Logo Studenta

MENSAJES AL PUEBLO JUDIO

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

MENSAJES, CARTAS Y DISCURSOS
DE S.S. 
JUAN PABLO II
Y
EL PUEBLO JUDÍO
Índice por fechas
[Para buscar rápidamente teclear el número consignado en Edición/buscar,
por ejemplo (13)]
(1) 12-marzo 1979
	DISCURSO DEL SANTO PADRE A LOS PRESIDENTES Y DELEGA DOS DE LAS ORGANIZACIOMES JUDIAS
(2) 7 Junio 1979
	PALABRAS DEL PAPA EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE AUSCHWITZ
(3) 1 junio 1980
	DISCURSO DEL PAPA A LOS REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES JUDIAS DE FRANCIA
(4)	 3 julio 1980
 DISCURSO DEL PAPA A LOS REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES JUDIAS DE BRASIL
(5)	23 agosto 1980
PÉSAME DEL SANTO PADRE POR LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO A LA SINAGODA DE VIENA
(6) 17 noviembre 1980
	A LA COMUNIDAD JUDÍA ALEMANA
(7)	11 abril 1982
ORIENTACIONES DEL SANTO PADRE A LOS DELEGADOS DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES E EXPERTOS
(8)	6 junio 1982
JUAN PABLO II A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD JUDÍA DE GRAN BRETAÑA
(9) 3 noviembre 1982 
SALUDO DEL PAPA A LA COMUNIDAD JUDÍA DE ESPAÑA
(10) 22 marzo 1984
DISCURSO DEL PAPA A LOS DIRIGENTES DE LA LIGA B’NAI B’RITH
(11) 13 junio 1984
SALUDO DEL PAPA A LA FEDERACIÓN SUIZA DE LAS COMUNIDADES ISRAELITAS
(12) julio 1984
PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II AL CONSEJO INTERNACIONAL DE JUDÍOS Y CRISTIANOS
(13) 15 febrero 1985
VEINTE AÑOS DESPUÉS DEL VATICANO II . DISCURSO DEL PAPA A LOS DIRIGENTES DEL COMITÉ JUDÍO-CRISTIANO
(14) 28 octubre 1985
II COMISIÓN INTERNACIONAL MIXTA JUDAÍSMO-IGLESIA CATÓLICA
(15) 13 abril 1986
DISCURSO DEL PAPA EN LA SINAGOGA DE ROMA
(16) 4noviembre 1986
	II COLOQUIO INTERNACIONAL TEOLÓGICO ENTRE JUDÍOS Y CATÓLICOS
(17) 26 diciembre 1986
	DISCURSO DE JUAN PABLO II A LA COMUNIDAD JUDÍA DE AUSTRALIA
(18) 11 septiembre 1987
	DISCURSO DE JUAN PABLO II A LOS REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES JUDÍAS AMERICANAS
(19) 24 noviembre 1988	
	DISCURSO DEL PAPA A LOS REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES JUDÍAS DE VIENA
(20) noviembre 1988
	DISCURSO DE JUAN PABLO II A LA COMUNIDAD JUDÍA DE ALSACIA
(21) 26 agosto 1989
MENSAJE DEL PAPA A LA CONFERENCIA EPISCOPAL POLACA, EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA II GUERRA MUNDIAL
(22) 27 agosto 1989
	CARTA DE JUAN PABLO II EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA II GUERRA MUNDIAL
(23) 16 marzo 1990
	ENCUENTRO DE JUAN PABLO II CON EL COMITÉ JUDÍO AMERICANO
(24) 16 noviembre 1990
	ENCUENTRO DEL PAPA CON EL CONSEJO BRITÁNICO PARA LOS CRISTIANOS Y JUDÍOS
(25)	1991
DISCURSO DE JUAN PABLO II A LOS PARTICIPANTES DE UN ENCUENTRO INTERRELIGIOSO
(26)	20 octubre 1992
PALABRAS DE JUAN PABLO II
(27)	diciembre 1992
JUAN PABLO II A LOS OBISPOS ALEMANES
(28) 6 de abril 1993
EN EL CINCUENTA ANIVERSARIO DEL LEVANTAMIENTO DEL GHETTO DE VARSOVIA
(29) 18 de abril 1993
ENCUENTRO DEL PAPA Y EL RABINO LAU
(30) 7 abril 1994
DISCURSO DE JUAN PABLO II EN CONMEMORACIÓN DEL HOLOCAUSTO DE MILLONES DE JUDÍOS
(31) 29 septiembre 1994
PRIMER EMBAJADOR DE ISRAEL ANTE LA SANTA SEDE- DISCURSO DE JUAN PABLO II
(32)	EL PAPA RECUERDA LAS SINAGOGAS DE POLONIA
(33) febrero 1996
DISCURSO DEL PAPA, RELACIONADO CON LA DECLARACIÓN «NOSTRA AETATE» DEL CONCILIO VATICANO II
(34) marzo 1996
PALABRAS DE JUAN PABLO II A LOS REPRESENTANTES DE B’NAI B’RITH INTERNATIONAL
(35) 23 junio 1996
DISCURSO DE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO CENTRAL DE LOS JUDIOS
(36) 11 abril 1996
DISCURSO DE JUAN PABLO II A LA PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA
(37) 31 octubre 1997
DISCURSO DE JUAN PABLO II, PRONUNCIADO ANTE LOS PARTICIPANTES DEL SIMPOSIO SOBRE: «LAS RAICES DEL ANTIJUDAISMO EN LOS AMBIENTES CRISTIANOS»
(38) 16 marzo 1998
NO EXISTIÓ COMPLICIDAD ENTRE EL RÉGIMEN NAZI Y LA IGLESIA
(39) 12 marzo 1998
CARTA DE JUAN PABLO II PRESENTANDO EL DOCUMENTO «UNA REFLEXIÓN SOBRE LA “SHOAH”»
(40) 16 marzo 1998
NOSOTROS RECORDAMOS: UNA REFLEXIÓN SOBRE LA SHOAH»
Documento de la Comisión Vaticana para las Relaciones
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PRESIDENTES Y DELEGADOS
DE LAS ORGANIZACIONES JUDÍAS MUNDIALES
(1) 12 de marzo 1979
Queridos amigos:
Les saludo con gran alegría, presidentes y representantes de las Organizaciones Judías mundiales, y como tales integrantes, con los representantes de la Iglesia Católica, del Comité Internacional de contacto. Quiero también saludar a los otros representantes de diversas Comunidades judías nacionales, presentes aquí con ustedes.
Hace cuatro años, mi predecesor Pablo VI recibió en audiencia a este mismo Comité Internacional y les dijo cómo se regocijaba de que hubieran decidido reunirse en Roma, la ciudad que es el centro de la Iglesia Católica (cf. discurso del 10 de enero 1975).
Ahora, ustedes también han decidido reunirse en Roma, para encontrarse con los miembros de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, y de esta manera renovar y dar un nuevo impulso al diálogo que, durante los últimos años, se ha llevado a cabo con los representantes autorizados de la Iglesia Católica. Este es así, por cierto, un momento importante en la historia de nuestras relaciones, y yo me alegro de tener ocasión de decir una palabra sobre este tema.
Diálogo fraterno y colaboración fecunda
Como ha dicho el representante de ustedes, ha sido el segundo Concilio Vaticano quien, con su Declaración Nostra Aetate (núm 4), ha brindado el punto de partida para esta nueva y promisoria fase en las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad religiosa judía. En efecto, el Concilio ha dicho muy claramente que «al investigar el misterio de la Iglesia» recordaba «el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham» (Nostra Aetate, 4). De esta manera, el Concilio entiende que nuestras dos Comunidades religiosas están vinculadas y relacionadas de cerca en el nivel mismo de sus respectivas identidades religiosas. Porque «los comienzos de su fe y de su elección (de la Iglesia) se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y en los Profetas», y por consiguiente «no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con quien Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza» (ib). Sobre esta base reconocemos, con inequívoca claridad, que el camino por el cual debemos avanzar con la Comunicad religiosa judía es el del diálogo fraterno y la colaboración fecunda.
Conforme a este solemne mandato, la Santa Sede ha procurado proveer de los instrumentos para este diálogo y colaboración, y quiere fomentar su realización, tanto aquí en el centro, como también en el resto de la Iglesia. Por eso, la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo fue creada en 1974. al mismo tiempo, el diálogo comenzó a desarrollarse a diferentes niveles en las Iglesias locales esparcidas por el mundo, y con la misma Santa Sede. Quiero reconocer aquí la amistosa respuesta y la buena voluntad, e incluso la cordial iniciativa, que la Iglesia ha encontrado y sigue encontrando en las Organizaciones de ustedes y en otros amplios sectores de la Comunidad judía.
 Orientaciones conciliares
Es mi convicción que ambas partes deben continuar sus vigorosos esfuerzos para superar las dificultades del pasado, con el fin de llevar a la práctica el mandamiento divino del amor, y realizar un diálogo verdaderamente fecundo y fraterno, que contribuya al bien de cada uno de los interlocutores y al mejor servicio de la humanidad. Las «Orientaciones» que han mencionado, cuyo valor quiero subrayar y reafirmar, señalan algunos medios y vías para obtener estos fines. Ustedes han querido justamente subrayar un punto de particular importancia: «Los cristianos procuren entender mejor los elementos fundamentales de la tradición religiosa hebrea y captar los rasgos esenciales con que los judíos se definen a sí mismos a la luz de su propia realidad religiosa»(Orientaciones, Prólogo). Otra reflexión importante es la siguiente: «En virtud de la misión divina, la Iglesia tiene por su naturaleza el deber de proclamar a Jesucristo en el mundo (Ad gentes 2). Para evitar que este testimonio de Jesucristo pueda parecer a los judíosuna agresión, los católicos procurarán vivir y proclamar su fe respetando escrupulosamente la libertad religiosa tal como la han enseñado el Concilio Vaticano II (Dignitatis humanae). Deberán esforzarse, asimismo, por comprender las dificultades que el alma hebrea experimenta ante el misterio del Verbo Encarnado, dada la noción tan alta y pura que ella tiene de la trascendencia divina» (Orientaciones, I)
«Shalom, Shalom»
Estas recomendaciones se refieren, sin duda, a los fieles católicos, pero considero que no es superfluo repetirlas aquí. Nos ayudan a tener una noción clara del Judaísmo y Cristianismo y de sus relaciones mutuas. Creo que ustedes están aquí para ayudarnos en nuestra reflexión sobre el Judaísmo. Y estoy cierto de que encontramos en ustedes y en las comunidades que ustedes representan, una real y profunda disposición para entender el Cristianismo y la Iglesia Católica en su propia identidad hoy, de manera que podamos trabajar desde ambas partes hacia nuestra común meta de superar toda clase de prejuicios y discriminación. En este contexto es provechoso referirse una vez más a la Declaración conciliar Nostra Aetate y repetir lo que las Orientaciones dicen acerca del repudio de «todas las formas de antisemitismo y discriminación», «como contrarias al espíritu mismo del Cristianismo», pero «que de por sí, la dignidad de la persona humana basta para condenar» (Orientaciones, Prólogo). La Iglesia Católica repudia, por consiguiente, claramente, tales violaciones de los derechos humanos dondequiera puedan ocurrir en el mundo. Más aún, me regocija evocar ante ustedes hoy el trabajo eficaz y dedicado de mi predecesor Pío XII en pro del pueblo judío. Y de mi parte continuaré, con la ayuda divina, durante mi ministerio pastoral en Roma -como traté de hacerlo en la sede de Cracovia-, asistiendo a todos los que sufren o son oprimidos de cualquier manera que sea.
En seguimiento particularmente de las huellas de Pablo VI, quiero fomentar el diálogo espiritual y hacer todo lo que esté en mi poder por la paz de aquel país que es santo para ustedes, como lo es para nosotros, con la esperanza de que la ciudad de Jerusalén gozará de eficaz garantía como un centro de armonía para los seguidores de las tres grandes religiones monoteístas: Judaísmo, Islam y Cristianismo, para quienes la ciudad es un respetado lugar de devoción.
Estoy seguro de que el hecho mismo de este encuentro de hoy, que ustedes tan amablemente han pedido tener, es en sí mismo una expresión de diálogo y un nuevo paso hacia ese más pleno entendimiento mutuo que estamos llamados a conseguir. Al buscar esta meta estamos todos convencidos de ser fieles y obedientes a la voluntad de Dios, el Dios de los Patriarcas y Profetas. A Dios, entonces, querría volverme al final de estas reflexiones. Todos nosotros, judíos y cristianos, oramos frecuentemente a El con las mismas oraciones, tomadas del Libro que ambos consideramos ser la Palabra de Dios. A El pertenece brindar a ambas comunidades religiosas, tan cercanas la una de la otra, aquella reconciliación y amor eficaz que son al mismo tiempo su precepto y su don (cf. Lev 19,18; Mc 12,30). En este sentido, creo que cada vez que los judíos recitan el Shema Israel y cada vez que los cristianos recuerdan los grandes mandamientos primero y segundo, somos, por la gracia de Dios, traídos a una mayor cercanía.
Como signo del entendimiento y amor fraterno ya alcanzados, quisiera darles de nuevo mi bienvenida cordial y mis saludos a todos ustedes con aquella palabra tan llena de sentido, tomada de la lengua hebrea, que los cristianos usamos también en nuestra liturgia: la paz esté con vosotros, Shalom, Shalom.
PALABRAS DEL PAPA EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE AUSCHWITZ
(2) 7 de junio 1979
... Vengo, pues, y me arrodillo en este Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre, como la gran tumba del Soldado Desconocido. Me arrodillo delante de todas las lápidas interminables, en las que se ha grabado la conmemoración de las víctimas de Oswiecim en las siguientes lenguas: polaco, inglés, búlgaro, cíngaro, checo, danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco, servio-croata, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano.
En particular, me detengo junto a vosotros, queridos participantes en este encuentro, ante la lápida con la inscripción en lengua hebrea. Esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo, cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen en Abraham, que es el padre de nuestra fe (cf. Rom 4,12), como dijo Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que ha recibido de Dios el mandamiento de «no matar», ha probado en sí mismo, en medida particular, lo que significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia...
DISCURSO DEL PAPA A LOS REPRESENTANTES
DE LAS COMUNIDADES JUDÍAS
DE FRANCIA CON OCASIÓN
DE SU VIAJE A DICHA NACIÓN
(3) París 1 de junio 1980
Queridos hermanos: Siento una gran alegría al recibir a los representantes de la numerosa y floreciente comunidad de Francia. Esta comunidad tiene, efectivamente, una larga y gloriosa historia. ¿Es necesario recordar aquí a los teólogos, a los exégetas, a los filósofos y a los hombres públicos que la han distinguido en el pasado y la siguen distinguiendo ahora? Es verdad también, y no quiero dejar de mencionarlo, que vuestra comunidad tuvo que sufrir mucho durante los años oscuros de la ocupación y de la guerra. Rindo homenaje a esas víctimas cuyo sacrificio sabemos que no fue infructuoso. De allí surgió gracias al valor y a la decisión de algunos adelantados, como Jules Isaac, el movimiento que nos ha conducido hasta el diálogo y colaboración actuales, inspirados y promovidos por al Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II.
Este diálogo y esa colaboración son muy sinceros y muy activos aquí en Francia. Y yo me felicito por ello. Entre el Judaísmo y la Iglesia hay una relación, judíos, como ya dije en otra ocasión a representantes judíos, una relación a nivel mismo de sus respectivas identidades religiosas (Alocución del 12-3-1979). Esta relación debe todavía profundizarse y enriquecerse más por el estudio, el conocimiento mutuo, la enseñanza religiosa de una y otra parte, el esfuerzo para superar las dificultades todavía existentes. Esto nos permitirá actuar conjuntamente en pro de una sociedad libre de discriminaciones y de prejuicios, donde pueda reinar el amor y no el odio, la paz y no la guerra, la justicia y no la opresión. Hacia este ideal bíblico nos conviene mirar siempre, puesto que tan profundamente nos une.
Y aprovecho esta feliz ocasión para reafirmarlo una vez más ante vosotros y expresaros mi esperanza de proseguirlo juntos.
DISCURSO DEL PAPA A LOS REPRESENTANTES
DE LAS COMUNIDADES JUDÍAS
DE BRASIL CON OCASIÓN
DE SU VIAJE A DICHA NACIÓN
(4) Sao Paulo, 3 de julio 1980
Mucho me alegro de poder saludar, en Vds, a los representantes de la comunidad israelita de Brasil, tan viva y operante en Sao Paulo, en Río de Janeiro y en otras ciudades. Y les agradezco de corazón su gran amabilidad al querer encontrarse conmigo con ocasión de este viaje apostólico a la gran nación brasileña. Para mi es una feliz oportunidad de manifestar y estrechar aún más los lazos que unen a la Iglesia Católica y al Judaísmo, reafirmando así la importancia de las relaciones que existen entre nosotros también aquí en Brasil.
Como saben ustedes, la Declaración Nostra Aetate, del Concilio Vaticano II, en su cuarto párrafo afirma que la Iglesia, al estudiar profundamente su propio misterio recuerda el vínculo que la une espiritualmente a la descendencia de Abraham. De esta forma la relación entre la Iglesia y el Judaísmo no es exterior a las dos religiones, sino que es algo que se funda en la herencia religiosa distintiva de ambas, en el propio origen de Jesús y de los Apóstoles, así como en el ambiente en que la Iglesia primitiva creció y se desarrolló.
Si, a pesar de todo esto, nuestras respectivas identidades religiosasnos han dividido, a veces dolorosamente, a través de los siglos, eso no debe ser obstáculo para que, respetando esa misma identidad, queramos ahora valorizar nuestra herencia común y cooperar así, a la luz de esa misma herencia, en la solución de los problemas que afligen a la sociedad contemporánea, necesitada de la fe en Dios, de la obediencia a su santa Ley, de la esperanza activa en la venida de su Reino.
Quedo muy contento por saber que esa relación y cooperación se dan ya aquí en Brasil, especialmente a través de la Hermandad Judaico-Cristiana. Judíos y católicos se esfuerzan así en profundizar la común herencia bíblica, sin disimular, con todo, las diferencias que nos separan; y de esa forma, un renovado conocimiento mutuo podrá conducir a una más adecuada presentación de cada religión en la enseñanza de la otra. Sobre esta base sólida se podrá luego construir, como ya se viene haciendo, la tarea de cooperación en beneficio del hombre concreto, de la promoción de sus derechos, no pocas veces conculcados, de su justa participación en la prosecución del bien común, sin exclusivismo ni discriminaciones. Son estos, por otra parte, algunos de los puntos presentados a la atención de la comunidad Católica por las Orientaciones y Sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar «Nostra Aetate», publicadas por la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo, en 1975, como también por los párrafos correspondientes del Documento final de la Conferencia de Puebla (núms. 1110, 1123).
Esto hará vivo y eficaz, para bien de todos, el valioso patrimonio espiritual que une a los judíos y a los cristianos.
Así lo deseo de todo corazón. Que sea este el fruto de este encuentro fraterno con los representantes de la comunicad israelita de Brasil.
PÉSAME DEL PAPA POR LAS VÍCTIMAS 
DEL ATENTADO
A UNA SINAGOGA DE VIENA
(5) 29 de agosto 1980
En cuanto se tuvo noticia del vil atentado perpetrado el 29 de agosto en la sinagoga de Viena, el Secretario de Estado cardenal Agostino Casaroli, envió en nombre del Santo Padre al cardenal Franz Koenig, arzobispo de la capital austríaca, el siguiente mensaje:
Ruego a Vuestra Eminencia transmita en nombre del Santo Padre su sincero pésame a las familias de las víctimas que han perdido la vida en el atentado a la sinagoga. Su Santidad comparte en la oración el dolor y sufrimientos de los heridos, y condena enérgicamente este nuevo acto sangriento inútil que hiere a la comunidad judía de Austria y del mundo entero.
A LA COMUNIDAD JUDÍA ALEMANA
(6) Maguncia, 17 noviembre 1980
Si los cristianos consideran a todos los hombres como hermanos y se deben de comportar según esta apreciación, cuánto más vale este sagrado deber cuando se encuentran con quienes pertenecen al pueblo judío. En la «Declaración sobre las Relaciones de la Iglesia con el Judaísmo, los obispos de la República Federal Alemana han puesto como encabezamiento esta frase: Quien se encuentra con Jesucristo se encuentra con el Judaísmo. Querría hacer mía también esta expresión. La fe de la Iglesia en Jesucristo, hijo de David e hijo de Abraham (cf. Mt., 1,1) contiene de hecho lo que los obispos llaman en esta Declaración la herencia espiritual de Israel para la Iglesia (parte II), una herencia viva que debe ser comprometida y conservada por nosotros, cristianos católicos, en toda su profundidad y riqueza.
ORIENTACIONES DEL SANTO PADRE A LOS DELEGADOS
DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES Y EXPERTOS
(7) Roma, 11 de abril 1982
Queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, hermanas, señoras y señores:
Venidos de diferentes partes del mundo, os habéis reunido en Roma para examinar la importante cuestión de las relaciones entre la Iglesia Católica y el Judaísmo. Y dicha importancia es además subrayada por la presencia entre vosotros de representantes de las Iglesias Ortodoxas, de la Comunión Anglicana, de la Federación Luterana Mundial y del Consejo Ecuménico de las Iglesias, a quienes me complazco en saludar especialmente, agradeciéndoles su colaboración.
También a vosotros, obispos, sacerdotes, religiosas, laicos cristianos, quiero expresar igualmente mi gratitud. Vuestra presencia aquí, así como vuestro empeño en las actividades pastorales, o en el campo de la investigación bíblica y teológica, muestra a las claras hasta qué punto las relaciones entre la Iglesia Católica y el Judaísmo tocan aspectos diversos de la vida y tarea de la Iglesia.
Caminar en la línea del Concilio Vaticano II
Y es fácil comprenderlo. En efecto, el Concilio Vaticano II ha dicho, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate, 4): Al investigar el misterio de la Iglesia, este sagrado Concilio recuerda el vínculo que une espiritualmente al pueblo del Nuevo Testamento con la estirpe de Abraham. Yo mismo he tenido ocasión de decirlo más de una vez: Nuestras dos comunidades religiosas «están vinculadas al nivel mismo de su propia identidad» (cf. Discurso a los representantes de Organizaciones y comunidades judías, 12 de marzo de 1979). Efectivamente, como dice el mismo texto de la Declaración Nostra Aetate (n.4): La Iglesia de Cristo reconoce que las primicias de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, Moisés y en los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios... Por lo cual la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo... Ella tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, «a quienes pertenecen la adopción y la gloria; las alianzas, la Ley, el culto y las promesas, y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne» (Rm 9,4-5), Hijo de la Virgen María.
Esto equivale a decir que los vínculos entre la Iglesia y el pueblo judío se fundan sobre el designio del Dios de la Alianza y, en cuanto tales, necesariamente han dejado huellas en algunos aspectos de las instituciones de la Iglesia, especialmente en su liturgia.
Sin duda, después de la aparición, hace dos mil años, de un nuevo retoño en el tronco común, las relaciones entre nuestras dos comunidades han estado marcadas por las incomprensiones y resentimientos que sabemos. Y si ha habido, desde el día de la separación, malentendidos, errores e incluso ofensas, se trata de superar todo esto en la comprensión, la paz y la mutua estima. Las terribles persecuciones padecidas por los judíos en diversos períodos de la historia han abierto por fin muchos ojos y sacudido muchos corazones. Los cristianos están en el buen camino, el de la justicia y la fraternidad, al procurar con respeto y perseverancia encontrarse de nuevo con sus hermanos semitas en torno a la común herencia, tan preciosa para todos. ¿Es necesario precisar, especialmente para aquellos que siguen siendo escépticos, cuando no hostiles, que este acercamiento no se confunde de ningún modo con un cierto relativismo religioso y, menos todavía con una pérdida de la propia identidad? Los cristianos, por su parte, profesan su fe, sin ningún equívoco, en el carácter universalmente salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Una catequesis objetiva sobre los Judíos y el Judaísmo
Sí, la claridad y la fidelidad a nuestra identidad cristiana constituyen una base esencial si nos disponemos a entablar relaciones auténticas, fecundas y durables con el pueblo judío. En este sentido, me alegro de saber que multiplicáis los esfuerzos, en el estudio y la oración común, a fin de percibir y formular mejor los problemas bíblicos y teológicos, a veces difíciles, suscitados por el progreso del diálogo entre judíos y cristianos. En este terreno, la imprecisión y la mediocridad causarían enorme daño al diálogo. Que Dios conceda a cristianos y judíos encontrarse todavía más, comunicarse en profundidad y a partir de la propia identidad, sin jamás oscurecerla de un lado ni del otro, sino buscando muy de veras la voluntad de Dios que se ha revelado.
Las relaciones así concebidas son las que pueden y debencontribuir a enriquecer el conocimiento de nuestras propias raíces y a mejor ilustrar ciertos aspectos de la misma identidad de la cual hablamos. Nuestro patrimonio espiritual común es considerable. Hacer el inventario de este patrimonio en sí mismo, pero también teniendo en cuenta la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como éste la profesa y practica hoy, puede ayudar a entender mejor determinados aspectos de la vida de la Iglesia. Es el caso de la liturgia, cuyas raíces judías deben todavía ser profundizadas y sobre todo mejor conocidas y apreciadas por nuestros fieles. Lo mismo vale del ámbito de la historia de nuestras instituciones las cuales, desde los comienzos de la Iglesia, han sido inspirados por algunos aspectos de la organización comunitaria propia a la sinagoga. Finalmente, nuestro patrimonio común es sobre todo importante en el plano de nuestra fe en un Dios único, bueno y misericordioso, que ama a los hombres y se hace amar por ellos (cf. Sab 11,24-26), Señor de la historia y del destino de los hombres, que es nuestro Padre y que ha elegido a Israel el buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles (Nostra Aetate, 4; cf. también Rm 11, 17-24).
Esto es la razón por la cual habéis estado preocupados, durante vuestra reunión por la enseñanza Católica y la catequesis en su relación a los judíos y al Judaísmo. En este punto, como también en otros, habéis estado guiados y animados por las Orientaciones y Sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate (n.4), publicadas por la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo (cf. cap. III). Se debería llegar a que esta enseñanza, en los diversos niveles de formación religiosa, y en la catequesis impartida a niños y adolescentes, presentara a los judíos y al Judaísmo, no sólo de manera honrada y objetiva, sin ningún prejuicio y sin ofender a nadie, sino mejor todavía con una conciencia viva de la herencia que hemos descrito a grandes rasgos.
Es, finalmente, ésta la base sobre la que se podrá establecer, como felizmente se hace ya visible, una estrecha colaboración a la cual nos empuja nuestra común herencia, a saber, el servicio del hombre y de sus inmensas necesidades espirituales y materiales. Por caminos diversos, pero en fin de cuentas convergentes, podremos llegar, con la ayuda del Señor que no ha dejado nunca de amar a su pueblo (cf. Rm 11,1), a esa verdadera fraternidad en la reconciliación y el respeto, y a la plena realización del designio de Dios en la historia.
Quisiera gozosamente animaros, queridos hermanos y hermanas en Cristo, a continuar por el camino emprendido, haciendo gala de discernimiento y de confianza, y al mismo tiempo, de una gran fidelidad al Magisterio. De este modo realizaréis un auténtico servicio de Iglesia, que brota de su misteriosa vocación y debe contribuir al bien de la Iglesia misma, del pueblo judío y de la humanidad entera.
JUAN PABLO II CON LOS REPRESENTANTES DE
LAS COMUNIDADES JUDÍAS DE GRAN BRETAÑA
(8) 6 de junio 1982
Durante su estancia en Manchester, en un convento de religiosas de Nazaret, el Papa se encontró con una representación de los 400.000 judíos residentes en Gran Bretaña. Tras departir cordialmente con ellos y escuchar un discurso del Gran Rabino Yacobovich, improvisó las siguientes palabras:
Debo comenzar diciendo que he seguido con sumo interés su discurso sopesando los temas que ha tocado en él. Mi respuesta será muy breve y no tan densa de temas como su discurso. Pero estoy muy agradecido de que haya incluido todo ello en su saludo. Es un gozo para mi dirigir un saludo fraterno a ustedes miembros dirigentes de la Comunidad judía. Saludo en especial al Gran Rabino de la comunidad, Sir Emmanuel Yacobovitch, y a sus distinguidos compañeros. Aprovechando mi visita a Gran Bretaña deseo expresar mis sentimientos personales de estima y amistad a todos ustedes. Al mismo tiempo quiero reiterar el gran respeto de la Iglesia Católica al pueblo judío del mundo entero. Siguiendo el espíritu del concilio Vaticano II, recuerdo la voluntad de la Iglesia de colaborar complacida con ustedes por al causa de la humanidad, conscientes de que tenemos una tradición común que honra la santidad de Dios y nos convoca a amar al Señor Dios nuestro con todo el corazón y con toda el alma. Extiendo mi cordial saludo a cuantos vosotros representáis.
SALUDO DE S.S. EL PAPA A LA COMUNIDAD
JUDÍA DE ESPAÑA
(9) 3 de noviembre 1982
Estimados Señores:
¡Shalom! Paz a vosotros y a todos los miembros de la Comunidad religiosa judía de España.
Deseo expresaros ante todo mi sincero aprecio por haber querido venir a encontrarme durante mi visita pastoral a esta nación. Vuestro significativo gesto es prueba de que el diálogo fraterno, orientado a un mejor conocimiento y estima entre hebreos y católicos, que el Concilio Vaticano II ha promovido y recomendado vivamente en la Declaración Nostra Aetate (n.4), continúa y se difunde cada vez más, aun en medio de inevitables dificultades.
Tenemos un patrimonio espiritual común; y el Pueblo del Nuevo Testamento, es decir, la Iglesia, se siente y está vinculada espiritualmente a la estirpe de Abraham, «nuestro padre en la fe».
Pido a Dios que la tradición judaica y cristiana, fundada en la Palabra divina, y que tiene una profunda conciencia de la dignidad de la persona humana que es imagen de Dios (cf. Gen 1,26), nos lleve al culto y amor ferviente al único y verdadero Dios. Y que ello se traduzca en una acción eficaz en favor del hombre, de cada hombre y de todo hombre.
¡Shalom! Y que Dios, Creador y Salvador, bendiga a vosotros y a vuestra Comunidad.
DISCURSO DEL SANTO PADRE A DIRIGENTES DE LA LIGA
ANTIDIFAMACION «B'NAI B'RITH»
(10) 22 de marzo 1984
Queridos amigos:
Me hace muy feliz recibirles aquí en el Vaticano. Son ustedes un grupo de dirigentes nacionales e internacionales de la conocida Asociación judía establecida en Estados Unidos y floreciente en muchas partes del mundo, incluida Roma, Liga Antidifamación «B'nai B'rith». Asimismo están muy en contacto con la comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, fundada hace diez años por Pablo VI con el objetivo de fomentar las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad judía a nivel de nuestro compromiso respectivo de fe.
El mero hecho de que hayan venido a visitarme -y de ello les estoy muy agradecido- es en sí una prueba del incremento y profundización constantes de dichas relaciones. Claro está que cuando se mira atrás, a los años anteriores al Concilio Vaticano II y a su Declaración Nostra Aetate, y se quiere abarcar la obra realizada desde entonces, uno tiene el sentimiento de que el Señor ha hecho «grandes cosas» por nosotros (cf. Lc 1,49). Y, por tanto, nos llama a unirnos en un acto de cordial agradecimiento a Dios. El verso del comienzo del Salmo 133 es adecuado: «Ved cuán bueno y deleitoso es habitar en uno los hermanos».
Porque, como he dicho con frecuencia desde el comienzo de mi servicio pastoral de Sucesor de Pedro, pescador de Galilea (cf. Alocución del 12 de marzo de 1979), queridos amigos, el encuentro de católicos y judíos no es coincidencia de dos antiguas religiones yendo cada uno por su camino y en lucha grave y dolorosa no pocas veces en tiempos pasados. Es una reunión de «hermanos» y, como dije a los representantes de la Comunidad judía alemana en Maguncia (11 noviembre de 1980), un diálogo «entre la primera y la segunda parte de la Biblia». Y al igual que las dos partes de la Biblia son diferentes, pero están relacionadas íntimamente, también lo están en el pueblo judío y en la Iglesia Católica.
Esta cercanía se ha de manifestar de muchos modos. El primero de todos, en el respeto hondo de la identidad de cada uno. Cuanto más nos conocemos, más aprenderemos a aceptar y respetar nuestras diferencias.
Pero respeto no significa esquivez ni es equivalente a indiferencia, y éste es precisamente el gran reto que estamos llamados a afrontar. Por el contrario, el respeto de que hablamosestá fundado en un vínculo espiritual misterioso (cf. Nostra Aetate, 4), que nos acerca en Abraham y, por medio de Abraham en Dios, que eligió a Israel y de Israel hizo surgir la Iglesia.
Sin embargo, este «vínculo espiritual» entraña gran responsabilidad. Cercanía unida a respeto quiere decir confianza y franqueza, y excluye totalmente desconfianzas y sospechas. Convoca asimismo a interés fraterno por cada uno y por los problemas y dificultades que afrontan cada una de nuestras comunidades religiosas.
La comunidad judía en general y su organización en particular, como su nombre indica, tienen mucho que ver con formas antiguas y nuevas de discriminación y violencia contra los judíos y el Judaísmo, llamadas corrientemente antisemitismo. Incluso antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica (cf. S. Congregatio Sti. Ufficii, 3 marzo de 1928; Pío XI a los periodistas belgas de la radio, 6 de septiembre de 1938) condenó tal ideología y práctica por ser contrarias no sólo a la confesión cristiana, sino también a la dignidad de la persona humana creada a imagen de Dios.
Pero no estamos reunidos por nosotros mismos precisamente. Es verdad que tratamos de conocernos mejor y entender mejor la identidad característica de cada uno y el íntimo vínculo espiritual que nos une. Pero al conocernos, descubrimos todavía más lo que nos ensambla para interesarnos más por la humanidad en general en campos, por citar sólo algunos, tales como el hambre, la pobreza, la discriminación allí donde se dé y sea la que fuera la persona contra quien se dirige, y las necesidades de los refugiados. Y claro está la gran tarea de fomentar la justicia y la paz (cf. Sal 85,4), señal de la edad mesiánica en ambas tradiciones judía y cristiana, enraizadas a su vez en la gran herencia profética. Este «vínculo espiritual» existente entre nosotros no puede menos de ayudarnos a afrontar el gran reto dirigido a los que creen que Dios tiene cuidado de su pueblo, al que ha creado a su imagen (cf. Gén 1,27).
Yo veo esto como realidad y promesa al mismo tiempo de diálogo entre la Iglesia Católica y el Judaísmo, y de las relaciones ya existentes entre su Organización y la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo y con otras instituciones de algunas Iglesias locales.
De nuevo les doy gracias de su vida y de su empeño por metas de diálogo. Seamos agradecidos a nuestros Dios, Padre de todos nosotros.
SALUDO DEL PAPA A LA FEDERACIÓN SUIZA DE
LAS COMUNIDADES ISRAELITAS
(11) Friburgo, 13 de junio 1984
Estimados señores y queridos hermanos:
Constituye un motivo de gozo para mí el encontrarme con los representantes de la Federación suiza de las Comunidades israelitas. Sucede siempre así, durante mis viajes apostólicos por el mundo, al menos cuando ello resulta posible.
No hace falta extenderse demasiado sobre la importancia de estos encuentros. Al permitir una cierta profundización de nuestra fe y una puesta en práctica de nuestro común patrimonio bíblico, contribuyen a reducir los prejuicios e incluso las barreras que todavía existen entre cristianos y judíos. Y, por parte suya, ¿cómo podrían los cristianos permanecer indiferentes ante los problemas y los peligros que os preocupan, si no en Suiza al menos en varias partes del mundo? Por otro lado la enseñanza de las Iglesias cristianas debe tener en cuenta el resultado de los estudios realizados acerca de esa herencia que nos es común y acerca del enraizamiento del cristianismo en la tradición bíblica. Es ese un camino hacia la afirmación de nuestro diálogo. A este respecto, agradezco al señor representante de la Federación Israelita el haber querido referirse de manera positiva al Instituto para los estudios Judeo-Cristianos de la facultad de Teología Católica de Lucerna.
Hubiera querido también queridos señores y hermanos, conversar con vosotros acerca de un problema fundamental: el de la paz. El shalom bíblico, con el cual es costumbre saludarse en los países de Oriente, ¿no lleva consigo una llamada a la responsabilidad? En verdad estamos todos invitados a operar ardientemente en pro del bien de la paz. Por lo que a ella toca, la Sede Apostólica se esfuerza continuamente por promover una paz que esté fundada sobre la justicia, el respeto de los derechos de todos, la supresión de las causas de enemistad, comenzando por las que están ocultas en el corazón del hombre. Recomienda sin cesar las vías de la negociación y el diálogo. No tiene ni prejuicios ni reservas hacia ningún pueblo. Querría manifestar a todos su solicitud, ayudar al desarrollo de unos y de otros, en el orden de la libertad entendida en su sentido más auténtico, como en el de la concordia interior y exterior, y en el de los verdaderos bienes aptos para promover toda persona y toda sociedad.
Es éste un ideal al cual el diálogo perseverante y la colaboración activa y fructuosa entre judíos y cristianos pueden contribuir en gran medida.
Permitidme concluir este breve encuentro con el augurio que vosotros tanto amáis: «¡Shalom Aléijem!» (la paz sea con vosotros). Es un deseo que brota de mi corazón hacia vosotros, que habéis venido a mi encuentro, hacia vuestras familias, hacia las comunidades judías de Suiza, hacia todas aquellas dispersas por el mundo, hacia todos los hombres de buena voluntad.
PALABRAS DE JUAN PABLO II
AL CONSEJO INTERNACIONAL
DE JUDÍOS Y CRISTIANOS
(12) Julio 1984
Queridos amigos, Señor Presidente y miembros del Comité Ejecutivo del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos:
1. Le doy las gracias, Señor Presidente, por sus afectuosas palabras de saludo, en las cuales me acaba de presentar los propósitos, trabajos y competencias del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos. Y doy también las gracias a ustedes, miembros del Comité Ejecutivo, por su cortesía al visitar al Papa con ocasión de su Coloquio Internacional, que tendrá lugar en Vallambrosa la próxima semana. Bienvenidos a esta casa, donde las actividades de quienes promueven el diálogo entre cristianos y judíos y están personalmente comprometidos en él, son seguidas de cerca y apoyadas calurosamente. Verdaderamente, es sólo por medio de un tal encuentro de mentes y corazones, extendido fuera de nuestras respectivas comunidades de fe, y también quizá a otras comunidades de fe, como ustedes intentan hacer con el Islam, como tanto judíos como cristianos pueden aprovechar su «gran patrimonio común espiritual» (cf. Nostra Aetate, 4) y hacerlo fructífero para su propio bien y para el bien del mundo.
2. Si, un «gran patrimonio común espiritual» que sería, en primer lugar, traído al conocimiento de todos los cristianos y judíos y que abarca no solamente tal o cual aislado elemento, sino una sólida, fructífera, rica herencia religiosa común: en monoteísmo; en fe en un Dios que como un padre amoroso cuida del genero humano y escogió a Abraham y a los profetas y envió a Jesús al mundo; en un común patrón litúrgico básico y en una conciencia de nuestro compromiso, fundado en la fe, hacia todos los hombres y mujeres necesitados, que son nuestros «prójimos» (Cf. Lv 19,18 a; Mc 12,31 y paralelos).
A causa de estar tan comprometidos en la educación religiosa de ambas partes, las imágenes que cada uno de nosotros se forma del otro deberían estar realmente libres de estereotipos y prejuicios, deberían respetar la identidad del otro y deberían, de hecho, preparar a la gente para los encuentros de mentes y corazones recién mencionados. La adecuada enseñanza de la historia es también una tarea de ustedes. Tal tarea es muy comprensible dada la triste y enredada historia común de judíos y cristianos (historia que no es siempre enseñada o transmitida correctamente).
3. Existe de nuevo el peligro de una siempre activa y a veces incluso renovada tendencia a hacer discriminación entre personas y grupos humanos, supervalorando unos y despreciando otros. Tendencia que no duda en ocasiones en usar métodos violentos.
Detectar y denunciar tales hechos y permanecer juntos contra ellos es una doble acción y una prueba de nuestro mutuocompromiso fraternal. Pero es necesario ir hasta las raíces de tal mal, por medio de la educación, especialmente educación para el diálogo. Esto, sin embargo, no sería suficiente si no fuese conectado con un profundo cambio en nuestro corazón, una verdadera conversión espiritual. Esto significa también un constante reafirmar los valores religiosos comunes y trabajar en orden a un personal compromiso religioso de amor a Dios, nuestro Padre, y de amor a todos los hombres y mujeres ( cf Dt 6,5; Lv 19,18; Mc 12,28-34). La regla de oro, estamos bien enterados, es común a judíos y cristianos igualmente.
En este contexto debe verse su importante trabajo con la juventud. Posibilitando reunirse a jóvenes cristianos y judíos, y capacitándoles a vivir, charlar, cantar y rezar juntos, ustedes contribuyen grandemente a la creación de una nueva generación de hombres y mujeres, mutuamente comprometidos por cualquier otro y por todos, preparados a servir a quienes lo necesitan, sea cual sea su profesión religiosa, origen étnico o color.
La paz del mundo se construye en esta modesta, aparentemente insignificante manera. Y estamos todos comprometidos por la paz en todas partes, entre las naciones y dentro de ellas, en particular en el Oriente Medio.
4. El común estudio de nuestras fuentes religiosas es de nuevo uno de los puntos de su agenda. Les animo a una buena aplicación de la importante recomendación hecha por el Concilio Vaticano Segundo en su declaración Nostra Aetate, n.4, sobre «estudios bíblicos y teológicos» que son fuente de «mutuo conocimiento y aprecio». De hecho tales estudios realizados en común, y totalmente diferentes de las antiguas «controversias», favorecen el verdadero conocimiento de cada religión, y también el alegre descubrimiento del «común patrimonio» del que hablaba al comienzo, siempre en una cuidadosa observancia de la dignidad del otro.
Que el Señor bendiga todos sus esfuerzos y les recompense con la bienaventuranza que Jesús proclamó en la tradición del Antiguo Testamento, para aquellos que trabajan por la paz (cf Mt 5,9; Sal 37 (36), 37).
VEINTE AÑOS DESPUÉS DEL VATICANO II
DISCURSO DEL PAPA A LOS DIRIGENTES DEL
COMITÉ JUDÍO AMERICANO
(13) 15 de febrero 1985
Queridos amigos:
Es para mí una gran satisfacción recibir esta importante delegación del American Jewish Committe (Comité Judío Americano), con su presidente a la cabeza. Les estoy muy agradecido por esta visita. Sean ustedes bienvenidos a esta casa siempre abierta, como saben, a los miembros del pueblo judío.
Han venido aquí para celebrar el vigésimo aniversario de la Declaración conciliar «Nostra Aetate», sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas, cuya cuarta sección trata extensamente de las relaciones de la Iglesia con el Judaísmo.
Durante mi reciente visita pastoral a Venezuela recibí algunos representantes de la comunidad judía local en un encuentro que se vuelve ya una característica normal de tantas de esas visitas pastorales alrededor del mundo. En esta ocasión, al responder al saludo del Rabino Pinchas Brener, dije lo siguiente: «Quiero confirmar, con absoluta convicción, que la enseñanza del Concilio Vaticano II en la Declaración Nostra Aetate..., permanece siempre para nosotros, para la Iglesia Católica, para el Episcopado..., y para el Papa, una enseñanza que debe ser seguida. Una enseñanza que es necesario aceptar, no sólo como algo conveniente, sino mucho más, como una expresión de fe, una inspiración del Espíritu Santo, una palabra de la Sabiduría divina» (L'Osservatore Romano, 29 de enero 1985).
Con gusto repito estas palabras a ustedes que conmemoran actualmente el vigésimo aniversario de la Declaración. Ellas expresan el compromiso de la Santa Sede, y de toda la Iglesia Católica, por el contenido de la Declaración, subrayando, por así decir, su importancia.
Veinte años después, los términos de la Declaración no han envejecido. Al contrario, es más claro ahora que antes qué firme es su fundamento teológico y cuán sólida base ella brinda a un diálogo entre judíos y cristianos que sea realmente fecundo. Por otra parte, en efecto, encuentra la motivación de dicho diálogo en el misterio mismo de la Iglesia, y por otra, mantiene claramente la identidad de cada religión, aun vinculando estrechamente la una con la otra.
A lo largo de estos veinte años, el trabajo realizado es inmenso. Ustedes son bien conscientes de ello, dado que la organización que representan está profundamente empeñada en el diálogo judío-cristiano, sobre la base precisamente de la Declaración, y ello en el plano nacional e internacional, y particularmente en conexión con la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el Judaísmo.
Estoy convencido, y me complazco en afirmarlo en la ocasión presente, que las relaciones entre judíos y cristianos han mejorado radicalmente en estos años. Donde antes había desconfianza, y quizá temor, hay ahora confianza. Donde había ignorancia, y por eso prejuicios y estereotipos, hay ahora un creciente conocimiento mutuo, aprecio y respeto. Pero, sobre todo, hay amor entre nosotros, aquel amor -digo- que es, para ambos, un precepto fundamental de nuestras tradiciones religiosas y que el Nuevo Testamento ha recibido del Antiguo (cf. Mc 12,28-34; Lev 19,18). Amor significa comprensión. También implica franqueza y la libertad de disentir, de manera fraterna, cuando hay razones para ello.
No cabe duda que queda mucho por hacer. Se requiere todavía reflexión teológica, no obstante lo realizado ya en este plano y los resultados obtenidos. Nuestros biblistas y nuestros teólogos son urgidos constantemente a ello por la misma Palabra de Dios que tenemos en común.
La educación debería tomar en cuenta con mayor atención los puntos de vista y las directrices indicadas por el Concilio y elaboradas en las subsiguientes «Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración Nostra Aetate, n. 4», que están siempre vigentes. Educación para el diálogo, amor y respeto por el otro y una abertura hacia todos, son urgentes exigencias de nuestras sociedades pluralistas, donde todos resultan ser prójimos de todos.
El antisemitismo, por desgracia todavía un problema en algunos lugares, ha sido reiteradamente condenado por la Tradición Católica como incompatible con la enseñanza de Cristo y con el respeto debido a la dignidad de cualquier hombre y mujer, creados a imagen y semejanza de Dios. Quiero afirmar una vez más el repudio de la Iglesia Católica a toda represión y persecución, a toda discriminación contra quienquiera -venga de donde viniere- «en la legislación de hecho, por motivo de raza, origen, color, cultura, sexo o religión» (Octogesima adviniens, 23).
En estrecha relación con cuanto precede, hay un amplio campo de colaboración abierto a nosotros, judíos y cristianos, en favor de la humanidad entera, donde la imagen de Dios resplandece en cada hombre, mujer y niño, pero especialmente en los desamparados y necesitados.
Estoy bien informado de la estrecha colaboración entre el Comité Judío Americano y algunas de nuestras instituciones Católicas para aliviar el flagelo del hambre en Etiopía y en el Sahel, procurando así llamar la atención de las autoridades responsables sobre esta terrible tragedia, todavía por desgracia no resuelta, y que sigue siendo un reto para todos los que creen en el único verdadero Dios, Señor de la historia y Padre amante de todos.
Sé también de la preocupación de ustedes por la paz y seguridad de la Tierra Santa. Quiera Dios conceder a esa tierra, y a todos los pueblos y naciones en esa parte del mundo, las bendiciones que expresa la palabra «shalom», de manera que en la frase del Salmista, la justicia y la paz se besen (cf. Sal 85,11).
El concilio Vaticano II y los siguientes documentos se proponen en verdad esta meta: que los hijos e hijas de Abraham, judíos, cristianos y musulmanes (cf. Nostra Aetate, 3), puedan vivir juntos y prosperar en paz. Y que todos amemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, toda nuestra almay todas nuestras fuerzas (cf. Dt 6,5).
Gracias de nuevo por esta visita. ¡Shalom!
II COMISIÓN INTERNACIONAL MIXTA
JUDAÍSMO-IGLESIA CATÓLICA
(14) 28 de octubre 1985
Exactamente 20 años después de la promulgación de la Declaración Nostra Aetate por el Concilio Vaticano II, habéis elegido Roma como sede de la XII sesión del Comité Internacional de contacto entre la Iglesia Católica, representada por la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el Judaísmo, y el Comité Judío Internacional para las consultas interreligiosas.
Hace diez años, en enero 1975, os reunisteis también en Roma, para el X aniversario de la promulgación del mismo documento. La Declaración trata, en efecto, en su cuarta sección, de las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad religiosa judía. Se ha dicho repetidas veces que el contenido de esta sección, si bien no demasiado extenso ni indebidamente complicado, ha marcado una época, y que ha podido cambiar las relaciones existentes entre la Iglesia y el Pueblo Judío, inaugurando una era nueva en estas relaciones.
Me regocijo de afirmar aquí, veinte años después, que los frutos cosechados desde entonces, y vuestro Comité es uno de ellos, prueban la verdad básica de esta afirmación. La Iglesia Católica está siempre dispuesta, con la ayuda de la gracia de Dios, a revisar y renovar todo cuanto en sus actividades y modos de expresión resulta ser menos conforme con su propia identidad, fundada en la Palabra de Dios, en el Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto leídos en la Iglesia. Y esto ella lo hace, no por ninguna ventaja, ni con mira a ningún provecho, cualquiera que fuera, sino a partir de una profunda conciencia de su propio «misterio» y de una siempre renovada voluntad de traducirlo en la práctica. La Declaración afirma, con extrema precisión, que en la medida en que ella profundiza en este «misterio», la Iglesia «recuerda el vínculo espiritual» entre ella misma y el «linaje de Abraham»
Es este «vínculo», que la Declaración sigue después explicando e ilustrando, el que constituye el verdadero fundamento de nuestras relaciones con el pueblo judío. Una relación que se podría muy bien llamar un verdadero «parentesco», y que tenemos solamente con esta comunidad religiosa, no obstante los numerosos lazos que nos unen con otras religiones de escala mundial, tan adecuadamente elaborados por la Declaración en otras secciones. Este «vínculo» puede ser calificado de «sagrado», ya que procede de la misteriosa voluntad de Dios.
Nuestras relaciones a partir de esta fecha histórica, podían solamente mejorar, ser ahondadas y ramificarse en diferentes aspectos y niveles de la vida de la Iglesia Católica y la Comunidad Judía. En este contexto, la Santa Sede tomó la iniciativa ya en el lejano 1974, de crear una Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo y ha publicado también, por medio de esa misma Comisión, dos Documentos más, destinados a la aplicación de la Declaración en numerosos ámbitos de la vida de la Iglesia, las «Orientaciones» de 1975 y las muy recientes «Notas para una correcta presentación de Judíos y Judaísmo en la predicación y la catequesis de la Iglesia Católica».
Ambos documentos son una prueba del continuo interés y empeño de la Santa Sede en esta relación renovada entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío, y en extraer de ella todas las consecuencias prácticas.
Acerca del último documento mencionado, las «Notas» publicadas en junio pasado, estoy seguro que serán de gran ayuda de cara a liberar nuestra enseñanza religiosa y catequética de toda presentación negativa o inexacta de los Judíos y del Judaísmo, en el contexto de la fe Católica. Ayudarán también a promover el respeto, el aprecio y por acierto el amor por unos y otros, como ambos se presentan en el inescrutable designio de Dios, que «no rechaza a su pueblo» (Sal 94,14: Rm 11,1). Del mismo modo, el antisemitismo, en sus repelentes y a veces violentas manifestaciones, debería ser del todo erradicado. Mejor aún, ha de surgir ciertamente, como sucede ya en muchas partes, una visión positiva de cada una de nuestras religiones, en el debido respeto de la identidad de cada cual.
Para entender nuestros documentos, y especialmente la Declaración Conciliar, de manera correcta, una segura comprensión de la tradición de la teología católicas son ciertamente necesarias. Diría incluso que, para que los católicos puedan sondear los abismos del exterminio de varios millones de judíos durante la segunda guerra mundial, y las heridas que ello ha causado a la conciencia del Pueblo Judío, como las «Notas» les han pedido hacer (n.25), se requiere también reflexión teológica. Espero, por eso, ardientemente que el estudio de la teología y la reflexión consiguiente sean cada vez más parte integrante de nuestros intercambios, para beneficio mutuo, si bien, por razones comprensibles, algunos sectores de la Comunidad Judía podrían todavía mantener ciertas reservas acerca de este tipo de diálogo. Sin embargo, el conocimiento profundo y el respeto de la identidad religiosa de cada uno parece esencial para la reafirmación y el refuerzo del «vínculo» del cual hablaba el Concilio.
El Comité Internacional de contacto que vosotros formáis es una prueba y una manifestación práctica de este «vínculo». Os habéis reunido doce veces desde 1974 y no obstante las normales dificultades de adaptación y hasta algunas tensiones ocasionales, habéis llegado a realizar una relación rica, múltiple y franca. Veo aquí presentes representaciones de muchas iglesias locales y de diversas comunidades judías. Una representación tan amplia reunida en Roma para la celebración del XX aniversario de Nostra Aetate resulta a la vez consoladora y promisoria. Realmente hemos adelantado mucho en nuestras relaciones.
A fin de continuar por la misma senda, bajo los ojos de Dios y con su bendición que todo sana, estoy cierto de que trabajaréis con dedicación cada vez mayor para alcanzar un siempre más profundo mutuo conocimiento, para interesaros todavía más en las legítimas preocupaciones de cada uno, y especialmente para colaborar en los diversos campos en que nuestra fe en un solo Dios y nuestro común respeto por su imagen, presente en cada mujer y cada hombre, requieran nuestro testimonio y nuestro compromiso.
Por la tarea que ha sido realizada doy gracias, junto con vosotros, al Señor nuestro Dios, y por lo que estáis llamados a hacer todavía, ofrezco mis oraciones, mientras me alegro afirmar nuevamente el empeño de la Iglesia Católica en esta relación y diálogo con la Comunidad Judía. Quiera el Señor asistir vuestra buena voluntad y vuestra entrega personal e institucional a esta importante tarea.
DISCURSO DEL SANTO PADRE EN LA
SINAGOGA DE ROMA
(15) 13 de abril 1986
Señor Rabino Jefe de la Comunidad israelita de Roma, Señora Presidenta de la Unión de las Comunidades israelitas italianas, Señor Presidente de las Comunidades de Roma, Señores Rabinos, queridos amigos y hermanos judíos y cristianos que participáis en esta histórica celebración:
Acción de gracias por un acontecimiento que es a la vez realidad y símbolo
1. Ante todo, quisiera junto con vosotros, dar gracias y alabar al Señor que «desplegó el cielo y cimentó la tierra» (cf Is 51,16) y que ha escogido a Abraham para hacerlo padre de una multitud de hijos, numerosa «como las estrellas del cielo» y «como la arena de la playa» (Gén 22, 17; cf. 15,5), porque ha querido, en el misterio de su Providencia, que esta tarde se encontraran en este vuestro «Templo mayor» la comunidad judía que vive en esta ciudad, desde el tiempo de los antiguos romanos, y el Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia Católica.
Siento además el deber de manifestar mi gratitud al Rabino Jefe, profesor Elio Toaff, que ha acogido con alegría, desde el primer momento, el proyecto de esta visita y que ahora me recibe con gran apertura de corazón y con un vivo sentido de hospitalidad; y doy las gracias también a todos aquellos que en la comunicad judía romana han hecho posible esteencuentro y se han comprometido de tantas maneras a fin de que fuese al mismo tiempo una realidad y un símbolo. Gracias por tanto a todos vosotros. Todâ rabbâ (=muchas gracias).
La herencia de Juan XXIII
2. A la luz de la Palabra de Dios proclamada hace poco y que «vive por siempre» (cf Is 30,8), quisiera que reflexionáramos juntos, en la presencia del Santo, ¡bendito sea El! (como se dice en vuestra liturgia), sobre el hecho y el significado de este encuentro entre el Obispo de Roma, el Papa, y la comunidad judía que habita y trabaja en esta ciudad, tan querida para vosotros y para mí.
Desde hace mucho tiempo pensaba en esta visita. En realidad el Rabino Jefe tuvo la gentileza de ir a saludarme, en febrero de 1981, cuando hice la visita pastoral a la vecina parroquia de San Carlo ai Catinari. Además, algunos de vosotros han ido más de una vez al Vaticano, bien con ocasión de las numerosas audiencias que he podido conceder a representantes del Judaísmo italiano y mundial, bien incluso anteriormente, en tiempos de mis predecesores, Pablo VI, Juan XXIII y Pío XII. Sé muy bien además que el Rabino Jefe, en la noche que precedió a la muerte del Papa Juan, no dudó en ir a la plaza de San Pedro, acompañado de un grupo de fieles judíos, con el fin de rezar y velar, mezclado entre la multitud de católicos y de otros cristianos, como para dar testimonio, de un modo silencioso pero tan eficaz, de la grandeza de ánimo de aquel gran Pontífice, abierto a todos sin distinción, y en particular a los hermanos judíos.
La herencia que quisiera ahora recoger es precisamente la del Papa Juan, quien, en una ocasión pasando por aquí -como acaba de recordar el Rabino Jefe-, hizo detener el coche para bendecir a la multitud de judíos que salía de este mismo templo. Y quisiera recoger su herencia en este momento, en el que me encuentro no ya en el exterior, sino, gracias a vuestra generosa hospitalidad, en el interior de la Sinagoga de Roma.
El «Holocausto» de millones de víctimas inocentes
3. Este encuentro concluye en cierto modo, después del pontificado de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, un largo período sobre el cual es preciso no cansarse de reflexionar para sacar de él las enseñanzas oportunas. Ciertamente no se puede ni se debe olvidar que las circunstancias históricas del pasado fueron muy distintas de las que han ido madurando fatigosamente en los siglos; se ha llegado con grandes dificultades a la aceptación común de una legítima pluralidad en el plano social, civil y religioso. La consideración de los seculares condicionamientos culturales no puede, sin embargo, impedir el reconocimiento de los actos de discriminación, de las limitaciones injustificadas de la libertad religiosa, de la opresión también en el plano de la libertad civil, que, respecto a los judíos, han sido objetivamente manifestaciones gravemente deplorables. Sí, una vez más, a través de mí, la Iglesia con las palabras del bien conocido Decreto «Nostra Aetate (n. 4), «deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos»; repito: «de cualquier persona».
Una palabra de execración quisiera una vez más expresar por el genocidio decretado durante la última guerra contra el pueblo judío y que ha llevado al holocausto de millones de víctimas inocentes. Al visitar el 7 de junio de 1979 el «lager» de Auschwitz y al recogerme en oración por tantas víctimas de diversas naciones, me detuve en particular ante la lápida con la inscripción en lengua hebrea, manifestando así los sentimientos de mi ánimo: «Esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo, cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen en Abraham, que es el padre de nuestra fe, como dijo Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo que ha recibido de Dios el mandamiento de «no matar», ha probado en sí mismo, en medida particular, lo que significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 17 de junio de 1979, página 13).
También la comunidad judía de Roma pagó un alto precio de sangre. Y fue ciertamente un gesto significativo el que, en los años oscuros de la persecución racial, las puertas de nuestros conventos, de nuestras iglesias, del seminario romano, de edificios de la Santa Sede y de la misma Ciudad del Vaticano se abrieran para ofrecer refugio y salvación a tantos judíos de Roma, rastreados por los perseguidores.
La Declaración onciliar «Nostra Aetate»
4. La visita de hoy quiere aportar una decidida contribución a la consolidación de las buenas relaciones entre nuestras comunidades, siguiendo las huellas de los ejemplos ofrecidos por tantos hombres y mujeres de una y otra parte que se han comprometido y se comprometen todavía para que se superen los viejos prejuicios y se dé espacio al reconocimiento cada vez más pleno de ese «vínculo» y de ese «común patrimonio espiritual» que existen entre judíos y cristianos.
Es éste el deseo que ya expresaba el párrafo n. 4, que ahora he recordado de la Declaración conciliar «Nostra Aetate» acerca de las relaciones de la Iglesia Católica con el Judaísmo y con cada uno de los judíos se ha dado con este breve pero lapidario texto.
Somos todos conscientes de que entre las muchas riquezas de este número 4 de «Nostra Aetate», tres puntos son especialmente relevantes. Quisiera subrayarlos aquí, ante vosotros, en esta circunstancia verdaderamente única.
El primero es que la Iglesia de Cristo descubre su «relación» con el Judaísmo «escrutando su propio misterio» (cf. Nostra Aetate, ib). La religión judía no nos es «extrínseca», sino que en cierto modo, es «intrínseca» a nuestra religión. Por tanto tenemos con ella relaciones que no tenemos con ninguna otra religión. Sois nuestros hermanos predilectos y en cierto modo se podría decir nuestros hermanos mayores.
El segundo punto que pone de relieve el Concilio es que a los judíos como pueblo, no se les puede imputar culpa alguna atávica o colectiva, por lo que «se hizo en la pasión de Jesús» (cf. Nostra Aetate, ib). Ni indistintamente a los judíos de aquel tiempo, ni a los que han venido después, ni a los de ahora. Por tanto, resulta inconsistente toda pretendida justificación teológica de medidas discriminatorias o, peor todavía, persecutorias. El Señor juzgará a cada uno «según las propias obras», a los judíos y a los cristianos (cf. Rom 2,6).
El tercer punto de la Declaración conciliar que quisiera subrayar es la consecuencia del segundo; no es lícito decir, no obstante la conciencia que la Iglesia tiene de la propia identidad, que los judíos son «réprobos o malditos», como si ello fuera enseñado o pudiera deducirse de las Sagradas Escrituras (cf. Nostra Aetate, ib) del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento. Más aún, había dicho antes el Concilio, en este mismo texto de «Nostra Aetate», pero también en la Constitución dogmática «Lumen gentium» (n. 6) citando la Carta de San Pablo a los Romanos (11, 28 s.), que los judíos «permanecen muy queridos por Dios», que los ha llamado con una «vocación irrevocable».
Jesús de Nazaret y sus discípulos
5. Sobre estas convicciones se apoyan nuestras relaciones actuales. Con ocasión de esta visita a vuestra Sinagoga, deseo reafirmarlas y proclamarlas en su valor perenne. Este es en efecto el significado que se debe atribuir a mi visita a vosotros, judíos de Roma.
No es cierto que yo haya venido a visitaros porque las diferencias entre nosotros se hayan superado ya. Sabemos bien que no es así.
Sobre todo cada una de nuestras religiones, con plena conciencia de los muchos vínculos que la unen a la otra, y en primer lugar de ese «vínculo» del que habla el Concilio, quiere ser reconocida y respetada en su propia identidad, fuera de todo sincretismo y de toda equívoca apropiación.
Además, se debe decir que el camino emprendido se halla todavía en sus comienzos, y que por tanto se necesitará todavía bastante tiempo, a pesar de los grandes esfuerzos ya hechos por una partey por otra, para suprimir toda forma, aunque sea subrepticia, de prejuicios, para adecuar toda manera de expresarse y por tanto para presentar siempre y en cualquier parte, a nosotros mismos y a los demás, el verdadero rostro de los judíos y del Judaísmo como también de los cristianos y del cristianismo, y esto a cualquier nivel de mentalidad, de enseñanza y de comunicación.
A este respecto, quiero recordar a mis hermanos y hermanas de la Iglesia Católica, también en Roma, el hecho de que los instrumentos de aplicación del Concilio en este campo preciso están ya a disposición de todos, en dos documentos publicados respectivamente en 1974 y en 1985 por la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones religiosas con el Judaísmo. Se trata solamente de estudiarlos con atención, de penetrar en sus enseñanzas y de ponerlos en práctica.
Seguramente quedan todavía entre nosotros dificultades de orden práctico, que esperan ser superadas en el plano de las relaciones fraternas: son fruto, tanto de siglos de mutua incomprensión, como de posiciones diversas y de actitudes no fácilmente superables en materias complejas e importantes.
A nadie se le oculta que la divergencia fundamental desde los orígenes es la adhesión de nosotros los cristianos a la persona y a la enseñanza de Jesús de Nazaret, hijo de vuestro pueblo, del cual nacieron también la Virgen María, los Apóstoles, «fundamento y columnas de la Iglesia», y la mayoría de los miembros de la primera comunidad cristiana. Pero esta adhesión se sitúa en el orden de la fe, es decir, en el asentimiento libre de la inteligencia y del corazón guiados por el Espíritu y no puede ser jamás objeto de una presión externa, en un sentido o en el otro; es éste el motivo por el que nosotros estamos dispuestos a profundizar el diálogo con lealtad y amistad, en el respeto de las íntimas convicciones de los unos y de los otros, tomando como base fundamental los elementos de la Revelación que tenemos en común, como «gran patrimonio espiritual» (cf. Nostra Aetate, 4).
Diálogo leal, amistad auténtica y colaboración fraterna en Roma
6. Es preciso decir, además, que las vías abiertas a nuestra colaboración a la luz de la herencia común que procede de la Ley y de los Profetas, son varias e importantes. Queremos recordar sobre todo una colaboración en favor del hombre, de su vida desde la concepción hasta la muerte natural, de su dignidad, de su libertad, de sus derechos, de su desarrollo en su sociedad no hostil, sino amiga y favorable, donde reine la justicia y donde en esta nación, en los continentes y en el mundo, sea la paz la que impere, el shalom auspiciado por los Legisladores, por los Profetas y por los Sabios de Israel.
Existe, más en general, el problema moral, el gran campo de la ética individual y social. Somos todos conscientes de lo aguda que es la crisis sobre este punto en nuestro tiempo. En una sociedad frecuentemente extraviada en el agnosticismo y en el individualismo, y que sufre las amargas consecuencias del egoísmo y de la violencia, judíos y cristianos son depositarios y testigos de una ética marcada por los diez mandamientos, en cuya observancia el hombre encuentra su verdad y su libertad. Promover una reflexión y colaboración común sobre este punto es uno de los grandes deberes de la hora presente.
Y finalmente quisiera dirigir mi pensamiento a esta ciudad donde convive la comunidad de los católicos con su Obispo, la comunidad de los judíos con sus autoridades y con su Rabino Jefe.
Que no sea la nuestra una «convivencia» sólo de medida estrecha, casi una yuxtaposición, intercalada con encuentros limitados y ocasionales, sino que esté animada por el amor fraterno.
El amor exigido por la Torá
7. Los problemas de Roma son muchos. Vosotros lo sabéis bien. Cada uno de nosotros, a la luz de esa bendita herencia a la que anteriormente me refería, sabe que está llamado a colaborar, al menos en alguna medida, a sus soluciones. Tratemos en cuanto sea posible de hacerlo juntos, que de esta visita mía y de esta concordia y serenidad conseguidas surja, como el río que Ezequiel vio surgir de la puerta oriental del Templo de Jerusalén (cf. Ez 47, 1ss.), un torrente fresco y benéfico que ayude a sanar las plagas que Roma sufre.
Al hacer esto, me permito decir, seremos fieles a nuestros respectivos compromisos más sagrados, pero también a aquel que más profundamente nos une y nos reúne: la fe en un solo Dios que «ama a los extranjeros» y «hace justicia al huérfano y a la viuda» (cf. Dt 10,18), comprometiéndonos también nosotros a amarlos y socorrerlos (cf. ib., y Lev 19, 18,34). Los cristianos han aprendido esta voluntad del Señor de la Torá, que vosotros aquí veneráis, y de Jesús, que ha llevado hasta extremas consecuencias el amor pedido en la Torá.
La misericordia de Dios
8. Sólo me queda ahora dirigir, como al principio de esta alocución, los ojos y la mente al Señor, para darle gracias y alabarlo por este encuentro feliz y por los bienes que del mismo ya emanan, por la fraternidad reencontrada y por el nuevo y más profundo entendimiento entre nosotros aquí en Roma, y entre la Iglesia y el Judaísmo en todas partes, en cada país, para beneficio de todos.
Por eso quisiera decir con el Salmista, en su lengua original que es también la que vosotros habéis heredado:
Hodû la Adonai ki tob / ki le olam hasdo / yomar-na Yisrael / ki le olam hasdo / yomerû-na yi'è Adonai / ki le olam hasdô (Sal 118, 1-2,4).
Dad gracias al Señor porque es bueno / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. / Digan los fieles del Señor: / eterna es su misericordia.
Amen.
II COLOQUIO INTERNACIONAL TEOLÓGICO
CATÓLICO-JUDÍO
(16) Roma 4 y 5 de noviembre 1986
Queridos amigos: Me es grato daros la bienvenida con ocasión de vuestro II Coloquio Internacional Teológico católico-judío. En 1985 la facultad de teología de la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, la Liga de Anti-Difamación de B'nai B'rith, el Centro Unione y el «Servicio de Documentación Judeo-Cristiano» (SIDIC), en colaboración con la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los Judíos, abrieron este ciclo de investigaciones teológicas con motivo del XX aniversario de la Declaración Conciliar Nostra Aetate. De acuerdo con el espíritu y las perspectivas del Concilio, el tema escogido para vuestro II Coloquio, que está a punto de concluir, es: Salvación y Redención en las tradiciones teológicas judía y cristiana y en la teología contemporánea.
La contemplación del misterio de la redención universal inspiró al Profeta Isaías hasta decir admirado: «¿Quién ha medido el Espíritu del Señor? ¿Quién le ha sugerido su proyecto? ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto, para que le enseñara el saber y le sugiriese el método inteligente?» (Is 40,13-14; cf. Rm 11,34). Nosotros estamos invitados ahora a recibir con humilde docilidad el misterio del amor de Dios, Padre y Redentor, y a contemplarlo en nuestro corazón (cf. Lc 2,51) en orden a expresarlo en nuestras obras y en nuestra alabanza.
La reflexión teológica es parte de la propia respuesta de la inteligencia humana y así da testimonio de nuestra aceptación consciente del don de Dios. Al mismo tiempo las otras ciencias humanas, tales como la historia, la filosofía y el arte ofrecen también su contribución para una profundización orgánica de nuestra fe. Esta es la razón por la que ambas tradiciones, la judía y la cristiana, han tenido siempre un aprecio tan grande por el estudio religioso. Respetando nuestras respectivas tradiciones, el diálogo teológico basado en una estima sincera puede contribuir en gran manera al conocimiento mutuo de nuestros respectivos patrimonios de fe y puede ayudarnos a ser cada vez más conscientes de nuestros vínculos mutuos en los términos de nuestra comprensión de la salvación.
Vuestro Coloquio puede ayudar a evitar el malentendido del sincretismo, la confusión de las identidades de unos y otros como creyentes, la sombra y la sospechadel proselitismo. Efectivamente, estáis llevando a cabo las intenciones del Vaticano II, que ha sido también el tema del subsiguiente documento de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los Judíos.
Este esfuerzo común profundizará ciertamente el compromiso común para la construcción de la justicia y de la paz entre todos los hombres, hijos del único Padre celestial. En esta común esperanza por la paz, expresamos confiadamente nuestra alabanza con las palabras del Salmo, invitando a todos los pueblos a rezar: «¡Alabad al Señor, todas las naciones! ¡Exaltadlo todos los pueblos! Porque firme es su lealtad con nosotros y la fidelidad del Señor dura por siempre. Hallelu-Yah» (Sal 117).
Como dije recientemente en Asís, los cristianos estamos convencidos de que en Jesucristo, en cuanto Salvador de todos, se ha de encontrar la verdadera paz, paz para los de lejos y paz para los de cerca (Ef 2,17; Is 57,19; Zac 9,10). Este don universal tiene sus orígenes en la llamada dirigida a Abraham, Isaac y Jacob y encuentra su cumplimiento en Jesucristo, que fue obediente al Padre hasta la muerte en la cruz (Mt 5,17; Flp 2,8). Mientras que la fe en Jesucristo nos distingue y nos separa de nuestros hermanos y hermanas judíos, podemos al mismo tiempo afirmar con profunda convicción «el lazo espiritual que une al pueblo de la Nueva Alianza con la estirpe de Abraham» (Nostra Aetate, 4). Por eso nosotros tenemos aquí un vínculo que, a pesar de nuestras diferencias, nos hace hermanos; este es un insondable misterio de gracia que debemos escudriñar con confianza, dando gracias a Dios que nos concede contemplar juntos este plan de salvación.
Gracias por toda iniciativa de promoción del diálogo entre cristianos y judíos, y especialmente por este Coloquio Teológico Internacional católico-judío; yo imploro la bendición de Dios Todopoderoso sobre todos vosotros y pido que vuestro trabajo sea fructífero para un mejor entendimiento y aumento de las relaciones entre judíos y cristianos».
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD JUDÍA DE AUSTRALIA
(17) Sidney, 26 de diciembre 1986
A principio de este año tuve el placer y el privilegio de visitar la Sinagoga de Roma y de hablar con los Rabinos y la asamblea congregada. En aquella ocasión, di «gracias y alabanza al Señor que desplegó el cielo y cimentó la tierra (Is 51,16), y que ha escogido a Abraham para hacerlo padre de una multitud de hijos, numerosos como las estrellas del cielo y como la arena de la playa (Gn 22,17; cf. Is 15,5)». Le doy gracias y lo alabo porque ha tenido a bien, en el misterio de su Providencia, que este encuentro se realizase. Hoy lo alabo y le doy gracias de nuevo porque me ha proporcionado, en este gran país meridional, el encuentro con otro grupo de los hijos de Abraham, un grupo que es representativo de muchos judíos de Australia. ¡Que el os bendiga y os haga fuertes en su servicio!
Tengo entendido que la experiencia de los judíos en Australia -una experiencia que se remonta a los comienzos de la colonización blanca en 1788-, aunque ha tenido su parte de dolor, prejuicios y discriminaciones, ha disfrutado de más libertad civil y religiosa que en otros países del viejo continente. Al mismo tiempo, éste es todavía el siglo de la Shoah, el intento inhumano y despiadado de exterminar a los judíos de Europa; y sé que Australia dio asilo y una nueva patria a miles de refugiados y supervivientes de aquella serie horrible de sucesos. A éstos en particular les digo, como dije a vuestros hermanos y hermanas, los judíos de Roma, «la Iglesia, con las palabras del bien conocido Decreto Nostra Aetate (nº 4), deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos», repito: «de cualquier persona».
Espero que este encuentro ayude a consolidar y prolongar las buenas relaciones que vosotros tenéis ya con los miembros de la comunidad católica de este país. Sé que hay hombres y mujeres por toda Australia, tanto judíos como católicos, que están trabajando, como dije en la Sinagoga de Roma, «para que se superen los viejos prejuicios y se dé espacio al reconocimiento cada vez más pleno de ese vínculo, y de ese común patrimonio espiritual que existe entre los judíos y los cristianos». Doy gracias a Dios por esto.
Interesa a los católicos, y esto sigue siendo una parte explícita y verdaderamente importante de mi misión, de repetir y subrayar que nuestra actitud hacia la religión judía debe ser de gran respeto, pues la fe católica está enraizada en las verdades eternas, contenidas en las Escrituras Hebreas, y en la Alianza irrevocable hecha con Abraham. Nosotros conservamos también con agradecimiento esas mismas verdades de nuestra herencia judía, y os visitamos a vosotros como hermanos y hermanas nuestras en el Señor.
Hacia el pueblo judío los católicos deben tener no solamente respeto, sino también un gran amor fraterno; porque esta es la enseñanza de ambas Escrituras, la hebrea y la cristiana: que los judíos son amados de Dios que los ha llamado con una vocación irrevocable. No se puede encontrar una justificación teológicamente válida para actos de discriminación o persecución contra los judíos. De hecho, tales actos han de ser considerados como pecados.
Siendo francos y sinceros tenemos que reconocer el hecho de que existen todavía diferencias obvias entre nosotros, diferencias en la fe y en la práctica religiosa. La diferencia fundamental está en nuestras respectivas visiones sobre la persona y la obra de Jesús de Nazaret. Nada nos impide, sin embargo, la cooperación verdadera y fraterna en muchas empresas nobles, tales como los estudios bíblicos y numerosas obras de justicia y caridad. Esas acciones comunes pueden acercarnos aún más íntimamente en la amistad y la verdad.
Mediante la Ley y los Profetas, nosotros, igual que vosotros, hemos aprendido a considerar como elevado valor la vida humana y los derechos fundamentales e inalienables del ser humano. Hoy, la vida humana, que deberá ser tratada como sagrada desde el momento de la concepción, esta amenazada de muy diferentes maneras. Las violaciones de los derechos humanos son generales. Esto provoca que lo más importante para toda la gente de buena voluntad sea colaborar para defender la vida, para defender la libertad de fe y práctica religiosa, y para defender todas las demás libertades humanas fundamentales.
Finalmente, estoy seguro de que nosotros estamos de acuerdo en que, en una sociedad secularizada, hay muchas cosas consideradas como valores que nosotros no podemos aceptar. En particular, el comunismo y el materialismo se presentan frecuentemente, especialmente a los jóvenes, como las respuestas a los problemas humanos. Expreso mi admiración por los muchos sacrificios que vosotros habéis hecho para conseguir escuelas religiosas para vuestros hijos, en orden a ayudarles a evaluar el mundo que les rodea desde la perspectiva de la fe en Dios. Como sabéis, los católicos de Australia hacen también lo mismo. En una sociedad secularizada, tales instituciones son casi siempre atacadas por una razón u otra. Puesto que los católicos y los judíos las valoran por las mismas razones, trabajemos juntos, siempre que sea posible, para proteger y promover la instrucción religiosa de nuestros niños. De esta manera podemos dar un testimonio común del Señor de todos.
Señor Presidente y Miembros del Consejo Ejecutivo de los judíos australianos, les doy las gracias una vez más por este encuentro, y doy alabanza y gracias al Señor con las palabras del Salmista: «Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su lealtad con nosotros, y su fidelidad dura por siempre. ¡Alabad al Señor!».
DISCURSO DE JUAN PABLO II A
LOS REPRESENTANTES DE LAS
ORGANIZACIONES JUDÍAS NORTEAMERICANAS
(18) Miami, 11 de septiembre de 1987
Queridos amigos, representantes de tantas organizaciones judías, procedentes de todos los Estados Unidos, queridos hermanos y hermanas judíos:
1. Os agradezco vivamente vuestras cordiales

Continuar navegando