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Práctica Comunitaria en Fundación Espacio Analítico Primer Trabajo Práctico. Docentes: Lic. Gurovich, Lic. Del Río. Alumno: Martín Capó Comisión: Sábados, turno tarde Fecha de entrega: 05/05/18 Introducción. En las próximas páginas estaré desarrollando cómo se fue desarrollando internamente y cuál fue mi vivencia de la práctica comunitaria que actualmente estamos cursando en la fundación espacio analítico. Además, haré referencia a algunos conceptos aislados que podemos encontrar en la bibliografía de Maritza Montero en cuestión a la psicología comunitaria y cómo se vinculan en relación a mi propia experiencia. Espero que lo expresado en las próximas páginas sea una fiel imagen de lo vivido y todo lo que estamos aprendiendo juntos. Desarrollo. Comenzar la práctica fue muy difícil, ya que era la primera vez que tenía que cursar un sábado en mi vida. Por más que estaba acostumbrado por haber trabajado los fines de semanas en el pasado, la idea de trabajar y cursar toda la semana para luego seguir cursando un fin de semana, debo admitir, no sonaba en absoluto tentador. Llegamos el primer día y en mi interior sabía que sería una primera clase a modo más introductorio por lo que no me esperaba encontrarme con niños o madres que estuvieran participando del taller. Fue divertido ver a todos mis compañeros esperando en la puerta a la calle con sus rostros de incertidumbre, de a dónde venimos, de que vamos a hacer o si quiera quien nos va a abrir la puerta. Especulamos un rato entre los que ya habíamos compartido cursada y cuando llegó el profesor, Gustavo, ingresamos al edificio. Nos reunimos y comenzamos a hablar sobre que se trabajaba en la fundación, de que escuelas solían venir los niños y de más temas de interés general. En ésta primera reunión se dio cómo uno de los primeros quiebres, y quizás también de los más interesantes por afectar directamente a nuestra brújula y punto de partida: el taller debíamos armarlo enteramente nosotros, en conjunto, en equipo, en comunidad. Creo que de alguna manera, ésta “consigna y no-consigna” nos descolocó de una manera que fue muy interesante. Quizás estamos muy acostumbrados a llegar a distintas situaciones académicas que se presentan completamente estructuradas, donde en la primera clase ya sabes que estarás haciendo en dos meses, y exactamente cuándo y cómo terminarás en 4 meses. Acá tuvimos la oportunidad de crear desde cero, de ejercitar esas zonas del cerebro más relacionado con nuestra creatividad. Comenzamos a hablar de nuestros gustos, de nuestros intereses, también cómo para conocernos un poco entre los que jamás habíamos compartido aula, y de a poco fuimos teorizando cual era el taller que nosotros queríamos armar. La riqueza de ideas que obtuvimos de éste primer encuentro creo que van a quedar no sólo para ésta práctica, sino para cualquier otra experiencia similar que llegase a vivir en el futuro. Algunas de éstas fueron: desde inventar nuestros propios juguetes hasta levantar un hospital de juguetes, donde los niños pudieran ver la importancia de reparar los objetos en un mundo que todo es desechable, jugar a hacer nuestra propia película donde los niños sean los mismos personajes o un taller de música donde puedan inventar sus propios instrumentos y agruparse, también pensamos en la danza, pintura, teatro. Hubo variedad de ideas cómo de gustos y personas en el aula. Lo que comenzó como un arrastre de pies sin voluntad hasta Balvanera, de ir a un lugar a “cumplir”, de pronto, se había transformado en un desafío que me dejaría pensando toda la semana, cómo si una pelotita estuviese rebotando en mi cabeza y la gravedad no pudiese pararla. Es por esto que considero que en la primer clase da el primer quiebre. Me gustó mucho que durante éste proceso de conformación, en ningún momento, tanto profesor o alumno, se posicionó en un lugar de conocimiento superior, absoluto. Nadie era un experto instruyendo a un aprendiz, sino que todos éramos potenciales agentes de transformación frente a lo que se venía; lo que me llevó a pensar en la conceptualización del rol del psicólogo en los textos de Montero. Sorprende lo importante que es a posteriori, que en la formación de una comunidad o el apoyo a una, no haya sujetos que se posicionen en lugares de conocimiento absoluto ya que puede generar rechazo, incluso entre las mismas personas que buscan a acercarse a la comunidad. La segunda clase fue también, una montaña rusa de emociones. Por un lado, nos encontramos en la ausencia de agentes; no de manera literal, pero sólo contamos con la presencia de Damaris y su madre Patricia. Sin embargo, ésta experiencia vendría a enseñarnos una lección muy importante. Primero, me enseño a replantearme el lugar de la expectativa y las ilusiones, que pueden ser un gran motor e impulso pero si uno las deja al libre albedrío de nuestra fantasía, pueden caerse cómo un balde de agua fría en pleno invierno. En segundo lugar, la importancia de la escucha: éramos muchos “agentes externos” para sólo 2 “agentes internos”, lo que en una primera hipótesis nos llevó a pensar en cómo podríamos abordarlo siendo cantidades tan disímiles. Para nuestra sorpresa, no importa cuántos oídos haya (creímos que ser tantos, inhibiría), mientras la escucha sea real, honesta y sincera, la apertura se va a dar. Patricia nos relató un montón de cosas de su vida, de los cuales había muchos detalles que me gustaría recordar pero lo que más me resonó fue el “Este año no es todo para Damaris.” Ésta frase nos plantearía un giro interesante o un segundo quiebre a la disposición del taller, ya que nos abre la puerta a ir pensando un espacio que sea sólo para las madres, mientras una parte del grupo trabaja con los niños. Es un trabajo en progreso, que estamos comenzando y donde utilizamos de disparadores la película de Coco y Hotel Transilvania. Y la práctica siguió avanzando. A pesar de ésta herida a nuestras expectativas rápidamente remontamos y seguimos avanzando en los próximos encuentros. Aquí fue fundamental el rol de Patricia, quien gracias a su fortalecimiento tuvo la iniciativa de invitar a más madres y sus hijos al taller. De repente, ella se había transformado cómo en una suerte de embajadora para nosotros: y con excelente resultados, y así empezamos a pesquisar los efectos positivos que estábamos generando entre todos. Así conocimos a Luna, Lucas, Lucía, Ezequiel y Jairo el próximo encuentro. De repente estamos todos mucho más alegres y emocionados por esta nueva posibilidad y convocatoria. Ese día yo me sentía particularmente mal, ya que fue en la época del brote gripal tan clásico del año, así que ya con rudimentos de una gripe me presenté cómo todos los sábados en Balvanera. La primera mitad de la clase se me estaba haciendo eterna, no sentía creatividad para generar juegos con mis compañeros, no tenía fuerza para mover las cosas de lugar, por lo que mover los escritorios se había transformado en algo inusualmente difícil, tampoco estaba de humor, mis compañeros me hablaban pero yo por dentro no quería saber nada. No los quería escuchar y tampoco quería hablarles, quería estar en la cama tapado hasta la médula con una taza de té y que el diluvio afuera no sea más que una canción de cuna. Pero había que aguantar. Empezamos las actividades y no me hallaba en ninguna, así que fui a dar una mano en la preparación de la merienda. Armamos la mesa, compramos las cosas, ordenamos un poco por allí y otro poco por allá, pero todavía teníamos todo el día por delante, y un día que particularmente había empezado con el pie izquierdo. Por suerte, hubo un giro, y es lo que personalmente denomino el tercer quiebre del taller en cuanto a mi propia experiencia subjetiva del mismo. Había un niño dando vueltas que parecía estar muy aburrido, que quizás se había escapado del salón donde estaban todos o simplemente en su naturaleza deambuladora estaba paseando. Así que me acerqué y comencé a hablar con él.Lucas, es su nombre. Parecía estar súper curioso con mi presencia por fuera de donde estaban los demás varones y haber pegado un interés algo particular. Así que nos pusimos a jugar. Con fiebre y todo. Durante todo el transcurso del juego noté que Lucas poseía ciertas características distintas a las que puede tener cualquier niño de su edad, pero cuando jugamos a los bolos me ganó sincera e indiscutiblemente. Después agarramos los bloques de armar tipo lego, y construimos una moto para un juguete de Aladino, y un barco también. Cuando había que unir los bloques, había veces que se frustraba por no darse cuenta que eran de distintas marcas y por ende, no calzaban. Así que tiramos todos los bloques en una mesa y con paciencia nos pusimos a separar entre los que podrían funcionar juntos y los que no, lo que a posteriori, a Lucas lo calmó un montón. Tan orgulloso estaba de su moto que fue a mostrársela rápido a su madre. Luego encontramos como unas maderas en disposición de escenario para muñecos, así que actuamos una breve obra de teatro del Señor Gato, o Señor León, tendría que ver que peluche usamos porque se me confunde en la memoria. Lo que había arrancado cómo un día difícil se volvió en una actividad hermosa. Sentí que realmente había conectado con Lucas y sentía una luz que se prendía dentro mío cada vez que lo hacía reír, pensaba quizás que tanto necesitaba de esas risas para reírse con tanta fuerza. Mientras merendábamos, Lucas me traía constantemente papitas y snacks para compartirme, hasta que en un momento le dije ‘basta por favor, ¡voy a explotar!” y la madre me explicó, que esa es su manera de agradecer. En ese momento sentí cómo un mimo en el corazón. La clase siguiente a ver Coco, que vimos Hotel Transilvania, estuvimos jugando antes de comenzar la película mientras esperábamos a que llegaran todos. Mientras jugábamos al choco-choco-la-la y nos hacíamos caras con los nenes, noté que Lucas estaba muy apagado (que no se correspondía con lo que había visto antes). Así que me fui a “molestarlo” y hacerle caras a él. Cuando le pregunté cómo estaba, que estaba haciendo, me dijo que tenía mucha hambre. En el momento no le presté atención, pero luego me preocupó un poco; así que para animarlo le conté que había un pastel esperándonos para merendar, haciéndole jurar que mantendría el secreto entre nosotros. Algo que obviamente no ocurrió, a los 5 minutos tenía a un ejército de niños rodeándome y preguntándome por el pastel. No por la torta, por el pastel. Así reuní a esta pequeña milicia y les dije que si prometían no decir nada, les diría de qué sabor era el pastel; y así fue: chocolate. El cambio de conducta fue increíble, con una de mis compañeras nos moríamos de la risa por la manera en que habíamos logrado reducir las revoluciones. Cuando terminó la película nos pusimos a dibujar. Me sorprendió la habilidad de Jairo, quien parece tener un talento oculto esperando a ser desarrollado. Fue muy divertido acostarse en el piso y dibujar con ellos mientras alguno te pisaba la espalda o te caminaba por arriba de la cabeza en cuatro patas. Entre todos vi que Lucas no quería dibujar. Así que, admitiendo ya para éste punto mi “preferencia”, me acerqué de nuevo a él; quien lo primero que hizo fue reclamarme el pastel. Le pregunté porque no quería dibujar, a lo que no me respondía, así que le pedí que buscara una hoja y unos lápices así hacíamos un dibujo juntos. Dibujamos autos en la calle de un día soleado, y después, nombramos cada auto según sea Martín, o Lucas. Al final, dibujo su propia mano en la hoja de papel y escribió su nombre en un dedo. Me pidió que haga lo mismo, así que escribí mi nombre en el otro dedito, y así sucesivamente, hasta que en el 5to dedo escribimos su nombre, y el mío. Antes de irse, como los snacks, me regaló su dibujo. Al final de la clase merendamos en comunidad, festejamos los cumpleaños de todos los que ya habían cumplido en el año y el inicio del taller con el “pastel”. Fue lindo celebrar casi que por celebrar, todos sabemos que nadie sopla la vela de una torta habiendo pasado meses de su cumpleaños, pero decidimos romper con eso para celebrar igual. Conclusión. Si hay una enseñanza, entre tantas otras posibles y potenciales, que me está dejando ésta experiencia, es que a la comunidad, hay que ponerle el cuerpo. ¿A qué me refiero? Este tipo de práctica me demostró, luego de salir por ahí agotado y muy cansado de jugar con los chicos, que el trabajo comunitario tiene mucho de poner el cuerpo, estar ahí, de que si 3 niños vienen corriendo y se te van a tirar encima, lo mejor que podes hacer es trabar para recibirlos. Porque se pueden hacer cambios enormes con pequeñas cosas, con devolver un abrazo, con hacer reír, con tirarse al piso y ensuciarse. Estamos acostumbrados a las clases magistrales y los grandes cúmulos de teoría en papel, al divague intelectual dentro del aula y la formulación de ideas abstractas una más compleja que la otra; y todas apuntan a la mejoría del paciente, de su cura, o lo que sea. Hoy aprendí, que eso es secundario. Para transformar, para cambiar, para mejorar, hay que salir y poner el cuerpo. Bibliografía Montero M. Introducción a la psicología comunitaria. Desarrollo de conceptos y procesos. Buenos Aires - Argentina.
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