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Contenido Prólogo Parte 1 La definición de poder 1. La fuente y el propósito del poder 2. La vulnerabilidad y el poder 3. El papel del engaño en el abuso del poder 4. El poder de la cultura y la influencia de las palabras Parte 2 El abuso del poder 5. Comprensión del abuso del poder 6. El poder en los sistemas humanos 7. El poder entre los hombres y las mujeres 8. La intersección de la raza y el poder 9. El abuso del poder en la Iglesia 10. La cristiandad seducida por el poder Parte 3 Poder redimido 11. El poder redentor y la persona de Cristo 12. El poder sanador y el cuerpo de Cristo Epílogo Agradecimientos Notas Biografía de la autora «Con la evaluación acertada de Jeremías y la valentía de Ester, Lang berg mira a los líderes directo a los ojos y les expresa la verdad inquebrantable sobre el poder, verdad difícil que todo líder necesita saber, pero que muchos se esfuerzan por evitar. Su búsqueda incansable para proteger a los desamparados se sustenta en décadas de escuchar la voz de Dios en medio del dolor de las víctimas, así como la de los perpetradores, algunos de los cuales no se dan cuenta del daño que producen sus palabras y acciones. Este libro es para todos aquellos que desean ser sanados y anhelan saber cómo se puede abusar del poder y cómo se puede usar correctamente». —Robert L. Briggs, presidente y director ejecutivo de la Sociedad Bíblica de América «Con un entendimiento y una gracia inconmensurables, el libro Poder redimido exhorta a las personas, las instituciones y las naciones a despertar, arrepentirse y buscar el reino de Dios al mirar de manera crítica los desequilibrios y las injusticias que hemos permitido que se desarrollen. Este es el momento en que necesitamos recibir esta palabra que nos desafía y salva vidas. ¡Gracias a Dios por elegir a Diane para declararla!». —Jeanne L. Allert, fundadora y directora ejecutiva de The Samaritan Women «Este libro me rompió el corazón, instruyó mi alma y me mostró al Rey-Siervo-Sanador más poderoso, que con amor se humilló para vencer el mal con el bien. Este es un libro ungido, que refleja sensibilidad teológica y experiencias de vida atroces, y que nos llama a administrar y reclamar el propósito original del poder: el florecimiento del ser humano». —Ronald A. Matthews, presidente de Eastern University «De vez en cuando, uno se encuentra con un recurso que desea recomendar a otros con entusiasmo porque sabe que su contenido es esencial y valioso. Poder redimido es uno de esos recursos. Langberg nos ayuda a ver y entender las verdades que a menudo pasamos por alto, ignoramos o justificamos porque están cubiertas de engaños a nosotros mismos y a los demás. Poder redimido es un rayo de luz que pasa a través de sistemas y corazones oscurecidos por el abuso de autoridad. Los que lo lean descubrirán verdades que pueden revelar, liberar y sanar». —Wade Mullen, Capital Seminary & Graduate School; autor de Something’s Not Right: Decoding the Hidden Tactics of Abuse and Freeing Yourself from Its Power [Algo no está bien: Cómo descifrar las tácticas ocultas del abuso y liberarse de su poder] «Langberg nos ha brindado a todos un gran servicio con este libro. Actualmente, existe una necesidad urgente dentro de la Iglesia de comprender mejor la dinámica del poder. El costo de que la Iglesia no entienda completamente qué es el poder y cómo se administra de manera adecuada es demasiado alto. Lo veo con frecuencia mientras me ocupo de los que han soportado tanto el abuso espiritual como el trauma racial dentro de la Iglesia. Este libro es profundo pero accesible y tiene el potencial de informar y sanar. Lo recomiendo de todo corazón». —Kyle J. Howard, proveedor de cuidados para el alma, Lighting a Path, Inc. «El aspecto más difícil de mi profesión es ver el dolor y el sufrimiento que las personas pueden infligirse unas a otras, especialmente en la iglesia y en ambientes familiares que deberían ser seguros y protectores. La doctora Langberg ha pasado décadas comprendiendo el proceso de sanación de los traumas personales y sistémicos. Su libro es una lectura obligada para quien busca capacitación sustancial para ayudar a las víctimas de traumas emocionales, sexuales, físicos y raciales». —Michael R. Lyles, doctor en medicina, psiquiatra, orador y conferencista invitado «En este libro importante y oportuno, la doctora Langberg aborda un tema que con demasiada frecuencia se ignora o incluso se descarta: el poder. Como seres humanos, hemos recibido poder, y ese poder puede usarse para servir u oprimir. Tendrás que leer este libro con un resaltador y una caja de pañuelos a mano. Como terapeuta sensible y experimentada, Langberg escribe un libro que revela con dolor, así como sana con amor». —Jemar Tisby, autor exitoso según el New York Times del libro The Color of Compromise [El color del compromiso] «Aquí no hay lenguaje académico denso; Langberg es una mujer en llamas y, de una manera digna de los profetas antes que ella, hace un llamado a la justicia en nombre de aquellos que han sido heridos profundamente por el poder ejercido de formas poco piadosas. Este libro está repleto de verdades bíblicas, conocimiento, sabiduría, convicción e instrucción para quienes tienen ojos para ver y oídos para oír». —Kay Warren, cofundadora de Saddleback Church Poder redimido: Entendiendo la autoridad y el abuso en la iglesia Copyright © 2022 por Diane Langberg Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada por Brazos Press. Traducción diseño de la portada: B&H Español Director editorial: Giancarlo Montemayor Editor de proyectos: Joel Rosario Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Clasificación Decimal Dewey: 303.3 Clasifíquese: IGLESIA / PODER (CIENCIAS SOCIALES) / BALANCE EN EL PODER Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960; Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina- Valera 1960® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia. Las citas bíblicas marcadas RVR1995 se tomaron de la versión Reina-Valera 1995 Reina-Valera 95®, © 1995 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc.®. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas NBLA se tomaron de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA), Copyright © 2005 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-0877-5791-9 1 2 3 4 5 * 25 24 23 22 Con amor y gratitud a mi padre, William F. Mandt, a mi suegro, Simon Langberg, a mi esposo, Ronald Langberg, y a nuestros hijos, Joshua y Daniel Langberg, hombres extraordinarios que se distinguen por usar su poder con una bondad infinita y una integridad impecable. Prólogo Hace décadas, cuando estaba en una tierra extranjera, me encontré por primera vez con víctimas de abuso sexual. No sabía que esas cosas sucedían. No eran parte de mi experiencia, no aparecían mencionadas en los libros de psicologíaque había leído ni mientras estudiaba para obtener mis dos títulos de grado. La Iglesia me echó cuando saqué el tema. Decidí, por la gracia de Dios, escuchar a los marginados y a los que nadie les cree. Hacerlo me ha cambiado y le ha dado forma a mi vida. Mi curva de aprendizaje en los últimos cuarenta y siete años como psicóloga cristiana ha sido larga y empinada. Primero aprendí sobre familias en las que el abuso sexual y doméstico era desenfrenado y lo había sido por generaciones. Desde entonces, me he sentado con víctimas de trauma, violencia, violación y guerra. He aprendido sobre grupos de personas que han sido aplastadas, oprimidas y esclavizadas. He sido testigo de esta devastación en mi oficina de Pensilvania y en los seis continentes. He escuchado a voces de Auschwitz, Ruanda, Sudáfrica, Congo y Camboya mientras visitaba campos de concentración, iglesias llenas de huesos, lugares de una pobreza indescriptible, víctimas de violaciones atroces y los campos de la muerte, donde se asesinaba a los seres humanos simplemente por ser como Dios los creó. También he visto la belleza, la redención, la valentía y la generosidad, y he sido bendecida más allá de las palabras por muchos que han sido pisoteados por este mundo y sus habitantes. He transmitido esas bendiciones a mis hijos y a mis nietos, a colegas, clientes, audiencias diversas y a la Iglesia global. Mi recorrido en el mundo del trauma comenzó con una víctima de abuso, quien, en pequeñas dosis, me relató valientemente su historia. Hice preguntas y me esforcé para escuchar con atención. Me convertí en su estudiante y en la estudiante de muchos más, seres humanos creados por Dios, Su propia obra de arte, heridos y lastimados. Me senté con las personas y aprendí a decir básicamente: «Enséñame cómo es ser tú». En algún punto del camino, el contexto de abuso se amplió para incluir situaciones en campamentos cristianos, en escuelas y en los deportes. Aprendí que los niños y los hombres también sufrían abusos. También trabajé con pastores, misioneros y líderes cristianos que estaban deprimidos y sufrían de ansiedad. Tenían dificultades con sus funciones y con las cargas de los demás. Muchos estaban agotados. Y un día todo se desmoronó cuando comencé a darme cuenta de que los cristianos en posiciones de liderazgo también abusaban de los que estaban bajo su cuidado. Esto fue difícil de asimilar. No quería que fuera verdad. No lo entendía. Comprendí que lo que sucede en las familias también sucede en la familia de Dios. Poco a poco, comencé a entender que el poder, el engaño y el abuso estaban entrelazados. Las personas sumamente estimadas y consideradas piadosas, en realidad, se engañaban a sí mismas y a los demás para cometer y ocultar prácticas impiadosas. Con el paso del tiempo, vi que sistemas enteros hacían lo mismo. El abuso sistémico, un concepto completamente extraño para mí en ese momento, se volvió más claro cuando descubrí que, a veces, el pueblo de Dios se une para «proteger» el nombre de Dios y comete y oculta acciones que no se parecen en nada a Él. El pueblo de Dios lo estaba decepcionando. Estaba enojada, lloré, quería que no fuera verdad y quería renunciar. A veces, me sentía como si estuviera nadando en una cloaca con un cartel en la entrada que decía «Santuario». Comencé a leer todo lo que pude para que me ayudara a ver. Volví a la historia de la Iglesia. Estudié el Holocausto y otros genocidios. Leí y releí a los profetas, en especial a Jeremías. Me hundí en los Evangelios. Poco a poco, comencé a ver con mayor claridad la naturaleza sistémica del abuso. Todavía sigo aprendiendo. Este libro es el fruto de ese proceso. Dios nos ha invitado a la comunión de Sus sufrimientos. No es un lugar al que queramos ir. Realmente es una cloaca. Al entrar, comencé a aprender que Jesús había soportado todo con lo que me encontraba. Eso incluía mi ceguera, mi resistencia y mi miedo de entrar en este lugar; pero negarse a entrar, darle la espalda a lo que Él ve, es fallarle a Él. He tenido la posibilidad de vislumbrar lo que significa decir: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…» (Juan 1:14). Él era Emanuel en ese contexto: Dios con nosotros. Y Cristo nos llama a ser como Él en este mundo para que otros tengan una idea, una muestra de quién es Él y sepan en verdad que está con nosotros. Me llama la atención cuántas veces se nos dice que Jesús vio. Mateo nos relata que Jesús recorría todas las ciudades y aldeas y que «viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor» (9:36, NBLA). Jesús sigue viendo y nos invita a estar con Él y a ver, nos invita a sentir el dolor, la tristeza, la pena y la agonía de las ovejas preciosas que no tienen pastor, ni consolador ni nadie que las cuide. Gran parte de la cristiandad de hoy parece menos interesada en ver como Jesús veía, menos dispuesta a entrar y mucho más interesada en ganar poder. Hemos adquirido fama, dinero, estatus, reputación y nuestros propios reinos pequeños. Hemos leído demasiados titulares sobre líderes y sistemas cristianos que no se parecen en nada a nuestro Señor. Temo que hemos perdido el rumbo. Es hora de que los que pronunciamos Su nombre nos detengamos y escuchemos a nuestro Rey, quien se movía por compasión, un pastor verdadero que anhelaba tanto alimentar como abrazar a las ovejas. Seguimos a un Dios que nos escucha y llora con nosotros. Eso es evidente en la vida de Jesús. La encarnación es quizás la expresión máxima jamás vista de escucha empática. Jesús vino y plantó Su tienda entre nosotros, un campo de refugiados implícito. Eso significaba beber nuestra agua, compartir nuestros quehaceres, sufrir nuestras pérdidas, unirse a nuestra risa y llorar con nosotros en nuestro dolor. Tenemos que aprender a escuchar como Él lo hace. Él sabe lo que es ser usted. Le ha dado el don de ser escuchado y conocido y le pide, a su vez, que se lo de a los demás. Anhela que caminemos con Él, que nos ocupemos de los afligidos, los despojados, los heridos por la violencia y los desechados. Desea que miremos con Sus ojos de amor y escuchemos con Sus agudos oídos. Nos ha invitado a trabajar con Él y a estar con los demás como Él estuvo. Ha sido un gran privilegio para mí aprender de nuestro Pastor. Me ha llevado a lugares que nunca imaginé que existieran. He visto la maldad, la oscuridad y la desesperanza en seres humanos preciosos, la obra de arte de Dios. Seguramente he cometido muchos errores. Sin embargo, he visto que Dios estuvo presente allí, amando, enseñando, llevando y redimiendo. Oro para que mientras miramos juntos el poder y nuestras manipulaciones a menudo retorcidas y abusivas, la luz de Dios nos exponga. Oro para que juntos nos arrodillemos ante el único que está sentado en el trono y que lleva cicatrices que deberían ser nuestras, y oro para que aprendamos del buen y gran Pastor cómo proteger, alimentar y ser un refugio para los corderos que Él ama. No es un viaje bonito, pero lo encontraremos trabajando con nosotros a medida que avanzamos. Sí, lo usará a usted para bendecir a otros. También los usará a ellos para transformarlo a usted más a Su imagen. Siempre obra de ambos lados. Oro para que este libro aumente la conciencia y el entendimiento del poder y su abuso para que podamos proteger y defender a quienes los sistemas de poder rotos del cristianismo han abandonado. Para aquellos que han sufrido abuso, oro para que a través de la lectura sientan que alguien los ve, los protege, les cree y los consuela. Algunos de ustedes han abandonado la iglesia después de sufrir abusos de poder en el mismo lugar que Dios quiere que sea Su santuario. Si usted ve a la iglesia como un lugar de peligro en vez de seguridad, recuerde que, tristemente, la Iglesia a menudo no logra ver ni actuar como Jesús, lo que facilita creer mentiras sobre quién es Él. Si usted es un líder cristiano, ya sea en una iglesia, un ministerio sin fines de lucro u otra esferade influencia, oro para que llegue a entender los tipos de poder, conscientes e inconscientes, que vienen con su autoridad. Oro para que comprenda su propio poder y aprenda a usarlo con sabiduría para bendecir y no para lastimar. Si usted ha usado el poder de manera tal que ha infligido algún daño, oro para que se postre ante el trono de Aquel que se humilló por nosotros y diga la verdad a sí mismo y a los demás sobre el daño que ha causado. Que desee la verdad y la gracia de Dios más que la estima de los seres humanos. Me entristece que el cuerpo de Cristo se haya alejado tanto de esta obra y le haya dado la espalda a Cristo y a Su invitación. Que todos aprendamos a discernir cuándo se usa el poder equivocadamente y llamarlo por su nombre. Hemos perdido mucho y hemos dañado a muchos. Hemos decepcionado a Dios. Oro para que fervientemente busquemos a Dios en estos asuntos. Él espera. PARTE 1 La definición de poder uno La fuente y el propósito del poder Las dinámicas del poder siempre están presentes en mi práctica de psicología cristiana. El poder puede ser una fuente de bendición, pero cuando se abusa de él, se produce un daño incalculable al cuerpo y al nombre de Cristo, y a menudo se realiza en nombre de Cristo. Por el bien de ese cuerpo y ese nombre maravilloso, creo que debemos luchar con la cuestión del poder y entender que se puede usar para sanar o herir, para bien o para mal. Lo invito a mirar más de cerca qué es el poder, de dónde proviene y el impacto que tiene en todos nosotros. El poder es inherente al ser humano. Incluso los más vulnerables entre nosotros tienen poder. La forma en que lo usamos o no lo ejercemos determina nuestro impacto en los demás. Sara es pequeña y frágil, solo tiene cuatro días de vida. No sabe nada de sí misma ni del mundo en el que ha aterrizado. No tiene palabras. No puede usar su cuerpo de manera efectiva para ir a algún lugar. Algo no se siente bien. No sabe qué está mal o por qué está mal, ni cómo atender su propia angustia. Sola en la oscuridad, llora. Y tiene poder. Dos adultos agotados y dormidos, sobresaltados se levantan de sus cómodas camas y de su muy necesitado descanso y rápidamente acuden al llanto. Ella ha interrumpido a dos personas que pueden usar las palabras, que saben lo que quieren y lo que ella necesita, y que pueden mover sus cuerpos como les plazca. Ellos entienden el llanto de la pequeña y responden, dejando de lado cómo se sienten y su preferencia por dormir. Eligen levantarse y consolar a la pequeña y nutrirla con atención, amor y leche. A diferencia de Sara, estos adultos tienen una cantidad increíble de poder y eligen usarlo para bendecirla con su cuidado. Nuestra palabra española «poder» (del latín posse, que significa «ser capaz») quiere decir «tener la capacidad de hacer algo, actuar o producir un efecto, influir en personas o sucesos, o tener autoridad». También tiene significados más severos: controlar, dominar, coaccionar o forzar. Por nuestra mera presencia en este mundo, nosotros, los portadores de la imagen de Dios, tenemos poder. La bebé de cuatro días tiene el poder de despertar a adultos independientes de un sueño deseado y muy necesario. Lo opuesto también es cierto: esos adultos tienen un poder evidente sobre la niña. Pueden responder con atención y cuidado o con enojo por haber sido molestados. Pueden negar el cuidado y responder con negligencia y silencio. La niña influye en los adultos. Las respuestas de los adultos afectan a la niña. El poder de la vulnerable niña para expresar sus necesidades expone los corazones de los adultos que tienen más poder. Con el tiempo, su respuesta habituada a la niña moldea no solo la personalidad de la bebé, sino también los corazones de los adultos. Nuestras respuestas a los vulnerables exponen quiénes somos. Este es un principio importante para tener en cuenta cuando consideramos el uso y el mal uso del poder. Cualquier persona que esté remotamente en contacto con las noticias de hoy en día tiene algún conocimiento de cómo se puede usar el poder para bien y para mal. Leemos sobre tiranos autoritarios y sobre personas torturadas y encarceladas por su fe o por criticar a su gobierno. También leemos sobre personas que dan con sacrificio a quienes necesitan ayuda y pasan días buscando a un niño perdido o dedican tiempo, dinero y esfuerzo a rescatar a las víctimas de trata. Ambas listas son interminables. Cada vida humana es una fuerza en este mundo. Nuestra influencia se derrama de manera continua. Sin embargo, si los que tienen autoridad se niegan a ayudar a otros, hacen oídos sordos y se endurecen ante las necesidades de los demás, entonces el rechazo, no el cuidado, se convierte en la influencia predominante. El poder en la historia de Génesis ¿Cuál es la fuente de nuestro poder como humanos? En Génesis, leemos que Dios invistió a los humanos con poder. «Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra”. Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (1:26-27, NBLA). Dios creó a los humanos a Su semejanza y les dijo que ejercieran dominio. En hebreo, la frase «ejercer dominio» significa «tener dominio» o «dominar». ¿Sobre qué les ordenó Dios que ejercieran dominio? Sobre los peces, las aves, los ganados, sobre toda la tierra y sobre todo reptil. Observe la sorprendente omisión en la orden de Dios: ¡en ningún lugar les ordena a los humanos a ejercer dominio entre sí! No le ordena al hombre que ejerza dominio sobre la mujer y no le ordena a la mujer que ejerza dominio sobre el hombre. Ellos deben ejercer dominio juntos, a dúo, sobre todo lo demás que Dios ha creado. Deben tomar el poder que Dios les concedió y usarlo para el bien. Juntos. En Génesis 1:28, Dios continúa diciéndoles a los humanos: «… Llenen la tierra y sométanla». «Someter» significa «conquistar», «subyugar», «mantener bajo control». Dios creó una unión de una sola carne y le ordenó a esa unión de hombre y mujer que ejerciera dominio, no entre sí, sino sobre la tierra y que la sometiera. Génesis 1 también nos dice que Dios les ordenó a Adán y Eva que fueran fecundos. «Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense…”» (v. 28, NBLA). ¿Cómo hacemos eso? Obviamente, los humanos que son fecundos aumentan su poder simplemente al crear más humanos. No obstante, los humanos también deben ser fecundos en todas las áreas de la vida. En esencia, Dios nos creó para que multipliquemos Su imagen y semejanza en todo lo que hacemos. Él creó a los humanos a Su propia imagen, a Su semejanza. Les dio poder a los humanos, y estos debían reflejar al Dios que los creó. ¿Y qué sabemos de este Dios? Él es bueno, fiel, un refugio, la verdad, amor. Entonces, Dios les dio a los seres humanos el poder para que pudieran llevar el carácter de Dios al mundo. Y Dios los bendijo; pronunció una bendición sobre ellos y les ordenó que fueran fecundos y se multiplicaran, que llevaran Su semejanza y que bendijeran la tierra. Juntos. Todos sabemos lo que pasó después de eso. Una criatura astuta y engañosa que había rechazado por completo el poder de Dios y cualquier semejanza con Él vino y engañó a los humanos usando las mismas palabras de Dios. «¿Quieren ser como Dios? ¿Quieren ser semejantes a Él? ¿Quieren tener la capacidad de juzgar entre el bien y el mal? Pueden hacerlo si eligen lo que Él les ha negado». Y al igual que el enemigo, los humanos ejercieron su poder para elegir en contra de Dios; tomaron lo que les pareció bueno y se alimentaron con ello. El engaño del bien prometido los llevó a elegir la desobediencia a Dios. Usaron su poder para elegir el mal cuando ese poder debería haber transmitido la semejanza a Dios y debería haberse usado para elegir el bien. Quisieron lo que debían tener: la semejanza a Dios. Quisieron discernirel bien del mal. Lo que vieron con sus ojos fue atractivo para sus deseos y su objetivo más alto. Tomaron el poder que Dios les había dado y lo ejercieron en Su contra, engañados y creyendo que lo estaban eligiendo a Él. Los que tenían el carácter de Dios usaron el poder de una manera que les dio una semejanza con el enemigo de Dios. Como el rey de Babilonia, dijeron: «Subiré a la cresta de las más altas nubes, seré semejante al Altísimo» (Isa. 14:14, NVI). Se olvidaron de que cualquier semejanza con Dios fue dada por Dios mismo. Los seres humanos no pueden crear esa semejanza. Usaron su poder no para bendecir, sino para lastimar, no solo a otros, sino también a ellos mismos. El poder abusado del hombre y la mujer produjo resultados que se han transmitido de generación en generación, y nos han infectado a todos. El poder del ser humano Para comprender el impacto del poder, debemos entender lo que es un ser humano. Aquí pueden ser útiles algunos conceptos que han surgido de mi trabajo con las víctimas por trauma.¹ En primer lugar, ser humano es tener voz. La voz de Dios lo creó todo. Ser creados a Su imagen significa tener un ser, una voz y una expresión creativa. El abuso del poder silencia ese ser y las palabras, los sentimientos, los pensamientos y las elecciones de la víctima. Sus deseos se ignoran y son irrelevantes. El abuso de cualquier tipo siempre daña la imagen de Dios en los seres humanos. El ser se ve destrozado, fracturado y silenciado, y no puede decirle al mundo quién es. En segundo lugar, ser humano es estar en una relación. Fuimos creados en una relación con Dios mismo y con otros humanos. Dios se hizo hombre y entró en este mundo para restablecer una relación que estaba rota. Su imagen se refleja en esa relación. Los humanos anhelan una relación segura. El poder abusivo quebranta y destroza esa relación. Trae traición, miedo, humillación, pérdida de dignidad y vergüenza. Aísla, pone en peligro, crea barreras y destruye vínculos. Hace añicos la empatía, despedaza la seguridad y rompe la conexión. El poder abusivo tiene un impacto profundo en nuestra relación con Dios y con los demás. Las víctimas de abuso a menudo ven a Dios a través de una lente gravemente distorsionada y lo ven como la fuente del mal que sufren. La violación y la destrucción de la fe en momentos de tremendo sufrimiento es una de las mayores tragedias del abuso del poder. En tercer lugar, ser humano es tener poder y moldear el mundo. Como hemos visto, nuestro Creador nos llamó a ejercer dominio y someter. Esas son palabras de poder. «Vayan y tengan un impacto, hagan crecer las cosas, cámbienlas». El abuso anula y quita el poder. La víctima se siente inútil, incapaz e incompetente, y la pérdida de dignidad y propósito es profunda. Debemos trabajar, hacer que las cosas sucedan, que cambien simplemente porque estamos aquí. Estos aspectos de la voz, la relación y el poder se originan en el carácter de Dios. Tipos de poder humano Existen muchos tipos de poder. El poder verbal implica el uso de palabras, a menudo de manera ingeniosa, para manejar situaciones y controlar a otros. Los humanos que tienen un don verbal pueden usar las palabras para bendecir a los demás o para hacer un daño terrible y duradero. Un tipo de poder relacionado en el que rara vez pensamos es el silencio. El silencio puede ser un regalo maravilloso, pero también puede ser un arma. El aguijón del silencio usado para castigar o para ignorar penetra hondo. El poder emocional se combina con frecuencia, aunque no siempre, con el poder verbal. Podemos usar las emociones para consolar a otros con empatía o para controlar lo que las personas dicen y hacen, a menudo, intimidándolas y silenciándolas. El poder del enojo o la ira pueden aterrorizar a una persona, con o sin palabras. El poder puede manifestarse en tamaño o fuerza física. Si una persona pesa 99 kg (220 libras) y otra pesa 38 kg (85 libras), la diferencia de poder es evidente. La persona más pesada puede herir o aplastar con facilidad a la más pequeña. La presencia física también puede ser poderosa de otras maneras. Todos hemos conocido a alguien que no era más grande que los demás, pero cuya presencia podía llenar la habitación. Ese poder de personalidad puede controlar una sala, una empresa e incluso un país. Las personas con conocimientos especializados pueden ejercer un gran poder, hablan con autoridad y esperan que lo que dicen sea aceptado porque ellos «saben». Los puestos de autoridad confieren poder. Si soy presidente, instructor, médico o profesor, mi trabajo me da el derecho de decir y hacer muchas cosas; mi círculo de «ejercer dominio y someter» es más grande que el de la mayoría. Dependiendo de mi posición y de cómo se entienda, puedo usar ese poder para justificar muchas cosas incorrectas y extralimitarme ampliamente, en especial si se respeta mi figura de autoridad. Al igual que el silencio, la ausencia también tiene gran poder. ¿Recuerda cuando jugaba al juego de la confianza cuando era niño? Su amigo se paraba detrás de usted, y usted debía dejarse caer hacia atrás y confiar en que su amigo lo atraparía. Daba un poco de miedo. La ausencia de su amigo, si no lo atrapaba, podía significar una lesión. Un padre que le da la espalda al abuso sexual está ausente cuando más se lo necesita. El resultado será un profundo daño. La ausencia emocional de un cónyuge hiere profundamente. Por otro lado, el rechazo a unirse a un grupo de violentos es una ausencia poderosa y positiva para el que está siendo atacado. Otro tipo de poder que algunas personas ejercen es el económico. El dinero puede comprar muchas cosas en este mundo, y el poder es una de ellas. Ese poder puede usarse con sabiduría y gracia, o puede usarse para manipular, controlar y atemorizar. El poder espiritual es otro tipo de poder que puede ser peligroso a menos que se ejerza en obediencia a Dios. Esta forma de poder se usa para controlar, manipular o intimidar a otros para que satisfagan nuestras propias necesidades o las necesidades de una organización en particular, a menudo mediante el uso de palabras envueltas en un vocabulario y conceptos espirituales que suenan agradables. Finalmente, nuestras culturas, familias, tribus, comunidades seculares y religiosas, y naciones tienen un enorme poder para moldear nuestras mentes y vidas. La cultura es como el oxígeno, siempre está allí, pero no la vemos; simplemente es lo que es. Experimentar una cultura diferente de adoración, comida o vestimenta puede ser sorprendente. La cultura puede ser muy enriquecedora, pero también puede estar llena de arrogancia, prejuicio y división, por eso, debemos prestar mucha atención y usar nuestro poder y habilidades para ver y pensar antes de aceptar por completo los mensajes de nuestra cultura. A lo largo de este libro, analizaremos estos tipos de poder con mayor profundidad. Por ahora, simplemente tenemos que entender de dónde viene el poder y cuál es su propósito original. También debemos ser conscientes de los tipos de poder que todos tenemos en diferentes grados y que podemos usarlos o no ejercerlos para bien o para mal. Finalmente, necesitamos ver cómo se usa el poder dado por Dios para bendecir. El poder es derivado Dos pasajes de la Escritura guiarán nuestra comprensión del uso piadoso del poder. En Mateo 28:18-19, Jesús declara: «… Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…». Jesús tiene toda potestad. Eso significa que cualquier poquito de poder que usted y yo tengamos es derivado; somos enviados bajo Su potestad. Jesús no nos da la potestad a nosotros; Él la retiene y nos envía bajo Su potestad para llevar a cabo Su tarea a Su manera. Cada gota de poder que usted y yo tenemos es un poder compartido, dado por Aquel que lo tiene todo. No es nuestro. Es Suyo. Él ha compartido con nosotros lo que es legítimamente Suyo. ¿Es usted poderoso verbalmente? El Verbo le dio ese poder. ¿Es usted poderoso físicamente? El Dios poderoso,que derriba fortalezas y sostiene el universo, le dio ese poder. ¿Tiene usted una posición de poder? Proviene del Rey de reyes y Señor de señores. ¿Su poder se encuentra en su conocimiento o habilidad? El Dios creador, cuyos caminos no se pueden descubrir, le dio ese poder. ¿Tiene usted poder emocional sobre otros? Ese poder proviene del Consolador, el maravilloso Consejero. ¿Tiene usted gran poder financiero? Si es así, apenas es una pequeña porción de Aquel que posee todas las riquezas. Cualquier poder que usted y yo tengamos es de Dios, y Él nos lo ha dado con el único propósito de glorificarlo a Él y bendecir a otros. Si todo poder es derivado, entonces los cristianos deberían ejercerlo con gran humildad. Somos criaturas, ni más ni menos. Seguimos a Aquel que se hizo hombre. Jesús es nuestro ejemplo de la humildad del poder. En el segundo pasaje, vemos que cuando Jesús estuvo en la tierra, dijo: «Ciertamente les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace…» (Juan 5:19, NVI). El estado del corazón del Padre que el Hijo manifestó debe abundar en aquellos que lo seguimos. Nosotros promocionamos nuestras propias enseñanzas, nuestros propios escritos, nuestras propias organizaciones y reputaciones. Sin embargo, Jesús no hizo nada por el estilo. Nosotros buscamos una parte de la gloria y del poder para nosotros mismos. Él se humilló ante Dios y los seres humanos, y se convirtió en siervo. Nosotros buscamos construir nuestros pequeños reinos. Él vino a edificar el reino del Padre. Dios nos ha confiado Su poder a nosotros, Sus criaturas. El propósito del poder es bendecir. Si entendemos la naturaleza del poder, tanto su fuente como sus peligros, caminaremos en humildad delante de otros, porque nuestro Maestro dijo que, si íbamos a ser líderes, si íbamos a guiar e impactar a los demás, entonces debíamos servir. Antes de enviar a Sus discípulos, Jesús dijo: «Miren mis manos. Miren mis pies…» (Luc. 24:39, NTV). Estas son las marcas de Su humildad, la insignia de Su autoridad, la evidencia visible de que vino a servir y no a ser servido. Los que lo siguen, investidos con Su poder, deben seguir el camino de la cruz. El poder viene de nuestros corazones El poder piadoso comienza en el reino de nuestros corazones, se expresa en la carne y luego se traslada al mundo. Cometemos el error de ver el poder como una fuerza externa, pero el poder no se trata de dirigir una iglesia, una parroquia, una institución o un país. Es interno, no externo. El reino de Dios es el reino del corazón, no el reino de nuestras iglesias, instituciones, misiones ni escuelas. Dios construye Su reino, no el nuestro, y lo hace al ejercer autoridad sobre el corazón humano en la medida en que esté lleno del Espíritu de Cristo. Ese es el poder piadoso. Y cuando nuestro interior está lleno del poder de Dios, llevamos vida, luz, gracia, verdad y amor a todas nuestras tareas externas, ya sean grandes o pequeñas. El reino de Dios crece, y Él es glorificado. Cada vez que usamos el poder para lastimar o usar a una persona de una manera que deshonra a Dios, fallamos en nuestro manejo del regalo que nos ha dado. Cada vez que usamos el poder para alimentarnos o elevarnos a nosotros mismos, fallamos en nuestro cuidado de ese regalo. Nuestro poder debe ser gobernado por la Palabra y el Espíritu de Dios. Todo uso que no esté sujeto a la Palabra de Dios es un uso incorrecto. Todo uso del poder que se base en el autoengaño, cuando nos decimos a nosotros mismos que lo que Dios llama malo es, en realidad, bueno, es un uso incorrecto. Recuerde, Adán y Eva, hechos a semejanza de Dios, quisieron ser como Él y comieron lo que Él había prohibido. El ejercicio del poder en la elección de «ser como» Dios requería desobedecer a Dios. Por lo tanto, fue un uso incorrecto del poder. El ejercicio del poder de un cargo para exigirles demasiado a los obreros del ministerio «por el bien del evangelio» también es un uso incorrecto del poder. Usar el poder emocional y verbal para lograr nuestra propia gloria cuando Dios dice que Él no compartirá Su gloria con nadie es un uso incorrecto del poder. El poder del éxito o del conocimiento financiero usado para alcanzar fines ministeriales sin integridad es un uso incorrecto del poder. Usar el conocimiento teológico para manipular a las personas para lograr nuestros propios objetivos es un uso incorrecto del poder. Explotar nuestra posición en el hogar o en la iglesia para salirnos con la nuestra, conseguir nuestros propios fines, aplastar a otros, silenciarlos y asustarlos es un uso incorrecto del poder. Usar nuestra influencia o reputación para que otros nos ayuden a alcanzar nuestros fines es un uso incorrecto del poder. No ejercer el poder frente al pecado, el abuso y la tiranía también es un uso incorrecto del poder. Es pecado contra Dios, complicidad con el mal que Él odia. Jesús afirma: «… “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí”» (Mt. 25:45, NVI). El silencio frente a dicho mal puede ser un tipo de abuso de poder, ya que, al permanecer callados frente al dolor de otra persona, anulamos el poder que Dios nos da para decir la verdad. Dios nos pide que usemos nuestro poder verbal y que abramos la boca por los que no pueden hablar, por los que no tienen ese poder. La complicidad es la supresión del poder que Dios nos ha dado y que debía actuar en Su nombre en este mundo. El poder piadoso es derivado; proviene de una fuente externa a nosotros. Siempre se usa bajo la autoridad de Dios y en semejanza con Su carácter. Siempre se ejerce con humildad, con amor a Dios. Lo usamos primero como sus siervos y luego, como Él, como siervos de otros. Siempre se usa con el objetivo final de darle la gloria a Dios. Él se complace con su Hijo. Eso significa que nuestros usos del poder deben parecerse a Cristo porque Él es el que le da la gloria a Dios. Entonces, ¿cómo serviremos? Aquí hay tres historias reales que me enseñaron lecciones duraderas sobre la belleza del poder usado correctamente. La primera historia tiene lugar en un pequeño pueblo de pescadores en Brasil. Un pastor de allí me contó que todos los hombres de su pueblo, no solo algunos, eran alcohólicos, maltratadores e incestuosos. «No hay excepciones, Diane, ni la policía, ni el juez ni los pastores». Me preguntó cómo podía ayudar a su gente. Al principio, me quedé sin palabras; parecía no haber esperanzas para su situación. ¿Cómo puede uno ser luz en un lugar así? Y luego lo supe. Estaba parada junto a un hombre que llevaba la luz de nuestro Dios en su interior. «Sé que es abrumador y que parece que no hay esperanza —respondí—, pero Dios te puso aquí porque lo conoces, y nadie en este pueblo ha visto una vida como la tuya con tu familia. Ni siquiera saben que existe otra manera. Camina con Cristo, honra a tu esposa, bendice a tus hijos, y Dios iluminará su camino a través de ti y despertará el hambre por tu forma de vida en otros». No quería sugerir de ninguna manera que la tarea que Dios había puesto delante de él iba a ser fácil. Con la esperanza de alentarlo, continué: «La tarea será difícil, muy lenta y requerirá mucho sacrificio, pero hay esperanza. No está en ti. Esa esperanza es Cristo en ti en este lugar oscuro. Por el poder de Dios en tu vida, puedes demostrar, en la carne, la vida de un hombre que no abusa del poder. Cuanto más bebas de Cristo, de ti fluirá Su agua viva, que finalmente cambiará el panorama del pueblo». La segunda historia tiene lugar en una conferencia para mujeres árabes donde hablábamos sobre el trauma y sus efectos. Muchas de estas mujeres eran víctimas del poder abusivo. Al final de mi charla hubo un momento para realizar preguntas. Una mujer dijo esto: «Me crie en un hogar cristiano. Mi padre golpeaba a mi madre y a sus hijos de manera horrible. Ahora estoy casada y tengo hijos. Cuando vamos a visitar a mis padres y los niños hacen algo que a mi padre no le gusta, los golpeasalvajemente. Mi esposo y yo no creemos que eso sea de Dios y no tratamos así a nuestros hijos. ¿Puede decirme qué hacer?». Cuando viajo, soy muy cautelosa a la hora de compartir cualquier pensamiento negativo que tenga en cuanto a las normas y prácticas de otra cultura. Incluso cuando me hacen preguntas directas, soy cuidadosa con mis respuestas. Le pedí a esta mujer que me diera un minuto para pensar porque sabía que, si decía la verdad, podría terminar en violencia contra ella. Podrían echar y desheredar a ella y a su familia. También sabía que, si no decía nada, iba a alentar su complicidad en el mal que se les estaba haciendo a sus hijos, y Dios ya había traído convicción a su vida. Y si me quedaba callada, yo también iba a ser cómplice. Así que me detuve un momento para orar y luego le dije que sabía que lo que estaba por decirle era difícil y potencialmente amenazante para ella. Estuve de acuerdo en que su padre les estaba haciendo daño a sus hijos y que ese no era el camino de Dios. Para decirle la verdad a su padre, con respeto, ella debía usar su poder para llevar la luz de Dios a ese lugar e invitar a su padre a entrar en esa luz. Quedarse callada era enseñarles a sus hijos que el comportamiento del padre era correcto, en lugar de impío, y ser un ejemplo del silencio frente a las malas acciones. También significaba ser cómplice de su sufrimiento. La sala estaba muy quieta. Ella estuvo en silencio por un momento. Luego levantó la cabeza y dijo: «Haré lo que es correcto delante de Dios con una condición. Solo pido que las mujeres de esta sala se comprometan a orar por mí». Ellas comprendieron el paso monumental que estaba dando y le hicieron saber que orarían por ella. Yo sigo haciéndolo. La tercera historia es sobre un hombre de gran poder. Hace unos años, nuestro hijo trabajaba en Medio Oriente para un príncipe, un miembro de la casa real. A mi esposo y a mí nos invitaron como huéspedes del príncipe para que viéramos a nuestro hijo y visitáramos el país. Viajamos por una aerolínea lujosa, con asientos elegantes y comida exquisita. Nuestro hijo nos recibió en el aeropuerto y nos llevó de inmediato al palacio a conocer al príncipe. Yo, una mujer, iba a entrar en una sala llena de hombres árabes. Cuidadosamente repasé el protocolo con nuestro hijo, quien nos indicó que esperáramos en la puerta para ser recibidos y que no habláramos primero. El príncipe iba a permanecer sentado. «No extiendan la mano —dijo—. No se sienten hasta que se lo digan y siéntense en donde les indiquen». Según mi hijo, ninguna otra mujer había estado en esa habitación. Él pasaba casi todas las noches allí, así que sabía. Cuando llegamos, nos escoltaron al palacio y nos llevaron al lugar de reunión. En la sala había unos quince hombres árabes vestidos de gala. Con mi esposo esperamos en la entrada. Cuando nos indicaron, entramos. Ni bien lo hicimos, el príncipe se puso de pie, se acercó de inmediato hacia nosotros y me tendió la mano con cordialidad. Me saludó por mi nombre, se presentó con su nombre de pila y me mostró el asiento a su derecha. Los otros quince hombres siguieron su ejemplo. Hicieron lo que su príncipe hizo. Nos honraron grandemente y nos recibieron con amabilidad. Este hombre habría estado en su derecho si seguía el protocolo. De hecho, se arriesgó a las críticas y a la pérdida de respeto por romper las reglas sociales. Eligió juntar su poder y usarlo para derramar bendición, lo que continuó haciendo todo el tiempo que estuvimos allí. Él ejemplifica a una persona con mucho poder que no se aferra a la gloria, sino que busca usar ese poder para bendecir a otros. Estas historias nos ayudan a imaginar cómo Dios quiere que ejerzamos nuestro poder. Creo que Él quiere que lo usemos como bendición, para bendecir, a modo de sacrificio, a través de la cruz. El pastor brasileño que vive con sacrificio en ese pueblo costero — un hombre, una familia, llenos de la luz del amor de Cristo, iluminando un mundo extremadamente oscuro— encarna en su vida lo que Jesús hizo en la suya. El Rey de reyes se hizo hombre, finito y habitó en tiempo y espacio. Estaba lleno de luz y amor, y ministró uno por uno y siempre fue fiel al Padre. La encantadora mujer árabe que vive con sacrificio, que trajo luz y amor cuando se enfrentó al poder con la verdad y rechazó la complicidad con el mal hecho en nombre de Dios, bendice a su padre con una invitación firme pero respetuosa a ir a la luz. Bendice a sus hijos, porque ellos verán y conocerán una nueva manera y entenderán que esa cultura, incluso la llamada cultura cristiana, a veces no sigue a Cristo. Ella será como Jesús, quien declaró la verdad a los líderes religiosos y enfrentó a los que agobiaban a los pequeños. Y el amable jeque quien, por amor a nuestro hijo, bendijo a mi esposo y a mí, se paró frente a esas divisiones que protegen su nombre y estatus, y nos invitó a sentarnos a su derecha para ser servidos y recibir honor de aquel al que fuimos a honrar, nos dio una muestra pequeña pero valiosa del Señor del cielo y la tierra que está sentado en el trono. Este príncipe terrenal, que inspiró asombro en mí al atravesar la posición, la tradición, la cultura, el género y al prepararse para saludarme con su mano derecha, me recuerda del asombro que debo tenerle a mi verdadero Señor, quien, a un costo sin medida, cruza las barreras de la posición más alta y del pecado y la muerte para darme la bienvenida a la diestra del Padre. Es mi oración que, a medida que pensamos juntos en el poder que Dios nos confiere, dejemos que Su luz brille mientras estudiamos y prestamos atención. Que nosotros, Sus hijos, podamos ver con claridad la verdad sobre el poder terrenal y no seamos seducidos. Que no nos engañemos a nosotros mismos ni a otros en cuanto a cualquier uso del poder que no esté bajo la autoridad de Aquel que tiene todo el poder. Que vivamos en lugares oscuros e iluminemos con la luz de Cristo los abusos a nuestro alrededor, incluso si suceden en nuestros círculos. Que podamos hablar con los que aplastan a los pequeños de Dios o despojan a las personas en sus iglesias. Y que, así como nuestro Señor, podamos dejar a un lado todo poder terrenal para cruzar divisiones, salirnos de posiciones elevadas y alcanzar con amor a los vulnerables, cuyo poder es pequeño o ha sido pisoteado, y que podamos bendecir a medida que avanzamos. dos La vulnerabilidad y el poder Somos criaturas frágiles y finitas. Ya sea que uno se siente en el trono del Imperio romano o en el asiento papal, dirija una organización lucrativa o pastoree una megaiglesia, sea un inmigrante indocumentado o un bebé recién nacido, todos somos vulnerables, todo el tiempo. No hay excepciones. Ser vulnerable significa que nos pueden herir. Así como el poder puede lastimar o bendecir, la vulnerabilidad expone a los humanos a ser bendecidos o heridos, al bien y al mal. La vulnerabilidad y el poder están entrelazados, se juntan en una danza que, a veces, es hermosa y, a veces, destructiva. Esta relación compleja se comprende poco y rara vez se discute. ¿Recuerda a nuestra niña recién nacida? Ella es la esencia de la vulnerabilidad. No puede hacer nada por sí sola y depende enteramente de los adultos que la cuidan. Cómo ellos usan su poder no solo influye en ella, sino que también nos dice algo sobre ellos. Si valoran a esta pequeña, entonces incluso cuando no satisfagan sus necesidades ni honren sus preferencias, ella estará protegida, segura, nutrida y amada. Si no la cuidan o si explotan su vulnerabilidad, ella morirá o crecerá torcida de una manera poco saludable. Su uso de poder determina si ella vivirá o morirá y cómo crecerá. No es difícil para nosotros entender la vulnerabilidad de un recién nacido. Sin embargo, las dinámicas son complicadas. Supongamos que nuestra recién nacida, Sara, era la primera hija de una adolescente de dieciséis años que creció sin una buena crianza y no tiene idea de quién es su padre. Sara vivía con su madre, que consumía drogas,en un vecindario violento. Había muchos hombres que entraban y salían de su casa. De hecho, Sara es hija de uno de esos hombres, hija de una violación. Si volvemos a la historia de su madre, encontraremos una historia larga de explotación de la vulnerabilidad, en lugar de protección: generaciones de personas que necesitaban seguridad y cuidado y nunca los recibieron, generaciones de humanos creando a otros a su imagen, no solo físicamente, sino de muchas otras maneras. Aunque fueron creados a imagen de Dios, esa imagen nunca ha sido nutrida por alguien que se preocupa por ellos de la manera en que Dios lo hace. Cuando se nubla la imagen de Dios, es fácil para nosotros tratar a esas personas como «inferiores». Solo conocen dos maneras de usar el poder: para protegerse a sí mismos (porque son vulnerables) y para explotar a otros (porque son vulnerables). A menudo, la explotación se parece a la autoprotección. En la situación de Sara, la vulnerabilidad es de lo más obvia, pero ese no siempre es el caso. Juan es multimillonario, fue educado en una escuela prestigiosa, se casó, tiene dos hijos y es el director ejecutivo de una empresa enorme. Tiene una gran cantidad de poder sobre muchas vidas. Pero en su interior acecha una vulnerabilidad que se esfuerza por esconder, incluso de él mismo. Juan creció con un padre muy rico que rara vez estaba presente de manera física o emocional. Este padre humillaba a Juan y a su hermano con frecuencia, atacaba sus capacidades, personalidades, logros y apariencias. La madre de Juan era callada y temerosa, y siempre intentaba apaciguar a su marido. Así que estos niños se sumergieron en la explotación y el abuso de su vulnerabilidad en lugar de experimentar la seguridad dentro de ella. Ellos también estuvieron desprotegidos. La respuesta de Juan a este abuso es perseguir el poder y protegerse de la vulnerabilidad. Su miedo a ella lo lleva a humillar, condenar y controlar a las mujeres. Lo hace con sus empleadas, con su esposa y con su hija. También tiene una vida secreta visitando a trabajadoras sexuales, a quienes trata con desprecio y rabia. Él no entiende por qué no puede detener esos comportamientos. Juan es vulnerable y está herido, y lo sobrelleva buscando el poder, abusando de él y, a su vez, dañando a las personas vulnerables de su mundo. A menudo pensamos que la vulnerabilidad es «debilidad», como si hubiera alguna falla en la persona que es vulnerable. Sin embargo, todos somos vulnerables en lo físico. No importa cuánto poder tengamos, inevitablemente moriremos. Muchos de nosotros tendremos que enfrentar una o dos enfermedades antes de partir. Las personas que lideraron grandes ejércitos y que eran muy temidas están muertas. Con el tiempo, algo les sobrevino. Usted nunca, ya sea por inteligencia, logros, sede del poder, respeto o cualquier otra cosa, podrá dejar de ser vulnerable. Bienvenido a la raza humana. No obstante, la vulnerabilidad también es un regalo. No deseamos ser susceptibles a los muchos peligros de nuestro mundo caído, pero si no corremos riesgos, nos perdemos muchos aspectos maravillosos del mundo de Dios. Cuando era niña, me encantaba patinar sobre hielo, pero nunca habría disfrutado la experiencia maravillosa y emocionante de moverme sobre el hielo si no hubiera estado dispuesta a caerme. Me encantaba treparme a los árboles… muy alto y vulnerable otra vez a la caída. Si no hubiera asumido esos riesgos, me habría encerrado y no habría podido realizar las actividades que me daban alegría. Estar abierto al amor de otra persona y dar amor a cambio es arriesgarse a ser herido y rechazado. Cuando uno ofrece amor a otro ser humano, se expone a la posibilidad de una traición. Pregúntele a cualquier padre que sufre porque su hijo amado se ha descarriado. Sin embargo, no amar porque lo vuelve vulnerable le robará la risa, el compañerismo, los logros juntos y la unidad del corazón. El amor entre buenos amigos es algo bello y maravilloso. También es riesgoso porque aumenta la capacidad de ser herido. De hecho, cuanta más gente ame, más vulnerable se volverá a ser herido. Aun si todas esas relaciones van bien, es probable que algunas personas que ama mueran antes que usted, y su vulnerabilidad se convertirá en un gran dolor. Casarse es ser vulnerable al abandono, la traición y la crítica de la persona a la que se entregó. Tener hijos es ser vulnerable, porque pueden brindarle una gran alegría o una tremenda tristeza. Hablar en público, enseñar, dirigir, todas estas cosas nos dejan expuestos a la crítica o al fracaso. Cuidar a pacientes enfermos es ser vulnerable, ya que usted mismo podría enfermarse. Es posible que sea un médico brillante y consumado, pero si trata a personas con COVID-19, se vuelve muy vulnerable. Muchos de nosotros nos esforzamos para no ser vulnerables. Sin embargo, somos sabios si vemos nuestra vulnerabilidad como un regalo de bienvenida que debe ser protegido y no expuesto indiscriminadamente. No siempre tendremos esa opción, dado que quienes violan y explotan no suelen pedir permiso. No obstante, si no reconocemos nuestra vulnerabilidad, limitamos nuestra capacidad de elegir bien cuando podemos elegir. Si la persona que lo lleva en auto a su casa ha estado bebiendo, usted elige no volverse vulnerable al manejo de esta persona ebria y busca a alguien más que lo lleve a casa. Si necesita una cirugía, no se pone en manos de un líder de una pandilla. Busca al mejor cirujano posible. Si hay un acosador en el vecindario, usted se esfuerza por proteger a sus hijos y a otros de ese acoso y hace lo que puede para detenerlo. Existen muchas situaciones en la vida en las cuales no es sabio exponer nuestra vulnerabilidad. Muchas personas no se dan cuenta de eso. Si crece sin haber experimentado una relación segura, su capacidad para juzgar la seguridad está sumamente en riesgo. ¿Cómo reconocerá algo que nunca ha visto? Esa falta de comprensión puede llevar a años de relaciones abusivas, o generaciones de ellas, porque nunca se ha entendido, protegido ni valorado la vulnerabilidad. Cada nueva relación conlleva la esperanza de que esta persona alimentará su alma hambrienta, pero sin el conocimiento que se necesita para leer las señales, es posible que esté mirando al próximo donjuán y no se dé cuenta de que es hora de correr. La verdad es que la vulnerabilidad siempre está allí. Podemos usar el discernimiento sobre qué hacer cuando está expuesta, algunas veces; podemos protegernos a nosotros mismos y a otros cuando sea prudente hacerlo, si podemos. También podemos ser conscientes de las vulnerabilidades de los demás y caminar suavemente en su presencia; pero vivir, amar o tener compasión es exponernos al daño, a la explotación y a la traición. Evitar vivir o amar no nos protegerá, ciertamente no de la muerte, pero sí nos asegurará una vida hambrienta, sin mencionar que no nos pareceremos en nada a nuestro Señor, quien se volvió vulnerable por nosotros. La vulnerabilidad y la explotación Nuestra capacidad de ser heridos es una constante. Lamentablemente, a menudo nuestra respuesta colectiva cuando alguien está herido es culparlo. Si no hubiera hecho _____ (acción), entonces quizás_____ (consecuencia) no habría sucedido. Una estudiante universitaria decide salir con dos amigas el fin de semana. Van al lugar de moda donde se juntan muchos estudiantes. Toma un trago, luego pide varios más. Con una clara embriaguez, se levanta para irse, pero no puede caminar derecha. Corre peligro de caerse o desmayarse. Otro estudiante se acerca y le dice que la acompañará a su habitación. Ella está vulnerable. Pueden surgir dos escenarios diferentes. El estudiante podría ayudarla a regresar a su habitación, asegurarse con cuidado de que no se caiga o salga a la calle y notificar a alguien en su residencia sobre su condición y su necesidad de atención. O podría sacarla del restaurante, llevarla a un lugar solitario, violarla y dejarla allí. Cuando finalmente ella se despierte de los efectos del alcohol,se encontrará desaliñada, expuesta y tendida sola en el suelo. ¿Qué tipo de respuesta tenemos frente a estos escenarios? En primer lugar, es probable que pensemos que la joven fue imprudente y se arriesgó a ser herida por ella misma o por otra persona. Se volvió muy vulnerable, seguramente sin siquiera pensar en las posibles consecuencias. Esas evaluaciones serían acertadas. Ella aumentó su nivel de vulnerabilidad y quedó desprotegida y expuesta al daño en muchos niveles. Quizás haya razones, desconocidas para nosotros, detrás de su consumo de alcohol esa noche que provocarían empatía, en vez de juicio, hacia el dolor que estaba medicando. Suponga que había regresado a la universidad después de enterrar a su madre; entenderíamos su dolor. En el primer final de esta historia, observamos que el joven fue amable y considerado al ayudarla a regresar de forma segura. Donde ella había quedado vulnerable de manera imprudente, él intervino y la protegió. Consideraríamos sus acciones honorables. Sus acciones hacia ella nos demuestran su carácter. Él ejerció poder sobre su vulnerabilidad y se reveló como una persona segura, amable y responsable. El segundo escenario puede provocar diferentes respuestas. Muchos supondrán que si la joven no se hubiera emborrachado, no habría sido violada. Algunos irán más lejos y sugerirán que «los chicos son chicos», alegando que ella debería haber sabido esto antes de ponerse en una situación en la que un joven claramente no iba a poder contenerse. O algunos incluso podrían decir que ella quería tener sexo en primer lugar y que ahora quiere negar su deseo y llamarlo violación. Esas respuestas nos presentan un problema importante: son la antítesis de la Escritura. ¿Recuerda a nuestra recién nacida? Su vulnerabilidad expone el corazón de sus cuidadores. Hace muchos años, di una clase de seminario sobre abuso sexual por parte del clero. En un momento de la charla, dije: «Como pastores, siempre tendrán el poder en las relaciones con los congregantes. Ya sea que se sientan poderosos o vulnerables, en un momento dado, ustedes son los que tienen el poder en esa relación. Sus palabras y acciones tienen autoridad. Si una mujer viene a verlos para recibir consejería sobre su matrimonio y un día, confundida y buscando atención, se para y se desviste delante de ustedes, lo que suceda después depende enteramente de ustedes. Lo que ella ha hecho nos dice algunas cosas sobre ella, seguro; pero lo que ustedes hacen en respuesta nos habla de ustedes, nos dice cómo se comportan en presencia de una vulnerabilidad sin restricciones». El aula estaba muy silenciosa. La explotación de la persona vulnerable nos habla del explotador, no de la víctima de esa explotación. ¿Cómo puedo decir eso con tanta certeza? Escuche la Palabra de Dios: «… lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre» (Mar. 7:20-23). En esencia, Marcos está diciendo que lo que sale de una persona expone el corazón de esa persona. «Contaminar» es manchar, pervertir, profanar (hacernos impíos). Nos contaminamos con nuestros propios pensamientos, palabras y acciones. Para decirlo sin rodeos, nos ensuciamos. Y luego, por supuesto, recurrimos al engaño para redefinirnos, renombrarnos y protegernos. Decimos: «Yo no lo hice, fue culpa de alguien más». Nos engañamos a nosotros mismos y, a su vez, trabajamos para engañar a otros. El joven del segundo escenario hará esto con respecto a haberse aprovechado de la joven. «Tuve sexo con ella porque ella…». Si se denuncia la violación, es posible que él tenga amigos y familiares que apoyen su punto de vista. Las malas decisiones y el etiquetado incorrecto de las explotaciones de la vulnerabilidad de otra persona causan más daño a nosotros y a los demás. La verdad es que nuestra respuesta a la vulnerabilidad habla de nosotros y solo de nosotros. Lo que «sale de nosotros» frente a la vulnerabilidad estuvo allí todo el tiempo. La vulnerabilidad de otra persona solo ha expuesto la verdad sobre nosotros. Aquí la historia debería resultar familiar. Adán y Eva fueron creados a semejanza de Dios, quien les dio poder con el fin de bendecir. También se les dio a elegir entre confiar en Dios como preeminente o confiar en sus propios pensamientos y deseos. Dada esa elección, vemos que incluso en un mundo perfecto, los humanos fueron vulnerables, susceptibles de «no elegir a Dios». Dios no creó autómatas; Él quería humanos de carne y hueso que pudieran elegir amar. La capacidad de amar nos vuelve a todos vulnerables… incluso a Dios. Al crearnos de esa manera, se expuso al fracaso y a ser herido. ¡Y sí que ha sido herido! El engañador tergiversó las palabras de Dios, y Sus amadas criaturas eligieron creer ese engaño. Lo que siguió fue más engaño y culpa. Al igual que nuestros primeros padres, nosotros también tenemos decisiones sobre nuestra propia vulnerabilidad. Algunos de nosotros no estamos todavía al tanto de ese hecho, lo que nos vuelve aún más vulnerables. Algunos están decididos a verse a sí mismos como una fortaleza inexpugnable, lo cual también es peligroso. Otros nunca han conocido la protección y la seguridad y nunca han aprendido a tomar decisiones sabias con respecto a su vulnerabilidad. A medida que luchamos, tenemos que darnos cuenta, con el tiempo, de que nuestra vulnerabilidad es parte de ser humanos. Además, debemos reconocer que podemos tomar decisiones para servirnos a nosotros mismos o tomarlas bajo el gobierno de nuestro Dios. Si no lo tenemos en cuenta, seguramente fallaremos en protegernos a nosotros mismos y a los demás de manera sabia; usaremos nuestro poder de manera incorrecta. Y en cualquier debacle que creemos para nosotros o para otros, es probable que respondamos con engaño y culpa. Cada vez que nos enfrentamos a la vulnerabilidad de un recién nacido, un adolescente confundido, una persona hambrienta de amor y atención que busca en todos los lugares equivocados, o una persona enferma, débil o discapacitada, lo que sale de nosotros nos habla de nosotros. ¿Somos compasivos, protectores? ¿O somos explotadores y nos alimentamos de los vulnerables para satisfacer nuestras propias necesidades? Jesús se vuelve vulnerable por nosotros Jesús marca el camino al enseñarnos sobre la vulnerabilidad, el engaño y el poder. En Filipenses 2:7, se nos dice que Jesús vino en forma de hombre. ¿Cómo vienen los humanos? Vienen como nuestra pequeña recién nacida. Cuando Aquel que tiene todo el poder vino como alguien que no tenía ningún poder, dejó a un lado lo que Él era y asumió lo que no era. Llevó nuestra vulnerabilidad en Su carne. «… Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Luc. 2:12). Jesús entró en nuestra vulnerabilidad. Aquel que vistió el universo tuvo que ser alimentado y vestido. Su familia tuvo que huir como refugiados a causa de Él. Tuvo que comer, trabajar, aprender y relacionarse. Tuvo que aprender a sortear el odio, el miedo, la crítica y el rechazo. También tuvo que tomar decisiones para protegerse a sí mismo. En Lucas 4, leemos que las personas echaron a Jesús de la ciudad, lo llevaron a un precipicio e intentaron lanzarlo. De algún modo, Él pasó por en medio de la multitud y escapó. Se protegió a sí mismo, tomó la decisión de hacerlo. Es importante que reconozcamos que no está mal protegernos a nosotros mismos cuando estamos vulnerables. Jesús también protegió a otros cuando estaban vulnerables. En Juan 8, los líderes religiosos arrastraron a una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron delante de Jesús para probarlo. (¡Curiosamente, se «olvidaron» de llevar al hombre!). Los líderes religiosos dijeron que Moisés había ordenado que se apedreara a esa persona. Lo que Moisés en realidaddijo en Deuteronomio 22:24 es que se debía apedrear a ambas partes. Los líderes no estaban siguiendo sus propias Escrituras. La mujer estaba en una situación vulnerable y, en respuesta, Jesús la protegió. Jesús asumió la vulnerabilidad cuando se hizo humano. No podemos tener uno sin el otro. También sabemos que, al final, no se protegió en absoluto. Se entregó a los lobos devoradores, quienes vilmente abusaron de su poder para aplastarlo. Él lo hizo por nuestro bien. Tenía la opción de protegerse a sí mismo en cada momento. Jesús dijo: «… Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (Juan 18:36). ¿Por qué hizo esto? ¿Por qué no se aprovechó del poder que era legítimamente Suyo? Al haber asumido nuestra vulnerabilidad, nos rescató de nuestra propia autodestrucción. ¿Por qué? «… siempre hago lo que le agrada [al Padre]» (Juan 8:29, NVI). Él hizo lo que Adán y Eva no pudieron hacer. Ellos se inclinaron ante el engaño e hicieron lo que les pareció agradable. Jesús se inclinó ante el Padre e hizo lo que al Padre le agradaba. Obedeció la ley: amar a Dios con todo el ser y con todo lo que se tiene; hacer que ese amor sea preeminente sobre todo lo demás sin importar lo que pase. Eso estuvo siempre detrás de Sus acciones. Por eso se protegió a sí mismo. Por eso protegió a otros. Y por eso nos ha protegido eternamente. Usted y yo luchamos por entender nuestras propias vulnerabilidades y por manejarlas de manera sabia. Luchamos por no culpar a las circunstancias ni a otras personas cuando nuestros corazones se ven expuestos. Luchamos por comprender nuestras relaciones con los demás y sus vulnerabilidades. Luchamos por saber cómo podríamos responder o dónde corremos el peligro de explotarlos. Luchemos por llevar la semejanza de Dios en nosotros y hagamos siempre lo que le agrada al Padre. No existe una fórmula. A menudo nos equivocaremos, pero seguimos a Aquel que se hizo semejante a nosotros para que nosotros pudiéramos llegar a ser como Él: hijos vulnerables del Dios Altísimo, quien se volvió vulnerable por nosotros. tres El papel del engaño en el abuso del poder ¿Por qué los seres humanos se dejan llevar con tanta facilidad para abusar del poder? Se nos otorgó poder para que pudiéramos hacer el bien, pero ¿por qué lo utilizamos tan a menudo para hacer el mal? El engaño parece ser un factor clave que nos conduce a usar el poder para tomar lo que no es nuestro y lo que traerá muerte. Cualquier estudio sobre el abuso del poder también incluye un estudio del engaño, primero de uno mismo y, luego, de los demás. Volvamos a ese primer engaño. Génesis 3:1 dice que «… la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?». Modificó lo que Dios había dicho y llevó la palabra de Dios más allá de los límites que Él había establecido. Eva captó el primer engaño y dijo: «… Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis» (vv. 2 y 3). Observe que Dios no había dicho nada sobre tocar el árbol. La propia Eva tergiversó las palabras de Dios incluso cuando intentó corregir el engaño de la serpiente. El maestro del engaño le dijo que no moriría, como si de alguna manera eso no fuera lo que Dios había querido decir. Seguro que ella debe haberlo malinterpretado. Lo que Él quiso decir, en realidad, fue que si comían de él, sus ojos serían abiertos y serían como Dios, sabiendo el bien y el mal. Dios creó a los seres humanos a Su imagen, lo cual era algo glorioso, aunque eran diferentes a Él porque desconocían el mal. Él protegió a los vulnerables, a los que no estaban preparados para conocer el mal, para que permanecieran sin ser dañados por él. También creó una opción para ellos. En medio del bien abundante, Dios señaló lo tóxico y los invitó a elegirlo a Él por sobre todas las demás cosas. Esa invitación era la elección de inclinarse reiteradamente ante Dios. Esa inclinación los cambiaría, los fortalecería y aumentaría su semejanza a Él. Eva fue seducida por este argumento y eligió creer la versión de la serpiente de las palabras de Dios en lugar de creerle a Dios mismo. Ella aceptó lo que pensó que era bueno, hermoso y le daría sabiduría. Creyó la versión de alguien que no era Dios y emitió un juicio basado en apariencias externas y, por lo tanto, fue engañada y herida. Ingirió la toxina y se alejó del Dios que la amaba. Nosotros también nos engañamos cuando ingerimos lo que nos hace daño y etiquetamos lo que hacemos como bueno para Su Iglesia, o incluso para protegerla. Juan, el amado de Cristo, escribió una carta hacia fines del siglo i porque estaban engañando a los creyentes. Les escribió sobre la luz y las tinieblas, la verdad y el error, la justicia y la iniquidad, la vida y la muerte. En 1 Juan 1:5-10, él expresa que podemos estar seguros de que conocemos a Dios si lo obedecemos. Podemos afirmar que lo amamos, pero si aborrecemos a alguien o lo consideramos «inferior», somos mentirosos. Podemos decir que lo amamos, pero si nos inclinamos ante algo que no sea Dios para satisfacer nuestra hambre, ingerimos toxinas para nuestras almas. Podemos decir que amamos a Dios, pero si consideramos inferiores a las víctimas de abuso o a las personas de otra raza o etnia, dejamos en claro que somos mentirosos y que la verdad no está en nosotros. Estamos engañados. Juan añade que no debemos amar al mundo ni a las cosas del mundo. No debemos entregarnos a alcanzar el éxito que se mide por resultados terrenales, incluso en el contexto de la iglesia. Nos debe gobernar el amor y la obediencia a Jesucristo sin importar el resultado. Juan menciona los deseos de cosas materiales como las riquezas, las propiedades y los números. Habla del anhelo de lo que vemos o imaginamos en el futuro, de lo tangible. Por último, menciona el orgullo que tenemos por nuestros logros o posiciones. Juan señala que el amor por el estatus y las cosas externas y terrenales es un indicador de que el amor del Padre no habita en nosotros. Estas son las cosas que nos seducen con tanta facilidad, incluso en la cristiandad. Como pueblo de Dios, somos susceptibles de ser engañados por lo que vemos, lo que anhelamos y lo que llamamos bueno. Somos demasiado generosos con la confianza que nos tenemos y estamos dispuestos a darnos el beneficio de la duda. Comenzamos por etiquetar las cosas de forma incorrecta. Eva lo hizo. Cuando se le preguntó sobre el árbol, ella dijo que si comían de él o lo tocaban, seguramente morirían. Dios no había dicho nada sobre tocar el árbol. En esa afirmación, ella ya había abandonado la verdad por el engaño. Había tomado lo que Dios había dicho y le había añadido algo. A menudo, les cambiamos el nombre a las cosas cuando les agregamos algo que Dios nunca quiso. Tergiversamos la Palabra de Dios añadiéndole cosas. Decimos que el amor de Dios requiere una lista de reglas y que si no las seguimos, lo desobedecemos. Jesús les habló con dureza a los fariseos por hacer exactamente eso. «Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mat. 23:4, RVR1995). Les decimos a las víctimas de abusos atroces y que han alterado sus vidas que simplemente perdonen y olviden. El perdón de cualquier mal, especialmente de uno que destruye la vida de una persona, nunca incluye la simple tarea de «solo hágalo». Nuestras mentes tampoco olvidan. Es de esperar que el tiempo y el esfuerzo, y algún grado de sanidad, puedan modificar nuestra relación con esos recuerdos. Pero ¿olvidar? ¿Quién olvida haber sido violado o que sus huesos hayan sido aplastados por aquél al que llama marido o haber sido vendido por aquel al que llama papá? Es fácil tergiversar la verdad de Dios antenosotros mismos y ante los demás. Eva se lo hizo a sí misma, y después compartió su engaño con Adán, y él también se engañó a sí mismo. Nos convencemos a nosotros mismos, y a veces a otros, de que estamos haciendo el bien cuando no es así. Los hacemos partícipes de nuestros engaños. Así nos sentimos validados en nuestras decisiones. Sin embargo, faltaba una voz significativa en estas decisiones. El profeta Jeremías cita a Dios: «… Por causa del engaño rehúsan conocerme…» (Jer. 9:6, NBLA). ¿No es lo mismo que hicieron Adán y Eva: ignorar la voz de Dios? ¿No es lo que hacemos nosotros? Autorizamos el uso fraudulento de millones de dólares «para Dios» sin preocuparnos por aquellos a quienes les mentimos. Toleramos la intimidación en la dirección de una organización «cristiana» porque «así es esa persona». Protegemos a un líder juvenil talentoso porque la cantidad de personas está aumentando, a pesar de que varios se presentaron y hablaron de los abusos de forma vacilante. Les decimos a los niños y niñas que el pastor, el instructor o el líder de la familia de la iglesia no pudo haber tenido una intención sexual. Al pasar por alto lo que nos hace daño, nosotros, como los israelitas, nos negamos a reconocer a Dios. En vez de buscar la voz de Dios cuando nos sentimos atraídos hacia el engaño, aceptamos ser engañados por una «buena» causa y le añadimos el nombre de Dios. Jeremías dijo: «Más engañoso que todo es el corazón, Y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?» (17:9, NBLA). Si toda la fuerza de esta afirmación nos impactara, tendríamos miedo de salir de la cama. La palabra hebrea que se usa para hablar del engaño incluye significados como «insidioso», «astuto» y «poco confiable». Estas definiciones me llamaron la atención después de un viaje a Ruanda. Los niveles de engaño y el abuso total del poder en cualquier genocidio son estremecedores, pero en este caso, la iglesia de Ruanda fue lamentablemente cómplice del genocidio que se cobró la vida de unas ochocientas mil personas. La iglesia quería pureza, pero la búsqueda de ese tipo de «pureza» significaba desobedecer a Dios de manera flagrante y odiosa. La iglesia compró el engaño de que algunos ruandeses eran impuros y, por lo tanto, debían ser erradicados. El engaño condujo a los que se llamaban a sí mismos el pueblo de Dios a aplastar, deshumanizar y destruir a los seres humanos creados a semejanza de Dios. Él los había llamado a ser luz en el mundo y a exponer las obras de las tinieblas. En cambio, ellos se perdieron en esas tinieblas y utilizaron las Escrituras para «santificarlas». El proceso del engaño Aunque el fruto del engaño puede ser bastante evidente, el engaño, por su naturaleza, es a menudo difícil de ver. Lo experimentamos cuando alguien a quien veneramos es expuesto por años de abuso sexual o fraude. Pensábamos que ante nosotros estaba una persona honesta y buena, y no vimos las señales en el rastro de la evidencia perceptible. ¿Cómo sucede algo así y por qué es tan difícil de ver? Y cuando sale a la luz, ¿por qué estamos tan decididos a negar la verdad y así engañarnos a nosotros mismos? El engaño empieza con uno mismo, no con los demás. Así sucedió con Satanás. Se engañó a sí mismo al pensar que podía y debía ser como el Altísimo. Ahora trabaja para engañarnos, y nuestros corazones falaces están dispuestos a asociarse con él en esta tarea. Encontramos formas de decirnos cosas que no son ciertas para creerlas y actuar en consecuencia, y así, evitar conflictos internos. «Necesito sacar una buena nota en este examen. Si no lo hago, no aprobaré el examen ni el curso. No puedo desaprobar porque mis padres se sacrificaron para que vaya a esta escuela. Se enojarán y se avergonzarán de mí. Me voy a copiar solo esta vez por el bien de mis padres». Esa línea de pensamiento es una réplica de lo que sucedió en el huerto. Haré esto por un buen propósito; por lo tanto, es bueno. Comeré de este fruto para ser igual a Dios. Dios quiere que me asemeje a Él. Me convencí, mediante el engaño, de que hacer el mal está bien. He adormecido cualquier sentimiento de miedo o culpa al engañarme a mí mismo y al llamar bien al mal. Las mentiras más eficaces son las que contienen algo de verdad. He trabajado con personas durante muchos años y he visto este patrón reiteradamente. La gente se inocula a sí misma con un pensamiento bueno para poder justificar el mal que está a punto de elegir, un mecanismo común entre los seres humanos caídos. Piense en esta descripción del engaño en relación con situaciones en su propio mundo que incluyan abuso sexual, violencia doméstica, malversación de fondos, infidelidad y diversas adicciones. Considere también que cuando una persona se alimenta de la afirmación o del éxito, o exige que los demás estén de acuerdo con ella, aparecen otros engaños similares, aunque pueden ser comportamientos menos evidentes. La tentación aparece, se suma el autoengaño o la ilusión, se llama bueno a lo malo o, al menos, se lo justifica y, con el tiempo, la elección se vuelve costumbre y el prisionero queda atrapado, participando de forma activa y acercándose a la muerte. Cada vez que llamamos verdad a una mentira, dañamos nuestra capacidad de emitir juicios morales. Un personaje de The Thicket [El matorral], de Joe R. Lansdale, dice: «Hasta cierto punto, encuentro el pecado como el café. Cuando era joven, lo probé por primera vez y me pareció amargo y desagradable, pero luego me empezó a gustar cuando le agregaba un poco de leche y luego me empezó a gustar solo». El pecado es así. Se endulza un poco con mentiras, y luego uno puede beberlo directamente.¹ Cuando sale a la luz así, el engaño suena repugnante, y hasta horroroso, pero aparece en nuestros ministerios y en nuestras vidas de forma sutil, a veces incluso en bonitos paquetes. El engaño puede esconderse fácilmente bajo la superficie de un alto puesto, un gran conocimiento teológico, una habilidad verbal impresionante y un excelente desempeño. De hecho, esas son herramientas del poder que permiten a las personas vivir de manera engañosa y ocultar el hecho de que lo están haciendo. Esos factores externos se convierten en un motivo de engaño. Si el enemigo de nuestras almas puede parecerse a un ángel de luz, desde luego que un ser humano malvado, que, en realidad, lo está imitando, puede parecer bien vestido, elocuente en la teología y hermoso al ojo humano. Como escribí en un libro anterior, Suffering and the Heart of God [El sufrimiento y el corazón de Dios]: «El autoengaño funciona como un narcótico que nos protege de ver o de sentir lo que es doloroso para nosotros».² Es fácil abusar de un narcótico que reduce el dolor. Con el tiempo, nuestra capacidad para soportar el dolor, trabajar en él o encontrar formas saludables de aliviarlo disminuye y dependemos cada vez más del narcótico para sobrellevarlo. La crisis de opioides en Estados Unidos es un ejemplo sorprendente de esta dinámica. Al igual que los opioides, el engaño bloquea el dolor, nos ayuda a relajarnos y a calmarnos porque, mediante él, «arreglamos» lo que nos angustiaba. Además, nos volvemos buenos en lo que practicamos. Cuanta más práctica tenemos en algo, más capaces somos de hacerlo sin pensar de manera consciente. Se convierte en un hábito y podemos hacerlo mientras pensamos en otras cosas. Eso funciona muy bien para atarse los zapatos; es aterrador cuando se trata de engañarnos a nosotros mismos y a los demás. Jeremías afirma, en esencia, que nuestro engaño nos engaña. Al igual que con un narcótico físico, cuanto más reiteradamente utilizamos el engaño, más débil es nuestra capacidad de resistencia. Una y otra vez, nuestro juicio se ve sesgado por las mentiras hasta que el engaño se convierte en un hábito y el poder de reconocer y elegir lo que es bueno muere. Esto es lo que sucede con alguien que ha abusado sexualmente de niños. Si alguna vez esa persona se sintió atormentada con respecto a sus acciones, hace tiempo que ese tormento murió. Howard Thurman lo explica de esta manera:
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