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MENSAJES A LAS MUJERES

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LA MUJER, EDUCADORA PARA LA PAZ
Mensaje de Su Santidad Juan Pablo II para la Jornada Mundial de la Paz
1 de enero de 1995
En la meditación dominical, en el Angelus del día 1 de enero, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y XXVIII Jornada Mundial de la Paz, el Santo Padre expuso que había enviado a todos los Jefes de Estado, para este día, un mensaje que tiene por lema, La mujer, educadora para la paz, firmado en el Vaticano, el 8 de diciembre de 1994.
«En él he destacado dijo en la meditación mariana la contribución significativa que las mujeres pueden prestar para el establecimiento de una paz que influya en todos los aspectos de la vida humana. Me he dirigido a las mujeres, invitándolas a ser educadoras para la paz con todo ser y en todas sus actuaciones: que sean testigos, mensajeras, maestras de paz de las relaciones entre las personas y las generaciones, en la familia, en la vida cultural, social y poIítica de las naciones, de modo particular en las situaciones de conflicto y de guerra».
1. Al comienzo de 1995, con la mirada puesta en el nuevo milenio ya cercano, dirijo una vez más a todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, mi llamada angustiada por la paz en el mundo.
La violencia que tantas personas y pueblos continuan sufriendo, las guerras que todavía ensangrientan numerosas partes del mundo, la injusticia que pesa sobre la vida de continentes enteros no pueden tolerarse por más tiempo.
Es hora de pasar de las palabras a los hechos: los ciudadanos y las familias, los creyentes y las Iglesias, los Estados y los organismos internacionales, ¡Todos se sientan llamados a colaborar con renovado empeno en la promoción de la paz!
Sabemos bien cuán dificil es esta tarea. En efecto, para que sea eficaz y duradera, no puede limitarse a los aspectos exteriores de la convivencia, sino que debe incidir sobre todo en los ánimos y fomentar una nueva conciencia de la dignidad humana. Es necesario reafirmarlo con fuerza: una verdadera paz no es posible si no se promueve, a todos los niveles, el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, ofreciendo a cada individuo la posibilidad de vivir de acuerdo con esta dignidad. «En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningun concepto» (Juan XXIII, Pacem in terris, I).
Esta verdad sobre el hombre es la clave para la solución de todos los problemas que se refieren a la promoción de la paz. Educar en esta verdad es uno de los caminos más fecundos y duraderos para consolidar el valor de la paz.
Las mujeres y la educación para la paz 
2. Educar para la paz significa abrir las mentes y los corazones para acoger los valores indicados por el Papa Juan XXIII en la Enciclica Pacem in terris como básicos para una sociedad pacífica: la verdad, la justicia, el amor, la libertad (cfr Ibid.). Se trata de un proyecto educativo que abarca toda la vida y dura toda la vida. Hace de la persona un ser responsable de sí mismo y de los demás, capaz de promover, con valentía e inteligencia, el bien de todo el hombre y de todos los hombres, como senaló tambien el Papa Pablo VI en la Enciclica Populorum progressio (cfr n. 14). Esta formación para la paz será tanto más eficaz, cuanto más convergente sea la acción de quienes, por razones diversas, comparten responsabilidades educativas y sociales. El tiempo dedicado a la educación es el mejor empleado, parque es decisivo para el futuro de la persona y, por consiguiente, de la familia y de la sociedad entera.
En este sentido deseo dirigir mi Mensaje para esta Jornada de la Paz especialmente a las mujeres, pidiendoles que sean educadoras para la paz con todo su ser y en todas sus actuaciones: que sean testigos, mensajeras, maestras de paz en las relaciones entre las personas y las generaciones, en la familia, en la vida cultural, social y política de las naciones, de modo particular en las situaciones de conflicto y de guerra. ¡Que puedan continuar el camino hacia la paz ya emprendido antes de ellas por otras muchas mujeres valientes y clarividentes!
En comunión de amor 
3. Esta llamada dirigida particularmente a la mujer para que sea educadora de paz se basa en la consideración de que «Dios le confía de modo especial el hombre, es decir, el ser humano» (Mulieris dignitatem, 30). Esto, sin embargo, no ha de entenderse en sentido exclusivo, sino más bien según la lógica de funciones complementarias en la común vocación al amor, que llama a los hombres y a las mujeres a aspirar concordemente a la paz y a construirla juntos. En efecto, desde las primeras páginas de la Biblia está expresado admirablemente el proyecto de Dios: Él ha querido que entre el hombre y la mujer se estableciera una relación de profunda comunión, en la perfecta reciprocidad de conocimiento y de don (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 371). El hombre encuentra en la mujer una interlocutora con quien dialogar en total igualdad. Esta aspiración, que no satisface ningún otro ser viviente, explica el grito de admiración que salió espontáneamente de la boca del hombre cuando la mujer, según el sugestivo simbolismo bíblico, fue formada de una costilla suya. «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gen 2, 23). ¡Es la primera exclamación de amor que resonó sobre la tierra!
Si el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro, esto no quiere decir que Dios los haya creado incompletos. Dios «los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser “ayuda” para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas (“hueso de mis huesos...”) y complementarios en cuanto masculino y femenino» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 372). Reciprocidad y complementariedad son las dos características fundamentales de la pareja humana.
4. Lamentablemente, una largo historia de pecado ha perturbado y continúa perturbando el designio original de Dios sobre la pareja, sobre el «ser-hombre» y el «ser mujer», impidiéndoles su plena realización. Es preciso volver a este designio, anunciándolo con fuerza, para que sobre todo las mujeres, que han sufrido más por esta realización frustrada, puedan finalmente mostrar en plenitud su femineidad y su dignidad.
Es verdad que las mujeres en nuestro tiempo han dado pasos importantes en esta dirección, logrando estar presentes en niveles relevantes de la vida cultural, social, económica, política y, obviamente, en la vida familiar. Ha sido un camino difícil y complicado y, alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto por tantos obstáculos que, en varias partes del mundo, se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad (cfr Mulieris dignitatem, 29). En efecto, la construcción de la paz no puede prescindir del reconocimiento y de la promoción de la dignidad personal de las mujeres, llamadas a desempeñar una misión verdaderamente insustituible en la educación para la paz. Por esto dirijo a todos una apremiante invitación a reflexionar sobre la importancia decisiva del papel de las mujeres en la familia y en la sociedad, y a escuchar las aspiraciones de paz que ellas expresan con palabras y gestos y, en los momentos más dramáticos, con la elocuencia callada de su dolor.
Mujeres de paz 
5. Para educar en la paz, la mujer debe cultivarla ante todo en sí misma. La paz interior viene del saberse amados por Dios y de la voluntad de corresponder a su amor. La historia es rica en admirables ejemplos de mujeres que, conscientes de ello, han sabido afrontar con éxito difíciles situaciones de explotación, de discriminación, de violencia y de guerra. 
Muchas mujeres, debido especialmente a condicionamientossociales y culturales, no alcanzan una plena conciencia de su dignidad. Otras son víctimas de una mentalidad materialista y hedonista que las considera un puro instrumento de placer y no duda en organizar su explotación a través de un infame comercio, incluso a una edad muy temprana. A ellas se ha de prestar una atención especial sobre todo por parte de aquellas mujeres que, por educación y sensibilidad, son capaces de ayudarlas a descubrir la propia riqueza interior. Que las mujeres ayuden a las mujeres, sirviéndose de la valiosa y eficaz aportación que asociaciones, movimientos y grupos, muchos de ellos de inspiración religiosa, han sabido ofrecer para este fin.
6. En la educación de los hijos la madre desempeña un papel de primerísimo rango. Por la especial relación que la une al niño sobre todo en los primeros años de vida, ella le ofrece aquel sentimiento de seguridad y confianza sin el cual le sería difícil desarrollar correctamente su propia identidad personal y, posteriormente, establecer relaciones positivas y fecundas con los demás. Esta relación originaria entre madre e hijo tiene también un valor educativo muy particular a nivel religioso, ya que permite orientar hacia Dios la mente y el corazón del niño mucho antes de que reciba una educación religiosa formal.
En esta tarea, decisivo y delicada, no se debe dejar, solo a ninguna madre. los hijos tienen necesidad de la presencia y del cuidado de ambos padres, quienes realizan su misión educativa principalmente a través del influjo de su comportamiento. La calidad de la relación que se establece entre los esposos influye profundamente sobre la psicología del hijo y condiciona no poco sus relaciones con el ambiente circundante, como también las que irá estableciendo a lo largo de su existencia.
Esta primera educación es de capital importancia. Si las relaciones con los padres y con los demás miembros de la familia están marcadas por un trato afectuoso y positivo, los niños aprenden por experiencia directa los valores que favorecen la paz: el amor por la verdad y la justicia, el sentido de una libertad responsable, la estima y respeto del otro. Al mismo tiempo, creciendo en un ambiente acogedor y cálido, tienen la posibilidad de percibir, reflejado en sus relaciones familiares, el amor mismo de Dios y esto les hace madurar en un clima espiritual capaz de orientarlos a la apertura hacia los demás y al don de sí mismos al prójimo. La educación para la paz, naturalmente, continúa en cada período del desarrollo y se debe cultivar particularmente en la difícil etapa de la adolescencia, en la que el paso de la infancia a la edad adulta no está exento de riesgos para los adolescentes, llamados a tomar decisiones definitivas para la vida.
7. Frente al desafío de la educación, la familia se presenta como «la primera y fundamental escuela de socialidad» (Familiaris consortio, 37), la primera y fundamental escuela de paz. Por tanto, no es difícil intuir las dramáticas consecuencias que surgen cuando la familia está marcada por crisis profundas que minan o incluso destruyen su equilibrio interno. Con frecuencia, en estas circunstancias, las mujeres son abandonadas. Es necesario que, justo entonces, sean ayudadas adecuadamente no sólo por la solidaridad concreta de otras familias, comunidades de carácter religioso, grupos de voluntariado, sino también por el Estado y las organizaciones internacionales mediante apropiadas estructuras de apoyo humano, social y económico que les permitan hacer frente a las necesidades de los hijos, sin ser forzadas a privarlos excesivamente de su presencia indispensable.
8. Otro serio problema se detecta allí donde perdura la intolerable costumbre de discriminar, desde los primeros años, a niños y niñas. Si las niñas, ya en la más tierna edad, son marginadas o consideradas de menor valor, sufrirá un grave menoscabo la conciencia de su dignidad y se verá comprometido inevitablemente su desarrollo armónico. La discriminación inicial repercutirá en toda su existencia, impidiéndoles su plena inserción en la vida social.
¿Cómo no reconocer, pues, y alentar la obra inestimable de tantas mujeres, como también de tantas congregaciones religiosas femeninas, que en los distintos continentes y en cada contexto cultural hacen de la educación de las niñas y de las mujeres el objetivo principal de su servicio? ¿Cómo no recordar, además, con agradecimiento a todas las mujeres que han trabajado y continúan trabajando en el campo de la salud, con frecuencia en circunstancias muy precarias, logrando a menudo asegurar la supervivencia misma de innumerables niñas?
Las mujeres, educadoras de paz social 
9. Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el modo mismo de comprenderse y organizarse la sociedad, llegando a reflejar mejor la unidad sustancial de la familia humana. Ésta es la premisa más valiosa para la consolidación de una paz auténtica. Supone, por tanto, un progreso beneficioso la creciente presencia de las mujeres en la vida social, económica y política a nivel local, nacional e internacional. Las mujeres tienen pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derecho debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario.
Sin embargo, este reconocimiento del papel público de las mujeres no debe disminuir su función insustituible dentro de la familia: aquí su aportación al bien y al progreso social, aunque esté poco considerada, tiene un valor verdaderamente inestimable. A este respecto, nunca me cansaré de pedir que se den pasos decisivos hacia adelante de cara al reconocimiento y a la promoción de tan importante realidad.
10. Asistimos hoy, atónitos y preocupados, al dramático «crecimiento» de todo tipo de violencia; no sólo individuos aislados, sino grupos enteros parecen haber perdido toda forma de respeto a la vida humana. Las mujeres e incluso los niños están, desgraciadamente, entre las víctimas más frecuentes de esta violencia ciega. Se trata de formas execrables de barbarie que repugnan profundamente a la conciencia humana.
A todos se nos pide que hagamos lo posible por alejar de la sociedad no sólo la tragedia de la guerra, sino también toda violación de los derechos humanos, a partir del derecho indiscutible a la vida, del que la persona es depositaria desde su concepción. En la violación del derecho a la vida de los seres humanos está contenida también en germen la extrema violencia de la guerra. Pido por tanto a las mujeres que se unan todas y siempre en favor de la vida; y al mismo tiempo pido a todos que ayuden a las mujeres que sufren y, en particular, a los niños, especialmente a los marcados por el trauma doloroso de experiencias bélicas desgarradoras: sólo la atención amorosa y solícita podrá lograr que vuelvan a mirar el futuro con confianza y esperanza.
11. Cuando mi amado predecesor, el Papa Juan XXIII, vio en la participación de las mujeres en la vida pública uno de los signos de nuestro tiempo, no dejó de anunciar que ellas, conscientes de su dignidad, no habrían ya tolerado ser tratadas de un modo instrumental (cfr Pacem in terris, I).
Las mujeres tienen el derecho de exigir que se respete su dignidad. Al mismo tiempo, tienen el deber de trabajar por la promoción de la dignidad de todas las personas, tanto de los hombres como de las mujeres.
En este sentido, hago votos para que las numerosas iniciativas internacionales previstas para el año 1995 algunas de las cuales se dedicarán específicamente a la mujer, como la Conferencia Mundial promovida por las Naciones Unidas en Pekín sobre el tema de la acción para la igualdad, el desarrollo y la paz constituyan una ocasión importante para humanizar las relaciones interpersonales y sociales en el signo de la paz.
María, modelo de paz 
12. María, Reina de la Paz, con su maternidad, con el ejemplo de su disponibilidad a las necesidades de los demás, con el testimonio de su dolor está cercana a las mujeresde nuestro tiempo. Vivió con profundo sentido de responsabilidad el proyecto que Dios quería realizar en Ella para la salvación de toda la humanidad. Consciente del prodigio que Dios había obrado en Ella, haciéndola Madre de su Hijo hecho hombre, tuvo como primer pensamiento el de ir a visitar a su anciana prima Isabel para prestarle sus servicios. 
El encuentro le ofreció la ocasión de manifestar, con el admirable canto del Magnificat (Lc 1, 46-55), su gratitud a Dios que, con Ella y a través de Ella, había dado comienzo a una nueva creación, a una historia nueva. 
Pido a la Virgen Santísima que proteja a los hombres y mujeres que, sirviendo a la vida, se esfuerzan por construir la paz. ¡Que con su ayuda puedan testimoniar a todos, especialmente a quienes viviendo en la oscuridad y en el sufrimiento tienen hambre y sed de justicia, la presencia amorosa del Dios de la Paz!
Vaticano, 8 de diciembre de 1994.
POSTURA DE LA IGLESIA
ANTE LA CONFERENCIA DE PEKIN
Mensaje de Su Santidad con ocasión de la
IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer,
entregado a la señora Gertrudis Mongella,
Secretaria General de la Conferencia.
 
26 de mayo de 1995
A la Señora Gertrude Mongella, 
Secretaria General de la IV Conferencia Mundial 
de las Naciones Unidas sobre la Mujer.
Son vitales las metas propuestas para la Conferencia de Pekín
Con mucho gusto le doy la bienvenida al Vaticano en este momento en que usted y sus colaboradoras están comprometidas en la preparación de la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, que se celebrará en Pekín el próximo mes de septiembre. Allí la atención de la comunidad internacional se concentrará sobre algunas cuestiones importantes y urgentes que atañen a la dignidad, al papel y a los derechos de la mujer. Su visita me permite expresarle mi profundo aprecio por sus esfuerzos encaminados a hacer de la Conferencia, cuyo tema es: Acción por la igualdad, el desarrollo y la paz, una ocasión para reflexionar serena y objetivamente sobre estas metas vitales, y sobre el papel que la mujer ha de desempeñar a fin de alcanzarlas.
La Conferencia ha suscitado grandes expectativas en amplios sectores de la opinión pública. Consciente de que está en juego el bienestar de millones de mujeres en todo el mundo, la Santa Sede, como usted sabe, ha participado activamente en las reuniones preparatorias y regionales con vistas a la Conferencia. En este proceso, la Santa Sede ha discutido tanto sobre cuestiones locales como globales de particular interés para la mujer, no sólo con otras delegaciones y organizaciones, sino también y especialmente con las mujeres mismas. La Delegación de la Santa Sede, compuesta en su mayor parte por mujeres, ha escuchado con gran interés y estima las esperanzas y los temores, las preocupaciones y las exigencias de mujeres de todo el mundo.
Tened en cuenta la verdadera dignidad y aspiraciones de la mujer.
2. Las soluciones para las cuestiones y los problemas planteados ante la Conferencia, para ser correctas y permanentes, no pueden basarse sólo en el reconocimiento de la dignidad inherente e inalienable de la mujer, y en la importancia de su presencia y de su participación en todos los ámbitos de la vida social. El éxito de la Conferencia dependerá de si ofrece una visión verdadera de la dignidad y de las aspiraciones de la mujer, una visión capaz de inspirar y apoyar respuestas objetivas y realistas a los sufrimientos, las luchas y las frustraciones que siguen formando parte de la vida de numerosísimas mujeres.
De hecho, el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano es el fundamento y la base del concepto de los derechos humanos universales. Para los creyentes, esa dignidad y los derechos que brotan de ella están cimentados sólidamente en la verdad de la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios. La Carta de las Naciones Unidas se refiere a esta dignidad de la misma manera, reconociendo la igualdad de derechos del hombre y la mujer (cfr Preámbulo, apartado 2), un concepto fundamental en casi todos los instrumentos internacionales sobre derechos humanos. Si el potencial y las aspiraciones de numerosas mujeres de todo el mundo no se hacen realidad, se debe en gran parte al hecho de que no se defienden sus derechos humanos, reconocidos en esos instrumentos. En este sentido, la Conferencia puede lanzar una advertencia precisa, invitando a los gobiernos y a las organizaciones a trabajar efectivamente para garantizar legalmente la dignidad y los derechos de la mujer.
Apoyad la presencia de la madre en la familia 
3. Como ponen de relieve la mayoría de las mujeres, igualdad de dignidad no significa ser idéntica al hombre. Esto sólo empobrecería a la mujer y a toda la sociedad, deformando o perdiendo la riqueza única y los valores propios de la femineidad. En la visión de la Iglesia, la mujer y el hombre han sido llamados por el Creador a vivir en profunda comunión entre sí, a conocerse recíprocamente, a entregarse a sí mismos y actuar juntas tendiendo al bien común con las características complementarias de lo que es femenino y masculino.
Al mismo tiempo, no debemos olvidar que, en el nivel personal, cada uno experimenta su dignidad no como el resultado de la afirmación de sus derechos en el plano jurídico e internacional, sino como la consecuencia natural de una específica atención material, emotiva y espiritual recibida en el corazón de su propia familia. Ninguna respuesta a las cuestiones que atañen a la mujer puede olvidar su papel en la familia o tomar a la ligera el hecho de que toda vida nueva está confiada totalmente a la protección y al cuidado de la mujer que la lleva en su seno (cfr Carta Encíclica Evangelinm vitae, 58). Para respetar este orden natural, es necesario oponerse a la falsa concepción según la cual el papel de la maternidad es opresivo para la mujer, y que un compromise con su familia, particularmente con sus hIjos, le impide alcanzar la plenitud personal, y a las mujeres en su conjunto les impide influir en la sociedad. Así se perjudica no sólo a los hijos, sino también a la mujer e incluso a la sociedad, cuando se la hace sentir culpable de querer permanecer en su casa para educar y cuidar a sus hijos. Por el contrario, habría que reconocer, aplaudir y apoyar con todos los medios posibles la presencia de la madre en la familia, tan importante para la estabilidad y el crecimiento de esta unidad básica de la sociedad. De la misma manera, la sociedad necesita recordar a los esposos y padres sus responsabilidades familiares, y debe esforzarse por crear una situación en la que no se vean obligados a salir siempre de su casa en busca de trabajo.
Todos debemos prestar atención especial a las niñas
4. Además, en el mundo actual, donde numerosos niños afrontan crisis que amenazan no sólo su desarrollo a largo plazo, sino también su propia vida, es urgente restablecer y reafirmar la seguridad que proporcionan los padres responsables madre y padre en el ámbito de la familia. Los hijos necesitan el ambiente positivo de una vida familiar estable, que asegure su desarrollo hacia la madurez humana, las niñas en igualdad con los niños. La Iglesia ha mostrado históricamente, tanto con palabras como con hechos, la importancia de educar a las niñas, proporcionándoles asistencia sanitaria, particularmente donde de otro modo no podrían gozar de estos beneficios. Cumpliendo la misión de la Iglesia y apoyando los objetivos de la Conferencia sobre la mujer, impulsaremos a las instituciones y organizaciones cató1icas de todo el mundo a seguir preocupándose y a prestar atención especial a las niñas.
La mujer en la vida pública 
5. En el mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz, sobre el tema: La mujer, educadora para la paz, escribí que el mundo necesita urgentemente «escuchar las aspiraciones de paz que ellas (las mujeres) expresan con palabras y gestos y, en los momentos más dramáticos, con la elocuencia callada de su dolor» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1995, n.4). De hecho, debería ser evidente que «cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el modo mismo de comprenderse y organizarse la sociedad (Ibid., n. 9). Se trata de un reconocimiento del papel único que la mujer desempeña para humanizar la sociedad y conducirla hacia los objetivos positivos de la solidaridad y la paz. De ningún modo la Santa Sede pretende limitar la influencia y la actividad de la mujer en la sociedad. Por el contrario, sin apartarla de su función en la familia, la Iglesia reconoce que la contribución de la mujer al bienestar y al progreso de la sociedad es incalculable; la Iglesia considera que las mujeres pueden hacer mucho más para salvar a la sociedad del virus mortal de la degradación y la violencia, que hoy registran un aumento dramático.
No deberían existir dudas de que sobre la base de su igual dignidad con el hombre, «las mujeres tienen pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derecho debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legates donde se considere necesario» (Ibid.). En verdad, en algunas sociedades, la mujer ha dado grandes pasos en esta dirección, participando de un modo más decisivo, no sin haber superado numerosos obstáculos, en la vida cultural, social, económica y política (cfr Ibid., n. 4). La Conferencia de Pekín puede ayudar a consolidar este desarrollo positivo y esperanzador, en particular exhortando a todos los países a superar situaciones que impiden reconocer, respetar y apreciar a la mujer en su dignidad y competencia. Es preciso cambiar profundamente las actitudes y la organización de la sociedad para facilitar la participación de la mujer en la vida pública, y, al mismo tiempo, tomando las medidas necesarias para que tanto la mujer como el hombre puedan cumplir sus obligaciones especiales con respecto a la familia. En algunos casos ya se han realizado cambios para permitir que la mujer tenga acceso a la propiedad y a la administración de sus bienes. No se debería descuidar tampoco las dificultades especiales y los problemas que afronta la mujer que vive sola o que es jefe de familia.
Eliminad discriminaciones 
6. De hecho, el desarrollo y el progreso implican tener acceso a los recursos y a las oportunidades, igual acceso no sólo entre los países menos desarrollados, los que están en vías de desarrollo y los más rices, y entre las clases sociales y económicas, sino también entre hombres y mujeres (cfr Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 9). Hay que hacer mayores esfuerzos para eliminar la discriminación contra la mujer en áreas que incluyen la educación, la asistencia sanitaria y el empleo. Donde se excluye sistemáticamente de estos bienes a determinados grupos o clases, y donde las comunidades o países carecen de infraestructuras sociales básicas y oportunidades económicas, las mujeres y los niños son los primeros que experimentan la marginación. Y aún así, donde abunda la pobreza, o frente a la devastación de conflictos y guerras, o la tragedia de la emigración, forzada o por otras causas, muy a menudo es la mujer la que conserva las huellas de la dignidad humana, defiende la familia y preserva los valores culturales y religiosos. La historia se escribe casi exclusivamente como una narración de las conquistas del hombre, cuando, de hecho, en su mayor parte ha sido plasmada más a menudo por la acción decidida y perseverante de la mujer en busca del bien. En otra ocasión he escrito acerca de la obligación del hombre con respecto a la mujer en el ámbito de la vida y la defensa de la vida (cfr Carta Apostó1ica Mulieris dignitatem, 18). Es muy necesario aún hablar y escribir acerca de la gran deuda que tiene el hombre con respecto a la mujer en todos los otros campos del progreso social y cultural. La Iglesia y la sociedad humana han sido, y siguen siendo, inmensamente enriquecidas por la presencia y los dones únicos de la mujer, especialmente por las que se han consagrado al Señor y, en É1, se han entregado al servicio de los demás.
Evitad la trivialización de la sexualidad 
7. No cube duda de que la Conferencia de Pekín prestará atención a la terrible explotación de mujeres y niñas que existe en todas partes del mundo. La opinión pública sólo está comenzando a hacer inventario de las condiciones inhumanas en las que mujeres y niños se ven a menudo obligados a trabajar, especialmente en las áreas menos desarrolladas del mundo, con un sueldo mínimo o incluso sin él, y sin derechos ni seguridad laborales. ¿Y qué decir de la explotación sexual de mujeres y niños? La trivialización de la sexualidad, especialmente en los medios de comunicación, y la aceptación en algunas sociedades de una sexualidad sin freno moral ni responsabilidad, son perjudiciales sobre todo para la mujer, pues aumenta los desafíos que ha de afrontar para defender su dignidad personal y su servicio a la vida. En una sociedad que sigue este camino, es muy fuerte la tentación de recurrir al aborto como una solución para el resultado no deseado de la promiscuidad sexual y la irresponsabilidad. Y aquí, una vez más, es la mujer la que soporta el mayor peso. A menudo abandonada a sus propias fuerzas, o presionada para que acabe con la vida de su hijo antes de que nazca, debe soportar después el peso de su conciencia, que le recuerda siempre que ha quitado la vida a su hijo (cfr Ibid., 14).
Una solidaridad radical con la mujer exige que se afronten las causas que impulsan a no desear al hijo. Jamás habrá justicia, incluyendo la igualdad, el desarrollo y la paz, tanto para la mujer como para el hombre, si no existe la determinación firme de respetar, proteger, amar y servir a la vida, a toda vida humana, en cualquier estadio y situación (cfr Evangelinm vitae, 5 y 87). Es bien sabido que ésta es una preocupación fundamental de la Santa Sede, y se reflejará en las posiciones que tomará su delegación en la Conferencia de Pekín.
Fortaleced el papel de la mujer en la familia y en la sociedad
8. El desafío que afrontan la mayor parte de las sociedades consiste en apoyar, más aún, en fortalecer el papel de la mujer en la familia y, al mismo tiempo, hacer lo posible para que use todos sus talentos y ejerza todos sus derechos en la construcción de la sociedad. Sin embargo, una mayor presencia de la mujer en las fuerzas laborales, en la vida pública y, en general, en los procesos para tomar decisiones que marcan el camino de la sociedad, en plena igualdad con el hombre, seguirá siendo problemática mientras los castes estén a cargo del sector privado. En esta área el Estado tiene un deber de subsidiariedad, que ha de ejercer a través de apropiadas iniciativas legislativas y de seguridad social. En la perspectiva de políticas de libre mercado sin control, existen pocas esperanzas de que la mujer pueda superar los obstáculos que encuentre en su camino.
La Conferencia de Pekin afronta numerosos desafíos. Esperamos que, en su desarrollo, la Conferencia evite los escollos del individualismo exagerado, con el relativismo moral que lo acompaña, o, en el lado opuesto, los escollos de un condicionamiento social y cultural que no permite que la mujer llegue a tomar conciencia de su propia dignidad, con consecuencias drásticas para el propio balance de la sociedad y con continuo dolor y desesperanza por parte de tantas mujeres.
Pido a Dios que se alcancen los objetivos de Igualdad, Desarrollo y Paz 
9. Señora Secretaria General, espero y pido a Dios que los participantes en la Conferencia aprecien la importancia de lo que se ha de decidir en ella, asi como sus implicaciones para millones de mujeres de todo el mundo. Se requiere una gran sensibilidad para evitar el riesgo de tomar iniciativas que estén lejos de solucionar las necesidades de la vida concreta y satisfacer las aspiraciones de la mujer, a quien la Conferencia quiere servir y promover. Ojalá que, con la ayuda de Dios todopoderoso, usted y todas las personas implicadastrabajen con claridad de mente y rectitud de corazón, para que se alcancen más plenamente los objetivos de igualdad, desarrollo y paz.
COMPROMISO DE LA IGLESIA CATÓLICA
EN FAVOR DE LA MUJER
Discurso a la Delegación de la Santa Sede que participará en la Conferencia de Pekin
29 de agosto de 1995
El Santo Padre recibió en Audiencia, en la Sala Pablo VI, el martes 29 de agosto por la mañana, a los miembros de la Delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer que se iba a celebrar en Pekín del 4 al 15 de septiembre.
Durante la Audiencia, el Papa firmó un Discurso que entregó a la profesora Mary Ann Glendon, Jefe de la Delegación, compuesta principalmente por mujeres. En el Discurso, Juan Pablo II hace un fuerte llamamiento a todas las organizaciones e instituciones católicas unas 300.000 para que trabajen por garantizar a todas las mujeres del mundo «igualdad, desarrollo y paz», a través del respeto pleno de su dignidad y de sus inalienables derechos humanos.
Estimada Señora Glendon y miembros de la Delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer:
Mientras os preparáis para viajar a Pekín, me alegra encontrarme con usted, jefe de la delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, y con los otros miembros de dicha Delegación. A través de usted, expreso mis mejores deseos y oraciones a la Secretaria General de la Conferencia, a las naciones y organizaciones que participan en ella, así como a las autoridades del país huésped, la República Popular China.
Deseo que esta Conferencia alcance el éxito en su objetivo de garantizar a todas las mujeres del mundo igualdad, desarrollo y paz, mediante el pleno respeto de su igual dignidad y de sus inalienables derechos humanos, para que puedan dar su contribución al bien de la sociedad.
Durante los últimos meses, en diversas ocasiones, he atraido la atención hacia la posición de la Santa Sede y hacia la enseñanza de la Iglesia Católica acerca de la dignidad, los derechos y las responsabilidades de las mujeres en la sociedad actual: en la familia, en los puestos de trabajo y en la vida pública. Me he inspirado en la vida y el testimonio de grandes mujeres dentro de la Iglesia a lo largo de los siglos, que fueron pioneras en la sociedad como madres, trabajadoras y líderes en los campos social y politico, en profesiones de asistencia y como pensadoras y líderes espirituales.
El Secretario General de las Naciones Unidas ha pedido a las naciones que participan en la Conferencia de Pehín que hagan públicos sus compromisos concretos para mejorar la condición de las mujeres. Después de haber considerado las diversas necesidades de las mujeres en la sociedad actual, la Santa Sede desea hacer una opción especifica con respecto a ese compromiso: una opción en favor de las niñas y las jóvenes. Por esta razón, exhorto a todas las instituciones católicas dedicadas a la asistencia y a la educación a adoptar durante los próximos años una estrategia coordinada y prioritaria dirigida a las niñas y a las jóvenes, especialmente a las más pobres.
Es desalentador notar que, en el mundo actual, el simple hecho de ser mujer, más bien que varón, puede reducir las probabilidades de nacer o de sobrevivir en la infancia; puede significar recibir una alimentación y una asistencia sanitaria menos adecuadas, y aumentar las posibilidades de ser analfabetas o tener sólo un acceso limitado, o ni siquiera tener acceso, a la educación primaria.
Poner empeño en el cuidado y en la educación de las niñas, como un derecho igual, es de suma importancia para el progreso de la mujer. Por esta razón, hoy:
 Exhorto a todos los servicios educativos vinculados con la Iglesia Católica a garantizar igual acceso a las niñas; a educar a los niños en el sentido de la dignidad y el valor de la mujer; a dar más posibilidades a las niñas que han sufrido condiciones menos favorables; y a descubrir las causes que obligan a las niñas a abandoner la educación en los primeros grades, y a ponerles remedio.
Exhorto a las instituciones dedicadas a la sanidad, especialmente a las que prestan asistencia sanitaria elemental, a hacer de una mejor asistencia y educación sanitaria básica de las niñas el sello distintivo de su servicio.
Exhorto a las organizaciones de la Iglesia que se dedican a la caridad y a promover el desarrollo a que, en asignación de recursos y de personal, den prioridad a las necesidades especificas de las niñas.
Exhorto a las Congregaciones de religiosas a que, manteniendo la fidelidad al carisma específico y a la misión que han recibido de sus fundadores, identifiquen y se acerquen a las niñas y jóvenes más marginadas de la sociedad, las que más han sufrido fisica y moralmente, y que han tenido muy pocas oportunidades. Su trabajo asistencial, humanitario y educativo, y su servicio a los más pobres, hoy son necesarios por doquier en el mundo actual.
Exhorto a las Universidades católicas y a los centros de estudios superiores a asegurar que los que se preparan para ser los futuros líderes de la sociedad adquieran una sensibilidad especial con respecto a las jóvenes.
Exhorto a las mujeres y a las organizaciones de mujeres de la Iglesia y que actúan en la sociedad a establecer modelos de solidaridad, para que su liderazgo y su guía puedan ponerse al servicio de las niñas y de las jóvenes.
Como seguidores de Jesucristo, que se identifica con los más pequeños, no podemos permanecer insensibles ante las necesidades de las niñas que padecen dificultades, especialmente de las que son víctimas de la violencia y de la falta de respeto a su dignidad.
Con el espíritu de las grandes mujeres cristianas que han iluminado la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos y que a menudo han impulsado a la Iglesia a volver a su misión y a su servicio esencial, exhorto a las mujeres de a Iglesia de hoy a adoptar nuevas formas de liderazgo en el servicio, y a todas las instituciones de la Iglesia, a acoger esa contribución de las mujeres.
Exhorto a todos los hombres en la Iglesia a realizar, donde sea necesario, un cambio de corazón, y a tener, como exigencia de su fe, una visión positiva de la mujer. Les pido que tomen cada vez mayor conciencia de los inconvenientes que las mujeres, especialmente las niñas, han tenido que afrontar, y vean dónde la actitud de los hombres, su falta de sensibilidad o de responsabilidad, pueden haber sido la causa.
Una vez más, a través de usted, deseo expresar mis mejores deseos a todos los que tienen alguna responsabilidad en la Conferencia de Pekín, y asegurarles mi apoyo, así como el de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia Católica, con miras a un compromiso renovado de todos en favor de las mujeres en el mundo. 
TESTIMONIO DE ALGUNAS MUJERES
CONSTRUCTORAS DE LA PAZ
Meditaciones dominicales del Santo Padre
febrero de 1995
Durante el Ángelus del primer domingo de febrero, el Vicario de Cristo anunció su intención de comentar en las Meditaciones marianas de los domingos el testimonio de algunas mujeres que, en la historia de la Iglesia, se han distinguido por su obra de paz.
Han sido cuatro las figuras destacadas a lo largo del mes de febrero de este año 1995: Santa Brigida, Santa Catalina, Santa Francisca Xavier Cabrini y la Beata Edith Stein.
Santa Brigida de Suecia realizó una admirable misión de paz.
(Angelus 5-02-95)
1. En el Mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz he reflexionado en el papel que la mujer está llamada a desempeñar como «educadora para la paz». A este respecto, señalaba cómo la historia es rica en «admirables ejemplos de mujeres», que sostenidas por la fe y el amor, «han sabido afrontar con éxito dificiles situaciones de explotación, de discriminación, de violencia y de guerra».
En este domingo, y en los próximos, quisiera volver a recordar el testimonio concreto de algunas figuras femeninas que se han distinguido, en la historia de la Iglesia, precisamente por su obra de paz.
2. Hoy deseo atraer vuestra atención hacia Santa Brígida de Suecia.Brígida, que vivió entre los años 1303 y 1373, realizó una misión significativa en favor de la Europa de su tiempo. No es difícil comprobar la actualidad de su mensaje, mientras en algunas zonas del continente, aunque ya se esté caminando hacia la unificación, tienen lugar aún hoy preocupantes y absurdas explosiones de odios fratricidas y el fragor de las armas hace sentir su amenaza.
También en la época de Santa Brígida la fuerza de las pasiones ponía en peligro la paz y la serenidad de los pueblos: fuertes contrastes de intereses causaban a menudo conflictos sangrientos e, incluso dentro de la Iglesia, se vivían momentos de dolorosas tensiones.
En ese marco resplandece el testimonio de Brígida. Desde los confines septentrionales de Europa se sintió llamada a una misión de paz que la trajo a Roma y la hizo mensajera de Cristo ante las autoridades eclesiales y civiles de su tiempo.
3. En esa obra expresó toda su femineidad, acrisolada por una profunda experiencia de Dios. Brígida, que era dulce y a la vez enérgica, supo transmitir ante todo a sus hijos -tuvo ocho- el amor a la concordia y a la paz: baste pensar que también a su hija Catalina se la venera como Santa. Por sus reconocidas dotes de educadora se le confiaron también encargos prestigiosos en los ambientes principescos en los que había crecido.
Sin embargo, el salto de calidad de su femineidad emprendedora se verificó cuando, con la fundación de la Orden del Santísimo Salvador, pudo abrazar plenamente la vida contemplativa. No fue una fuga del mundo; al contrario, la profundidad de la experiencia mística le permitió hacerse eco privilegiado de la voz de Dios para la Iglesia y para la sociedad. Incluso al Sumo Pontífice, que residía entonces en Aviñón, llegó la imploración insistente y eficaz de Brígida para que regresara a su sede natural de Roma. La Iglesia sigue aún hoy alabando a Dios por el don de esta mujer excepcional.
4. Nuestro pensamiento va ahora a María, modelo de Brígida y de todos los santos. María, que encierra en sí plenamente la belleza y la fuerza de la femineidad según el designio de Dios, acompañe a todas las mujeres con su ayuda eficaz.
Infunda especialmente en las mujeres de nuestro tiempo una conciencia cada vez más viva y activa de su misión de paz y las ayude a hacerse mensajeras de los valores religiosos y morales, porque sólo gracias a ellos se puede construir una paz auténtica y duradera.
El testimonio de Santa Catalina de Siena 
(Angelus 12-02-95)
Amadísimos hermanos y hermanas:
1.Siguiendo la reflexión sobre la misión de paz de la mujer, deseo presentar hoy el testimonio de Santa Catalina de Siena. 
Tiene algo de increíble la vida de esta mujer, que vivió sólo 33 años, y desempeñó un papel de primer plano en la Iglesia de su tiempo. El secreto de su personalidad excepcional era el fuego interior que la consumía: la pasión por Cristo y por la Iglesia.
A Catalina, en cuyo corazón ardía ese fuego, la situación de la cristiandad en ese período difícil de la segunda mitad del siglo XIV le parecía insoportable. Consideraba una desgracia que el Papa estuviera lejos de Roma, su sede natural. Le parecía escandaloso que algunos príncipes cristianos no lograran vivir en paz entre sí.
Por eso se hizo mensajera de paz. Su palabra ardiente corría en todas las direcciones. Era una palabra de timbre materno, caracterizada por una firmeza intrépida y una dulzura persuasiva. Alrededor de ella sucedía algo que parecía humanamente imposible: se ablandaba la dureza de los corazones, y todos volvían a gustar la alegría de families o de comunidades enteras reconciliadas en la paz. La experiencia de Catalina de Siena es un caso ejemplar de cuanto he escrito en el Mensaje de comienzo de año: «Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el modo mismo de comprenderse y organizarse la sociedad, llegando a reflejar mejor la unidad sustancial de la familia humana».
2. La mujer, educadora para la paz. Son muy conocidas las emotivas palabras con que Catalina se dirigía al Papa Gregorio XI para alentarlo a hacerse promotor de paz entre los cristianos: «¡Paz, paz, paz, mi dulce padre, y no más guerra!» (Carta 218). Palabras, parecidas a éstas, escribía a soberanos y príncipes, y no dudaba en emprender también difíciles viajes para despertar en los contendientes sentimientos de reconciliación.
Ciertamente, es preciso reconocer que también ella era hija de su tiempo cuando, en su justo celo por la defensa de los santos lugares, hacía suya la mentalidad, entonces dominante, según la cual esa tarea podía requerir incluso el recurso a las armas. Hoy tenemos que dar gracias al Espíritu de Dios, que nos ha llevado a comprender cada vez con mayor claridad que el modo apropiado, y a la vez el más acorde con el Evangelio, para afrontar los problemas que pueden surgir en las relaciones entre pueblos, religiones y culturas es el de un diálogo paciente, firme y respetuoso. Sin embargo, el celo de Catalina sigue siendo un ejemplo de amor valiente y fuerte, un estímulo para dedicar el propio esfuerzo a buscar todas las posibles estrategias de diálogo constructivo, con vistas a edificar una paz cada vez más estable y vasta.
3. Invoquemos a María Santísima, Reina de la Paz, a fin de que la Iglesia llegue a ser, de forma cada vez más eficaz, sacramento de unidad para todo el género humano: unidad que hay que construir, ante todo, en las relaciones entre los discípulos de Cristo; unidad que hay que promover en todos los rincones del mundo probados por tensiones y guerras. Quiera Dios que ella suscite mujeres emprendedoras y valientes como Catalina de Siena, que sean artifices de unidad y paz en la Iglesia y en la sociedad.
Santa Francisca Xavier Cabrini, Patrona de los emigrantes 
(Angelus 19-02-1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz he exhortado a las mujeres a ser «testigos, mensajeras, maestros de paz en las relaciones entre las personas y las generaciones, en la familia, en la vida cultural, social y polItica de las naciones». Son numerosas las figuras femeninas que han desempeñado y siguen desempeñando esa misión de modo ejemplar. Entre éstas deseo señalar a Santa Francisca Xavier Cabrini, Patrona de los emigrantes, un campo de apostolado que sigue teniendo una gran actualidad.
2. Es verdaderamente admirable lo que la Madre Cabrini fue capaz de realizar. Nació en Lombardia a mediados del siglo pasado, y se dedicó a los emigrantes que, en los Estados Unidos y en otros paises de America, encontraban diversas dificultades de integración. Para ellos organizó escuelas, asilos, colegios, hospitales y orfanatos, a pesar de contar con poquisimos medios, confiando únicamente en la divina Providencia. El amor al Corazón de Cristo la impulsaba y la sostenía. «El Sagrado Corazón dijo en cierta ocasión tiene tanta prisa en hacer las cosas, que no logro seguirlo». Era Cristo a quien reconocía y servía en el rostro de los emigrantes, para los que queria ser madre afectuosa e incansable.
2. Su obra, auténtico milagro de caridad, es una contribución singular a la causa de la paz, una verdadera pedagogia de paz. La Madre Cabrini, con delicada intuición, se dio cuenta de que no bastaba ofrecer a los emigrantes una ayuda material. Era necesario ayudarles a integrarse plenamente en la nueva realidad social, sin perder los valores auténticos de su propia cultura. Ella misma, sin dejar de amar a Italia, adoptó la nacionalidad estadounidense, integrándose profundamente en el pueblo al que Dios la había llamado para cumplir su misión.
No es difícil captar la actualidad de ese testimonio. A causa de las crecientes corrientes migratorias, que llevan a millones de personas de una nación a otra, de un continente a otro, especialmente desde los paises en vías de desarrollo hacia las sociedades del bienestar, ya notamos hoy la necesidad de reciproca comprensión, acogida e integración, y quizá será mucho mayor en el futuro. Por tanto, es evidenteque la construcción de este futuro exige hombres y mujeres de paz. En particular, necesita corazones maternos como el de la Madre Cabrini, ricos de las potencialidades del alma femenina acrisolada por el amor evangélico.
3. Encomendemos a la Virgen Santísima el camino de la integración entre los pueblos, en la sociedad multicultural y multirracial de nuestro tiempo. Que María nos forme a todos en la acogida y en la solidaridad. Ojalá que los que llegan de paises lejanos se sientan comprendidos por las poblaciones que los acogen, y que siempre los respeten y los amen como hermanos y hermanas. La Madre del Señor concede a las mujeres una viva conciencia de su papel imprescindible en la construcción de una sociedad rica en color humano y fraternidad generosa.
Beata Edith Stein, mártir de nuestro tiempo 
(Angelus 26-02-1995)
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Entre las mujeres que han servido a la causa de la paz, deseo recordar hoy a una mártir de nuestro siglo, a la que yo mismo, en 1987, tuve la alegría de elevar al honor de los altares: la carmelita Edith Stein.
Fue asesinada, como tantas otras víctimas de la crueldad nazi, en el campo de concentración de Auschwitz. Para ella, de familia judía y educada en las tradiciones de sus padres, la opción por el Evangelio, a la que llegó tras una ardua búsqueda, no significó el rechazo de sus raíces culturales y religiosas. Cristo, a quien conoció siguiendo los pasos de Santa Teresa de Ávila, la ayudó ante todo a leer la historia de su pueblo de modo más profundo. Con la mirada fija en el Redentor, aprendió la sabiduría de la cnuz, que le permitió practicar una nueva solidaridad con los sufrimientos de sus hermanos.
Unirse al dolor del Dios hecho hombre, ofreciendo la vida por su gente, llegó a ser su mayor aspiración. Afrontó la deportación y la perspectiva del martirio, con su íntima conciencia de ir a morir por su pueblo. Su sacrificio es un grito de paz, un servicio a la paz.
2. Edith Stein fue ejemplar también por la contribución que dio a la promoción de la mujer. En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz he escrito que la construcción de este valor fundamental «no puede prescindir del reconocimiento y de la promoción de la dignidad personal de las mujeres». Precisamente en esto Edith Stein desempeñó un papel significativo, dedicándose por mucho tiempo, durante los años que precedieron a su retiro monástico, a iniciativas orientadas a lograr que a la mujer se le reconocieran los derechos propios de todo ser humano y los específicos de la femineidad. Hablando de la mujer, destacaba con mucho gusto su vocación de «esposa y madre», pero, al mismo tiempo, exaltaba el papel al que estaba llamada en todos los ámbitos de la vida cultural y social. Ella misma fue testigo de esa femineidad socialmente activa, haciéndose apreciar como investigadora, conferenciante y profesora. También fue estimada como pensadora, capaz de utilizar con sabio discernimiento las aportaciones de la filosofía contemporánea para buscar la plena verdad de las cosas, en un esfuerzo continuo por conjugar las exigencias de la razón con las de la fe.
3. Hoy queremos encomendar a la Virgen Santísima de modo especial la armonía y la paz entre los creyentes de las diversas religiones: Dios es amor y, por su misma naturaleza, une y no separa a cuantos creen en Él. Sobre todo los judios y los cristianos no pueden olvidar su singular fraternidad, que hunde sus raíces en el designio providencial de Dios que acompaña su historia.
María, hija de Sión y Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
REFLEXIONES SOBRE LA MUJER
A LA HORA DEL ÁNGELUS
Son muchas las Meditaciones que a la hora del Ángelus, el Vicario de Cristo ha dedicado a la mujer. Son reflexiones en torno a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer que, convocada por la ONU, tuvo lugar en la primera quincena de septiembre de 1985 en Pekín.
El Papa denuncia todas las injusticias que pesan sobre la condición femenina y anuncia de foma positiva el Plan de Dios para que madure una cultura respetuosa y acogedora con respecto a la femineidad.
Santa María, ama de casa (Angelus 19-03-95)
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Realizo esta peregrinación con ocasión de la fiesta de San José, y mi pensamiento va, naturalmente, al mundo del trabajo, por el encuentro con los artesanos. ¿Cómo no pensar entonces en la casa de Nazaret, donde José y María se ayudaban recíprocamente en la dirección de su familia y en el cuidado del niño Jesús?. José, como carpintero, era un artesano en el sentido más verdadero del término. María, que se ocupaba de los quehaceres domésticos, podría ser considerada hoy un ama de casa y, como tal, modelo de todas las mujeres que son verdaderas «artesanas de la casa».
2. Numerosas son las voces que hoy, después de un período caracterizado por cierta confusión y presión de tipo ideológico, invitan a afrontar con mayor serenidad y objetividad la relación entre mujer, familia y trabajo, para poder revalorizar la presencia femenina en el ámbito familiar. «La experiencia confirma escribi en la Enciclica Laborem exercens que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto» (n. 19).
También en esto la Familia de Nazaret ofrece un ejemplo significativo: María trabaja al lado de José, según un estilo personal y femenino, que los relatos evangélicos permiten intuir. Sin duda alguna, su armonía se ve muy favorecida por el trabajo artesanal de su esposo. En efecto, José pudo trabajar cerca de su familia, enseñando al niño Jesús su mismo oficio de carpintero.
Ahora queremos dirigir nuestra plegaria a María, confiándole las esperanzas y las preocupaciones de todas las familias, especialmente de las que están expuestas a dificultades vinculadas con el trabajo. 
3. Oh María, Madre de Jesús 
y esposa de José artesano. 
Tu corazón guarda las alegrías 
y las fatigas de la Sagrada Familia. 
También obrecías a Dios 
las horas de dolor, 
confiando siempre en su Providencia. 
Te pedimos que protejas 
a todas las mujeres
que se esfuerzan diariamente 
para que la comunidad doméstica 
viva en una armonía efectiva. 
Alcánzales la gracia de ser mujeres 
cristianamente sabias, 
expertas en oración y en humanidad, 
fuertes en la esperanza 
y en las tribulaciones, 
artífices, como Tú, 
de la paz auténtica. Amén.
Defendamos la dignidad de la mujer (Angelus 18-04-95)
 
Amadisimos hermanos y hermanas: 
 
1. Durante la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, convocada por la ONU para el próximo mes de septiembre en Pekin, la comunidad internacional será invitada a reflexionar sobre una serie de problemas relativos a la condición femenina en nuestro tiempo. Deseo expresar, ya desde ahora, mi vivo aprecio por esa iniciativa. En efecto, el tema escogido es de suma importancia, no sólo para las mujeres, sino para el futuro del mundo, que depende en gran medida de la conciencia que las mujeres tienen de sí mismas y del justo reconocimiento que se les otorgue. La Iglesia, por tanto, mira con espiritu abierto todo lo que se realiza en esa dirección, y lo considera un auténtico «signo de los tiempos», como ya lo destacó mi venerado predecesor Juan XXIII en la Enciclica Pacem in terris (n. 22). Un signo de los tiempos que pone de relieve un aspecto imprescindible de la plena verdad sobre el ser humano.
Por desgracia, en el pasado, y en muchos casos todavía hoy, la conciencia de la identidad y del valor de la mujer ha quedado ofuscada por múltiples condicionamientos. Es más; a menudo ha sido y es culpablemente descn idada y o fendida por praxis y comport am ientos injustos y, con frecuencia, incluso violentos. Todo ello, en el umbral del tercer milenio, es realmente intolerable. La Iglesia, al tiempo que une su voz a la denuncia de todas las injusticias que pesan sobre la condición femenina, quiere anunciar de forma positiva el plan de Dios para que madure una cultura respetuosa y acogedora con respecto ala femineidad.
2. Como he subrayado en varies ocasiones, especialmente en la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, en la base de esta nueva cultura debe ponerse la afirmación de la dignidad de la mujer, dada que, como el hombre y con el hombre, ella es persona, o sea, criatura hecha a imagen y semejanza de Dios (cfr n. 6); criatura dotada de una subjetividad, que es fuente de autonomía responsable en la gestión de la propia vida. Esa subjetividad, lejos de aislar y enfrentar a las personas, es fuente de relaciones constructivas y encuentra su plenitud en el amor. La mujer, al igual que el hombre, se realiza plenamente en la entrega sincera de sí (cfr Gandinm et spes, 24). Para la mujer esta subjetividad es fundamento de un modo específico de ser, un «ser en femenino», enriquecedor, más atin, indispensable para una armoniosa convivencia humana, tanto dentro de la familia como en los demás ámbitos existenciales y sociales.
3. La Virgen Santísima ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a descubrir con claridad el plan de Dios sobre la femineidad. Llamada a la altísima vocación de la maternidad divina, María es la mujer ejemplar, que desarrolló en plenitud su auténtica subjetividad. Que ella obtenga a las mujeres del mundo entero una lúcida y activa conciencia de su dignidad, de sus dones y de su misión.
Plena igualdad entre el hombre y la mujer
(Ángelus 29-06-95)
 
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El respeto a la plena igualdad entre el hombre y la mujer, en todos los ámbitos de la vida, es una gran conquista de la civilización. A ella han contribuido también las mujeres con su sufrido y generoso testimonio diario, y con los movimientos organizados que, sobre todo en nuestro siglo, han propuesto este tema a la atención universal.
Por desgracia, no faltan aún hay situaciones en las que la mujer viva, de hecho, si no jurídicamente, una condición de inferioridad. Es urgente hacer que madure por doquier una cultura de la igualdad, que será duradera y constructive en la medida en que refleje el plan de Dios.
En efecto, la igualdad entre el hombre y la mujer se halla afirmada ya desde las primeras páginas de la Biblia, en el magnífico relato de la creación. Dice el libro del Génesis: «Creó Dios al ser humano a imagen y semejanza suya, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gen 1, 27). Con estas pocas palabras se expresa la razón profunda de la grandeza del hombre: lleva grabada en su interior la imagen de Dios. Eso vale, por igual, para el varón y para la mujer, ambos marcados por la impronta del Creador.
2. Este mensaje bíblico ordinario alcanzó su plena expresión en las palabras y en los gestos de Jesús. En su tiempo pesaba sobre las mujeres la herencia de una mentalidad que las discriminaba profundamente. La actitud del Señor es «un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer» (Mulieris dignitatem, 15). En efecto, Cristo establece con las mujeres una relación marcada por una gran libertad y amistad. Aunque no les confiere la misión de los Apóstoles, las llama a ser los primeros testigos de su resurrección y las valora para el anuncio y la difusión del reino de Dios. En su enseñanza las mujeres recuperan de verdad «la propia subjetividad y dignidad» (Ibid., 14).
Siguiendo el ejemplo de su divino Fundador, la Iglesia anuncia con convicción este mensaje. El hecho de que a veces, a lo largo de los siglos y por el influjo del tiempo, algunos de sus hijos no han sabido vivirlo con la misma coherencia constituye un motivo de gran pesar. Sin embargo, el Mensaje evangélico sobre la mujer no ha perdido nada de su actualidad. Por eso, quise volverlo a proponer en toda su riqueza en la Carta Apostó1ica Mulieris dignitatem, que publiqué con ocasión del Año mariano.
3. Es posible intuir la grandeza de la dignidad de la mujer por el hecho de que el Hijo eterno de Dios quiso nacer, en el tiempo, de una mujer, la Virgen de Nazaret, espejo y medida de verdadera femineidad. Que María ayude a los hombres y a las mujeres a percibir y a vivir el misterio que habita en ellos, reconociéndose recíprocamente, sin discriminación alguna, como imágenes vivas de Dios.
El encuentro esponsal entre el hombre y la mujer 
(Ángelus 09-07-95) 
Amadísimos hermanos y hermanas: 
1. Mañana se hará pública una Carta que he escrito a las mujeres. En ella he querido dirigirme, de forma directa y casi confidencial, a todas las mujeres del mundo, para manifestarles la estima y la gratitud de la Iglesia, así como para volver a proponer las líneas esenciales del Mensaje evangélico con respecto a ellas.
Hoy, volviendo al tema que comencé a tratar hace varios domingos, deseo reflexionar en particular sobre la complementariedad y reciprocidad que caracteriza la relación entre las personas de diferente sexo.
En la página bíblica de la creación se lee que Dios, después de formar al hombre, se compadece de su soledad y decide darle una ayuda semejante a él (cfr Gen 2, 18). Pero ninguna criatura es capaz de colmar ese vacío. Sólo cuando se le presenta la mujer, sacada de su mismo cuerpo, el hombre puede expresar su profundo y gozoso asombro, reconociéndola «carne de su carne y hueso de sus huesos» (Cfr Gen 2, 23).
En el sugestivo simbolismo de ese relato, la diferencia de sexos se interpreta en clave profundamente unitaria: se trata de un único ser humano, que existe en dos modos distintos y complementarios, uno «masculino» y otro «femenino». Precisamente porque la mujer se diferencia del hombre, aunque colocándose a su mismo nível, puede realmente servirle de ayuda. Por otra parte, la ayuda no es de ninguna manera unilateral: la mujer es «ayuda» para el hombre, como el hombre es «ayuda» para la mujer.
2. Esa complementariedad y reciprocidad se manifiesta en todos los ámbitos de la convivencia. «En la “unidad de los dos” el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo a existir “uno al lado del otro”, o simplemente “juntos”, sino que son llamados también a existir reciprocamente, “el uno para el otro”» (Mulieris dignitatem, 7).
La expresión más intensa de esta reciprocidad se realiza en el encuentro esponsal, en el que el hombre y la mujer viven una relación, que se caracteriza fuertemente por la complementariedad biológica, pero al mismo tiempo se proyecta más allá de la biología. En efecto, la sexualidad afecta a la estructura profunda del ser humano y, en el encuentro nupcial, lejos de reducirse a satisfacer un instinto ciego, se convierte en lenguaje mediante el cual se expresa la unión profunda de las dos personas, varón y mujer. Se entregan el uno al otro y, de una forma tan íntima, precisamente para expresar la comunión total y definitiva de su ser, haciéndose al mismo tiempo cooperadores responsables de Dios en el don de la vida.
3. Pidamos a la Virgen Santísima que nos ayude a descubrir la belleza del plan de Dios. En la misión especial que le fue confiada, primero en la familia de Nazaret y luego en la primitiva comunidad creyente, María aportó toda la riqueza de su femineidad. Quiera Dios que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo aprendan de ella la alegría de ser hasta el fondo lo que son, entablando relaciones recíprocas de amor respetuoso y auténtico.
La vocación materna de la mujer 
(Ángelus 16-07-95) 
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Quisiera proseguir también hoy, en esta espléndida localidad de montaña, el tema que estoy desarrollando desde hace algunas semanas. Nunca se insistirá bastante en el hecho de que es preciso valorar a la mujer en todos los ámbitos de la vida. Con todo, hay que reconocer que, entre los dones y las tareas, que le son propias, destaca de una manera especial su vocación a la maternidad.
Con ella, la mujer asume casi un papel de fundación con respecto a la sociedad. Es un papel que comparte con su esposo, pero es indiscutible que la naturaleza le ha atribuido a ella la parte mayor. A este respecto, escribí en la Carta Apostólica Mulieris dignitatem: «Aunque “el hecho de ser padres” pertenece a los dos, es una realidad más profundaen la mujer, especialmente en el período prenatal. La mujer es “la que paga” directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma. Por consiguiente, es necesario que el hombre sea plenamente consciente de que, en este ser padres en común, él contrae una deuda especial con la mujer» (n. 18).
De la vocación materna brota la singular relación de la mujer con la vida humana. Abriéndose a la maternidad, ella siente surgir y crecer la vida en su seno. Es privilegio de las madres hacer esta experiencia inefable, pero todas las mujeres, de alguna manera, tienen intuición de alla, dada que están predispuestas a ese don admirable.
2. La misión materna es también fundamento de una responsabilidad particular. La madre está puesta como protectora de la vida. A ella le corresponde acogerla con solicitud, favoreciendo ese primer diálogo del ser humano con el mundo, que se realiza precisamente en la simbiosis con el cuerpo materno. Aquí es donde comienza la historia de todo hombre. Cada uno de nosotros, repasando esa historia, no puede menos de llegar a aquel instante en que comenzó a existir dentro del cuerpo materno, con un proyecto de vida exclusiva e inconfundible. Estábamos en nuestra madre, pero sin confundirnos con ella: necesitados de su cuerpo y de su amor, pero plenamente autónomos en nuestra identidad personal.
La mujer está llamada a ofrecer lo mejor de sí al niño que crece dentro de alla. Y precisamente haciéndose don, se conoce mejor a sí misma y se realiza en su femineidad. Se podría decir que la fragilidad de su criatura despierta sus mejores recursos afectivos y espirituales. Es un verdadero intercambio de dones. El éxito de este intercambio es de inestimable valor para el desarrollo sereno del niño.
3. María, a quien hoy invocamos bajo el título de Santisima Virgen del Carmen, hizo plenamente esa experiencia, pues tuvo la misión de engendrar en el tiempo al Hijo eterno de Dios. En Ella la vocación materna alcanza la cima de su dignidad y de sus potencialidades. Que la Virgen Santísima ayude a las mujeres a ser cada vez más conscientes de su misión e impulse a la sociedad entera a expresar a las madres toda forma posible de reconocimiento y cercanía efectiva.
La mujer está dotada de una particular capacidad 
de acogida del ser humano (Ángelus 23-07-95)
Amadísimos hermanos y hermanas:
 
1. El hecho de que el papel de la mujer sea reconocido cada vez más, no sólo en el ámbito de la familia, sino también en el horizonte más vasto de todas las actividades sociales, constituye un «signo de los tiempos». Sin la contribución de las mujeres, la sociedad es menos viva, la cultura menos rica y la paz más insegura. Por eso, se han de considerar profundamente injustas, no sólo con respecto a las mismas mujeres, sino también con respecto a la sociedad entera, las situaciones en las que se impide a las mujeres desarrollar todas sus potencialidades y ofrecer la riqueza de sus dones.
Ciertamente, su valorización extra-familiar, especialmente en el período en que realizan las tareas más delicadas de la maternidad, debe hacerse dentro del respeto a esa misión fundamental. Pero, quedando a salvo esa exigencia, es precisa esforzarse con empeño para lograr que a las mujeres se les abra el mayor espacio posible en todos los ámbitos de la cultura, de la economía, de la política y de la vida eclesial, a fin de que la entera convivencia humana se enriquezca cada vez más con los dones propios de la masculinidad y la femineidad.
2. En realidad, la mujer tiene su agenio», que tanto la sociedad como la Iglesia necesitan de forma vital. Desde luego, no se trata de contraponer la mujer al hombre, pues es evidente que las dimensiones y los valores fundamentales son comunes. Pero esas dimensiones y valores adquieren en el hombre y en la mujer alcance, resonancia y matices diversos, y precisamente esa diversidad es fuente de enriquecimiento.
En la Mulieris dignitatem puse de relieve un aspecto del «genio femenino» que quisiera subrayar ahora: la mujer está dotada de una capacidad particular de acoger a la persona concreta (cfr Ibid., n. 18). También este rasgo singular suyo, que la abre a una maternidad no sólo física sino también afectiva y espiritual, es parte del plan de Dios, que ha confiado el ser humano a la mujer de un modo muy particular (cfr Ibid., 30). Naturalmente, la mujer, al igual que el hombre, debe vigilar para que su sensibilidad no caiga en la tentación del egoísmo posesivo, y para ponerla al servicio de un amor auténtico. Con estas condiciones, la mujer da sus frutos mejores, aportando en todas partes un toque de generosidad, ternura y gusto por la vida.
3. Contemplemos el modelo de la Virgen Santísima. En el relato de las bodas de Caná, el Evangelio de San Juan nos ofrece un detalle sugestivo de su personalidad, cuando nos dice que, aun dentro del clima festivo de un banquete nupcial, sólo Ella se da cuenta de que estaba a punto de faltar el vino. Y para evitar que la alegría de los esposos se transformara en un apuro penoso, no dudó en pedir a Jesús su primer milagro. ¡Ése es el «genio» de la mujer! La delicadeza solícita, plenamente femenina y materna, de María ha de ser el espejo ideal de toda auténtica femineidad y maternidad.
Importancia de la misión educadora de la mujer
(Ángelus 30-07-95)
Amadísimos hermanos y hermanas:
En el Mensaje que entregué el pasado 26 de mayo a la señora Gertrude Mongella, Secretaria General de la próxima Conferencia de Pekín, advertía que, para tener en mayor estima la misión de la mujer en la sociedad, sería oportuno volver a escribir la historia de un modo menos unilateral. Por desgracia, cierta historiografía ha prestado más atención a los acontecimientos extraordinarios y clamorosos, que al ritmo ordinario de la vida, y la historia que se ha escrito así casi se ha limitado a registrar las conquistas de los hombres. Hace falta una inversión de tendencia. «Es muy necesario aún hablar y escribir acerca de la gran deuda que tiene el hombre con respecto a la mujer en todos los otros campus del progreso social y cultural». Con el fin de contribuir a colmar esa laguna, haciéndome portavoz de la Iglesia, quisiera destacar la contribución múltiple e inmensa, aunque a menudo silenciosa, de las mujeres en todos los ámbitos de la vida humana.
2. Hoy, en especial, deseo recordar a la mujer como educadora. El hecho de que, en los países donde la institución escolar está más desarrollada, la presencia de mujeres educadoras está creciendo cada vez más, es un dato sumamente positivo. No cube duda de que esa mayor implicación de la mujer en la escuela abre la perspectiva de un paso importante en el mismo proceso educativo. Se trata de una esperanza motivada, si se considera el sentido profundo de la educación, que no puede reducirse a una árida transmisión de nociones, sino que debe buscar el crecimiento del hombre en todas sus dimensiones. Bajo este aspecto, ¿cómo no ver la importancia del «genio femenino»? Y en la primera educación, dentro de la familia, resulta incluso indispensable. Su influjo «educativo» comienza cuando el niño aún está en el seno materno.
Pero no menos importante es el papel de la mujer en las demás fuses del período formative. La mujer tiene una singular capacidad para mirar a la persona concrete, capta sus exigencies y necesidades con intuición particular, y sabe afrontar los problemas con gran participación. La sensibilidad femenina ofrece, con matices complementarios a los del hombre, los mismos valores universales, que toda educación sana debe proponer siempre. De esa forma, cuando en los proyectos y en las instituciones formativas colaboran juntas hombres y mujeres, el plan integral de educación queda seguramente enriquecido.
3. Que la Virgen Santísima guíe este redescubrimiento de la misión femenina en el campo de la educación. María mantuvo con su Hijo divino una relación singular: por una parte, fue su discípula dócil, meditando sus palabras en lo más íntimo de su corazón; y, por otra, como madrey educadora, ayudaba a su humanidad a crecer «en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2, 52). Quiera Dios que sigan su ejemplo las mujeres y los hombres que trabajan en el campo de la educación, tratando de construir el futuro del hombre.	.
Las mujeres, protagonistas de la cultura 
(Ángelus 06-08-95) 
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Quisiera introducir hoy la reflexión sobre la misión de la mujer, reflexión que estamos desarrollando en estas semanas de preparación para el encuentro de Pekin, con un pensamiento del siervo de Dios Pablo VI, que murió aquí en Castelgandofo hace exactamente 17 años. En 1970, hablando de María Montessori, con ocasión del centenario de su nacimiento, hacía notar que el secreto de su éxito, en cierto sentido las raíces mismas de sus méritos cientificos, se debían buscar en su alma, o sea, en aquella sensibilidad espiritual y femenina a la vez, que le había permitido el descubrimiento vital del niño, y la había impulsado a construir, sobre esa base, un modelo educativo original (cfr Discurso a los participantes en el Congreso internacional de la Obra Montessori, 17 de septiembre de 1970: «L'Osservatore Romano», edición en lengua española, 27 de septiembre de 1970, p. 10).
El nombre de María Montessori representa muy bien a las numerosas mujeres que han dado importantes contribuciones al progreso de la cultura. Por desgracia, contemplando con objetividad la realidad histórica, es preciso constatar con tristeza que, también en este nivel, las mujeres han sufrido una marginación constante. Durante demasiado tiempo se les ha negado o limitado la posibilidad de expresarse fuera de la familia, y han tenido que luchar mucho las mujeres que, a pesar de esas limitaciones, han logrado afirmarse.
2. Así pues, ya es hora de que en todas partes desaparezca la desigualdad de oportunidades culturales entre el hombre y la mujer. Deseo de corazón que la próxima Conferencia de Pekín dé un impulso decisivo en esa dirección. Eso beneficiaría no sólo a las mujeres, sino también a la misma cultura, ya que el vasto y múltiple mundo del pensamiento y del arte tiene más necesidad que nunca de su «genio». No se trata de una afirmación gratuita. La actividad cultural implica a la persona humana en su integridad, con las sensibilidades complementarias del hombre y de la mujer.
Eso es importante siempre, pero sobre todo cuando están en juego los interrogantes últimos de la existencia: ¿qué es el hombre?, ¿cuál es su destino?, ¿cuál es el sentido de la vida? Estas preguntas decisivas no encuentran respuesta adecuada en los laboratorios de la ciencia positiva, sino que interpelan al hombre en lo más profundo de su ser, y exigen, por decir así, un pensamiento global, capaz de sintonizar con el horizonte del misterio. Con vistas a esa finalidad, ¿cómo subestimar la contribución del alma femenina? El ingreso cada vez más cualificado de las mujeres, no sólo como beneficiarias, sino también como protogonistas, en el mundo de la cultura en todas sus ramas, desde la filosofía hasta la teología, pasando por las ciencias humanas y naturales, las artes figurativas y la música, es un dato de gran esperanza para la humanidad.
3. Dirijamos, con confianza, nuestra mirada a la Virgen Santísima. Ella, al igual que las demás mujeres de su tiempo, soportó el peso de una época en la que se les concedía muy poco espacio. Y, con todo, el Hijo de Dios, en cierto modo, no dudó en seguir sus enseñanzas. Que María obtenga a todas las mujeres del mundo la plena conciencia de sus potencialidades y de su misión al servicio de una cultura cada vez más auténticamente humana y conforme al plan de Dios.
Gratitud a las mujeres, ángeles del consuelo 
(Ángelus 13-08-95) 
Queridísimos hermanos y hermanas:
1. Una larga historia, en gran parte no escrita, atestigua el papel privilegiado que han desempeñado siempre las mujeres en las situaciones de sufrimiento, enfermedad, marginación y ancianidad, cuando el ser humano se muestra particularmente frágil y necesitado de una mano amigo.
Se podría decir que, en algunos casos, la vocación de la mujer a la maternidad la hace más sensible para captar las necesidades, y más ingeniosa para darles una respuesta solícita. Cuando a estas dotes naturales se añade también una consciente actitud de altruismo, y sobre todo la fuerza de la fe y de la caridad evangélica, se verifican entonces verdaderos milagros de entrega. La historia de la Iglesia es particularmente rica en ellos. Por poner un ejemplo, me agrada recordar la obra que desarrolló hace tres siglos Santa Luisa de Marillac, siguiendo la huella trazada por San Vicente de Paúl. En el corazón de esta mujer infatigable la caridad no conocía límites. Enfermos, pobres, ancianos, niños abandonados y personas condenadas a trabajos forzados: a todos servía con amor de madre y con especiales dotes organizativas concretas. Oportunamente Juan XXIII la proclamó en 1960 Patrona celestial de todos los que se dedican a las obras sociales cristianas (cfrAAS LII [1960], 556-568).
2. Pero ¿cuántas son, tanto en las comunidades cristianas como en la sociedad civil, las mujeres que se han convertido en ángeles de consuelo para las innumerables personas que sufren? ¡Deseo renovarles la gratitud de la Iglesia! Gracias a las mujeres comprometidas en favor de los niños, los que sufren, los ancianos: en las familias, en los pasillos de los hospitales, en los dispensarios de las misiones, en tantas instituciones públicas y privadas y en el voluntariado. En todos estos ámbitos es indispensable la presencia de mujeres que, a la necesaria capacidad profesional, sepan unir distinguidas dotes de generosidad, de sentido práctico, de intuición y de ternura. Es confortador constatar cuán numerosas son hoy las mujeres dedicadas a la profesión médica, una de las que más exigen una gran dosis de humanidad, al mismo tiempo que competencia. Quien ha tenido experiencia de ello, sabe muy bien que el enfermo no se cura sólo con la medicina: para él vale mucho la acogida, la comprensión, la escucha y el consuelo fraterno. A esto están llamados cuantos se dedican a los servicios médicos y paramédicos. Sin embargo, ¿cómo negar que las mujeres tienen, muchas veces, un talento especial para los aspectos más delicados y humanos de una misión tan exigente? ¿Qué decir de tantas enfermeras? De mi experiencia tendría que decir muchas cosas, dando las gracias a esas religiosas, a esas enfermeras, particularmente, en los hospitales que he frecuentado. Pienso especialmente en sor Auxilia.
3. En nuestro mundo donde, a pesar del progreso cientifico y económico sigue habiendo tanta pobreza y marginación, es necesario verdaderamente un suplemento de alma. En este compromiso las mujeres han de seguir manteniéndose siempre en primera fila.
Que María Santisima bendiga al inmenso ejército de mujeres que trabaja en los servicios sociales, sanitarios y en los distintos campos de la solidaridad humana, y nos obtenga a todos experimentar la alegría del servicio realizado con amor.
Contribución de la mujer en la promoción humana 
(Ángelus 15-08-95)
Queridísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy la Iglesia celebra a María Santisima elevada al Cielo. «Maravillas» (Lc 1, 49) hizo el Señor, preservando de la corrupción de la muerte a quien ofreció al mundo el Dador de la vida. El Concilio Vaticano II la invoca como «señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium, 68).
María resplandece así como «figura y primicia de la Iglesia» (prepacio de la Asunción), habiéndose realizado ya en su persona, en virtud del misterio pascual de Cristo, ese destino de salvación al que Dios llama ya desde la eternidad a toda criatura humana. A María, «mujer vestida de sol» (Apc 12, 1), el pueblo de los creyentes que peregrinan en la tierra dirige su mirada como a estrella luminosa, que indica la meta hacia la que hoy que tender en el camino diario.
Su Asunción al Cielo no es sólo el coronamiento de su vocación particular de Madre y discípula del Señor Jesús, sino también el signo elocuente

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