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Introducción_al_Método_Teológico,_Verbo_Divino,_Navarra_1998_WICKS

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INTRODUCCION AL
METODO
TEOLOGICO^ (■ ^ v ," i.
Jared Wicks
INTRODUCCIÓN
AL
MÉTODO
TEOLÓGICO
EDITORIAL VERBO DIVINO
Avda. de Pamplona, 41 
31200 ESTELLA (Navarra) 
1998
Título original: Introduction to the Theological Method. Traducción: José Pedro 
Tosaus Abadía.
Cubiertas: Horixe Diseño, Pamplona.
© Edizione Piemme S. p. A, 1994. © Editorial Verbo Divino, 1996. Es pro­
piedad. Printed in Spain. Fotocomposición: Asterisco. Impresión: Gráficas 
Lizarra, Estella (Navarra).
Depósito Legal: NA-2.216-1997 
ISBN: 84-7151-965-8
Abreviaturas
DS
DTF
N D
AG
DV
GS
LG
OT
UR
Heinrich Denzinger y Adolph Schónmetzer, eds., Encbiridion symbolo- 
rum, definitionum et declaraúonum de rebus fidei et morum, 34a ed. 
(Barcelona 1967). Las citas hacen referencia al número de párrafo.
René Latourelle y Riño Fisichella, eds., Diccionario de Teología Fun­
damental (San Pablo, Madrid 1992). En francés (Montreal y París 
1992); en inglés (Crossroad Publishers, Nueva. York).
Joseph Neuner y Jacques Dupuis, eds., The Christian Faith in the 
Doctrinal Documents o f the Catholic Church, 5a edición revisada y 
ampliada (Bangalore y Londres 1991). Las citas hacen referencia al 
número de párrafo.
Documentos del concilio Vaticano II
Adgentes. Decreto sobre la acávidad misionera de la Iglesia.
Dei verbum. Constitución dogmática sobre la revelación divina. 
Gaudium et spes. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo 
actual.
Lumen gentium. Consdtución dogmática sobre la Iglesia.
Optatam totius. Decreto sobre la formación sacerdotal.
Unitatis redintegratio. Decreto sobre ecumenismo.
Introducción
T e o l o g ía e n c o m p a ñ ía - R e v e l a c ió n e n c o m u n ió n
Esta obra está destinada, en primer lugar, a quienes 
inician la búsqueda teológica. Habla de la vida que es la 
teología, especialmente poniendo a los lectores en una 
notable compañía. En ella incluimos a cristianos de los 
primeros tiempos, como Ireneo de Lyón, Orígenes de 
Alejandría y Agustín de Hipona, y, más tarde, a Tom ás de 
Aquino y a su menos conocido hermano dominico M el­
chor Cano.
En estas páginas hablarán repetidamente los obispos del 
concilio Vaticano II, y hay una presencia callada pero in­
fluyente de teólogos recientes como Yves Congar y Henri 
de Lubac. Estos fueron exploradores de avanzadilla de la 
teología católica en la senda del ressourcement (es decir, el 
descubrimiento, en la Escritura y los Padres, de nuevas in­
tuiciones que pasan a controlar la reformulación de la he­
rencia doctrinal).
Esta obra invita a unirse al gremio de los teólogos con­
virtiendo en familiares las figuras clásicas e invitando a 
compartir el deseo de prolongar el proyecto teológico hasta 
el siglo XXI.
8 INTRODUCCIÓN
Las páginas que siguen están también escritas teniendo 
en cuenta el reciente cambio en la forma de comprender la 
revelación divina, que la fe acepta y la teología intenta pe­
netrar y explicar.
Es cierto que el lenguaje popular llama a menudo “revela­
ciones” a ciertas manifestaciones misteriosas de secretos de 
los cuales no se tenía conocimiento previo. “Revelaciones” 
como éstas pueden producirse mediante una voz interior que 
desvela una forma de sabiduría incomprensible para los 
mortales ordinarios. Pero la teología occidental no ha traba­
jado a partir de la información suministrada por visionarios 
que transmiten el saber “revelado” en sus almas.
Lo que ha prevalecido, más bien, es la revelación vista 
como instrucción sobrenatural de Dios, mediante portavo­
ces públicamente conocidos y acreditados, por los cuales 
Dios nos informa sobre sí mismo y su llamada universal a la 
Humanidad. Dicha revelación muestra a la mente sumisa el 
camino para llegar a Dios a través de su Iglesia.
Esta noción docente de la palabra de Dios fue expresada 
cuidadosamente por el concilio Vaticano I en 1870 y por 
innumerables manuales de teología durante los 90 años si­
guientes. Pero hoy no basta. El énfasis puesto en el cono­
cimiento revelado y en la autoridad de su fuente y sus por­
tadores, hace que la fe, situada en la mente sumisa, se 
reduzca a comprender conocimientos sobrenaturales.
En la actualidad, prevalece una concepción más global 
de la palabra de Dios, pues Dios habla de forma creativa y 
redentora. La Escritura relata cómo Dios habló con hom­
bres y mujeres como amigo. Su palabra saca a los indivi­
duos de su aislamiento, especialmente introduciéndolos en 
el grupo de discípulos que comparten la vida de Jesús de 
Nazaret. En una palabra, la revelación crea comunión, 
tanto entre quienes llegan a compartir una visión común 
como entre el Dios que revela y los creyentes.
INTRODUCCIÓN 9
Esto se dice a menudo en los documentos del Vaticano 
II y se resume en Dei Verbum, n° 2.
La culminación de la revelación no es la instrucción, si­
no la comunión de vida con Dios en la que la palabra divi­
na introduce a los creyentes.
Su propósito es “que todos tengan acceso al Padre por 
Cristo, la Palabra hecha carne, con el Espíritu Santo” (DV 
2). Jesús es el supremo revelador, porque introduce a sus 
seguidores en una relación nueva con su Padre en el Espí­
ritu de ambos. La comprensión nueva aparece, pero, antes 
de que la mente acepte doctrinas como verdaderas, el cora­
zón da su “sí” gozoso al don que Dios hace de sí mismo en 
la vida que da a compartir '.
Después del Vaticano II, la teología ya no se limita a re­
petir de forma más sistemática las doctrinas reveladas 
transmitidas en la Escritura y en las definiciones dogmáticas 
de concilios y papas. Sin duda hay una doctrina desarrolla­
da de la fe, pero la teología se propone investigar los fun­
damentos de esta doctrina en las experiencias originales y 
originantes de los creyentes de Israel y del círculo de los se­
guidores de Jesús.
Sus testimonios sobre el don que Dios hace de la comu­
nión con él mismo son temas privilegiados. La teología in­
tenta formular la doctrina de un modo ordenado, pero el 
esquema sistemático que elabora tiene o no valor en la me­
dida en que guía a los creyentes hasta una comunión más 
plena con Dios. 1
1 La noción cambiante de revelación la trata M. SECKLER, “Dei verbum re- 
ligiose audiens: Wandlungen im chrisdichen Offenbarungsverstándnis”, en J. J. 
PETUCHOWSKI y W. STROLZ, eds., Offenbarung im jüdischen und chrisdichen 
Gbuhensverstananis, Friburgo 1981, pp. 214-236. Una exposición más breve, 
también de M. SECKLER, se encuentra en W. KERN y otros, eds., Corso di teob- 
gia fondamentak, 2, Trattato stdla rivelazione, Brescia 1990, pp. 68-74.
10 INTRODUCCIÓN
La formulación de un sistema coherente, construido con 
un mejor conocimiento de las fuentes teológicas, se debe 
relacionar también con la misión evangelizadora y pastoral 
de la Iglesia. Las teologías sistemáticas contemporáneas se 
valoran según su capacidad para hacer más intensa la pro­
clamación cristiana en las grandes regiones socio-culturales 
del mundo. Los teólogos leen las fuentes y elaboran sus sis­
temas en contextos culturales concretos. Sus explicaciones 
deben indicar formas cristianas de vida, culto y enseñanza 
que correspondan a su cultura. La teología está al servicio 
de tal inculturación de nuestra fe común, la fe en que Dios 
nos ofrece una nueva v id a2.
La comunión con Dios sigue siendo la perla de gran 
valor que la teología guarda como un tesoro. N os ocupa­
mos de un depositum fidei apostólico, pero conscientes del 
depositum vitae que lo envuelve permanentemente y que 
puede fomentar hoy la comunión de vida con Dios.
La teología no es un saber gnóstico ni versa únicamente 
acerca de doctrinas reveladas. Concierne a la vida y utiliza 
testimonios que son manantiales probados de vida. Las 
fuentes bíblicas y eclesiales atestiguan esta vida que ha en­
trado de una vez para siempre en nuestra historia. Al escu­
char dichos testimonios, somos llamados a la comunión go­
zosa con los testigos y con Dios mismo (cf. 1 Jn 1,1-4).
2 Esta consideración se apoya en la llamada del Vaticano II a un diálogo 
con lasculturas como parte de la actividad misionera de la Iglesia (AG 22). 
Este texto puede parecer dirigido a los teólogos africanos o asiáticos, pero 
también es importante para los que trabajan en Europa y América.
I
La teología en la Historia y en la Iglesia
Este capítulo inicial ha de establecer el principio básico 
que organiza el método teológico. Pero, primero, vamos a 
empezar examinando algunos ejemplos sugestivos de cómo 
se ha practicado la teología en el pasado cristiano (sección 
1.1.). En segundo lugar, escucharemos una serie de líneas 
directrices actuales, apropiadas para los teólogos católicos 
(1.2.). Después, como principio básico, expondremos las 
dos fases que dan una organización fundamental a toda ela­
boración teológica, a saber, el trabajo de escuchar lo que di­
cen las fuentes y de explicar el significado captado con tal 
escucha (1.3.). Pero esta aproximación al método teológico 
comienza con una reflexión introductoria sobre la meta de 
la teología.
Teología y significado
La pasión del teólogo es el significado. Por vocación, un 
teólogo investiga el sentido de lo que ha sido dado a los 
creyentes. En última instancia, la teología versa sobre el 
significado de la palabra de Dios dirigida a todos los seres 
humanos, una palabra que los creyentes aceptan y (con va­
riada suerte) intentan vivir. Así pues, el teólogo es un in­
12 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
vestigador del significado de la palabra de Dios y de la vida 
de fe.
Las cuestiones teológicas conciernen al sentido de lo que 
Dios ha revelado de sí mismo al invitar amorosamente a los 
creyentes a una comunión de vida con él (D V 2). Los teó­
logos están al servicio de los creyentes, como investigadorés 
del auto-desvelamiento de Dios, que éste culminó en Jesu­
cristo, y como comunicadores del sentido y trascendencia 
de la nueva vida que engendra la palabra de Dios. En la 
historia del cristianismo, la búsqueda teológica ha adoptado 
formas distintos y ha seguido métodos completamente dife­
rentes.
Los teólogos han trabajado en contextos culturales no­
tablemente diversos, tales como el Imperio romano (antes y 
después de Constantino), la cristiandad occidental medie­
val, la incipiente Europa moderna (dividida por el protes­
tantismo y la contrarreforma católica) y nuestra propia era 
secularizada (“nueva evangelización” y diálogo con las cul­
turas del mundo). Igual que ha cambiado el contexto del 
trabajo teológico, también la forma de la búsqueda teológi­
ca se ha visto modificada según las diferentes prioridades. 
Por tanto, en este capítulo, analizaremos en primer lugar 
cómo han entendido la búsqueda teológica algunas figuras 
importantes que nos han precedido.
l . l . T e o l o g ía c o n d if e r e n t e s f o r m a s h is t ó r ic a s
N o pretendemos estudiar aquí la historia de la teología 
cristiana L En lugar de eso, vamos a analizar algunos ejem- 1
1 Entre las obras que estudian las épocas sucesivas de la teología crisdana, la 
exposición clásica es la de Y. CONGAR en su artículo “Théologie”, en el Diction-
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 13
píos de la búsqueda teológica de significado. El objetivo no 
es ser exhaustivos, sino presentar varios “proyectos teológi­
cos”, a fin de ampliar nuestros propios horizontes fijándonos 
atentamente en cómo han afrontado otros la tarea teológica.
Dos Padres primitivos: Ireneo y Orígenes
Una obra de consulta teológica llama a san Ireneo de 
Lyón “el primer gran teólogo católico” 2. Ireneo escribió las 
dos obras que de él nos han llegado, Advenus Haereses y La 
demostración de la predicación apostólica, en las últimas dé­
cadas del segundo siglo cristiano, cuando la persecución 
amenazaba a la Iglesia desde el exterior y la confusión doc­
trinal se desencadenaba en el interior. Ireneo elaboró una 
alternativa coherente y bien fundamentada a las especula­
ciones doctrinales de maestros “gnósticos” cristianos como 
Valentín y Basílides. Largos pasajes de su Adversas Haereses 
recogen las enseñanzas sobre Dios, la creación y la reden­
ción, que estos maestros afirmaban haber recibido como 
conocimiento salvador (gnosis) de una transmisión oral que 
se remontaba a conversaciones con Jesús resucitado no re­
cogidas en los evangelios canónicos.
Contra las doctrinas que, según los gnósticos, habían si­
do reveladas sólo a unos pocos selectos, Ireneo afirmaba
naire de Théolone catholique, vol. 15 (1946), cois. 341-447; traducido como A 
History ofTheology, Garden City, Nueva York 1968. Estudios más recientes son 
los cinco volúmenes de J. PELIKAN, The Christian Tradition, Chicago 1971- 
1989, y la Historia de la teología cristiana, en dos volúmenes, de E. VlLANOVA, 
Barcelona 1987-1989. Se ha empezado una nueva historia con A. DI BE- 
RARDINO y B. STUDER, eds., Storia delta Teología, vol. 1, Epoca patrística, Cá­
sale Monferrato 1992. Una exposición más sucinta es la de C. ROCCHETTA, en 
La teología tra rivelazione e storia, Bolonia 1985, pp. 13-159.
2 Oxford Dictionary ofthe Christian Church, 2a edición, ed. F. L. CROSS y 
E. A. L iv in g s t o n e , Oxford 1974, p. 713.
14 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
enérgicamente lo que se enseñaba abiertamente y desde el 
principio como “regla de la verdad” en las Iglesias fundadas 
por los apóstoles originales de Je sú s3. Esta tradición doctri­
nal de las Iglesias apostólicas puede resumirse en tres artí­
culos fundamentales de fe en Dios Padre Creador, en el 
Hijo Redentor, y en el Espíritu Santo que santifica y revela 
el plan de salvación. Mientras que los diferentes gnósticos a 
menudo propagan sus ideas en medio de discordias, la fe de 
la Iglesia es un asunto de consenso universal, y en eso preci­
samente radica su poder básico de convicción.
“La Iglesia, habiendo recibido esta predicación y esta fe, 
aunque dispersa por todo el mundo, la conserva, sin embargo, 
cuidadosamente, como si ocupara una sola casa. Cree estos 
puntos de doctrina, como si tuviera una sola alma y un solo y 
único corazón, y los proclama, enseña y transmite en perfecta 
armonía, como si poseyera una sola boca. Aunque las lenguas 
del mundo son diferentes, el significado de la tradición, sin em­
bargo, es uno solo... Igual que el sol... es uno solo en todo el 
mundo, así también la predicación de la verdad resplandece en 
todas partes e ilumina a todo el pueblo dispuesto a venir al co­
nocimiento de la verdad. Y ninguno de los dirigentes de las Igle­
sias enseñará doctrinas diferentes de éstas, tenga las dotes de elo­
cuencia que tenga” 4.
Ireneo se daba cuenta de que su apelación a la tradición 
parecía imponer un peso muerto a la mente humana. Por 
eso explicaba a continuación que, dentro de la casa de la fe, 
hay espacio suficiente para ejercitar una mente penetrante y
3 En el libro III, cap. 3, de Adversas Haereses, IRENEO atribuía una validez 
especial y universal a la regla doctrinal de una Iglesia, a saber, “esa tradición 
derivada de los apóstoles, de la muy grande, muy antigua y universalmente 
conocida Iglesia fundada y organizada en Roma por los dos gloriosos apósto­
les Pedro y Pablo”. Ante-Nicene Fathers, vol. 1, p. 415-
* Adversus Haereses, I, 10,2; Ante-Nicene Fathers, vol. 1, p. 331.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 15
reflexiva. La predicación fundamental, una vez aceptada y 
profesada, se abre en toda su amplitud a la exploración y la 
investigación.
“Uno puede sacar a la luz el significado de las cosas dichas 
en parábolas y acomodarlas al esquema único de la fe; y explicar 
la obra y designio de Dios vinculada con la salvación humana; 
... y encender por qué razón Dios, aunque invisible, se mani­
festó a los profetas bajo una forma, pero de modo diferente a 
diferentes individuos; y demostrar por qué fue que se dieron al 
género humano más de una alianza; y enseñar cuál era el carác­
ter especial de cada una de estas alianzas; y descubrir por qué ra­
zón ‘Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para tener 
misericordia con todos’(Rm 11,32); y describir con gratitud 
por qué razón la Palabra de Dios se hizo carne y padeció; y re­
latar por qué la venida del Hijo de Dios tuvo lugar en estos úl­
timos tiempos, y no al principio; y exponer lo que se contiene 
en las Escrituras concerniente al fin y a las cosas por venir” 5 * * * * lo.
Para Ireneo, la teología es una actividad intelectual si­
tuada dentro de las coordenadas del “esquema único de la 
fe”, tal y como se enseña en la Iglesia. El teólogo explora la 
revelación permaneciendo siempre atento a lo que procede 
de los apóstoles y lo que ha recibido en su corazón como 
contenido y estructura de la fe.
Si Ireneo es el primer gran exponente de la teología vin­
culada a la tradición de la Iglesia, Orígenes de Alejandría es 
su homólogo, debido a su orientación respecto al texto de la 
Escritura. Este maestro de la primera mitad del siglo tercero
5 Adversus Haereses, I, 10,3; Ante-Nicene Fathers, 1,331. En total, Ireneo
enumera unos quince temas en los que la teología debería investigar los (al pare­
cer, inescrutables) caminos de. Dios. Un pasaje posterior, II, 25-28, subraya que
la teología se deriva, no de teorías elaboradas a partir de interpretaciones fanta­
siosas de números y símbolos, sino de la palabra de Dios y del estudio diario de
lo que ha sido revelado. Véanse especialmente II, 25,3 y 27,1.
16 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
sostenía que, puesto que los textos bíblicos estaban inspira­
dos, se debían interpretar atendiendo a su significado “espi­
ritual”, esto es, a io que el Espíritu inspirador pretende de­
cir en ellos y por ellos.
Según Orígenes, todo creyente admite que la Escritura 
desvela “ciertos misteriosos designios” mediante formas y 
figuras escogidas por el Espíritu para transmitir verdades 
religiosas más hondas.
Un ser humano se compone de cuerpo, alma y espíritu, 
como indica Pablo (1 T s 5,23), y, de modo parecido, Orí­
genes veía en la Biblia una estructura tripartita de significa­
do. El “cuerpo” es el significado superficial de la narración 
bíblica; el “alma” es la instrucción impartida a quienes van 
avanzando en la vida de fe; el “espíritu” es la sabiduría es­
condida de los caminos de Dios, sobre los que ahora, y 
hasta que todo se revele finalmente en el cielo, se ofrecen 
indicios 6.
Convencido de la inspiración bíblica, Orígenes se acer­
caba a su trabajo de interpretación seguro de encontrar ins­
trucción en textos que a primera vista prometían poco. El 
libro de Números, en el capítulo 33, parece ser sólo una 
lista de los desconocidos oasis que sirvieron a los israelitas 
de lugar de acampada en su viaje de Egipto al Sinaí y, más 
allá, hasta la ribera del Jordán frente a Canaán. Pero, para 
Orígenes, en Números 33 hay mucho más. Primero, señala 
que el viaje de Israel fue realizado en cuarenta y dos etapas, 4
4 Véanse los tres primeros capítulos del libro IV de Sobre los primeros 
principios, de ORÍGENES, en el volumen origeneano editado por R. A. GREER 
en la colección Paulist The Classics o f Western Spirituality, Nueva York 1979, 
pp. 171-205. En mitad de este pasaje, Orígenes habla de modo parecido a 
Ireneo, señalando que la comprensión de la Escritura debe estar controlada 
por la regla de fe de la Iglesia, recibida de los apóstoles (p. 180). El prefacio 
del conjunto de la obra había expuesto los principios fundamentales de esa 
tradición doctrinal.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 17
un hecho que prefigura oscuramente las cuarenta y dos ge­
neraciones enumeradas en Mateo 1 entre Abraham y Jesús 
el Mesías. Todavía más atractiva es la simetría entre el viaje 
de Israel a la tierra prometida y el progreso del alma en esta 
vida, sometida a la instrucción por la ley de Dios y puesta a 
prueba por la tentación, a medida que crece hacia una 
unión más profunda con Dios 7.
En Ireneo y Orígenes, por tanto, encontramos dos esti­
los diferentes de hacer teología cristiana. Ambos eran bus­
cadores de significado que trabajaban para formular y co­
municar lo que Dios ha desvelado de sí mismo y de su 
proyecto de salvar al hombre. Al extraer el contenido y es­
tructura del “esquema único de la fe” enseñado en las Igle­
sias apostólicas, Ireneo preguntaba: ¿cuál es, pues, el sentido 
de la tradición?, ¿cómo se compaginan las alianzas?, ¿qué 
podemos decir sobre las venidas (pasada, presente y futura) 
de Cristo? Ireneo parte del contenido singular de la fe bási­
ca y pasa después a analizar numerosos textos de la Escritu­
ra, para investigar el porqué y el cómo de las relaciones de 
Dios con el género humano.
Orígenes de Alejandría estaba convencido de que el Es­
píritu Santo había preparado en la Escritura un enorme y 
fecundo cúmulo de significado. Se acercaba a cada texto bí­
blico con la seguridad de que el Espíritu Santo hablaba allí 
a los creyentes sobre Jesús y sobre sus vidas en el Señor. 
Aunque hay partes de la interpretación espiritual de Oríge­
nes que hoy nos resultan forzadas y fantasiosas, su convic­
ción fundamental se puede compartir: en la Biblia, Dios da 
sabiduría y consejo en abundancia. Basta que el teólogo 
interprete correctamente la palabra escrita para que los cre- 
yenten se enriquezcan profundamente.
' ORÍGENES, “Homilía XXVII sobre Números”, ed. R. A. GREER, en la 
edición paulista de Classics, pp. 245-269.
18 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
Estas dos orientaciones fundamentales, una hacia la tra­
dición y la otra hacia la Escritura, son básicas en la teología 
cristiana. Por tanto, las sucesivas partes de este libro expli­
carán cómo trabaja el teólogo con el texto canónico e inspi­
rado de la Escritura (capítulo 2) y el modo en que la teolo­
gía interactúa con la tradición continua de la Iglesia; 
(capítulo 3).
La teología al comienzo de la Edad Moderna:
Lutero y Cano
Mientras que Ireneo y Orígenes ejemplifican orienta­
ciones hacia las diferentes fuentes de la teología, nuestros 
dos próximos ejemplos muestran cómo la teología adopta 
diferentes formas de concentración y diferentes grados de 
coherencia. En el siglo XVI, Martín Lutero expresó el ideal 
de una intensa concentración teológica en una sola verdad 
central, mientras que el influyente metodólogo dominico 
Melchor Cano expuso el ideal de una atención, de exten­
sión panorámica, a un notable número de fuentes teológi­
cas.
Lutero es famoso por su polémica contra los principios 
básicos de la tradición católica y por su principio de sola 
Scriptura. Pero en Lutero hay algo más. Hoy, investigadores 
católicos están realizando un acercamiento ecuménico a 
muchos aspectos de su enseñanza positiva 8. Ahora vamos a 
ocuparnos de las observaciones de Lutero sobre el modo co­
rrecto de hacer teología. Sabemos que Lutero tuvo un im­
pacto en numerosos creyentes y que su obra cambió el cur­
8 Los estudios mismos del autor están reunidos en Luther‘s Reform. Stu- 
dies in Conversión and the Church, Maguncia 1992. Una presentación más 
concisa es Luther and His Spiritual Legacy, Wilmington, Delaware 1983, es­
pecialmente el capítulo 7.
1. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 19
so de la Historia. Vamos a preguntarnos acerca de la orien­
tación básica y el enfoque que Lutero dio a su trabajo.
Una razón de la fuerza de la enseñanza de Lutero es el 
modo en que se remite constantemente a una sola verdad bá­
sica. Lutero aprendió de san Pablo que sin Cristo estamos 
atrapados irremediablemente en el pecado y la culpa. Pero en 
Cristo se recibe el perdón, la justificación ante Dios y nueva 
libertad. Lutero atribuía una importancia extraordinaria a la 
justificación, tanto en sí misma como en cuanto principio 
que se ha de aplicar al tratar otras cuestiones teológicas.
En sus Lecciones sobre Gdlatas (impartidas en 1531, im­
presas en 1535), Lutero sostenía que quien pierde la verda­
dera doctrina de la justificación gratuita pierde con ello to­
da la doctrina cristiana, pues la justificación és el caput et 
summa de toda la doctrina cristiana 9. Lutero reverenciaría 
al papa y toleraríatodos los abusos romanos, tan sólo con 
que la otra parte admitiera que Dios nos justifica única­
mente por su gracia a través de Cristo 10.
El teólogo debe centrarse en los temas que componen la 
doctrina de la justificación. Esa es la lente para ver a Dios y 
al género humano de un modo auténticamente teológico.
"Por tanto, que ninguno medite sobre la divina majestad y 
lo que Dios ha hecho y lo poderoso que es; ni considere a un ser 
humano como señor de bienes, como lo es un abogado, o de su 
salud, como lo es un médico. Sino considere pecadores a los se­
res humanos. El verdadero tema de la teología es el hombre reo 
de pecado y condenado, y el Dios justificador y salvador del 
hombre pecador. Todo lo que se pregunte y estudie en teología 
fuera de este tema es error y ponzoña. Toda la Escritura apunta
’ Martin Luthers Werke, Kritische Gesamtausgabe, Weimar 1883-..., vol. 
40/1, pp. 48, 49 y 441. También, vol. 39/1, p. 489. En inglés: Luther’s 
Works, St. Louis y Philadelphia 1955-..., vol. 26, pp. 9, 10 y 282s.
10 Werke, vol. 40/1, p. 181; Works, vol. 26, p. 99.
20 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
a esto: que Dios nos entrega su benevolencia amorosa y en su 
Hijo restablece en justicia y vida la naturaleza que ha caído en el 
pecado y la condenación” n .
La teología encuentra en el drama del pecado y la gracia 
el auténtico corazón de la Biblia. En el amplio campo de las 
cuestiones doctrinales y éticas, el punto de referencia cons­
tante, la estrella Polar, es la acción de Dios para salvar a los 
seres humanos mediante el inmerecido don de la justifica­
ción y la vida nueva.
Para Lutero, la teología descansa en la experiencia del 
pecado y el perdón, de la muerte y la vida. En 1531, du­
rante una comida, llegó hasta el punto de hacer la siguiente 
observación: “La experiencia sola hace a un teólogo” * 12. Esto 
no reduce la explicación teológica únicamente a lo que uno 
ha sentido, ni convierte la experiencia personal de uno en 
norma o criterio de verdad. Cuando Lutero daba instruc­
ción, como en su Gran Catecismo de 1529, explicaba las 
partes tradicionales: los mandamientos, el credo, el padre­
nuestro y los sacramentos. Pero los términos sabidos adqui­
rieron nueva frescura y vigor gracias a lo que Lutero había 
vivido personalmente en el encuentro con la acción divina 
misericordiosa de salvar a las criaturas humanas, que de 
otro modo se hubieran perdido.
" D e la exposición de Lutero del salmo 51, el Miserere, impartida en 
forma de clases en 1532, impresa en 1538. La traducción está adaptada de 
Lutber’s Works, vol. 12, p. 371. El original latino en Werke, vol. 40/2, p. 
327s, incluye esta declaración definitoria sobre la teología: Theologiae pro- 
prium subiectum est homo peccati reus ac perditus et Deus iustificans ac salvator 
hominispeccatoris (p. 328).
12 Sola experientia facit theologum. Werke, Tischreden, vol. 1, p. 16. El 
tipo de experiencia en que pensaba Lutero era el de la oración, la medita­
ción y la lucha con la tentación. Con ello, explicaba en 1539, uno se con­
vierte propiamente en teólogo. Werke, vol. 50, pp. 658-660; Works, vol. 
34, pp. 285-287.
I. LA TEOLOGIA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 21
La Iglesia católica formuló su respuesta oficial al desafío 
planteado por Lutero y a las reformas protestantes en los 
decretos promulgados por el concilio de Trento (1545- 
1563). Pero, precisamente cuando el concilio estaba a 
punto de clausurarse, los dominicos de Salamanca, España, 
publicaron De locis theologicis, obra de Melchor Cano, O. 
P., que se convirtió en el primer tratado metodológico de la 
moderna teología católica. Cano había muerto en 1560, 
antes de poder escribir los capítulos finales de De locis. Pero 
esto no disminuyó el impacto del libro, que fue reimpreso 
treinta veces hasta 1890 13.
Cano ofrece un ideal sugestivo, que ha seguido gran 
parte de la teología católica, aun cuando los autores no ha­
yan leído De locis. Cano expone los "lugares” , que son los 
campos documentales en que el teólogo descubre tanto las 
pruebas que apoyan lo que expone, como los argumentos 
para refutar otras doctrinas como erróneas. El rasgo esencial 
de la teología al estilo de Cano es la amplitud y el número 
de fuentes que utiliza. Esta teología puede carecer de la 
concentración que recomendaba Lutero, pero con frecuen­
cia impresiona por la variedad de campos en que se mueve.
La influyente obra de Cano sobre el método es funda­
mentalmente una exposición de cómo la tradición original 
se desarrolla dentro de las fuentes de las que el teólogo ca­
tólico extrae sus materiales. Hay ciertas reglas que gobier­
nan el trabajo realizado con cada locus y que indican cómo 
se han de .deducir, de forma adecuada al lugar o fuente en 
cuestión, los testimonios concretos sobre la verdad divina
15 Recientemente, M . SECKLER, de Tubinga, ha llamado la atención so­
bre la relevancia de Cano para una comprensión actual de la teología. Véase 
su “Die ekklésiologische Bedeutung des Systems der ‘loci theologici’. Er- 
kenntnistheoretische Katholizitat und strukturale Weisheit” , en Weisheit Go- 
ttes - Weisheit del Welt, Festschrift Joseph Cardinal Ratzinger, St. Ottilien 
1987, 1, 37-65.
22 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
revelada. Cano se inspiró en el De oratore de Cicerón y lla­
mó a los loci los “domicilios” de todos esos elementos con 
que se lleva adelante la argumentación teológica u.
Cano coloca la Sagrada Escritura en el primer lugar entre 
los loci y explica su verdad y autoridad canónica. El segundo 
locus teológico es el complejo de tradiciones apostólicas pro­
cedentes de Cristo o de la instrucción del Espíritu Santo a los 
apóstoles y que pertenece al patrimonio doctrinal perenne. 
Los dos primeros “lugares”, Escritura y Tradición apostólica, 
son las fuentes fundamentales en que da testimonio inme­
diato de sí misma la palabra revelada de Dios.
A continuación, lo que se encuentra en los dos primeros 
loci recibe interpretación, protección y desarrollo por parte 
de lo que el teólogo encuentra en otras cinco expresiones de 
la verdad de Dios en la vida de la Iglesia: la fe del cuerpo 
universal de los creyentes, sínodos y concilios, la Iglesia ro­
mana y su obispo, los Padres y los teólogos escolásticos. Si 
se investigan adecuadamente, según las reglas basadas en la 
naturaleza de cada uno, estos siete primeros loci dan testi­
monio de la revelación de Dios. Cada uno proporciona un 
testimonio oportuno y autorizado sobre el contenido de la 
doctrina cristiana.
Cano, como discípulo de santo Tomás, no consideraba 
el trabajo teológico como estrechamente dependiente de la
1,1 El uso de Cano del término loci difiere del clásico de la pedagogía teo­
lógica protestante, la obra de PH. MELANCHTHON Loci communes rerum 
theologicarum (1521, revisada como los Locipraecipui theologici en 1559). Los 
loci de Melanchthon son los principales temas encontrados en el centro de la 
Escritura (por ejemplo, nuestra condición caída, el pecado, el evangelio, la 
justificación, la fe, etc.), sobre los que se deberían acumular datos e instruc­
ción mediante el estudio de todos los libros canónicos. Sus loci constituyen 
una lista ordenada de temas o apartados que definen la formación teológica. 
El reciente doble volumen Christían Dogmatics, eds. C. E. BRAATEN y R. W. 
JENSEN, Filadelphia 1984, sigue este uso al organizar la doctrina en doce tra­
tados, llamados loci.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 23
autoridad, sino que pasaba a enumerar otros tres campos en 
que podrían encontrarse materiales de relevancia doctrinal. 
Respecto a las principales ubicaciones de las pruebas teoló­
gicas, estos loci son “anexos”, pero hacen una aportación 
propia. Así, Cano enumeraba como los tres últimos loci los 
argumentos de la razón natural, las opiniones de los filóso­
fos y las lecciones de la historia humana.
Después de Cano, y normalmente con referencia explí­
cita a él, la teología fundamental católica ha emprendido 
regularmenteuna exposición de las fuentes doctrinales, 
igual que hacemos nosotros en los capítulos posteriores de 
este libro. Esa “doctrina de los principios” es el comple­
mento natural de la exposición que la teología fundamental 
hace de la revelación, la credibilidad, la fe y la transmisión 
del evangelio al mundo en la Iglesia. Una doctrina contem­
poránea de los loci o fuentes tratará de ámbitos que no apa­
recen en Cano, como el testimonio de la liturgia, el signifi­
cado que se desprende del estudio de vidas que destacan por 
su santidad y la experiencia de las Iglesias regionales o loca­
les. Pero la presentación de Cano mantiene su importancia 
por dos razones principales.
En primer lugar, su exposición es una advertencia salu­
dable contra la restricción del ámbito de la búsqueda teoló­
gica del sentido, como, por ejemplo, al atender sólo a la 
actualidad de la experiencia especial o al buscar una certeza 
preferente, tal como podría obtenerse del sentido literal de 
la Escritura o el magisterio eclesiástico. Cano indica la ver­
dadera extensión del auditus fidei de un teólogo católico. 
Ningún locus aislado puede ejercer un control monopolista. 
En segundo lugar, el sistema de loci numerosos indica que 
la palabra de Dios afecta de hecho al creyente “en muchos y 
variados modos” (Hb 1,1). Los testimonios sobre la verdad 
revelada hablan con voces de diferente tono y timbre, que 
un maestro cristiano procura fundir en un todo sinfónico. 
Obviamente, son posibles otras combinaciones y configura-
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA24
dones. Pero la buena enseñanza atrae y cautiva, precisa­
mente, debido a la interacción armoniosa de sus diversos 
componentes.
Así, dos figuras del comienzo de la edad moderna, Lute- 
ro y Cano, dan directrices notablemente diferentes sobre la 
práctica de la teología. Lutero la centraba en la verdad fun-; 
damental de la soteriología: somos salvados por la gracia de 
Dios en Cristo. Cano, a su vez, ofrece el recordatorio salu­
dable de no pasar por alto ninguno de los miles de modos 
en que Dios se revela. Ciertamente, el teólogo de hoy puede 
aprender de estos dos exponentes del método teológico de 
comienzos de la era moderna.
La teología vista en 1870 y 1950: Vaticano I y Pío XII
Los documentos de la enseñanza magisterial católica 
trataron el ámbito y las tareas de la teología en los años 
1870 y 1950. La primera declaración formaba parte de la 
constitución dogmática sobre la fe católica, D ei Filius (24 
de abril de 1870), del primer concilio Vaticano.
El Vaticano I define la fe como la aceptación por gracia 
de lo que Dios ha revelado. En la fe, la persona humana se 
somete a Dios aceptando como verdadero lo que Dios co­
munica sobre sí mismo y el plan de salvación que ha dis­
puesto para el género humano 15. La Escritura y las tradi­
ciones procedentes de los apóstoles contienen esta 
revelación, y la Iglesia la propone a la aceptación de la fe. 
Pero la fe, según el Vaticano I, no es una aceptación ciega 
de la autoridad, pues Dios ha rodeado sus verdades revela­
das de una serie coherente de “signos de credibilidad” , tales
15 Resumimos aquí los párrafos iniciales de los capítulos 2 y 3 de Dei Fi­
lius. DS 3.004, 3.008; N D 113,118.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 25
como los milagros obrados por Jesús, las profecías que 
cumplió y las notables cualidades de santidad y estabilidad 
que se manifiestan en la Iglesia fundada por Jesús. Cierta­
mente, la revelación invita a los seres humanos a trascender 
las evidencias perceptibles y las conclusiones racionales, a 
adherirse a “misterios” como la Trinidad de las personas di­
vinas, la encarnación de la Palabra divina y los sacramentos 
dadores de gracia; pero la razón puede crear una atmósfera 
en la que el asentimiento de fe tenga una lógica propia y 
una coherencia con el resto de la vida 14 * 16.
La fe, en sí misma, es sumisa y dócil. Acepta un don y 
conduce a la gratitud asombrada que Jesús expresó una vez 
en su oración: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tie­
rra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendi­
dos y las has revelado a los niños pequeños; sí, Padre, así te 
ha parecido mejor” (Mt ll,2 5 s) . Pero la fe también deja 
espacio para que la mente indague. La búsqueda teológica 
tiene su lugar en la vida de fe, como puso de manifiesto el 
concilio de 1870.
En un párrafo de sutil construcción, el Vaticano I des­
cribía las tareas principales de la teología dentro de la casa 
de la fe. Pues se puede alcanzar una “comprensión de los 
misterios” que no diluye su carácter misterioso:
“Si la razón iluminada por la fe indaga de una manera seria, 
piadosa y sobria, alcanza por la gracia de Dios un cierto enten­
dimiento de los misterios que es muy fructífero. Éste surge al 
comprender la analogía con objetos del conocimiento natural de 
la mente, de la conexión de los misterios entre sí y de su rela­
14 Dei Filius, cap. 3, parágrafos 2 y 6-7. DS 3.009, 3.013-3.014; N D 120,
123-124. La tarea de mostrar la credibilidad de la revelación es la obra de la
teología fundamental. La forma particular asumida por esta disciplina antes y 
después del Vaticano II es presentada en esta colección por R. FlSICHELLA, 
Introducción a la Teología fundamental, Verbo Divino, Estella 1993.
26 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
ción con el fin último de los seres humanos. Pero la razón no 
llega a ser capaz de entender los misterios del mismo modo que 
capta las verdades que constituyen su objeto propio. Pues los 
misterios divinos exceden de tal modo por su misma naturaleza 
al intelecto creado que, aun cuando se comunican en la revela­
ción y se reciben en la fe, continúan cubiertos por el velo de la 
fe misma y como si estuviera envueltos en oscuridad” i7.
En este texto, el Vaticano I indicaba tres vías por las que 
la mente que indaga puede alcanzar un entendimiento li­
mitado pero útil del significado de la revelación de Dios. 
En primer lugar, está la exploración de las analogías o se­
mejanzas entre lo que la Escritura y el dogma enseñan y las 
estructuras de la realidad creada que conocemos por el es­
tudio y la reflexión. Donde la revelación testimonia la obra 
redentora de Dios al salvar a los pecadores, por ejemplo, la 
teología ha explorado cómo esta acción se asemeja a las ac­
ciones, conocidas en sociedades pretéritas, por las que se 
daba a los esclavos la libertad o se restablecía una relación 
de paz, reparando la injuria hecha al honor agraviado de 
una persona de rango.
Una segunda vía hacia el entendimiento es determinar 
las relaciones que los misterios revelados tienen entre sí. Por 
ejemplo, se pueden conectar las tres partes o “artículos” 
fundamentales del credo mediante la referencia a la crea­
ción por parte del Padre de un mundo bueno en sí mismo, 
pero dañado después por el pecado; a la restauración fun­
damental por parte del H ijo de la bondad y el orden debi­
do; y a la obra del Espíritu Santo de inculcar en todos los 
hombres una relación correcta con el Padre creador hasta 
que el Hijo vuelva. El Vaticano II reflejó la interconexión 
de los misterios cuando mostró cómo la inspiración bíblica, 
por la que la sabiduría divina adopta forma escrita, se ase­
17 Deis Filius, cap. 4, párrafo 2. DS 3.016; N D 132.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 27
meja al misterio de la encamación, por el que la Palabra di­
vina asumió una naturaleza humana por obra del Espíritu 
Santo 1B. Tales reflexiones teológicas sobre las enseñanzas de 
la fe asumen, y posteriormente exponen, la armonía sinfó­
nica de las diferentes verdades de la revelación.
Tercero, la teología debería considerar seriamente que 
toda revelación divina es “por nosotros y por nuestra salva­
ción”, como dice el credo sobre la primera venida de Cris­
to. Lo que se revela no es simplemente impuesto desde 
arriba a seres humanos desprevenidos, pues toca una fibra 
del corazón humano y colma el anhelo más profundo de 
significado y totalidad quealbergan nuestros espíritus crea­
dos. Así, la teología estudia la relación de los misterios re­
velados con “el fin último de los seres humanos”.
Un teólogo atento a esta dimensión humana de la fe es 
santo Tomás de Aquino, que en un llamativo pasaje de su 
Summa theobgiae desarrolló la idea de cómo el género hu­
mano necesita ser salvado precisamente por la Palabra de 
Dios que se encarna. La encarnación promueve el bien hu­
mano de cinco maneras; y en cinco maneras afines elimina 
males que degradan a los seres humanos ’9. La búsqueda 
teológica está, pues, profundamente vinculada con la bús­
queda más fundamental de la mente y el corazón humanos: 
la búsqueda de la libertad y de la propia realización en Dios.
La declaración del Vaticano I en 1870 bosquejó tres 
procedimientos provechosos para la búsqueda de significa­
do en la Palabra de Dios y los dogmas posteriores. 18 19
18 DV 13, donde el concillo ve en ambos misterios a Dios que se adapta a 
nuestros límites y fragilidad humanos. “Sin mengua de la verdad y de la santi­
dad de Dios, la Sagrada Escritura nos muestra la admirable ‘condescendencia’ 
de Dios... La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante 
al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil 
condición humana, se hizo semejante a los hombres”.
19 Summa, parte III, cuestión 1, artículo 2.
28 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
Se debe sopesar cómo éstos se relacionan entre sí y con 
el mundo y la vida humana, tal y como las conocemos. 
Coherente con el método recomendado por el concilio, el 
papa León XIII publicó en 1879 la encíclica Aetemi Patris, 
que confirmaba a santo Tom ás de Aquino como modelo y 
norma del pensamiento católico, pues sus obras ejemplifi-' 
can tanto la interrelación positiva de razón y fe, como el 
interés, adoptado por el Vaticano I, por un estudio integra­
do de la doctrina.
Pero, en el tiempo que medió entre los dos concilios 
Vaticanos, el trabajo cotidiano de la teología católica muy 
rara vez estuvo marcado por la búsqueda universal de sa­
biduría que caracterizaba a santo Tom ás. Los libros de 
texto usados para enseñar teología en universidades y se­
minarios católicos en la primera mitad del siglo X X esta­
ban más influenciados por los principios de Cano que por 
el Aquinate.
Los teólogos dogmáticos eran hijos de su tiempo, positi­
vista, y por ello en sus tesis y conclusiones procuraban, ante 
todo, acumular pruebas sacadas de las fuentes. Habitual­
mente, un capítulo de esa teología comenzaba con la enun­
ciación precisa de la enseñanza más reciente de la Iglesia 
sobre un punto concreto. Después seguían las pruebas, sa­
cadas de la Escritura, la Tradición y los argumentos de ra­
zón para demostrar los fundamentos de la doctrina que se 
estaba exponiendo.
Lo que practicaban los manuales fue ratificado por el pa­
pa Pío XII en tres puntos de su encíclica H um ani generis, 
de 1950. Este documento confirma, en primer lugar, el es­
trecho vínculo del teólogo con la autoridad magisterial de la 
Iglesia.
El magisterio de la Iglesia es para el teólogo la “norma 
próxima y universal de verdad” , porque Cristo confió las 
Escrituras y la tradición apostólica a este magisterio para
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 29
su defensa e interpretación 20 21. La teología intenta com­
prender lo que se cree, pero el punto de partida de su bús­
queda se encuentra en la doctrina del magisterio vivo de la 
Iglesia.
En segundo lugar, la autoridad prioritaria del oficio de 
enseñar no significa que el teólogo se limite a repetir los 
contenidos de los documentos de la Iglesia.
Pío XII insistía también en que la teología se sumergiera 
en las aguas vivificadoras de las fuentes originales, pues la 
pura especulación es estéril, mientras que la Escritura y la 
Tradición dan frescura y vigor al trabajo teológico:
“Un teólogo debe recurrir constantemente a las fuentes de la 
revelación divina... Este doble manantial de doctrina divina­
mente revelada contiene tesoros tan variados y ricos que nunca 
llegan a agotarse. Por tanto, el estudio de estas fuentes sagradas 
da a las ciencias sagradas una frescura siempre nueva, mientras 
que una especulación que descuida investigar más hondamente 
en el sagrado depósito queda estéril, como demuestra la expe- 
nencia n .
Un tercer punto de la Hum ani generis especifica más 
tarde la conexión que la teología ha de establecer entre la 
norma magisterial de verdad y las fuentes de la doctrina. El 
teólogo parte de la enseñanza actual de la Iglesia y desde 
ella se remonta hacia atrás, demostrando cómo se expresó 
originalmente esta enseñanza en el lenguaje y los moldes de 
pensamiento de la Escritura y, posteriormente, se desarrolló 
en diferentes épocas en la enseñanza de los Padres, los teó­
logos clásicos y los primeros documentos magisteriales. Las 
fuentes bíblica y tradicional deben leerse de acuerdo con lo
20 Humani generis, n° 17. DS 3.884.
21 Humani generis, n° 21. DS 3.886.
30 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
que se enseña y cree en el momento actual del teólogo. La 
tarea específica del teólogo es, por tanto:
“mostrar cómo la enseñanza del magisterio vivo se debe en­
contrar explícita o implícitamente en la sagrada Escritura y en 
la divina Tradición... Pues, junto con estas fuentes sagradas, 
Dios ha dado a su Iglesia un magisterio vivo para explicitar y 
aclarar lo que el depósito de la fe contiene sólo oscura e implí­
citamente 22.
Bajo la guía de Pío XII, la teología practicó un método 
“regresivo”, esto es, se movía hacia atrás, desde su punto de 
partida en la enseñanza de la Iglesia actual, hasta encontrar 
los orígenes de esta enseñanza en las formulaciones más an­
tiguas, a veces más primitivas, de las fuentes. Las conviccio­
nes actuales guían al teólogo en su búsqueda del sentido de 
textos anteriores, ayudándole a encontrar implicaciones 
quizás sólo oscuramente presentes en las fuentes. La convic­
ción que subyace tras todo esto es que la sustancia de la fe 
no ha cambiado a lo largo del tiempo y que la teología pue­
de demostrar la coherencia y continuidad existente entre las 
formulaciones anteriores y la fe de la Iglesia expresada por 
su actual autoridad docente23.
Con una mirada retrospectiva sobre esta sección relativa 
a los diferentes modelos históricos del método teológico, se 
ven en la obra de Melchor Cano y las directrices de Pío XII 
las ideas fundamentales de la “teología positiva” . Esta es la 
fase en que se sacan de las fuentes las doctrinas que los teó­
22 Ibídem, n° 21.
23 Véase la lúcida formulación que de este método “regresivo” hace R. 
L a t o u r e LLE, Theology, Science o f Salvation, Staten Island 1969, pp. 71-75. 
El contexto más amplio del método teológico en los manuales anteriores al 
Vaticano II ha sido tratado por G . COLOMBO en “La teología manualistica”, 
en La teología italiana oggi, Milán 1979, pp. 25-56.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 31
logos sostienen, defienden y además explican. Sin embargo, 
con la encíclica de Pío XII, al magisterio de la Iglesia se le 
asignó el primer puesto entre los loci de la teología en su fa­
se positiva. Lógicamente posterior a tal investigación de las 
fuentes, viene a continuación la fase de reflexión o “espe­
culativa”, esbozada por el concilio Vaticano I. En ella, la 
mente intenta comprender mejor lo que se sostiene, inte­
grando las verdades particulares en esquemas coherentes y 
significativos más amplios.
1.2. LA TEO LO G IA A LA LU Z D EL C O N C IL IO V A TIC A N O II
El concilio Vaticano II (1962-1965) es para la teología 
católica actual una fuente continua de orientación e inspi­
ración. El concilio enriqueció todas las ramas de la teología, 
especialmente con cuatro impulsos importantes para el 
método de un teólogo. Dichos impulsos son: 1) la llamada 
inicial del papa Juan XXIII a reformular el patrimonio 
doctrinal, de modo que pueda traer beneficios saludables al 
género humano; 2) lanueva comprensión por parte del 
concilio de las fuentes teológicas, Tradición y Escritura, y 
del magisterio de la Iglesia; 3) la adopción de la historicidad 
en las exposiciones doctrinales; y 4) la estructuración de las 
doctrinas particulares de acuerdo con la “jerarquía de ver­
dades” subordinadas a la fe en Jesucristo.
Reformular la doctrina a beneficio de los seres humanos 
(Juan XXIII)
Los obispos reunidos en Roma en el concilio Vaticano 
II recibieron instrucciones novedosas en el discurso inaugu­
ral del papa Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962. La alo­
cución del papa rezumaba optimismo en lo referente a
32 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
atraer al mundo salvado por Cristo. El papa Juan expresó la 
confiada posesión por parte de la Iglesia de un legado doc­
trinal transmitido a lo largo de los siglos, especialmente por 
sus concilios ecuménicos. Los obispos debían considerarse 
los administradores de una realidad de utilidad potencial 
para los seres humanos en todos los ámbitos de sus vidas-. 
La enseñanza cristiana, de la que la Iglesia es la administra­
dora, puede irradiar bendiciones sobre las vidas de indivi­
duos y familias y el conjunto de la sociedad * 24.
Los tiempos exigen una nueva profundización en la he­
rencia y un salto hacia adelante en la formulación de la 
doctrina, a fin de hacerla más provechosa para producir 
santidad y una vida verdaderamente humana 25. Así, el con­
cilio debía volver a expresar el tesoro que la Iglesia lleva 
dentro de sí para beneficio de toda la familia humana.
Naturalmente, la llamada de Juan XXIII a reformular la 
herencia fue aceptada por el concilio Vaticano II y acabó ins­
pirando sus dieciséis documentos sobre la doctrina y práctica
t
24 El texto del discurso con el que Juan XXIII inauguró el Vaticano II se 
encuentra en todas las ediciones de los documentos del concilio. M i exposi­
ción se basa en el texto latino que se encuentra en Acta Apostolicae Seáis 54 
(1962), pp. 789-795. Una edición útil del manuscrito y de los borradores 
mecanografiados del papa, junto con los textos latinos e italianos, ha sido pu­
blicado por A. MELLONI, en G. ALBERIGO, ed., Pede Tradizione Profezia, 
Brescia 1984, pp. 249-283. En esta exposición, dejamos a un lado las cues­
tiones que tienen su origen en las diferencias de significado entre el texto lati­
no y la versión italiana que circuló durante el concilio.
25 Éste es el contexto de la famosa distinción del papa Juan entre la sus­
tancia de la tradición doctrina y los modos mudables en que se formula y 
transmite esa misma enseñanza: “Pues el depósito mismo de la fe, o las verda­
des contenidas en nuestra venerable doctrina, son una cosa, y el modo en que 
se expresan es otra, si bien retienen el mismo sentido y significado”. AAS 54 
(1962), p. 792. Sin embargo, esto es más que una distinción epistemológica 
que afecta al modo en que se lee y entiende la doctrina. Tiene una relevancia 
operacional: es la razón por la que el concilio, mediante un nuevo estudio y 
una penetración más profunda en la herencia, puede reformular la tradición 
para nacerla más provechosa para los creyentes y todo el mundo.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 33
eclesial. El concilio se hizo eco de Juan XXIII en su decreto 
sobre ecumenismo, según el cual Cristo llama a la Iglesia a 
una reforma continua y completa, que incluye la actualiza­
ción de su enseñanza, a fin de dar muestras de mayor fideli­
dad a la revelación y promover la unidad entre los cristianos 
(UR 6). La constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo 
actual es la principal declaración del Vaticano II sobre la dig­
nidad humana y sobre la luz de Cristo como benéfica para la 
vida humana. Pero el encuentro entre la Iglesia y la cultura 
humana no ha sido siempre feliz. En ocasiones, el rostro que 
la Iglesia ha mostrado al mundo no ha irradiado el influjo sal­
vador de Cristo. En este sentido, la aportación de los teólogos 
ha de ser ofrecer una comunicación del mensaje de fe adecua­
da a la realidad contemporánea. Si pueden hacerlo es porque 
el depósito recibido de Cristo y los apóstoles es una cosa, y la 
manera variable de formular ese mismo significado para los 
hombres de una época determinada es otra (GS 62).
Nueva luz sobre la Tradición, la Escritura y el Magisterio
La constitución del Vaticano II sobre la divina revela­
ción, Dei Verbum, trata en primer lugar la revelación y la fe, 
por las que Dios entra en amoroso coloquio con los seres 
humanos y, por Cristo y en el Espíritu Santo, los recibe en 
la comunión de vida con é l26. El capítulo II (D V 7-10) ex­
plica la comunicación de la revelación a través de la Escritu­
ra, la Tradición y el magisterio de la Iglesia. El resto de la 
constitución, capítulos III-VI, trata la Sagrada Escritura, en 
lo relativo a su inspiración e interpretación (D V 11-12), el 
Antiguo Testamento (D V 14-17), el Nuevo Testamento
26 Véase la exposición de R. FlSICHELLA en el cap. IV de su libro, en esta 
misma colección, Introducción a la Teología fundamental, Ver.bo'©iyínd"?Esr 
tella 1993, pp. 76-118.
34 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
(D V 18-20) y la polifacética aportación que la Escritura 
debe hacer a la vida de la Iglesia (D V 21-26).
La Dei Verbum ofrece una nueva comprensión de la tra­
dición entregada por los apóstoles de Jesús y transmitida 
posteriormente en la Iglesia. En las Iglesias que fundaron, los 
apóstoles anunciaron la buena nueva del Evangelio, comuni­
cando con ello dones divinos a todos los hombres. El minis­
terio de los apóstoles incluía la predicación, el testimonio de 
vida evangélica y la fundación de las instituciones básicas de 
las comunidades. Todo esto se basaba en su experiencia de 
Jesús, pues comunicaron lo que le oyeron decir, cómo obró y 
lo que ellos recibieron de la convivencia con él (DV 7).
Así, el “depósito” apostólico o Tradición, que utiliza to­
da teología cristiana, es más que un simple cuerpo doctri­
nal. Procede de Jesús y su Evangelio; conlleva una forma de 
vida en comunidad. Los libros del Nuevo Testamento con­
signan por escrito los principales temas y normas, pero la 
Tradición es más que lo que está escrito. La teología cris­
tiana tiene un depósito más amplio del que echar mano:
“Lo que los apóstoles transmitieron comprende todo lo nece­
sario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de 
Dios; así la Iglesia, con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y 
transmite a todas la edades todo lo que es y lo que cree” (DV 8).
La herencia apostólica es irreductible a un solo compo­
nente. La teología utiliza el datum complejo de todo un 
marco de vida religiosa. El significado de lo que los apósto­
les transmitieon no se puede expresar de una vez para siem­
pre, sino que se tiene que explicitar gradualmente a lo largo 
del tiempo, mediante la contemplación, el estudio y la 
comprensión interna, la experiencia vivida y la predicación 
de los llamados al liderazgo pastoral (D V 8). Debido a que 
la búsqueda de sentido de la teología se basa en la Tradi­
ción apostólica, se orienta también al conjunto de la vida de
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 35
la Iglesia, donde la tradición continúa como una actividad 
vital. Más adelante, en el capítulo 3 de este trabajo, trata­
remos con mayor detenimiento la relación entre tradición y 
trabajo teológico.
La enseñanza de la Dei Verbum sobre la Escritura es am­
plia. La Biblia es, en primer lugar, el mensaje de salvación en 
Cristo puesto por escrito por los apóstoles y sus colaborado­
res inmediatos (DV 7). Pero los escritos apostólicos sólo tie­
nen sentido en relación con la palabra de Dios dirigida pri­
mero a Israel: “Todo lo que está escrito, se escribió para 
enseñanza nuestra; de modo que, por la perseverancia y el 
consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza” (Rm 
15,4, citado en D V 14). El Vaticano II ofrece una serie de 
principios de interpretación bíblica en D V 12 y hace una 
presentación complejadel origen y composición de los evan­
gelios en D V 19; pero lo que a algunos podría parecerles más 
destacable es la alta estima de los libros bíblicos expresada 
por el concilio:
“Ya que inspirados por Dios y escritos de una vez para 
siempre, nos transmiten inmutablemente la palabra del mismo 
Dios; y en las palabras de los apóstoles y los profetas hace reso­
nar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de 
la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y 
regir con la Sagrada Escritura” (DV 21).
Siguiendo cierto orden lógico, el concilio pasa de esta 
declaración global en favor de la Escritura a especificar que 
la Biblia es un fundamento permanente de todo trabajo 
teológico y que el estudio de la Escritura debería ser “el al­
ma de la teología” (D V 24). M ás adelante, en el capítulo 2, 
desarrollaremos la relación entre el trabajo teológico y la 
palabra bíblica de Dios.
Sobre el magisterio, la Dei Verbum hace dos declaracio­
nes que relacionan el oficio de enseñar con la Palabra divina
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA36
revelada en la tradición y la Escritura, a las que dicho oficio 
sirve en forma dependiente y subordinada. Al comenzar a 
hablar de la transmisión de la revelación, incluso, la cons­
titución habla de los obispos como los sucesores de los 
apóstoles de Cristo en el oficio de enseñar, “para que este 
Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia”" 
(D V 7). El papel del magisterio es, pues, servir a una obra 
de evangelización íntegra y vivificadora.
El capítulo II de la Dei Verbum, sobre la transmisión de 
la revelación divina, concluye con un párrafo conciso sobre 
el magisterio (D V 10). Comienza diciendo que Dios confía 
su palabra escrita y transmitida a toda la Iglesia, pueblo y 
pastores, que profesan la fe apostólica comunicada desde los 
apóstoles y se esfuerzan por vivirla. Dentro de la Iglesia, el 
magisterio tiene, pues, un papel que jugar al servicio de la 
palabra transmitida.
“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, 
oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al magisterio 
de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el 
magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su 
servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por man­
dato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha de­
votamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de 
este único depósito de la fe saca todo lo que propone como re­
velado por Dios para ser creído” (DV 10).
Así pues, la enseñanza oficial de la Iglesia está vinculada 
al testimonio escrito de la Escritura y al espíritu vital que es 
la tradición. El magisterio no es una actividad creativa 
dentro de la Iglesia, sino un ministerio de comunicación 
que protege e interpreta el mensaje y su significado original, 
dado de una vez para siempre por los profetas y apóstoles.
En D V 12, el concilio consigna sus directrices para 
guiar a los intérpretes de los libros bíblicos. Al final, se 
considera que los estudios bíblicos contribuyen a que ma­
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 37
dure la comprensión magisterial del mensaje y la enseñanza 
revelados.
“A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para 
ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, 
de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la 
Iglesia” (DV 12).
Esta es la primera vez que un documento de la Iglesia 
hace referencia a que el oficio de enseñar está en un proceso 
y pasa de un estadio a otro más avanzado o maduro. Así, el 
magisterio habla de su propia historicidad.
Más adelante, en el capítulo 4, que versa sobre la teolo­
gía y el magisterio, desarrollaremos más en detalle esta rela­
ción decisiva. Por el momento, con D V 10 hemos determi­
nado que el magisterio ofrece a los creyentes, y a los 
teólogos entre ellos, una mediación interpretativa de la pa­
labra de Dios. Pero, puesto que el magisterio primero "es­
cucha devotamente” la palabra y después avanza poco a po­
co hacia un juicio maduro acerca de la revelación, la 
teología tiene también una aportación que hacer al oficio 
de enseñar.
Doctrina en la Historia
El Vaticano II comenzó en 1962, con la enunciación por 
parte del papa Juan XXIII de un imperativo de adaptación y 
reformulación doctrinal. En 1965, el decreto del concilio so­
bre la formación sacerdotal incluyó un párrafo que insiste en 
que la teología se comprometa a considerar la doctrina en la 
Historia y a expresar la enseñanza de la Iglesia de un modo 
nuevo, para beneficio de sus contemporáneos.
Las consecuencias de largo alcance de este párrafo, Op- 
tatam totius 16, pueden quedar oscurecidas por el hecho de
38 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
que incluye referencias bastante tradicionales a la teología 
en cuanto guiada por el magisterio y ocupada con las “ver­
dades eternas” de la revelación. Además, la abundancia de 
perspectivas desde las que considerar la doctrina (bíblica, 
patrística, histórica, especulativa, litúrgica y práctica) puede 
distraer del carácter innovador del pasaje. Pero este párrafo 
sobre la doctrina forma parte de un capítulo más amplio, 
sobre la renovación y reestructuración de los estudios para 
el ministerio eclesiástico. O T 16 fija la mirada en un modo 
y método de enseñanza teológica que debe diferir de la 
práctica pre-conciliar 27.
La principal declaración del Vaticano II sobre el méto­
do de la teología sistemática adopta un orden de exposición 
genético y progresivo, que descansa en la convicción de que 
la doctrina se desarrolla en la vida de la Iglesia. La teología 
debería reflejar tanto el proceso gradual por el que se va ha­
ciendo explícita la enseñanza de la Iglesia, como su adapta­
ción práctica. Cualquier doctrina dada se origina en una 
corriente determinada de desarrollo histórico; toda doctri­
na, una vez entendida, debería llevar a un diálogo serio y 
positivo con quienes están inmersos en el actual conjunto 
de circunstancias sociales, caracterizado por el cambio per­
manente.
“Dispóngase la enseñanza de la teología dogmática de ma­
nera que en primer lugar se propongan los temas bíblicos; ex­
pliqúese a los alumnos la contribución de los Padres de la Igle­
sia de Oriente y de Occidente a la transmisión fiel y al
27 El capítulo V de OT, que comprende los números 13-18, lleva por tí­
tulo De studits ecclesiasticis recognoscendis, es decir “Revisión de los estudios 
eclesiásticos”. Veinticinco palabras del texto latino del n° 1,6, sobre la teología 
dogmática, están en modo subjuntivo. Así pues, no describen lo que se está 
haciendo, sino que más bien indican lo que, en este nuevo tipo ae plantea­
miento, deberían hacer quienes enseñan teología.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 39
desarrollo de cada una de las verdades de la revelación, así co­
mo la historia posterior del dogma -considerada también su 
relación con la historia general de la Iglesia-; tras esto, para 
ilustrar de la forma más completa posible los misterios de la 
salvación, aprendan los alumnos a profundizar en ellos y a 
descubrir su conexión, por medio de la especulación, bajo el 
magisterio de santo Tomás; enséñeseles a reconocer estos 
misterios siempre presentes y operantes en las acciones litúrgi­
cas y en toda la vida de la Iglesia, y aprendan a buscar, a la luz 
de la revelación, la solución de los problemas humanos, a apli­
car sus eternas verdades a la mudable condición de la vida 
humana y a comunicarlas de un modo apropiado a sus con­
temporáneos” 28.
Así, la Escritura fundamenta la teología sistemática y 
asienta su discurso en los testimonios de M oisés y los 
profetas, en las palabras y hechos de Jesús y en la trans­
misión del evangelio por parte de los apóstoles. Los Pa­
dres de la Iglesia muestran al teólogo moderno cómo las 
Escrituras eran leídas con provecho en contextos cultu­
rales completamente diferentes, tales como Siria, la Ale­
jandría helenistay los territorios occidentales del Imperio 
romano. Los dogmas fueron proclamados solemnemente 
en momentos particulares de la Historia, en respuesta a 
problemas y cuestiones que la investigación histórica 
puede determinar. Tom ás de Aquino nos muestra un 
intellectus fid e i reflexivo, que hace uso de los conceptos y 
formas de pensamiento que ofrecía la mejor sabiduría se­
cular de su tiempo. Pero la teología se orienta continua­
mente hacia la vida de la comunidad: su culto, su testi­
monio, su práctica de servicio en medio del sufrimiento. 
Finalmente, la actividad teológica de profundizar en la 
revelación desemboca en una comunicación de significa­
28 Optatam totius 16.
40 I. LA TEOLOGIA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
dos capaces de iluminar la vida humana en medio de las 
luchas de una época dada, con sus grandes problemas y 
necesidades.
La teología, en esta exposición del Vaticano II, es 
perfectamente consciente de la génesis de las formula­
ciones en las que encierra el significado de la palabra d e ' 
Dios. El discurso teológico emerge de una historia con­
creta. Pero la teología también se vuelve hacia el futuro, 
pues es un estadio intermedio entre la original “página 
sacra” del relato bíblico y su enseñanza y la actividad 
contemporánea de contar de nuevo la obra de D ios en la 
Historia, para el bienestar de todos los hombres y m uje­
res.
La jerarquía de verdades
Una última aportación del concilio Vaticano II al 
método teológico se encuentra en el decreto sobre ecu- 
menismo, acerca de la práctica del diálogo ecuménico 
(U R 5-12). El decreto urge a los participantes en el diálo­
go a buscar significados más hondos, a usar un lenguaje 
inteligible para los de otras confesiones y a ser sensible a 
la interrelación de las doctrinas particulares de la Iglesia. 
El tercer punto es claramente aplicable a toda teología. 
Las doctrinas no deberían tratarse como átomos aislados, 
sino como partes de un todo orgánico y complejo.
“La fe católica hay que exponerla con mayor profundi­
dad y con mayor exactitud, con una forma y un lenguaje que 
la haga realmente comprensible a los hermanos separados. 
Aparte de esto, en el diálogo ecuménico, los teólogos católi­
cos, afianzados en la doctrina de la Iglesia, al investigar con 
los hermanos separados sobre los divinos misterios, deben 
proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. 
Al comparar las doctrinas, recuerden que existe un orden o
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 41
‘jerarquía’ en las verdades de la doctrina católica, ya que es 
diverso el enlace de tales verdades con el fundamento de la fe 
cristiana” 29.
Se pueden imaginar diferentes principios para organi­
zar las doctrinas cristianas en un orden jerárquico. El 
obispo que introdujo esta idea durante el Vaticano II, An­
drea Pangrazio, de Gorizia, en el noroeste de Italia, atri­
buía primacía en la jerarquía de verdades a las realidades 
de duración perenne, tales como el D ios uno y trino y la 
encarnación del Verbo, al tiempo que consideraba secun­
darios y derivados los medios ordinarios de nuestra salva­
ción, tales como los sacramentos de la Iglesia terrestre. En 
el Nuevo Testamento, el kerygma de la muerte y resurrec­
ción de Jesús (1 Cor 15,3-4; Hch 2,22-24.36) es de gran 
importancia en la predicación y la fe. La Escritura habla 
además del “gran mandamiento” que debe impregnar las 
otras formas en que el creyente practica la obediencia a 
Dios (Mt 22,34-40).
De hecho, se pueden construir diferentes órdenes je­
rárquicos que muestren el orden y la coherencia sistemá­
tica de lo que Dios ha revelado. El imperativo básico es 
exponer las verdades particulares de forma que se com­
plementen, apoyen e iluminen mutuamente. La enseñan­
za de la teología debería fomentar el aprecio del orden 
intrínseco existente entre los elementos de lo que la fe 
sostiene y profesa.
2Í> Unitatis redíntegratio, n° 11. Nuestros comentarios en esta sección de­
ben mucho a los escritos de W. HENN, por ejemplo, The Hierarchy ofTruths 
according to Yves Congar, Roma 1987, “The Hierarchy of Trutns Twenty 
Years Later”, Theological Studies 48 (1987), pp. 439-471; y al artículo “Ge- 
rarchia delle veritá” en DTF, pp. 453-456.
42 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
1 .3 . L a s d o s f a s e s d e l m é t o d o t e o l ó g i c o
Volviendo sobre nuestros pasos desde nuestros seis 
ejemplos históricos (sección 1.1.) y desde las cuatro aporta­
ciones del Vaticano II (1.2.), podemos señalar ahora las dos 
actividades fundamentales que configuran el método teoló­
gico.
La teología sana oscila entre la escucha atenta y la elabo­
ración activa y constructiva del significado de lo que se ha 
oído. La teología es rítmica, puesto que el teólogo va de 
aquí para allá, de la consulta de las fuentes, con el fin de 
determinar su mensaje, a la explicación de lo que su testi­
monio significa hoy para los creyentes.
En primer lugar, la teología se ocupa de las mediaciones 
de la palabra de Dios, es decir, de las variadas expresiones 
que Melchor Cano llamaba los “lugares” teológicos; de és­
tos, la teología extrae testimonios sobre la verdad revelada 
de Dios. En este punto, el teólogo se muestra sobre todo 
receptivo ante un significado ya dado al género humano. 
Después, esta fase de escucha atenta cede el paso de forma 
completamente natural, como en la oscilación del péndulo, 
a una búsqueda más creativa de intuiciones nuevas en los 
mismos testimonios y de su importancia pata la vida hu­
mana en el tiempo y el lugar en los que trabaja el teólogo.
Esta dualidad fundamental en los procesos mentales del 
teólogo no es un descubrimiento nuevo, sino algo absolu­
tamente tradicional que figura en lugar destacado en el 
análisis clásico de Yves Congar sobre la naturaleza de la 
teología 30. También Bernard Lonergan dividía las opera­
ciones teológicas en dos fases básicas: escucha receptiva de
30 El artículo "Théologie”, en el Dictionnaire de Théologie catholique, vol. 
15 (1946), hace una afirmación explícita, en la col. 462, que es desarrollada 
en un pasaje más amplio, en las cois. 447-477.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 43
la tradición y construcción activa de modelos de significado 
para la propia época 31. Congar y Lonergan son figuras 
eminentes de la teología católica. Pero nuestra exposición 
de los pasos básicos de la teología presenta matices que pro­
ceden de nuestra situación en la década actual, de los 90.
Escuchar y explicar en la fe y la teología
La teología es, en primer lugar, una escucha atenta de 
los testimonios por los que se descubre la palabra de Dios 
recibida en la fe de la Iglesia. En este punto, siguiendo la 
Optatam totius del Vaticano II, es particularmente impor­
tante la génesis de la fe y la enseñanza. Pero esta escucha 
conduce a la búsqueda de una explicación contemporánea 
que exponga los fundamentos de la fe y afronte nuevamente 
las cuestiones de la religiosidad vivida y el bienestar huma­
no en el mundo de cada uno.
Escuchar, el primer acto teológico, es en realidad la 
prolongación del auditus fidei fundamental por el que se 
acepta el mensaje y la vocación cristianos, pues de hecho “la 
fe viene por lo oído, y lo que se oye viene por la palabra de 
Cristo” (Rm 10,17). Previa a la teología, la religiosidad vi­
vida es, en primer lugar, la escucha de un corazón que 
anhela una palabra de gracia y redención, para que se pueda 
abrir un futuro nuevo. El evangelio de Cristo es, de hecho, 
significado y esperanza otorgados a la fe por gracia. En 
quien ha llegado a la fe, la teología es un modo secundario 
de escuchar, por el que uno atiende, en la comunidad de fe, 
a toda la serie de testimonios relativos a ese mensaje.
La teología extiende el auditus fidei prestando atención a 
la génesis del evangelio, a sus variantes en la Historia y a sus
31 B. LONERGAN, Método en Teología., Sígueme, Salamanca 1988.
44 I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA
numerosas implicaciones para las vidasde los individuos y 
las familias. La teología, profundamente enraizada en los fa­
cí de la Escritura y la tradición eclesial viviente, busca una 
comprensión razonada de las mediaciones de la revelación a 
través de los profetas de Israel, los apóstoles de Jesús y 
quienes han venido tras ellos en la familia de la fe. Esta di­
mensión positiva de la teología se plasma en la obtención 
de información, la acumulación de significados formulados 
por los testigos claves y el encuentro con la profesión y vi­
vencia ajena de la fe. Después, la teología pasa a buscar in­
tuiciones nuevas en lo que se ha oído. El teólogo avanza ha­
cia una exposición sistemática y una aplicación adecuada de 
lo que ha oído a los testigos privilegiados. En este sentido, 
la teología cristiana es también una prolongación de la fe, es 
decir, del significado básico que se afirma en el credo cris­
tiano. Pues hay una estructura primordial de sentido en 
confesar a Dios como creador, como salvador crucificado y 
resucitado por nosotros y por nuestra salvación, y como el 
Espíritu de verdad y santidad que actúa ahora en el mundo.
La fe de la Iglesia, comprendida en el momento funda­
mental del auditus fidei, no es una masa amorfa de detalles 
sueltos, sino que tiene su propio sentido y estructura. La 
teología, pues, prolonga esta comprensión básica del signi­
ficado en una fase nueva, más ordenada e intensa. Al poner 
de manifiesto los fundamentos del mensaje, del acto de fe y 
de tal profesión en el mundo de cada uno, la teología ex­
tiende el intellectus fidei ya dado en el credo. La teología 
intenta resolver los problemas que se plantean cuando se 
reflexiona críticamente sobre los contenidos aceptados por 
la fe. En el conjunto de testimonios sobre la fe, la teología 
descubre otras claves de unidad sistemática. Sobre todo, la 
teología trabaja incesantemente para exponer las aportacio­
nes que el mensaje y sus implicaciones pueden hacer, en 
una época determinada, a una comunión más profunda con 
Dios y a una vida en sociedad sensata, santa y constructiva.
I. LA TEOLOGÍA EN LA HISTORIA Y EN LA IGLESIA 45
Así pues, la teología es escucha atenta de los testimonios 
y reflexión crítica sobre la palabra revelada. Pero lo es úni­
camente debido a que la fe es, en primer lugar, audición de 
un mensaje de buena nueva y profesión de fe en la obra del 
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una obra salvadora que 
envuelve e ilumina al creyente.
1.4. LOS ELEMENTOS DE UN MÉTODO 
TEOLÓGICO COMPLETO
Debido a que la fase positiva, o de escucha, del trabajo 
teológico se ocupa del testimonio de la Escritura y la Tradi­
ción, donde también está presente un abigarrado intellectus 
fidei, la presentación del método que vamos a hacer en este 
libro explicará con cierto detalle la fuentes teológicas pri­
mordiales y las consecuencias metodológicas que se siguen de 
su naturaleza. Así, los capítulos siguientes se ocuparán de la 
palabra bíblica que escucha el teólogo (capítulo 2) y de la 
Tradición que nutre continuamente el trabajo teológico con 
testimonios y formulaciones de su significado (capítulo 3).
Una sección posterior tratará la relación del teólogo con 
la comunidad de fe, en la que el magisterio de la Iglesia tiene 
un papel especial (capítulo 4). Después pasaremos a relacio­
nar la vida y el trabajo del teólogo con la experiencia vivida 
en un entorno dado, en la Iglesia y el mundo (capítulo 5).
Un método teológico adecuado debe tener en cuenta 
numerosas fuentes, normas y desafíos procedentes de la si­
tuación personal de cada cual. La tarea de una escucha re­
ceptiva y atenta y también de una explicación constructiva 
requiere disciplina y destreza; pero los tesoros de los testi­
monios bíblicos y tradicionales y sus innumerables aporta­
ciones para una vida sensata y santa hacen que el esfuerzo 
valga verdaderamente la pena.
II
El teólogo: oyente de la palabra bíblica
Un teólogo es, en primer lugar, un creyente que com­
parte la visión y esperanza transmitidas por la fe de la Igle­
sia. La fe eclesial lleva consigo una relación especial con los 
libros de la Escritura reunidos en la Biblia. Com o los demás 
creyentes, el teólogo acude a la Biblia como a una fuente de 
sustento personal y de guía digna de confianza.
La liturgia expresa bien la estima en que la Iglesia tiene a 
la Escritura, por ejemplo, cuando el libro de lecturas bíbli­
cas es levantado en alto y llevado en procesión. A veces, el 
leccionario de las lecturas evangélicas es venerado entre nu­
bes de incienso, y en cada liturgia el lector se inclina y besa 
la página evangélica proclamada al pueblo. El concilio Va­
ticano II comparó la veneración de la Iglesia hacia las Es­
crituras con su veneración del cuerpo eucarístico de Cristo. 
Pues la Iglesia considera la Biblia como “norma suprema” 
de su fe (DV 21).
Esta alta estima se apoya en una convicción fundamen­
tal de la fe eclesial, a saber, que Dios inspiró los libros bíbli­
cos. Creemos en el Espíritu Santo, “que habló por los pro­
fetas” (credo niceno). Los escritores bíblicos fueron dotados 
de un carisma para describir un panorama de experiencias 
centrado en los testimonios de Moisés y los profetas, de Je-
48 II. EL TEÓLOGO: OYENTE DE LA PALABRA BÍBLICA
sus y sus apóstoles. Su origen carismático hace de la Biblia 
una fuente a la que se puede acudir con confianza. De estas 
convicciones, el Vaticano II sacó la siguiente conclusión:
“Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la 
religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Es-, 
entura. En los Libros Sagrados, el Padre, que está en el cielo, 
sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con 
ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, 
que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para 
sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida 
espiritual” '.
Teología y Biblia
Así, el teólogo considera la Escritura un importante terri­
torio que se ha de explorar. La Escritura transmite un mensaje 
que ayuda diariamente a la imaginación, oración y reflexión 
del teólogo.
La teología, como actividad de clarificación, explicación 
y discusión, lleva consigo una escucha atenta a la proclama­
ción e instrucción que procede de los teólogos de Israel, 
como el deuteronomista y el Segundo Isaías, y de los teólo­
gos apostólicos, como Pablo y Juan. A veces, el servicio de 
un teólogo es reavivar el recuerdo cristiano de palabras y 
temas bíblicos caídos en el olvido.
El teólogo puede ser como el autor de la segunda carta 
de Pedro, que escribía a una comunidad confusa:
“... con lo que os recuerdo, despierto en vosotros el recto crite­
rio. Acordaos de las predicciones de los santos profetas y del
DV 21, continuación del pasaje citado antes.
II. EL TEÓLOGO: OYENTE DE LA PALABRA BÍBLICA 49
mandamiento de vuestros apóstoles que es el mismo del Señor y 
Salvador” (2 Pe 3,1-2).
Quien escribió estas palabras, un ministro de la palabra 
de finales de la era apostólica, quería refrescar la memoria 
de lo que los profetas habían predicho, de lo que Jesús ha­
bía anunciado y de lo que los apóstoles habían proclamado 
y transmitido sobre Cristo el Salvador. He aquí un modelo 
perenne del ministerio teológico.
También a finales de la era apostólica, otro escritor, 
asentado en la tradición paulina, se dirigía a un ministro 
eclesiástico a propósito de la fuerza y el poder de la palabra 
bíblica. Dicho ministro, Timoteo, se había formado bien 
en el conocimiento de las escrituras hebreas. Ahora que es 
pastor de una comunidad cristiana, su ministerio debe en- 
raizarse en las mismas fuentes bíblicas.
“ ... conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría 
que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Es­
critura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, pa­
ra corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se 
encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tm 
3,15-17).
El escritor de

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