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COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Religión Título original: Was mit Jesús wirklich geschah Díe Auferstehung historisch betrachtet © Editorial Troto, S.A., 2001 Sagasta, 33. 28004 Madrid Teléfono: 91 593 90 40 Fax: 91 593 91 1 1 E-mail: trotta@infornet.es http://www.trotta.es © Radius Verlag GmbH, Stuttgart, 1995 © José-Pedro Tosaus, 2001 Diseño Joaquín Gallego ISBN: 84-8164-457-9 Depósito Legal: P-106/2001 Impresión Simancas Ediciones, S.A. C O N T E N I D O Prólogo 9 1. Introducción 13 2. Entrada en el tema 21 3. Los acontecimientos tras la muerte de Jesús 31 4. Consecuencias de los resultados de la investigación 149 índice 157 7 mailto:trotta@infornet.es http://www.trotta.es PROLOGO A primeros de 1994 apareció mi libro La Resurrección de Jesús. Historia, experiencia, teología. Las tesis allí desarrolladas encontra- ron en el público un eco vivo. Fueron apasionadamente rechazadas en círculos que veían en la impugnación de la resurrección corporal de Jesús una traición al evangelio y, como consecuencia lógica, exi- gieron medidas legales contra el autor. Para otros que se tenían por cristianos modernos, la afirmación sobre la descomposición del ca- dáver de Jesús iba demasiado lejos; echaban en cara al libro una valoración excesiva de la ciencia histórica y una insuficiente valora- ción de la teología. Pero, pese a todas las objeciones y resistencias, el libro puso en movimiento algo a partir de entonces e inició un pro- ceso de fermentación que sirve para el esclarecimiento de lo que se ha de entender realmente por «resurrección». Algunos sectores, por supuesto, criticaron que la obra era dema- siado científica, demasiado llena de detalles y demasiado difícil de entender para los laicos. Debido a ello, el interés por el tema de la resurrección, que comenzaba en las comunidades, se veía dificulta- do e incluso impedido. Admito que la búsqueda, a veces minuciosa, de la verdad a menudo se debe ocupar de supuestas pequeneces. Sin embargo, son precisamente esos «recortes» los que al juntarse deter- minan con frecuencia la oportuna comprensión global. Precisamen- te así debe proceder la investigación científica, si quiere llegar a re- sultados bien fundamentados. De ahí que el libro no debiera ni pudiera ser sólo un «libro de lectura». La presente versión, comprensible para todos, pretende atender el deseo reiteradamente manifestado de que se comuniquen los re- sultados de la investigación científica sobre la resurrección de Jesús 9 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS de forma más fácilmente comprensible para los profanos. Por eso el presente libro se dirige a los «laicos interesados». De ahí que haya sido necesario refundir parcialmente y en profundidad el texto de la edición científica. Esta tarea la asumió Alf Ozen en coordinación con el abajo firmante. Muchos pasajes no absolutamente necesarios para la compren- sión global fueron eliminados, junto con la mayor parte de las notas. Quien eche en falta pruebas o bibliografía para las tesis formuladas en el libro, queda remitido expresamente a la edición científica. Si- multáneamente, la obra se ha ampliado con algunas explicaciones que desde luego podían ser evidentes para los especialistas, pero cuyo conocimiento no se podía presuponer en quienes no son teólo- gos. Espero que ahora sea posible seguir más fácilmente el hilo del pensamiento. Para facilitar más la lectura, los pasajes bíblicos comentados se han citado íntegramente según la traducción del actual Lutherüber- setzung (Texto Revisado 1984)*. En ocasiones, algunas palabras han sido traducidas de manera diferente, sin indicación expresa de ello. A quien, además, quiera ocuparse de la discusión especializada sobre el tema, le remito a las siguientes reacciones ante mi edición científica: G. Essen, Recensión, en ThRv 90 (1994); A. Lindemann, Recensión, en WzM 46 (1994) 503-513; U. Luz, «Aufregung um die Auferstehung Jesu. Zum Auferste- hungsbuch von Gerd Lüdemann», EvTh 54 (1994) 476-482; W. Pannenberg, «Die Auferstehung Jesús — Historie und Theo- logie», ZThK 91 (1994) 319-328; E. Schweizer, Recensión, ThLZ 119 (1994) 804-809; R. Slenczke, «'Nonsense' (Lk 24,11)», KuD 40 (1994) 170-181; H. Verweyen, Osterglaube ohne Auferstehung? Diskussion mit Gerd Lüdemann, QD 155, 1995. Dentro de él, colaboraciones de: G. Lüdemann, «Zwischen Karfreitag und Ostern», 13-46; I. Broer, «Der Glaube an die Auferstehung Jesu und das ge- schichtliche Verstándnis des Glaubens in der Neuzeit», 47-64; L. Oberlinner, «Gott (aber) hat ihn auferweckt», 65-79; K.-H. Ohlig, «Thesen zum Verstándnis und zur theologischen Funktion der Auferstehungsbotschaft», 80-104; H. Verweyen, «Osterglaube ohne Auferstehung? Fragen nach der richtigen Fragestellung», 105-144. * En esta versión hemos recurrido a La Biblia de La Casa de la Biblia [N. del T.]. 10 P R Ó L O G O Si la presente edición divulgativa ayuda a introducir en la opi- nión pública, en las comunidades y escuelas, la discusión mantenida con vehemencia sobre la resurrección de Jesús, y con ello a iniciar un proceso de clarificación en esta cuestión fundamental para la fe cristiana, habrá cumplido su principal objetivo. Mi especial agradecimiento a Christine Wackenroder por la re- visión del manuscrito. GERD LÜDEMANN 11 1 INTRODUCCIÓN La resurrección de Jesús es el punto central de la religión cristiana. Su trascendencia para la Iglesia y la teología es inmensa. Cada día, los párrocos (varones y mujeres) confortan a los fieles que están de luto con el mensaje de la resurrección de los muertos; la Iglesia de- riva su derecho a la existencia de la autoridad que el Resucitado le ha conferido; y a la teología científica el Resucitado le sirve, ayer igual que hoy, de garantía en el camino del conocimiento teológico, como pueden ilustrar las citas de tres teólogos importantes: La cuestión de la resurrección de Jesucristo constituye una cuestión clave, quizás incluso la cuestión clave, de la fe cristiana. En dicha cuestión entran decisiones sobre casi todos los demás puntos de la fe y la teología, aun cuando apenas sea consciente de ello el cristia- no medio1. El cristianismo depende absolutamente de la realidad de la resurrec- ción de Jesús de entre los muertos efectuada por Dios2. En cuanto confesión de fe en Jesús de Nazaret como Cristo vivo y operante, el cristianismo comienza con la Pascua. Sin la Pascua no existirían los evangelios [...] Sin la Pascua no habría [...] una fe, una predicación, una Iglesia, una liturgia, una misión3. 1. Hans Kessler, Sucht den Lebenden nicht bei den Toten. Die Auferstehung Jesu Christi in biblischer, fundamentaltheologischer und systematischer Sicht, 21987, p. 19. 2. Jürgen Moltmann, Theologie der Hoffnung, BEvTh 38, 81969, p. 150 [trad. esp.: Teología de la esperanza, Sigúeme, Salamanca, 41981]. 3. Hans Küng, Christ sein, 1974, p. 371 [trad. esp.: Ser cristiano, Trotta, Ma- drid, 1996, p. 406]. 13 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS Resulta manifiesto que todo depende simplemente del aconteci- miento de la resurrección de Jesús. Sin embargo, ¿que se ha de en- tender realmente por «resurrección de Jesús»? Quien pregunta más minuciosamente por el acontecimiento, recibe por doquier sólo res- puestas vagas, a menudo evasivas. «Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos». Bien, pero ¿qué sucedió entonces?, ¿cómo se llegó en realidad a esa convicción? El teólogo Willi Marxsen afirma: Para mi fe en Jesús, pues, es completamente irrelevante cómo llegó Pedro después del viernes santo a su fe en Jesús. Igualmente irrele- vante es para mí cómo llegó a su fe aquel que me comunicó después su fe, con lo que yo también llegué a la fe [...] Lo decisivo, sin em- bargo, es que en cada caso uno se sitúa en la misma fe [...] Nuestra fe, pues, es sólo fe cristiana cuando es un creer con la fe de los pri- meros testigos, con la fe de Pedro4. Con estas frases se suscitala pregunta de cómo alguien que ha- bla así sobre la fe sabe aún realmente cuál era en el siglo i la fe con la que, sin embargo, quiere co-creer. Se insinúa la sospecha de que las afirmaciones sobre la resurrección de Jesús que se encuentran en la Biblia, la pura literalidad, por tanto, bastan a la mayoría de los cristianos para establecer el hecho de la resurrección. En un santia- mén se puede operar con él como con un acontecimiento perfecta- mente seguro. Esta observación es tan to más inquie tante cuanto que la «re- surrección» de Jesús se ha convertido además en un requisito im- prescindible de la teología y en una fórmula vacía. Pues, al mismo t iempo, existe en amplios círculos cristianos el miedo a que la inves- tigación científica pueda llegar a resultados que pongan en tela de juicio los contenidos tradicionales de la fe. Si se sacude el funda- men to de la fe, sea como tímida pregunta o como declaración con- vencida, se ha de oír el grito de indignación de los supuestos guar- dianes de la fe: la consigna parece ser que ese punto cuando menos es intocable. Pues podría resultar que hemos construido sobre are- na. En ese caso, disculpen, pero no queremos saberlo. Muchos cristianos han caído hoy en cierto desdoblamiento de conciencia. Las zonas prohibidas santificadas de la tradición eclesial y teológica se contraponen inmediatamente, y con frecuencia, al sentido humano de la verdad. Si no se consigue tender ningún puen- 4. Willi Marxsen, Die AuferstehungJesu von Nazareth, 1968, p. 129 [trad. esp.: La resurrección de Jesús, Herder, Barcelona, 1974]. 14 I N T R O D U C C I Ó N te, la credibilidad de la teología y la Iglesia estará muerta, y ambas se irán quedando rígidas en su muerte con un esplendor aparente. Pero ¿cuál es su m o d o de actuar hoy? Las siguientes experiencias de Karl Jasper seguramente son compartidas por muchos: A los sufrimientos de mi vida inquieta por la verdad pertenece el hecho de que la discusión con los teólogos cesa en puntos decisi- vos: enmudecen, dicen una frase incomprensible, hablan de otra cosa, afirman algo de forma categórica, tratan de persuadir amisto- samente, sin tener presente en realidad lo que se ha dicho antes, [...] y acaban por no tener verdadero interés. Pues, por un lado, se sienten seguros en su verdad, terriblemente seguros; por otro lado, parece que no les compensa ese esfuerzo con nosotros, personas que les parecemos obstinadas. Pero hablar con otros exige escuchar y dar una auténtica respuesta, prohibe callar o eludir las preguntas, exige ante todo admitir que cada afirmación de fe —que, no obs- tante, se verifica en un lenguaje humano, se refiere a objetos y es una apertura en el mundo— se vuelva a poner en duda y a prueba, no sólo exterior, sino también interiormente5. Ahora bien, si alguien levanta el dedo y se atreve a hacer una pregunta concreta: «¿Resurrección? ¿Cómo puedo concebir eso? En nuestra época moderna ya no puedo creer que los muertos resuci- tan», una respuesta como «La cosa es así... Sólo debes creer firme- mente en ello» tranquiliza, como mucho, por algún t iempo. La pre- gunta surge siempre de nuevo: «¿Qué sucedió entonces realmente?». Si esta pregunta fuera fácil de responder, no daría continuamen- te pie a la discusión. El problema es desde hace siglos el mismo: los testimonios que poseemos dentro de la Biblia no describen la resu- rrección. Hablan de experiencia y de cómo cada experiencia de aquellos que la vivieron es interpretada y contada de m o d o diferen- te; estos testimonios están también llenos de absurdos y, a veces, de contradicciones. Sin embargo, una cosa es segura: la resurrección de Jesús tuvo como resultado una amplia repercusión que no conoce igual. Histó- ricamente fue de importancia decisiva para el origen y evolución de la religión cristiana. Cada época tiene sus propias posibilidades de indagar e inter- pretar el pasado más remoto mediante la ciencia y la investigación. Hoy en día, las posibilidades de la investigación histórica han evolu- cionado tanto, que vale la pena abordar de nuevo problemas y cues- tiones viejos, y buscar respuestas acordes con los t iempos. 5. Karl Jaspers, Der pbilosophiscbe Glaube, 1948, p. 61. 15 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS La necesidad de un trabajo renovado sobre la resurrección de Jesús surge ante todo porque este acontecimiento fue transmitido mediante relatos de apariencia histórica. Por eso «este aspecto del hecho de la revelación relativo a la historia se debe poner a prueba en su fiabilidad y credibilidad»6. La pregunta por el fundamento y razón de este testimonio sigue siendo, además, la decisiva. Pues, sin dicho fundamento, toda teología de la resurrección, incluida la neo- testamentaria, es una especulación sin base. Ahora bien, si la intención de un trabajo histórico sobre la resu- rrección de Jesús no es nueva, también son conocidos los argumen- tos contra un estudio así. Entresaco los más importantes, que coin- ciden parcialmente: 1. No tenemos el relato de ningún testigo ocular sobre la resu- rrección de Jesús. De todos modos, poseemos las afirmaciones de Pablo en sus cartas y los relatos de Hechos de los Apóstoles. Con ello, no obstan- te, se arroja luz al mismo tiempo sobre los demás testimonios de la resurrección, pues Pablo sitúa su propio «encuentro» con el Resuci- tado en el mismo nivel que los de los otros testigos (1 Cor 15,8). Por lo demás, ¿no es necesaria la pregunta por el modo y manera de la resurrección, en tanto que la teología cristiana tiene una preten- sión científica y se sabe obligada a dar explicación? Otra cosa es, por supuesto, que con ello se puedan obtener (algunos) resultados. Por el momento sólo me interesa resaltar el deber respecto a la pregunta por el «cómo» de la resurrección. 2. Las tradiciones de la resurrección son inextricables, y las fuen- tes históricas, insuficientes. Contra este argumento ha puesto acertadamente objeciones el historiador de la Iglesia Hans von Campenhausen. La referencia al carácter inextricable de las fuentes sólo le sirve a la fe que se supone especialmente radical para «sustraerla en general a la auténtica im- pugnación por parte de la historia y la razón histórica»7. Dicho de otro modo: ¡la afirmación del carácter inexplicable de lo que pasó realmente el día de Pascua parece independizarse formalmente con- virtiéndose en componente necesario de la teología! Sin embargo, el 6. Hans Grafi, Ostergeschehen und Osterberichte, 41970, p. 13. La cursiva es del autor. 7. Hans von Campenhausen, Der Ablouf der Osterereignisse und das leeré Grab, SAH, phil-hist. Klasse, 1952,41977, p. 54 (incluido en Id., Tradition und Leben. Kráf- te der Kirchengeschicbte, 1960, pp. 48-113, aquí, pp. 111 s.). 16 I N T R O D U C C I Ó N argumento de que una pregunta no se puede contestar no resuelve en absoluto la cuestión. Esta afirmación no dispensa a la investiga- ción histórica de su deber de indagar, sino que, al contrario, lo hace aún más necesario. Pues otras épocas con métodos de investigación distintos o más perfeccionados muy bien podrían encontrar una res- puesta. Precisamente por eso es necesario un continuo afán de saber que no se conforme (se dé por satisfecho) con lo conseguido. 3. La resurrección de Jesús es un milagro que se sustrae a toda aprehensión: ¿qué puede hacer allí un trabajo histórico? En efecto, el carácter milagroso o revelador de Jesús no puede ser objeto de un trabajo histórico científico, sino sólo de las reflexio- nes teológicas y de la filosofía de la religión. Pero, en tanto que la teología está «emparejada» directamente con el pensamiento históri- co —y lo está, por un lado, en virtud de la índole y las afirmaciones de sus fuentes textuales y, por otro, con referencia a la conciencia de verdad de la época moderna—, debe interesarse a su vez por el «cómo» de la resurrección. La contestación a la pregunta de cómo se llegó a la afirmación de la resurrección de Jesúses indispensable para la comprensión del anuncio de la resurrección en aquel entonces y de su actual prolongación o nueva formulación. 4. Fuera de la experiencia de fe y fuera del testimonio cristiano, no se puede hablar adecuadamente de la resurrección de Jesús. «Una pregunta sobre la resurrección planteada de forma exclusivamente histórica se distancia de... los textos de los relatos pascuales»8. Con esta argumentación uno se evade del mundo. Todo corre hacia el «creo para entender», frase que en la época moderna no se puede mantener en el ámbito de la ciencia. Mientras no se pretenda convertir la absurdidad en criterio de verdad de las afirmaciones teológicas, la teología científica (y la predicación eclesial) tendrá(n) que preocuparse de la comprensibilidad de sus afirmaciones. La in- vestigación científica tiene la tarea de recoger e interpretar los testi- monios cristianos de fe pasados y presentes. Por de pronto, la teolo- gía y la predicación no toman parte en absoluto en este trabajo. No es precisamente que la investigación científica deba capitular ante las cosas de la fe, como se dice a menudo. Pues también la fe es suscitada primero por algo. Por consiguiente, tras ella siempre hay algún acontecimiento. La investigación de los testimonios de fe tam- bién sirve, por tanto, para acercarse un poco más a lo que suscita la 8. J. Moltmann, op. cit., p. 165. 17 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS fe, a lo realmente inefable. Sin duda se ha de discutir hasta qué pun- to exactamente cabe acercarse a ello de ese modo. 5. Acontecimiento e interpretación están siempre entrelazados, de manera que es imposible acceder al acontecimiento de la resu- rrección sin su interpretación. La referencia al entrelazamiento de acontecimiento e interpreta- ción se puede aplicar a todos los textos con los que trata la ciencia histórica, y no es ninguna peculiaridad de los textos fontales religio- sos ni cristianos. Pues cada autor intenta de forma natural describir algo determinado (por ejemplo un acontecimiento) con sus posibili- dades individuales. Salta a la vista que esto sólo puede ser siempre su interpretación completamente personal y subjetiva, que se acerca más o menos a lo que se pretende describir. Este hecho normal lleva a observar y a respetar toda fuente dada como una manifestación vital humana. En modo alguno se pueden equiparar un aconteci- miento y su interpretación en los textos. Ciertamente, esto ni puede ni debe impedir que se interrogue a los textos neotestamentarios, teniendo en cuenta su peculiaridad, en busca de material históricamente utilizable. La experiencia enseña que la afirmación de un texto se aprovecha de forma nueva precisa- mente cuando uno se le acerca con todos los medios científicos dis- ponibles. A continuación, por tanto, vamos a preguntar de forma pura- mente histórica por el contexto de los testimonios de la resurrec- ción, o dicho brevemente: por el «cómo» de la resurrección de Je- sús. El objetivo es proponer una hipótesis sobre la resurrección que ponga los menos tropiezos posibles y resuelva el mayor número de dificultades. Es casi innecesario aclarar que las explicaciones que siguen se mueven en el ámbito de lo probable, con lo cual quedan marcadas desde un principio los límites de esta investigación. Sin embargo, posibles objeciones como, por ejemplo, calificarla de «puramente hi- potética» descansan sobre una falsa comprensión del trabajo históri- co. La reconstrucción histórica —como toda forma de interpreta- ción— no puede prescindir de las hipótesis y juicios de probabilidad. En efecto, la tarea propia del trabajo histórico es elaborar las hipó- tesis más adecuadas y, al mismo tiempo, sopesar claramente las pro- babilidades. El valor de una reconstrucción se decide atendiendo a si se basa en las mejores hipótesis, es decir, aquellas que responden a la mayor parte de las cuestiones abiertas (y a las más importantes) o 18 I N T R O D U C C I Ó N resuelven el mayor número de problemas existentes, y provocan el menor número de argumentos en contra. Así, el deber de un histo- riador es comparable con la tarea que corresponde a una sesión de tribunal: examen de los testigos y reconstrucción del curso probable de los acontecimientos. Una investigación de estas características, con sus objetivos y posibles respuestas, será importante para la cuestión teológica mien- tras la teología mantenga su referencia, aceptada desde la Ilustra- ción, a la historia y a su indagación crítica. 19 2 ENTRADA EN EL TEMA I. LA SITUACIÓN TEXTUAL Para la reconstrucción de los acontecimientos posteriores a la muer- te de Jesús es necesario prestar atención a todas las informaciones de las que disponemos, que quizás posibiliten conclusiones sobre lo sucedido en aquel entonces. Los textos que a tal efecto se toman en consideración se encuentran en los cuatro evangelios del Nuevo Tes- tamento, pero también en los Hechos de los Apóstoles y en la litera- tura paulina, así como en algunos escritos que no pertenecen al Nuevo Testamento, los llamados «apócrifos». Sin embargo, antes de la investigación propiamente dicha, hay que decir una palabra sobre el modo en que se deben valorar en general estos textos. Las cartas de Pablo son los textos más antiguos del Nuevo Tes- tamento y proceden más o menos de los años (40)50-60. Más tarde apareció el evangelio de Marcos (h. 70), después el evangelio de Lucas (h. 80), el evangelio de Mateo (h. 85), los Hechos de los Após- toles (h. 90) y, finalmente, el evangelio de Juan (h. 100). Precau- ción, no obstante: esta probable secuencia temporal todavía no su- pone una valoración desde el punto de vista de los contenidos. La antigüedad de un texto aún no es necesariamente prueba de su «exactitud». No se puede decir simplemente: puesto que este texto es antiguo, su afirmación es fidedigna, y, puesto que este otro es más reciente, su afirmación es menos fidedigna. Pues cabe que tradicio- nes antiguas fueran incorporadas, tras un largo vagabundeo oral o escrito, a obras literarias aparecidas tardíamente; ¡dichas obras, en- tonces, pese a su menor edad, contendrían los elementos de tradi- ción más antiguos! Esto se debe tener presente en el análisis. 21 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS Es algo generalmente admitido que los evangelios no fueron escritos por acompañantes ni confidentes íntimos de Jesús. Las personas a las que, por motivos más o menos plausibles, llamamos Mateo, Marcos, Lucas y Juan moldearon la forma del texto que hoy tenemos delante. Además, la mención, a menudo idéntica, de los mismos pasajes textuales en distintos evangelios no significa que por eso sean por- tadores de un contenido más elevado de verdad. La consideración de este particular es especialmente importante cuando se comparan entre sí los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Pues entre los investigadores se admite generalmente que los autores de los evan- gelios de Mateo y de Lucas utilizaron en su trabajo literario el evangelio de Marcos como fuente de materiales. Además, tenían también delante una colección de dichos de Jesús a la que en la investigación se denomina generalmente «Q» (del alemán Quelle, «fuente»). Con ello se explica que estos tres evangelios se parezcan en tantas cosas; pero, además, Mateo y Lucas ofrecen narraciones que Marcos desconocía. Por añadidura, cada uno de los evangelios contiene también relatos que no tienen correspondiente alguno en los demás evangelios. Esto a menudo se ha de explicar por el hecho de que se trata de «tradiciones locales» que un autor conocía en virtud de su lugar de residencia (porque allí se contaba precisamen- te de ese modo), pero que los otros desconocían por vivir en regio- nes donde dichas historias se ignoraban. En el caso del cuarto evangelio, la situación es más complicada, porque muchas veces no está claro qué fuentes utilizó Juan. Los «evangelistas» podían echar mano, además, de una gran can- tidad dematerial surgido en diferentes momentos y lugares. De ese modo, en los evangelios, junto a tradiciones de fecha más reciente, aparecen también otras revisadas, cuyo origen se remonta a los días del «Jesús histórico». Todas ellas son reacciones ante acontecimien- tos concretos. Si una determinada manifestación de Jesús causaba impresión en sus oyentes, era transmitida. El contexto en el que se encontraba podía perderse en el camino. Podía tratarse de senten- cias que eran importantes precisamente para ese trasmisor. Otro quizás se había fijado en otras manifestaciones de Jesús o en nada en absoluto. Así se transmitieron fragmentos, varios de ellos compen- diados, a menudo comunicados oralmente en un contexto vago, hasta que finalmente fueron puestos por escrito. Con frecuencia, en el entretanto se construía una pequeña historia en torno a una sen- tencia de Jesús. De ese modo ésta se podía conservar y contar de nuevo mucho mejor. Pues bien, los evangelistas, por su parte, com- 22 E N T R A D A EN EL T E M A pilaron muchos de estos fragmentos en grandes conjuntos: los evan- gelios. Al hacerlo les guiaba el deseo de repetir la narración de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Todos los evangelistas elabora- ron para ello un cañamazo narrativo en el que insertaron las tradi- ciones de que disponían. Así, a partir de recuerdos sobre Jesús a menudo fuera de contexto en su origen, surgieron nuestros evange- lios. Es seguro que Jesús fue crucificado en el año 30 aproximada- mente. Pero el evangelio más antiguo, Marcos, procede en su forma definitiva del año 70 más o menos. Por consiguiente, ¡habían pasa- do entre tanto unos 40 años! Si se piensa cuántos detalles se pueden perder en el curso de 40 años, cómo se pueden modificar y embelle- cer las historias en un período de tiempo así, cómo se crean además leyendas, resulta comprensible que a priori no se pueda entender cada palabra de los evangelios como la descripción de un suceso real. Se debe distinguir entre las frases o palabras de los evangelistas como tales (por ejemplo, las transiciones entre historias individuales) y lo que tenían delante, las tradiciones. Dichas tradiciones se han de es- tudiar a su vez en sí mismas. No todas tienen la misma antigüedad, ni todas contienen acontecimientos históricos. Así, por ejemplo, se añadieron historias de milagros para corroborar el carácter único de Jesús. Pero esto, por otra parte, no significa que todas las historias de milagros fueran inventadas libremente. Por tanto, también es ta- rea de la investigación científica realizar y fundamentar estas distin- ciones y otras semejantes. Ahora bien, lo que entorpece más aún la reconstrucción de los acontecimientos es el hecho de que los evangelistas no eran observa- dores neutrales. Todos ellos eran cristianos, y como tales interpreta- ron la totalidad de los relatos sobre Jesús el judío. Creían en Jesús como su Señor resucitado. Como tal es presentado éste por entero en los evangelios, incluso allí donde se trata propiamente del Jesús predicador itinerante que recorre el país, del que los discípulos to- davía no podían suponer ni remotamente que sería crucificado y a continuación hasta resucitaría. Los evangelios, por tanto, explican un acontecimiento pasado a partir de su respectivo punto de vista posterior. ¡Pero así no se escri- be una historia objetiva! Por eso todas las afirmaciones se deben acoger de momento con escepticismo. Aquí estriba la mayor dificul- tad a la que uno se enfrenta al pretender reconstruir y valorar lo relatado en los evangelios. Sólo una investigación crítica de las afir- maciones de los textos, que intente penetrar hasta el núcleo históri- 23 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS co a través de todas las leyendas y embellecimientos parafraseados, nos puede permit ir conjeturar lo que realmente sucedió. De esa manera, los hechos históricos convertidos en probables resultan irre- nunciables para anclar históricamente nuestra fe cristiana. II. PROCEDIMIENTO El testimonio de Pablo en 1 Cor 15,1-11 es el texto más antiguo del Nuevo Testamento que menciona concretamente la muerte , la resu- rrección y las apariciones del Resucitado. Pablo utiliza allí tradicio- nes que conoce desde antes. Puesto que la primera carta a los Corin- tios se data habitualmente en torno al año 50, se puede establecer ya, ante todo, que las tradiciones mencionadas en él deben de ser más antiguas. Cuánto más antiguas, concretamente, es algo que ha- brá que demostrar . Éste texto primitivo constituirá el hilo conductor de nuestras investigaciones. Se debe intentar determinar la antigüedad de las tradiciones, iluminar y descubrir la situación en que aparecieron, qué eventos históricos se ocultan tras ellas. Pablo escribió la primera carta a los Corintios con una finalidad muy determinada. Para él no se trataba de exponer exactamente cómo murió Jesús ni cómo fueron sus apariciones tras la resurrec- ción. Al parecer, lo único importante para Pablo en esta situación era que ambas cosas habían tenido lugar (Jesús murió hacia el año 30; desde los acontecimientos que Pablo menciona en este pasaje habían pasado ya, por tanto, unos 20 años). Un estudio de este texto, por consiguiente, sólo podrá dar resul- tados muy incompletos. Por eso a continuación todo aspecto men- cionado en él ha de ser separado y tratado por extenso, incluyendo todas las demás fuentes disponibles. III. EL «TEXTO DE ENTRADA», 1 COR 15,1-11 Pablo fundó la comunidad de Corinto hacia el año 4 1 1 , en el trans- curso de su «segundo viaje misionero». A muchos miembros de la comunidad los conocía desde entonces personalmente. Por tanto, envió la primera carta a los Corintios a personas a las que conocía bien. 1. La mayoría de los teólogos, no obstante, acepta como fecha el año 49 aproxi- madamente. 24 E N T R A D A EN EL T E M A Ahora bien, a personas en las que cabe presuponer algo común no se les escribe de la misma manera que a unos extraños. N o hay que explicar pormenorizadamente cada tema; basta la mención de las palabras clave, que los destinatarios conocen. Así se pueden ex- plicar también las sucintas menciones de la muerte y resurrección de Jesús; no hacían falta más informaciones detalladas. 1: Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os anuncié, que recibis- teis y en el que habéis perseverado. 2: Es el evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así habríais creído en vano. 3: Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; 4: que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; S: que se apareció a Cefas y luego a los doce. 6: Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto. 7: Luego se apareció a Santiago, y luego a todos los apóstoles. 8: Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo na- cido a destiempo se tratara. 9: Yo, que soy el menor de los apóstoles, indigno de llamarme após- tol por haber perseguido a la Iglesia de Dios. 10: Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Al contrario, he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo. 11: En cualquier caso, tanto ellos, como yo, esto es lo que anuncia- mos y esto es lo que habéis creído. Pablo menciona en los vv. 3b-8 la muerte y resurrección, así como las apariciones de Cristo. Con ello recuerda a los corintios algo ya conocido, a saber, una especie de credo de los primeros cristianos que Pablo había dado a conocer al fundar la comunidad. En favor de que dicho credo sólo llega del v. 3 b hasta el final del v. 5 («luego a los doce»), hablan principalmente dos razones: a) tras «luego a los doce» comienza otra oración; b) puesto que las palabras «de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto» (v. 6b) ciertamenteno pertenecen a la tradición transmitida en la visita fun- dacional, cabe después de todo la probabilidad de que Pablo ya no recuerde aquí algo conocido. Más bien cuenta algo nuevo utilizando otras tradiciones. Esto, por un lado, tenía ciertamente como finali- dad dar una seguridad «histórica» de la resurrección de Jesús: más de quinientos testigos a la vez (v. 6a) no pueden equivocarse, y si alguien seguía siendo escéptico respecto a lo escuchado, podía pre- guntarles directamente, pues la mayoría de ellos aún vivían (v. 6b). Por otro lado, a Pablo evidentemente le interesaba prolongar hasta 2 5 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS él mismo la tradición comunicada a los corintios en la visita funda- cional, tradición a la que ciertamente pertenecía ya la aparición de Jesús a Cefas. Pero entonces era necesario añadir apariciones del mismo tipo que precedieran temporalmente a la suya, para que que- dara claro: según el v. 8, Pablo recibió la misma «visión» que todos los demás en esta serie de personas enumeradas. Las apariciones a Cefas y Santiago (v. 5 y v. 7), que originalmente tenían la función de corroborar la primera visión, y con ello la legitimación de Cefas y de Santiago, fueron utilizadas en este momento por Pablo para ates- tiguar el hecho de la aparición de Cristo como tal. Ahora sabemos que los versículos que nos interesan especialmen- te, 3b-8, constan de tres partes: 1. La «predicación básica» de Pablo (vv. 3b-5). 2. Ulteriores apariciones tras la resurrección (vv. 6.7). 3. La última aparición del Resucitado a Pablo mismo (v. 8). 1. Las diferentes afirmaciones de 1 Cor 15,3b-5 Enseguida queda claro que la tradición de los vv. 3-5, transmitida en la visita fundacional, es en sí heterogénea: el cuádruple «que», qui- zás debido al mismo Pablo, manifiesta también exteriormente la enfilación de fórmulas distintas. Así, por ejemplo, la afirmación de la resurrección de Jesús y la de su muerte «por nuestros pecados» no estaban originalmente juntas, como demuestran textos paralelos2, sino que fueron unidas más tarde (cf. la parecida combinación de afirmaciones de la muerte y la resurrección en Rom 4,25; 14,9; 2 Cor 5,15; 1 Tes 4,14). Sin embargo, con ello aún no queda claro cuándo tuvo lugar esa unión. No debe de proceder de Pablo; más bien es posible que sea antigua y que Pablo la utilice aquí en una forma hecha ya existente. Además, se puede observar en los vv. 3b-5 que se trata de una doble prueba: a) sacada de las Escrituras (las conocemos como «An- tiguo Testamento»); y b) de un hecho confirmatorio. Los vv. 3b-5 constan, según eso, de dos líneas y se han de leer como sigue: a) Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras y fue sepultado; b) resucitó al tercer día según las Escrituras y se apareció a Ce- fas, después a los doce. 2. Fórmula de la muerte: Rom 5,8; 14,15; 1 Cor 8,11; Gal 2,21; 1 Tes 5,10. Fórmula de la resurrección: Rom 4,24; 10,9; 1 Tes 1,10. Cf. Philipp Vielhauer, Geschichte der urchristlichen Literatur, 1975, pp. 15-18. 26 E N T R A D A EN EL T E M A Sobre el origen del fragmento de tradición de 1 Cor 15,3b-5 existen diferentes opiniones. Una corriente investigadora lo hace derivar de las comunidades de habla griega de los alrededores de Antioquía y Damasco (con ellas había mantenido Pablo un contacto especialmente intenso); otra, de la comunidad primitiva de Jerusa- lén, de lengua aramea, con lo cual habría que presuponer también una traducción al griego. En conjunto, la disyuntiva «Jerusalén o Antioquía» parece, no obstante, exagerada. «Pues aun cuando la tra- dición pudiera haber llegado a Pablo a través de las comunidades de Antioquía, éstas no habrían hecho otra cosa que transmitir lo que habían recibido [...] precisamente de Jerusalén»3. Además, en favor de Jerusalén como origen de la tradición habla un argumento relati- vo al contenido: la observación final hecha en 1 Cor 15,11, de que la predicación de Pablo concuerda con la de los demás menciona- dos, los apóstoles originarios, por tanto..., y éstos se encontraban ante todo en Jerusalén. 2. La relación mutua de las apariciones a Pedro y Santiago Pasamos ahora a la cuestión de la primera aparición de Jesús a Ce- fas/Pedro (v. 5) y a su relación con la aparición de Cristo resucitado (cristofanía) a Santiago (v. 7). De la tradición transmitida por Pablo en su visita fundacional se puede desprender como un trozo independiente de tradición la fra- se del v. 5 «se apareció a Cefas y luego4 a los doce». En favor de ello habla, en primer lugar, la correspondencia con Le 24,34 («Es ver- dad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón») y Me 16,7 («id a decir a sus discípulos y a Pedro»); en segundo lugar, la formu- lación paralela del v. 7, a continuación. La cristofanía a Santiago (y a todos los apóstoles), 1 Cor 15,7, contiene dos afirmaciones: primero, Santiago ha tenido una apari- ción; segundo, Santiago ocupa una posición privilegiada en el círcu- lo de los apóstoles. Salta a la vista que los vv. 5 y 7 están construidos igual, por lo cual —salvo por Cefas/Santiago y los doce/todos los apóstoles— se emplean las mismas palabras: «Se apareció a Cefas y luego a los doce»; «se apareció a Santiago, y luego a todos los apóstoles». Este 3. Eduard Lohse, Martyrer und Gottesknecht, FRLANT 64, 21963, p. 113. 4. No hay que excluir que «después» fuera insertado por Pablo en lugar de un «y» original con vistas a las demás apariciones que se proponía añadir. Pero aun en- tonces sigue siendo probable una aparición individual a Cefas. 27 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS paralelismo se podría explicar de dos maneras diferentes: a) Pablo mismo moldeó verbalmente el v. 7 a imitación del v. 5, para lo cual contaba con una tradición sobre una aparición a Santiago y a todos los apóstoles; b) Pablo transmitió en ambos casos una tradición in- dependiente. Entonces, o bien una fórmula está reproducida previa- mente sobre la base de la otra, o ambas fórmulas tienen un origen común. En todo caso sigue siendo claro que, tanto en el v. 5 como también en el v. 7, existe una tradición más antigua. Las tradiciones transmitidas en 1 Cor 15,5.7 contienen la sucin- ta información de que un determinado grupo de cristianos tuvo una aparición del Resucitado. La posible función de tal «fórmula» se acla- ra con un vistazo a los escritos paulinos: Pablo, en su lucha contra sus adversarios, remite en varios lugares a una visión del Resucitado (1 Cor 9,1: «¿Es que no he visto yo a Jesús, nuestro Señor?»; cf. Gal l,15s: «Dios [...] tuvo a bien revelarme a su Hijo para hacerme su mensajero entre los paganos por medio del evangelio»; Flp 3,8: «el desbordante conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor») para legiti- mar su autoridad. Una función parecida tienen también las tradicio- nes presentes en 1 Cor 15,5.7, que por eso mejor se han de denomi- nar «fórmulas de legitimación». La relación de competencia de ambas fórmulas entre sí, v. 5 y v. 7, se puede entender cuando se conecta con la evolución de la comunidad primitiva de Jerusalén en sus dos primeras décadas. Se- gún esto, Pedro tuvo la primera aparición. Pues la fórmula de legiti- mación tocante a Pedro y los doce es más antigua que la de 1 Cor 15,7. Procedía aún del tiempo en que existía el círculo de los doce (la existencia de éste no se prolongó mucho tras la muerte de Jesús), y ya en aquel entonces se vinculaba con el credo primitivo de los vv. 3b.4; por tanto, no era Pablo el primero que establecía tal vincu- lación. En el período siguiente, Santiago, el hermano de Jesús, consi- guió una influencia cada vez mayor en la comunidad primitiva, has- ta que ésta pasó finalmente a estar bajo su exclusiva jefatura. El texto de 1 Cor 15,7 procede, por tanto, de un momento posterior, cuando adeptos de Santiago (o él personalmente) reivin- dicaron ya para Santiago (o éste para sí mismo) la condición de pri- mer testigo. Con este fin adaptaron la noticia de la aparición de Jesúsa Santiago a la fórmula de 1 Cor 15,5. Esto no pone en tela de juicio «que» Santiago tuviera una visión del Jesús resucitado; seguramente había «visto» a éste también en un primer momento, cuando Pedro era aún el jefe de la comunidad. Sin embargo, la condición de pri- mer testigo sólo fue afirmada de Santiago en un momento posterior. 28 I N I R A D A EN EL TEMA IV. RKSULTADO PROVISIONAL Todos los trozos de tradición aquí investigados (muerte, sepultura, resurrección, apariciones) surgieron ya pronto. Se puede aceptar que todos los acontecimientos contados en ellos se han de datar en los dos primeros años tras la crucifixión de Jesús. De todos modos, esta tesis es probable para 1 Cor 15,3b-5; pero resulta concluyente en el caso de 1 Cor 15,6a.7 por el hecho de que la conversión de Pablo se encuentra al final cronológico de las apariciones enumeradas, y ésta se ha de situar poco después de la muerte de Jesús, que por lo gene- ral se data en torno al año 30. Para la conversión de Pablo se puede llegar igualmente a una fecha bastante segura. Hechos de los Apóstoles informa de modo creíble de una estancia de Pablo en Corinto cuando estaba allí Ga- lión, procónsul de Acaya (Hech 18). Ahora bien, dicho Galión de- sempeñó ese cargo en los años 51/525. Si se cuentan hacia atrás des- de esta fecha los intervalos que Pablo menciona en Gal 1,18 («tres años») y 2,1 («catorce años»), y se añaden los dos años de duración del viaje, se obtiene como fecha de su conversión aproximadamente el año 33. Por tanto, se ha de retener lo siguiente: las apariciones mencio- nadas en 1 Cor 15,3-8 tuvieron lugar entre el año 30 y el 33 d. C. (el «que» de las apariciones), puesto que la aparición a Pablo es la última de esa lista y no se ha de datar más tarde del 33 d. C. Con ello, su forma de transmisión definitiva (el «cómo» de las aparicio- nes) todavía no estaba fijada por escrito. Ahora bien, ya dijimos que Pablo únicamente había comunicado a los corintios en su predicación fundacional el «credo» antes men- cionado y también la aparición a Cefas y a los doce; pero no aludió a ninguna otra aparición de Cristo (como, por ejemplo, la que tuvie- ron más de quinientos hermanos). A continuación exponíamos los motivos por los que el apóstol enumeró una tras otra estas aparicio- nes en la primera carta a los Corintios: con vistas a dar una seguri- dad histórica de la resurrección de Jesús y para asegurar su propia autoridad apostólica. Es palmario que en esto, por propio interés, procedió con la mayor exactitud. De ahí se sigue para el texto: por un lado, que Pablo enumeró todas las apariciones que conocía; por el otro, no obstante, la alta fiabilidad e integridad de los datos. 5. Lo sabemos por fragmentos de una carta del emperador Claudio (41-54) encontrada en Delfos, grabada en piedra, la llamada «inscripción de Galión». 29 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS En este punto se plantea la pregunta de por qué Pablo no comu- nicó las demás apariciones ya en la predicación fundacional. Res- puesta: (todavía) no eran, como el «credo» de la muerte y resurrec- ción de Jesús, fundamentales para la salvación, mientras que la(s) aparición(es) a Cefas y a los doce en el tiempo primigenio tenía(n) un significado especial que fundamentaba la Iglesia, y por tanto formaba(n) parte del evangelio. De ahí no se puede deducir que las demás apariciones tuvieran lugar después de la fundación de la co- munidad corintia. Tal suposición queda ya refutada por el hecho de que, por ejemplo, la aparición a más de quinientos hermanos sólo fue contada por una razón, la de haberse producido realmente. Pue- de que Pablo no conociera aún esta tradición en el momento de la fundación de la comunidad de Corinto. No hace falta decir, además, la relación existente entre el acon- tecimiento como tal y su desarrollo verbal. Debido a la índole ex- traordinaria del acontecimiento en cuestión, se puede contar con que, tras la aparición de Jesús, ésta fue contada inmediatamente. ¿Cómo cabe imaginar, después de todo, que, una vez ocurrido, un acontecimiento no se contara hasta, digamos, diez años después? Por consiguiente, en 1 Cor 15,1-11 se pueden discernir las si- guientes tradiciones transmitidas ya poco después de la muerte de Jesús: 1. Jesús murió (1 Cor 15,3b). 2. Jesús fue sepultado (1 Cor 15,4a). 3. Jesús resucitó al tercer día (1 Cor 15,4b). 4. Jesús se apareció a determinados testigos (1 Cor 15,5-8): a) se apareció a Cefas/Pedro (1 Cor 15,5a); b) se apareció a los doce (1 Cor 15,5b); c) se apareció a más de quinientos hermanos (1 Cor 15,6); d) se apareció a Santiago (1 Cor 15,7a); e) se apareció a todos los apóstoles (1 Cor 15,7); /) se apareció a Pablo (1 Cor 15,8). Partiendo de este balance y tomando como base todos los pasa- jes textuales disponibles, ahora se ha de intentar sacar conclusiones sobre los acontecimientos subyacentes tras estas tradiciones: sepul- tura, resurrección y apariciones de Jesús. 30 3 LOS ACONTECIMIENTOS TRAS LA MUERTE DE JESÚS I. LA MUERTE DE JESÚS El hecho de la muerte de Jesús como consecuencia de la crucifixión es indiscutible, pese a las hipótesis presentadas en ocasiones sobre una muerte aparente o una confusión; por tanto, no es preciso dis- cutir aquí más acerca de ello. II. LA SEPULTURA DE JESÚS La noticia más antigua sobre la sepultura de Jesús que poseemos (1 Cor 15,3s.) no precisa sus detalles, de la misma manera que la indicación de la muerte que allí se da tampoco menciona la forma de morir (crucifixión). No obstante, se debe acometer el intento de poner de manifiesto la sepultura de Jesús. Del entierro se habla en los primeros escritos cristianos de dos maneras diferentes: a) José de Arimatea dio sepultura a Jesús (Me 15,42-47 y para- lelos en el evangelio de Lucas, Mateo y también Juan); b) a Jesús lo enterraron judíos (Jn 19,31-37). Pero ¿cómo fue en realidad? ¿Permiten los textos sacar conclu- siones sobre este acontecimiento? 1. El relato de Me 15,42-47 y sus lugares paralelos El especialista en Nuevo Testamento más conocido de este siglo en el ámbito de lengua alemana, Rudolf Bultmann, tiene el texto de Me 31 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS 15,42-47 por un relato histórico que no suena a leyenda1. Cierta- mente, ni siquiera él puede establecer la antigüedad de la tradición aquí conservada. Para poner a prueba su dictamen, hay que conside- rar el pasaje en su contexto global, el relato marcano de la pasión: 42: Al caer la tarde, como era la preparación de la pascua, es decir, la víspera del sábado, 43: llegó José de Arimatea, que era miembro distinguido del sane- drín y esperaba el reino de Dios, y tuvo el valor de presentarse a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. 44: Pilato se extrañó de que hubiera muerto tan pronto y, llaman- do al centurión, le preguntó si había muerto ya. 45: Informado por el centurión, otorgó el cadáver a José. 46: Éste compró un lienzo, lo bajó, lo envolvió en el lienzo, lo puso en un sepulcro excavado en roca e hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. 47: María Magdalena y María la madre de José observaban dónde lo ponían. El texto conecta el relato de la crucifixión (15,20-41) con el de la tumba vacía (16,1-8). La determinación temporal «al caer la tar- de» (v. 42) recoge dos indicaciones: «la hora tercia» (15,25), en la que Jesús fue crucificado, y «a la hora sexta [...] hasta la de nona» (15,33), cuando sobrevinieron las tinieblas. Es decir, según Marcos, Jesús murió a las tres de la tarde (= hora de nona); el entierro se realizó al caer la tarde. En el v. 44 existe una doble referencia a la escena de la cruci- fixión: el asombro de Pilato ante la rápida muerte de Jesús es razo- nable sobre todo en el contexto de la historia de la pasión del evan- gelio de Marcos, pues según ésta el tiempo de padecimiento de Jesús es, a diferencia de lo que era normal, inusitadamente corto2. Por eso se asombra Pilato. Con la posterior consultaal centurión responsa- ble (v. 44), la escena se conecta con lo anterior (cf. v. 39: el centu- rión al pie de la cruz). Hay otras conexiones con el contexto: 15,46b y 16,3b concuerdan casi literalmente, y las mujeres no sólo están al 1. Prescindiendo de las mujeres que aparecen de nuevo en el v. 47 como testi- gos de los vv. 44.45, que Mateo y Lucas no encontraron aún en Marcos (cf. Rudolf Bultmann, Die Geschichte der synoptische Tradition, FRLANT 29, 71967, p. 296). 2. Cf. Heinz-Wolfgang Kuhn, «Die Kreuzesstrafe wahrend der frühen Kaiser- zeit. Ihre Wirklichkeit und Wertung in der Umwelt des Christentums», ANRW II 25.1, 1982, pp. 648-793, aquí, pp. 751 s. («Zur Dauer des Hangens am Kreuz»). Para explicar la corta duración de las angustias mortales de Jesús (menos de seis horas; cf. Me 15,25.33), a menudo se supone un «shock traumático» o «gran pérdida de sangre». 32 I O S AC .UN I l C I M I I N t OS TRAS LA MUERTE DE JESÚS pie de la cruz, sino que también observan la inhumación desde lejos y van a la tumba vacía (15,40.47; 16,1). 2. Las tradiciones presentes en Me 15,42-46 V. 42. El dato temporal «al caer la tarde» procede, lo mismo que en Me 4,35; 6,47; 14,17, de Marcos mismo. Por el contrario, la men- ción del día de la preparación se basa probablemente en una tra- dición. Marcos lo aclara como el día anterior al sábado (cf. la expli- cación similar de costumbres judías en Me 7,3s.). V. 43. La caracterización de José como «miembro distinguido del sanedrín» no es probable que tenga su origen en una tradición antigua. Pues dicha caracterización sólo es forzosamente necesaria para el plan de Marcos: José, miembro del sanedrín que condenó a Jesús a muerte (Me 14,55; 15,1), aguardaba simultáneamente el rei- no de Dios. Es verdad que con ello Marcos no presenta a José como cristiano, pero lo pone aparte del grupo de oposición a Jesús. Me- diante esta caracterización, y a la vista del significado enteramente positivo que tiene en el evangelio de Marcos el «reino de Dios» (cf. Me 1,15), José se convierte en una figura positiva. Ciertamente, Marcos habría preferido hablar de un entierro de Jesús llevado a cabo por sus seguidores, como hace en Me 6,29 (en- tierro de Juan el Bautista). Pero, puesto que no contaba con ninguna tradición de ese tenor, y a la vez circulaba una noticia sobre la sepul- tura de Jesús a cargo de un tal José de Arimatea, miembro del sane- drín, Marcos efectuó las mencionadas mejoras en este personaje. Pero, entonces, la suposición de que la pertenencia de José al sane- drín es tradicional, mientras que su caracterización como «distingui- do» procede de Marcos mismo, tiene algo a su favor. Los vv. 44-45 son ciertamente composición de Marcos. En fa- vor de ello habla ya el cambio en el uso del griego: en el v. 43 José había pedido el cuerpo de Jesús; en el v. 45 recibe de Pilato el cadá- ver de Jesús. Ambos versículos enlazan la escena con lo que viene después. La muerte de Jesús es real y queda corroborada oficialmen- te, por decirlo así. V. 46. La afirmación de la inhumación de Jesús a cargo de José es tradicional. La indicación sobre el sepulcro excavado en roca con una piedra rodante prepara ya aquí Me 16,3 y no pertenece origi- nalmente a la historia. Puesto que esta descripción del sepulcro de Jesús se presupone en Me 16,1-8 (de otro modo este relato no ten- dría ningún sentido), mientras que aquí es en todo caso una amplia- 33 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS ción, tal vez la mención del sepulcro excavado en roca con una pie- dra rodante fuera tomada de allí. El envolver con un lienzo (usado) puede ser tradicional. Es habi- tual en todas las formas de enterramiento en el judaismo. Sin em- bargo, llama la atención que José lo compra. Esto implica que es nuevo. Si decíamos que el entierro de Jesús a cargo de José se re- monta a la tradición, los lienzos nuevos podrían representar una modificación para excluir la deshonra del entierro de Jesús3. Pero, por otro lado, se encuentran también indicaciones que se apartan de las circunstancias de una inhumación normal. Así, se debe tener presente que Jesús en modo alguno fue sepultado en el sepul- cro de su familia en Nazaret, como en todo caso habría sido lo suyo en un enterramiento honroso. Además, Marcos había contado la unción de Jesús antes de su muerte en el capítulo 14, y la había en- tendido como unción para la muerte. Sin embargo, no se lleva a cabo una unción honrosa del cadáver de Jesús, según lo que se conoce de ordinario como ritual de inhumación. La tradición presente en Me 15,42-47, por tanto, informa de un entierro de Jesús a cargo de José de Arimatea, miembro del sanedrín. Sobre el modo de la inhumación no se pueden extraer datos históri- cos más precisos partiendo sólo de este relato. Sin embargo, se en- cuentran indicios en favor de que Marcos se vio enfrentado a la tra- dición de un entierro deshonroso y la reinterpretó. 3. La elaboración de Me 15,42-47 por parte de los relatores paralelos Los relatores paralelos Mateo y Lucas, lo mismo que Juan, cristiani- zaron la figura de José, o bien la pintaron de forma aún más positiva de lo que Marcos lo había hecho. Apartándose del modelo de Mar- cos, José de Arimatea era, según Mateo, un hombre rico y discípulo de Jesús (Mt 27,57). Lucas lo pinta como un hombre bueno y justo (Le 23,50), que no se había involucrado en la sentencia del sanedrín contra Jesús (Le 23,51), y en el Evangelio de Pedro4 2,3 es calificado de «amigo del Señor». También en el evangelio de Juan se califica a José de Arimatea de discípulo de Jesús (Jn 19,38), que desde luego 3. Cf. David Daube, The New Testament and Rabbiníc Judaism, 1973 [1956], p. 312. Las siguientes explicaciones sobre el deshonroso enterramiento de Jesús si- guen de cerca a Daube (pp. 301-324). 4. El Evangelio de Pedro (EvPe), redactado tardíamente (mediados del siglo II), nunca fue aceptado en el Nuevo Testamento. 34 I O S A Í O N I I C I M I I N I O S TRAS LA MUERTE DE JESÚS mantiene su discipulado oculto por temor a los judíos (cf. Jn 12,42; 9,22). La narración contiene además el detalle de que Nicodemo, «el que en una ocasión (a saber, en Jn 3,2) había ido a hablar con Jesús durante la noche» (Jn 19,39a), aparece inopinadamente y se ocupa del cadáver de Jesús junto con José (19,39s.). La tendencia presente en la primitiva tradición narrativa cristia- na de la inhumación de Jesús por parte de José de Arimatea se pue- de clarificar suficientemente. De miembro del sanedrín ha pasado a ser discípulo de Jesús —se podría decir casi: de enemigo, a amigo—, y finalmente en el entierro toma parte, incluso, otro confidente de Jesús, Nicodemo. Pero también el entierro se colorea de forma cada vez más posi- tiva. Si Marcos decía únicamente que era un sepulcro excavado en roca, los relatores paralelos no sólo presuponen eso, sino que ade- más saben que era el propio sepulcro de José (Mt 27,60; EvPe 6,24s). Juan (20,15), lo mismo que EvPe 6,24, lo localizan incluso en un huerto, lo cual es signo de distinción (cf. 2 Re 21,18.26). Finalmen- te, Mateo (27,60), Lucas (23,53) y Juan (19,41s.) califican el sepul- cro de «nuevo», con lo que se expresa un homenaje a Jesús y, ade- más, se excluye que Jesús fuera sepultado, por ejemplo, en una tumba para malhechores. Pues bien, podemos retener que sólo el relato de Marcos puede servir de fuente para la pregunta por el valor histórico de la tradi- ción. Nótese, al mismo tiempo: si la tendencia postmarcana tiende a cristianizar a José, queda confirmada nuestra tesis de que ya el rela- to de Marcos efectúa una modificación positiva de la figura de José. Por tanto, hay que preguntar: si el relato del entierro va a parar cada vez más en un homenaje a Jesús, ¿no se pretenderá quizás con ello desplazar un entierro deshonroso? Con otras palabras: ¿no existe ya en la redacción de Marcos una tradición evolucionada que pretende asimilar el terrible acontecimiento de la muerte de Jesús en el senti-do de que Jesús tuvo al menos un entierro decente por parte de un distinguido miembro del sanedrín? 4. El relato de Jn 19,31-37 Otra fuente para la reconstrucción de la inhumación de Jesús es el texto de Jn 19,31-37: 31: Como era el día de la preparación de la fiesta de pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz aquel sába- 5. José, «tomando el cuerpo del Señor, lo lavó, lo envolvió en una sábana y lo introdujo en su propia sepultura, llamada Jardín de José». 35 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS do, ya que aquel día se celebraba una fiesta muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara romper las piernas a los crucificados y que los quitaran de la cruz. 32: Los soldados rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. 33: Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas. 34: Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al punto brotó de su costado sangre y agua. 35: El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. 36: Esto sucedió para que se cumpliese la Escritura, que dice: No le quebrarán un hueso. 37: La Escritura dice también en otro pasaje: Mirarán al que traspa- saron. El texto está organizado de tal forma que Sal 34 ,21 6 , Ex 12,46 y Zac 12,10 son convertidos en acción (cf. el giro explícito: «para que se cumpliese la Escritura», v. 36). Sin embargo, con ello todavía no queda demostrado que el relato entero sea una invención poste- rior. Como núcleo de la tradición queda más bien el ruego de los judíos a Pilato de que se quitara de la cruz el cadáver de Jesús (v. 31). En favor de la antigüedad de esta tradición habla el hecho de que la petición no es atendida. ¿Para qué querría inventar alguien, después de todo , una nota marginal así, que no desempeña ningún papel en el plano de su proyecto literario? El v. 38 empieza después completamente de nuevo con la peti- ción de José, y es éste (¡no los romanos!) quien quita el cadáver de la cruz. La incompatibilidad de ambos relatos resulta innegable. Al parecer, fue eliminada la parte conclusiva original del relato (la «in- humación» de Jesús por parte de los judíos). En su lugar se colocó más tarde el relato de un entierro de Jesús por parte de José y Nico- demo (Jn 19,38-42). Lo que cabría presumir como nota original tras Jn 19,31-37 encuentra correspondencia en Hech 13,29 (los judíos «lo bajaron [a Jesús] del madero y lo sepultaron»). Es verdad que muchas veces se afirma que este versículo está determinado exclusivamente por el lenguaje y la teología lucanos, y por tanto procede de Lucas mismo. Sin embargo, esto no está demostrado en m o d o alguno. Y es que, normalmente , Lucas imputa por entero a los judíos la muerte de Jesús en los discursos de misión de Hechos de los Apóstoles (Hech 6. «... cuida de todos sus huesos, ni uno solo se le romperá». 3 6 I O S A C U N t r . C I M I E N T O S TRAS LA MUERTE DE JESÚS 2 ,23 ; 3 ,13-15; 4 ,27 ; 5,30; 7 ,53; 10,39; 13,28). Pero en este pasaje (Hech 13,29) los judíos se ocupan de retirar el cadáver y sepultarlo, cosa que difícilmente se puede compaginar con el tema de la atribu- ción de culpa. N o se consigue poner en claro ningún interés lucano en el desarrollo de esta acción. Por tanto , aquí existe una tradición independiente que Lucas asumió y que corresponde a la que subya- ce t r a s j n 19,31-37. 5. Cómo fue enterrado realmente Jesús Del resultado esbozado se ha de seguir con gran probabilidad que la tradición de un entierro de Jesús se encuentra en dos relatos inde- pendientes entre sí: a) José de Arimatea pide a Pilato el cadáver de Jesús y lo sepulta; b) los judíos piden a Pilato el cadáver de Jesús y lo sepultan. Sin embargo, está claro que la tradición b) debía de ser la más antigua y que a) representa un desarrollo posterior, al menos en cuanto atañe a las tendencias antes indicadas de una interpreta- ción cristiana. Esto plantea la pregunta de cómo fue inhumado realmente Je- sús. Para responder a ella, se debe aclarar pr imero cómo se realiza- ban habitualmente las inhumaciones de los crucificados en aquel t iempo.. . La práctica legal romana preveía que quienes murieran en la cruz debían pudrirse allí o ser devorados por buitres, chacales u otras alimañas (esto debía servir de advertencia a los vivos). Esta posibili- dad se excluye en el caso de Jesús, pues las tradiciones hablan de manera unánime de un descendimiento de la cruz (también 1 Cor 15,4 la presupone). Por eso el «entierro de Jesús» debía de contarse entre los casos excepcionales en que las autoridades romanas entre- gaban el cadáver. De tales excepciones informa el escritor judío Fi- lón a comienzos del siglo i7. Presumiblemente, los judíos bajaron a Jesús de la cruz porque un crucificado muer to no debía colgar del madero durante la noche (Dt 21,23) y porque era víspera de un día festivo (= la fiesta de la pascua). Además, la entrega y descendimien- to de Jesús de la cruz también estaba en la mente de Pilato, porque así se prevenían desde el principio los disturbios ante el gran núme- ro de peregrinos que acudían a la fiesta. 7. «He oído hablar de los que fueron crucificados, a quienes, sin embargo, debido a que [...] era víspera de días de fiesta, se les quitó de la cruz y se les entregó a los parientes, para que recibieran una sepultura digna y conforme a la costumbre. Pues también los muertos debían obtener un provecho del aniversario del único Se- ñor, y al mismo tiempo se debía preservar la santidad de la fiesta» (Filón, Vlacc 83). 37 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JLSUS Sobre el lugar exacto de la sepultura de Jesús sólo caben conjetu- ras. La hipótesis de un entierro en la tumba familiar de José de Ari- matea se viene abajo ante la tendencia de las informaciones primiti- vas cristianas, que dejan traslucir un conocimiento, o un recelo, acerca de un entierro deshonroso de Jesús. La suposición de que Jesús fue enterrado en un cementerio para ajusticiados, una práctica judía, es casi imposible, porque Jesús, en efecto, no fue ejecutado por las au- toridades judías. Puesto que ni los discípulos ni los familiares más cercanos se ocuparon del cadáver de Jesús, difícilmente resulta ima- ginable que fueran informados sobre el paradero del cadáver. Las dos líneas de tradición arriba reconstruidas quizás coinciden en que conoce?i a José de Arimatea. Él habría sido, entonces, el en- cargado (por los judíos) de ocuparse de la sepultura de Jesús. El hecho de que fuera discípulo o amigo de Jesús resulta improbable. La conclusión inversa, de que en cuanto miembro del sanedrín per- tenecía automáticamente al número de los enemigos de Jesús, es igualmente poco admisible, pues —vista históricamente— la conde- na de Jesús por el sanedrín está sometida a graves dudas. Dónde puso (pusieron) él (o judíos desconocidos para nosotros) el cadáver, ya no podemos decirlo. Al parecer, tampoco lo sabía la primera comunidad. Pues, a la vista del significado de las tumbas de los santos en tiempos de Jesús, se puede presuponer que, de haber conocido la tumba de Jesús, los primeros cristianos la habrían venerado y habrían conservado tradi- ciones sobre ella8. III. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS La resurrección de Jesús de entre los muertos propiamente dicha, por tanto el suceso como tal, no se describe en ningún texto del Nue- vo Testamento. Por el contrario, fuera del Nuevo Testamento hay algunos textos que sí lo relatan. El modo en que se han de clasificar estas tradiciones será estudiado más adelante, en las pp. 69 ss. 8. Cf. Joachim Jeremías, Heüigengraber injesu Utnwelt (Mt. 23,29; Lk 11,47). Eine Untersuckung zur Volksreligiort der Zeit Jesu, 1958, p. 145: «Este mundo de las tumbas sagradas formaba parte del entorno en el que vivía la comunidad primitiva. Resulta impensable que dicha comunidad, viviendoen esc mundo, entregara al olvi- do la tumba de Jesús. Es tanto menos imaginable cuanto que, para ella, quien había sido depositado en esa tumba era más que cualquiera de aquellos justos, mártires y profetas». El «redescubrimiento» de la tumba de Jesús en el año 326 no tiene nada que ver con su lugar real de inhumación, y es pura leyenda. 38 I O S A ( ( ) N I I C I M I I N TOS TRAS LA MUERTE DE JESÚS En la formulación de las afirmaciones sobre la resurrección de Jesús se presupone siempre la aparición de Jesús resucitado a deter- minadas personas. Pues, en efecto, sólo esas apariciones fueron las que afianzaron la idea de que Jesús había resucitado. Así, en la cues- tión acerca de la resurrección propiamente dicha sigue desempeñan- do un papel aquella otra relativa a las apariciones del resucitado. No obstante, éstas, conforme a las afirmaciones enumeradas por Pablo, habrán de ser tratadas aparte más tarde. En este momento vamos a analizar sistemáticamente, en primer lugar, los relatos pascuales de los cuatro evangelios. La secuencia con que vamos a proceder (evangelio de Marcos, de Lucas, de Mateo y de Juan) resulta del tiempo de composición de los evangelios (sobre su orden cronológico cf. supra, p. 21). Además hay que dejar senta- do desde el principio que cada evangelio pone acentos diferentes en sus relatos sobre el Resucitado. Es verdad que por lo general se su- pone que Marcos está en la base del evangelio de Mateo y también del de Lucas, y que Juan es más reciente desde el punto de vista de la historia literaria y de las tradiciones. Pero esto «en modo alguno se puede entender en el sentido de que las novedades de Mt y Le hayan de estar condicionadas simplemente por una revisión literaria de Me, o de que las peculiaridades de Jn hayan de estarlo por una transformación literaria de los textos sinópticos. Tras el movimien- to de historia de las tradiciones testimoniado por los textos, se en- cuentra una tradición escrita y oral...»9. El estudioso del Nuevo Testamento Joachim Jeremías describió en 1971 los relatos pascuales de los evangelios de forma muy preci- sa y señaló como el problema literario más llamativo de los textos sobre el Resucitado su índole diferente y su abigarrada multiplici- dad. A lo sumo se podía hablar de un armazón común en la secuen- cia: tumba vacía-apariciones. Todas las demás afirmaciones de los textos eran sumamente discordantes. «Esto es aplicable, en primer lugar, al círculo de personas. El resucitado se aparece ora a un individuo, ora a un par de discípulos, ora a un grupo pequeño, ora a una enorme multitud. Los testigos son en su mayoría varones, pero también hay mujeres; pertenecen al círculo más íntimo de discípulos, otros son seguidores habituales como José y Matías (Hech l,22s.), pero también hay escépticos como el mayor del grupo familiar, Santiago (1 Cor 15,7); al menos 9. Lyder Brun, Die Auferstehung Christi in der urchristlichen Ueberüeferung, 1925, p. 31. 39 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS en un caso se trata de un adversario fanático»10, a saber, Pablo (1 Cor 15,8). A continuación, Jeremías hace referencia a los diferentes escena- rios: en casa, al aire libre, en Jerusalén, en una aldea de Judea, en la ribera del mar de Genesaret, en la montaña galilea, en una ocasión fuera de Palestina, a las puertas de Damasco. Esta discordancia de las afirmaciones se contrapone acusada- mente a los relatos de la pasión de los evangelios. En la pasión de Jesús las afirmaciones de los textos son casi concordes. Según Jere- mías, esta diferencia estructural entre relato de la pasión y narracio- nes pascuales se debe a los acontecimientos mismos. Pues, mientras que «la pasión fue un acontecimiento de pocos días, abarcable y que se desarrolló en Jerusalén, en las cristofanías se trata de una gran cantidad de sucesos muy heterogéneos que se extendieron a lo largo de períodos de tiempo dilatados, probablemente durante años; sólo en un momento relativamente tardío limitó la tradición el período de las cristofanías a cuarenta días (Hech l,3)»n . A continuación, Jeremías destaca entonces tres asuntos que lle- garon a afectar posteriormente a las historias pascuales. En primer lugar, los relatos sobre las apariciones se embellecieron con palabras del Resucitado y con diálogos con él. En segundo lugar, la presión del peso de la prueba, bajo el que se encontraban los primeros cristianos, influyó en la forma definiti- va de los relatos pascuales. En última instancia representaban la reacción comunitaria ante la duda y el sarcasmo de los foráneos (cf. las leyendas de los centinelas de la tumba: Mt 27,62-66; 28,11-15) y por eso hacían también hincapié especialmente en la corporalidad del Resucitado (Le 24,39; Jn 20,20; Le 24,41-43). En tercer lugar, la evolución intraeclesial configuró las narracio- nes pascuales; así, en los relatos se insertaron una fórmula eclesial (Mt 28,19), el calendario eclesiástico (Jn 20,26; Hech 2,lss.) y, so- bre todo, el deber misionero de la Iglesia (Mt 28,16-20; Le 24,44- 49; Hech 1,4-8). Pero es seguro que, tras la muerte de Jesús, debió de suceder algo que dio pie a sus seguidores para hablar de él como del Cristo resucitado. En el Nuevo Testamento se transmiten muchas reaccio- nes ante la resurrección de Jesús, parte de ellas ya de época muy 10. Joachim Jeremías, Neutestamentliche Theologie, 1971, p. 285 [trad. esp.: Teología del Nuevo Testamento I, Sigúeme, Salamanca, 41980]. Pruebas de este traba- jo, a continuación en el texto. 11. En Jn 12,1-18 esta mujer anónima pasa a ser María (signo seguro de un desarrollo posterior de la tradición). 40 I O S A C O N I L C I M U N T O S TRAS LA MUERTE DE JESÚS temprana. Abarcan, desde breves profesiones de fe, como «Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos», hasta historias pascuales por- menorizadas. Únicamente en éstas radica la esperanza de encontrar, mediante análisis críticos, una respuesta a la pregunta de qué pasó realmente en pascua desde el punto de vista histórico. 1. El acontecimiento pascual según Marcos a) La conclusión original del evangelio de Marcos (Me 16,1-8) 1: Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salo- mé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. 2: El primer día después del sábado, muy de madrugada, a la salida del sol, fueron al sepulcro. 3: Iban comentando: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». 4: Pero, al mirar, observaron que la piedra había sido ya corrida, y eso que era muy grande. 5: Cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, que iba vestido con una túnica blanca. Ellas se asustaron. 6: Pero él les dijo: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. 7: Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, tal como os dijo». 8: Ellas salieron huyendo del sepulcro, llenas de temor y asombro, y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo. El presente relato es extraño en varios aspectos: el primer tro- piezo que se encuentra afecta a su posición al final del evangelio. Es cosa demostrada y admitida que los versículos que siguen a partir de Me 16,9 fueron añadidos más tarde. Así, se plantea la pregunta: ¿cómo podía terminar un evangelio con la frase «pues tenían mie- do» (v. 8)? Ahora bien, desde antiguo se ha intentado reconstruir el final original del evangelio de Marcos. Se ha indicado que en el siglo n se le dieron conclusiones diferentes, y que los relatores paralelos Ma- teo y Lucas habrían provisto de un complemento a su modelo Mar- cos, que llegaba hasta 16,8. De ahí se sigue que la conclusión origi- nal de Marcos debió de desprenderse pronto (pérdida de hojas o supresión intencionada). Así quedaría allanado, sin duda, el tropie- zo aquí comentado. No obstante, a pesar de todo complemento, y por razones me- todológicas, primero se ha deacometer el intento de entender el 41 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS evangelio transmitido de Marcos en su forma actual. Las conjeturas sobre pasajes perdidos sólo se deben aventurar cuando las partes consideradas con seguridad «auténticas» no se pueden interpretar adecuadamente. Además, con frecuencia se olvida que una eventual pérdida de hojas habría debido de tener lugar ya en el ejemplar ori- ginal. Pues los libros, en efecto, se copiaban continuamente median- te transcripción, y cuanto más tarde se hubiera introducido el dete- rioro en ese proceso de copia, más sería de esperar que se conservara al menos una conclusión original de Marcos. El segundo tropiezo que se encuentra en la presente narración consiste en el contenido de lo contado por Marcos: si las mujeres no cumplieron el encargo del ángel, como dice el v. 8, ¿cómo pudo lle- gar, entonces, el mensaje de la resurrección a los discípulos y a Pe- dro? Por tanto, aquí hay algo que históricamente no está claro. V. 1. Una indicación de tiempo introduce la historia («sábado» recoge «víspera del sábado» [15,42]). En el v. 2 se repite después la indicación temporal del v. 1 («el primer día después del sábado»). La fecha aquí presupuesta, «el tercer día», ciertamente pertenece a la tradición. No se puede excluir, además, que la fecha pudiera ser- vir ya como justificación de la fiesta pascual eclesiástica (cf. Hech 20,7; Ap 1,10; 1 Cor 16,2[?]). La proyectada unción recuerda 14,3-9 (la unción de Jesús a car- go de una mujer12 [anónima] en Betania). Allí se hace de antemano «para la sepultura» (14,8). Marcos, al mencionar aquí de nuevo en 16,1 este tema en conexión con las mujeres, encuadra el relato de la pasión con narraciones de temas semejantes13. Pero tras todo ello podría estar la tradición original de un llanto fúnebre de las mujeres (cf. Le 23,27). Me 15,40 y 15,47 contienen los nombres de las mujeres. En los tres casos aparece en primer lugar María de Magdala. Marcos era, evidentemente, de la opinión de que se trataba siempre del mismo grupo de María. Puesto que hasta este momento no se había hablado en el evangelio de estas discípulas de Jesús, en 15,41 añade que ellas lo habían seguido y asistido cuando estaba en Galilea (cf. Me 1,31). En este punto se ha de plantear la pregunta de si la reiterada mención de las mujeres se remonta a tradiciones diferentes. Si se pudiera demostrar esto, de ahí cabría deducir con mayor razón que 12. J. Jeremías, Neutestamentlicbe Tbeologie, cit., p. 286. 13. Otros ejemplos de tales encuadramientos márcanos son: 1,21-28 hasta 6,1- 6 (milagros); 6,30-44 hasta 8,1-9 (historia de la multiplicación de los panes); 8,22-26 hasta 10,46-52 (curación de un ciego); 15,40-41 hasta 15,47 (lista de mujeres). I O S A C O N T E C I M I E N T O S TRAS LA MUERTE DE JESÚS dicha mención tiene su origen en un grupo de personas entonces conocidas por todos. Los vv. 15,40s. causan en este contexto una impresión de aisla- miento. La confesión del centurión al pie de la cruz: «Verdadera- mente este hombre era Hijo de Dios» (15,39) es el punto culminan- te, y la lista de mujeres que sigue (15,40), con la aclaración (15,41), funciona como una adición. Ahora bien, es seguro que Marcos mis- mo formuló el v. 41 . La mención nominal de las tres mujeres en Me 15,40 («María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé») concuerda con Me 16,1 y 15,47: María de Magdala, María y Salomé. Por el contrario, se diferencian los sobre- nombres de María en 15,47 («la madre de José») y 16,1 («la madre de Santiago»), lo cual podría remitir a tradiciones independientes entre sí; pero concuerdan en cada caso con un sobrenombre de la María de Me 15,40. Así, cabe suponer que Marcos también dio per- sonalmente forma a este v. 40, al tomar los nombres de las mujeres de las tradiciones de Me 16,1 y 15,47. Simultáneamente se puede poner en duda que las mujeres de 15,47 estuvieran conectadas originalmente con el entierro de Jesús. Más bien, Marcos encontró sus nombres en su tradición de la pasión, y las desplazó a este sitio para conseguir una transición mejor a 16,1. Por tanto, podemos retener que, tanto en el caso de la historia de la pasión, como en el de la subsiguiente historia de la sepultura, exis- tió, de forma independiente entre sí, una mención de las mujeres. V. 2. «Sepulcro» remite a la misma palabra en 15,46. «A la salida del sol» se conecta con la expresión «al caer la tarde» (15,42): la caída de la noche había impedido la unción de Jesús. El hecho de que por la mañana, antes de la salida del sol, no se pudiera comprar ungüento alguno no embaraza al narrador. Todo va encaminado únicamente a que las mujeres lleguen a la tumba. Vv. 3-4. «Piedra» y «entrada del sepulcro» retoman las mismas palabras de 15,46. Es probable que Marcos mismo embelleciera este versículo, y también el siguiente. V. S. El joven con vestidura blanca14 es una figura celestial. Más tarde, Mt 28,2 lo identifica concretamente como un ángel. El acontecimiento entero es una especie de escena de aparición. El «sentarse a la derecha» da vigor al mensaje del joven y lo confir- ma, pues «a la derecha» indica el lado correcto, afortunado (cf. Jn 14. Sobre la figura del «joven», cf. EvPe 9,36: dos hombres jóvenes descienden de los cielos con un gran resplandor. La vestidura blanca es interpretada en Me 9,3 como sobrenatural. 42 43 LA R E S U R R E C C I Ó N DE JESÚS 21,6 y con frecuencia) y «estar sentado» allí expresa evidentemente la autoridad con la que habla el joven (cf. Dn 7,9; Ap 21,5). La reacción de las mujeres, el susto (no ante la tumba vacía, sino ante el ángel), tiene rasgos lingüísticamente márcanos: así, la expre- sión aquí utilizada para significar «asustarse» sólo aparece en Mar- cos, dentro del Nuevo Testamento (9,15; 14,33; 16,5.6). Se trata de una palabra marcana que conduce al tema del Cristo sufriente, que estará en primer plano hasta Me 16,8. V. 6. «Asustéis» toma la misma palabra del v. 5. «Jesús de Naza- ret, el crucificado» es un añadido posterior y se remite a la historia de la pasión (Me 14 -15), así como a las predicciones de la pasión (Me 8,31; 9,31; 10,34). Además, al llamar a Jesús «de Nazaret» (cf. 1,24; 10,47; 14,67), se asegura una identificación con el Jesús terreno. El mensaje del joven es que Jesús ha resucitado. Corresponde a las predicciones del mismo Jesús en 8,31; 9,31 y 10,34. La referen- cia a la tumba vacía («no está aquí») subraya la realidad de la resu- rrección de Jesús. Sin embargo, se debe prestar atención a la secuen- cia: la frase «Jesús [...] ha resucitado» está antes; «sólo después se muestra también a la vista la tumba vacía [...] La dirección del mo- vimiento, por tanto, no es: la tumba está vacía, por tanto Jesús ha resucitado; sino justamente la contraria: Jesús ha resucitado —no está aquí—, la tumba, por tanto, está vacía»15. V. 7. Este versículo contiene el encargo hecho a las mujeres de comunicar a los discípulos y a Pedro que Jesús va delante de ellos a Galilea. Con ello se remite explícitamente a Me 14,28 («Pero des- pués de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea»); resulta eviden- te que ambos versículos son construcciones posteriores. El evangelio debe terminar allí donde comenzó: en Galilea. El ir por delante de Jesús se relaciona además, lo mismo que en Me 10,32, con el cami- no cristiano, que se ha de tomar en el seguimiento de Jesús. Marcos se sitúa aquí en la tradición cristiana primitiva, en la que el «cami- no» se convirtió en una expresión fija del «camino cristiano» (cf. Hech 9,2: «seguidores de este camino»). V. 8. La huida de las mujeres recuerda la huida de los discípulos en 14,50. Su miedo se describe dos veces, precisamente, en este ver- sículo (compárese una duplicación parecida en Me 10,32). Se tradu- ce en que, contra la orden expresa del joven, no cuentan nada a nadie. A esta desobediencia corresponde el fallo de los discípulos en todo el
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