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2 3 4 5 COLECCIÓN: Recursos educativos SERIE: El diario de la educación TÍTULO 8: Medioambiente y escuela Primera edición (papel): octubre de 2018 Primera edición: diciembre de 2019 © Carmelo Marcén Albero © De esta edición: Ediciones OCTAEDRO, S.L. Bailén, 5, pral. - 08010 Barcelona Tel.: 93 246 40 02 - Fax: 93 231 18 68 www.octaedro.com - octaedro@octaedro.com Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra ISBN (papel): 978-84-17219-93-2 ISBN (epub): 978-84-18083-29-7 Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila Diseño y producción: Editorial Octaedro 6 https://octaedro.com/ mailto:octaedro%40octaedro.com?subject= https://www.cedro.org/ A Mario. Su propósito educativo en el medioambiente lo animará a mejorarlo. 7 Prólogo: por qué insistimos sobre esto y de qué vamos a hablar Vivir sin excesivos sobresaltos con el medioambiente es una cuestión de ciudadanía mundial que se explicita como un derecho humano. Pero no siempre se acompaña con el ejercicio de los saberes ambientales. Porque, a poco que nos esforcemos, veremos que en realidad todos somos parte indisoluble del mismo. Deberemos educarnos en ello. Este libro trata del diálogo entre medioambiente y educación en clave de futuro. Pero lo hace a partir de la revisión del pasado. Quienes tuvimos la fortuna de vivir de cerca la transformación de la escuela española en los últimos 40 años, formando parte de colectivos cargados de ideología, quisimos aportar un crítico sentido educativo a los cambios que empezaban a notarse en la sociedad española, cuando la democracia abría nuestras esperanzas. Por eso, recibir el encargo de hablar de ello, contar un poco de sus momentos con más diálogos o silencios es un privilegio. Si echamos la vista atrás, vemos que la escuela ha ido modificando temas y estilos al tratar la dimensión ambiental, que es también social. El mayor mérito es de los profesores y las profesoras que se preguntaban por el valor de su quehacer educador, que fueron adaptando sus metodologías o participando en proyectos colectivos de cambio. Ese cometido no ha estado exento de momentos complicados. No se sabía con certeza si el tratamiento escolar de aquello que se incluía como educación en el medioambiente estaba preparando realmente al alumnado para enfrentarse a los futuros desafíos ambientales. La duda se constataba con más frecuencia de la deseada, pues muchos de los actores sociales, desde los gobiernos a buena parte de la ciudadanía, pasando por las empresas y otros agentes sociales promovían actuaciones muy diferentes a lo que se trabajaba en las aulas. Siempre es una responsabilidad referir con acierto lo sucedido en la relación entre la educación y el medioambiente, ámbitos tan importantes para el desarrollo personal y colectivo. Resumirlo en un librito de estas características todavía más; ni siquiera serviría una enciclopedia, porque el medioambiente en el que uno piensa es multidimensional. Por eso, cualquier cosa que se diga a continuación tiene un marcado matiz de hipótesis, empujada por el deseo de que sea realidad en muchas escuelas. Sí se puede decir con seguridad que empieza a tomar cuerpo la idea de que es 8 necesaria una cierta rebelión ecológica en la educación para remover la anodina escuela, absorta en tantos estándares y rúbricas evaluadoras que la han dejado exhausta. Por eso, aquí nos centraremos en presentar alternativas didácticas para luchar contra el desapego ambiental. Lo haremos desde el convencimiento de que las personas hemos nacido para estar con otras, que la educación debe ser uno de los principales nexos de unión. Esta ha de saber explicar la conveniencia de la cooperación en las cuestiones ambientales y sociales antes que la competición, más todavía si nos fijamos en lo rápido que pasa el tiempo. Convencidos de que hay que superar la separación entre el individuo y la comunidad, máxime si queremos protegernos del apocalipsis ecológico o algo parecido que, dicen, pueda suceder. A pesar del esfuerzo realizado por contar algo útil en estas páginas, vayan por delante las disculpas por las carencias y olvidos, tanto referidas a los temas candentes como a las personas relevantes e instituciones que deberían haber sido nombradas para contar algo de lo que han realizado. Unas y otras ayudaron a filtrar la información, establecer prioridades, acercarse a escenarios conocidos y plantearse el papel personal y colectivo que allí desempeñábamos todos. Fruto de esa acción colectiva, hoy día se reconoce que la educación ambiental para la participación es una lección que solo se aprende ejercitando, y no todos llegamos a las mismas metas. Mucho han cambiado las cosas desde que redactaba La educación ambiental en la escuela (Marcén, 1989) hace treinta años; emerge hoy un sentido nuevo que se conoce como «educación para la sostenibilidad». A lo largo del texto emplearemos una u otra expresión porque bastante tienen en común y no hay que mantener polémicas estériles, que en varios momentos han confundido a quienes se han ocupado de desentrañar qué es la una o la otra. En este proceso de aproximación a las múltiples relaciones entre medioambiente y escuela, las tecnologías de la información y comunicación (TIC) han cobrado protagonismo. Hay que ser justos con ellas, pues todos nos encontramos enredados de una u otra forma. Primero hay que reconocerles la gran cantidad de información y recursos que acercaron a las aulas, tanto al profesorado como al alumnado; después subrayemos que internet nos permitió viajar a espacios singulares desconocidos sin causarles daños –mediante exploración virtual y algo de investigación–. Si las TIC se usan bien en la escuela, amplían la visión del medioambiente y permiten una percepción de las interacciones y la globalidad, abren vías de investigación, favorecen la constitución de redes de centros ambientalistas y estimulan los intercambios de experiencias. En fin, la intención educadora sobre cuestiones socioambientales no es una moda; es un deber colectivo. Aunque a menudo surge la duda de si las élites políticas y empresariales quieren detener de verdad la crisis ambiental. También planea a lo largo de este libro la incógnita socrática sobre el modo correcto de vivir, el pensamiento crítico acerca de lo que sería una buena sociedad; seguramente la respuesta colectiva a la primera cuestión ayudaría a resolver la segunda, o viceversa. Puede que ni lo uno ni lo otro tengan una sencilla manifestación en singular: los modos son diversos y las sociedades cambiantes. Aun así, hay que encontrar y concertar unos mínimos sociales y 9 ambientales. Por todo esto, no resuelto todavía, hay que aprovechar la potencia transformadora de la escuela, si bien para conseguir una acción positiva y duradera se requerirían programas estructurados con diferentes dimensiones en su desarrollo y concretados en algunos indicadores. Hay que superar la fase de conocimiento para caminar hacia la participación en soluciones compartidas en torno al medioambiente como argumento social. Este trayecto exige un entrenamiento crítico (Taleb, 2011) del pensamiento, además de una aproximación del conocimiento al sentimiento, y viceversa; entre los tres conforman una parte de los valores fundamentales en la escuela. La reflexión crítica sobre estas cuestiones ha incentivado la escritura de este libro. No sabemos con certeza si va dirigido de forma prioritaria al alumnado o al profesorado; en realidad pretende lanzarse a la aventura de enseñar y aprender el medioambiente, de la cual ambos colectivos forman parte indisoluble. Lo que viene a continuación revisa un poco de la historia educativa de la educación en el medioambiente, sobre el mismo, por y para el mismo en estos últimos 40 años, en los quela sociedad contemporánea arrastra antiguos problemas ambientales y debe enfrentarse a otros nuevos. A partir de ella, intentaremos mostrar unas cuantas ideas básicas que permitan relacionar en la escuela conocimiento con aprendizajes ambientales para el futuro. Volveremos a preguntarnos, una vez más, si la escuela es trascendente para mejorar el panorama global, si la participación es el mejor camino. Acabaremos proponiendo algunas secuencias prácticas para abordar temáticas muy diversas de crisis ambiental global, para colaborar en la mitigación de los daños y favorecer la adaptación a sus variables más apremiantes, que no son solo vitales, sino marcadamente perceptivas. En mejorar estas últimas la escuela sí puede colaborar. 10 1. Cuarenta años más tarde nos planteamos parecidas preguntas Aseguraba en cierta ocasión el profesor y filósofo Emilio Lledó que la riqueza de un país no está en la economía, sino en su cultura; que el individuo debe disfrutar de la libertad de pensamiento y cualquier postura insolidaria es un atentado contra la humanidad. Estas cuestiones combinadas están en el fondo de lo que llamaríamos educación ambiental (EA), o educación para la sostenibilidad global si lo preferimos. En cierta manera, explícitas o no, han marcado el quehacer de quienes desde los colegios e institutos de Secundaria han intentado enseñar el entorno de forma distinta a como aprendieron (García, 2003). En realidad, esta pretensión se convirtió en una especie de reto para el profesorado preocupado –marcadamente activista– a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado; quería cambiar la vieja escuela para convertirla en otra más adecuada al sistema democrático y social que entonces estaba naciendo. La ruptura entre la forma en que el profesorado había aprendido sobre el medioambiente y la manera en que debía enseñar no fue fácil. La naturaleza que aparecía en los estudios previos a la LOGSE era un recopilatorio de cosas (especies, propiedades y fenómenos), la mayor parte de ellas estáticas; se parecía a una despensa al servicio de los humanos. Al mismo tiempo, la sociedad iba por su lado, sin preocuparse del medioambiente, bastante tenía con sus historias y leyendas. Con este punto de partida, el profesorado debía realizar un gran esfuerzo para entender otra realidad ambiental, desarrollar la capacidad de imaginarse y poner en práctica metodologías diferentes; visibilizar detalles que hablasen un poco del todo y no dejarse engañar por las falsas pistas o tendencias pedagógicas. Incluso, casi fue lo más difícil, empezar a pensar y vivir de acuerdo con lo que enseñaba. La realidad fue que cada vez más escuelas se interesaron por la cuestión ambiental y empezaron a poner en marcha iniciativas acordes. En algunos territorios fueron los movimientos de renovación pedagógica (MRP), y las escuelas de verano que estos organizaron, el punto de encuentro del profesorado que buscaba una aproximación más crítica a la relación entre medioambiente y sociedad. Del primitivo activismo naturalista se pasó a la elaboración de proyectos multidisciplinares e incluso globales; poco a poco, eso sí. Para recorrer este camino fueron de gran ayuda los artículos publicados en la Carpeta Informativa, en papel desde 1996 y después digital, del Centro Nacional de Educación Ambiental (Ceneam). Hoy mismo, allí debe acudir quien quiera conocer un poco de la 11 historia de la EA en España. Tampoco fueron ajenas a la nueva dimensión revistas como Cuadernos de Pedagogía, que, además de preocuparse por la educación ambiental en varios temas del mes, incluía propuestas didácticas para trabajarla, tarea en la que también se implicó más tarde la revista Aula. Por entonces comenzaron su andadura muchas ecoescuelas –se agrupaban bajo este calificativo u otros similares– en el País Vasco, Cataluña, Andalucía, Navarra, Canarias, Galicia, Madrid, etc. Una buena parte de ellas se implicaron en el desarrollo de las agendas 21, un incentivo local y escolar que nació tras la «Cumbre de la Tierra» de Río de Janeiro. Su rellenado supuso para muchos educadores un punto de encuentro; para bastantes chicos y chicas, la formación personal básica para empezar su recorrido ecologista; para algunos municipios, un acicate en el empeño de mejorar el medioambiente próximo o alguno de sus servicios. En este cometido pro ambiental tuvo un papel importante la eclosión de las actividades de formación que pusieron en marcha las administraciones educativas y otras entidades ajenas a las aulas; incluso se redactó el Libro Blanco de la educación ambiental, cuyos postulados de desarrollo no tuvieron la merecida atención en la escuela. Han pasado cuarenta años y aquí seguimos. Millones de personas, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales, parte del profesorado y alumnado de nuestras escuelas también, han hecho suyo el mensaje ambientalista con un mejorado contenido social. Pero el estado del mundo en algunas cuestiones, su (retro) devenir nos dice que debemos darnos prisa; en realidad, lo vemos en sus señales, siquiera episódicas. Una simple revisión de los temas sobre los que se trabajaba hace unos años permite reconocer que viejos y nuevos problemas ambientales van de visita a las escuelas, colegios e institutos. Afortunadamente, algunos se quedan. 12 2. Una mirada crítica sobre la sociedad contemporánea. Viejos y nuevos problemas ambientales La vida es cada vez más compleja; nos trae incógnitas globales de difícil comprensión. Algunas afectan a la sociedad, otras a la naturaleza; bastantes, a ambas, pues las cuestiones ecológicas y sociales son indisolubles (Sauvé, 2013). Los medios de comunicación recogen diariamente episodios de convulsiones o catástrofes ambientales; valgan como ejemplo reciente los récords de temperaturas que se alcanzan mes tras mes desde hace un par de años, o la cascada de tormentas y huracanes de septiembre de 2017. En la mayor parte de ellas, sociedad y naturaleza están implicadas, ambas soportan episodios graves. Los estudiosos de estos temas afirman que la incertidumbre generalizada sobre el devenir mundial del medioambiente es una consecuencia de las características e implicaciones del modelo económico actual, que no repara en gastos ecológicos. Pero entremos un poco más a fondo en las posibles causas y consecuencias. 13 Visiones diferentes para problemas conocidos Si, pasado el tiempo, algo ha quedado claro para los estudiosos del tema, es que el medioambiente no simula un escaparate en el que mirar sin más, sino algo complejo – apreciable en múltiples detalles– y en completa interacción con la sociedad. Esto ha llevado a científicos y ecologistas a ser cada vez más críticos con la organización de los ritmos sociales, sobre todo los referidos al consumo de energía y de materias primas – con los residuos que ambas prácticas generan– y a las relaciones globales entre sociedades. Quienes quieran dedicarse a explicar la relación entre medioambiente y escuela deben ser críticos con la manera de vivir del conjunto social. Pero el asunto, aun creyendo en él, tiene un problema añadido: la conciencia mundial no pasa por un buen momento y ha quedado casi reducida a cuestionar lo que hacen los demás. Casi hay unanimidad para afirmar que el mundo abrió los ojos a los problemas ambientales, sobre todo tras la conferencia de Río «Cumbre de la Tierra» en junio de 1992. Allí estuvo representado todo el mundo: desde los gobiernos y las multinacionales que destrozan el medioambiente hasta los educadores y las oenegés ambientalistas o más defensoras de la Tierra, casi todas sudamericanas y del llamado tercer mundo; aunque estas celebraron una cumbre alternativa. Al final, los gobiernos firmaron un acuerdo cuyo primer principio decía: «Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible. Tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza». Con más frecuencia de la deseada se olvida –demasiada gente todavíalo niega o no lo quiere ver– que una buena parte de la destrucción ambiental es causada por el crecimiento desmesurado. Con la excusa del desarrollo global, que no ha llegado nada más que a una parte del mundo, se han cometido innumerables tropelías. «La economía se ha tragado a la ecología», se decía en una de las muchas protestas ambientalistas que se organizaron cuando se celebraba el Río+20, en junio de 2012. Allí se escucharon bastantes voces críticas, también se aprobó un nuevo documento: El futuro que queremos, que entre sus advertencias incluyó la siguiente: Si queremos dejarles un mundo habitable a nuestros hijos y nietos, los desafíos de la pobreza generalizada y la destrucción del medioambiente se deben abordar ahora basándonos en las siguientes cuestiones: los siete mil millones de personas que pueblan el planeta serán nueve en 2050; una de cada cinco personas vive con menos de 1,25 dólares al día; 1,5 mil millones no tienen acceso a la electricidad; 2,5 mil millones carecen de un saneamiento de agua adecuado. Las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando, y más de un tercio de todas las especies conocidas podrían extinguirse si el cambio climático continúa sin control. Nadie con buena intención dudará de que las presiones ambientales se han incrementado mucho en los últimos 40 años: cada día hay mucha más gente que 14 consume muchas más materias primas, de todo tipo, tanto que necesitaremos varias «tierras» dentro de poco. Es fácil observar que generamos cada vez más efectos colaterales en el medio físico y vivo, y algunos nos están afectando a nosotros mismos gravemente. Ante este incierto panorama, convendría experimentar en la escuela con algunos postulados críticos y presentarlos al alumnado para que justifiquen sus visiones. El mundo no es como antes, la información fluye y se necesita una ecociudadanía (Sauvé, 2013) para entender lo que sucede cada día. El principio de precaución ante el crecimiento sin límites podría ser uno de los nuevos saberes; el cual aboga por que seamos más precavidos y prepararnos para lo que pueda pasar. El envite, que es marcadamente social, también va dirigido tanto al profesorado como al alumnado. Aseguran Carpintero y Riechman (2013) que, si se desea que lo ecológico, lo económico y lo social no se destartalen entre ellos, habrá que modificar bastantes variables de la vida: unas afectan al modelo de producción y consumo (energía, alimentación, industria…); otras, a las relaciones sociales y económicas. Cabría recordar aquella frase de Stéphane Hessel que decía: «Progreso no significa acelerarse, sino tender a un mundo mejor»; aunque también apostillaba algo que no hay que olvidar en la educación para la sostenibilidad: «La indignación debe ir seguida de compromiso». Progreso es sobre todo perfeccionar conocimientos y gestionar problemas por parte de las instituciones humanas para sacar lo mejor de ellas mismas de cara al bien colectivo presente y futuro. En síntesis, unos y otros están hablando de un cambio de sistema que forma la convivencia global. En consecuencia, interesa que en las aulas se hable del crecimiento sin límites. El profesorado buscará su formulación adecuada en Primaria y algunos cursos de Secundaria. Habrá que alertar al alumnado de que las cosas en la relación entre medioambiente y sociedad –de forma particular, las que afectan a los consumos– deben caminar por otros derroteros. Sería bueno hacer que el alumnado descubra la economía circular como apuesta de futuro, con realizaciones concretas cerca de nosotros; presentarle para el debate la estrategia del decrecimiento y hacer que conozca el concepto de «economía rosquilla», que acaba de poner de actualidad Kate Raworth. También el profesorado debería explorar estas hipótesis, pues le ayudarían a centrar su trabajo. Muchas aristas del crecimiento y sus repercusiones figuran en el informe Caminar sobre los límites del crecimiento de Ecologistas en Acción (2017). En relación con estos argumentos, convendría reflexionar sobre el reciente aterrizaje de la emprendeduría y la formación financiera en el currículo escolar de la enseñanza obligatoria de varios países. El empeño prioriza aprendizajes más cercanos al mundo empresarial y laboral frente a aquellos que tienen una consistente base humanística y crítica, como sucede con la cuestión socioambiental. Esa idea de la constante formación emprendedora –muy cuestionada por amplios sectores educativos– se basa en el interés propio (Díez, 2017), lo cual choca frontalmente con el capital universal que supone el medioambiente. Al final, o al principio, en esta contienda de valores frente a usos consumistas hay 15 que reconocer que solo tenemos un planeta Tierra, como reza el título de un libro de Martínez Alier y Wagensberg (2016), título al que han añadido: «sobre la armonía de los humanos con la naturaleza». Los autores recogen sus conversaciones y reflexiones sobre la relación entre naturaleza y sociedad, vida y energía, eficacia y eficiencia, crecimiento en economía y sus alternativas, competencia y colaboración; pero también en torno al posible «Antropoceno», la sexta extinción masiva y los valores de la biodiversidad, además de otras cuestiones de interés, sobre algunas de las cuales desarrollamos más adelante propuestas educativas. Cuando un problema existe, la inacción no conduce a nada bueno. La emergencia planetaria –que posiblemente no se palpe cerca porque no miramos bien, mejor dicho con sentido– obliga a todos, estudiantes incluidos, a hacerle frente. La escuela del siglo XXI tiene más facilidades, y a la vez distintas dificultades, para entender lo que significa una problemática ambiental. Dispone del conocimiento de estrategias pedagógicas acordes, puede conocer visiones diferentes en un mundo en el que los chicos y chicas están multiconectados, aunque hay que lamentar que, en demasiadas ocasiones, escasamente comunicados. A la escuela llegan vía telemática noticias o señales de vida, acaso de problemáticas mundiales que le afectan, y así es más fácil que interesen. Aunque, en momentos de proliferación multiinformativa, es normal que el profesorado y el alumnado se despisten, que el compromiso acerca de un asunto concreto y las estrategias educativas pertinentes duren poco si enseguida irrumpen noticias nuevas. ¡Pero algo habrá que hacer para rescatar lo trascendente! 16 Una selección de las problemáticas más graves y determinantes En un libro como este había que caracterizar los problemas ambientales a los que se enfrenta el planeta y las personas que con él interaccionan para proponer el tratamiento educativo de una parte de ellos. Para identificarlos se ha realizado una búsqueda en fuentes diversas. Casi todas las organizaciones y entidades consultadas, desde colectivos sociales hasta organismos internacionales, sitúan como la primera de sus preocupaciones el cambio climático, que concretan señalando las aristas asociadas al calentamiento global; entre ellas, la sequía que lleva a la desaparición de las fuentes hídricas y causa pobreza y desigualdad por todo el mundo. La misma Unión Europea ha hecho saber sus intenciones y compromisos en cuanto a la acción climática, que para 2020 se centraban en la reducción del 20 % de las emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a 1990, en el logro de un 20 % del consumo total de energía procedente de fuentes renovables y de un incremento del 20 % de la eficiencia energética. También el EBCD (European Bureau for Conservation and Developement) del Parlamento Europeo ha discutido y propuesto muchas actuaciones en torno a la cuestión climática y sus afecciones a la población y la biodiversidad. La preocupación creciente en España está en el origen de la reciente iniciativa «Visor del cambio climático», elaborado en el marco del proyecto LIFE SHARA «Sharing awareness and governance of adaptation to climate change in Spain», desde la Fundación Biodiversidad, la Oficina Española de Cambio Climático y la Agencia Estatal de Meteorología(Aemet). El acceso a la web del programa permite proyectar cómo van a afectar a las diferentes zonas de España variables relacionadas con la temperatura, la lluvia, el viento o la humedad, desagregadas por estación o para el año completo, en periodos cercanos o lejanos. También estará en el hecho de que la Fundación Alternativas dedique su informe de 2018 sobre la sostenibilidad en España a «cómo anticiparse a la crisis del cambio climático» (Sánchez y Álvarez, 2018). Todo es necesario, porque se aprecia una segmentación de la sociedad española en sus comportamientos ante el cambio climático, como nos recuerda Meira (2013). Hay una España desconectada (supondría el 11,6 % de la población), otra cauta (22,6 %), una ya preocupada (35,0 %) y, finalmente, otra parte alarmada (30,8 %). Quienes tengan curiosidad o inquietud por los efectos climáticos en forma de desplazamientos masivos pueden consultar el Atlas of environmental migration (Ionesco, Mokhnacheva y Gemenne; 2015), impulsado por la OIM (Organización Internacional de Migraciones). En él se puede viajar por el mundo para comprobar la afirmación de las autoras de que hoy es innegable que «el cambio climático ha redescubierto el medioambiente como factor determinante de la migración». 17 Otro de los problemas que se cita a menudo es la contaminación, pero no solo del aire, que se asocia al problema anterior, sino también del agua –llena de plásticos y tóxicos– y de los suelos –hartos de fertilizantes químicos y métodos artificiales de cultivo–. La deforestación, otra preocupación casi unánime, relaciona la problemática ambiental con la social, pues la sitúa en territorios concretos: la padecen los lugares más pobres y los que tienen sus economías exclusivamente al servicio del mundo rico. Luego está el asunto de la explotación de otros muchos recursos naturales, amenazados por el comercio abusivo y el consumo desmesurado, por las formas de vida nada sostenibles ni en lo ambiental ni en lo social de una buena parte de la creciente población mundial; y por ende, aparece la gestión de los residuos. Greenpeace añade actuaciones a favor de: el fin de la era nuclear, la defensa de los océanos, la posición crítica frente a las multinacionales que buscan maximizar sus beneficios a costa del bienestar de las poblaciones y su medioambiente, y el desarrollo de una agricultura beneficiosa para el planeta. Otras oenegés ponen el énfasis proactivo en la búsqueda de la paz; avisan de que, si cada año continúan siendo tantos los conflictos armados abiertos, se pondrá en cuestión la relación no traumática entre medioambiente y sociedad como principio básico de la vida. No faltan colectivos que se preocupan por problemas tan serios como el uso de la energía y sus impactos medioambientales y sociales (pobreza energética incluida), o la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad (también la genética), a pesar de la firma del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), firmado en Río 1992. También aparecen citadas las afecciones provocadas por las macrogranjas intensivas de cerdos, vacas o pollos, etc., y sus repercusiones ambientales: energéticas, en la dieta alimenticia y sobre el cuidado animal. En el listado propuesto por otras entidades se incluyen las modificaciones genéticas y su repercusión ambiental, la pérdida de salud y la amenaza de una vida saludable, así como la contaminación lumínica y acústica en los entornos urbanos, entre otros. Ante este panorama caben soluciones, aunque tardarán en llegar por la actual desidia ambiental –o despreocupación si se quiere ser más indulgentes– de buena parte de los gobernantes de los países. Hace tiempo que esta inacción es denunciada (Mayer, 1998) por múltiples organizaciones y entidades. En el mismo sentido se expresa un artículo publicado en la revista Nature en 2009 y firmado por Johan Rockström y otros investigadores que se podría titular de forma libre «Un espacio seguro para la humanidad». En él, se trata de hacer razonar a la gente –gobiernos, sobre todo– los límites planetarios que no deberían transgredirse en las actividades humanas, pues, de lo contrario, pueden provocar cambios inaceptables para el funcionamiento global del sistema. Merece la pena subrayar tres consejos que justifican después con datos, gráficos y ejemplos. Uno dice que hay que definir otras condiciones previas para el desarrollo humano, a la vez que avisa de que cruzar ciertos umbrales biofísicos puede tener consecuencias desastrosas para la humanidad. Otro señala que tres de los nueve límites planetarios ya se han sobrepasado: el cambio climático, la tasa de pérdida de biodiversidad y la interferencia en el ciclo del nitrógeno. Finalmente, recuerda que están 18 a punto de sobrepasarse los límites en el uso global de agua dulce, el cambio de uso de la tierra, la acidificación de los océanos y la interferencia en el ciclo global del fósforo. Hemos dejado para el final de la relación un problema nuevo que cobra cada vez más fuerza: la contaminación de los plásticos en la vida y en el medioambiente. Muchos estudios consideran su reducción como la segunda gran batalla ambiental después de la del cambio climático. A reflexionar sobre la «Edad del plástico» se dedica una propuesta didáctica, que incluye varios enlaces que aportan reflexiones que centran esta grave afección ambiental. Se podrían citar más cuestiones, pero lo dejamos aquí. Acabamos este apartado aconsejando la profundización continuada en la problemática ambiental, pero de una forma global y social. Para ello serviría la visión de lo que se ha dado en llamar educación para el desarrollo (EpD) y educación para la ciudadanía global (EpCG). Habría que intentar darles un contenido de actualidad, ligándolo, por ejemplo, con las actuales corrientes migratorias, expuestas con contundencia en el Global trends forced displacement, 2017 de UHNCR-ACNUR. Este informe impacta con un solo dato: 31 personas son desplazadas contra su voluntad cada minuto de cada día (44 400 diarias). Esta cifra –son personas– impulsa la reflexión sobre los obstáculos que maltratan a los seres humanos; entre ellos, las corrientes nacionalistas. Desarrollo crítico y ciudadanía crítica son contextos educativos, parte indisoluble y objetivo prioritario en la comprensión de la relación entre sociedad y medioambiente. 19 3. La multiforme relación entre conocimiento y aprendizaje aplicado en educación ambiental, o para la sostenibilidad En realidad, vivimos en una paradoja existencial: el ser humano se ha situado por encima del medioambiente y se ha convertido en su dominador; a la vez, depende totalmente del planeta global: recursos, especies y ecosistemas. Para armonizar un poco los dos extremos de la contradicción, debemos entender, de forma individual y en grupo, que dependencia y responsabilidad tendrían que ir de la mano. La dificultad estriba en cómo enseñar y aprender a combinar ambas. Alguien dijo que no siempre se aprende lo que se enseña, incluso si se ejercita el aprendizaje. Es más, el conocimiento no es un asunto objetivo, menos todavía en las cuestiones ambientales; depende mucho de los intereses y valores latentes en la cultura social, en un tiempo concreto, con más o menos urgencia y presiones. Por eso habría que considerar de entrada algunas cuestiones básicas antes de poner en marcha cualquier acción de estudio e interacción con el medioambiente. En primer lugar, es necesario concretar qué ideas fundamentales habría que manejar con soltura y qué condiciones deberían cumplir los saberes ambientales. A continuación, hay que ser conscientes de los modelos metodológicos que se emplean y qué aprendizajes son posibles y prioritarios en consonancia con las edades del alumnado. No es lo mismo buscar la capacitación ante algunos desajustes ambientales, o la acumulación de saberes preferentemente naturalísticos, que el desarrollo de la cultura de la complejidad. Esta segunda opción parecería la más coherente, pero la trayectoria curricular se basa en la parcelación de conceptos,lo cual dificulta la percepción del medioambiente (Mayer, 1998). Como consecuencia, los escolares –y lo mismo sucede a la mayoría de las personas– componen una visión fragmentada de la realidad, incluso integrada por vectores contrapuestos. Finalmente –y no es lo menos importante– hay que tener en cuenta que ciertos estereotipos de carácter ambiental se mantienen, principalmente conceptos ligados con la subsidiariedad del medioambiente con las personas; y hay que saber también que la persistencia de algunas ideas/conceptos muy resistentes al cambio dificulta la tarea educativa. Por otra parte, dado que desde aquí se defiende la concepción del medioambiente en un sentido muy amplio, nada restrictivo, el importante asunto de la ciudadanía global estará presente en todos los planteamientos transformadores. Luego, si se quiere 20 armonizar educación y medioambiente, las actuaciones deberían ser más amplias que el conocimiento de un servicio o una buena práctica ambientales, o únicamente la mejora de un deterioro ambiental concreto, aunque el episodio lo requiera. Se habrá de combinar dependencia y responsabilidad. 21 Algunas condiciones que deberían cumplir los saberes ambientales No es invención de los ecologistas, sino que lo asegura mucha gente: la crisis ambiental multidimensional obliga a repensar la realidad, pero con alcances varios: global, próximo o lejano, urbano y rural, local o regional, etc. Para ello es imprescindible construir nuevos saberes que no estén fijados previamente (Mayer, 1998; Sauvé, 2013) y desarrollar competencias vivenciales diferentes. Debe entenderse también lo enlazados que están el hecho de vivir y el pensamiento; esa relación debería tener acomodo continuado en la escuela. Desde esa conjunción, novedosa y a la vez trascendental, se pueden abrir nuevas vías al saber. Con la situación de crisis planetaria que tenemos por delante, no es suficiente enseñar unos pocos contenidos del medioambiente; hay que (re)construir las percepciones y la cambiante (re)apropiación del mundo y de la naturaleza, o el medioambiente, si se prefiere. A partir de ahí, se seleccionarán mejor los conocimientos y aprendizajes deseados. Seguramente se ha avanzado bastante en la configuración de los temas ambientales principales –solamente es necesario mirar en la web de la Agencia Europea del Medioambiente (AEMA) o en las de muchos grupos ecologistas o empresas–, pero la interconexión de todos estos asuntos, que son básicamente ecosociales (Taleb, 2011), plantea un gran desafío: actuar de forma coordinada instituciones y personas para aprovechar las enseñanzas de las dificultades ambientales, convertirlas en saberes y así aminorar los efectos perniciosos de la crisis. Dado que el conocimiento científico ya no salva de todas las incertidumbres –no permite resolver la crisis ecológica mediante el «control racional del ambiente»–, se deberá acudir a un conjunto de saberes ambientales (Sauvé, 2013) para desentrañar el conocimiento (Mayer, 1998) tanto en la sociedad como en una escuela concreta. Hay que recordar al profesorado que en medio de esos saberes (globales, ecosociales, cambiantes) transitan, en cierta medida, la incertidumbre y el desorden, que conviven con lo inédito, lo virtual y los futuros posibles. Asusta un poco plantearlo de forma tan directa al alumnado, que siempre busca seguridades, pero hay que hacerlo si las capacidades o la preparación de este lo permiten. Sin embargo, cuesta delimitar lo que se entiende por saber ambiental en sí mismo y en su dimensión global, en el contexto meramente físico y en el que atañe a lo social; para nosotros se hace muy visible en forma de desarrollo o ciudadanía. Para algunos como Breiting (1997), hay que partir de las humanidades como principales materias de la educación ambiental, antes que de las ciencias de la naturaleza; poner más énfasis en la ecología humana que en la ecología de los sistemas naturales. Para otros como García (2003) sería un error caer en ese típico movimiento pendular; atender ahora solo a los 22 aspectos sociales e ideológicos, pues se necesitan las aportaciones de la ecología y de otras ciencias (sociales y de la naturaleza) para la construcción del conocimiento alternativo que se desea. No faltan autores, como Meira y González (2016), que abogan por enlazar cualquier problemática con su dimensión social. A pesar de todas estas reflexiones, es significativo el reduccionismo ideológico que hay en muchos planteamientos actuales de la EA, incluso la más crítica. Así pues, en este teatro de variadas visiones, cabría aconsejar que los saberes ambientales que circulen por la escuelas e institutos se interroguen acerca de las variadas causas de esta crisis –en sus dimensiones globales y locales si se desea, con sus magnitudes– y avanzar algo sobre las perspectivas de un futuro deseable para trabajar por que sea posible. Es bien sabido que ambos ámbitos espaciales están interrelacionados, pero el segundo, lo local, puede quedar más concreto y servir mejor al alumnado para el análisis de las causas. Para ello, quizás sea necesario reconstruir una buena parte de lo pensado y enseñado hasta ahora, así se podrá encontrar lo que está pendiente de pensar, y lanzarse a enseñarlo a partir de este momento. No se trata de un simple galimatías. 23 Por la ciudad también circulan saberes ambientales En las ciudades se han logrado avances concretos en la organización de la trama vivencial diaria, que podrían servir de ejemplo. No obstante, esta se ve castigada por bastantes incógnitas ambientales. Para cimentar los saberes ambientales urbanos convendría tener en cuenta al menos tres dimensiones. La primera alude a la pluralidad axiológica, que no prioriza solamente el eje natural que tiene su expresión en algún río, en parques o calles arboladas; la segunda, a la diversidad cultural en la formación del conocimiento, reconociendo el impulso de organizaciones sociales y ambientalistas; la tercera se fija en la transformación de la realidad urbana, separando lo bueno de lo malo, lo urgente y lo posible, encontrando lo más conveniente, tanto en la trama física que la condiciona cada día como en los flujos de las personas y los servicios que usan. Por supuesto, para esta multiperspectiva es imprescindible la aproximación a la complejidad. Reconozcamos que esta dificulta, por desconocida, el tratamiento de estas temáticas en las aulas; pero de otra forma no se superará la esfera particular, y así es difícil cambiar la colectiva. Seguro que el profesorado sabrá trabajarla incluso en los cursos inferiores, acaso a partir de un eje formado por dos o tres variables importantes, las que queden más próximas o vinculen al alumnado y la ciudad diariamente. Parece ser que hasta ahora la selección y el tratamiento de los conocimientos no han conseguido ilusionar a una mayoría de estudiantes, o estos se han ido por otro lado más cercano a sus intereses particulares; así se constata cuando se estudia la percepción ambiental. Se sabe que cuentan mucho las concepciones que alumnos y alumnas tienen sobre el medio urbano a la hora de plantear acciones educativas. Lo son especialmente en cuatro categorías básicas: problemas urbanos, espacio público, participación ciudadana y calidad de vida, según manifiestan González y García-Pérez (2014) en su investigación referida a la ciudad de Bogotá. Por eso, recomiendan «un enfoque de estudio de problemas, que podrían ser trabajados con una metodología de investigación escolar y priorizando el conocimiento metadisciplinar». Así pues, la vida urbana puede ser un magnífico escenario de experimentación crítica si aprovechamos las interacciones que en ella se dan respecto a los siguientes aspectos: Apreciación de los alcances particulares dentro de la vida cotidiana colectiva: El alumnado ha de ser consciente de que vivir en la ciudad tiene peajes ambientales. Si se consigue esta percepción, es más fácil que se suscite el interés, condición previa para pasar a la acción. Sin embargo, hay que avisar deque, aunque se dé este conocimiento, no compromete por sí solo; necesita el auxilio de los otros tres que se detallan a continuación. Pongamos por caso, la movilidad de las personas. Replanteamiento de sus causas fundamentales e interconexiones: Detrás de cada 24 problemática ambiental urbana hay una serie de conflictos, tendencias, que la genera o la oscurece. Continuando con el ejemplo anterior, se observa que conviven intereses personales, culturales y económicos; en ocasiones se contraponen y por eso hacen a la vez de causa y efecto. Para incentivar un debate sobre este asunto serviría un hecho concreto: los desplazamientos masivos a los grandes centros comerciales y de ocio en días determinados, a horas concretas. Reconocimiento de las visiones de los otros: Aquí hay que contraponer lo personal con lo social, pues en cualquier problemática ambiental convendría buscar la cooperación. En el mismo caso de la movilidad, se podría analizar qué estrategias de mejora del transporte público animarían a la ciudadanía a emplearlo masivamente o por qué parte de ella no lo hace. Búsqueda de posibles estrategias de cambio y paso a la acción: En cualquier actuación ambientalizadora en los centros educativos, en la ciudad en sí misma, es vital entrar en acción. Para ello hace falta concertar y confrontar previamente deseos con realidades, sueños con necesidades; priorizar actuaciones y tener claro el camino hacia los cambios. Si se desea llevar a cabo un proyecto para solventar con acierto el asunto de la movilidad personal hacia el centro educativo –parte del alumnado y del profesorado realiza cada día desplazamientos kilométricos–, habría que ser constantes, pedagógicos en la formulación de alternativas y con suficiente gancho para atraer cada vez a más gente hacia la búsqueda de compromisos. También la ciudad deseada se verá afectada por las incertidumbres, a pesar de que las nuestras, que han conseguido niveles de gestión más o menos saludables, están a salvo de bastantes de las contingencias que sufren otras ciudades como Nairobi, Lagos, México DF, Manila, Bombay, etc. Si la ciudad estudia los saberes ambientales y sociales, está buscando comprenderse a sí misma, como hacía Italo Calvino en sus Ciudades invisibles. Los ayuntamientos y la ciudadanía han de esforzarse mucho en comprenderla, acercarse a su funcionamiento y prever una parte de las afecciones futuras que puede soportar ella misma, aunque, en realidad, los beneficiados o perjudicados son todos sus vecinos. Ahí estaría el argumento de sus saberes. 25 La necesaria combinación de los saberes dentro de las estrategias metodológicas Todo lo anteriormente expuesto avisa de que el camino en el que mueve una buena parte de la vida actual está sin señalizar. Esto llevaría a interrogarse una vez más si tal vez el medioambiente no es la expresión de una convivencia espacial, temporal e intergeneracional. Para responder a esta incógnita será necesario dirigirse a la comprensión de las causas de la actual crisis civilizatoria que nos permita avanzar hacia una racionalidad ambiental. Si se logra consensuar una serie de saberes ambientales, aquellos que se dirigen a proporcionar una nueva comprensión del mundo, habrá que hacer ver al alumnado –al de Primaria será más complicado– que es necesario reconocer que el «orden mundial» es un invento como concepto, muy difícil como proceso, pues como tal siempre está cambiando; para colmo, en su acomodo falta bastante voluntad por parte de quienes mandan en el mundo. Ayudarán a convencer al alumnado unos cuantos datos sobre asuntos vitales (disposición de agua y saneamiento, educación universal, salud global, etc.) o imágenes –los medios de comunicación las emiten diariamente– que certifican la desigualdad entre una y otra parte del mundo y en cierta manera llaman a la colaboración para aminorarla. El profesorado ha de estar preparado para reconocer la incertidumbre, el caos y el riesgo. Para transmitir la incerteza que planea sobre la vida hay que auxiliarse de las metodologías más adecuadas. Lo anterior casa muy mal con llevar una vida placentera, que es lo que se vende hoy en día; puede que por eso sean menos los chicos y las chicas que acudan a la llamada, pero es obligación de quienes enseñan recentrar con el alumnado los deseos, sin ocultarle al menos una parte de lo que puede suceder. Sin embargo, el aprendizaje de los saberes ambientales podría ser significativo, incluso durar en el tiempo. Será así si cumple determinadas condiciones: el conocimiento enseñado ha de tener coherencia interna; los individuos han de estar motivados para aprender y querer enfrentarse a una situación difícil; debe haber un continuo ajuste entre la educación, reglada o no, y el proceso de aprendizaje particular, que variará en una población con intereses diversos, en lo personal y en cuanto a los aportados por la cultura social. Temas muy conocidos como el agua y su uso, la generación y gestión de basuras (en España se tiran semanalmente unos 24 millones de alimentos todavía aptos para el consumo) servirían para experimentar dentro de un grupo social concreto la conjunción entre aprendizaje significativo y actuación ambiental, y, a partir de ahí, crecer hacia una sociedad menos desigual. Aun así, hay que prevenir a quienes se sumergen en una problemática ambiental en la escuela y quieren cambiar el mundo de inmediato. El peligro de trabajar solo con los efectos de un problema ambiental determinado es que puede generar un gran sentimiento 26 de preocupación, o culpa. Además, si no va acompañado por el conocimiento de las causas y estrategias para el cambio, puede ser asociado directamente a una pérdida de compromiso y contribuir a la parálisis de la acción personal (Mogensen, Mayer, Breiting y Varga, 2009). Valga un ejemplo urbano de adultos: bastantes usuarios de automóvil particular se culpabilizan de su aporte contaminador; algunos reducen sus impactos. Incluso estos, si no ven resultados inmediatos o son gratificados al menos emocionalmente con una comunicación sobre los efectos de su acción, pueden olvidarse de los compromisos iniciales y los atascos e incomodidades peatonales seguirán marcando la vida urbana. Cabría debatir de forma larga y sosegada sobre qué implica cooperar en la movilidad urbana y proponer escenarios metodológicos que lleven a actuaciones participadas hacia un objetivo consensuado. 27 4. La reinvención de lo increíble: la trascendencia de la escuela en el escenario ambiental y social Todo lo que se dice en este apartado tiene un marcado sentido de hipótesis, casi conjeturas. ¿Por qué? La razón es sencilla: hablar de la educación en singular queriendo dirigirse a todas las escuelas es atrevido; el mundo educativo es multidiverso en estructura e intenciones. Aquí se cuenta una parte de lo visto, algo de lo trabajado y muchas ilusiones. Pero merece la pena hablar de lo deseable, aunque solo sirva como punto de encuentro y debate para adivinar desde la escuela cuáles son los caminos hacia el respeto ambiental. Cuando se aborda la educación ambiental, o la sostenibilidad, la escuela puede centrar la actuación en intervenciones que podríamos denominar «suaves» (compra de productos ecológicos, hábitos sobre el uso del agua, celebración del Día del Medioambiente, ahorro de energía, etc.) o meterse de lleno en problemáticas «duras». En cualquiera de los casos habrá que buscar la coherencia entre los contenidos que se trabajen, los métodos de enseñanza-aprendizaje y el propio sistema ambiental que configura el centro escolar concreto (Salomone, 2007). Para conseguirlo, se debería educar dando prioridad al trabajo sobre cuestiones/temas polémicos, pero cercanos a la realidad –el de la movilidad urbana lo es–, que tengan como características la concertación de intenciones, la complementariedad de acciones y el fomento de la participación. Para ello habrá que desarrollar, sin atropellos ni máximas pedagógicas, un completo proceso de reflexión crítica. Seguramente, algunas actuaciones no han tenidoéxito porque se ha querido modificar actitudes y fomentar compromisos a muy corto plazo, lo cual parece improbable de conseguir. Cualquier recorrido con un grupo de chicas y chicos se realizará a distintas velocidades, incluso puede que haya parones. Estos también son útiles si se emplean para adaptar el proyecto a la realidad y reanimar intenciones. En cualquier caso, pedirle a la escuela que cambie el mundo y de inmediato es algo ilusorio, por mucho que así lo formule más de un desarrollo curricular vigente. La escuela no puede atender a las múltiples demandas socioambientales que le llegan de la Administración o de entidades ajenas. No por ello se debe apartar a la escuela de sus responsabilidades sociales. Hay que insistir en el trabajo de aspectos de cultura educativa que en realidad están presentes desde hace tiempo en los centros. Es posible que precisen una reposada revisión, puede que requieran dimensiones pendientes. Entre estas, la primera consistiría en conseguir que la escuela concreta, como ámbito de desarrollo 28 personal, renovase por consenso su innegable incidencia extraescolar. Esta supone la ampliación de la comunidad educativa para que sea más global, más multidimensional, más atemporal. La segunda tiene que ver con el elevado retorno social de lo invertido, sean recursos o actuaciones, tanto en lo educativo como en lo ambiental. La tercera dice que son necesarias nuevas pedagogías en el siglo XXI (Carbonell, 2015), entre ellas la que se fundamenta en la comprensión crítica y participativa de la dinámica socioambiental (Sauvé, 2013). La cuarta se refiere a que los contenidos curriculares se han de permeabilizar e incluso globalizar; no es una moda, sino una necesidad, pero exige una reformulación de los currículos por parte de todos; los primeros que deberían intentarlo son los administradores educativos (Mayer, 1998). Una quinta lucharía por conseguir que las escuelas no caminen solas en esta encomienda; es imprescindible el apoyo de las administraciones, de otros agentes sociales como las oenegés y la ciudadanía. Finalmente, una sexta recuerda a las escuelas que deben comunicar lo que hacen para sostener el medioambiente, para lo cual pueden mantener un blog o pertenecer a una red, como se sugiere en una de las propuestas didácticas, como ya ocurre de manera colectiva en las escuelas de ESenRED (Escuelas hacia la Sostenibilidad en Red). Muchas personas, docentes también, piensan que la cultura de la sostenibilidad debería irrumpir de verdad en los proyectos educativos. Puede hacerlo con distintas intensidades y modalidades, que van desde la mejor gestión ambiental (buen uso de recursos energéticos, compras verdes, planes de mejora, comisiones ambientales) hasta la incorporación dinamizadora de lo ambiental en los desarrollos curriculares, de tal forma que incluyan modelos y estrategias de prácticas más sostenibles y se basen en el planteamiento de situaciones problemáticas para su resolución (Gutiérrez y Marcén, 2012). En consecuencia, convendría una deliberación sosegada, pero definitiva, en el ámbito educativo formal sobre la propuesta de una materia en la enseñanza obligatoria dirigida a la «cultura ciudadana para la sostenibilidad» –daría lo mismo un nombre que otro, pero no su intención–. Debería fundamentarse en el «cultivo de la multiforme idea de sostenibilidad», que adquiere matices locales y globales, medioambientales y sociales, y en todo momento posee el formato de una construcción participativa y compartida; desarrollada sin prisas para darle el adecuado contenido, abierta a cambios y escasamente repetitiva en los distintos cursos. Tal vez algunas de estas desordenadas reflexiones tengan el estilo de lecciones, pero no forman un libro guía de la educación ambiental para la sostenibilidad, porque el material de enseñanza y aprendizaje está en la vida. En el entorno escolar habrá que percibir la compleja mudanza de pensamientos y actuaciones. Tampoco están en reposo ni el medioambiente ni la sociedad cada día, empeñados en interactuar en el proceso de la vida. 29 La percepción ambiental es un asunto personal en un contexto social La percepción particular de las situaciones vividas un día tras otro por el alumnado interacciona constantemente en la escuela con aquello que se pretende enseñar. En el caso de las problemáticas ambientales, algunos de cuyos factores forman parte de los currículos escolares, todavía más. En este contexto, las percepciones son construcciones necesarias para desenvolverse con cierta coherencia en un ambiente determinado y en las situaciones problemáticas que allí se presentan o se vayan generando. Después, o al mismo tiempo, esa percepción lleva a juicios explícitos o no, a la toma de decisiones o a conductas concretas, con o sin fundamento razonado; es decir, impulsa a realizar algo que tiene consecuencias reales, aunque algunas no resulten deseadas o no se hagan visibles. Como la cuestión ambiental y social está complicada en estos momentos, será útil que las percepciones, que siempre tendrán su grado de subjetividad, se acerquen hacia el lado bueno de la acción ambiental (Flores y Herrera, 2010). En la escuela, el alumnado construye su subjetiva percepción; además, cada una de las materias curriculares poseen una propia e influyen más o menos y a su manera. Es lógico que sea así, pues sus objetivos son diferentes: la geografía se fija más en aspectos físicos y naturales; la historia percibe una relación entre grupos sociales y entorno; la biología atiende bastante a las biodiversidades y evoluciones; algunas materias abordan cuestiones de ciudadanía global; otras no ven nunca su implicación social. En Primaria, lo que se ha llamado «conocimiento del medio», global en unas leyes educativas y troceado en otras, ha acercado muchos detalles ambientales a los escolares. A pesar de eso, las percepciones serán en buena parte subjetivas o unidireccionales, contrariamente a lo que marcan las finalidades de la etapa o área: la percepción «uniforme y universal» de las diferentes variables del medioambiente. Hace unos años tuvo un gran impacto en los medios ambientalistas y ecologistas el estudio Actitudes y percepción del medioambiente en la juventud española, dirigido por Miquel Oliver (2005). En él se resaltaba que solamente si se consigue una percepción ajustada de las realidades y de los problemas, y un cambio de actitudes colectivas, sería posible la aproximación al desarrollo sostenible. Para ese cometido consideraba ineludible la participación activa de ciudadanos y ciudadanas. Apuntaba el estudio, y desarrollaba los porqués con detalle, dos carencias claras: Se olvidan los impactos originados en el medioambiente por actividades en las que solo se busca el beneficio personal; la especie humana debería valorar su relación de interdependencia con el resto del sistema. Frente a estas limitaciones perceptivas, una mayoría de jóvenes estaban preocupados por el medioambiente, pero era curioso que más por el global o del mundo 30 que el de España, su localidad o comunidad. Si estos condicionantes se mantuviesen hoy, tendría que cuestionarse poner en práctica las propuestas que más adelante se presentan, dado que en muchas de ellas se alude a la participación en la mejora social y ambiental de lo próximo para favorecer la aproximación a una idea de lo más global. A partir de aquí, surge la duda sobre si se puede aumentar la conciencia ambiental de los escolares, que son a la vez –o en primer lugar– ciudadanos/as. Habrá que leerse despacio Ciudadanía y conciencia ambiental en España (Valencia, Arias y Vázquez, 2010), donde estos investigadores del CSIC, después de definir la ciudadanía ecológica, abordan la conciencia medioambiental en España en forma de valores y opiniones, actitudes y comportamientos. Concluyen que la conciencia ambiental es débil –lo cual les preocupa–. A pesar del notable grado de adhesión moral –tal como se expresa en los trabajos de campo– no se encuentra correspondencia en su cooperación voluntaria ni ensu participación política y cívica. En otras palabras, la proclamación de valores ambientales no tiene el debido reflejo en la vida de quienes los declaran. No es el único sitio donde se explicitan factores que limitan la participación o su eficacia. La Unión Europea interroga a su ciudadanía sobre cuestiones relacionadas con el medioambiente y publica sus eurobarómetros (European Comission, 2017). El último es el número 468 y habla de actitudes de los ciudadanos. Informa sobre el impacto de los plásticos, apremia y encamina a la participación en la búsqueda de soluciones e informa sobre su política de protección. Se trata de otro sitio donde mirar a menudo, pues ayudará a encaminar la búsqueda de los compromisos del alumnado. Sin duda, un contexto social interesado por lo ambiental contribuye considerablemente a la acción educativa formal. La existencia de actuaciones ambientalistas de educación no formal, las aulas de la naturaleza, los programas educativos de las administraciones o los equipamientos de servicios son ejemplo de esa preocupación social, que tiene también una parte de acompañamiento formativo, pues permeabiliza a los escolares que emplean estos recursos. 31 Las escuelas ecosociales frente a los currículos aburridos En el bien interesado recorrido ambientalizador llevado a cabo en los centros educativos quizás no se ha conseguido del todo el «cómo» porque antes no se había concertado el «qué». Vayan por delante algunas sugerencias largamente repetidas, pero que sirven para introducir este apartado y justificar todo lo que le sigue a continuación. El medio en sí mismo tiene un carácter multivariable (contiene tanto elementos como relaciones), su dimensión es global (espacios y tiempos) y se estructura por cambiantes niveles y jerarquías que tienen una enorme complejidad. En consecuencia, desde la escuela no se puede abordar la vida con cierta desgana ambiental. En el contexto global de urgencia existencial, el profesorado en su conjunto –no vale solamente el ya sensible y comprometido– debe ser consciente de que se impone un cambio sustancial, a partir del cual conseguir la reinvención de la esencia escolar, excesivamente marcada por las normas curriculares que condicionan todo, desde la organización global hasta lo que sucede en cada hora en un centro. La educación no es cumplir unos currículos, es ayudar a aprender. El profesorado debe sentir la renovación como algo imprescindible para que el alumnado de ahora sienta y comprenda la relación entre la sociedad y el medioambiente de forma diferente a como lo hicieron los estudiantes de siempre. Es necesaria una crítica percepción del medioambiente social con una mirada participativa para mitigar las afecciones de una parte importante de los impactos que ahora soporta, para entender sus causas y consecuencias, valorar qué puede llevar a cabo cada persona y el grupo para resolver sus incógnitas, diseñar unos serios modelos de participación (Susinos y Ceballos, 2012), revisar qué sucede fuera del aula para aprender, validar cómo ha sido la participación individual, comunicar qué se ha hecho bien y qué ha resultado imposible de alcanzar, etc. Todo esto no se puede realizar en una lección escolar desarrollada a ritmo rápido, en ocasiones casi contrarreloj, porque hay que completar toda la programación escolar. Puede que para llevar a término el anterior cometido haya que remontar bastantes dificultades de los aburridos currículos. Como ejemplo ilustrativo, valdría la biodiversidad, tema y enseñanza presente en los desarrollos curriculares de ocho cursos de la enseñanza obligatoria; a ella se dedicará una de las propuestas didácticas del final. Se supone que los escolares deberían ser expertos en esta temática; pero no, al menos la percepción no se sustenta en el formato de interrelación y variabilidad que la definiría. El tratamiento que se da en los libros de texto a la diversidad es muy mejorable. Caurín y Martínez (2013) constataron en su investigación que en los textos de segundo ciclo de Primaria predomina la visión antropocéntrica: abundan clasificaciones de plantas y animales según su utilidad, sin apenas fijarse en la función que cumplen en el ecosistema concreto al que pertenecen o la parte que les corresponde en la globalidad de la 32 naturaleza, en su apropiación social. En general, se olvida el tratamiento de las actitudes referidas a la conservación de los seres vivos, que se limitan casi siempre a los dos reinos más espectaculares antes citados. El mismo concepto de biodiversidad, que sí se cita, aparece desdibujado. Tampoco se logra compaginar en Secundaria la doble perspectiva de la alfabetización científica en biodiversidad con la educación ambiental para su protección (García y Martínez, 2010). En este tema, la escuela podría ser un nexo entre lo ecológico y lo social. Para animar esta encomienda, cabe decir que dentro de esa educación social que mira hacia el medioambiente hay algo de provecho personal y social: reparar y asegurar el medioambiente es un asunto que a todos beneficia. Bastante gente ya se ha sumado a la ola proteccionista y transformadora que marcan los ODS, sobre todo por la perspectiva social que añaden. En este sentido, cobra especial importancia la educación para el desarrollo (EpD) y mucho más la educación para la ciudadanía global (EpCG), intenciones que ya se han presentado en algunos proyectos internacionales y escolares. Ambas son muestra evidente de la relación entre medioambiente y educación; dan forma y contenido al proyecto de transformación social que tantas veces ha sido citado en este libro (De Paz, 2007). La relación entre medioambiente y educación adquiere una vertiente mágica en las personas si logra educar para el compromiso. Cuando los jóvenes abandonan la enseñanza obligatoria deben enfrentar su impulso ambientalista a los incentivos sociales que les invitan –o animan insistentemente– a desarrollar actuaciones contrarias a los postulados de protección del entorno y vida saludable que hayan consolidado en la escuela. Circula, sin hacer mucho ruido, el empeño de la Unesco en promover una educación para el desarrollo sostenible (EDS); se concreta en la Agenda 2030 en su versión educativa y de ella se habla en la última parte de este libro. Una propuesta novedosa para cambiar inercias es la que prioriza la educación ecosocial del estilo de la que promueve la Fundación Hogar del Empleado (Fuhem), que aboga por que sus escuelas sean: «espacios de investigación, trabajo en red, debate multidisciplinar y divulgación sobre los principales problemas de nuestro tiempo relativos a los límites ecológicos, la equidad, la cohesión social, la solidaridad y la calidad de la democracia». El resto de las escuelas harían bien en considerarla, estudiarla y rescatar aquellos supuestos que casan con una parte de sus compromisos, incluso aventurar otros que por ahora les queden más alejados. ¿Fácil, tal como está la enseñanza obligatoria en España? No, pero merece la pena recorrer, en todo o en parte, el camino que en algunos sitios ya se ha emprendido del cual se puede encontrar completa justificación y análisis en el reciente libro de Gutiérrez Bastida (2018) Educatio ambientalis. Invitación a la educación ecosocial en el Antropoceno. Para finalizar este apartado hay que hablar de la creciente irrupción de las TIC en la vida escolar y en la de los jóvenes. Hay que aprovechar las TIC para la educación ambiental porque, bien empleadas, sirven de banco de datos –la mayor parte de la bibliografía de este libro se encuentra de libre acceso en internet–, de vitrinas donde mirar lo que hacen otros; pero no son un lugar para enviar a los escolares sin guion ni 33 acompañamiento. Las búsquedas han de estar programadas, apoyadas en un esquema previo dirigido a lo que interesa. Por otra parte, esas mismas TIC pueden ser la manera de comunicar lo que se lleva a cabo en una escuela concreta; verse en la red añade un aliciente para el profesorado y los escolares que casi siempre anima a hacer másy mejor. 34 Una mirada ambiental abierta desde la complejidad La escuela es una gran devoradora de contenidos, incluso los ambientales: complejos muchas veces, y por eso inabarcables en su totalidad, cambiantes en contextos y territorios, con niveles de abstracción diferentes, a menudo inadecuados para ser trabajados a determinadas edades. En realidad, enseñar y, en consecuencia, aprender casi todo lo relacionado con el medioambiente es sugerente y a la vez complicado. La diferente percepción social o personal de las variables ambientales requiere tiempo, tacto, intención y entrenamiento diferenciado con diversos ritmos para aprender lo más útil. Esta complejidad exige una enseñanza acorde, lo cual es tan necesario como delicado; además, el profesorado rara vez llega a tener esa visión, por más que crea en que es conveniente la interdisciplinariedad entre las diferentes materias de la enseñanza obligatoria. Sin embargo, según dicen los expertos (García, 2003; Leff, 2006), aproximarse a la complejidad es un concepto clave en una educación para la sostenibilidad. Necesita una organización basada en la percepción, abierta a visiones diferenciadas e incluso contradictorias y que, además, no huya de las incertidumbres. Solamente así se pueden desarrollar procedimientos más globales e integrales en los que esté representada una buena parte de los elementos y las relaciones del sistema que se está analizando; porque cualquier asunto ambiental que se quiera desentrañar tiene detrás, o sobre él, un sistema de relaciones. Estas circunstancias, que son a la vez parte trascendente del sistema, obligarían a trabajar en la escuela cualquier problemática ambiental, cotidiana y percibida, dentro de la complejidad que, resumiendo, se podría apoyar en los siguientes aspectos (Gutiérrez Bastida, 2011): la visión sistémica que atienda a las interacciones y observe las relaciones entre medioambiente y sociedad, y viceversa; la dimensión de futuro explicitada en la relevancia de la perspectiva intergeneracional; la consideración de que las incertidumbres y los riesgos seguirán siempre. Para que los ciudadanos aprendan en la complejidad hay que favorecer una mirada abierta y evitar generalizaciones o simplificaciones; máxime cuando no están educados en el uso de cualquier bien colectivo y tampoco entienden que se les aumenten restricciones o cuotas ambientales del estilo de «prohibido…», o «quien contamina paga». Para atraerlos al círculo ambientalista hay que fijarse tanto en el estado concreto de una problemática como en las relaciones, incluso más en estas. Por eso es conveniente hacerse preguntas e intentar responderlas, aunque los resultados tarden en llegar. En este contexto, para conseguir aprendizajes es mejor trabajar con probabilidades y tendencias 35 observables que ofrecer certezas de que se va a resolver el problema con lo que se hace en ese momento. 36 La participación vinculada a la idea de mejora colectiva En algunos centros escolares ha calado la idea de que otro mundo es posible, y han empezado a trabajar en ello, cada uno en su medida. Hace unos años se ponía en marcha el proyecto «Agenda 21 Escolar» en escuelas de toda España. Básicamente, las agendas querían ayudar a convertir a los estudiantes en buenos ciudadanos, que fuesen miembros activos de su comunidad. Magnífica intención, pues hay que reconocer que la cultura de la participación transformadora (Susinos y Ceballos, 2012) no está muy extendida ni en la sociedad ni en los centros escolares. Cuesta desarrollarla, porque resulta difícil que los individuos, tanto el profesorado como el alumnado, sean conscientes de que pertenecen a un conjunto, de que siendo individualmente diferentes deben comportarse con pautas colectivas, acordadas y de responsabilidad progresiva. La participación no es solo un adiestramiento para el correcto desenvolvimiento ante los problemas ambientales, como podría ser saber qué hay que hacer para adaptarse o mitigar el cambio climático; es consolidar competencias para la acción (Mogensen, Mayer, Breiting y Varga, 2009), que deberían ser críticas y éticas, incluso políticas (Sauvé, 2013). En consecuencia, si se quiere poner en marcha una apuesta ambiental en los centros, hay que tener en cuenta que ni el profesorado ni el alumnado se adherirán siempre de igual forma y con similar compromiso, pues unas problemáticas les atraerán más que otras. En casi todos los proyectos, su participación se explicita en tres niveles (Forestello, 2013): Convivencia pausada practicada por quienes simplemente están por allí o asisten a alguna reunión. Su grado de implicación es mínimo. Colaboración razonada. Quienes la practican están dispuestos a cooperar y compartir. De hecho, se implican en la búsqueda de información, ayudan en las deliberaciones y en la toma de decisiones, y participan en actuaciones concretas. Gestión decidida. Quienes están en este grupo, formado por profesores y alumnos, diseñan y desarrollan proyectos de manera participada, evalúan los procesos y resultados, y tiran del resto de la gente hacia adelante. A menudo, alguien cambia de posición y compromiso –incluso integrantes del grupo más implicado– según le interese la temática o se vea afectado por momentos personales. Lo que importa es el conjunto; que se vaya consolidando el grupo más comprometido, y si es posible, se incorpore más gente. Lo que realmente permanece en el centro es la cultura de la participación; es lo más relevante, pues los individuos llegan un año y se van en otro. En relación con la metodología participativa y sus beneficios, debe leerse con detenimiento Entre tantos. Guía práctica para dinamizar procesos participativos sobre problemas ambientales y sostenibilidad (Heras, 2002). 37 La conveniente evaluación de las actuaciones En un sistema como el educativo, que ha hecho de la evaluación una obsesión, más todavía con la LOMCE, no es necesario proponer demasiadas cuestiones evaluativas; se supone que el profesorado ya las tendrá en cuenta. Sin embargo, se podrían apuntar algunas ideas referidas especialmente a la participación (Forestello, 2013). Se encaminarían a conocer a quien haya colaborado en el proyecto, si una clase o varias, si había más alumnado o profesorado, si las familias se han implicado, etc. Sería conveniente, de cara a continuar o no con el proyecto en los años futuros o acaso darle otra dimensión, conocer en qué partes (selección del tema, configuración del proyecto, información, decisión y actuación) ha habido más implicación y de quién, así como si se ha llevado a cabo alguna reformulación curricular. También hay que valorar las aportaciones de personas o entidades ajenas al ámbito escolar. Al final habrá que reconocer si hay resultados visibles, en forma de gestión sostenible del centro, de participación de los distintos sectores (Susinos y Ceballos, 2012) y de la posible reformulación curricular. Si fuera afirmativo en todo o en parte, habrá que ver si el proyecto puede tener continuidad en una o varias clases y quién se compromete a retomarlo después de las vacaciones de verano. Sobre todo, habrá que comunicar a todos los participantes aquello que se ha hecho bien. De todo ello, será necesario redactar una memoria al final de cada curso escolar para que sirva de reflexión; también como documento de trabajo para retomar la intervención al curso siguiente y facilitar el camino a quienes se incorporen por primera vez, máxime teniendo en cuenta la variabilidad del profesorado en algunos centros y el acceso de nuevo alumnado, sobre todo en Secundaria. De todas formas, quienes quieran entender muchas de las caras de la evaluación, tanto si es de pequeños proyectos como de programas de mucha envergadura, deben consultar el material Evaluación de calidad de programas, centros y recursos de educación ambiental coordinado por José Gutiérrez (2012). Tras todos los comentarios y las reflexiones, que a alguien parecerán exagerados y a según quién incompletos, se desarrollan algunas estrategias de acción. Algunasson propias –experimentadas con el alumnado–; otras, adaptaciones. La mayor parte abordan temáticas conocidas; en muchos casos tratan problemas de urgente atención. Al final, cada escuela encontrará algún pormenor o pincelada que le sirva para empezar el camino o continuar con más apoyos por otro que ya haya recorrido varios tramos. 38 5. Sugerencias prácticas para abrir caminos escolares para el medioambiente En el desempeño escolar general cuentan mucho los liderazgos (Forestello, 2013); en proyectos de participación sobre cuestiones no estrictamente curriculares todavía más. En primer lugar, quienes los ejerzan han de tener claros los objetivos de aprendizaje o cambio ambiental que buscan, poseer conocimientos suficientes sobre la temática que se trabaja y estar abiertos a escuchar y asumir propuestas. En segundo término, han de saber ejercer liderazgo, poseer habilidades para conducir al grupo; también desarrollar capacidades de síntesis del trabajo desarrollado y dotes de comunicación. En tercer lugar, deben mostrar empeño en lo que hacen para animar a los demás, aumentar las implicaciones difusas; también una gran capacidad de resistencia a las posibles faltas de resultados claros. Pasado un tiempo, una idea, una percepción o una negativa vuelven a interesar, y así se construye una nueva actuación. A continuación, se presentan unas propuestas didácticas sobre cuestiones ambientales. Van dirigidas tanto al profesorado como al alumnado, pues ambos deben ser parte activa en la cuestión ambiental. Se ha intentado que fuesen multidimensionales, que incentivasen tránsitos –algunos reversibles, con varias idas y venidas– entre lo ambiental y lo social, lo individual y lo colectivo, lo cercano y lo alejado, las personas y el centro escolar, la ciudad y la naturaleza. Además, se ha combinado presente y futuro, se han contrapuesto realidades y sensaciones, se ha relacionado conocimiento escolar y experiencia cotidiana, se han aunado pensamientos críticos y actuaciones. Por todo esto exceden en extensión a lo que sería una actividad sencilla, dirigida a un tratamiento específico; tienen momentos diferenciados, aunque se ha buscado su progresividad. Hay actividades más enfocadas al centro en su conjunto, que buscan una mejor gestión ambiental y la participación de toda la comunidad educativa. Otras abordan la relación entre medioambiente y sociedad en materias escolares que supuestamente no son afines. La que aborda la contaminación del aire en la ciudad es larga, motivada por el hecho de que la mayor parte de la población es urbana, o lo será dentro de poco. Se incluyen estudios de casos que van desde lo local hasta problemáticas mundiales generalizadas. Quienes piensen y crean en una escuela más social y ambiental encontrarán ideas que reafirmen proyectos emprendidos, quizás alguna clave que ayude a consolidarlos o abra el camino escolar para empezar. Cada equipo de profesores seleccionará la que más convenga al alumnado con el que trabaja, a la trayectoria del centro o a las demandas e intereses del grupo en un momento concreto; las ordenará para 39 los diferentes años escolares dentro del proyecto educativo del centro y de la programación general anual. Cabría haber presentado otras muchas, con intenciones y metodologías diferenciadas, como las que proponen Heras (2002) para dinamizar reuniones, Gutiérrez (2011) en Sus Tenere (capítulo «Ya en acción»), o haber optado por el «aprendizaje-servicio», como defiende Roser Battle. Acaso, habría que replicar las detalladas para el cambio climático en la investigación de Monroe et al. (2017), fijarse en algunas de las interesantísimas que recoge la Carpeta Informativa del Ceneam o adaptarlas de las redes de ecoescuelas. De unas y otras hay algo similar en las que se presentan aquí. No son recetas, sino cajas abiertas para experimentar, en las que aparecen papeles dirigidos al profesorado casi a modo de cartas con deseos, y recursos para trabajar con el alumnado de cara a favorecer en ambos colectivos el desarrollo de competencias críticas (Sauvé, 2013). En ellas se mezclan actuaciones con reflexiones, informaciones con pretensiones; todas son abiertas y sujetas a variadas interpretaciones. Como no van dirigidas a un curso concreto de Primaria o Secundaria, ni a una materia del currículo, las sugerencias e ideas pedagógicas y metodológicas que contienen servirán para la reflexión del profesorado a título individual o, mejor, del grupo concreto o de todo el centro. Tampoco deberían trabajarse igual en Secundaria, con un alumnado más autónomo en la formación de su moralidad, que en Primaria. En esta etapa debería primar la aproximación afectiva en relación con un hecho o aspecto concreto de la vida próxima para que sirva de enganche; acaso apoyarse en centros de interés renovados sobre aprendizaje de lo cotidiano, de tal forma que provoquen la curiosidad y el deseo de aprender y, en suma, lleven a niños y niñas a aproximarse a algunas interrelaciones que se dan en su entorno y, en cierta manera, conocen. Así se logrará encontrar los estímulos ambientales ocultos en los desarrollos curriculares, que normalmente invitan a presenciar, pero mucho menos a interactuar. No es aventurado proponer que quienes conduzcan estas propuestas deben tener una idea global de las ideas previas sobre el asunto de aquellos con quienes trabajan. Hay distintos procedimientos de exploración: cuestionarios, entrevistas libres o semi estructuradas, desarrollos gráficos, lluvia de ideas, ordenación de conceptos para la elaboración de un mapa conceptual, observación en torno a una situación programada, escalas de actitud, dilemas morales, etc. De varias de estas estrategias se dice algo en las páginas siguientes. 40 El blog escolar del medioambiente y la sostenibilidad para exponer lo que se hace y animar a la comunidad educativa Siempre se ha dicho que tan interesante es hacer algo para la mejora colectiva como comunicarlo a los demás. En muchas escuelas se desarrollan valiosas experiencias que quedan casi en el anonimato, aunque afortunadamente cada vez menos con la llegada de internet y la dotación adecuada de ordenadores y conexiones de banda ancha a buena parte de los centros. Hay que señalar que algunos de estos ya han configurado su blog del medioambiente; hay servidores y plataformas gratuitas que lo facilitan. Varios de los que están accesibles en la red aseguran en su completa presentación que reunieron a todas las personas interesadas: profesorado, alumnado, familias y personal auxiliar. En aquel centro, que se puede tomar como piloto, lo primero que hicieron fue una distribución de tareas, y cada cual las asumió según sus capacidades y disponibilidad. Así se formó el equipo de redacción, en el que había alumnado de varios cursos. Las pestañas de los temas tardaron tiempo en concretarse; los intereses personales empujaban bastante, pero al final hubo que combinar lo que se quería decir con cómo se hacía; no cabían en una página todas las preocupaciones individuales, por lo que fue necesario realizar una selección. La estética y la plástica mandaron bastante. Se decidió que las secciones fuesen de dos sentidos: lo que se hacía en el centro y quería enseñarse fuera, además de aquello de fuera que merecía la pena ser conocido dentro. Así quedaron más o menos. De la pestaña «Nuestro medioambiente» colgaban las secciones: «Qué significa M.A.» (información resumida y veraz sobre agua, consumo y residuos, cambio climático, energía y movilidad, globalidad y ciudadanía, etc.); «Temáticas abordadas» en las que se diferenciaban las reseñas de actuaciones generales y por clases –en las sesiones semanales de tutoría decidían si se aportaba algo al blog–. Abriendo la pestaña: «El medioambiente de otros», se accedía a actuaciones de centros educativos de España y del extranjero; los departamentos de idiomas ayudaron a seleccionar estos. La pestaña «Enlaces» daba la entrada a webs interesantes para documentarse, a itinerarios naturales o urbanos, a una sección que se llamaba
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