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Cahiers des Amériques latines 
92 | 2019
La prohibition des drogues au quotidien
Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en
Colombia
Cannabis médicinal et arrangements pharmacologiques en Colombie
Medicinal cannabis and pharmacological arrangements in Colombia
Andrés Góngora
Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/cal/9982
DOI: 10.4000/cal.9982
ISSN: 2268-4247
Editor
Institut des hautes études de l'Amérique latine
Edición impresa
Fecha de publicación: 30 diciembre 2019
Paginación: 115-133
ISBN: 978-2-37154-138-2
ISSN: 1141-7161
 
Referencia electrónica
Andrés Góngora, « Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en Colombia », Cahiers des
Amériques latines [En línea], 92 | 2019, Publicado el 01 abril 2020, consultado el 07 mayo 2020. URL :
http://journals.openedition.org/cal/9982 ; DOI : https://doi.org/10.4000/cal.9982 
Les Cahiers des Amériques latines sont mis à disposition selon les termes de la licence Creative
Commons Attribution – Pas d’utilisation commerciale – Pas de modification 4.0 International.
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http://journals.openedition.org/cal/9982
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/
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 CAHIERS DES AMÉRIQUES LATINES, NO 92, 2019/3, P. 115-133 115
Andrés Góngora *
Cannabis medicinal y arreglos 
farmacológicos en Colombia1
Aunque en el siglo XIX se desarrollaron varias investigaciones para determinar las propiedades psicofarmacológicas del cáñamo (Cannabis sativa L., Cannabis indica), los estudios 
sobre los usos terapéuticos de esta especie vegetal prácticamente desaparecieron 
con la prohibición de la marihuana en EE. UU., proceso que se desarrolló entre 
1911 y 1927 [Langlitz, 2013]. Tuvo que ser un médico búlgaro radicado en Israel, 
el doctor Raphael Mechoulam, profesor de química orgánica y farmacia en la 
Universidad Hebrea de Jerusalén, quien comenzara los análisis sistemáticos sobre 
el cannabis y lograra aislar sus principales componentes activos. Este científico 
y sus colegas identificaron y probaron la estructura del cannabidiol (CBD) en 
1963 y del tetrahidrocannabinol (THC) en 1964. El descubrimiento produjo 
una serie de desdoblamientos impredecibles, pues al CBD y al THC les siguieron 
los demás componentes activos que conforman el denominado sistema fitocan-
nabinoide [Mechoulam y Hanus, 2000]. Con el descubrimiento de este sistema, 
que proveyó la manera de cuantificar la proporción de los diferentes tipos de 
componentes activos en las distintas variedades de cannabis, se hizo posible un 
arreglo biotecnológico basado en la “selección artificial”, el viejo arte de la domes-
ticación que marca el impacto de la agencia humana en la evolución de otros seres 
vivientes y en su propia deriva como especie [Prochiantz, 2012]. De esta manera, 
se identificó, por ejemplo, que las variedades asiáticas (denominadas por Lamark 
“índicas”) tenían mayor proporción de THC, mientras que las “sativas” europeas 
* Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro.
1. Este artículo desarrolla uno de los temas tratados en mi tesis de doctorado en antropología 
social sobre el movimiento antiprohibicionista en Colombia [Góngora, 2018]. El trabajo etno-
gráfico se llevó a cabo durante los años 2013 y 2017 en las ciudades de Medellín y Bogotá y en 
el Eje Cafetero.
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(luego americanas) clasificadas por Lineo eran más fibrosas y poseían menos 
potencial psicoactivante. Al producir cruces entre las diferentes variedades fue 
posible generar individuos biológicos con propiedades acentuadas, clasificarlos 
y reproducirlos para obtener un stock de cannabinoides contenidos en plantas y 
funcionando como un “todo”.
La morfología y la fisiología del cannabis cambiaron radicalmente cuando los 
usuarios de marihuana de EE. UU. crearon hacia los años setenta las llamadas 
seedless o “sinsemilla” [Cajas, 2004]. Estas plantas se produjeron primero en inver-
naderos y, luego, dentro de casas, a través de una técnica denominada indoor o 
cultivo en interiores. Si a comienzos del siglo XX los cultivadores occidentales de 
cáñamo se concentraron en las variedades más aptas para la producción de fibras 
con usos industriales, en la transición al nuevo milenio la prohibición de la planta 
produjo una proliferación paradójica de prácticas y tecnologías que mejoraron la 
producción reduciendo, entre otras cosas, el espacio físico y el tiempo necesario 
para cosecharla. Esto pudo hacerse a partir de la “clonación” o cultivo de plantas 
exclusivamente femeninas por medio de esquejes vegetativos sometidos a luz 
artificial [Clarke y Merlin, 2013, p. 444]. En una entrevista realizada en 2014, 
Cuchk Blackton, dueño de varios coffee shops en Amsterdam y de uno de los 
mayores bancos de semillas del mundo, explicó que en la década de 1970, cuando 
Nixon declaró la “guerra contra las drogas” y comenzaron a fumigarse los cultivos 
en México, grupos de norteamericanos empezaron a trabajar colaborativamente 
para adaptar variedades de cannabis a las condiciones ambientales de EE. UU. 
[Araujo, 2014]. Estos cultivadores, en su mayoría pertenecientes al movimiento 
hippie y entre quienes se encontraban los padres de Blackton, cruzaron plantas 
provenientes de Afganistán y la India con sativas colombianas y mexicanas, 
creando las primeras variedades híbridas de alta potencia, siendo la pionera la 
Skunk#1.
Durante los años ochenta, algunos de estos productores (junto con cientos 
de semillas y conocimientos técnicos) migraron a Holanda buscando una legis-
lación más flexible que les permitiera producir plantas cada vez más potentes 
que superaran los condicionamientos climáticos y espaciales. En Holanda se 
perfeccionaron las técnicas de “estabilización de variedades” y cultivo indoor, 
marcando una nueva etapa en la existencia biológica y social del cannabis. En 
1992, el banco de semillas Dutch Passion desarrolló las llamadas “semillas femini-
zadas” [Clarke y Merlin, 2013]. Estos gérmenes, almacenables, transportables y 
totalmente feminizados, obvian la necesidad de sembrar y cortar esquejes de la 
“planta madre”. Además, como se trata de variedades reproductivamente estériles, 
producen plantas sin semillas que le impiden al agricultor renovar autónoma-
mente sus cultivos. La generación de este nuevo tipo de semillas les permitió 
a los holandeses desarrollar un producto de fácil circulación con la facultad de 
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escabullirse del “prohibicionismo”2, pues en muchos países las simientes no son 
consideradas drogas. Este tipo de material biológico llegó a Colombia (también 
podríamos decir que “regresó”, pues su estirpe genética proviene de las famosas 
variedades autóctonas Mango Biche, Punto Rojo y Colombian Gold) importado 
de Europa en los años noventa. Con la expansión de la Internet en el siglo XXI, 
el comercio de semillas se ha convertido en un negocio transnacional que genera 
millones de dólares al año [Araujo, 2014]. A la par, el avance de la “ciencia del 
cannabis”, gracias al cambio paulatino en las políticas de “drogas” en Estados 
Unidos, Europa y en varios países suramericanos, trajo de nuevo todo el potencial 
farmacéutico y económico de la planta3.
Todos estos desarrollos originados en diferentes partes del mundo, junto con 
la posibilidad de saber con exactitud la proporción de componentes activos de las 
plantas con propiedades psicoactivas, han facilitado el retorno de la polifarmacia4 
en Colombia [García, 2008], después de haber sido repudiada y perseguida desde 
finales del siglo XIX y después de casi un siglo de legislación prohibicionista. Si 
bien en Colombia la preparación de linimentos, extractos y pomadas permaneció 
durante todo el siglo XXen manos de yerbateros y sabedores tradicionales, la 
proliferación de técnicas de autocultivo y un flujo de información nunca antes 
visto, facilitado por la Internet, hicieron que cada vez más gente tuviera acceso 
a “recetas” para producir derivados del cannabis con fines medicinales. Llamo 
a estos fabricantes de remedios y drogas descendientes de los antiguos yerba-
teros “nuevos Paracelsos”. Pero la aparición de estos agentes, muchos de ellos 
simpatizantes del movimiento antiprohibicionista, no fue suficiente para lograr 
la legalización de los usos médicos de la planta, llevada a cabo a finales de 2015. 
Se necesitó, como ocurrió en otras partes del mundo, de la agencia de pacientes 
(y familiares) cuya vida pudo salvarse, restablecerse o hacerse más soportable, 
gracias al uso de remedios hechos a base de cannabis.
Este artículo explora la relación entre los colectivos cannábicos y antiprohi-
bicionistas y la legalización de la marihuana medicinal en Colombia. Permite 
reflexionar sobre las fronteras fluidas que separan a la marihuana-droga del canna-
bis-remedio y sobre las transformaciones morales y ecológicas que posibilitaron la 
apertura de un mercado “lícito” para una de las plantas prohibidas por las conven-
ciones internacionales sobre estupefacientes. Para hablar de este proceso multisi-
tuado, protagonizado por diversos actores y que fue cambiando aceleradamente 
2. Entiéndase por prohibicionismo el arreglo ideológico que fundamenta la llamada “guerra contra 
las drogas”.
3. Cf. el reportaje “The Change is Necessary”, presentado en la International Drug Policy Reform 
Conference de 2013, en Denver, EE. UU.
4. Práctica relacionada con la antigua forma de preparación de medicamentos, usada hasta el siglo 
XIX. Precedió a la regulación farmacéutica e incluía la fabricación de “remedios complicados, 
extractos y tinturas de plantas” [García, 2008, p. 51].
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durante mi trabajo de campo [Góngora, 2018], presento fragmentos de mi diario 
de campo, elaborado en distintos lugares de Colombia mientras les seguía el rastro 
a varios portavoces del movimiento antiprohibicionista5. Luego, me detengo en 
Medellín para presentar, a través de un caso, la lucha de los pacientes de cannabis 
medicinal y su relación con los nuevos Paracelsos. Finalmente, presento algunas 
consideraciones teóricas sobre la agencia de estos actores en la transformación 
legal, moral y biológica de la marihuana en Colombia.
Diario sobre antiprohibicionismo y cannabis medicinal
Junio de 2014. Me encontré con Mario en el bar El Guanábano, ubicado en el 
parque El Periodista, uno de los sitios de mayor concentración de marihuaneros 
del centro de Medellín. Teníamos muchos amigos en común y todos me habían 
sugerido que lo buscara, pues no podía dejar de entrevistarlo si quería saber lo 
que estaba pasando con el negocio del cannabis medicinal en la ciudad. Mario me 
contó su historia. Había aprendido a cultivar marihuana en el norte de México 
a finales de la década de 1990. Tenía algún conocimiento sobre el tema, pero, 
según me dijo, nunca había visto un verdadero cultivo “industrial” de marihuana. 
Le pagaban muy bien, pues el trabajo consistía en cuidar la plantación, quedán-
dose allí noche y día para vigilar la luz, el exceso o falta de agua, los problemas 
de polinización que pudieran surgir y para emitir alertas en caso de ser detectado 
por la Policía. El trabajo era duro, pues tenía que permanecer en los invernaderos 
durante varios meses. Cuando hizo un capital, Mario regresó al país con la idea 
de establecer su propio cultivo, pero no con fines “ilícitos”, sino medicinales. Vio 
que esto ya era una realidad en Estados Unidos6 y estaba seguro de que la legali-
zación del cannabis medicinal llegaría prontamente a Colombia, de manera que 
se puso a investigar por su cuenta usando la Internet, pues quería saber todo sobre 
los extractos, tónicos, aceites y demás productos relacionados con la floreciente 
industria de la “medicina cannábica”. Con el tiempo consiguió un socio experto 
en química con quien comenzó a realizar sus primeros experimentos. Montaron 
una casa a las afueras de Medellín, en donde tenían el cultivo y un laboratorio, 
pero un día fueron denunciados y la Policía les incautó todas las plantas. Mario y 
su socio no fueron inculpados, pero entendieron que había que hacer las cosas de 
otra manera. Había que trabajar en red, con pequeños cultivos que no sobrepasaran 
el límite legal de veinte plantas y con una estrategia de circulación de la materia 
prima que impidiera la acumulación de los insumos en un solo lugar, de modo que 
al laboratorio nunca llegaron grandes cantidades de hierba y los productos los iban 
5. Sobre este recurso metodológico véase el trabajo de Michael Taussig [2003, p. 191] sobre la 
“limpieza social” en Colombia.
6. Cf. la etnografía de Frederico Policarpo [2013] sobre los dispensarios de cannabis medicinal en 
EE. UU.
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haciendo por encargo, a medida que su marca iba ganando fama. Mario me decía 
que no estaba interesado en que lo vincularan con el movimiento cannábico; según 
él, no era beneficioso salir a la calle “exhibiendo una máscara de marihuanero”. 
Para él, lo más importante era obtener una resolución o permiso del Ministerio de 
Salud para producir medicina. Ya tenía una marca y estaba “abriendo un mercado”: 
había bastantes clientes y estaba comenzando una alianza con uno de los médicos 
que comenzó a recetarles medicina cannábica a pacientes de todo el país, princi-
palmente niños con problemas de epilepsia y adultos con anorexia, artritis, cáncer, 
glaucoma, diabetes, osteoporosis y anemia multiforme.
Mayo de 2015. Arribamos al centro de Pereira en las horas de la tarde. Tomé 
mi cámara y esperé pacientemente la aparición de la nube de humo, pero me 
sorprendí al ver que la marcha estaba encabezada por un grupo de mujeres y 
familiares de niños discapacitados quienes portaban pancartas que decían: 
“Fundación Cultivando Esperanza”, “gracias al cannabis no convulsiono”, “mi 
medicina es 100% natural” y otras frases en defensa de los usos medicinales del 
cáñamo. Las cosas habían cambiado bastante en el último año. Los activistas 
habían logrado convencer a la gente de la Fundación para que participara en la 
marcha, pues tenían una “causa común” por defender. Ciertamente, el hecho de 
que estas madres abrieran la marcha dotaba de un poderoso argumento moral a 
los colectivos cannábicos, pues la Alcaldía no podía oponerse a una manifestación 
encabezada por madres y niños con enfermedades crónicas exigiendo la garantía 
del “derecho a la salud”. No obstante, la forma que tomó la marcha demuestra la 
complejidad sociológica de lo que significa construir esa “causa común”. Si bien 
las madres y los niños encabezaban la manifestación, quienes venían inmediata-
mente atrás no eran activistas antiprohibicionistas, sino policías, cuya función, 
según me informaron, era proteger a “los niños de los marihuaneros”. Los organi-
zadores de la marcha estaban de acuerdo en esta separación física y simbólica, 
pues había sido conversada previamente con las madres de la Fundación, quienes 
no querían ser identificadas directamente con los cannábicos.
Terminada la marcha fuimos a la casa de dos activistas. El lugar era bastante 
espacioso y, al llegar, noté que había un pequeño laboratorio para la extracción de 
resinas. Uno de los anfitriones era un excelente cultivador. Había ganado varios 
premios en las Copas Cannábicas de Medellín y Bogotá y en esa época estaba 
aprendiendo (vía Internet y a través de un grupo de amigos interesados) a fabricar 
tinturas, linimentos, aceites, hachís y toda clase de extracciones de su nutrido 
jardín, el cual era cuidado por su madre en una finca cercana. Estos activistas 
estaban pensando en meterse de lleno al autocultivo y la fabricaciónde medicinas 
a base de cannabis, por eso estaban haciendo contactos comerciales y diseñando 
su propia marca. Esto, al parecer, creó un serio desacuerdo con otros miembros 
del movimiento, quienes opinaban que la “causa” se perdía, pues todo se estaba 
convirtiendo en negocio.
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Mayo de 2015. El colectivo de abogados bogotanos y un grupo de jóvenes 
juristas de la Universidad del Rosario emitieron en su canal de YouTube una serie 
de videos cortos relacionados con la preparación del Carnaval Cannábico del año 
2015. En uno de ellos, titulado “Se hundió el proyecto de cannabis medicinal”, 
se editó parte del encuentro que varios representantes del movimiento tuvieron 
con uno de los asesores del senador Juan Manuel Galán en el Congreso de la 
República. Fui invitado a esa reunión en calidad de investigador y como parte del 
movimiento. La cita fue meramente protocolaria. El senador quería darle legiti-
midad al nuevo proyecto de ley sobre cannabis medicinal que pensaba presentar, 
mostrando que su equipo legislativo había hecho un trabajo “participativo” al 
hablar con diversos actores sociales involucrados con la defensa de la marihuana. 
En el video se puede apreciar cómo el asistente de Galán insistió en que habíamos 
sido llamados para ser escuchados, pero que el senador “no estaba interesado en 
el consumo recreativo” ni en respaldar a los movimientos sociales que defen-
dían dicha causa. Lo que no sabíamos era que, mientras nos reuníamos, se estaba 
desarrollando en la Plaza de Bolívar una manifestación a favor de la legalización 
del cannabis medicinal convocada por un grupo de madres, algunas de las cuales 
habían salido a marchar por primera vez en la ciudad de Pereira. Al parecer, un 
grupo de políticos interesados en la legalización del cannabis medicinal facilitó 
la circulación de pacientes con enfermedades y de sus acompañantes desde 
diferentes regiones del país. Si bien no se trató de una gran movilización, la 
presencia de estas personas fue bastante significativa. Los medios de comuni-
cación, que eventualmente cubren las marchas cannábicas, acudieron a registrar 
la noticia, haciendo hincapié en el sufrimiento de los niños y en la necesidad de 
cambiar las “leyes injustas” que les impiden conseguir sus medicinas. Los testi-
monios de las madres fueron citados en el nuevo proyecto de ley, constituyéndose 
así, junto con innumerables citas de evidencia biomédica, en prueba y justifica-
ción de la legalización de la marihuana medicinal en Colombia.
Diciembre de 2015. El Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia 
emitió el Decreto 2467 que legalizó y sentó las bases para la producción de 
medicamentos basados en la planta de cannabis. Con esto, el Ministerio se 
anticipó al proyecto de ley preparado por el senador Galán que aún no había 
sido discutido en el Congreso. El decreto busca: “reglamentar el cultivo de 
plantas de cannabis, la autorización de la posesión de semillas para siembra de 
cannabis, el control de las áreas de cultivo, así como los procesos producción y 
fabricación, exportación, importación y uso de sus derivados destinados a fines 
estrictamente médicos y científicos” [MSPS, 2015, p. 2]. En el documento queda 
claramente trazado el límite entre la marihuana que puede y no puede ser legali-
zada, quedando codificada desde el punto de vista del Estado la diferencia entre 
la marihuana “psicoactiva” (aquella de la cual pueden extraerse “estupefacientes 
o psicotrópicos” por contener más del 1% de THC) y aquella que “sí tiene” usos 
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medicinales (identificable por tener menos del 1% de dicho componente activo). 
De igual manera, se determina que no es legal hacer medicinas por medio del 
“autocultivo”. Finalmente, el decreto establece una serie de trámites y requi-
sitos que deberá cumplir quien pretenda obtener una licencia, siendo los más 
relevantes: 1) una cartografía descriptiva del área de cultivo; 2) certificados catas-
trales de los inmuebles que conformen el área de cultivo; 3) un plan de cultivo; 
4) acreditar por medio de aval institucional que la cosecha se destinará para fines 
médicos y científicos; 5) inscribirse en el Fondo Nacional de Estupefacientes; 6) 
no usar plantas provenientes de autocultivo ni de plantaciones preexistentes, y 7) 
no haber estado vinculado a ningún proceso penal por tráfico de estupefacientes.
Mayo de 2016. La página oficial del Senado de la República publicó el 
siguiente titular: “En decisión histórica Congreso aprobó ley del Senador Juan 
Manuel Galán que regula el uso de cannabis medicinal”. Durante el debate, el 
senador señaló que Colombia es, después de Chile, Uruguay y Puerto Rico, el 
cuarto país de América Latina con legislación sobre cannabis para fines terapéu-
ticos y paliativos. También aseguró que la aprobación en último debate de la ley 
que regula el cannabis con fines medicinales “marca un hito en el establecimiento 
de una política de salud pública y afianza el camino para iniciar un cambio en la 
política prohibicionista”7.
Julio de 2016. Luego de varias críticas al Gobierno nacional por el otorga-
miento de la primera licencia para la fabricación de productos a base de 
marihuana a una multinacional canadiense [Botero Fernández, 2016], los medios 
de comunicación registraron la noticia del lanzamiento de la primera coopera-
tiva de pequeños cultivadores y productores de cannabis8. La cooperativa fue 
iniciativa de un grupo de cincuenta y dos pequeños cultivadores de cannabis de 
los municipios de Corinto, Caloto, Miranda, Toribío y Jambaló. Estos territo-
rios han sido históricamente productores de coca y marihuana y epicentro del 
conflicto armado en Colombia. Aunque los líderes de la cooperativa defendían 
la idea de “legalizar sus cultivos”, los funcionarios de la Oficina de las Naciones 
Unidas contra la Droga y el Delito que asistieron al evento les explicaron que 
era necesario “erradicarlos” y sembrar nuevas plantas “con semillas certificadas”. 
Al lanzamiento asistieron los ministros de salud, justicia, agricultura, el presi-
dente del Senado y el rector de la Universidad Nacional de Colombia. Según el 
alcalde de Corinto, el proyecto generará “un gran desarrollo económico y social 
para el norte de Cauca, región que produce el 50% de la marihuana ilícita” que 
7. Tomado de: http://www.senado.gov.co/historia/item/24607-en-decision-historica-congre-
so-aprobo-ley-del-senador-juan-manuel-galan-que-regula-el-uso-de-cannabis-medicinal 
[consultado el 15 de septiembre de 2016].
8. “La marihuana que dejará de ser ilegal en el norte de Cauca”, Semana [en línea], 7 de junio 
de 2016 [consultado el 7 de junio de 2016]. Disponible en: http://www.semana.com/nacion/
articulo/cultivos-de-marihuana-en-cauca-pasan-a-la-legalidad/480796.
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circula en Colombia. El mandatario también dijo que con este tipo de inicia-
tivas se “impactan positivamente los índices de violencia” y se propicia “el nuevo 
escenario de posconflicto, aportando a la paz y a la investigación científica”9.
Una madre, una niña y un jardinero
Mayo de 2017. Durante mi última visita de campo en Medellín fui a ver 
a Inés. Ella vivía en el barrio Antioquia, epicentro del mercado de drogas en 
dicha ciudad. Todo el barrio respetaba a esta mujer, pues, además de tener una 
fundación para pacientes de cannabis medicinal, ayudaba a quien lo necesi-
tara a realizar trámites ante el sistema de salud. La casa de Inés era también la 
sede de Fundaluva y Cannavida, organizaciones sin ánimo de lucro dedicadas a 
promover la medicina cannábica y a buscar el “restablecimiento de derechos” de 
niños y jóvenes que, como su hija, habían mejorado radicalmente su estado de 
salud gracias a medicamentos elaborados a base de marihuana. Charlamos en el 
consultorio donde Inés y Juan (un talentosocultivador y fabricante de remedios) 
atendían a las personas que llegaban en busca de orientación. Inés me contó que 
su hija, Luna, había pasado una buena parte de su primera infancia en unidades de 
cuidados intensivos. Durante doce años y medio, la niña padeció hasta quinientas 
convulsiones diarias. En ese tiempo, cada vez que Inés iba con su hija al médico 
le decían que se la llevara de vuelta para la casa, que “no había nada más que 
hacer”. Luego de probar muchos tratamientos, se dieron cuenta de que la niña 
“no era candidata a un neuroestimulador”, pues padecía epilepsia refractaria y era 
resistente a los medicamentos que le formulaban. Aunque los médicos buscaron 
la causa de las convulsiones, nunca dieron con ella. Solo sabían que se trataba de 
una epilepsia “multirresistente” y que la única alternativa para mitigar su sufri-
miento era ponerle un respirador cuando estuviera convulsionando. Un día, una 
amiga llamó a Inés y le dijo que le tenía una opción. Esa amiga llevaba un tiempo 
trabajando con activistas, médicos y cultivadores que estaban probando remedios 
a base de cannabis. La amiga le contó a una médica el caso y notó que se acordaba 
de Luna porque la había tratado de pequeña. Entonces, la amiga y la médica le 
propusieron a Inés que le dieran marihuana a la niña. “Y el milagro sucedió: una 
vez usó la planta se generó una conexión… Es como si hubiera despertado un día 
diciendo: ‘¡hola, aquí estoy, hago parte del mundo!’”. En el momento en que visité 
a Inés, hacía veintiséis meses que a Luna le formulaban marihuana.
Al principio, Inés estaba asustada porque pensaba que Luna tenía que fumar 
hierba. Inés tenía mucha prevención con la planta y con los consumidores que 
veía pasar por su ventana cotidianamente. Pero tomó la decisión. Comenzó 
administrándole a la niña un “aceitico”. La doctora le explicó el procedimiento, 
9. Ibid.
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diciéndole: “vamos a dosificar. Lo que va a pasar con la marihuana es que va a 
llegar al sistema nervioso y va a hacer que se inhiba un poco el proceso neuronal, 
que es como una especie de corto que la hace convulsionar”. También le dijo que 
el remedio tenía “cannabinoides”, pero Inés no entendía “nada de eso”, aunque le 
generaba mucha curiosidad porque ella quería saber qué le estaba dando a su hija. 
Inés comenzó suministrándole “una gotica” por la noche. Al segundo día, repitió 
la dosis. Al tercero, Luna “se puso fría” porque “se le bajó la tensión”. Inés llamó 
a la doctora y ella le dijo que no se preocupara, que le diera algo caliente y que 
la arropara muy bien porque “la reacción era normal”. Y así siguió por ocho días 
más, durante los cuales Inés pensó seriamente en suspender el tratamiento. Al 
noveno día, Luna dejó de convulsionar.
En mayo de 2015, Inés se enteró de que había una marcha a favor de la 
marihuana. Ella no sabía nada al respecto ni mucho menos conocía a los activistas 
que organizaban el evento. Sin embargo, se animó a participar. Compró una 
cartulina y escribió la siguiente consigna: “Gracias al cannabis medicinal hoy 
soy muy feliz y las convulsiones desaparecieron, Luna Valentina”. Quería que la 
gente supiera lo que había pasado con Luna. En la marcha Inés fue entrevistada 
y fotografiada por varios medios de comunicación, incluyendo prensa, televisión, 
blogs y páginas de Facebook de colectivos antiprohibicionistas. La imagen de una 
niña metida en la manifestación se hizo muy popular y llamó la atención de los 
activistas del movimiento cannábico porque Inés y Luna permitían hacer visible 
otra cara del cannabis. Así conoció a Juan, el joven cultivador que la instruyó en 
la “ciencia del cannabis” y se convirtió en su aliado y en el mayor proveedor de 
remedios para la Fundación.
Para Inés, está claro que la “lucha” por el cannabis medicinal es protagonizada 
por madres que se conectan de un modo especial con la planta, que también es 
“hembra”, y que coinciden en la necesidad de “cultivar para cuidar”. La clave es 
“enseñar a sembrar” haciendo que las personas sientan “amor por las plantas”, 
dejar que las semillas circulen y, ante todo, difundir el conocimiento para ir 
“componiendo el jardín” y usando los saberes farmacéuticos que se van apren-
diendo en la vida.
Mayo de 2017. En la zona rural del área metropolitana de Medellín está el 
jardín de Juan, uno de los nuevos Paracelsos. El cultivo tiene varios invernaderos 
separados para no exceder el número de plantas autorizadas por la ley, localizados 
en fincas contiguas, y un laboratorio con cuarto estéril y área de secado ubicado 
en su casa, en el cual realiza la extracción de resinas y elabora tónicos, reduc-
ciones, aceites, linimentos, ungüentos y pomadas a base de cannabis. Juan afirma 
que la jardinería le ayudó mucho a superar un momento muy triste de su vida. 
Por eso dice amar tanto su trabajo. Él nunca antes se había fijado en las plantas, 
pero ahora analiza las hojas, el crecimiento, el cambio de etapa. Y es que, según 
Juan, las plantas le “dicen lo que necesitan, cómo están, en qué momento van a 
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perder las hojas, por qué las pierden y si estos cambios son buenos o malos”. Juan 
se especializó en el tema de la nutrición y del cultivo profesional. Con el tiempo, 
consiguió uno de sus principales objetivos: lograr “cultivos estandarizados”. Cerca 
de su casa tiene, por ejemplo, un cultivo con una lámpara prendida permanente-
mente y otras plantas en etapa de floración separadas por cortinas oscuras. Juan 
me explicó que la exposición a la luz, el crecimiento y la floración son etapas 
diferentes y que es necesario un “fotoperiodo de dieciocho horas de luz y de 
sombra para que las plantas crezcan bien”. Esto es necesario sobre todo en el caso 
de las semillas importadas, porque muchas de ellas vienen de países con estaciones 
y sus genéticas están programadas para muchas más horas de sol y de oscuridad. 
Esto es parte de la magia del cultivo en invernadero; trabajar con semillas de otros 
climas y lugares significa también “adecuar el ambiente y construirlo”.
Juan pudo consolidar una pequeña empresa, pero reitera que su objetivo 
siempre ha sido tener el “cultivo social” más sofisticado de Colombia, uno en 
el cual “los cultivadores sean los pacientes”. Sin embargo, en ese proyecto Juan 
ha encontrado oposición, pues, según él, hay “empresas” y “procesos grandes” 
que no están de acuerdo con su trabajo y piensan que “están perdiendo parte 
de su negocio”. Juan no lo cree así; él sabe que, por el contrario, todo lo que está 
haciendo con Inés y con las otras madres es fundamental para “reducir el estigma” 
y “abrirle camino al cannabis medicinal”.
El amor por la marihuana es resumido por Juan con la palabra “sensación”. 
Dice tener una “sensación” cuando siembra, cuando cría, cuando huele y cuando 
toca las plantas. Esto le permite saber, por ejemplo, si una de sus matas “tiene 
más o menos limoneno” o si “se le siente el miceno” y, de acuerdo con eso, va 
generando clasificaciones para ordenar su farmacopea. Juan dice poder detectar si 
una planta de cannabis tiene más THC o más CBD debido a la predominancia de 
ciertos compuestos orgánicos reconocibles a través del olfato y del tacto. Usando 
este método, basado en la exploración sensorial y en la revisión sistemática de 
una extensa literatura técnica, Juan comenzó a cruzar diferentes variedades de 
cannabis (tanto sativa como índica), a clasificarlas y a probar sus efectos con las 
redes de pacientes. La sistematización de este conocimiento le permitió construir 
una serie de sistemas de clasificación que correlacionan tipos de cruces, valores 
de cannabinoides (cuya lectura realiza con la colaboración de amigos químicos 
y botánicos) y enfermedades específicas. Juan asegura que cuando se tiene el 
conocimiento necesario sobre el porcentaje de terpenos y de cannabinoides es 
factibledeterminar el tipo de enfermedad que puede ser tratada. Esto, porque 
el terpeno “potencia el TCH y el CBD”. Según Juan, una de las premisas más 
valiosas de la medicina cannábica es no aislar los componentes activos de la planta 
para mantener la “sinergia”. “Es cuestión de calibrar, y no de separar”, pues es 
importante que la planta “tenga todos los cannabinoides”, incluido el TCH, “para 
que atienda los diagnóstico de manera adecuada”. Además, “la medicina no está 
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necesariamente en una determinada planta”, para que ésta se haga presente hay 
que saber identificarla y criarla.
Las semillas con las que Juan trabaja desde hace un par de años son genéticas 
desarrolladas en “clínicas” del estado de Colorado, EE. UU. Juan tiene, por 
ejemplo, semillas y planas que solamente se pueden vender a médicos o a personas 
especialistas, porque hay que “cuidar las variedades” ya estudiadas y “sería una 
irresponsabilidad dejarlas con alguien que termine cruzándolas”. De esto se trata 
el mantenimiento de la genética: las plantas “exclusivas” no se pueden “clonar” 
ni someter a procesos de selección artificial, son “variedades selectas”. Cuando a 
Juan le entregan una planta de este tipo bajo su custodia no la puede “polinizar” o 
reproducir sin autorización expresa del banco o del laboratorio al que “pertenece”. 
Juan cuida las plantas y ellos su inversión. Cuando le dan la autorización, lo más 
común es que le envíen semillas para que él las “polinice” y luego sean “estudiadas” 
adecuadamente. Los bancos de semillas, que se han enriquecido al margen de la 
prohibición, son dueños de este patrimonio biológico: desarrollan patentes para 
cuidar su “propiedad intelectual” y se encargan de mantener en secreto las semillas 
y plantas que estudian, en ocasiones durante más de cinco años. Luego, lanzan 
sus creaciones al mercado con una estrategia ágil de mercadeo, pues saben que 
en poco tiempo el material será replicado por competidores piratas. El vínculo 
con los bancos de semillas le ha permitido a Juan mostrarles a los empresarios 
del cannabis medicinal que es posible realizar un “trabajo social”, algo que ellos 
nunca se imaginaron hasta que conocieron a Luna y a Inés.
Juan cree que el principal riesgo de la legalización será la dificultad de acceso a 
la medicina por parte de las familias precarias. Para él, la única forma de combatir 
ese “monstruo” es seguir produciendo “medicina para la gente”; una medicina 
hecha por los pacientes para ellos mismos y para otras personas que la necesiten. 
Por eso no le interesan las licencias ni “legalizar” su empresa, prefiere seguir traba-
jando con gente que tenga un interés genuino en la planta y que quiera ayudar 
a producir remedios “especiales” para personas “especiales”. Juan asegura que los 
niños de la Fundación son felices en su jardín: “conocen las plantas de donde 
salen sus remedios, las tocan, las manipulan, las cortan, las consienten” y, de paso, 
aprenden “sobre el significado del cuidado y de la vida”.
Consideraciones finales
Uno de los principales aportes de la obra de Sidney Mintz [1986; 2003] fue 
mostrar la manera en que la gente en Occidente aprendió a tolerar la Revolución 
Industrial enganchándose a “drogas blandas” como el azúcar, el té, el café, el 
chocolate y el tabaco, todas producidas en tierras tropicales. Mintz [2003, p. 41] 
nos invitó a observar la manera en que los cambios en las relaciones entre produc-
tores y consumidores, inscritos en el rastro dejado por las mercancías en su curso 
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por el tiempo y el espacio, dan cuenta de transformaciones relativas a la definición 
del trabajo, el concepto de self y la naturaleza de las cosas. Mi punto, siguiendo a 
Mintz [1986], es que la manera en que estas fronteras se van redefiniendo (lo que 
termina por lo general en la apertura de un nuevo mercado) no debe reducirse a 
un problema económico [Zelizer, 1992]; es también una cuestión moral, técnica y 
ecológica. He mostrado cómo la marihuana cambió de forma y fisiología merced 
a la implementación de técnicas de cultivo que aceleraron su ritmo reproductivo, 
aumentaron su potencia farmacológica y redujeron el espacio necesario para su 
reproducción. Tal como sucedió con el azúcar, los seres humanos que hoy usan 
marihuana se han transformado de la mano de la planta que consumen. Unos han 
adquirido mayor resistencia a los efectos psicoactivos del cannabis, mientras que 
otros han conseguido “conectarse con el mundo”, todo gracias a un proceso global 
de movilidad analógica y digital que incluye la circulación de semillas, jardineros, 
conocimientos etnobotánicos y tecnologías de cultivo.
En este universo amalgamado y descentralizado de seres del derecho, con la 
técnica, la ciencia y la reproducción [Latour, 2012] con que lidian los heterogé-
neos activistas cannábicos y antiprohibicionitas, cada cual ha hecho lo suyo. Las 
leyes prohibicionistas, al impedir el cultivo, la circulación y el comercio de un ser 
viviente domesticado (con la capacidad de adaptarse a las más variadas geogra-
fías, pero con la exigencia de tomar largos baños de sol), facilitaron el desarrollo 
de tecnologías adaptadas a las circunstancias legales. Por su parte, los cultiva-
dores norteamericanos y holandeses consiguieron producir cosechas abundantes 
durante todo el año en jardines ocultos, remplazando la luz y el calor del sol 
por dispositivos eléctricos; los nutrientes del suelo, por soluciones; la tierra, por 
“lana de roca”10, y la reproducción sexual, por la asexual. Estos cultivadores produ-
jeron un medio, controlando, como en un laboratorio, los factores “externos” 
que impiden el desarrollo de las plantas de invernadero [Escohotado, 1997]. 
Es posible plantear que estos invernaderos, pero sobre todo los cultivos indoor, 
son tecnologías para mitigar el impacto de las fuerzas de la “naturaleza” y de la 
“política”. Adicionalmente, la expansión del comercio a través de la red mundial 
de computadores facilitó el intercambio de semillas, conocimientos botánicos, 
farmacológicos e ideologías políticas entre nuevos Paracelsos, cultivadores y 
activistas de todas partes del mundo, favoreciendo la producción y el comercio de 
remedios y “drogas” cada vez más potentes.
Por otra parte, la investigación científica sobre los aspectos curativos del 
cannabis y su paulatina difusión allanaron el camino para la emergencia de 
nuevos agentes, haciendo que familiares y pacientes con enfermedades crónicas 
y degenerativas susceptibles de ser tratados con marihuana medicinal se sumaran 
10. En inglés, rockwool: fibra de basaltos volcánicos o roca fundida empleada en cultivos hidropóni-
cos [Escohotado, 1997].
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a la “causa”11. Estos familiares (generalmente “madres”) y pacientes (en parti-
cular niños y niñas) se han convertido en abanderados de la “legalización” de 
la marihuana. Su militancia, llamada por algunos autores “biosociabilidad” 
[Rabinow, 1999], es análoga a la causa de los movimientos sociales que han 
reivindicado, desde finales del siglo XX, el derecho a la salud y el acceso a medica-
mentos [Biehl y Petryna, 2011]. Su lucha es una mezcla de emoción y política, 
purificada por el acto “performático” de separarse del humo producido por la 
marihuana-droga en las manifestaciones públicas. Los niños y niñas con dificul-
tades de locomoción y otro tipo de discapacidades abren las marchas, consti-
tuyendo aquello que Figueiredo, Policarpo y Veríssimo [2016, p. 6] denominan 
(usando una feliz metáfora carnavalesca) la comissão de frente. Es un colectivo de 
actores que moviliza el valor de la “compasión” (y también del amor) a favor de 
la causa cannábica. Como señalan Vianna y Farias [2011, p. 83] para el caso de 
las madresde desaparecidos y víctimas de violencia en Río de Janeiro, la condi-
ción de “madre” (aunque este argumento también es válido para el caso de los 
pacientes, dada la inconmensurabilidad del valor de la vida de los infantes) es 
accionada como “elemento de autoridad moral en actos políticos” para traducir el 
sufrimiento en derechos. En el caso colombiano, la comissão de frente también fue 
accionada por los políticos que defendieron la legalización del cannabis medicinal 
y que necesitaban demostrar la moralidad de una ley destinada a transformar 
la farmacopea para abrirle a la planta y sus derivados un espacio en el mercado 
“lícito” de medicamentos.
Los cambios necesarios para “liberar” los aspectos curativos del pharmakon 
forman parte de un horizonte de posibilidades antiprohibicionista, según el cual 
el consumo de drogas debe entenderse como un problema de gobierno relacio-
nado con el campo de la “salud”, siendo la legalización de la marihuana medicinal 
el primer paso para salir de la prohibición. Esta idea está basada primordialmente 
en la experiencia de los dispensarios de cannabis en EE. UU., en donde el límite 
difuso entre consumidores y pacientes estableció una legalización de facto que 
antecedió a la legalización de la marihuana “recreativa”. Pero en Colombia las 
condiciones históricas, políticas y ecológicas de los llamados “cultivos ilícitos” 
plantean otro tipo de desafíos. En primer lugar, las zonas en que tradicionalmente 
se ha cultivado la hierba han sido, y continúan siendo, epicentro del conflicto 
armado. Tomemos el ejemplo del norte del Cauca, principal región productora 
de cáñamo. Allí, buena parte de los cultivos están dentro de resguardos indígenas. 
Esto facilita las cosas en la medida en que las autoridades nativas que están de 
acuerdo con sembrar marihuana pueden argumentar que cultivan una “planta 
11. El término “causa” está estrechamente vinculado con la idea de “lucha”, tal como fue analizada 
por Comerford [1999]. Dependiendo del ámbito de interacción y del lugar de enunciación 
puede significar “sufrimiento”, un relato “épico” o una serie de reivindicaciones que solo se 
resuelven en la interlocución con el Estado y la “gran política”.
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sagrada” con fines medicinales y legitimar alianzas con socios capitalistas. Sin 
embargo, hay una fuerte oposición al consumo de “drogas” en el interior de las 
comunidades, pues además de ir en contra de sus valores, los indígenas han sido 
víctimas de incursiones guerrilleras y paramilitares, de conflictos entre narco-
traficantes y de violencia estatal relacionada con el control del pharmakon. En 
2016, tras el acuerdo de paz entre las Farc-EP y el Gobierno, sobrevino un clima 
de tranquilidad que no duró mucho tiempo, pues paramilitares y disidencias, 
convertidas ahora en “bandas criminales”, intentan recuperar el control territorial 
en los lugares en los cuales la guerrilla ejercía “soberanía” y mantenía su propia 
regulación sobre los cultivos de coca y marihuana. El Estado, a pesar de la perfor-
mance realizada con la inauguración de la cooperativa de indígenas y campesinos 
cultivadores de cannabis, sigue empeñado en “luchar contra las drogas” y prioriza 
recursos para la “erradicación” y “sustitución” de cultivos “ilícitos”, tal como quedó 
redactado en el acuerdo final con las Farc-EP. Además, los cultivadores indígenas 
no representan la posición oficial del Consejo Regional Indígena del Cauca 
(Cric), y buena parte de las comunidades se oponen —por lo menos pública-
mente— a la manutención de cultivos “ilícitos” dentro de sus territorios por ser 
estos el “combustible” de la guerra y la violencia. A lo anterior hay que agregar 
otro elemento importante. Los cultivos de marihuana existentes actualmente en 
la zona son despreciados por los médicos que recetan cannabis medicinal. Por 
ejemplo, una de esas doctoras se opone radicalmente a la fabricación de medica-
mentos con plantas provenientes de la región, pues alega que los suelos están 
contaminados por la cantidad de venenos tóxicos con que han fumigado las 
plantaciones de coca y marihuana desde la implementación del Plan Colombia 
en 1999. Con un argumento diferente, pero con los mismos efectos, la resolución 
del Ministerio de Salud que legalizó el cannabis medicinal prohíbe usar planta-
ciones preexistentes (condenadas a la pena de la “erradicación”) y obliga a sembrar 
nuevas plantas con “semillas certificadas” (provenientes de bancos de semillas 
extranjeros), separando así, en el plano simbólico y material, la marihuana-droga 
del cannabis-remedio. Por último, hay que decir que los cultivos tradicionales del 
Cauca (de reproducción sexual aleatoria y dependientes de los cambios climá-
ticos y la selección natural) y su variedad autóctona, la marihuana “corinto”, están 
desapareciendo porque no tienen recepción en un mercado de consumidores cada 
vez más ávidos y acostumbrados a “viajes” potentes proporcionados por las varie-
dades híbridas.
El estudio de las fronteras internas del activismo cannábico invita a reflexionar 
sobre los límites borrosos que separan “remedios” de “venenos”, “libre conciencia” 
de “libre mercado” e “ilegalidad” de “legalidad”. De hecho, algunos activistas 
estuvieron cerca de ser expulsados del movimiento social por haber estado 
involucrados en el “narcotráfico”, lo que es toda una paradoja, pues estos grupos 
defienden la lucha antiprohibicionista y la descriminalización de los usuarios y 
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pequeños comerciantes de drogas. De igual manera, otros activistas son cuestio-
nados por su intromisión en el mundo de la producción de extractos y derivados 
de la marihuana con fines lucrativos. Constituir una marca, por ejemplo, puede 
ser una acción censurada, pues representa un tipo de contaminación moral repro-
chada por los activistas. No obstante, muchos parecen estar de acuerdo en que la 
liberación de la planta viene a través del libre mercado y que el activismo debe 
explorar creativamente esta realidad sin tratar de obviarla. Cabe recordar que los 
avances en medicina cannábica se deben en gran parte a los intercambios transna-
cionales que se realizaron a pesar de lo estipulado en los acuerdos internacionales 
sobre el control del pharmakon. El Estado, a través de decretos y leyes, intenta 
separar la marihuana que “cura” de aquella que induce “viajes” por medio de un 
criterio bioquímico y cuantitativo. Por esa razón, varios activistas se muestran en 
desacuerdo con la legalización del cannabis medicinal, pues según ellos la nueva 
ley desembocará inevitablemente en la persecución de los pequeños fabricantes de 
remedios por parte de las autoridades sanitarias, con el consecuente detrimento 
de la salud de los pacientes de bajos ingresos. De hecho, los nuevos Paracelsos 
están siendo llamados por las autoridades sanitarias “culebreros” y “charlatanes”, 
y sus productos son calificados como parte de un “mercado informal” en donde 
no circulan medicinas genuinas, al no estar estandarizadas ni científicamente 
probadas. De esta forma, se actualiza la prohibición de la polifarmacia, en un 
afán desesperado del Estado por entregarle el monopolio del pharmakon a la 
medicina, la ciencia y la industria de medicamentos. No obstante, y debido a los 
altos umbrales impuestos para la obtención de licencias, todo parece indicar que 
buena parte de los nuevos Paracelsos seguirán produciendo sus remedios con 
las mismas técnicas desarrolladas de forma “ilícita” durante la prohibición. Para 
algunos de mis interlocutores, la producción de “remedios” y “drogas” a escala 
reducida (generando circuitos de comercio y fundaciones de pacientes y jardi-
neros) es un fenómeno que no necesita estar legalizado. De esta manera, se podría 
luchar contra la industria farmacéutica de la misma forma en que se combate el 
narcotráfico, evitando que seconviertan en los únicos intermediarios entre “la 
gente” y las “drogas”.
Los nuevos Paracelsos contribuyen con su trabajo etnobotánico a cultivar una 
imagen de mundo basada en la sinergia y la totalidad. Estos agentes defienden 
la denominada teoría del “efecto séquito”, muy popular en redes cannábicas y 
apoyada por los médicos que recetan cannabis, para quienes proporcionar 
extractos de la planta con bajo o nulo contenido de THC es restarle propiedades 
medicinales, dado que el sistema cannabinoide trabaja en equipo y actúa como 
un “todo”. Esta visión de mundo que se opone a la disección, síntesis y comer-
cialización de los componentes activos de la marihuana por separado o, en otras 
palabras, al “mecanicismo farmacológico”, puede ser asociada con la tradición 
científica de orientación romántica que favorece la totalidad en detrimento de la 
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fragmentación [Canguilhem, 1968; Gusdorf, 1982; Duarte, 2012], que denomino 
“romanticismo farmacológico”. A pesar de tener un alto grado de control sobre 
el medio, las prácticas de laboratorio de los nuevos Paracelsos tienen mucho del 
viejo arte herbolario, pues, aunque forman parte de un negocio en el cual el fruto 
de su trabajo puede ser objetivado en porcentajes y categorías bioquímicas, ellos 
siguen siendo criadores de plantas medicinales y sus preparaciones no pueden 
“estandarizarse”, pero sí “calibrarse”. Para esto, los nuevos Paracelsos acuden a 
la observación directa, la sistematización y la experimentación. Los médicos 
formulan, las madres administran los remedios y observan los efectos procurando 
que sus hijos no se “descompensen”, y los cultivadores, por su parte, manipulan sus 
plantas y preparaciones para fabricar medicinas acordes a las necesidades de cada 
paciente. Los nuevos Paracelsos son capaces de adecuar el ambiente y construir 
un medio para criar seres vivientes cuyas simientes traen “otro código adaptativo”, 
cultivan con “amor”, “amistad” y “agradecimiento”, aplican la selección artificial 
para producir variedades de plantas cuyos extractos y derivados serán probados 
repetidamente hasta cumplir con ciertos objetivos terapéuticos. Conseguido el 
propósito, el ser viviente que produjo el remedio debe ser reproducido por tres 
o cuatro generaciones hasta obtener una planta madre “estabilizada”. Luego, se 
clona garantizando que las características bioquímicas puedan pasar, inalteradas, 
a sus réplicas. En esto consiste la magia, en actualizar una medicina que no viene 
en la planta. Los nuevos Paracelsos son bricoleurs que trabajan con lo que tienen 
a la mano [Lévi-Strauss, 1997], construyen sistemas de clasificación, nombran a 
las plantas como sus pacientes, saben reconocer el olor, el color, la textura y los 
niveles de desarrollo de sus crías, en un trabajo empírico para modular la dosis 
del pharmakon y diseñar remedios singulares para personas singulares. Como dijo 
Paracelso: “solo la dosis hace de algo un veneno”.
No hay que olvidar que el ambiente hidropónico en que se crían estas plantas 
híbridas es altamente racionalizado. Ciertamente, no fue en el cultivo al aire libre 
donde se descubrió todo el potencial farmacológico del cannabis. Por el contrario, 
fue a través de una intensa intervención antrópica para regular la entropía del 
medio natural y político como dichas plantas pudieron llegar a ser libres. En 
otras palabras, el retorno al terreno de la legalidad de estos individuos bioló-
gicos es resultado de estrictos dispositivos de control que, sin embargo, no consi-
guieron su propósito de alejarlos de los seres humanos: nadie se imaginó que 
la prohibición pudiera generar tantos efectos inesperados como el incontrolable 
“narcotráfico” o la modificación de la estructura biológica de aquellos seres que 
pretendía erradicar. Esto, al parecer, fue el precio pagado por el cáñamo para su 
liberación. Como señala Luis Fernando Dias Duarte12, hay jardines racionalistas 
12. Notas de clase. Curso: “As noções de Natureza e Vida no pensamento antropológico”, PPGAS, 
Museu Nacional, UFRJ, 2015.
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como Versalles, y jardines románticos como la Quinta de Boa Vista: los primeros, 
simétricos, milimétricamente organizados para mostrar el orden impuesto por 
el intelecto humano sobre la naturaleza; los segundos, irregulares, llenos de 
meandros y caminos que se cruzan, como si quisieran decirnos que la vida es 
un continuo y que somos uno con la naturaleza. La marihuana parece ser hija 
de estas dos formas de cultivo, de estos dos arreglos cosmológicos de la cultura 
occidental.
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RESUMEN
CANNABIS MEDICINAL Y ARREGLOS FARMACOLÓGICOS EN COLOMBIA
Este artículo describe desde una perspectiva etnográfica el proceso de legalización 
del cannabis medicinal en Colombia. La historia conecta diversos agentes y escalas. 
Está relacionada con la emergencia de la “ciencia del cannabis” y con los efectos de la 
agencia antrópica sobre las plantas prohibidas. Muestra cómo, gracias a la Internet y al 
comercio internacional de semillas, jardineros colombianos lograron montar pequeños 
laboratorios para fabricar aceites, tinturas, extractos, ungüentos y otras preparaciones 
en las cuales, según ellos, la marihuana actúa de manera “holística”. Dichos 
cultivadores se asociaron con grupos de cuidadores y pacientes con enfermedades 
crónicas y congénitas tratadas exitosamente con cannabis. Esta alianza ha sido de 
gran importancia para consolidar el proceso de purificación moral y simbólica que ha 
transformado la farmacopea vigente, instaurando un cuantioso y prometedor mercado 
que la industria farmacéutica busca monopolizar.
RÉSUMÉ
CANNABIS MÉDICINAL ET ARRANGEMENTS PHARMACOLOGIQUES EN COLOMBIE
Cet article décrit, dans une perspective ethnographique, le processus de légalisation 
du cannabis médicinal en Colombie. L’histoire met en relation différents agents et 
échelles. Elle est liée à l’émergence de la science du cannabis mais aussi aux effets de 
l’action anthropique sur les plantes interdites. Elle démontre comment, grâce à Internet 
et au commerce international des semences, les jardiniers colombiens ont réussi à 
monter des petits laboratoires pour fabriquer de l’huile, des teintures, des extraits, des 
pommades ainsi que d’autres préparations dans lesquelles, d’après eux, la marijuana 
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CANNABIS MEDICINAL Y ARREGLOS FARMACOLÓGICOS EN COLOMBIA
 CAHIERS DES AMÉRIQUES LATINES, NO 92, 2019/3, P. 115-133 133
agit de manière holistique. Ces cultivateurs se sont associés avec des soignants et des 
patients souffrant de maladies chroniques et congénitales traitées avec succès avec 
le cannabis. Cette alliance a été de grande importance afin de consolider le processus 
de purification moral et symbolique qui a transformé la pharmacopée actuelle, 
instaurant un marché important et prometteur que l’industrie pharmaceutique cherche 
à monopoliser.
ABSTRACT
MEDICINAL CANNABIS AND PHARMACOLOGICAL ARRANGEMENTS IN COLOMBIA
This article describes from an ethnographic perspective the legalization process of 
medicinal cannabis in Colombia. The story connects several agents and scales. It is 
related to the emergence of cannabis science and the effects of anthropic agency on 
prohibited plants. It shows how, thanks to the Internet and the international seed 
trade, Colombian gardeners created small laboratories to manufacture oils, tinctures, 
extracts, ointments and other preparations in which, according to them, marijuana 
acts in a holistic way. These growers were associated with groups of caregivers and 
patients with chronic and congenital diseases successfully treated with cannabis. This 
alliance has been of great importance to consolidate the process of moral and symbolic 
purification that transformed the current pharmacopoeia, establishing a large and 
promising market that the pharmaceutical industry seeks to monopolize.
Texte reçu le 18 février 2019, accepté le 2 décembre 2019
PALABRAS CLAVES
• cannabis medicinal
• antiprohibicionismo
• drogas
• etnografía
• Colombia
MOTS-CLÉS
• cannabis médicinal
• anti-prohibitionnisme
• drogue
• ethnographie
• Colombie
KEYWORDS
• Medicinal cannabis
• anti-prohibitionism
• drugs
• ethnography
• Colombia

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