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Memorias en Lucha - amos Crespo y Tozzini - 2016

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Memorias	en	Lucha.	Recuerdos	y	silencios	en
contextos	de	subordinación	y	alteridad
Book	·	January	2016
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2	authors,	including:
Carolina	Crespo
National	Scientific	and	Technical	Research	Council
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Memorias en lucha
Recuerdos y silencios en contextos 
de subordinación y alteridad
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.) 
Ana Ramos, Carolina Crespo y María Tozzini 
Compiladoras
Este libro es fruto del trabajo 
de un grupo de investigación 
que desarrolla sus tareas en el 
Instituto de Investigación en 
Diversidad Cultural y Procesos de 
Cambio (iidypca, perteneciente 
a la Universidad Nacional de Río 
Negro y al Consejo Nacional de 
Investigaciones Científicas 
y Técnicas). 
En tanto que el financiamiento 
para la publicación provino del 
proyecto de investigación 
pict 2010-0628 «Procesos 
de recordar y olvidar en 
contextos de subordinación. Una 
aproximación comparativa en 
torno a la memoria como objeto 
de reflexión», otorgado por el 
Fondo para la Investigación 
Científica y Tecnológica de la 
Agencia Nacional de Promoción 
Científica y Tecnológica.
Memorias en lucha
Recuerdos y silencios en contextos 
de subordinación y alteridad
Este libro es resultado de las investigaciones etnográficas del Grupo 
de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordinadas (gemas). 
Cada capítulo emerge de un diálogo particular con personas que viven 
sus cotidianeidades en geografías distantes entre sí, atravesadas 
por experiencias históricas comunes pero también particulares, con 
sus propios modos de relacionarse, de demandar, de dar afecto y de 
llevar adelante sueños y proyectos. Los inmigrantes limítrofes, los 
afrodescendientes y los pueblos indígenas despliegan sus reflexiones 
sobre la memoria en el abanico heterogéneo de sus trayectorias de 
lucha, estimulando distintas preguntas y aproximaciones sobre el valor 
performativo de la memoria, los silencios y los olvidos, las agencias, la 
materialidad, el futuro o los secretos.
Los capítulos adquieren también las características del tipo de trabajo 
en colaboración que cada investigación implicó. Los compromisos 
políticos y sociales asumidos entre las partes involucradas atraviesan 
los marcos de interpretación con los que las autoras revisitan antiguos 
debates sobre los procesos de recuerdo y olvido, generan nuevas 
preguntas, recorridos y relaciones. Las memorias en lucha, sobre las que 
trata este libro, son proyectos que propician resquebrajamientos 
y desafíos de viejas y nuevas prácticas de subalternización.
Colección Aperturas
Antología de teatro rionegrino 
en la posdictadura
Mauricio Tossi 
(Compilador)
Impuestos a los bienes 
urbanos ociosos
Jorge Paolinelli / Tomás Guevara
Guillermo Oglietti 
(Compiladores)
Migraciones en la Patagonia
Inés Barelli / Patricia Dreidemie 
(Compiladoras) 
El inta en Bariloche
Silvana López 
Fronteras conceptuales
Fronteras patagónicas
Paula Núñez
(Compiladoras)
Araucanía-Norpatagonia
Paula Núñez 
(Compiladora)
El sector energético argentino
Roberto Kozulj
Parentesco y política
Claudia Briones / Ana Ramos 
(Compiladoras)
Contribuciones a la Didáctica 
de la Lengua y la Literatura
Dora Riestra
(Compiladora)
Catálogo online:
editorial.unrn.edu.ar
 
 
Memorias en lucha
Recuerdos y silencios en contextos 
de subordinación y alteridad
Aperturas 
Serie Sociales
 
Memorias en lucha
Recuerdos y silencios en contextos 
de subordinación y alteridad
Compiladoras
Ana Margarita Ramos
Carolina Crespo
María Alma Tozzini
Brígida Baeza / Lorena Cañuqueo / Carolina Crespo / Lea Geler
Mariana Lorenzetti / Stephanie McCallum / Fabiana Nahuelquir
Lucrecia Petit / Ana Margarita Ramos / Mariela Eva Rodríguez
Celina San Martín / María Emilia Sabatella / Valentina Stella
María Alma Tozzini
Memorias en lucha : recuerdos y silencios en contextos de subordinación y alteridad 
Ana Margarita Ramos y otros; compilado por Ana Margarita Ramos; Carolina Crespo; 
María Alma Tozzini. 
- 1a ed. - Viedma : Universidad Nacional de Río Negro, 2016.
248 p. ; 23 x 15 cm. 
Aperturas, Sociales
isbn 978-987-3667-24-4
1. Relatos Históricos. 2. Inmigrante. 3. Pueblos Originarios. i. Ramos, Ana Margarita 
ii. Ramos, Ana Margarita, comp. iii. Crespo, Carolina, comp. iv. Tozzini, María, comp.
cdd 306
Este libro tuvo el aporte de la anpcyt, Fondo para la Investigación Científica y 
Tecnológica (foncyt) en el marco general del contrato de préstamo bid n.° 2437/oc-ar 
con el que se financia el Programa de Innovación Tecnológica ii.
© Universidad Nacional de Río Negro, 2016.
editorial.unrn.edu.ar
© Ana Margarita Ramos, 2016.
© Carolina Crespo, 2016.
© María Alma Tozzini, 2016.
Coordinación editorial: Ignacio Artola
Edición de textos: Natalia Barrio
Corrección de textos: Natalia Puertas
Diagramación y diseño: Sergio Campozano
Imagen de tapa: Sergio Campozano. Procesión a Chimpay, 2016.
Usted es libre de: compartir-copiar, distribuir, ejecutar y comunicar públi-
camente la obra Memorias en lucha: recuerdos y silencios en contextos de 
subordinación y alteridad, bajo las condiciones siguientes:
Atribución — Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especifica-
da por el autor o el licenciante (pero no de una manera que sugiera que 
tiene su apoyo o que apoyan el uso que hace de su obra).
No Comercial — No puede utilizar esta obra para fines comerciales.
Sin Obras Derivadas — No se puede alterar, transformar o generar una obra 
derivada a partir de esta obra.
Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.5 Argentina.
Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723.
Índice
 9 | PrólogoGemas
 13 | Capítulo 1
 En busca de recuerdos ¿perdidos? 
 Mapeando memorias, silencios y poder 
 Ana Margarita Ramos, Carolina Crespo y María Alma Tozzini
 51 | Capítulo 2
 La memoria como objeto de reflexión: 
 recortando una definición en movimiento 
 Ana Margarita Ramos
 71 | Capítulo 3
 Las rogativas mapuche como lugares políticos de la memoria 
 Valentina Stella
 93 | Capítulo 4
 Recordar en tiempos de lucha: Los procesos 
 políticos de hacer memoria en contextos de conflicto 
 María Emilia Sabatella
111 | Capítulo 5
 Imágenes, silencios y borraduras en los procesos 
 de transmisión de las memorias mapuches y tehuelches 
 Mariela Eva Rodríguez, Celina San Martín y Fabiana Nahuelquir
141 | Capítulo 6
 Las memorias en escena. Autorrepresentación 
 y lucha política en grupos subalternizados 
 Mariana Isabel Lorenzetti, Lucrecia Petit y Lea Geler
163 | Capítulo 7
 Repensando marcos: debates en torno a las definiciones 
 de tiempo y espacio en Lago Puelo, Chubut, 
 Patagonia argentina 
 Carolina Crespo y María Alma Tozzini
183 | Capítulo 8
 «Las poblaciones que dejó la gente»: 
 taperas, memorias y pertenencias en la Línea Sur 
 de Río Negro 
 Lorena Cañuqueo 
 
201 | Capítulo 9
 «Los fierros tienen memoria»: materialidad 
 y memoria en el sistema ferroviario 
 Stephanie McCallum
223 | Capítulo 10
 Memorias, mujeres y salud en contextos de 
 desplazamientos transnacionales 
 Brígida Baeza
245 | Sobre las autoras
Prólogo | 9 
Prólogo
Un día de invierno del año 2008, en uno de los bares cercanos a la facultad 
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, comenzamos a ima-
ginar y esbozar las primeras líneas de un proyecto en torno a la memoria. 
En ese entonces no habíamos elaborado aún una narrativa sólida que fun-
damentara nuestro deseo de conformar un equipo de investigación sobre 
el tema. Sin embargo, teníamos algunas intuiciones y la certeza de querer 
continuar vinculando nuestros proyectos individuales, tras haber termina-
do nuestros estudios de grado y/o posgrado. En ese entonces, éramos solo 
algunas antropólogas que nos manteníamos conectadas en los espacios 
académicos o en charlas informales de café. Solíamos intercambiar lectu-
ras y experiencias de formación, y compartir inquietudes que vinculaban 
preguntas epistemológicas con compromisos políticos y sociales.
Aunque algunas de nosotras habíamos escrito ensayos conjuntos y par-
ticipado en los mismos equipos de investigación, nuestras trayectorias aca-
démicas eran, y siguen siendo, diversas. Con el tiempo, a estos intercam-
bios e intereses se sumaron algunos estudiantes de antropología social e 
investigadores provenientes de otras disciplinas –historia, psicología social 
y comunicación social– y centros académicos –la Universidad de Buenos 
Aires, la Universidad Nacional de Río Negro y la Universidad Nacional de 
la Patagonia San Juan Bosco– con los que poco a poco fuimos gestando y 
dando forma al Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordi-
nadas (gemas).1
Si bien las disciplinas y las instituciones universitarias contribuyen a la 
diversidad del perfil del equipo, lo que aporta mayor heterogeneidad es que 
nuestras investigaciones etnográficas dialogan con personas que viven sus 
cotidianeidades en geografías distantes entre sí, atravesadas por experien-
cias históricas comunes pero también particulares, con sus propios modos 
de relacionarse, de demandar, de dar afecto, de luchar políticamente, de 
llevar adelante sueños y proyectos. Los inmigrantes limítrofes, los afrodes-
cendientes, los refugiados africanos y los pueblos indígenas del norte y del 
sur, con quienes compartimos nuestro trabajo de campo, nos estimulan 
1 El grupo gemas está conformado actualmente por los siguientes integrantes: 
Ana Margarita Ramos, Mariela Eva Rodríguez, Lea Geler, Carolina Flavia Cres-
po, Brígida Norma Baeza, María Alma Tozzini, Mariana Isabel Lorenzetti, María 
Emilia Sabatella, Valentina Stella, Lucrecia Petit, Fabiana Nahuelquir, Stephanie 
McCallum, Lorena Cañuqueo, Celina María San Martín, Joaquín Franchini, Pablo 
Mardones, José Guillermo Williams, Mariel Verónica Bleger, Lucila Degiovannini, 
Florencia Martínez Adorno y Paula Cecchi.
10 | Memorias en lucha
continuamente a interrogarnos por el valor performativo de la memoria, 
así como también por los silencios y los olvidos. A su vez, la heterogeneidad 
de las trayectorias de lucha, las reivindicaciones políticas y las rehabilita-
ciones de lugares sociales que promueven dichos grupos repercute en la 
diversidad de nuestras preguntas de investigación.
Por su parte, el campo de la memoria involucra una amplitud de discipli-
nas, temas, intereses, enfoques y marcos teóricos y metodológicos. En nuestro 
país, los estudios sobre memoria se centraron en las experiencias sufridas 
por las víctimas directas e indirectas, antes, durante y con posterioridad 
al terrorismo de Estado llevado a cabo durante la última dictadura cívico-
militar-eclesiástica (1976-1983). El trabajo sostenido durante más de tres 
décadas por esta línea de investigación abrió la agenda pública hacia de-
bates y discusiones que habían estado ausentes en las sucesivas dictaduras 
militares. El acercamiento al vasto corpus de lecturas sobre memoria y dic-
tadura nos permitió forjar las primeras herramientas conceptuales e intro-
ducirnos en la discusión. No obstante, también nos permitió identificar un 
vacío teórico y metodológico respecto a los procesos de recordar y olvidar 
entre grupos cuya vocalidad ha sido históricamente silenciada, construidos 
como otros internos u otros externos por las narrativas de una nación imagina-
da como blanca y homogénea.
En este marco, comenzamos a pensar en lo específico de nuestra pro-
puesta y en las peculiaridades que implicaba trabajar con las memorias de 
sujetos y grupos alterizados y subordinados. No nos propusimos recons-
truir sus memorias a partir de relatos fragmentados, sino que nos plantea-
mos un objetivo más ambicioso: comprender las perspectivas, las concep-
tualizaciones y las definiciones ensayadas por ellos, no solo en relación con 
la memoria, sino también sobre secretos, agencia, historia, futuro, etcétera. 
Es decir, nuestra tarea fue y sigue siendo acompañarlos y reflexionar junto 
a ellos sobre las reconstrucciones y conceptualizaciones que llevan a cabo 
y, a través de este diálogo, cuestionar nuestros presupuestos y reorientar 
nuestra práctica académica.
Este libro resume las investigaciones realizadas durante el período que se 
extiende entre el 2011 y el 2014, en el que concretamos la primera experiencia 
formal como equipo, con un proyecto al que titulamos «Procesos de recordar 
y olvidar en contextos de subordinación. Una aproximación comparativa en 
torno a la memoria como objeto de reflexión» y que fue financiado por la 
Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (anpcyt), del Mi-
nisterio de Educación, Ciencia y Tecnología, en el marco del Fondo para la 
Investigación Científica y Tecnológica. Esta experiencia dio inicio al grupo 
gemas, al que luego se fueron incorporando nuevos colegas y estudiantes 
que estaban realizando sus tesis de licenciatura o de doctorado, algunos de 
los cuales eran becarios. En noviembre del 2014, mediante un subsidio del 
Prólogo | 11 
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet), orga-
nizamos el ii Simposio Memoria, Alteridad y Subalternidad, que tuvo lugar 
en San Carlos de Bariloche, en el Instituto de Investigaciones en Diversidad 
Cultural y Procesos de Cambio (iidypca) de la Universidad Nacional de Río 
Negro (unrn). Poco después, en el 2015, recibimos la noticia de que la anpcyt 
había evaluado favorablemente nuestro segundo proyecto, al que titulamos 
«Procesos de Recordar y Olvidar en Contextos de Subordinación. Memoria 
como Producción de Conocimiento y de Políticas de Re-categorización». Con 
la intención de compartir los debatesinternos con otros posibles interesa-
dos, solemos turnarnos para coordinar mesas o simposios en eventos acadé-
micos nacionales e internacionales. Debido a que trabajamos en provincias 
diferentes, estos espacios nos permiten retomar las discusiones que mante-
nemos a través de canales virtuales propiciados por internet.
Dado que la memoria es un objeto de reflexión, tanto para la academia 
como para la militancia, y que es también una herramienta de lucha que 
estimula lugares de apego, los grupos con los que trabajamos señalan conti-
nuamente la necesidad de generar instancias de difusión que cuestionen 
y desafíen la hegemonía y los sentidos naturalizados. Atendiendo a estos 
deseos, planteos y demandas, el gemas participa en el diseño y ejecución de 
diversos proyectos de extensión, transferencia, gestión y artísticos entre los 
que se incluyen actividades y producciones variadas: documentales, cortos, 
obras de teatro, talleres, charlas públicas, conferencias, peritajes judiciales, 
materiales didácticos, etcétera. Por lo tanto, nuestro perfil como equipo se 
ha ido ajustando a los casos particulares, produciendo investigaciones en 
colaboración con características disímiles, según los compromisos políticos 
y sociales asumidos entre las partes involucradas. Estas relaciones inter-
subjetivas, construidas a partir de conversaciones y experiencias concretas, 
no solo nos permiten revisitar antiguos debates y generar nuevas pregun-
tas, recorridos y relaciones, sino que también propician posibilidades para 
resquebrajar y desafiar viejas y nuevas prácticas de subalternización.
De manera que este libro debe leerse como producto de todos estos re-
corridos y encuentros en los que revisamos nuestras conceptualizaciones y 
prácticas profesionales. Los textos que aquí se incluyen, como bien lo resu-
mió una de las integrantes del equipo:
hablan así de recuerdos, afectos, silencios, secretos, olvidos, mar-
cas, huellas, archivos, imágenes, objetos, performances, registros, 
escuchas y miradas; hablan de marcos de memoria y marcos de 
interpretación, de marcaciones y desmarcaciones; de visibilizacio-
nes e invisibilizaciones; de búsquedas, desplazamientos, traslados, 
transportes, circulaciones, detenciones y destinos; de encuentros y 
desencuentros; de tiempos y espacios; de los antiguos, los nuevos, 
12 | Memorias en lucha
los que nacen, los que emergen, los que resurgen y los que ilumi-
nan; de lo hegemónico y lo contrahegemónico, de lo dominante y lo 
subalterno; de lo político y la política; de instituciones y gestiones 
estatales. Hablan también de centros, periferias y márgenes; de lo 
material y lo inmaterial; de lo público y lo íntimo; de usos y desusos; 
de vacíos, escombros y reposiciones; de pérdidas, latencias, activa-
ciones y reactivaciones; de reapropiaciones y reacentuaciones. Ha-
blan, en síntesis, de sujetos, agentes y actores sociales alterizados 
y subordinados que luchan colectivamente para revertir procesos 
y prácticas de subalternización. (L. Petit, comunicación personal, 
marzo de 2015)
Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordinadas (gemas)
San Carlos de Bariloche, 9 de julio del 2015
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 13 
Capítulo 1 
En busca de recuerdos ¿perdidos? 
Mapeando memorias, silencios y poder
Ana Margarita Ramos 
Carolina Crespo 
María Alma Tozzini 
La expresión acerca de recuerdos que están perdidos o en peligro resulta 
significativa para aquellas personas o grupos que perciben sus procesos 
de memoria –y por ende, el control sobre sus destinos– amenazados y 
condicionados. En ese marco, la expresión puede devenir tanto en testi-
monio y manifestación colectiva de denuncia como en un punto de par-
tida para encarar proyectos de recuperación de sus conocimientos so-
bre el pasado. Cuando estos proyectos son emprendidos por grupos que 
fueron históricamente subordinados y alterizados, suelen tener como 
propósito discutir, poner en tensión e invertir los sentidos y prácticas 
sociales que los fueron relegando –en tanto agentes, sujetos políticos y 
sujetos de derecho– de los lugares de enunciación y de afecto, sentidos 
como propios. En tal sentido, el tema que nos convoca en esta compi-
lación es la reflexión sobre distintos procesos de memoria que fueron 
encarados por los grupos con los que trabajamos, como este tipo de pro-
yectos de recuperación.
Estas reflexiones, iniciadas hace siete años atrás cuando conformamos 
el Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordinadas (gemas), 
nos llevaron a revisitar textos clásicos y recientes en el campo de estudios 
sobre la memoria, como así también a ensayar, conceptos y metodologías 
a partir de la interrelación entre aquellos estudios y las experiencias de las 
personas con quienes trabajamos. En este capítulo introductorio, compar-
timos esta actualización de lecturas y de recorridos críticos, con el propósi-
to simultáneo de contextualizar teórica y metodológicamente los trabajos 
que se presentan y situarlos como pisos desde los cuales fuimos dando alas 
a nuestra propia reflexión.
Este estado del arte sobre el campo se recorta, entonces, en torno a los 
procesos de reconstrucción de memorias emprendidos por grupos subal-
ternizados y alterizados en contextos de discriminación, de imposición y 
de lucha. Los apartados de esta introducción –que se incluyen y superponen 
entre sí a manera de muñecas rusas–, van dando cuenta de los distintos mo-
dos en que los académicos fueron aproximándose al trabajo con memorias 
14 | Memorias en lucha
subordinadas –la memoria como fuente, la memoria como práctica política, 
la memoria como compromisos vinculantes y la memoria como producción 
de conocimientos1–, al tiempo que, la forma en que los ordenamos, intenta 
contar otra versión sobre el proceso por el cual fuimos identificando debates, 
énfasis y conceptos más próximos a las preguntas de nuestras investigacio-
nes. Si bien sabemos que la selección de trabajos dista de ser exhaustiva, 
creemos que la elegida para este recorrido nos permite acercarle al lector 
aquellas discusiones que motivaron nuestros intercambios.
La memoria como fuente de reconstrucciones históricas
Desde al menos fines de la década de 1980, y tal como lo señalaba Sahlins (1997 
[1985], p. 78), la antropología y la historia superaron ampliamente antiguas di-
visiones teórico metodológicas a través de los estudios de memoria. Constitui-
das originalmente como disciplinas diferentes entre sí, particularmente por el 
tipo de sociedad que observaban, ambas se distinguían por las formas de con-
ceptualizar el paso del tiempo, la relación entre pasado y presente y las fuentes 
consideradas válidas para construir conocimiento. Si para la producción de 
conocimiento la historia se valió tradicionalmente del análisis de documen-
tos escritos, la antropología optó por recoger relatos, mitos y conversaciones 
casuales, observando rituales y participando de la vida cotidiana. Así, los cono-
cimientos históricos se autorizaron por la evidencia que proporcionaba la ma-
terialidad de los registros analizados –particularmente los escritos– mientras 
los criterios de validación antropológicos –centrados en el estar allí– estuvieron 
históricamente más permeables, quizás por falta de alternativas a la oralidad. 
Esto trajo como resultado que el tratamiento de los recuerdos orales fuese du-
rante mucho tiempo desplazado en los trabajos de reconstrucción histórica, ya 
sea porque los antropólogos circunscribieron por más de medio siglo dichos 
relatos al estatus de mitos sin historia o bien porque los historiadores los des-
preciaron frente a los datos escritos. Esta separación entre los objetos de ambas 
disciplinas así como la adjudicación de certezas sagradas a las sociedades etno-
gráficas y de conocimiento histórico a las sociedades occidentales, contribuyó se-
gún Comaroff y Comaroff (1992), a la exotización permanente de las primeras, 
obstaculizando el conocimiento no solo de los otros sino también delnosotros 
e incidiendo en la relación entre ambos.
Sin embargo, en estos últimos años ambas disciplinas confluyeron en los 
estudios sobre memoria, campo de estudio híbrido en el que los procesos de 
recuerdo y olvido generalmente fueron abordados desde diferentes ángulos y 
1 Para otra versión del estado del arte sobre estas aproximaciones a la memoria, ver 
Ramos (2011).
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 15 
relaciones. La entrada clásica de la memoria en los ámbitos académicos extra 
antropológicos se produjo como una aliada de la indagación historiográfica, 
vistiendo su ropaje más habitual: de la oralidad. Así, el trabajo con las fuentes 
orales fue asumido, por estos estudios (Joutard, 1986), como aquello que per-
mitía suplir los vacíos de las fuentes escritas. Ante un relato oral, entonces, se 
acudía inmediatamente a las fuentes escritas, ya sea para corroborar aquello 
que los informantes relataban o bien porque a través de las fuentes orales 
se intuía la posibilidad de llegar a mejores y/o novedosas fuentes escritas. 
Desde esta perspectiva, el objetivo era encontrar la evidencia, y la oralidad se 
presentaba como un vehículo apropiado.
A mediados de la década de 1960, estas presuposiciones comenzaron 
a ser cuestionadas en la obra de Jan Vansina, un historiador que proponía 
adentrarse en la historia del África central. Este autor defendió con énfasis 
el valor de verdad de las fuentes orales, equiparándolas a las fuentes escritas, 
y sostuvo que, en todo caso, la puesta en duda acerca de la cientificidad de 
las primeras nos debería llevar a cuestionar también la certeza de los docu-
mentos escritos, frecuentemente transcripciones realizadas desde la inten-
cionalidad del escriba (Vansina,1978). Se preguntaba si era posible escapar 
–incluso usando fuentes escritas– de los intereses de sus productores y en 
qué medida las interpretaciones formuladas en base a ellas no estaban, a su 
vez y al igual que sucede con las fuentes orales, teñidas de la especulación 
propia de la interpretación del pasado y de las previsiones del futuro. En 
esta línea, el autor llamó la atención sobre los eurocentrismos encriptados en las 
fuentes escritas oficiales, que resultaban por demás distorsionantes de aque-
llo que pretendía estudiarse (Hill, 2007). Así, según apuntaba Vansina (2007), 
la historia oral fue tomada a menudo como el testimonio directo de un testi-
go de algún hecho considerado importante, y en consecuencia complemento 
de las fuentes escritas; o como la forma de acceder a la historia de los grupos 
que no escriben memorias, esto es: la historia de estratos sociales humildes y 
minorías. Asimismo, en algunos países, a causa de situaciones sociopolíticas 
particulares, las fuentes escritas escaseaban2 y, a pesar de la renuencia de los 
historiadores a tomar como fiables grabaciones orales, tuvieron que aceptar 
acceder a sus transcripciones. Así, para la década de 1960 y en buena medida 
gracias al trabajo de este historiador, las tradiciones orales se convirtieron 
en fuentes para la historia (Vansina, 2007) y en una forma alternativa de re-
copilar aquellos relatos y sucesos no documentados, como los vinculados al 
proceso del esclavismo con los que trabajaba este historiador.
Ahora bien, si la especulación era la mayor y más habitual acusación que 
recibían las fuentes orales, el autor proponía interpretar la misma especu-
lación como información complementaria en la reconstrucción histórica, 
2 El autor pone el ejemplo de Serbia.
16 | Memorias en lucha
puesto que permitía identificar aquellos procesos históricos mediante los 
cuales se escogían los temas a recordar. Frente a las críticas emanadas desde 
los historiadores hacia las fuentes orales por la poca certeza que las mismas 
podían ofrecer para establecer periodizaciones y cronologías, más allá de la 
ubicación generacional de las personas que relataban o narraban; el autor se-
ñalaba lo mismo para el caso de las fuentes escritas a priori legitimadas por la 
historia por resultar poderosas herramientas para acceder a las mentalidades 
de determinadas culturas, como por ejemplo los diccionarios (Vansina, 1974). 
Al respecto, en su trabajo de 1978, puntualizó que la vaguedad de ciertas perio-
dizaciones utilizadas por la historia no era cuestión del tipo de fuentes, sino 
de la necesidad del historiador de no descartar fuentes no datadas o sin ín-
dices para reponer cronologías, sean estas orales o escritas, porque permiten 
reconstruir marcos amplios de referencia de tiempo y espacio, mentalidades 
y superestructuras de época. Finalmente, frente a la idea de la tradición oral 
como extremadamente selectiva, Vansina (1978) argumentó, por un lado, que 
la atención puesta en la selectividad de las fuentes debía recaer, para evitar 
distorsiones, tanto en las orales como en las escritas. Por otro lado, que esta 
selectividad es en sí misma una información invalorable para los historiado-
res sobre los procesos de producción y reproducción de las superestructuras. 
Al respecto, también sostuvo la importancia que tienen las decisiones de edi-
ción en el perfil selectivo de las producciones escritas y, en consecuencia, la 
obligación metodológica del historiador de interpretar tanto la letra del autor 
original como la del editor posterior (Vansina, 1996). Además, sugirió que la 
tradición oral lejos de constituirse meramente en signos presentes, contienen 
mensajes y piezas del pasado (1978); eje que retomamos en esta compilación.
Este debate fue continuado por otros historiadores que también cues-
tionaron la confiabilidad atribuida a las fuentes escritas y las sospechas que 
imbuían a las orales. Pero este grupo de historiadores hizo recaer su crítica 
principalmente sobre la equivalencia entre la materialidad de la escritura y 
la evidencia de la realidad, sosteniendo, tal como lo expresó Sahlins, que «lo 
empírico no se conoce simplemente como tal, sino como una significación 
importante desde el punto de vista de la cultura» (1997 [1985], p. 12).
Entre los historiadores que hicieron hincapié en traspasar la materiali-
dad del acontecimiento para llegar a sus sentidos, se encuentran Alessandro 
Portelli (1989 y 1998) y Luisa Passerini (1985 y 1998). Portelli (1989) reconstru-
yó la muerte de un operario italiano a la salida de una fábrica en 1949 que 
ilustraba, entre otros interesantes mecanismos implicados en los procesos 
de memoria-olvido, el modo en que los hechos fueron manipulados a través 
de la construcción de sus fuentes escritas gubernamentales y periodísticas. 
Al habilitar la duda en torno a las fuentes escritas, el autor propone no des-
cartar a priori los relatos orales por estar reñidos con la realidad de los hechos 
históricos sino recuperarlos para indagar en su significación.
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 17 
Por su parte, la utilización de las fuentes orales fue sinónimo de his-
torización de procesos sociales que involucraban a sectores subalternos 
que por su misma ubicación en el proceso hegemónico, no habían logrado 
acceder a la materialidad de las fuentes escritas3. En este sentido, Vansi-
na (1978) había ya señalado que la importancia de dichas fuentes remitía 
por un lado a la falta de otro tipo de fuentes, pero también a su capacidad 
–acaso la única posibilidad para los historiadores– de hacer oír la voz de los 
sectores silenciados –en su caso los africanos, a quienes dedicó su produc-
ción–, las voces ocultas y las esferas escondidas de la cotidianeidad, sobre 
las que también llamará la atención Thompson (2003).
Hacia inicios de la década de 1990, a partir de las formulaciones de Por-
telli, Passerini y las del sociólogo Maurice Halbwachs (1992 [1925] y 2004 
[1950]), fundador de los Estudios de la Memoria Colectiva, Dora Schwarzs-
tein y otros académicos, conformaron en la Argentina el Programa de His-
toria Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos 
Aires. Concibieron a la historia oral como un puente entre la memoria y la 
historia(Schwarzstein, 1991, 1998 y 2002) que posibilita la reflexión sobre el 
mismo proceso de recordar, en tanto elemento clave para acceder al signi-
ficado subjetivo de las experiencias humanas, ya que vincula las memorias 
individuales a las colectivas. Asimismo, definieron a los testimonios orales 
menos como registros simples que como «productos culturales complejos» 
(Schwarzstein, 2002, p. 478).
Ahora bien, dentro de la antropología y a medida que se iban incorpo-
rando los procesos de cambio en el estudio de las sociedades, también se 
fue avanzando en la interrelación entre el dato histórico y el relato oral, ya 
no para mostrar su jerarquía sino su complementariedad. Al mismo tiem-
po, en la década de 1980, el Popular Memory Group en Inglaterra, planteaba 
la necesidad de no descartar para el análisis ninguno de los sentidos con 
los que el pasado era construido en nuestra sociedad, asumiendo así que en 
dicha construcción no todos participaban de igual modo (Popular Memory 
Group, 1998 [1982]) ni con los mismos formatos; algo sobre lo que llamó 
oportunamente la atención en nuestro país, Claudia Briones (1994).
Esta visión, junto con la complejidad cultural atribuida a los testimonios, 
fue consolidando una perspectiva interdisciplinaria entre antropología e 
historia a la hora de analizar los modos diversos en que los procesos sociales 
modelan recuerdos y olvidos. Es aquí donde mito, ritual, historia o narración 
comenzaron a adquirir el mismo valor, en tanto productos culturales, repre-
sentaciones socioculturales de historización o formas de conciencia social 
(Hill, 1988). Paralelamente y de la mano de Abercrombie (2006), empezaron 
3 Esto se conoció más adelante, de la mano de Eric Hobsbawm (1988), como Grassroots 
History o historia desde abajo.
18 | Memorias en lucha
a pensarse las relaciones de poder que vincularon o diferenciaron, dentro 
de nuestras disciplinas, ciertas piezas como mito, ritual o historia. Según 
el autor, algunas formas de memoria social, entre ellas la historia nacional, 
no han dejado lugar a una historia americana autónoma. Como sostiene 
Guber (1994), asumir una relación de simetría entre los distintos tipos de 
conciencia social implica reposicionar a la disciplina histórica como parte 
de los procesos más complejos en los que interviene el pasado y el presente. 
En esta línea, varios académicos apuntan sobre la necesidad de entender a la 
historia como proceso sociohistórico de producción de conocimiento y como 
uso vernáculo de dichos procesos. Es decir, dentro de lo que suele entender-
se como lo que sucedió en el pasado, también se consideran como sucesos 
aquello que la gente relata, conoce y comunica sobre los eventos en los que 
participa (Trouillot, 1995), entendiendo que tanto las acciones de los agentes 
como sus experiencias subjetivas no son dimensiones contrapuestas, sino 
mutuamente necesarias y sus límites flexibles. En otras palabras, la historia 
se va haciendo, también, mientras se va narrando, puesto que la forma en 
que lo efectivamente sucedido coincide o no con lo conocido y comunica-
do por los sujetos es en sí misma historiable. Las narrativas sobre el pasado 
son concebidas como parte de la realidad social que las elabora, mientras la 
realidad es producida por estas (Visacovsky, 2004a y 2004b). Esta perspectiva 
entiende que las formas nativas de concebir, evaluar y transmitir los proce-
sos sociohistóricos y las experiencias de temporalidad son parte central a la 
hora de comprender aquello que sucedió en el pasado.
En la producción académica de nuestro país, y especialmente aquella que 
se ha dedicado a analizar procesos históricos de larga duración referentes a 
los pueblos indígenas, la utilización de diversos tipos de fuentes para acce-
der al pasado ha sido una premisa común. En este sentido, diversas fuentes 
han sido utilizadas para poder abordar el significado de los silencios, reitera-
ciones y orientaciones de las fuentes escritas (Delrio, 2005), para entrelazar 
historia, memoria y olvido desde una perspectiva narrativa (Papazián, 2013), 
para trabajar en la lógica del rompecabezas (Nagy, 2014), para coadyuvar a 
una metodología interdisciplinaria que combine sopesadamente diversos 
tipos de fuentes (Salomón Tarquini, 2010), para historiar silencios, no dichos 
y clandestinidades desde la interpelación etnográfica de las fuentes (Escolar, 
2007) o para poner en tensión una división tajante entre el pasado remoto y 
el presente (Boullosa, Joly y Rodríguez, 2014). Por su parte, en el campo in-
terdisciplinario entre la antropología y la historia, se ha desarrollado pro-
gresivamente un abordaje de los problemas desde todas las fuentes posibles, 
entendiendo y prestando especial atención a «las representaciones de me-
moria colectiva sobre el pasado local» (Jong, 2003, p. 10). En los últimos años, 
quienes incursionaron en las memorias orales para reconstruir procesos 
históricos, ensayaron distintas construcciones metodológicas para ingresar 
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 19 
otras voces, ponerlas en tensión dialógica con las fuentes escritas oficiales y 
ampliar el rango de vocalidades de y sobre el pasado (Trouillot, 1995).
La memoria como práctica política
En consonancia con estas redefiniciones de la memoria como una herra-
mienta metodológica apropiada para acceder a la comprensión de procesos 
históricos, no solo se incrementan en los años 1980 los estudios en torno a 
la memoria y el pasado4 sino que se abren nuevos debates y desplazamien-
tos teóricos. Las formulaciones introducidas por los Estudios Culturales 
ingleses fueron antecedentes importantes en este giro conceptual. Entre 
las nociones que generaron un fuerte impacto en el estudio de la memoria 
social destacamos, por un lado, la noción de tradición de Raymond Williams 
(1997) –como una «versión intencionalmente selectiva de un pasado confi-
gurativo y de un presente preconfigurado, […] operativa en los procesos de 
definición e identificación cultural y social» (p. 137)– que ratifica cultural e 
históricamente un orden contemporáneo pero que también es vulnerable 
a oposiciones y presiones. Y por otro lado, la definición de Hobsbawm y 
Ranger (1989) de la tradición como una invención que permite introducir 
determinados valores y comportamientos, establecer cohesión social y sen-
tidos de pertenencia colectivos y/o legitimar determinadas instituciones, 
estatus o relaciones de autoridad.
Los cientistas sociales enrolados en este campo de investigación comen-
zaron entonces a examinar los usos del pasado, profundizando en el carácter 
pragmático y político de sus motivaciones e implicancias. Fueron revisan-
do cómo las historias están modeladas por los intereses políticos de quie-
nes las configuran con el fin de validar, oponerse o escrutar los significados 
vividos de los mundos sociales presentes (Abercrombie, 2006) y sus efectos 
en las relaciones y prácticas sociales. Así como también fueron reflexio-
nando sobre su vinculación con un horizonte de expectativas de cara al futuro 
(Koselleck, 2001). Al redefinir todo trabajo de memoria como usos del pa-
sado, los procesos de recuerdo-olvido comenzaron a ser conceptualizados 
4 Los debates que se fueron abriendo en torno a la noción de memoria social en el mun-
do anglosajón, la memoria colectiva en Francia, la Geschichtskultur en Alemania y en 
distintos países de América Latina, mantienen puntos en común pero también di-
ferencias que, por el propósito que tiene este apartado, no serán profundizadas en 
detalle. No obstante, es importante aclarar que el incremento del interés académico 
sobre este tema no puede divorciarse del aumento de interés que el pasado y la me-
moria vienen teniendo en el plano social desde mediados de los años 1970 (Olick y 
Robbins, 1998). Varios autores, polemizaron sobre ello (Huyssen, 2000; Nora, 1989; 
Todorov, 2000) y debatieron acerca de sus causas (Olick y Robbins, 1998).
20 | Memorias en lucha
mayormente como prácticas políticas,esto es: como dispositivos a través de 
los cuales se legitima un proyecto hegemónico pero también como herra-
mientas para la transformación y la lucha en el marco de conflictos por de-
rechos, justicia, reconocimientos de la diferencia, sentidos de pertenencia, 
proyectos políticos y programas de desarrollo.
Paralelamente, el carácter selectivo atribuido a la construcción del pasado 
introdujo un desplazamiento en la definición de olvido, concepto que pasó a 
ser comprendido no como falta o ausencia sino como fuente de producción 
o vacío lleno de sentido, o sea como constitutivo del recuerdo5 (Candau, 2002; 
Jelin, 2002; Yerushalmi, 1989). De este modo, fue instalándose como piso co-
mún en el debate la idea de la memoria-olvido como un campo dinámico y 
una arena de conflicto en la que se dirimen aspectos políticos.
Dentro de estos enfoques que otorgan un papel político a la memoria, 
se enfatizó en el poder constitutivo del pasado como conformador de senti-
dos de pertenencia colectivos (Alonso, 1988 y 1994; Brow, 2000; Candau, 2002; 
Rappaport, 2000 y 2005; Tonkin, 1992). Pertenencias que podían estudiarse 
en su actuación como tecnología de disciplinamiento, regulación y/o trans-
formación del orden social hegemónico (Benjamin, 1982 [1955]; Brow, 2000; 
Nora, 1989), como así también en su articulación con experiencias traumáti-
cas que se expresan en recuerdos de violencia, silencios o memorias doloro-
sas (Das, 2008; Jimeno, 2007; Ortega, 2008-2011; Pollak, 2006) y en su reclamo 
en clave de derecho a la memoria y ejercicio de justicia (Lavabre, 2003).
Tal como profundizaremos en el próximo apartado, varios académicos 
dedicaron sus esfuerzos a analizar de qué manera la construcción de un 
pasado común, de un origen compartido y de una permanencia y continui-
dad en el tiempo fortalece la creación de sentidos de pertenencia y lazos de 
comunidad (Alonso, 1988 y 1994; Briones, 1998; Brow, 2000; Gordillo, 2006; 
Rappaport, 2000). El modo en que los sujetos vuelven inteligible al pasa-
do moldea no solo la forma en que experiencias y eventos son recordados 
sino también la propia subjetividad pues, como sugieren varios autores, la 
conformación como sujetos va estableciéndose en esa continua recreación 
del pasado en la que se conmemoran determinados hechos, conocimientos, 
prácticas y relaciones y se estigmatizan, opacan y silencian otros (Fentress 
y Wickham, 1992; Troulliot, 1995).
Quienes indagaron en torno a los procesos de construcción de los Esta-
dos nacionales destacaron, particularmente, cómo los sectores dominantes 
se apropian selectivamente, usan y crean un pasado viable con los intereses 
político-ideológicos vigentes y olvidan o silencian otros, para conformar, 
consolidar y legitimar procesos de identificación y alterización mediante 
5 La relación entre olvido y poder ya estaba presente en el estudio sobre religiones afri-
canas en Brasil realizado por Roger Bastide en los años 1960. No obstante, la idea se 
va a ir consolidando y complejizando desde la década de 1980 hasta la actualidad. 
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 21 
el establecimiento de una línea de continuidad con el presente. Desde este 
ángulo, señalaron el origen relativamente reciente de conmemoraciones, 
rituales, tradiciones, historias y lugares construidos como constitutivos 
de la memoria nacional (Anderson, 1993; Hobsbawm y Ranger, 1989; Nora, 
1989) y las estrategias o mecanismos por medio de los cuales se silencian 
historias de sectores subordinados (Trouillot, 1995) mientras se apropian y 
transmiten otras, reinterpretadas en clave hegemónica (Alonso, 1988; Bon-
fil Batalla, 1999).
En el campo de la antropología, esta visión instrumental y «presentista» 
de la memoria, tal como la clasificaron Olick y Robbins (1998), ha sido ex-
trapolada para explicar procesos de reivindicación étnica y sus luchas por 
el reconocimiento de recursos y derechos históricamente negados. Algunos 
antropólogos procuraron demostrar que, en el contexto actual, el pasado es 
utilizado e incluso inventado por estos sectores para incidir políticamente 
en el presente (Hanson, 1989; Isla, 2003). Así, fueron poniendo en foco a la 
memoria como espacio de tensión y contestación más que como fuente de 
cohesión y consenso, pero en sus versiones más extremas generaron una 
serie de polémicas por sus implicancias teóricas y ético-ideológicas (Brio-
nes, 1994). Estas polémicas se centraron en tres aspectos.
En primer lugar, en la discusión en torno a la ilimitada plasticidad que 
se le adjudicó a las representaciones del pasado y al escaso peso que se le 
ha otorgado a la determinación del pasado en las prácticas de recuerdo 
(Appadurai, 1981; Briones, 1994; Popular Memory Group, 1998 [1982]). Va-
rios autores señalaron que aunque las memorias dominantes siempre se 
disputen, instalan los términos en los que una historia subalterna puede 
ser pensada (Popular Memory Group, 1998 [1982]). Las selecciones e inter-
pretaciones del pasado están condicionadas por la posición que ocupan los 
sujetos en la estructura social (Friedman, 1992), las circunstancias sociopo-
líticas y económicas del presente pero también, sugiere Ganguly (1992), por 
sistemas de significación heredados y, como sostienen Landsman y Cibors-
ki (1992, citado en Briones, 1994), por experiencias y relaciones sociales que 
afectan el contenido, la forma y los mecanismos que adoptan. En segundo 
lugar, señalaron que las consecuencias políticas y económicas que tienen 
esas prácticas de recuerdo, también difieren según la posición que ocupan 
los sujetos. Por último, en tercer lugar, destacaron las complicaciones que 
acarrea el argumento de la invención para sectores subalternos que están 
realizando reclamos de distinto tenor, como por ejemplo territoriales, cul-
turales, laborales, entre otros (Briones, 1994).
En este marco del debate, muchos científicos sociales señalaron la ne-
cesidad de distinguir los ejes teórico-metodológicos con los que se abor-
dan memorias subalternas y dominantes a partir de una perspectiva que 
contemple los procesos de producción y disputa por la hegemonía. Así, 
22 | Memorias en lucha
propusieron examinar las conexiones que imbrican la práctica de recordar 
de sectores subalternizados con discursos y prácticas hegemónicas (Briones, 
1994; De Jong, 2004; Gordillo, 2006; Popular Memory Group, 1998 [1982]; Ro-
dríguez, 2004). Pero además, aunque con diferencial peso, agregaron la re-
levancia de vislumbrar cómo incide en esa práctica no solo el presente sino 
también experiencias pasadas vividas y/o transmitidas, tensión sobre la que 
también descansan nuestros propios trabajos de investigación. Esto condujo 
a algunos antropólogos a analizar a la memoria subalterna como producto 
de una interrelación reactiva frente al Estado y a examinar las formas alter-
nativas e impugnadoras bajo las cuales estos sectores configuran historias 
y temporalidades en el marco de disputas políticas y/o económicas en jue-
go (Castelnuovo Biraben, 2014; Monkevicius, 2012, 2013 y 2015; Rappaport, 
2000 y 2005). Mientras empujó a otros a reconocer no solo la existencia de re-
cuerdos, olvidos y silencios que definen positivamente al propio grupo sino, 
paralelamente y como producto de estigmatizaciones y discriminaciones, la 
existencia de efectos negativos, contradicciones y tensiones que tiñen de un 
sentido ambivalente sus valoraciones sobre las experiencias del pasado (Gor-
dillo, 2006 y 2010; Pizarro, 2006). Esto es, que memorias oficiales pueden ser 
criticadas y resignificadas pero también internalizadas.
Como han sugerido Briones (1994) y Trouillot (1995), las memorias 
dominantes son las que tratan y pueden fijar sentido sobre el pasado, or-
ganizar y uniformar experiencias e historias para homogeneizar y limitar 
interpretaciones amenazantes y enviarlas hacia el terreno de lo aceptable. 
Mediante una serie de dispositivos –monumentos, museos, bibliotecas, ar-
chivos, patrimonio, performances o conmemoraciones, efemérides, lugaresde memoria, medios de comunicación, imágenes, palabras y otros simila-
res–, agentes sociales, entre ellos los profesionales, y los sectores hegemóni-
cos producen «políticas o encuadramientos de la memoria» (Pollak, 2006)6, 
esto quiere decir que más que reflejar experiencias del pasado van forjando 
un modelo de y para la sociedad (Schwartz, 1996, citado en Olick y Robbins, 
1998), configurando así, valores, moralidades, relaciones y comportamien-
tos sociales que legitiman el orden social dominante.
A esta asimetría de poder para fijar sentidos y modelar los espacios 
sociales, le precede una diferencia constitutiva en la clase de desafíos que 
se deben enfrentar. Mientras el problema de toda memoria oficial es el de 
su credibilidad, su aceptación y organización, tal como lo destaca Pollak 
(2006), la dificultad de las memorias de sectores subalternizados es, en todo 
6 Pollak sostiene que toda organización política vehiculiza su propio pasado e ima-
gen de sí misma mediante la elección de testigos autorizados, de historiadores 
de la organización y de puntos de referencia sensoriales, materiales, visuales, et-
cétera. Asimismo, extiende este trabajo de encuadramiento a aquellas memorias 
clandestinas que se organizan.
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 23 
caso, su posibilidad de difusión en términos propios, de pasar del silen-
cio a la contestación y la reivindicación. Entendemos que los procesos de 
subalternización se expresan en las memorias a través de olvidos, silencios, 
transmisiones interrumpidas, sentimientos de pérdida y/o fragmentación 
y desconexión de recuerdos. Como profundizaremos más adelante, estos 
efectos son el resultado de dos procesos diferentes –en sus tempos y confi-
guraciones de subjetividad– pero yuxtapuestos: los contextos de violencia y 
represión, por un lado, y las imposiciones epistémicas, por el otro.
Por un lado, entonces, la reflexión sobre la relación entre memorias 
subalternizadas y políticas de la memoria fue de la mano de discusiones 
en torno a procesos de violencia que dieron lugar al estudio de las me-
morias silenciadas, al derecho a la memoria y a las memorias vinculadas 
con traumas sociales. Hay en los recuerdos zonas de sombras, silencios u 
olvidos que están atravesadas por una dimensión política y cuyos límites 
se encuentran en un constante dislocamiento entre sí. Particularmente en 
el marco de experiencias traumáticas y dolorosas, de violencias vividas o 
transmitidas, los académicos focalizaron en las condiciones de posibilidad 
de comunicación de memorias de sufrimiento y dolor y sus implicancias. 
Los modos en que estas experiencias de violencia configuran la subjetivi-
dad y son configuradas por acciones de comunidades y particulares llevó a 
examinar este fenómeno a partir de la perspectiva, el lenguaje y las prácti-
cas de los sufrientes, analizando la forma en que negocian y obtienen cierta 
dignidad, reconstruyen sus relaciones cotidianas, sobrellevan las marcas 
del dolor y ponen en juego el intelecto y las emociones en estos recuerdos 
(Ortega, 2008). Mientras algunos exploraron la posibilidad que ofrece la fic-
ción de poner el foco en el silencio de esa experiencia y las contradicciones 
que lo promovieron (Das, 1997, citado en Jimeno, 2007), otros estudiaron 
la capacidad que posee el testimonio del dolor para crear una «comunidad 
emocional que alienta la recuperación del sujeto y se convierte en un vehí-
culo de recomposición cultural y política» (Jimeno, 2007, p. 170). El testimo-
nio de estas experiencias se define así como un medio para reconstituirse 
como sujeto frente a un otro con quien se establecen alianzas y diferencias, 
una forma de posicionarse políticamente (Agamben, 2001), pero también 
como un campo intersubjetivo que al compartir en algún grado el sufri-
miento, habilita la reconstitución de la ciudadanía (Jimeno, 2007). Otros en 
cambio, conceptualizaron al testimonio como el acceso a la tensión entre 
aquello que es posible decir y lo que resulta imposible de narrar (Das, 2008; 
Vich y Zavala, 2004) y subrayaron al silencio o lo inefable como una de las 
respuestas posibles en circunstancias en las que no existe un ámbito de es-
cucha social de las violencias acaecidas. En general, el abordaje de la memo-
ria desde el testimonio explicó esas memorias indecibles o zonas de silen-
cios como modos de apropiación del dolor y estrategia de agenciamiento 
24 | Memorias en lucha
(Ortega, 2008) o bien como recuerdos imposibles de difundir en el espacio 
público, por su carácter vergonzante, prohibido e inaudible (Pollak, 2006). 
Pollak las denominó memorias subterráneas o clandestinas, esto es, memorias 
transmitidas al interior del ámbito familiar o de asociaciones, redes de so-
ciabilidad afectiva y/o política.
En la Argentina, muchas de estas disquisiciones se recuperaron para 
abordar la memoria sobre el terrorismo de Estado vinculada con la última 
dictadura cívico-militar y eclesiástica (1976-1983), evento que en nuestro 
país acaparó casi en forma excluyente la categoría de memoria. Las nume-
rosas e interesantes reflexiones desarrolladas por Da Silva Catela (2000 y 
2014); Feld (2004); Garaño y Pertot (2007); Guglielmucci (2013); Jelin (2002); 
Jelin y Da Silva Catela (2002); Jelin y Kaufman (2006); Oberti y Pittaluga 
(2006); Ramos y Muzzopappa (2012); Vezzetti (2002), entre otros, pusieron 
de manifiesto distintas aristas vinculadas a los procesos de construcción de 
memorias y silencios de experiencias traumáticas. En efecto, las memorias 
dolorosas han dado lugar a una serie de demandas y de discusiones aún 
inacabadas sobre «usos» y «abusos» del pasado (Todorov, 2000) y al derecho 
y deber de la memoria (Lavabre, 2003) como forma de reparación, justicia y 
emancipación social (Oberti y Pittaluga, 2006).
Por otro lado, la relación entre memorias subalternizadas y prácticas polí-
ticas fue enmarcada en procesos más amplios de imposición de hegemonías 
epistémicas. Las memorias encuadradas hegemónicas están atiborradas de 
fórmulas de silenciamiento y borramiento (Troulliot, 1995) que reprimen lo 
impensable no solo como producto de ideologías ético-políticas, sino tam-
bién como producto de una epistemología u ontología, una organización del 
mundo y de sus habitantes que adolece de instrumentos o marcos de pensa-
miento, categorías, métodos, técnicas, entre otros, para formular y dar vida 
a fenómenos sociales contrarios a ella. Así, con sus presencias y ausencias, 
estas memorias hegemónicas son poderosas porque se incorporan como 
sentido de realidad en la vida cotidiana de las personas, en sus relaciones y 
prácticas, y establecen condiciones y fronteras en la posibilidad de decir, ser 
y hacer. Sin embargo, son simultáneamente fluctuantes porque son vulnera-
das por sectores que desafían esos encuadres, haciendo irrumpir en ellas lo 
indecible, inaudible, inadmisible y/o impensable, en términos de Trouillot 
(1995). En efecto, las historias dominantes deben ser continuamente refina-
das, transmitidas e instaladas, pues la interpretación acerca del pasado no 
es unívoca ni fija y en el transcurso de las políticas de la memoria, ciertas 
historias pueden ser resignificadas y reutilizadas para proyectos propios de 
sectores subordinados que desafían órdenes hegemónicos (Brow, 2000).
A continuación, a partir del abordaje de la memoria como práctica po-
lítica, retomamos algunas de estas discusiones para detenernos en ciertas 
particularidades del trabajo de reconstrucción o recuperación de recuerdos 
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 25 
que suelen emprender los grupos subordinados, y en el potencial político 
de estos proyectos cuando son realizados desde lugares subalternizados y 
alterizados de enunciación. Para ello, reponemos en el siguiente apartado 
la discusión en torno a la relación entre memoria y grupo, particularmente 
las relaciones entre recordar juntos y producir compromisos político afec-
tivos vinculantes. Asimismo, en el apartado posterior, retomamos lospro-
cesos yuxtapuestos de producción de silencios, como la violencia, represión 
e imposición epistémica, para dar cuenta del tema que nos convoca como 
gemas: los desafíos y efectos performativos involucrados en los proyectos 
políticos de reconstrucción de lazos sociales y memorias comunes entre 
grupos subordinados y alterizados.
La memoria como compromiso vinculante
Como es de común conocimiento, nociones como memoria colectiva o me-
moria social han sido acuñadas para enmarcar las prácticas de recuerdo 
y olvido en la imprescindible relación entre memoria y pertenencia a un 
grupo. Esta relación puede ser descripta desde tres abordajes diferentes 
que, aun cuando suelen yuxtaponerse en el análisis, responden, cada uno 
de ellos, a premisas diferentes: a) se recuerda en grupo; b) la producción de 
recuerdos comunes crea grupo y c) la restauración de recuerdos oprimidos 
reconstruye grupo.
El punto de partida de esta relación es la premisa que recordamos-olvi-
damos en la medida en que participamos o no de distintos grupos. En sus 
trabajos clásicos, Maurice Halbwachs (1992 [1925] y 2004 [1950]) nos ha lla-
mado la atención acerca de lo imprescindible que es para la conformación 
de nuestras memorias el hecho de formar parte de un grupo, estar en con-
tacto con este, identificarnos con él y confundir nuestro pasado con el suyo. 
Este autor llega a afirmar, incluso, que olvidar un período de nuestra vida 
o de nuestra historia tiene que ver con la circunstancia social de haber per-
dido contacto y vinculación afectiva con quienes nos rodeaban entonces. 
Para Halbwachs uno solo recuerda a condición de situarse en el punto de 
vista de uno o varios grupos y volver a colocarse en una o varias corrientes 
de pensamiento colectivo y, siguiendo con su argumento, en caso de haber-
se efectuado una distancia con algún grupo, solo perduraría el recuerdo si 
todavía experimentamos afectiva y cognitivamente su impulso, es decir, las 
sensaciones e intuiciones sensibles comunes.
Paul Connerton (1993) retoma esta misma idea, pero complejiza la no-
ción de grupo. Al interesarse específicamente en cómo es acordada y sos-
tenida la memoria, se encuentra con la necesidad de entender el término 
grupo en un sentido más amplio y flexible, para incluir tanto las sociedades 
26 | Memorias en lucha
pequeñas cara a cara como a las sociedades territorialmente extensas, don-
de la mayoría de sus miembros no se conocen personalmente, por ejemplo, 
los Estados-nación o las religiones mundiales. Este autor plantea que las 
imágenes del pasado comúnmente buscan legitimar un orden social pre-
sente en el que las memorias suelen divergir entre sus miembros porque 
pueden no compartir experiencias ni supuestos. Connerton (1993), si-
guiendo a Halbwachs, entiende que nuestras experiencias del presente de-
penden ampliamente de nuestro conocimiento del pasado y que nuestras 
imágenes del pasado sirven para legitimar un orden social presente. Sin 
embargo, estas afirmaciones le resultan insuficientes para responder su 
pregunta inicial si no se considera también que el conocimiento recordado 
del pasado es consensuado y sostenido por actos conmemorativos, más o 
menos rituales, pero con un potencial performativo sobre nuestros hábitos 
y formas de pensar.
Con este giro, Connerton introduce un énfasis inverso al argumento de 
Halbwachs, puesto que sostiene que más que recordar en grupo, es a través 
del recuerdo que las personas crean y legitiman determinados grupos, per-
tenencias u órdenes sociales. Este abordaje sobre la relación entre memoria 
y grupo ha sido clave para aquellos estudios antropológicos que se centran 
en distintos procesos de formación de comunidad, grupo o identidad. En 
relación con esto, el análisis de los procesos de memoria desplazó su interés 
hacia la relación entre los usos del pasado y los procesos de construcción de 
identidad, dentro de contextos más amplios de construcción de hegemonía. 
Como ya mencionamos arriba, James Brow (2000) afirmó que todo proceso 
de comunalización, sea el de una nación, una comunidad de afrodescendien-
tes o de indígenas, por ejemplo, se basa en la creencia en un pasado compar-
tido y un origen común. Pero este tipo de memoria debe ser entendida como 
arena de disputas en las que un determinado grupo debate sus sentidos de 
pertenencia y devenir en su proceso permanente de formación «la memoria 
es menos estable que los eventos que recolecta, y el conocimiento de lo que 
pasó en el pasado está siempre sujeto a la retención subjetiva, la amnesia 
inocente y la reinterpretación tendenciosa» (Brow, 2000, p. 3).
El entendimiento de la memoria como estrategia en la construcción y 
legitimación de identidades permitió poner en primer plano su dimen-
sión política como práctica social performativa. Sin embargo, la noción 
de identidad, entendida como la forma alternativa de nombrar al grupo o 
colectivo, comenzó a cuestionarse desde distintas perspectivas.7 Un primer 
desplazamiento es aquel que propone reemplazar el proceso de fijación y 
7 Sin esperar ser exhaustivas en la descripción de estos nuevos desplazamientos, 
mencionamos solo dos de ellos porque los consideramos relevantes para profun-
dizar y precisar nuestros entendimientos de la relación entre memoria y forma-
ción de grupo/identidad. 
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 27 
los a priori de la noción de identidad por la de evento-lugar (Massey, 2005). El 
lugar es, desde estas perspectivas, un encuentro de trayectorias que tienen 
sus propias temporalidades y que traen consigo las narrativas o memorias 
de otros entonces y otros allí. Pero es también un evento puesto que implica 
la negociación de esas historias para entramar los sentidos del aquí y el 
ahora de esa unidad temporaria. Desde este ángulo, no puede presuponer-
se ninguna coherencia, comunidad o identidad preestablecida, porque la 
unidad del lugar nos compromete a la fuerza con otros humanos y no hu-
manos con quienes debemos emprender el desafío de negociar cada vez la 
multiplicidad de recuerdos en un encuentro temporario. Como caminan-
tes producimos nuestras trayectorias (Ingold, 2011), y como trayectorias 
compartimos procesos históricos que tanto diferencian el mundo como 
lo conectan, que tanto crean compromisos vinculantes como desconectan 
otros, que hilvanan relatos para ser luego deshilvanados como otros hilos 
y vueltos a anudar en nuevos encuentros. En este tránsito permanente, la 
memoria adquiere su propia historia, es parte del movimiento del mundo 
y resulta de los eventos en los que distintos agentes negocian encuentros 
y desencuentros. El segundo desplazamiento es el que inauguran los estu-
dios filosóficos y de ciencias políticas centrados en la producción de subje-
tividades. Si bien la noción de identidad se modificó paulatinamente hasta 
el punto de incluir en su constitución las tensiones entre pasado y presente, 
estructura y agencia, sujeción y autonomía, resignificación y oposición a 
los consensos hegemónicos, perdura en ella el implícito inicial de un grupo 
o cultura cuya continuidad a través del tiempo la sustenta. La noción de 
subjetividad desembarca en las mismas orillas pero desde un recorrido di-
ferente, puesto que fue introducida por Foucault (1999) como línea de fuga 
a su modelo previo sobre el poder y la dominación, esto es, como una tercer 
variable relativamente independiente que no podía reducirse mecánica-
mente al saber, ni al poder, ni a la relación entre estas dos dimensiones. 
Esta impronta la recupera Deleuze (1987), quien equipara los procesos de 
subjetivación con los procesos de memoria. Para este autor, ambos proce-
sos organizan las formas en que plegamos las experiencias del afuera como 
nuestra interioridad, es decir, la manera en que esos pliegues que nos con-
forman se afianzan selectiva y parcialmente, puesto que no todas las expe-
riencias que internalizamos son conectadas en todo momento y de igual 
forma en las definiciones de uno mismo8. La metáfora del plegado poneen relieve que toda producción de subjetividad es tanto el resultado de las 
fuerzas externas de sujeción como de la agencia que las articula, suspende, 
conecta y desconecta al plegarlas. Esta metáfora nos permite también pen-
sar la memoria como un entramado complejo de relaciones con el pasado, 
8 Ver Ramos y Sabatella en este libro.
28 | Memorias en lucha
por ejemplo con aquellas experiencias aparentemente olvidadas en los re-
covecos de los pliegues y con el presente, con las experiencias conectadas 
en la superficie de ese mismo pliegue. Asimismo, al referirse a la noción de 
subjetividad como proceso casi indistinguible de las prácticas de recuerdo 
y olvido, reconoce que las orientaciones acerca de cómo plegar las experien-
cias pasadas y presentes son un potencial social para nuevas emergencias 
de sujetos. Por su parte, Rancière (1996) asegura que la subjetividad es polí-
tica porque implica un proceso simultáneo de desidentificación (desapego 
de los lugares establecidos de enunciación y de agencia) y de emergencia de 
nuevas esferas de discurso y de visibilidad. Pensar la memoria como parte 
intrínseca de los procesos de subjetivación es un camino más directo para 
reflexionar sobre las articulaciones políticas entre experiencias heredadas, 
vividas y presentes, devolviendo a la memoria el impulso innovador que 
puede tener para el mismo campo de fuerzas que la constriñe.
La premisa de que a través de la selección, negociación y articulación de 
recuerdos y experiencias comunes se constituyen grupos, comunidades e 
identidades, se entraman trayectorias como un evento-lugar o se estimu-
lan procesos de subjetivación política nos permite ponderar el devenir de 
los grupos como un proceso de emergencia permanente. Ahora bien, aun 
cuando los grupos con los que solemos trabajar están inmersos en estos 
procesos siempre inconclusos de conexión y desconexión de sus compro-
misos vinculantes, también es cierto que sus propias concepciones sobre el 
trabajo de la memoria suelen poner el énfasis en la necesidad de restaurar 
conocimientos del pasado para reestructurar aquellos vínculos que fueron 
violentamente desestructurados. Cuando se trabaja con grupos subalter-
nos, este tercer abordaje se vuelve central porque si bien todo trabajo de 
memoria resulta de la negociación de un encuentro histórico de trayecto-
rias y de un proceso de subjetivación política siempre novedoso –en tanto 
es producto de una coyuntura presente y particular de conflictos y tensio-
nes con el poder–, la impronta puesta en la reestructuración de experien-
cias y conocimientos del pasado es el marco interpretativo y político en el 
que suelen inscribirse las concepciones nativas del recuerdo9.
La memoria como producción de conocimiento
Un proyecto colectivo de reestructuración de las memorias que fueron 
violentadas en su transmisión trabaja con fragmentos, silencios, olvidos, 
9 Dada esta particularidad, y la estrecha distancia entre memoria y producción de 
conocimientos que conllevan los proyectos políticos de reestructuración de los re-
cuerdos reprimidos y los vínculos violentados, consideramos oportuno abordar 
este tercer eje en el próximo apartado.
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 29 
objetos, frases, acciones cotidianas, rituales y conversaciones, entre otros 
materiales, y su fin es el de producir textos sobre el pasado que, sin desco-
nexión con los marcos de interpretación heredados, resulten significativos 
para las luchas del presente. La tarea de reconstruir memorias que fueron 
desestructuradas y desconectadas por situaciones de dominación podría 
ser descripta como una empresa colectiva de entextualización de experien-
cias comunes. Entendemos la entextualización como el proceso por el cual un 
determinado discurso, que empieza a ser reconocido socialmente, se vuelve 
extraíble de sus contextos originales de producción, pudiendo ser nombrado, 
citado, presupuesto, actuado, inscripto en materiales heterogéneos o vuelto 
a narrar. En este proceso se producen textos coherentes y memorizables, con 
su capacidad doble, la de circular como unidades discretas y de ser recontex-
tualizables en distintas situaciones de interacción (Bauman y Briggs, 1990). 
Ahora bien, si entendemos la memoria como entextualizaciones colectivas 
debemos preguntarnos por qué y cómo algunos relatos de experiencias pa-
sadas se vuelven más reconocidos y reutilizables que otros.
Al respecto, y retomando algunas de las ideas mencionadas en el apartado 
anterior, consideramos que cuando las trayectorias de las personas y grupos 
suelen encontrarse con cierta frecuencia, sea de forma forzada o no, producen 
lugares distintivos por la densidad de las interacciones que los conforman y, 
por ende, de los anudamientos entre los trazos o huellas de sus recorridos 
(Ingold, 2011). En estos encuentros, la historia de cada uno deviene ligada 
con la de otros. Para Ingold, estos entretejidos no solo constituyen lugares 
sino que también producen tópicos. Estos tópicos o conocimientos, genera-
dos al negociar los sentidos de un lugar, entraman historias similares como 
memorias entextualizadas. En estos encuentros, algunas entextualizaciones se 
irán produciendo sin proyecto previo, por el simple intercambio frecuente 
de experiencias, y otras serán el resultado de un plan colectivo y político de 
producción de conocimientos comunes sobre el pasado10. Por lo tanto, como 
introducción a la relación entre memoria y generación de conocimiento en 
grupos que fueron históricamente subordinados, retomamos brevemente 
dos instancias centrales –e interrelacionadas– de producción hegemónica de 
silencios, los eventos críticos de violencia y la imposición epistémica.
Por un lado, Veena Das (1995) caracterizó los eventos críticos como 
aquellos acontecimientos que interrumpen el flujo cotidiano de la vida, 
desmembrando los mundos locales. En estas circunstancias, agrega, la 
10 Los grupos con los que trabajamos suelen emprender este tipo de proyectos a par-
tir del reconocimiento de una historia de violencia, subordinación y alterización, 
así como de los efectos desestructurantes que esta tuvo para sus vínculos sociales 
y para la conexión de sus recuerdos, una historia que, como contrapunto de sus 
encuadres hegemónicos, produjo los silencios y olvidos desde los cuales se repro-
ducen cotidianamente esas desvinculaciones y desconexiones.
30 | Memorias en lucha
violencia domina las formas de habitar y ver el mundo, así como cambia el 
curso de las trayectorias de quienes están atrapados en ella. La antropología 
ha abordado la diversidad de estos procesos por los cuales ciertos hechos de 
represión estatal son silenciados o recordados como eventos de violencia. 
Desde estos enfoques, la representación de la violencia involucra narrati-
vas, performances, materialidades y símbolos que infunden a los espacios de 
violencia valores significativos y comunicativos que son creativamente ree-
laborados a través del tiempo (Aijmer y Abbink, 2000; Hinton, 2005; O’Neill 
y Hinton, 2009; Schimidt y Schoröder, 2001; Stewart y Strathern, 2002). En 
estas reelaboraciones, el trabajo de la memoria necesariamente adquiere 
la orientación de un proyecto regenerativo, puesto que para reconstruir lo 
que sucedió en el pasado es necesario, primero, recrear configuraciones 
afectivas y subjetividades que otorguen sentido a las experiencias de do-
lor (Jimeno, 2007)11 y segundo, trabajar a contrapelo de los olvidos represivos 
o avergonzantes (Connerton, 2008) forjados por silencios y borraduras que 
buscaron negar el hecho de un ruptura histórica.
Por otro lado, y en estrecha relación con lo anterior, algunos autores 
plantearon que la producción de silencios sobre el pasado es en primer 
lugar cuestión de una hegemonía epistémica que recrea de manera per-
manente, sus fórmulas, dispositivos y archivos para reprimir lo impen-
sable (De la Cadena, 2008; Trouillot, 1995). Como ya anticipamos arriba, 
para Trouillot, las prácticas colonialesimpusieron sobre los pueblos un 
discurso ontológico, cuyas inclinaciones éticas y políticas predispusieron 
qué podía tenerse en cuenta y qué no (Bourdieu, 2000), de este modo des-
plazaron ciertos eventos y subjetividades al terreno de lo impensable. Con 
la formación de los Estados-nación, estas epistemologías renovaron sus 
hegemonías a través de distintas fórmulas de borramiento y de banaliza-
ción que sostuvieron y recrearon silencios durante los sucesivos procesos 
de producción histórica (Trouillot, 1995). Estos silencios desafían el tra-
bajo de la memoria que emprenden los grupos subordinados, ya que para 
reestructurar sus marcos de interpretación y sus entextualizaciones sobre 
el pasado, se ven obligados a poner en debate lugares de enunciación, de 
11 Algunos trabajos de reconstrucción histórica de los pueblos originarios sostienen 
que las narrativas de sufrimiento fueron iluminadoras para pensar el continuo 
del genocidio (Espinosa Arango, 2007) que experimentaron históricamente en 
nuestro país; y para lograr argumentos sobre la herida abierta desde y por la Con-
quista, justamente porque constituye un punto de inflexión fundamental como 
configurador de sus subjetividades, de las formas colectivas de lucha y agencia 
política y de los reclamos de justicia (Delrio y otros, 2007; Delrio y Ramos, 2011; 
Lenton, 2010; Mapelman y Musante, 2010; Masotta; 2012; Papazián y Nagy, 2010; 
Salamanca, 2010; Trinchero, 2009).
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 31 
visibilidad y de subjetividad, eventos históricos, definiciones de agencia y, 
en general, visiones de mundo.
La reestructuración de memorias en estos contextos de posviolencia o de 
dominación epistémica no implica la actualización de un conocimiento del 
pasado autónomo o intacto, sino un trabajo de restauración de recuerdos 
(Benjamin, 1999) que permita, por un lado, profundizar quiebres con el or-
den mismo de la dominación y por el otro, rearticular vínculos y alianzas 
para esa lucha.
Los trabajos sobre estos procesos específicos de reestructuración iden-
tificaron abordajes, conceptos y metodologías, al mismo tiempo que refi-
naron las definiciones acerca de qué implica el trabajo de la memoria para 
personas y grupos que fueron subordinados y alterizados por los Estados 
coloniales y nacionales.12
En este sentido, Janet Carsten (2007) retoma la noción de evento crítico y 
sus efectos desestructurantes y plantea que en estas circunstancias de cri-
sis, las personas aprenden a relacionarse de nuevas maneras modificando 
y recreando las categorías que orientan sus modos de acción. Los contextos 
de violencia invaden la vida familiar y personal, destruyen vínculos e in-
terrumpen la transmisión de saberes. Sin embargo es durante o después 
de estos eventos críticos que emergen formas particulares de sociabilidad 
–a las que la autora denomina, en sentido amplio, relacionalidades–. La 
emergencia de estas formas en contextos de posviolencia implica también 
la reelaboración de ciertas concepciones de temporalidad, ciertas formas 
de producción de memorias y ciertas disposiciones hacia el pasado, pre-
sente y futuro. Es así que, ante experiencias de pérdida, sostiene que las 
interrelaciones entre memoria y relacionalidad necesariamente involucran 
procesos creativos de refundición del pasado y de regeneración de vínculos. 
Carsten indaga sobre el proceso de absorción y transformación de la expe-
riencia de pérdida e investiga sobre el devenir de esta experiencia en una 
fuente de reconstrucciones creativas de memorias, en y a través de proce-
sos cotidianos de relacionalidad.13
Otros abordajes sobre las experiencias de pérdida y la regeneración 
de redes de transmisión de memorias se centraron en poner en cuestión 
los presupuestos que definen el silencio como ausencia. En esta línea, 
David Berliner trabajó, por un lado, sobre las epistemologías del secreto14 
como marcos para presuponer un pasado desconocido y restaurar las 
transmisiones obturadas (2005); por el otro, sobre la relevancia que tiene 
12 Lo que compartimos en este párrafo son algunos de los aportes que resultaron 
sugerentes para nuestros propios trabajos de investigación.
13 Ver Stella en este libro.
14 Entre las generaciones jóvenes bulongic cuyo pasado preislámico, en apariencia, 
nunca había sido transmitido por sus padres.
32 | Memorias en lucha
para la memoria, la persistencia de una ausencia cuando el recuerdo per-
severa en la no-presencia de ciertos objetos (Berliner, 2007)15. Desde un 
ángulo similar, Leslie Dwyer (2009), en su trabajo sobre la producción de 
memorias en contextos de posviolencia, se refiere a la represión del Es-
tado balinés durante los años 1965-1966 y a partir de ese análisis plantea 
el desafío metodológico y político de hacer etnografía de los silencios, ya 
que entender el silencio como mera ausencia del discurso u olvido de la 
ausencia de memoria, puede ser funcional a los efectos de la violencia 
masiva. Así, Dwyer sostiene que cuando se opera desde tales marcos, las 
investigaciones utilizan diferentes herramientas metodológicas de evo-
cación de recuerdos para excavar en los silencios y recuperar el discurso 
pero dejan de lado la posibilidad de comprender cómo se sienten y cómo 
se piensan las experiencias de terror que, a través de los silencios, inciden 
en la conformación de subjetividad. Por eso, para la autora, los silencios 
son creaciones afectivas, culturales y políticas cuyos sentidos específicos y 
locales remiten a determinados contextos de represión y violencia. Dwyer 
afirma, entonces, que estos silencios buscan dar existencia social a las me-
morias dolorosas y/o reprimidas para eludir el discurso de las narrativas 
dominantes del Estado y las tachaduras de los autores de la violencia. De 
este modo, el silencio, al igual que el discurso, es un modo de expresión 
en sí mismo que puede esbozar espacios de miedo, dolor, secreto o sospe-
cha, que puede ocultar, acusar y reorientar, así como también puede tener 
efectos semióticos específicos porque el silencio no es monocromático así 
como el discurso no es estrictamente monológico. Como Rosalind Shaw 
(2002) nos recuerda, hay diferentes clases de silencio y cada una de ellas 
puede llevar a cabo tareas políticas y culturales específicas. La etnografía 
del silencio, tal como la propone Dwyer, busca comprender estos senti-
dos particulares desde marcos locales de interpretación para mostrar que 
cuando las personas callan, su mudez habla memoria.
En el campo de estudios antropológicos sobre la memoria se ha venido 
trabajando desde hace mucho tiempo con la materialidad no discursiva 
de la memoria, sosteniendo que las experiencias del pasado pueden estar 
inscriptas también en danzas, rituales, objetos, paisajes y cuerpos16. Sin 
embargo, estudios recientes centrados en contextos de posviolencia des-
tacaron, entre estas materialidades, el concepto de ruina, entendida como 
una estructura material que, por haber perdido su función original, tiene 
un potencial semántico inestable o abierto (De Silvey, 2006; Edensor, 2005; 
Gordillo, 2014; Hell y Schonle, 2010; Navaro Yashin, 2012; Stoler, 2013). Por 
un lado, llamaron la atención acerca de cómo los procesos de degradación 
15 Ver Lorenzetti, Petit y Geler en este libro.
16 Ver Baeza en este libro.
En busca de recuerdos ¿perdidos? | 33 
y deterioro se enmarcan en historias de desigualdad y de exclusión social. 
En esta dirección, las ruinas constituyen vestigios materiales de procesos 
históricos de violencia y de expansión capitalista. Por el otro, han puesto en 
relieve las formas en que los sujetos subalternos recuperan y resignifican la 
idea de ruinas –y las historias de deterioro material y social que las produ-
jeron– en sus reconstrucciones de memoria.17
Otros trabajos, en cambio, han puesto el énfasis en pensar las caracte-
rísticas, los efectos políticos y los desafíos que acarrean18 los procesos de re-
construcción de conocimientos sobre el pasado, en sus intentos por revertir

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