humano es tener poder y moldear el mundo.
Como hemos visto, nuestro Creador nos llamó a ejercer dominio y
someter. Esas son palabras de poder. «Vayan y tengan un impacto,
hagan crecer las cosas, cámbienlas». El abuso anula y quita el
poder. La víctima se siente inútil, incapaz e incompetente, y la
pérdida de dignidad y propósito es profunda. Debemos trabajar,
hacer que las cosas sucedan, que cambien simplemente porque
estamos aquí. Estos aspectos de la voz, la relación y el poder se
originan en el carácter de Dios.
 
Tipos de poder humano
 
Existen muchos tipos de poder. El poder verbal implica el uso de
palabras, a menudo de manera ingeniosa, para manejar situaciones
y controlar a otros. Los humanos que tienen un don verbal pueden
usar las palabras para bendecir a los demás o para hacer un daño
terrible y duradero. Un tipo de poder relacionado en el que rara vez
pensamos es el silencio. El silencio puede ser un regalo maravilloso,
pero también puede ser un arma. El aguijón del silencio usado para
castigar o para ignorar penetra hondo.
 
El poder emocional se combina con frecuencia, aunque no siempre,
con el poder verbal. Podemos usar las emociones para consolar a
otros con empatía o para controlar lo que las personas dicen y
hacen, a menudo, intimidándolas y silenciándolas. El poder del
enojo o la ira pueden aterrorizar a una persona, con o sin palabras.
 
El poder puede manifestarse en tamaño o fuerza física. Si una
persona pesa 99 kg (220 libras) y otra pesa 38 kg (85 libras), la
diferencia de poder es evidente. La persona más pesada puede
herir o aplastar con facilidad a la más pequeña. La presencia física
también puede ser poderosa de otras maneras. Todos hemos
conocido a alguien que no era más grande que los demás, pero
cuya presencia podía llenar la habitación. Ese poder de
personalidad puede controlar una sala, una empresa e incluso un
país.
 
Las personas con conocimientos especializados pueden ejercer un
gran poder, hablan con autoridad y esperan que lo que dicen sea
aceptado porque ellos «saben». Los puestos de autoridad confieren
poder. Si soy presidente, instructor, médico o profesor, mi trabajo me
da el derecho de decir y hacer muchas cosas; mi círculo de «ejercer
dominio y someter» es más grande que el de la mayoría.
Dependiendo de mi posición y de cómo se entienda, puedo usar ese
poder para justificar muchas cosas incorrectas y extralimitarme
ampliamente, en especial si se respeta mi figura de autoridad.
 
Al igual que el silencio, la ausencia también tiene gran poder.
¿Recuerda cuando jugaba al juego de la confianza cuando era
niño? Su amigo se paraba detrás de usted, y usted debía dejarse
caer hacia atrás y confiar en que su amigo lo atraparía. Daba un
poco de miedo. La ausencia de su amigo, si no lo atrapaba, podía
significar una lesión. Un padre que le da la espalda al abuso sexual
está ausente cuando más se lo necesita. El resultado será un
profundo daño. La ausencia emocional de un cónyuge hiere
profundamente. Por otro lado, el rechazo a unirse a un grupo de
violentos es una ausencia poderosa y positiva para el que está
siendo atacado.
 
Otro tipo de poder que algunas personas ejercen es el económico.
El dinero puede comprar muchas cosas en este mundo, y el poder
es una de ellas. Ese poder puede usarse con sabiduría y gracia, o
puede usarse para manipular, controlar y atemorizar.
 
El poder espiritual es otro tipo de poder que puede ser peligroso a
menos que se ejerza en obediencia a Dios. Esta forma de poder se
usa para controlar, manipular o intimidar a otros para que satisfagan
nuestras propias necesidades o las necesidades de una
organización en particular, a menudo mediante el uso de palabras
envueltas en un vocabulario y conceptos espirituales que suenan
agradables.
 
Finalmente, nuestras culturas, familias, tribus, comunidades
seculares y religiosas, y naciones tienen un enorme poder para
moldear nuestras mentes y vidas. La cultura es como el oxígeno,
siempre está allí, pero no la vemos; simplemente es lo que es.
Experimentar una cultura diferente de adoración, comida o
vestimenta puede ser sorprendente. La cultura puede ser muy
enriquecedora, pero también puede estar llena de arrogancia,
prejuicio y división, por eso, debemos prestar mucha atención y usar
nuestro poder y habilidades para ver y pensar antes de aceptar por
completo los mensajes de nuestra cultura.
 
A lo largo de este libro, analizaremos estos tipos de poder con
mayor profundidad. Por ahora, simplemente tenemos que entender
de dónde viene el poder y cuál es su propósito original. También
debemos ser conscientes de los tipos de poder que todos tenemos
en diferentes grados y que podemos usarlos o no ejercerlos para
bien o para mal. Finalmente, necesitamos ver cómo se usa el poder
dado por Dios para bendecir.
 
El poder es derivado
 
Dos pasajes de la Escritura guiarán nuestra comprensión del uso
piadoso del poder. En Mateo 28:18-19, Jesús declara: «… Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…».
Jesús tiene toda potestad. Eso significa que cualquier poquito de
poder que usted y yo tengamos es derivado; somos enviados bajo
Su potestad. Jesús no nos da la potestad a nosotros; Él la retiene y
nos envía bajo Su potestad para llevar a cabo Su tarea a Su
manera. Cada gota de poder que usted y yo tenemos es un poder
compartido, dado por Aquel que lo tiene todo. No es nuestro. Es
Suyo. Él ha compartido con nosotros lo que es legítimamente Suyo.
 
¿Es usted poderoso verbalmente? El Verbo le dio ese poder. ¿Es
usted poderoso físicamente? El Dios poderoso,que derriba
fortalezas y sostiene el universo, le dio ese poder. ¿Tiene usted una
posición de poder? Proviene del Rey de reyes y Señor de señores.
¿Su poder se encuentra en su conocimiento o habilidad? El Dios
creador, cuyos caminos no se pueden descubrir, le dio ese poder.
¿Tiene usted poder emocional sobre otros? Ese poder proviene del
Consolador, el maravilloso Consejero. ¿Tiene usted gran poder
financiero? Si es así, apenas es una pequeña porción de Aquel que
posee todas las riquezas. Cualquier poder que usted y yo tengamos
es de Dios, y Él nos lo ha dado con el único propósito de glorificarlo
a Él y bendecir a otros. Si todo poder es derivado, entonces los
cristianos deberían ejercerlo con gran humildad. Somos criaturas, ni
más ni menos. Seguimos a Aquel que se hizo hombre. Jesús es
nuestro ejemplo de la humildad del poder.
 
En el segundo pasaje, vemos que cuando Jesús estuvo en la tierra,
dijo: «Ciertamente les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por
su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace…»
(Juan 5:19, NVI). El estado del corazón del Padre que el Hijo
manifestó debe abundar en aquellos que lo seguimos. Nosotros
promocionamos nuestras propias enseñanzas, nuestros propios
escritos, nuestras propias organizaciones y reputaciones. Sin
embargo, Jesús no hizo nada por el estilo. Nosotros buscamos una
parte de la gloria y del poder para nosotros mismos. Él se humilló
ante Dios y los seres humanos, y se convirtió en siervo. Nosotros
buscamos construir nuestros pequeños reinos. Él vino a edificar el
reino del Padre. Dios nos ha confiado Su poder a nosotros, Sus
criaturas. El propósito del poder es bendecir. Si entendemos la
naturaleza del poder, tanto su fuente como sus peligros,
caminaremos en humildad delante de otros, porque nuestro Maestro
dijo que, si íbamos a ser líderes, si íbamos a guiar e impactar a los
demás, entonces debíamos servir. Antes de enviar a Sus discípulos,
Jesús dijo: «Miren mis manos. Miren mis pies…» (Luc. 24:39, NTV).
Estas son las marcas de Su humildad, la insignia de Su autoridad, la
evidencia visible de que vino a servir y no a ser servido. Los que lo
siguen, investidos con Su poder, deben seguir el camino de la cruz.
 
El poder viene de nuestros corazones
 
El poder piadoso comienza en el reino de nuestros corazones, se
expresa en la carne y luego se traslada al mundo. Cometemos el
error de ver el poder como una fuerza externa, pero el poder no se
trata de dirigir una iglesia, una parroquia, una institución o un país.
Es interno, no externo. El reino de Dios es el reino del corazón, no el
reino de nuestras iglesias, instituciones, misiones ni escuelas. Dios
construye Su reino, no el nuestro, y lo hace al ejercer autoridad
sobre el corazón humano en la medida en que esté lleno del Espíritu
de Cristo. Ese es el poder piadoso. Y cuando nuestro interior está
lleno del poder de Dios, llevamos vida, luz, gracia, verdad y amor a
todas nuestras tareas externas, ya sean grandes o pequeñas. El
reino de Dios crece, y Él es glorificado.
 
Cada vez que usamos el poder para lastimar o usar a una persona
de una manera que deshonra a Dios, fallamos en nuestro manejo
del regalo que nos ha dado. Cada vez que usamos el poder para
alimentarnos o elevarnos a nosotros mismos, fallamos en nuestro
cuidado de ese regalo. Nuestro poder debe ser gobernado por la
Palabra y el Espíritu de Dios.
 
Todo uso que no esté sujeto a la Palabra de Dios es un uso
incorrecto. Todo uso del poder que se base en el autoengaño,
cuando nos decimos a nosotros mismos que lo que Dios llama malo
es, en realidad, bueno, es un uso incorrecto. Recuerde, Adán y Eva,
hechos a semejanza de Dios, quisieron ser como Él y comieron lo
que Él había prohibido. El ejercicio del poder en la elección de «ser
como» Dios requería desobedecer a Dios. Por lo tanto, fue un uso
incorrecto del poder. El ejercicio del poder de un cargo para exigirles
demasiado a los obreros del ministerio «por el bien del evangelio»
también es un uso incorrecto del poder. Usar el poder emocional y
verbal para lograr nuestra propia gloria cuando Dios dice que Él no
compartirá Su gloria con nadie es un uso incorrecto del poder. El
poder del éxito o del conocimiento financiero usado para alcanzar
fines ministeriales sin integridad es un uso incorrecto del poder. Usar
el conocimiento teológico para manipular a las personas para lograr
nuestros propios objetivos es un uso incorrecto del poder. Explotar
nuestra posición en el hogar o en la iglesia para salirnos con la
nuestra, conseguir nuestros propios fines, aplastar a otros,
silenciarlos y asustarlos es un uso incorrecto del poder. Usar nuestra
influencia o reputación para que otros nos ayuden a alcanzar
nuestros fines es un uso incorrecto del poder.
 
No ejercer el poder frente al pecado, el abuso y la tiranía también es
un uso incorrecto del poder. Es pecado contra Dios, complicidad con
el mal que Él odia. Jesús afirma: «… “Les aseguro que todo lo que
no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo
hicieron por mí”» (Mt. 25:45, NVI). El silencio frente a dicho mal
puede ser un tipo de abuso de poder, ya que, al permanecer
callados frente al dolor de otra persona, anulamos el poder que Dios
nos da para decir la verdad. Dios nos pide que usemos nuestro
poder verbal y que abramos la boca por los que no pueden hablar,
por los que no tienen ese poder. La complicidad es la supresión del
poder que Dios nos ha dado y que debía actuar en Su nombre en
este mundo.
 
El poder piadoso es derivado; proviene de una fuente externa a
nosotros. Siempre se usa bajo la autoridad de Dios y en semejanza
con Su carácter. Siempre se ejerce con humildad, con amor a Dios.
Lo usamos primero como sus siervos y luego, como Él, como
siervos de otros. Siempre se usa con el objetivo final de darle la
gloria a Dios. Él se complace con su Hijo. Eso significa que nuestros
usos del poder deben parecerse a Cristo porque Él es el que le da la
gloria a Dios. Entonces, ¿cómo serviremos? Aquí hay tres historias
reales que me enseñaron lecciones duraderas sobre la belleza del
poder usado correctamente.
 
La primera historia tiene lugar en un pequeño pueblo de pescadores
en Brasil. Un pastor de allí me contó que todos los hombres de su
pueblo, no solo algunos, eran alcohólicos, maltratadores e
incestuosos. «No hay excepciones, Diane, ni la policía, ni el juez ni
los pastores». Me preguntó cómo podía ayudar a su gente. Al
principio, me quedé sin palabras; parecía no haber esperanzas para
su situación. ¿Cómo puede uno ser luz en un lugar así? Y luego lo
supe. Estaba parada junto a un hombre que llevaba la luz de
nuestro Dios en su interior. «Sé que es abrumador y que parece que
no hay esperanza —respondí—, pero Dios te puso aquí porque lo
conoces, y nadie en este pueblo ha visto una vida como la tuya con
tu familia. Ni siquiera saben que existe otra manera. Camina con
Cristo, honra a tu esposa, bendice a tus hijos, y Dios iluminará su
camino a través de ti y despertará el hambre por tu forma de vida en
otros». No quería sugerir de ninguna manera que la tarea que Dios
había puesto delante de él iba a ser fácil. Con la esperanza de
alentarlo, continué: «La tarea será difícil, muy lenta y requerirá
mucho sacrificio, pero hay esperanza. No está en ti. Esa esperanza
es Cristo en ti en este lugar oscuro. Por el poder de Dios en tu vida,
puedes demostrar, en la carne, la vida de un hombre que no abusa
del poder. Cuanto más bebas de Cristo, de ti fluirá Su agua viva, que
finalmente cambiará el panorama del pueblo».
 
La segunda historia tiene lugar en una conferencia para mujeres
árabes donde hablábamos sobre el trauma y sus efectos. Muchas
de estas mujeres eran víctimas del poder abusivo. Al final de mi
charla hubo un momento para realizar preguntas. Una mujer dijo
esto: «Me crie en un hogar cristiano. Mi padre golpeaba a mi madre
y a sus hijos de manera horrible. Ahora estoy casada y tengo hijos.
Cuando vamos a visitar a mis padres y los niños hacen algo que a
mi padre no le gusta, los golpeasalvajemente. Mi esposo y yo no
creemos que eso sea de Dios y no tratamos así a nuestros hijos.
¿Puede decirme qué hacer?».
 
Cuando viajo, soy muy cautelosa a la hora de compartir cualquier
pensamiento negativo que tenga en cuanto a las normas y prácticas
de otra cultura. Incluso cuando me hacen preguntas directas, soy
cuidadosa con mis respuestas. Le pedí a esta mujer que me diera
un minuto para pensar porque sabía que, si decía la verdad, podría
terminar en violencia contra ella. Podrían echar y desheredar a ella y
a su familia. También sabía que, si no decía nada, iba a alentar su
complicidad en el mal que se les estaba haciendo a sus hijos, y Dios
ya había traído convicción a su vida. Y si me quedaba callada, yo
también iba a ser cómplice. Así que me detuve un momento para
orar y luego le dije que sabía que lo que estaba por decirle era difícil
y potencialmente amenazante para ella. Estuve de acuerdo en que
su padre les estaba haciendo daño a sus hijos y que ese no era el
camino de Dios. Para decirle la verdad a su padre, con respeto, ella
debía usar su poder para llevar la luz de Dios a ese lugar e invitar a
su padre a entrar en esa luz. Quedarse callada era enseñarles a sus
hijos que el comportamiento del padre era correcto, en lugar de
impío, y ser un ejemplo del silencio frente a las malas acciones.
También significaba ser cómplice de su sufrimiento. La sala estaba
muy quieta. Ella estuvo en silencio por un momento. Luego levantó
la cabeza y dijo: «Haré lo que es correcto delante de Dios con una
condición. Solo pido que las mujeres de esta sala se comprometan a
orar por mí». Ellas comprendieron el paso monumental que estaba
dando y le hicieron saber que orarían por ella. Yo sigo haciéndolo.
 
La tercera historia es sobre un hombre de gran poder. Hace unos
años, nuestro hijo trabajaba en Medio Oriente para un príncipe, un
miembro de la casa real. A mi esposo y a mí nos invitaron como
huéspedes del príncipe para que viéramos a nuestro hijo y
visitáramos el país.
 
Viajamos por una aerolínea lujosa, con asientos elegantes y comida
exquisita. Nuestro hijo nos recibió en el aeropuerto y nos llevó de
inmediato al palacio a conocer al príncipe. Yo, una mujer, iba a
entrar en una sala llena de hombres árabes. Cuidadosamente
repasé el protocolo con nuestro hijo, quien nos indicó que
esperáramos en la puerta para ser recibidos y que no habláramos
primero. El príncipe iba a permanecer sentado. «No extiendan la
mano —dijo—. No se sienten hasta que se lo digan y siéntense en
donde les indiquen». Según mi hijo, ninguna otra mujer había estado
en esa habitación. Él pasaba casi todas las noches allí, así que
sabía.
 
Cuando llegamos, nos escoltaron al palacio y nos llevaron al lugar
de reunión. En la sala había unos quince hombres árabes vestidos
de gala. Con mi esposo esperamos en la entrada. Cuando nos
indicaron, entramos. Ni bien lo hicimos, el príncipe se puso de pie,
se acercó de inmediato hacia nosotros y me tendió la mano con
cordialidad. Me saludó por mi nombre, se presentó con su nombre
de pila y me mostró el asiento a su derecha. Los otros quince
hombres siguieron su ejemplo. Hicieron lo que su príncipe hizo. Nos
honraron grandemente y nos recibieron con amabilidad.
 
Este hombre habría estado en su derecho si seguía el protocolo. De
hecho, se arriesgó a las críticas y a la pérdida de respeto por romper
las reglas sociales. Eligió juntar su poder y usarlo para derramar
bendición, lo que continuó haciendo todo el tiempo que estuvimos
allí. Él ejemplifica a una persona con mucho poder que no se aferra
a la gloria, sino que busca usar ese poder para bendecir a otros.
 
Estas historias nos ayudan a imaginar cómo Dios quiere que
ejerzamos nuestro poder. Creo que Él quiere que lo usemos como
bendición, para bendecir, a modo de sacrificio, a través de la cruz.
 
El pastor brasileño que vive con sacrificio en ese pueblo costero —
un hombre, una familia, llenos de la luz del amor de Cristo,
iluminando un mundo extremadamente oscuro— encarna en su vida
lo que Jesús hizo en la suya. El Rey de reyes se hizo hombre, finito
y habitó en tiempo y espacio. Estaba lleno de luz y amor, y ministró
uno por uno y siempre fue fiel al Padre.
 
La encantadora mujer árabe que vive con sacrificio, que trajo luz y
amor cuando se enfrentó al poder con la verdad y rechazó la
complicidad con el mal hecho en nombre de Dios, bendice a su
padre con una invitación firme pero respetuosa a ir a la luz. Bendice
a sus hijos, porque ellos verán y conocerán una nueva manera y
entenderán que esa cultura, incluso la llamada cultura cristiana, a
veces no sigue a Cristo. Ella será como Jesús, quien declaró la
verdad a los líderes religiosos y enfrentó a los que agobiaban a los
pequeños.
 
Y el amable jeque quien, por amor a nuestro hijo, bendijo a mi
esposo y a mí, se paró frente a esas divisiones que protegen su
nombre y estatus, y nos invitó a sentarnos a su derecha para ser
servidos y recibir honor de aquel al que fuimos a honrar, nos dio una
muestra pequeña pero valiosa del Señor del cielo y la tierra que está
sentado en el trono. Este príncipe terrenal, que inspiró asombro en
mí al atravesar la posición, la tradición, la cultura, el género y al
prepararse para saludarme con su mano derecha, me recuerda del
asombro que debo tenerle a mi verdadero Señor, quien, a un costo
sin medida, cruza las barreras de la posición más alta y del pecado
y la muerte para darme la bienvenida a la diestra del Padre.
 
Es mi oración que, a medida que pensamos juntos en el poder que
Dios nos confiere, dejemos que Su luz brille mientras estudiamos y
prestamos atención. Que nosotros, Sus hijos, podamos ver con
claridad la verdad sobre el poder terrenal y no seamos seducidos.
Que no nos engañemos a nosotros mismos ni a otros en cuanto a
cualquier uso del poder que no esté bajo la autoridad de Aquel que
tiene todo el poder. Que vivamos en lugares oscuros e iluminemos
con la luz de Cristo los abusos a nuestro alrededor, incluso si
suceden en nuestros círculos. Que podamos hablar con los que
aplastan a los pequeños de Dios o despojan a las personas en sus
iglesias. Y que, así como nuestro Señor, podamos dejar a un lado
todo poder terrenal para cruzar divisiones, salirnos de posiciones
elevadas y alcanzar con amor a los vulnerables, cuyo poder es
pequeño o ha sido pisoteado, y que podamos bendecir a medida
que avanzamos.
dos
 
La vulnerabilidad y el poder
 
Somos criaturas frágiles y finitas. Ya sea que uno se siente en el
trono del Imperio romano o en el asiento papal, dirija una
organización lucrativa o pastoree una megaiglesia, sea un
inmigrante indocumentado o un bebé recién nacido, todos somos
vulnerables, todo el tiempo. No hay excepciones. Ser vulnerable
significa que nos pueden herir. Así como el poder puede lastimar o
bendecir, la vulnerabilidad expone a los humanos a ser bendecidos
o heridos, al bien y al mal. La vulnerabilidad y el poder están
entrelazados, se juntan en una danza que, a veces, es hermosa y, a
veces, destructiva. Esta relación compleja se comprende poco y rara
vez se discute.
 
¿Recuerda a nuestra niña recién nacida? Ella es la esencia de la
vulnerabilidad. No puede hacer nada por sí sola y depende
enteramente de los adultos que la cuidan. Cómo ellos usan su poder
no solo influye en ella, sino que también nos dice algo sobre ellos. Si
valoran a esta pequeña, entonces incluso cuando no satisfagan sus
necesidades ni honren sus preferencias, ella estará protegida,
segura, nutrida y amada. Si no la cuidan o si explotan su
vulnerabilidad, ella morirá o crecerá torcida de una manera poco
saludable. Su uso de poder determina si ella vivirá o morirá y cómo
crecerá. No es difícil para nosotros entender la vulnerabilidad de un
recién nacido.
 
Sin embargo, las dinámicas son complicadas. Supongamos que
nuestra recién nacida, Sara, era la primera hija de una adolescente
de dieciséis años que creció sin una buena crianza y no tiene idea
de quién es su padre. Sara vivía con su madre, que consumía
drogas,en un vecindario violento. Había muchos hombres que
entraban y salían de su casa. De hecho, Sara es hija de uno de
esos hombres, hija de una violación. Si volvemos a la historia de su
madre, encontraremos una historia larga de explotación de la
vulnerabilidad, en lugar de protección: generaciones de personas
que necesitaban seguridad y cuidado y nunca los recibieron,
generaciones de humanos creando a otros a su imagen, no solo
físicamente, sino de muchas otras maneras. Aunque fueron creados
a imagen de Dios, esa imagen nunca ha sido nutrida por alguien que
se preocupa por ellos de la manera en que Dios lo hace. Cuando se
nubla la imagen de Dios, es fácil para nosotros tratar a esas
personas como «inferiores». Solo conocen dos maneras de usar el
poder: para protegerse a sí mismos (porque son vulnerables) y para
explotar a otros (porque son vulnerables). A menudo, la explotación
se parece a la autoprotección.
 
En la situación de Sara, la vulnerabilidad es de lo más obvia, pero
ese no siempre es el caso. Juan es multimillonario, fue educado en
una escuela prestigiosa, se casó, tiene dos hijos y es el director
ejecutivo de una empresa enorme. Tiene una gran cantidad de
poder sobre muchas vidas. Pero en su interior acecha una
vulnerabilidad que se esfuerza por esconder, incluso de él mismo.
Juan creció con un padre muy rico que rara vez estaba presente de
manera física o emocional. Este padre humillaba a Juan y a su
hermano con frecuencia, atacaba sus capacidades, personalidades,
logros y apariencias. La madre de Juan era callada y temerosa, y
siempre intentaba apaciguar a su marido. Así que estos niños se
sumergieron en la explotación y el abuso de su vulnerabilidad en
lugar de experimentar la seguridad dentro de ella. Ellos también
estuvieron desprotegidos.
 
La respuesta de Juan a este abuso es perseguir el poder y
protegerse de la vulnerabilidad. Su miedo a ella lo lleva a humillar,
condenar y controlar a las mujeres. Lo hace con sus empleadas, con
su esposa y con su hija. También tiene una vida secreta visitando a
trabajadoras sexuales, a quienes trata con desprecio y rabia. Él no
entiende por qué no puede detener esos comportamientos. Juan es
vulnerable y está herido, y lo sobrelleva buscando el poder,
abusando de él y, a su vez, dañando a las personas vulnerables de
su mundo.
 
A menudo pensamos que la vulnerabilidad es «debilidad», como si
hubiera alguna falla en la persona que es vulnerable. Sin embargo,
todos somos vulnerables en lo físico. No importa cuánto poder
tengamos, inevitablemente moriremos. Muchos de nosotros
tendremos que enfrentar una o dos enfermedades antes de partir.
Las personas que lideraron grandes ejércitos y que eran muy
temidas están muertas. Con el tiempo, algo les sobrevino. Usted
nunca, ya sea por inteligencia, logros, sede del poder, respeto o
cualquier otra cosa, podrá dejar de ser vulnerable. Bienvenido a la
raza humana.
 
No obstante, la vulnerabilidad también es un regalo. No deseamos
ser susceptibles a los muchos peligros de nuestro mundo caído,
pero si no corremos riesgos, nos perdemos muchos aspectos
maravillosos del mundo de Dios. Cuando era niña, me encantaba
patinar sobre hielo, pero nunca habría disfrutado la experiencia
maravillosa y emocionante de moverme sobre el hielo si no hubiera
estado dispuesta a caerme. Me encantaba treparme a los árboles…
muy alto y vulnerable otra vez a la caída. Si no hubiera asumido
esos riesgos, me habría encerrado y no habría podido realizar las
actividades que me daban alegría.
 
Estar abierto al amor de otra persona y dar amor a cambio es
arriesgarse a ser herido y rechazado. Cuando uno ofrece amor a
otro ser humano, se expone a la posibilidad de una traición.
Pregúntele a cualquier padre que sufre porque su hijo amado se ha
descarriado. Sin embargo, no amar porque lo vuelve vulnerable le
robará la risa, el compañerismo, los logros juntos y la unidad del
corazón. El amor entre buenos amigos es algo bello y maravilloso.
También es riesgoso porque aumenta la capacidad de ser herido.
De hecho, cuanta más gente ame, más vulnerable se volverá a ser
herido. Aun si todas esas relaciones van bien, es probable que
algunas personas que ama mueran antes que usted, y su
vulnerabilidad se convertirá en un gran dolor.
 
Casarse es ser vulnerable al abandono, la traición y la crítica de la
persona a la que se entregó. Tener hijos es ser vulnerable, porque
pueden brindarle una gran alegría o una tremenda tristeza. Hablar
en público, enseñar, dirigir, todas estas cosas nos dejan expuestos a
la crítica o al fracaso. Cuidar a pacientes enfermos es ser
vulnerable, ya que usted mismo podría enfermarse. Es posible que
sea un médico brillante y consumado, pero si trata a personas con
COVID-19, se vuelve muy vulnerable.
 
Muchos de nosotros nos esforzamos para no ser vulnerables. Sin
embargo, somos sabios si vemos nuestra vulnerabilidad como un
regalo de bienvenida que debe ser protegido y no expuesto
indiscriminadamente. No siempre tendremos esa opción, dado que
quienes violan y explotan no suelen pedir permiso. No obstante, si
no reconocemos nuestra vulnerabilidad, limitamos nuestra
capacidad de elegir bien cuando podemos elegir. Si la persona que
lo lleva en auto a su casa ha estado bebiendo, usted elige no
volverse vulnerable al manejo de esta persona ebria y busca a
alguien más que lo lleve a casa. Si necesita una cirugía, no se pone
en manos de un líder de una pandilla. Busca al mejor cirujano
posible. Si hay un acosador en el vecindario, usted se esfuerza por
proteger a sus hijos y a otros de ese acoso y hace lo que puede
para detenerlo.
 
Existen muchas situaciones en la vida en las cuales no es sabio
exponer nuestra vulnerabilidad. Muchas personas no se dan cuenta
de eso. Si crece sin haber experimentado una relación segura, su
capacidad para juzgar la seguridad está sumamente en riesgo.
¿Cómo reconocerá algo que nunca ha visto? Esa falta de
comprensión puede llevar a años de relaciones abusivas, o
generaciones de ellas, porque nunca se ha entendido, protegido ni
valorado la vulnerabilidad. Cada nueva relación conlleva la
esperanza de que esta persona alimentará su alma hambrienta,
pero sin el conocimiento que se necesita para leer las señales, es
posible que esté mirando al próximo donjuán y no se dé cuenta de
que es hora de correr.
 
La verdad es que la vulnerabilidad siempre está allí. Podemos usar
el discernimiento sobre qué hacer cuando está expuesta, algunas
veces; podemos protegernos a nosotros mismos y a otros cuando
sea prudente hacerlo, si podemos. También podemos ser
conscientes de las vulnerabilidades de los demás y caminar
suavemente en su presencia; pero vivir, amar o tener compasión es
exponernos al daño, a la explotación y a la traición. Evitar vivir o
amar no nos protegerá, ciertamente no de la muerte, pero sí nos
asegurará una vida hambrienta, sin mencionar que no nos
pareceremos en nada a nuestro Señor, quien se volvió vulnerable
por nosotros.
 
La vulnerabilidad y la explotación
 
Nuestra capacidad de ser heridos es una constante.
Lamentablemente, a menudo nuestra respuesta colectiva cuando
alguien está herido es culparlo. Si no hubiera hecho _____ (acción),
entonces quizás_____ (consecuencia) no habría sucedido.
 
Una estudiante universitaria decide salir con dos amigas el fin de
semana. Van al lugar de moda donde se juntan muchos estudiantes.
Toma un trago, luego pide varios más. Con una clara embriaguez,
se levanta para irse, pero no puede caminar derecha. Corre peligro
de caerse o desmayarse. Otro estudiante se acerca y le dice que la
acompañará a su habitación. Ella está vulnerable.
 
Pueden surgir dos escenarios diferentes. El estudiante podría
ayudarla a regresar a su habitación, asegurarse con cuidado de que
no se caiga o salga a la calle y notificar a alguien en su residencia
sobre su condición y su necesidad de atención. O podría sacarla del
restaurante, llevarla a un lugar solitario, violarla y dejarla allí.
Cuando finalmente ella se despierte de los efectos del alcohol,se
encontrará desaliñada, expuesta y tendida sola en el suelo.
 
¿Qué tipo de respuesta tenemos frente a estos escenarios? En
primer lugar, es probable que pensemos que la joven fue imprudente
y se arriesgó a ser herida por ella misma o por otra persona. Se
volvió muy vulnerable, seguramente sin siquiera pensar en las
posibles consecuencias. Esas evaluaciones serían acertadas. Ella
aumentó su nivel de vulnerabilidad y quedó desprotegida y expuesta
al daño en muchos niveles. Quizás haya razones, desconocidas
para nosotros, detrás de su consumo de alcohol esa noche que
provocarían empatía, en vez de juicio, hacia el dolor que estaba
medicando. Suponga que había regresado a la universidad después
de enterrar a su madre; entenderíamos su dolor.
 
En el primer final de esta historia, observamos que el joven fue
amable y considerado al ayudarla a regresar de forma segura.
Donde ella había quedado vulnerable de manera imprudente, él
intervino y la protegió. Consideraríamos sus acciones honorables.
Sus acciones hacia ella nos demuestran su carácter. Él ejerció
poder sobre su vulnerabilidad y se reveló como una persona segura,
amable y responsable.
 
El segundo escenario puede provocar diferentes respuestas.
Muchos supondrán que si la joven no se hubiera emborrachado, no
habría sido violada. Algunos irán más lejos y sugerirán que «los
chicos son chicos», alegando que ella debería haber sabido esto
antes de ponerse en una situación en la que un joven claramente no
iba a poder contenerse. O algunos incluso podrían decir que ella
quería tener sexo en primer lugar y que ahora quiere negar su
deseo y llamarlo violación. Esas respuestas nos presentan un
problema importante: son la antítesis de la Escritura. ¿Recuerda a
nuestra recién nacida? Su vulnerabilidad expone el corazón de sus
cuidadores.
 
Hace muchos años, di una clase de seminario sobre abuso sexual
por parte del clero. En un momento de la charla, dije: «Como
pastores, siempre tendrán el poder en las relaciones con los
congregantes. Ya sea que se sientan poderosos o vulnerables, en
un momento dado, ustedes son los que tienen el poder en esa
relación. Sus palabras y acciones tienen autoridad. Si una mujer
viene a verlos para recibir consejería sobre su matrimonio y un día,
confundida y buscando atención, se para y se desviste delante de
ustedes, lo que suceda después depende enteramente de ustedes.
Lo que ella ha hecho nos dice algunas cosas sobre ella, seguro;
pero lo que ustedes hacen en respuesta nos habla de ustedes, nos
dice cómo se comportan en presencia de una vulnerabilidad sin
restricciones». El aula estaba muy silenciosa.
 
La explotación de la persona vulnerable nos habla del explotador, no
de la víctima de esa explotación. ¿Cómo puedo decir eso con tanta
certeza? Escuche la Palabra de Dios: «… lo que del hombre sale,
eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los
hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades,
el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la
insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al
hombre» (Mar. 7:20-23). En esencia, Marcos está diciendo que lo
que sale de una persona expone el corazón de esa persona.
«Contaminar» es manchar, pervertir, profanar (hacernos impíos).
Nos contaminamos con nuestros propios pensamientos, palabras y
acciones. Para decirlo sin rodeos, nos ensuciamos.
 
Y luego, por supuesto, recurrimos al engaño para redefinirnos,
renombrarnos y protegernos. Decimos: «Yo no lo hice, fue culpa de
alguien más». Nos engañamos a nosotros mismos y, a su vez,
trabajamos para engañar a otros. El joven del segundo escenario
hará esto con respecto a haberse aprovechado de la joven. «Tuve
sexo con ella porque ella…». Si se denuncia la violación, es posible
que él tenga amigos y familiares que apoyen su punto de vista. Las
malas decisiones y el etiquetado incorrecto de las explotaciones de
la vulnerabilidad de otra persona causan más daño a nosotros y a
los demás. La verdad es que nuestra respuesta a la vulnerabilidad
habla de nosotros y solo de nosotros. Lo que «sale de nosotros»
frente a la vulnerabilidad estuvo allí todo el tiempo. La vulnerabilidad
de otra persona solo ha expuesto la verdad sobre nosotros.
 
Aquí la historia debería resultar familiar. Adán y Eva fueron creados
a semejanza de Dios, quien les dio poder con el fin de bendecir.
También se les dio a elegir entre confiar en Dios como preeminente
o confiar en sus propios pensamientos y deseos. Dada esa elección,
vemos que incluso en un mundo perfecto, los humanos fueron
vulnerables, susceptibles de «no elegir a Dios». Dios no creó
autómatas; Él quería humanos de carne y hueso que pudieran elegir
amar. La capacidad de amar nos vuelve a todos vulnerables…
incluso a Dios. Al crearnos de esa manera, se expuso al fracaso y a
ser herido. ¡Y sí que ha sido herido! El engañador tergiversó las
palabras de Dios, y Sus amadas criaturas eligieron creer ese
engaño. Lo que siguió fue más engaño y culpa.
 
Al igual que nuestros primeros padres, nosotros también tenemos
decisiones sobre nuestra propia vulnerabilidad. Algunos de nosotros
no estamos todavía al tanto de ese hecho, lo que nos vuelve aún
más vulnerables. Algunos están decididos a verse a sí mismos
como una fortaleza inexpugnable, lo cual también es peligroso.
Otros nunca han conocido la protección y la seguridad y nunca han
aprendido a tomar decisiones sabias con respecto a su
vulnerabilidad. A medida que luchamos, tenemos que darnos
cuenta, con el tiempo, de que nuestra vulnerabilidad es parte de ser
humanos. Además, debemos reconocer que podemos tomar
decisiones para servirnos a nosotros mismos o tomarlas bajo el
gobierno de nuestro Dios. Si no lo tenemos en cuenta, seguramente
fallaremos en protegernos a nosotros mismos y a los demás de
manera sabia; usaremos nuestro poder de manera incorrecta. Y en
cualquier debacle que creemos para nosotros o para otros, es
probable que respondamos con engaño y culpa.
 
Cada vez que nos enfrentamos a la vulnerabilidad de un recién
nacido, un adolescente confundido, una persona hambrienta de
amor y atención que busca en todos los lugares equivocados, o una
persona enferma, débil o discapacitada, lo que sale de nosotros nos
habla de nosotros. ¿Somos compasivos, protectores? ¿O somos
explotadores y nos alimentamos de los vulnerables para satisfacer
nuestras propias necesidades?
 
Jesús se vuelve vulnerable por nosotros
 
Jesús marca el camino al enseñarnos sobre la vulnerabilidad, el
engaño y el poder. En Filipenses 2:7, se nos dice que Jesús vino en
forma de hombre. ¿Cómo vienen los humanos? Vienen como
nuestra pequeña recién nacida. Cuando Aquel que tiene todo el
poder vino como alguien que no tenía ningún poder, dejó a un lado
lo que Él era y asumió lo que no era. Llevó nuestra vulnerabilidad en
Su carne. «… Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un
pesebre» (Luc. 2:12). Jesús entró en nuestra vulnerabilidad. Aquel
que vistió el universo tuvo que ser alimentado y vestido. Su familia
tuvo que huir como refugiados a causa de Él. Tuvo que comer,
trabajar, aprender y relacionarse. Tuvo que aprender a sortear el
odio, el miedo, la crítica y el rechazo. También tuvo que tomar
decisiones para protegerse a sí mismo. En Lucas 4, leemos que las
personas echaron a Jesús de la ciudad, lo llevaron a un precipicio e
intentaron lanzarlo. De algún modo, Él pasó por en medio de la
multitud y escapó. Se protegió a sí mismo, tomó la decisión de
hacerlo. Es importante que reconozcamos que no está mal
protegernos a nosotros mismos cuando estamos vulnerables.
 
Jesús también protegió a otros cuando estaban vulnerables. En
Juan 8, los líderes religiosos arrastraron a una mujer sorprendida en
adulterio y la pusieron delante de Jesús para probarlo.
(¡Curiosamente, se «olvidaron» de llevar al hombre!). Los líderes
religiosos dijeron que Moisés había ordenado que se apedreara a
esa persona. Lo que Moisés en realidaddijo en Deuteronomio 22:24
es que se debía apedrear a ambas partes. Los líderes no estaban
siguiendo sus propias Escrituras. La mujer estaba en una situación
vulnerable y, en respuesta, Jesús la protegió.
 
Jesús asumió la vulnerabilidad cuando se hizo humano. No
podemos tener uno sin el otro. También sabemos que, al final, no se
protegió en absoluto. Se entregó a los lobos devoradores, quienes
vilmente abusaron de su poder para aplastarlo. Él lo hizo por
nuestro bien. Tenía la opción de protegerse a sí mismo en cada
momento. Jesús dijo: «… Mi reino no es de este mundo; si mi reino
fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera
entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (Juan 18:36).
¿Por qué hizo esto? ¿Por qué no se aprovechó del poder que era
legítimamente Suyo? Al haber asumido nuestra vulnerabilidad, nos
rescató de nuestra propia autodestrucción. ¿Por qué? «… siempre
hago lo que le agrada [al Padre]» (Juan 8:29, NVI). Él hizo lo que
Adán y Eva no pudieron hacer. Ellos se inclinaron ante el engaño e
hicieron lo que les pareció agradable. Jesús se inclinó ante el Padre
e hizo lo que al Padre le agradaba. Obedeció la ley: amar a Dios con
todo el ser y con todo lo que se tiene; hacer que ese amor sea
preeminente sobre todo lo demás sin importar lo que pase. Eso
estuvo siempre detrás de Sus acciones. Por eso se protegió a sí
mismo. Por eso protegió a otros. Y por eso nos ha protegido
eternamente.
 
Usted y yo luchamos por entender nuestras propias vulnerabilidades
y por manejarlas de manera sabia. Luchamos por no culpar a las
circunstancias ni a otras personas cuando nuestros corazones se
ven expuestos. Luchamos por comprender nuestras relaciones con
los demás y sus vulnerabilidades. Luchamos por saber cómo
podríamos responder o dónde corremos el peligro de explotarlos.
Luchemos por llevar la semejanza de Dios en nosotros y hagamos
siempre lo que le agrada al Padre. No existe una fórmula. A menudo
nos equivocaremos, pero seguimos a Aquel que se hizo semejante
a nosotros para que nosotros pudiéramos llegar a ser como Él: hijos
vulnerables del Dios Altísimo, quien se volvió vulnerable por
nosotros.
 
tres
 
El papel del engaño en el abuso del poder
 
¿Por qué los seres humanos se dejan llevar con tanta facilidad para
abusar del poder? Se nos otorgó poder para que pudiéramos hacer
el bien, pero ¿por qué lo utilizamos tan a menudo para hacer el mal?
El engaño parece ser un factor clave que nos conduce a usar el
poder para tomar lo que no es nuestro y lo que traerá muerte.
Cualquier estudio sobre el abuso del poder también incluye un
estudio del engaño, primero de uno mismo y, luego, de los demás.
 
Volvamos a ese primer engaño. Génesis 3:1 dice que «… la
serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que
Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os
ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?». Modificó lo que
Dios había dicho y llevó la palabra de Dios más allá de los límites
que Él había establecido. Eva captó el primer engaño y dijo: «… Del
fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del
árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni
le tocaréis, para que no muráis» (vv. 2 y 3). Observe que Dios no
había dicho nada sobre tocar el árbol. La propia Eva tergiversó las
palabras de Dios incluso cuando intentó corregir el engaño de la
serpiente.
 
El maestro del engaño le dijo que no moriría, como si de alguna
manera eso no fuera lo que Dios había querido decir. Seguro que
ella debe haberlo malinterpretado. Lo que Él quiso decir, en realidad,
fue que si comían de él, sus ojos serían abiertos y serían como
Dios, sabiendo el bien y el mal. Dios creó a los seres humanos a Su
imagen, lo cual era algo glorioso, aunque eran diferentes a Él
porque desconocían el mal. Él protegió a los vulnerables, a los que
no estaban preparados para conocer el mal, para que
permanecieran sin ser dañados por él. También creó una opción
para ellos. En medio del bien abundante, Dios señaló lo tóxico y los
invitó a elegirlo a Él por sobre todas las demás cosas. Esa invitación
era la elección de inclinarse reiteradamente ante Dios. Esa
inclinación los cambiaría, los fortalecería y aumentaría su
semejanza a Él. Eva fue seducida por este argumento y eligió creer
la versión de la serpiente de las palabras de Dios en lugar de creerle
a Dios mismo. Ella aceptó lo que pensó que era bueno, hermoso y
le daría sabiduría. Creyó la versión de alguien que no era Dios y
emitió un juicio basado en apariencias externas y, por lo tanto, fue
engañada y herida. Ingirió la toxina y se alejó del Dios que la
amaba.
 
Nosotros también nos engañamos cuando ingerimos lo que nos
hace daño y etiquetamos lo que hacemos como bueno para Su
Iglesia, o incluso para protegerla. Juan, el amado de Cristo, escribió
una carta hacia fines del siglo i porque estaban engañando a los
creyentes. Les escribió sobre la luz y las tinieblas, la verdad y el
error, la justicia y la iniquidad, la vida y la muerte. En 1 Juan 1:5-10,
él expresa que podemos estar seguros de que conocemos a Dios si
lo obedecemos. Podemos afirmar que lo amamos, pero si
aborrecemos a alguien o lo consideramos «inferior», somos
mentirosos. Podemos decir que lo amamos, pero si nos inclinamos
ante algo que no sea Dios para satisfacer nuestra hambre,
ingerimos toxinas para nuestras almas. Podemos decir que amamos
a Dios, pero si consideramos inferiores a las víctimas de abuso o a
las personas de otra raza o etnia, dejamos en claro que somos
mentirosos y que la verdad no está en nosotros. Estamos
engañados.
 
Juan añade que no debemos amar al mundo ni a las cosas del
mundo. No debemos entregarnos a alcanzar el éxito que se mide
por resultados terrenales, incluso en el contexto de la iglesia. Nos
debe gobernar el amor y la obediencia a Jesucristo sin importar el
resultado. Juan menciona los deseos de cosas materiales como las
riquezas, las propiedades y los números. Habla del anhelo de lo que
vemos o imaginamos en el futuro, de lo tangible. Por último,
menciona el orgullo que tenemos por nuestros logros o posiciones.
Juan señala que el amor por el estatus y las cosas externas y
terrenales es un indicador de que el amor del Padre no habita en
nosotros. Estas son las cosas que nos seducen con tanta facilidad,
incluso en la cristiandad.
 
Como pueblo de Dios, somos susceptibles de ser engañados por lo
que vemos, lo que anhelamos y lo que llamamos bueno. Somos
demasiado generosos con la confianza que nos tenemos y estamos
dispuestos a darnos el beneficio de la duda. Comenzamos por
etiquetar las cosas de forma incorrecta. Eva lo hizo. Cuando se le
preguntó sobre el árbol, ella dijo que si comían de él o lo tocaban,
seguramente morirían. Dios no había dicho nada sobre tocar el
árbol. En esa afirmación, ella ya había abandonado la verdad por el
engaño. Había tomado lo que Dios había dicho y le había añadido
algo. A menudo, les cambiamos el nombre a las cosas cuando les
agregamos algo que Dios nunca quiso.
 
Tergiversamos la Palabra de Dios añadiéndole cosas. Decimos que
el amor de Dios requiere una lista de reglas y que si no las
seguimos, lo desobedecemos. Jesús les habló con dureza a los
fariseos por hacer exactamente eso. «Atan cargas pesadas y
difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres;
pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mat. 23:4, RVR1995).
Les decimos a las víctimas de abusos atroces y que han alterado
sus vidas que simplemente perdonen y olviden. El perdón de
cualquier mal, especialmente de uno que destruye la vida de una
persona, nunca incluye la simple tarea de «solo hágalo». Nuestras
mentes tampoco olvidan. Es de esperar que el tiempo y el esfuerzo,
y algún grado de sanidad, puedan modificar nuestra relación con
esos recuerdos. Pero ¿olvidar? ¿Quién olvida haber sido violado o
que sus huesos hayan sido aplastados por aquél al que llama
marido o haber sido vendido por aquel al que llama papá? Es fácil
tergiversar la verdad de Dios antenosotros mismos y ante los
demás. Eva se lo hizo a sí misma, y después compartió su engaño
con Adán, y él también se engañó a sí mismo. Nos convencemos a
nosotros mismos, y a veces a otros, de que estamos haciendo el
bien cuando no es así. Los hacemos partícipes de nuestros
engaños. Así nos sentimos validados en nuestras decisiones. Sin
embargo, faltaba una voz significativa en estas decisiones. El
profeta Jeremías cita a Dios: «… Por causa del engaño rehúsan
conocerme…» (Jer. 9:6, NBLA). ¿No es lo mismo que hicieron Adán
y Eva: ignorar la voz de Dios? ¿No es lo que hacemos nosotros?
 
Autorizamos el uso fraudulento de millones de dólares «para Dios»
sin preocuparnos por aquellos a quienes les mentimos. Toleramos la
intimidación en la dirección de una organización «cristiana» porque
«así es esa persona». Protegemos a un líder juvenil talentoso
porque la cantidad de personas está aumentando, a pesar de que
varios se presentaron y hablaron de los abusos de forma vacilante.
Les decimos a los niños y niñas que el pastor, el instructor o el líder
de la familia de la iglesia no pudo haber tenido una intención sexual.
Al pasar por alto lo que nos hace daño, nosotros, como los
israelitas, nos negamos a reconocer a Dios. En vez de buscar la voz
de Dios cuando nos sentimos atraídos hacia el engaño, aceptamos
ser engañados por una «buena» causa y le añadimos el nombre de
Dios.
 
Jeremías dijo: «Más engañoso que todo es el corazón, Y sin
remedio; ¿Quién lo comprenderá?» (17:9, NBLA). Si toda la fuerza
de esta afirmación nos impactara, tendríamos miedo de salir de la
cama. La palabra hebrea que se usa para hablar del engaño incluye
significados como «insidioso», «astuto» y «poco confiable». Estas
definiciones me llamaron la atención después de un viaje a Ruanda.
Los niveles de engaño y el abuso total del poder en cualquier
genocidio son estremecedores, pero en este caso, la iglesia de
Ruanda fue lamentablemente cómplice del genocidio que se cobró
la vida de unas ochocientas mil personas. La iglesia quería pureza,
pero la búsqueda de ese tipo de «pureza» significaba desobedecer
a Dios de manera flagrante y odiosa. La iglesia compró el engaño de
que algunos ruandeses eran impuros y, por lo tanto, debían ser
erradicados. El engaño condujo a los que se llamaban a sí mismos
el pueblo de Dios a aplastar, deshumanizar y destruir a los seres
humanos creados a semejanza de Dios. Él los había llamado a ser
luz en el mundo y a exponer las obras de las tinieblas. En cambio,
ellos se perdieron en esas tinieblas y utilizaron las Escrituras para
«santificarlas».
 
El proceso del engaño
 
Aunque el fruto del engaño puede ser bastante evidente, el engaño,
por su naturaleza, es a menudo difícil de ver. Lo experimentamos
cuando alguien a quien veneramos es expuesto por años de abuso
sexual o fraude. Pensábamos que ante nosotros estaba una
persona honesta y buena, y no vimos las señales en el rastro de la
evidencia perceptible. ¿Cómo sucede algo así y por qué es tan difícil
de ver? Y cuando sale a la luz, ¿por qué estamos tan decididos a
negar la verdad y así engañarnos a nosotros mismos?
 
El engaño empieza con uno mismo, no con los demás. Así sucedió
con Satanás. Se engañó a sí mismo al pensar que podía y debía ser
como el Altísimo. Ahora trabaja para engañarnos, y nuestros
corazones falaces están dispuestos a asociarse con él en esta
tarea. Encontramos formas de decirnos cosas que no son ciertas
para creerlas y actuar en consecuencia, y así, evitar conflictos
internos. «Necesito sacar una buena nota en este examen. Si no lo
hago, no aprobaré el examen ni el curso. No puedo desaprobar
porque mis padres se sacrificaron para que vaya a esta escuela. Se
enojarán y se avergonzarán de mí. Me voy a copiar solo esta vez
por el bien de mis padres». Esa línea de pensamiento es una réplica
de lo que sucedió en el huerto. Haré esto por un buen propósito; por
lo tanto, es bueno. Comeré de este fruto para ser igual a Dios. Dios
quiere que me asemeje a Él. Me convencí, mediante el engaño, de
que hacer el mal está bien. He adormecido cualquier sentimiento de
miedo o culpa al engañarme a mí mismo y al llamar bien al mal. Las
mentiras más eficaces son las que contienen algo de verdad. He
trabajado con personas durante muchos años y he visto este patrón
reiteradamente. La gente se inocula a sí misma con un pensamiento
bueno para poder justificar el mal que está a punto de elegir, un
mecanismo común entre los seres humanos caídos.
 
Piense en esta descripción del engaño en relación con situaciones
en su propio mundo que incluyan abuso sexual, violencia doméstica,
malversación de fondos, infidelidad y diversas adicciones. Considere
también que cuando una persona se alimenta de la afirmación o del
éxito, o exige que los demás estén de acuerdo con ella, aparecen
otros engaños similares, aunque pueden ser comportamientos
menos evidentes. La tentación aparece, se suma el autoengaño o la
ilusión, se llama bueno a lo malo o, al menos, se lo justifica y, con el
tiempo, la elección se vuelve costumbre y el prisionero queda
atrapado, participando de forma activa y acercándose a la muerte.
Cada vez que llamamos verdad a una mentira, dañamos nuestra
capacidad de emitir juicios morales. Un personaje de The Thicket [El
matorral], de Joe R. Lansdale, dice: «Hasta cierto punto, encuentro
el pecado como el café. Cuando era joven, lo probé por primera vez
y me pareció amargo y desagradable, pero luego me empezó a
gustar cuando le agregaba un poco de leche y luego me empezó a
gustar solo». El pecado es así. Se endulza un poco con mentiras, y
luego uno puede beberlo directamente.¹
 
Cuando sale a la luz así, el engaño suena repugnante, y hasta
horroroso, pero aparece en nuestros ministerios y en nuestras vidas
de forma sutil, a veces incluso en bonitos paquetes. El engaño
puede esconderse fácilmente bajo la superficie de un alto puesto, un
gran conocimiento teológico, una habilidad verbal impresionante y
un excelente desempeño. De hecho, esas son herramientas del
poder que permiten a las personas vivir de manera engañosa y
ocultar el hecho de que lo están haciendo. Esos factores externos
se convierten en un motivo de engaño. Si el enemigo de nuestras
almas puede parecerse a un ángel de luz, desde luego que un ser
humano malvado, que, en realidad, lo está imitando, puede parecer
bien vestido, elocuente en la teología y hermoso al ojo humano.
 
Como escribí en un libro anterior, Suffering and the Heart of God [El
sufrimiento y el corazón de Dios]: «El autoengaño funciona como un
narcótico que nos protege de ver o de sentir lo que es doloroso para
nosotros».² Es fácil abusar de un narcótico que reduce el dolor. Con
el tiempo, nuestra capacidad para soportar el dolor, trabajar en él o
encontrar formas saludables de aliviarlo disminuye y dependemos
cada vez más del narcótico para sobrellevarlo. La crisis de opioides
en Estados Unidos es un ejemplo sorprendente de esta dinámica. Al
igual que los opioides, el engaño bloquea el dolor, nos ayuda a
relajarnos y a calmarnos porque, mediante él, «arreglamos» lo que
nos angustiaba. Además, nos volvemos buenos en lo que
practicamos. Cuanta más práctica tenemos en algo, más capaces
somos de hacerlo sin pensar de manera consciente. Se convierte en
un hábito y podemos hacerlo mientras pensamos en otras cosas.
Eso funciona muy bien para atarse los zapatos; es aterrador cuando
se trata de engañarnos a nosotros mismos y a los demás.
 
Jeremías afirma, en esencia, que nuestro engaño nos engaña. Al
igual que con un narcótico físico, cuanto más reiteradamente
utilizamos el engaño, más débil es nuestra capacidad de resistencia.
Una y otra vez, nuestro juicio se ve sesgado por las mentiras hasta
que el engaño se convierte en un hábito y el poder de reconocer y
elegir lo que es bueno muere. Esto es lo que sucede con alguien
que ha abusado sexualmente de niños. Si alguna vez esa persona
se sintió atormentada con respecto a sus acciones, hace tiempo que
ese tormento murió. Howard Thurman lo explica de esta manera:

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