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INSTITUTO TEOLÓGICO VERBUM DEI 
LOECHES (MADRID) 
 
 
 
 
 
 
 
 
TEOLOGÍA DE LOS ESTADOS DE VIDA 
EN LA IGLESIA 
 
APUNTES DE SEMINARIO 
 
 
 
 
 
 
 
CURSO 2016-17 
 
 
2 
 
TEOLOGÍA DE LOS ESTADOS DE VIDA EN LA IGLESIA 
PRÓLOGO 
 
Se preguntaba H. U. von Balthasar hace muchos años “en qué medida la estructura de los 
estados de la Iglesia católica real y exclusivamente es teológica y en qué medida es tal vez 
condicionada histórica y sociológicamente”1. 
La cuestión, lejos de haber encontrado respuesta, parece que se encuentra más abierta que 
nunca. 
Además, la aparición de los movimientos, las nuevas comunidades eclesiales y las formas 
nuevas de vida consagrada –en el ámbito estrictamente eclesial– además de la evolución de la misma 
sociedad –en el ámbito extraeclesial– ha hecho la pregunta mucho más incisiva y apremiante. 
Que en la Iglesia existe preocupación por el tema es innegable; prueba de ello es la celebración 
de sendos Sínodos de los obispos en que se han tratado los diversos estados de vida en la Iglesia. Pero 
también es verdad que los Sínodos en muchas ocasiones se han restringido a tratar asuntos candentes 
del momento, que no siempre han hecho una reflexión sistemática sobre cada estado de vida y, desde 
luego, que falta una visión de conjunto del tema que abarque a todos. 
En el ámbito académico tampoco las cosas son muy distintas; falta una verdadera reflexión 
sistemática de lo que significan en conjunto los estados de vida cristianos y que responda con seriedad 
al interrogante lanzado por von Balthasar. 
Así las cosas, surge este curso como una pequeña contribución con muchas limitaciones. 
Por un lado la persona misma del autor: este no es un tema nuevo para mí pero sí el hecho de 
formular intuiciones, ideas o conceptos; esto ha supuesto un reto muy grande y en la lectura atenta se 
ve que no siempre ha resultado. 
Por otro el carácter claramente introductorio del mismo, pues hay que advertir ya de entrada 
que lo que sigue son sólo apuntes de las clases de un seminario que debería ser elaborado aún para dar 
coherencia a la forma de enfocar o tratar ciertos temas, ya que al ser redactados en momentos diferentes 
existen pequeñas diferencias de perspectiva. A los alumnos de diferentes años les debo mucho: antes 
de nada la paciencia en seguir unas clases sobre todo cuando los temas teológicos se hacían 
especialmente complicados. Y también el interés por el tema y las múltiples aportaciones; soy 
consciente de que algunos temas se habrían quedado en el tintero si no hubiera sido interpelado por 
ellos en ciertas cuestiones. Pero también ha exigido el deber sintetizar la exposición de los temas. Los 
trabajos de seminario que han elaborado han servido muchísimo para profundizar en diversos temas. 
No obstante, la necesidad de que el curso sea sintético tiene su aspecto positivo y es que obliga 
a centrarse en lo más esencial y a no perderse en multitud de temas menores que pueden ser muy 
interesantes, pero que en el fondo con accesorios y pueden despistar del objetivo del mismo. 
Por idéntico motivo de brevedad las referencias bibliográficas se limitan a las más esenciales 
para la intención y la metodología del curso. 
Hay que poner de manifiesto, además, que la visión a partir de la cual se desarrollan las ideas 
es desde un planteamiento fundamentalmente antropológico a la vez que eclesiológico; soy consciente 
que este hecho supone una cierta novedad en la forma de abordar el tema a la vez que una cierta fuente 
de dificultades: las necesarias referencias a la antropología teológica, la protología y la escatología a 
veces hacen pesada la exposición. 
Para terminar hay que decir honesta y francamente que el horizonte último en que se desarrolla 
este modesto trabajo es el intento de dilucidar las condiciones de posibilidad de la existencia de nuevas 
formas de vida consagrada y de buscar una fundamentación de tipo teológico. Es este el motivo que 
justifica que a veces la forma de abordar los temas teológicos desborde la introducción y sea más 
amplia. 
 
1 “Zur Theologie der Säkularinstitute”, en: GuL, 29 (1956), p. 187 (citado por B. ALBRECHT, Stand und Stände. 
Eine theologische Untersuchung, Paderborn 1962, p. 178). Una importantísima aportación es la de Y. J.-M., CONGAR, 
Jalones para una teología del laicado, Barcelona 21963. 
3 
 
 
A todos los que de una manera u otra me han ayudado (una larga lista de personas) mi más 
sincero agradecimiento. 
 
Madrid a 14 de julio de 2017 
 
 
 
4 
 
TEOLOGÍA DE LOS ESTADOS DE VIDA EN LA IGLESIA 
 
PROGRAMA 
 
0. Introducción: fenomenología de la cuestión y planteamiento 
1. El estado del hombre en este mundo y en la Iglesia. El llamamiento 
2. El estado de vida cristiano. El seguimiento de Cristo 
3. La existencia del cristiano en la Iglesia 
4. El servicio al reino de Dios 
5. Los diferentes estados de vida cristianos en la Iglesia 
6. La llamada y el discernimiento cristianos 
7. Conclusiones 
 
BIBLIOGRAFÍA BASICA 
ALBRECHT, B. Stand und Stände. Eine theologische Untersuchung, Paderborn 1962. 
ALONSO RODRÍGUEZ, S. Mª., El misterio de la vida cristiana, Salamanca 21979 
ALONSO RODRÍGUEZ, S. Mª., Vivir en Cristo: el misterio de la existencia cristiana, Madrid 
1998. 
AZCUY, V. R., “Itinerario espiritual y teología de los estados. En diálogo con K. Rahner y H. 
U. von Balthasar”, en: Teología 77 (2001/1) pp. 43-66 
BALTHASAR, H. U. von, El complejo anti-romano, Madrid 1981. 
BALTHASAR, H. U. von, Estados de vida del cristiano, Madrid 1994. 
CABASILAS, N., La vida en Cristo, Madrid 41999. 
CANOBBIO G.-DALLA VECCHIA F.-MONTINI G. P. (eds.), Gli stati di vita del cristiano, 
(Quaderni teologici Seminario di Brescia, n. 5) Brescia1995. 
CONGAR, Y. J.-M., Jalones para una teología del laicado, Barcelona 21963. 
CORECCO, E., “I laici nel nuovo codice di diritto canonico”, en: ScCatt 112 (1984) 194-218. 
EVDOKIMOV, P., La mujer y la salvación del mundo, Barcelona 1970. 
FORNÉS J., La noción de «status» en derecho canónico, Pamplona 1975. 
GARCÍA PAREDES, J. C.-R., Teología de las formas de vida cristiana: Vol. I: Perspectiva 
histórico-teológica, Madrid 1996. Vol. II: Perspectiva sistemático-teológica. Fundamentos e 
identidad, Madrid 1999. Vol. III: Perspectiva sistemático-teológica. Vocación-Consagración-Misión-
Comunión, Madrid 1999. 
GALOT, J., La mujer y la Iglesia, Bilbao 1966. 
GROSSO GARCÍA, L., «¡Rabboni!» Presencia y misión de la mujer en la Iglesia, Madrid 
2016. 
GUARDINI, R., Ética. Lecciones en la Universidad de Múnich, Madrid 22000. 
GUARDINI, R., La existencia del cristiano, Madrid 1997. 
JUAN PABLO II, Varón y mujer. Teología del cuerpo, Madrid 31999. 
KARL, K., Jüngerschaft als Lebenprinzip von Kirche. Die Missionarische Fraternität Verbum 
Dei, ein Charisma nimmt Gestalt an, München 2006. 
LOEW, J., Seréis mis discípulos. Reflexiones y reflejos, Madrid 1978. 
MARTÍNEZ SÁEZ, J. F., La misión de Cristo y los fieles en el CIC, Toledo 2005. 
5 
 
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de pastoral vocacional, Salamanca 2005, pp. 456ss. 
MÜHL, M., Christsein und Lebensform. Vergewisserungen zu Ehe, Amt und Ordensleben, 
Paderborn – München – Wien – Zürich 2007. 
PELLETIER, A.-M., El cristianismo y las mujeres, Madrid 2001. 
RAHNER, K., “Hombre, Estados del”, en: Sacramentum Mundi, 510-515. 
RUPNIK, M.-I., Decir el hombre. Icono del Creador, revelación del amor, Madrid 2000. 
RUPNIK, M.-I., El camino de la vocación cristiana. De resurrección en resurrección, Madrid 
2016. 
RUPNIK, M.-I., El discernimiento, Burgos 2015. 
SARTORIO, U., “Gli ‘stati di vita’. Un avvio di riflessione a partire da Vita Consecrata” I-II, 
en: Vita Consacrata 35 (1999) 160-171; 278-296. 
SASTRE SANTOS E., “Gli stati di vita cristiana nella chiesa società ‘Divino-Umana’ e 
pellegrina nelmondo”, en: Vita Consacrata 32 (1996) 442-470. 
SPEYR A. von, Christlicher Stand, Einsiedeln 1977 
SPEYR A. von, Theologie der Geschlechter, Einsiedeln 1969. 
SCHÖNBORN, CHR., Amar a la Iglesia, Madrid 1997. 
SPINSANTI, S., “Los estados de vida: antiguas y nuevas perspectivas”, en: GOFFI, T.- 
SECONDIN, B. (dir.), Problemas y perspectivas de espiritualidad, Salamanca 1986, 349-374. 
WIEDERKEHR, D., “Diversas formas de existencia cristiana en la Iglesia”, en: FEINER, J. - 
LÖHRER, M., Mysterium Salutis. Manual de teología como historia de salvación, vol. IV, tomo II, 
Madrid 1975, pp. 332-382. 
 
 
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TEOLOGÍA DE LOS ESTADOS DE VIDA EN LA IGLESIA 
INTRODUCCIÓN: 
FENOMENOLOGÍA DE LA CUESTIÓN Y PLANTEAMIENTO DEL CURSO 
 
Prólogo 
Abordar la cuestión acerca de la teología de los estados de vida en la Iglesia supone un reto de 
enorme magnitud. Se trata de un tema que sobre todo después del Concilio vaticano II ha sido tratado 
desde muchos puntos de vista (incluso en ciertas cuestiones, divergentes) y en el que, por diversos 
motivos, es muy difícil encontrar un consenso unánime en todas aquellas personas que de una manera 
u otra se han interesado por él. 
Aquí no vamos a intentar, ni mucho menos, dar la última palabra. Más bien se trata de hacer 
un camino en común, en el cual podamos plantearnos las cuestiones que nos preocupan a todos acerca 
de este tema y cada cual pueda formarse su opinión, todas igualmente válidas, y aportarla en el debate 
acerca del significado de los diversos estados o formas de vida en la Iglesia. 
La dificultad de fondo al abordar esta cuestión es que si la eclesiología cuando trata acerca de 
la naturaleza de la Iglesia ya de por sí muestra una gran variedad de opiniones, cuando se aborda el 
tema no ya de la Iglesia como grupo, institución, sociedad, etc. sino de los diversos miembros (los 
bautizados) que la componen, entonces esta gran variedad se multiplica mucho más. 
Esta materia debe ser considerada algo así como una especie de “eclesiología práctica”, es 
decir, mostrar cómo desde la igualdad de los fieles que proviene de la recepción del sacramento del 
bautismo cada fiel vive su pertenencia a la Iglesia de modo concreto y el significado que tiene para él 
y para todo el Cuerpo de Cristo. 
 
 
1. Fenomenología de la cuestión 
a) Los estados de vida del cristiano 
El dato incontrovertido de que hemos de partir de forma natural es la constatación de que en la 
Iglesia existen tres estados o formas de vida reconocidos. Los bautizados siguen modos de vivir que 
en sus grandes líneas generales definitorias puede ser agrupados en torno a tres categorías, que, 
generalmente también, son denominadas como: laicos, clérigos y personas consagradas. 
Estas tres grandes categorías de personas han sido acogidas por el magisterio post-conciliar, se 
han plasmado en el CIC y forman parte del lenguaje corriente tanto de la teología como de la vida de 
la Iglesia (la enseñanza, la catequesis, etc.)2. 
Aquí surge una primera acotación de nuestro problema: este esquema de una manera u otra, 
con sus matizaciones, a veces sutiles, los diversos enfoques, las diversas maneras de entender los 
mismos conceptos, las cuestiones teológicas o canónicas más o menos profundas y todas aquellas 
variaciones que se puedan aportar sobre el mismo tema, es un esquema que se puede decir sin más que 
es universalmente aceptado en la Iglesia católica latina. Por tanto, al plantear esta cuestión, es iluso 
pretender que se van a presentar grandes novedades; la única novedad puede venir en la manera de 
entender y de vivir y de coexistir estas diversas formas de vida en la Iglesia, pero lo que de ninguna 
manera es posible es pretender introducir cambios tan significativos en la forma de entender la Iglesia, 
 
2 En este curso, dado el carácter general introductorio del Diplomado, no se va poder tratar el desarrollo histórico 
de la cuestión de forma amplia, a través del cual se haría evidente que está categorización no es ni mucho menos la única 
posible. 
Además bastaría echar una mirada al libro segundo del CCEO para ver que ni tan siquiera es universal para toda 
la Iglesia Católica ya que las Iglesias orientales tienen otra forma de ver la misma cuestión, con semejanzas y diferencias. 
Con lo cual hemos de tener presente que todo lo que digamos cuando hablamos de la “Iglesia” nos estamos refiriendo 
eminentemente a la Iglesia católica latina, cf. I. ŽUŽEK, “Bipartizione o tripartizione dei ‘Christifideles’ nel CIC e nel 
CCEO”, en: Apollinaris 67 (1994) 63-88. 
7 
 
su estructura social o su institucionalización que se aparte notablemente de este esquema tripartito que, 
en el fondo, es aceptado por todos. 
Y es que hay que reconocer inmediatamente que estas distinciones tienen su origen en puntos 
de vista diversos a la hora de contemplar el misterio de la Iglesia y que por tanto, como toda 
sistematización, tiene un valor pedagógico, y consecuentemente relativo, manteniendo firmes, claro 
está, aquellos puntos que son esenciales en la naturaleza, esencia, constitución y misión de la Iglesia. 
Desde el punto de vista fenomenológico hay que constatar lo primero de todo el origen diverso 
de las distinciones en cuanto a los estados o formas de vida en la Iglesia. 
Por un lado existe una distinción que es constitutiva de la Iglesia y de derecho divino: la 
constitución jerárquica de la misma, esto es, que entre todos los fieles cristianos que componen la 
Iglesia algunos son llamados a ejercer como ministros sagrados dentro de ella y esto se realiza por 
medio del sacramento del orden. En derecho canónico se denomina a los ministros sagrados “clérigos” 
y a los demás fieles “laicos” (cf. CIC c. 207 §1). 
Por otro lado, en la Iglesia existe una distinción en cuanto a la forma de vida: algunos fieles, 
siguiendo una vocación divina y una inspiración carismática, viven en la Iglesia la consagración a Dios 
por medio de la profesión de los tres consejos evangélicos, son las personas consagradas. Es importante 
constatar que cualquier fiel, es decir, sea “clérigo” o “laico” puede consagrar su vida Dios por la 
profesión de los tres consejos evangélicos (cf. CIC c. 207 §2). 
Contemplada así la estructura de la Iglesia se puede ver que de esta manera se da lugar a tres 
formas diversas de vida en la Iglesia: los laicos, los clérigos y las personas consagradas, teniendo en 
cuenta que desde el punto de vista canónico esta última categoría está formada por fieles de las dos 
primeras. En la medida en que constituyen formas estables de vivir la vocación cristiana, reconocidas 
por la autoridad de la Iglesia (si bien a título distinto, porque una este orden constitucional) y que 
sirven para el desarrollo de su misión, se les puede denominar estados de vida. 
Ya en esta primera aproximación se ve que los criterios con los cuales se formalizan estas tres 
formas de vida son dispares y que en realidad se entrecruzan dos muy distintos ya que uno pertenece 
a la constitución por derecho divino de la Iglesia y el otro ha surgido, a lo largo de historia de la Iglesia 
con formas también muy diversas y variadas, como la acción libre del Espíritu Santo que vivifica la 
Iglesia. 
Sin embargo, hay que hacer también ulteriores apreciaciones: 
1. Que cada estado de vida tiene sentido en sí mismo: a) como grupo, para la vida, estructura y 
misión de la Iglesia, ya que la Iglesia no podría ser ella misma sin cada estado de vida; b) en sentido 
personal, para la realización de la vocación cristiana de cada fiel cristiano; y en este último sentido 
tiene un valor absoluto, en primer lugar por la objetividad de la llamada (“mejor es el estado de vida 
en el que, de hecho, se es llamado”) y por la subjetividad de la respuesta (“más perfecto es el que pone 
más amor en la respuesta a la vocación”). 
2. Aunque, también cada estado de vida es relativo. Y esto por dos razones:la primera porque 
los estados de vida la Iglesia están llamados a interrelacionarse, ninguno tiene un valor absoluto en sí 
mismo y solamente desde su reciprocidad es posible la fecundidad en la vida y misión de la Iglesia. 
La segunda es que el que ha sido llamado en un estado de vida, aunque no pueda decir que “no necesita 
de los demás” (cf. 1 Cor 12, 21), como se veía en el punto anterior, para cada cristiano es su única 
vocación, válida para él pero tal vez no para otros. 
3. Los estados de vida son formalizaciones teológico-jurídicas útiles y necesarias, pero 
ciertamente limitadas ya que la variedad de situaciones subjetivas dentro de cada uno de los estados 
es muy grande (baste con pensar que el sacramento del orden se confiere en tres grados, episcopal, 
presbiteral y diaconal, de los cuales los dos primeros son sacerdotales y el tercero, no). 
 
b) El estado de vida del fiel cristiano 
El porqué de esta disparidad de criterios radica a su vez en otra distinción que está a la base. 
Ésta es el presupuesto de todo, pero, justamente por ser el presupuesto más profundo de toda esta 
8 
 
cuestión, muchas veces es olvidada, sin tener en cuenta que precisamente es ella la que da sentido a 
todo lo demás. Por ingenuo que pueda parecer hay que tener en cuenta que en realidad, antes de hablar 
de los estados de vida de la Iglesia, hay que hablar de que existe la Iglesia por que existen seres 
humanos que son bautizados y otros que no lo son. Cualquier tratamiento de la cuestión que ignore 
que todos los seres humanos han sido creados por Dios y tienen su fin último en Dios y que en función 
de la realización de este plan de Dios existe la Iglesia como sacramento universal de salvación (cf LG 
1) está abocado al fracaso; es una forma meramente intraeclesial de abordarla y, dejando al margen 
importantes cuestiones de orden teológico, se centrará sea en problemas meramente sociológicos, sea 
en planteamientos teológicos recortados que de ninguna manera pueden dar una respuesta suficiente a 
las cuestiones planteadas. La distinción entre bautizados y no bautizados da lugar a dos “estados de 
vida”: el de fiel cristiano y el de los demás seres humanos. 
Pero es que además esta condición teológica del estado de vida del cristiano implica el 
reconocimiento de otros diversos “estados” en los que se puede encontrar la existencia de los seres 
humanos3. Estos son también teológicos, pero no por eso poco importantes a la hora de plantear el 
tema de los estados de vida en la Iglesia de una forma coherente con los datos teológicos y no de una 
manera superficial, aunque aparentemente teológica. 
En este sentido que tener en cuenta que el dato de partida es el estado del ser humano en el 
momento de la creación. Aunque para nosotros este es un dato que permanece en gran medida oculto 
e incomprensible, la revelación nos ofrece aquello que necesitamos saber para comprender nuestro 
estado de vida en este mundo4. La palabra de Dios nos revela que el hombre fue creado “a imagen y 
semejanza de Dios” (Gn 1, 26), es decir, para vivir la íntima comunión con Dios y desde ella en unión 
con todos los demás seres humanos. Si, por un lado, es verdad que toda la creación participa de un 
modo u otro de la vida y de la sabiduría de Dios, por otro lado, hay que decir que lo específico de la 
vida del hombre en este mundo es la capacidad que tiene de llegar al conocimiento del origen de su 
existencia en Dios y a unirse consciente y libremente con Él; en esto consiste su dignidad (cf. GS 19) 
que le diferencia cualitativamente de cualquier otra criatura (cf. GS 24). 
Pero este plan de Dios fue roto por el pecado del hombre y dio lugar a otro estado de vida del 
ser humano en este mundo que es el estado del hombre caído y necesitado de redención. Si el estado 
de la creación está caracterizado fundamentalmente por la unidad en todos los aspectos, este otro está 
caracterizado por la ruptura y por la necesidad de recomponer esa unidad. Esto se consigue por la obra 
salvadora de Cristo, el cual lleva a cabo la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí por medio 
de su amor hasta el extremo a Dios y a los hombres manifestado en la Cruz, estado de vida que eligió 
para sí (cf. Hb 12, 2), de abajamiento, vaciamiento de sí o kénosis (cf. Fil 2, 5ss). 
De esta manera todo ser humano se encuentra en este mundo en estado de peregrinación, no 
ha llegado aún a la realización total de su vida según el plan de Dios, pero se encuentran en camino y, 
en la medida en que siga el camino de Cristo (cf GS 22), lo hará. Esto permite distinguir dos estados 
de vida esenciales para el homo viator: el estado de gracia y el estado de pecado, según sea fiel o no 
al dictado de su conciencia y a la revelación de Dios que le conduce hacia su fin último. 
Además el fiel cristiano en este estado de peregrinación vive en el estado de cristiano, es decir, 
en un estado de elección, de llamada por parte de Dios, para vivir la misión de Iglesia y en ella y por 
el Espíritu participar en el ser signo e instrumento de la salvación del mundo que Dios ha otorgado en 
Cristo. Para el cristiano, por tanto, el estado de gracia es según la gracia sacramental que le confieren 
los sacramentos de la Iglesia que imprimen carácter (o quasi-carácter en el caso del matrimonio) y 
determinan también su modo de vivir, no sólo es el punto de vista teológico, sino también de la vida 
de la Iglesia: bautismo, confirmación, matrimonio y orden sacerdotal. 
Sin embargo, aunque todos estos estados se refieren a la existencia del hombre en el mundo, 
hacen referencia al fin último del hombre. Por este motivo podemos hablar de un estado final del 
 
3 Cf. K. RAHNER, “Hombre, estados del” en SaMun ¿? 
4 Cf. JUAN PABLO II, Varón y mujer. Teología del cuerpo, Madrid 31996, pp. 39. 45. 83s; R. GUARDINI, Ética. 
Lecciones en la Universidad de Múnich, Madrid 22000, p. 873. 
9 
 
hombre que se realizará al final de la historia en la escatología y conocemos por la revelación que Dios 
hace de sí mismo y de la identidad del hombre. 
 
 
2. Breve cuestión terminológica 
a) Significado de la palabra “estado” 
Llegados a este punto hay que plantearse, siquiera brevemente, la cuestión terminológica. 
Porque se hace referencia continuamente a la palabra “estado”, pero sin embargo se observa que se 
utiliza para designar cosas muy diferentes y surge la cuestión acerca de si se trata efectivamente de un 
uso apropiado del término o si se utiliza ambiguamente; porque en este último caso podría darse que 
toda la problemática que se plantea es simple y llanamente un problema semántico. 
Sin embargo, la “confusión” se debe a la multiplicidad de sus sentidos, de los diversos 
contextos en que se usa, de su larga historia. Es lo que pasa con las palabras importantes y la razón 
principal para no abandonarlas ni desecharlas. Una larga vida es signo de que el contenido es 
importante y no se pude desechar sin más; lo que toca es profundizar en él y ver el campo semántico 
que abarca. 
Desde el punto de vista de la sociología y simplificado mucho los términos, la palabra “estado” 
se refiere a cosas muy diversas: 
• la situación de una persona en la sociedad: libre-esclavo, casado-soltero… 
• el rango social que tiene: plebeyo o noble 
• la función que desempeña: civil, religiosa, militar… 
• el cargo que ostenta 
• la posición de una persona en una estructura social determinada, para la cual es 
determinante además si hablamos de capas sociales (cerradas, como las castas) o grupos 
sociales (abiertos) o incluso de razas o etnias. 
Además en sociología existe, en estrecha relación con el concepto de estado, el concepto de 
clase social que, se refiere a una condición permanente y normalmente hereditaria. 
En cualquier caso se puede comprobar que al hablar de estado o clase social nos estamos 
refiriendo a un hecho básico de la existencia humana:que el hombre existe en profunda relación con 
los demás y que aquello que vive como individuo, por un lado, está influenciado por el conjunto social 
y, por otro lado, influye también en ese mismo conjunto social; es lo que la doctrina social de la Iglesia 
desarrolla en torno al concepto de “bien común”, es decir, la aportación personal de cada individuo 
para el bien de todos y lo que cada cual recibe de la sociedad para su propio bien. 
Sin embargo, el concepto de estado es un concepto que hace referencia más bien al aspecto 
estático del papel de la persona en la sociedad. Ya por su misma etimología la palabra se refiere a 
“estar de pie”, es decir, la posición, el lugar físico que ocupa un ser humano cuando está de pie. Por 
esta razón nos habla de dos características que manifiesta el estado de una persona en un grupo social: 
• la estabilidad del modo de vivir: no es algo transitorio sino que funda un modo de 
realizar la existencia de las personas dentro de un grupo social, aquello que constituye 
la identidad dentro del grupo; 
• el intercambio y aporte recíproco de bienes, la complementariedad (a veces no sin 
lucha) entre las diversas maneras de vivir el grupo social y su manera de relacionarse. 
Por todo ello es posible definir el estado de vida de una persona, siguiendo a santo Tomás, 
como la condición de la persona como un disponer o no de sí mismo, es decir, libertad o esclavitud, 
sea en ámbito civil que espiritual; por tanto hace referencia a la situación de la persona en orden a su 
propia realización personal en libertad5, a la libertad del hombre en un sentido interior y, por tanto, 
espiritual: libertad del pecado para servir a la justicia o servicio al pecado para libertad de la justicia. 
 
5 Cf. B. ALBRECHT, Stand und Stände. Eine theologische Untersuchung, Paderborn 1962, p. 30. 
10 
 
El concepto de “estado” está en íntima relación, pues, con la libertad humana, es decir, a aquello 
de lo cual uno puede o no puede disponer. La persona humana en el ejercicio de su libertad: 
• no puede disponer de aquello que es esencial, que define su identidad como ser social 
y que pertenece a la definición de su estar en el mundo de las personas humanas, la 
sociedad; 
• en cambio, puede disponer de su manera de relacionarse con los demás desde su 
identidad social: con aquellos que están en su misma situación social y con los que están 
en otra distinta. 
Es la manera en que se concreta en la sociedad los dos aspectos de la vivencia de la libertad 
individual: como libertad de (negativa) y de forma positiva como libertad para. El estado define esa 
posición dentro del grupo social para la libertad de cada uno esté encauzada y se dirija hacia el bien de 
todo el grupo, respetando la libertad de cada uno pero estableciendo las obligaciones y derechos de 
cada uno en la sociedad según su estado, es decir, con los que están en la misma situación y con los 
que están en otra. 
En sentido teológico el estado es la posición del hombre según la cual el hombre dispone de sí 
mismo según el modo de su naturaleza; es lo que corresponde al hombre, en el doble sentido de lo que 
le pertenece y también de obligación; en último análisis, la libertad del pecado y la libertad para Dios. 
 
b) ¿Estados de vida o formas de vida? 
Algunos autores rechazan el empleo del término “estado” para referirse a las diferentes 
categorías en las que se pueden agrupar los fieles cristianos dentro de la Iglesia y prefieren utilizar el 
término “formas”. El motivo es que encuentran es que, con el uso de la palabra “estado”, “la vida 
quedaba, en cierta forma, cosificada, paralizada, detenida dentro de unos particulares límites y 
fronteras”6. 
Ciertamente el peligro existe y es real. Pero también es verdad que la argumentación a favor 
del cambio es débil. No basta para justificarlo hacer simplemente referencia a las condiciones de la 
sociedad moderna, diferentes de las condiciones de las sociedades del pasado, y, mucho menos, a la 
conciencia ecológica o sistémica de la “vida”. 
Porque el concepto de “estado” tiene mucho a su favor; por citar solamente algunas razones: 
1. Además de ser un concepto de larga tradición, es un concepto que hace justamente la síntesis 
entre lo común a toda una sociedad y lo específico de cada grupo; delimitar límites dentro de un grupo 
social amplio es necesario si cada grupo más pequeño quiere responder como tal desde su identidad 
propia al conjunto y no de manera amorfa o descoordinada los miembros individualmente y sin 
relación entre ellos. 
2. El concepto “estado” no delimita rígidamente: ad intra, porque dentro de cada estado de vida 
existen una variedad muy grande de maneras de vivir lo que es común a ese estado; y, ad extra, porque 
es intrínsecamente relacional. Es una visión de muy corto alcance pretender que porque una serie de 
personas se agrupan dentro de un estado todas ellas ya lo viven de la misma manera, y por este motivo 
rechazar la palabra “estado”; hay muchas maneras de vivir un estado de vida. Por otro lado, el concepto 
es en sí mismo relacional, ya que hace referencia a un determinado modo de existir dentro de un 
conjunto social amplio y por tanto es abierto ya que regula también las relaciones con los demás 
miembros y grupos sociales. 
3. Ciertamente la valencia de la palabra “estado” es prevalentemente jurídica y, como tal, ligada 
a una serie de concepciones acerca de la sociedad del pasado. Pero nada obsta para que siga cumpliendo 
su función a condición de ser entendido su substrato eminentemente teologal y teológico (y no una 
 
6 J. C.-R. GARCÍA PAREDES, Teología de las formas de vida cristiana. Vol. II: Perspectiva sistemático-
teológica. Fundamentos e identidad, Madrid 1999, p. 16; cf., además, el primer capítulo “De los estados de vida a las 
formas de vida: Cambio de época y de paradigma”, pp. 23-45. 
11 
 
vaga referencia a la “vida” y sus “formas”) y se acote su alcance, limitado al campo socio-jurídico de 
la Iglesia. 
4. Ciertamente es necesaria una visión de conjunto de la vida cristiana, pero ya se ha visto que 
en nada lo impide el concepto de estado, sino que rectamente entendido -y mucho más desde una visión 
teologal de la vida humana y cristiana-, al revés, la potencia. Pero, además, hay que notar que el 
excesivo acento sobre lo general puede hacer perder la visión de lo particular y dejar de entender el 
sentido que tiene, creando auténticas “crisis de identidad”. Así como el excesivo particularismo pierde 
de vista el conjunto y realza lo particular, la excesiva generalidad conduce a la vaguedad; el resultado 
es el mismo: la pérdida de identidad, que solamente se puede dar en el equilibrio entre lo general y lo 
particular. Por este motivo, una teología de los estados de vida en la Iglesia tiene sentido como el 
prólogo de las teologías sobre el sacerdocio, el laicado y la vida consagrada y no las puede sustituir. 
 
 
3. Planteamiento de la cuestión 
Considerada así la problemática, se comprende que nos remite en último término al misterio de 
la Iglesia7. No es posible entender el significado de los diversos estados de vida del cristiano (en sí 
mismos y en su conjunto) sin hacer referencia a la Iglesia, a la razón de su existencia, a su misión en 
este mundo y a la forma de cumplirla: 
1. La Iglesia es prolongación de Jesucristo. Jesús elige su estado que es el de la aceptación del 
envío en obediencia al Padre para hacer presente el reino de Dios. Comparado con el hombre intra-
mundano, es excéntrico al mundo porque está vuelto a Dios (cf. Jn 1, 18)8. Pero en María, el “orgullo 
de nuestra raza”, tenemos el modelo de la Iglesia, el estado de la virgen pobre y obediente que obtiene 
su fertilidad de la maternidad. 
2. Pero el estado de Jesús en beneficio de la salvación humana remite al proto-estar del hombre: 
en comunión con Dios sinestar fuera del cosmos y en comunión con los hombres. En este estado 
original no existen las divergencias que caracterizan cada estado. Para nosotros permanece inasequible 
para una reconstrucción exacta, pero la revelación de Jesucristo nos permite entender que existe una 
síntesis en la que el amor es la medida absoluta y que remite a ese proto-estar. Esta es la clave de 
lectura para comprender la unidad que precede teológicamente a la diversidad de estados eclesiales, 
ya que la síntesis de Cristo está condicionada por la pérdida de esta unidad por el pecado. 
3. En la historia de la salvación cada “llamamiento” tiene como fin la realización del plan de 
Dios y la reconstrucción de la unidad perdida. Toda llamada al seguimiento de Cristo no tiene otra 
finalidad más que alcanzar la perfección en el amor en el correspondiente estado de vida. 
 
 
7 Cf. H. U. VON BALTHASAR, Estados de vida del cristiano, Madrid 1994, pp. 12-13. 
8 Hay que recordar las afirmaciones dogmáticas de Calcedonia que establecen que Cristo es verdaderamente Dios 
y verdaderamente hombre, pero evitando la confusión de naturalezas, que conduciría al panteísmo. 
12 
 
TEOLOGÍA DE LOS ESTADOS DE VIDA EN LA IGLESIA 
TEMA 1: EL ESTADO DEL HOMBRE EN ESTE MUNDO Y EN LA IGLESIA 
 
Introducción 
En la introducción se ha hecho el planteamiento de la temática de este curso desde el punto de 
vista de la fenomenología de la cuestión. En este tema se trata de ir al núcleo de la misma –manteniendo 
siempre el carácter introductorio de este curso–. 
Para ello partiremos de un resumen muy rápido de los datos antropológicos que ofrece la 
revelación cristiana para ver como se revela en Cristo el misterio de la vida del hombre en este mundo. 
Después se procederá a profundizar en el misterio de la Iglesia y a contemplar como en María se puede 
comprender la vida cristiana; de esta manera se podrá comprender el significado de los estados de vida 
del cristiano en la Iglesia y el de la llamada que Dios hace a todo hombre a amar. 
El fruto de este recorrido sintético por los fundamentos de la existencia del hombre en el mundo 
y en la Iglesia debe ser comprender las mismas en sus rasgos esenciales porque desde esto es posible 
la comprensión del significado de los distintos estados de vida en la Iglesia y el valor de los mismos 
en y para la Iglesia y el mundo. 
El complemento innegable de ello es el tema de la llamada personal de Dios al hombre; éste es 
esencial si no se quiere permanecer en la abstracción teológica y se quiere llegar al significado personal 
de los estados de vida en la Iglesia para cada uno de sus miembros. Aunque en sí merece un tratamiento 
más extenso aquí sólo se bosqueja en el contexto del tema que se trata. 
 
 
1. El misterio de la vida del hombre9 
El hombre ha sido creado para amar 
Jesús en el evangelio revela de una manera muy clara que el fin último del hombre es el amor. 
Este es el mandamiento principal (cf. Mt 22,36-40), la plenitud de la ley (cf. Rm 13,10). Hasta tal 
punto que Jesús lo llama su mandamiento (cf. Jn 15,12), el mandamiento nuevo (cf. Jn 13, 34-35). En 
ello radica la vida (cf. Mt 19,17) y sin amor no hay vida, sino muerte (cf. 1Jn 3,14). 
No se trata de un consejo ni de una recomendación sino de un mandamiento y de tal manera es 
absoluto que sin él no hay vida. Porque es verdad que el amor no puede ser mandado; el amor es la 
respuesta a un amor mayor, anterior y primero; en ese sentido, el amor es un don de Dios. Pero, como 
acto humano, implica la libertad; más aún, amar es el mayor acto de libertad del hombre. Por eso la 
obligación de amar que tiene el hombre recae en no apartarse del camino del amor, en reconocer el 
amor con que es amado y poner todo lo que está parte del hombre para acoger el amor en su vida. En 
eso consiste la vida del hombre en el mundo y por eso es el mandamiento principal de todos. 
El amor es la única realidad que responde a la naturaleza del hombre dotado de conciencia y 
de libertad. El hombre por ello dispone de sí mismo y es artífice de su propia vida por lo que debe 
actuar con responsabilidad, es decir, de acuerdo con su propio ser y su naturaleza, que es alcanzar la 
perfección en el amor (cf. Mt 5,48). 
La esencia del amor es la auto-entrega, que supone la conversión del hombre a Dios y al 
prójimo. Por eso el amor es ley de sí mismo, en él lo imperativo y lo libre coinciden. 
 
La vida del hombre antes del pecado 
La vida de Jesús, su obra, sus acciones y su palabra nos revelan el misterio de la vida del hombre 
después del pecado restablecido por Él en la gracia de Dios; desde Él podemos intuir cuál era el estado 
del hombre antes de caer en el pecado. 
El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27); pero no deja de ser 
criatura hecha de polvo. Llamado al destino más elevado, su estado es el de hacerse lo más semejante 
 
9 Cf. H. U. von BALTHASAR, Estados de vida del cristiano, Madrid 1994, pp. 17ss. 
13 
 
posible a la imagen original, que es Dios, sabiendo que la de semejanza con Dios siempre es insalvable, 
que no puede negar que no es Dios y que sólo desde esta humildad alcanzada la medida suprema de 
su semejanza con Dios. 
Todo intento de establecer la identidad entre la imagen original y la copia significaría la 
destrucción de ésta. En cambio, la aproximación sin pretender fundirse, este movimiento dinámico de 
conocimiento, es el del amor. 
El hombre está destinado a amar y así realizará perfectamente su estado de criatura. Pero su 
amor tiene la forma de la dependencia y del servicio. 
Ser imagen y semejanza no significa imitación que destruye la autonomía. La realización de la 
imagen y semejanza de Dios en el hombre significa la aproximación por la aceptación de la voluntad 
de Dios en el servicio y en la entrega. 
El fin del hombre es amar, pero por su origen el hombre no es el amor; sólo Dios es amor (1 Jn 
4, 8.16). El hombre tiene que tender al amor libremente; el amor es siempre un derecho que tiene para 
su realización personal pero también un servicio que debe prestar. 
En esto se fundamenta concepto “estado”. Porque estado es la situación del hombre según 
pueda decidir sobre sí mismo o no. El estado más profundo del hombre es estar puesto al servicio del 
amor: “Libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna” (Rm 
6,22). 
La fuerza del amor reside en el hecho que toda la realidad humana depende inexorablemente 
de él: si el hombre lo busca libremente, su vida y el mundo se realizan en el amor, para el cual han sido 
creados; si no tiende a él, el ser humano no puede alterar la realidad sobre la que se funda la vida, por 
lo que se desencadena una espiral que conduce a que sea el más débil e inocente quien deba sufrir las 
consecuencias, pero éste, con la humilde aceptación de la condición de su existencia en el amor y por 
amor, redime la historia y el amor vence bajo la forma del sufrimiento del inocente (cf. Is 53); así en 
esta trágica realidad del misterio del mal el amor sigue mostrando su fuerza. 
 
 
La llamada de todo hombre al amor 
Éste es el “estado de gracia original” en que Dios coloca al hombre y en que el hombre tiene 
que permanecer. 
Sobre este estado general de toda humanidad se asienta el estado personal de cada individuo, 
el lugar en que Dios le ha colocado por la gracia del envío personal. 
Es la forma en que cada individuo personaliza el estado general de todo hombre, dando sentido 
a su existencia, haciéndose persona en sentido pleno y por tanto la condición necesaria para su 
felicidad. 
Cada uno tiene que ordenar su existencia de modo que salga de sí mismo, se ponga ante Dios 
y ponga toda su mente, corazón y fuerzas a disposición de la realización de este fin último. 
Como criatura tiene que hacer la voluntad de Dios con su propia voluntady en las 
circunstancias y situación en que se encuentra en cada momento, descubriendo el amor siempre como 
una tarea encomendada y que no se confunde con su propia espontaneidad para amar, porque entonces 
el amor no tendría otro objetivo que él mismo. “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario 
del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de 
aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste 
en el amor de Dios y del prójimo” (GS 16). 
Esta relación del hombre con Dios no es de servidumbre o esclavitud sino que es una relación 
de filiación, como revela la relación entre el Hijo y el Padre: el Hijo está unido en el Espíritu Santo al 
Padre y es enviado por Él. El amor del Hijo tiene forma de “obediencia” porque es su libertad suprema 
en el amor, “pobreza” en cuanto que no busca más riqueza que al Padre y su reino y “pureza” en cuanto 
exclusividad de amor para fecundidad eterna. 
14 
 
Contemplando el amor del Hijo, comprende el hombre su vocación: su estado es el del envío y 
el servicio su plena auto-realización, su dicha eterna. Es un estado también de mandamiento: su libertad 
es la obediencia. 
El estar puesto en la voluntad de Dios es la protorrealidad de la existencia creada que antecede a todo, que 
condiciona y sustenta todo lo demás. Fuera de esa realidad, la existencia humana no pasa de ser un ininteligible 
montón de materiales carentes de forma y de sentido, sin meta ni forma. En cambio, si se mira la voluntad de Dios 
que se expresa de forma concreta para cada criatura en su envío personal, esa existencia adquiere sentido y 
coherencia… En cambio, si, prescindiendo del envío, tratamos de dar un sentido definitivo, coherente a las fuerzas 
corporales y mentales, a los destinos y peripecias de un ser, tantearemos de seguido [sic] la incerteza…10. 
 
 
2. El misterio de la Iglesia 
De todo esto se entiende en la realidad de la Iglesia como corporación especial dentro de la 
humanidad, delimitada frente al resto de los seres humanos (frente al “mundo”) por una cuestión de 
tipo religioso, no es el concepto apropiado para entender qué es la Iglesia. 
 
La Iglesia en el designio original de Dios11 
En el designio original de Dios la Iglesia es la comunión que todos los seres humanos están 
llamados a realizar desde la comunión de cada uno de ellos con Dios. 
“El mundo fue creado en orden a la Iglesia”, decían los cristianos de los primeros tiempos (Hermas, Visiones, 2, 
4, 1; cf. Arístides, Apolo., 16, 6; Justino, Apolo., 2, 7). Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida 
divina, “comunión” que se realiza mediante la “convocación” de los hombres en Cristo, y esta “convocación” es 
la Iglesia. La Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, haer., 1,1, 5), e incluso las vicisitudes 
dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como 
ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo: “Así 
como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama 
Iglesia” (Clemente de Alejandría, Paedag., 1, 6). (CEC 760) 
Es la misma enseñanza del Concilio vaticano II que presenta a la Iglesia como el verdadero fin 
de la creación que llegará a su plenitud en los últimos tiempos: 
El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, 
decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, 
dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, “que es la imagen de Dios invisible, primogénito 
de toda criatura” (Col 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre “los conoció de antemano y los 
predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos” 
(Rm 8,19). Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada desde el 
origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento, 
constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y se perfeccionará gloriosamente 
al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, “desde 
el justo Abel hasta el último elegido”, se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal. (LG 2) 
“La Iglesia es ambas cosas: es fin y medio; es la intención suprema en el plano de la creación 
y, al mismo tiempo, es ‘como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de 
la unidad de todo el género humano’ (LG 1). En la Iglesia peregrinante comienza ya a hacerse realidad 
el plan de Dios para la creación; en la Iglesia consumada, este plan habrá alcanzado su meta. La 
creación consumada será la Iglesia consumada. Entonces se habrá desarrollado plenamente el sentido 
de la Iglesia: ser comunión con Dios-ser comunión de unas personas con otras en Dios”12. 
La Iglesia es a la vez camino y meta, pero lo es en Cristo que es “el camino, la verdad y la 
vida” (Jn 14,6). 
Si cumplimos la voluntad de Dios, perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, 
que fue creada antes que el sol y la luna; pero, si no cumplimos la voluntad del Señor, seremos de aquellos de 
quienes afirma la Escritura: Vosotros convertís mi casa en una cueva de bandidos. Por tanto, procuremos 
pertenecer a la Iglesia de la vida, para alcanzar así la salvación. 
 
10 Cf. H. U. von BALTHASAR, Estados de vida del cristiano, Madrid 1994, p. 61. 
11 Cf. CHR. SCHÖNBORN, Amar a la Iglesia, Madrid 1997, pp. 23ss. 
12 CHR. SCHÖNBORN, Amar a la Iglesia, Madrid 1997, p. 25. 
15 
 
Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios 
al hombre; hombre y mujer los creó, el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos de los 
profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de este tiempo, sino que existe desde el 
principio; en efecto, la Iglesia era espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente en 
los últimos tiempos para llevarnos a la salvación. 
Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si 
nosotros conservamos intacta esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en el Espíritu Santo, pues 
nuestra carne es como la imagen del Espíritu, y nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo 
esto quiere decir, hermanos, lo siguiente: Conservad con respeto vuestra carne, para que así tengáis parte en el 
Espíritu. Y, si afirmamos que la carne es la Iglesia y el Espíritu es Cristo, ello significa que quien deshonra la 
carne deshonra la Iglesia, y este tal no será tampoco partícipe de aquel Espíritu, que es el mismo Cristo. Con la 
ayuda del Espíritu Santo, esta carne puede, por tanto, llegar a gozar de aquella incorruptibilidad y de aquella vida 
que es tan sublime, que nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para sus elegidos. (Homilía 
de un autor anónimo del siglo II, 13,2-14,5) 
 
La Iglesia, fundada por Cristo 
La Iglesia responde al designio de Dios desde la creación, aunque esta afirmación no hay que 
entenderla en el sentido de que preexista a su fundación por Jesucristo, sino porque el plan de Dios 
respecto del hombre es que viva la íntima comunión con Él y en Él con los demás; una vez destruido 
este plan del Padre por el pecado del hombre, Dios lo restaura en Cristo. 
Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en Él antes de la creación del mundo, y nos predestinó a 
la adopción de hijos, porque en Él se complació restaurar todas las cosas(Cf. Ef, 1,4-5,10). Cristo, pues, en 
cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio, y efectuó 
la redención con su obediencia. La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el 
mundo por el poder de Dios” (LG 3). 
Con su encarnación, asumiendo la naturaleza humana, con su vida en este mundo, manifestó el 
designio de Dios y lo fue realizando en el tiempo; “la Iglesia, por tanto, comenzaba a tener vida, no ya 
en Dios o en Cristo, sino en sí misma”13. 
Sin embargo, sólo al final de los tiempos, cuando la manifestación gloriosa de Jesucristo (cf. 
1Ts 1,10; 3,13), se manifestará plenamente la Iglesia y se podrá comprobar como ella responde a este 
designio original de Dios y cómo ella lo ha manifestado y realizado en el tiempo y el espacio humanos. 
Mientras tanto Jesús nos ha revelado por su Evangelio la vida eterna (cf. 2 Tm 1,10), es decir, 
el designio original de Dios, y ha fundado la Iglesia como sacramento de ello, como signo e 
instrumento. 
Por su obra de salvación Cristo se hace camino para todo hombre; de tres maneras hace que su 
vida sea nuestra vida: viviendo Él su vida para nosotros, delante de nosotros y en nosotros (CEC 519-
521) 14. 
Todo hombre está llamado a realizar su vida siguiendo a Jesús, su estado de vida en este mundo 
debe ser el de vivir como Jesús vivió para poder así llegar al Padre (cf. Jn 14,6), es decir, realizar el 
designio que Dios tiene sobre cada hombre. 
La Iglesia, fundada por Cristo, aparece en Él como camino y como meta en la medida en que 
ella manifiesta el designio original de Dios, su restauración en Cristo y la santificación del Espíritu 
Santo necesaria para cumplirlo; en la medida en que es sacramento también lo realiza y apunta hacia 
la plena realización en la segunda venida gloriosa de Cristo. 
 
María y la Iglesia 
El modelo del seguimiento de Cristo que el hombre debe realizar en la Iglesia es María. Cristo 
es el modelo universal y único para todo hombre; Él es quien revela el plan original de Dios y el 
misterio de la Iglesia y los realiza en el tiempo y el espacio humanos; todo hombre está llamado a 
reconocer esta vocación suya que proviene de Dios y es para todo hombre y que en Jesucristo se revela 
 
13 Y. J.-M. CONGAR, Jalones para una teología del laicado, Barcelona 21963, p. 46. 
14 Cf. CHR. SCHÖNBORN, Amar a la Iglesia, Madrid 1997, p. 113. 
16 
 
plenamente. La Iglesia es fundada por Cristo y existe en función de la revelación y realización del plan 
de Dios. 
Por esta razón sólo la Iglesia en su conjunto, como Cuerpo suyo, es realización plena de su 
seguimiento y por eso sólo en la manifestación gloriosa de Cristo se realizará plenamente. 
Si cumplimos la voluntad de Dios, perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, 
que fue creada antes que el sol y la luna […] 
Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios 
al hombre, hombre y mujer los creó; el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos de los 
profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de este tiempo, sino que existe desde el 
principio; en efecto, la Iglesia era espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente en 
los últimos tiempos para llevarnos a la salvación. 
Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si 
nosotros conservamos intacta esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en el Espíritu Santo, pues 
nuestra carne es como la imagen del Espíritu y nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen15. 
El estado de Cristo en este mundo permanece, por tanto, único; pero no por eso es inasequible 
para el hombre o irrealizable por él; si así fuera, no sería Cristo el único Salvador de los hombres. 
Tampoco queda a la libre decisión del hombre el plasmar el seguimiento del camino de Cristo en este 
mundo, sino que Cristo ha fundado la Iglesia como anuncio y realización del camino que Él es. No 
obstante esto, hay que tener en cuenta que Cristo permanece siempre como el camino que debe seguir 
todo hombre y que no es posible reducir su misión a la de únicamente fundador de la Iglesia, olvidando 
que la constitución de la misma está en función de un plan universal de salvación. 
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, 
recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor […] Urgen 
al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer 
la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la 
esperanza, a la resurrección. 
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en 
cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en 
realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la 
posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual. Este es el gran misterio 
del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor 
y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte 
destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre! (GS 22). 
Y el modelo de la Iglesia es María; Ella es también el modelo concreto de cómo el hombre 
puede seguir el camino de Jesús en la Iglesia. 
 
a) María, principio e imagen de la Iglesia16 
María es considerada por el Concilio vaticano II como verdadera “madre de los miembros de 
Cristo” y por eso también como “miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo 
y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, 
honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (LG 53). 
María precede a la manifestación del misterio de la Iglesia que lleva a cabo Cristo al fundarla, 
“mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre” (LG 63). “Como 
virgen y madre, María es para la Iglesia un ‘modelo perenne’” (RMa 42). “Creyendo y obedeciendo 
engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del 
Espíritu Santo, como una nueva Eva, practicando una fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua 
serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre 
muchos hermanos (Rm 8,29), a saber, los fieles a cuya generación y educación coopera con materno 
amor” (LG 63). 
Si la Iglesia es signo e instrumento de la unión íntima con Dios, lo es por su maternidad, porque, vivificada por el 
Espíritu, “engendra” hijos e hijas de la familia humana a una vida nueva en Cristo. Porque, al igual que María está 
 
15 De la Homilía de un autor del siglo segundo, Caps. 13, 2-14, 5: Funk 1, 159-161. 
16 Cf. H. U. von BALTHASAR, El complejo anti-romano, Madrid 1981, pp. 199s. 
17 
 
al servicio del misterio de la Encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como 
hijos por medio de la gracia (RMa 43b). 
 
b) La singularidad de María 
La Iglesia como madre y virgen se asemeja a María (cf. LG 64), pero María “no sólo es modelo 
y figura de la Iglesia, sino mucho más. Pues, ‘con materno amor coopera a la generación y educación’ 
de los hijos e hijas de la madre Iglesia” (RMa 44a), pues Ella ha recibido el don único de su inmaculada 
concepción y de lamaternidad virginal del Hijo de Dios. 
En un plan universal, que comprende a todos los hombres creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). 
Todos, así como están incluidos “al comienzo” de la obra creadora de Dios, también están incluidos eternamente 
en el plan divino de la salvación, que se debe revelar completamente, en la “plenitud de los tiempos”, con la venida 
de Cristo […] El plan divino de la salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es 
eterno. Está también […] eternamente unido a Cristo. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular 
a la “mujer” que es la Madre de aquel, al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación (RMa 7). 
María es la “mujer” que, como escribe el Concilio Vaticano II (LG 55), “es insinuada 
proféticamente en la promesa dada a nuestros primeros padres caídos en pecado”, según el libro del 
Génesis (cf. 3,15). “Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre 
será Emmanuel”, según las palabras de Isaías (cf. 7,14). De este modo el Antiguo Testamento prepara 
aquella “plenitud de los tiempos”, en que Dios “envió a su Hijo, nacido de mujer [...] para que 
recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4,4). 
Así, María es modelo de la Iglesia en cuanto que ésta responde al designio de Dios desde la 
creación. La maternidad de María es el modelo de la maternidad de la Iglesia, ya que la Iglesia es 
aquella que genera a los hombres a la filiación divina. Pero en ello hay que considerar que en el plan 
originario de Dios está que los hombres vivan en comunión con Él; una vez rota esta comunión el 
hombre debe ser regenerado en ella por la redención de Cristo. A esta obra aparece íntimamente unida 
la Iglesia, ella es la que engendra a los hijos de Dios por la fe y el amor. Ella es la “Jerusalén de arriba” 
que “es nuestra madre” (Gal 4,26). 
Por eso en cuanto que este plan de Dios es originario de la creación y es eterno puede Jesús 
decir: “«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus 
discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi 
Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Mt 12, 48-50). 
De la misma manera, la mujer que aparece en el Apocalipsis (12,1ss.) da a luz a un hijo que es 
amenazado y llevado a salvo puesto junto a Dios, pero también tiene otros hijos “los que guardan los 
mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (12,17). La imagen se refiere a la Iglesia 
“celeste” (eterna) que sufre persecución, pero también al Mesías; por eso puede ser referida a Jesús y 
a la maternidad de María17. 
La figura de la Mujer en Ap 12 tiene, pues, una significación a la vez eclesial y mariana, sobre todo bajo el aspecto 
de la maternidad de la Mujer, es decir en virtud de la relación que guarda con sus hijos. Ella es la madre del Hijo 
varón al que ha dado a luz, pero, en el ámbito espiritual, es también –y esto se aplica tanto a María como a la 
Iglesia– madre de otros hijos, “el resto de su descendencia”18. 
En Jesús se establece la continuidad entre el plan originario de Dios y el ser y la misión de la 
Iglesia: Dios dispuso que el hombre viviera en el mundo en plena comunión con él y desde esta 
comunión en la unidad de todos los hombres; roto este plan de Dios por el pecado, en Jesús se 
restablece y por eso se considera a sí mismo, en cuanto que es el Hijo de Dios, a la vez “hijo” de esta 
comunión de vida con Dios y entre los hombres que es el plan de Dios al que no renuncia y del que la 
Iglesia es sacramento. Naciendo de María, Jesús realiza su obra de salvación y de redención en este 
mundo y funda la Iglesia como continuadora de su obra; por este motivo la maternidad divina de María 
es el modelo de la maternidad de la Iglesia, la cual a través de su obra reconduce los hombres hacia 
Dios, a vivir el plan original de Dios restaurado por Cristo y en Cristo. 
 
17 Cf. I. DE LA POTTERIE, María en el misterio de la alianza, Madrid 1993, pp. 285-311. 
18 Ibíd., p. 307. 
18 
 
El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad 
de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti 
¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata 
dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se 
encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los 
ídolos, para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por 
el dominio honradas por el uso de los que alaban al Señor. 
Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo 
estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas 
visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra de bendito fruto del seno bendito de la bendita María. 
Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba 
por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa 
virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida 
su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida. 
¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace 
reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo 
la creación por el Creador, sino también el Creador por criatura! 
Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual él, a quien engendra de su corazón como amándose 
a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno 
y mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las 
cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este 
modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin 
María lo que había sido manchado. 
Dios es, pues, el Padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el Padre 
a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engendró 
a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin 
el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste. 
¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a 
él!19. 
 
c) María, modelo del cristiano 
María, siendo modelo de la Iglesia, es a la vez, miembro de la Iglesia; ciertamente el más 
eminente y del todo singular (cf. LG 53) por la gracia recibida, pero, en cuanto que ella es una “mujer”, 
alguien “de nuestra raza”, María ha sido redimida por Cristo e insertada en Él y por Él en el plan 
originario de Dios para todos los hombres. Bajo este aspecto María es modelo de la Iglesia no sólo en 
cuanto realización del plan de Dios de vivir los hombres en comunión con Él y entre sí y la manera en 
que lo realiza la Iglesia, sino que Ella misma es modelo para cada cristiano, por su unión con su Hijo, 
en cuanto creyente y discípula, es el modelo de vida y de seguimiento del camino de Jesús para todo 
cristiano. 
El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí 
muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con Él. Pues da poder paraser hijos de Dios a cuantos lo reciben. 
Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su 
caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno 
solo con Él. 
Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y 
de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo. Pues así como la cabeza y los miembros 
son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y 
muchas vírgenes. 
Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; 
ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del 
cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, 
pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra. Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, 
se entiende con razón como dicho en singular de la Virgen María lo que en términos universales se dice de la 
virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la Virgen Madre María; y lo mismo si se habla de 
una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos. 
 
19 SAN ANSELMO, Sermón 52 (PL 158,955-956). 
19 
 
También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, Madre de Cristo, hija 
y hermana, Virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice 
universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel. 
Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente 
la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó 
Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos 
de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel20. 
Su estado en este mundo es a la vez único y, sin embargo, es el de todo cristiano y por tanto la 
síntesis de todos los estados de vida eclesiales: 
- María es plenamente obediente a la voluntad de Dios; 
- por eso es también plenamente virgen, por su consagración y dedicación exclusiva a Dios uno 
y trino; de su virginidad recibe su maternidad que es a la vez espiritual y física, manifestando la 
inserción de la Iglesia y del cristiano en el mundo pero en su dimensión espiritual y de cumplimiento 
del plan de Dios; 
- ella vive en total donación a los demás, sin reservas de su mente o de su espíritu y tanto menos 
de su tiempo o de sus cosas. 
Ella es la “llena de gracia” por la plenitud que representa de vida en Dios y todo cristiano puede 
y debe reconocer en Ella el modo concreto de realizar el camino de Jesús: “La acción de María como 
‘ayuda’ del nuevo Adán está totalmente ordenada allende su persona: a la obra trinitaria de la salvación, 
a hacer de los hombres hermanos de Cristo e hijos del Padre en el Espíritu Santo que les ha sido 
infundido, congregándoles en una comunidad arraigada y fundada en la vida trinitaria”21. 
Además cada estado de vida de la Iglesia es acentuación de algún aspecto del misterio de María 
pero al que, sin embargo, debe aspirar continuamente a realizar en su totalidad; de él viene la unidad 
en la Iglesia, como “maternidad envolvente”22. De esta manera se entiende que ningún estado de vida 
en la Iglesia tenga razón de existir o sentido sin los demás, sino que, todo lo contrario, se implican y 
se necesitan mutuamente. 
Todo cristiano está llamado a vivir en el estado de María: apertura ilimitada y exclusiva al amor 
que fecunda la vida, como realización concreta, en las condiciones del pecado y de la redención, del 
estado original del hombre en el paraíso y anticipación de su estado en la escatología. El estado de 
María es la síntesis cristológica que todo lo abarca: María pone de manifiesto que exclusividad del 
estado en Dios y estado de apertura al mundo son conceptos complementarios23. 
 
 
3. Los estados de vida eclesiales 
La Iglesia peregrina 
En el arco entre el inicio y el fin la Iglesia, cuyo misterio ha sido anticipado en el antiguo 
testamento, ha sido fundada en los últimos tiempos como “sacramento de salvación” (LG 1). 
Cristo, la Palabra de Dios, se hizo carne y en Él se revela el designio de Dios tal y como el 
hombre debe realizarlo en este mundo. En María la Iglesia y el cristiano tienen el modelo de su 
seguimiento de Cristo. 
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para 
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos 
es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no 
eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios (Gal 4,4-7). 
En este tiempo la Iglesia peregrina; no es el tiempo de la realización plena del fin último del 
hombre, sino que ella está puesta como sacramento: signo e instrumento del plan de Dios. 
 
20 BEATO ISAAC, ABAD DEL MONASTERIO DE STELLA, Sermón 51: PL 194, 1862-1863, 1865. 
21 H. U. von BALTHASAR, El complejo anti-romano, Madrid 1981, pp. 206s. 
22 Ibíd., pp. 185ss. 
23 Cf. H. U. von BALTHASAR, Estados de vida del cristiano, Madrid 1994, p. 151. 
20 
 
Sus múltiples dimensiones son el reflejo de su plenitud como Cuerpo místico de Cristo. Por 
eso, nadie las abarca plenamente ni personalmente ni ningún grupo; todos son necesarios para la 
realización de su misión. La dinámica es el la del amor. 
De forma específica, la Iglesia vive de la dinámica entre la llamada que todos han recibido a 
reproducir a Cristo en todos sus misterios y la realización de forma especial por parte de algunos. 
Sin embargo, todos en la Iglesia tienen un fin único, absolutamente irrenunciable: alcanzar la 
perfección en el amor. A ello son llamados todos sin excepción, porque la Iglesia en su conjunto debe 
ser el signo y el instrumento para que todos los seres humanos lleguen a realizarlo a su manera. 
Es esta la razón por la cual en la Iglesia existe un dinamismo interno determinado por las 
relaciones que existen no sólo entre los miembros de la Iglesia sino entre los diversos estados de vida 
que existen en su seno. 
Pero en toda esta cuestión no hay que olvidar que el Concilio Vaticano II hablando de la índole 
escatológica de la Iglesia afirma: 
Mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que tenga su morada la santidad (cf. 2 Pe 3,13), la 
Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, lleva consigo la imagen de 
este mundo que pasa, y Ella misma vive entre las criaturas que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en 
espera de la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8,19-22) (LG 48). 
Por este motivo la Iglesia en este mundo nunca manifiesta claramente la realidad del reino de 
Dios, sino siempre entre luces y sombras. Lo que para el tema de que se trata aquí implica que en su 
estructura los estados nunca manifiestan unívocamente la realidad hacia la que apuntan sino que 
siempre existe una mezcla de significados. En consecuencia, aunque existen una serie de 
incompatibilidades entre ellos, que son las que preservan la especificidad de cada uno de ellos, 
tampoco son absolutamente incompatibles entre ellos24. 
 
Significado de los estados de vida en la Iglesia peregrina 
Para entender el significado de la Iglesia y de los estados de vida eclesiales después del pecado, 
en el estado de redención, hay que hacer referencia a la realidad original: 
Desdeel estado original como estado del hombre tal como Dios lo ideó originariamente, lo quiso y lo 
creó tiene que ser posible derivar y esclarecer en último término cada estado posterior que, sin duda, también 
viene de Dios. Los estados posteriores tienen que reflejar, cada uno a su manera, algo de la idea única que Dios 
quiso realizar desde un principio con la creación del hombre25. 
El estado del paraíso se caracteriza por tres notas fundamentales: 
- no sentían vergüenza de estar desnudos, es decir, la entrega recíproca total y pura de todo el 
ser 26, la transparencia del alma a través del cuerpo; 
- no había muerte, representando ésta la antítesis radical de todo aquello de lo que el hombre 
había sido dotado27; 
- no tenían conocimiento del bien y del mal, el estado de inocencia original en el que el hombre 
realiza su ser en la plena obediencia a Dios y así encuentra su libertad28. 
Estas tres características son las que manifiestan que el hombre vivía en un estado de completa 
donación a Dios y a los demás en la que no cabían excepciones ni zonas de sombra. 
Sin embargo la desobediencia, buscando conocimiento propio del bien y del mal, rompe la 
unión del hombre con Dios. Como consecuencia inmediata se rompe la unidad con los demás: sintieron 
vergüenza de estar desnudos, se rompe la armonía entre los sexos y, por último, sufren la muerte, 
 
24 Por ejemplo, entre la vida consagrada y el matrimonio existe una clara incompatibilidad; sin embargo, aunque 
el sacramento típico del estado laical es el matrimonio, también hay laicos que asumen el celibato por motivos apostólicos 
y no por eso se considera vida consagrada. Algo similar sucede entre el ministerio sagrado y el matrimonio: el diaconado 
puede ser asumido por varones casados (y, en las Iglesias orientales, incluso el presbiterado) pero existe incompatibilidad 
entre el matrimonio y el grado supremo del orden, el episcopado. 
25 Cf. H. U. von BALTHASAR, Estados de vida del cristiano, Madrid 1994, p. 62 (subrayado del autor). 
26 Cf. JUAN PABLO II, Varón y mujer. Teología del cuerpo, Madrid 31996, pp. 83ss. 
27 Ibíd., pp. 57ss. 
28 Ibíd., pp. 38ss. 
21 
 
entendida como preocupación afanosa de cada uno por la efímera vida temporal (“con el sudor de tu 
frente”), estableciéndose también la lucha por la propiedad y la división entre pobreza y riqueza. En 
estas condiciones, el hombre experimenta el amor, que es auto-entrega, no ya como la realización plena 
y gozosa de su existencia sino como una pesada carga impuesta, ya que vive centrado en sí mismo y 
en la lucha por su existencia (entendida no como lucha contra precarias condiciones de vida material, 
sino como apego desmedido a la vida terrena y temporal). 
El estado del cristiano en la Iglesia es un nuevo estado que recupera parcialmente la unidad 
perdida. En el estado del paraíso el hombre vivía una incuestionable confianza con Dios como 
obediencia de entendimiento y libertad, de esta pureza vivía la comunión con los demás desde una 
pureza de corazón de la que venía su fecundidad y la libertad de los bienes materiales de la tierra que 
compartía sin distinguir propiedad o riqueza. 
Los consejos evangélicos representan el modo en que todo cristiano debe vivir en este mundo. 
La fraterna consuetudine con Gesù, vissuta nella preghiera e nella frequenza ai sacramenti, stimola a muovere i 
propri passi su quel cammino spirituale, che la Tradizione della Chiesa indica con i consigli evangelici della 
povertà, della castità e dell’obbedienza e che, guardato in profondità, è cammino di liberazione, rispettivamente, 
dalla schiavitù delle cose, dalle bramosie della carne, dalla prepotenza dell’io. 
Appare chiaro, così, che i consigli evangelici, grazie ai quali ci si avvia su tale cammino, sono come atteggiamento 
interiore, una proposta offerta a tutti; come linea ascetica, un’indicazione particolarmente necessaria ai giovani, 
che vogliono prepararsi seriamente al matrimonio e alla vita di famiglia; come stato di vita, costituiscono la 
condizione di chi, rispondendo alla vocazione del Signore, vuole raggiungere la piena libertà di spirito e 
consacrarsi totalmente al servizio di Dio e dei fratelli29. 
Juan Pablo II los presenta en primer lugar como una “actitud interior” y, por tanto, como una 
“propuesta ofrecida a todos”, que debe ser llevada a la práctica de la vida cristiana y por este motivo 
dice el Papa que es una “línea ascética”, especialmente importante en la educación de los jóvenes en 
su camino hacia el estado matrimonial y familiar. Sólo en último lugar el Papa habla del “estado de 
vida” que responde a una llamada vocacional a consagrarse totalmente al Señor por medio de la 
profesión pública de los mismos. Como dice también en VC: “movidos por el ejemplo de santidad de 
las personas consagradas, los laicos serán introducidos en la experiencia directa del espíritu de los 
consejos evangélicos y animados a vivir y testimoniar el espíritu de las Bienaventuranzas para 
transformar el mundo según el corazón de Dios (Cf. LG 31)”. 
Aunque todo cristiano está llamado a vivir esta misma realidad del designio originario de Dios 
en la unidad de su propia existencia, la ruptura que ha producido el pecado en el corazón del hombre 
y en el mundo, hace que esa unidad no pueda ser recuperada en este mundo de forma plena más que 
en la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Para ello en la Iglesia cada estado de vida manifiesta de forma 
parcial lo que sólo el conjunto de la Iglesia manifiesta completamente como cuerpo de Cristo y 
continuadora de la misión de Cristo: 
- El estado de los consagrados a Dios (en el servicio ministerial al Cuerpo de Cristo o como 
consagración personal a Cristo), la actitud y mentalidad interior que inspira y vivifica. 
- El estado secular, la realización exterior en el mundo del estado originario30. 
Todo cristiano debe reproducir las actitudes del estado original de obediencia, pureza y pobreza 
como realización de la llamada al amor perfecto con disponibilidad interior (sin experimentarlo 
únicamente como renuncia) y como actos concretos. Sin embargo, la ruptura implica que esta llamada 
única de toda la Iglesia sea realizada en los diversos aspectos por los cristianos como estados de vida 
también diversos: acentuando unos la dimensión interior y otros la exterior, pero por su unidad en la 
 
29 JUAN PABLO II, Discorso ai ragazzi e ai giovani delle scuole medie e superiori, Reggio Emilia, 6/6/1988, n. 
4 
30 Cf. Ibíd., p. 86. Esta división en dos estados responde a la visión de H. U. von Balthasar según la cual dentro de 
la Iglesia Jesús llamó a unos al seguimiento en el mundo y a otros a seguirle en el “estado de los consejos” con una 
“prioridad cronológica y también cualitativa de la vida eclesial de los consejos frente al ministerio eclesial” (p. 9). Ésta es 
una forma de comprender el ministerio coherente con su visión de la Iglesia desde la “maternidad envolvente” (cf. El 
complejo antirromano, pp. 185ss); por otro lado, desde un punto de vista existencial, la realidad es que el ministerio vivido 
como función en sí misma es totalmente despersonalizante. 
22 
 
Iglesia ni el estado secular se puede olvidar de las actitudes interiores ni el estado de consagración de 
su realización externa que unos la hacen en el ministerio ordenado y otros en la vivencia de su 
consagración personal a Dios en la vida contemplativa o activa. 
 
 
4. La llamada del hombre al amor 
Cuando Dios vio lo que había creado “vio que todo estaba bien hecho (Gn 1,31). Especialmente 
el hombre que ha sido creado a su imagen y semejanza (Gn 1,26-27) participa de una manera muy 
particular de esa perfección con que Dios lo ha hecho todo: como la llamada interior que siente a amar 
entregándose completamente a Dios y a los demás. 
En el estado original la respuesta, el seguimiento a esta llamada era

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