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V Seminario permanente metodológico y de formación IULCE-UAM: “La biografía como recurso metodológico en los estudios sobre historia política del siglo XVII” 9 de abril 2021, en línea (GoogleMeet) "La biografía y los historiadores" Juan Pro (Escuela de Estudios Hispano- Americanos-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Sevilla) Nuestro tema de hoy es la biografía histórica. Y hay que empezar por decir que no es solo un género (o sea, una de las formas que podemos dar a los textos que escribimos para comunicar conocimientos e interpretaciones), sino que es también otras cosas. Tal vez para un librero, un bibliotecario o un crítico literario deba ser contemplado como un género, desde el punto de vista del resultado (los libros en los que se plasma). Pero para nosotros, como investigadores y escritores de esos libros, la biografía es sobre todo un enfoque metodológico, o un conjunto de métodos que todo historiador debería llevar en su caja de herramientas. Lo que está claro es que este enfoque o este método es relevante, aunque nadie pretende que tenga un valor exclusivo o superior al de otros enfoques u otros métodos que podemos manejar. La biografía ha estado siempre entre nosotros: forma parte del trabajo de los historiadores desde los orígenes de este oficio en la Antigüedad. Es cierto que llegó a caer en un cierto descrédito en la segunda mitad del siglo XX, cuando el paradigma de la historia social (en sus dos grandes versiones, la historiografía marxista y la “historia total” de la Escuela de los Annales) pusieron el foco sobre lo colectivo, sobre las grandes fuerzas estructurales que determinan la historia a largo plazo; al lado de esa historia profunda, ocuparse de personajes singulares parecía una concesión al individualismo que 2 caracterizaba culturalmente al capitalismo occidental, y en el fondo, un auto-engaño por suponer que la peripecia de un solo individuo pudiera tener alguna importancia en el curso general de un movimiento histórico determinado por las clases, las estructuras profundas, las mentalidades colectivas, las tendencias de la longue durée. Sin embargo, los historiadores no han dejado de practicar nunca la biografía (ni siquiera en aquel periodo de auge de la historia económica y social). La razón por la que nunca desapareció del todo la biografía histórica es la misma por la que, desde las últimas décadas del siglo XX, este género ha recuperado vitalidad, protagonismo y reconocimiento: porque constituye el enfoque más próximo al factor humano, el que permite acceder más directamente a los protagonistas. Se ha hablado, por tanto de una recuperación de la biografía, que reflejaría un cierto hastío con las formas de hacer historia que sólo otorgan importancia a fuerzas colectivas e impersonales, transmitiendo la idea de una humanidad determinada por procesos que escapan por completo a su control. Esa forma de entender la historia tal vez fuera coherente con la desazón infinita producida por las grandes catástrofes del siglo XX: las dos guerras mundiales, la gran depresión, el fascismo y el estalinismo, los campos de exterminio, los genocidios, el hambre y el subdesarrollo, el terrorismo, el pánico al holocausto nuclear... Son fenómenos tan difíciles de explicar, de controlar y de asimilar que parece preferible suponerlos consecuencia de la fatalidad histórica, de factores impersonales que condujeron a ese resultado de forma inevitable, sin que sus protagonistas lo desearan realmente. La práctica de la biografía histórica, por el contrario, arraiga en un entorno en el que ha de haber alguna fe en las posibilidades del ser humano, algún sentido de la libertad. Para recuperar la biografía como método propio, la historia se ha aproximado a la literatura, ámbito genérico en donde nació y del 3 cual se alejó algún día para reivindicar su contenido específico como ciencia capaz de generar un conocimiento fiable y seguro. A medida que se fueron debilitando las certidumbres del siglo XX, la disciplina histórica volvió a reclamar el carácter híbrido del conocimiento que ofrece sobre el pasado, el presente y el futuro: un conocimiento mixto, ecléctico, que refleja la enorme complejidad de los objetos a los que se acerca. No se puede dar cuenta de ellos sólo con la supuesta objetividad que proporcionan los métodos traídos de las ciencias sociales; la interpretación, la valoración, la opinión, estuvieron siempre en el núcleo central del oficio de historiador; y la deontología del oficio exige reconocerlo abiertamente, recuperando como legítimos los métodos que nos presta la literatura para tratar con lo subjetivo. Es así como la historia ha regresado periódicamente a la biografía en busca de respuestas que no pueden darle otros enfoques y otros métodos. Y al hacerlo, no sólo ha ganado en riqueza y en capacidad de comunicación, sino también en su capacidad para ofrecer un conocimiento riguroso sobre realidades enormemente complejas. Eliminar de la explicación el influjo de los protagonistas individuales es negarse una visión completa de la historia, como lo sería omitir los factores colectivos. La biografía es algo muy sencillo: consiste en poner el foco sobre la trayectoria singular de un individuo (aunque también existen biografías de más de una persona, como las biografías paralelas o cruzadas, las sagas familiares, y las prosopografías). Pero, dentro de su sencillez, es algo importante para los historiadores. La historia necesita del método biográfico porque es consustancial al tipo de explicación que la disciplina histórica aspira a ofrecer. Lo que caracteriza a la historia en comparación con otras disciplinas es que ofrece una explicación genética y global de los fenómenos humanos: - Global porque, a diferencia de otras ciencias sociales como la economía, la sociología, la geografía o la ciencia política, la 4 historia no aísla un tipo de fenómenos para explicarlos por sí mismos, sino que los integra todos para explicar la experiencia humana desde la interacción de todos esos factores. - Y genética porque la historia trabaja con la dimensión temporal de los fenómenos, buscando explicarlos a través de su origen, de cómo lo que pasó antes dio lugar a lo que vino después. Para los historiadores nada se puede explicar adecuadamente si no es remontándose a sus antecedentes. Pues bien, ambas dimensiones, la global y la genética, que son tan esenciales para el trabajo del historiador, nos las da el método biográfico mejor que de ningún otro. 1º) La biografía nos aproxima a la concepción global de la realidad a la que debe aspirar la Historia. Por necesidad, otros enfoques suelen aislar facetas de la realidad para estudiarlas en profundidad, por separado, atendiendo a su propia lógica. Por ejemplo, un historiador puede verse obligado a aislar lo político para estudiar un fenómeno político, y dejar así fuera del foco otros factores, como los económicos, culturales, afectivos, climáticos, etc., etc. Lo mismo hace el historiador del Derecho, o el historiador de las ideas, o quien hace historia económica, o historia de la Medicina… El trabajo empieza siempre por acotar un campo y dotarse de las herramientas conceptuales adecuadas para estudiarlo. Sin embargo, al recurrir al método biográfico, los campos se reagrupan de forma natural, dado que el individuo que ejerce el poder o que lucha por él, es también alguien sometido a las presiones del clima y a las condiciones de su salud; es alguien que tienen que ganarse la vida y atraviesa quizá problemas económicos; es alguien que tiene una vida privada y una sexualidad además de dedicarse a la política; es alguien que tienen una cultura que va más allá de la ideología de su partido, puesto que disfruta de ciertos tipos de música, lee cierto tipo de literaturay 5 practica deportes o asiste a espectáculos que son de su gusto o del de su esposo (o esposa)… En fin, al hacer el seguimiento biográfico de un solo individuo se pone de manifiesto cómo todos transitamos en nuestras vidas por diferentes espacios: las experiencias vividas en un campo de la realidad influyen sobre las decisiones que se toman en otros campos, puesto que la realidad no está compartimentada y es solo el ojo del historiador especializado el que la parcela para facilitar su estudio. Este sentido de lo global que nos ofrece el método biográfico no es un detalle menor: permite, por ejemplo, ver cómo los aprendizajes y los capitales que una persona acumula en una faceta de su vida (sea la faceta familiar, o la formación escolar, la religión, las aficiones, los negocios) definen las herramientas de las que dispone para actuar en otras facetas, como puede ser la vida pública de un político, un artista o un monarca. Sin el seguimiento biográfico de los personajes, su comportamiento quedaría amputado y sería imposible explicarlo. Globalidad, por tanto. 2º) El método biográfico también nos da un acceso directo a la explicación genética de los acontecimientos que busca la historia. Al mostrar la sucesión de experiencias en la vida del individuo, la biografía encadena cada situación con la siguiente haciendo más evidentes las relaciones de causa y efecto o, al menos, sugiriendo hipótesis causales por el simple encadenamiento temporal de los hechos. Cuando, además de hacer ese seguimiento ordenado de la trayectoria biográfica de un personaje, disponemos de fuentes que nos permiten oír su propia voz, saber lo que pensaba en cada momento sobre lo que estaba haciendo –del tipo de un diario, unas memorias, una autobiografía o una colección de correspondencia privada suficientemente nutrida– no solo tenemos el encadenamiento temporal de los hechos desnudos, sino la percepción subjetiva del individuo, que nos sugiere cómo procesaba las experiencias y qué 6 elementos tenía en cuenta para tomar sus decisiones. Las acciones humanas pasan así a tener una explicación endógena que nos vacuna contra la tentación de superponer explicaciones extemporáneas, procedentes de una teoría o una ideología propias de nuestro tiempo y no del tiempo del biografiado. Por lo tanto, además de darnos acceso a la globalidad, la biografía nos da un acceso privilegiado a la explicación genética que busca la historia. No obstante, algunos ataques contra la práctica de la biografía histórica deben ser tenidos en cuenta seriamente, dado que contienen al menos una parte de verdad. Por ejemplo: las dos acusaciones fundamentales que resumió Patrick O’Brien en 1996: 1. La cuestión de la representatividad: es decir, no sabemos qué significado se le puede dar a esa vida singular, cuánto de representativa es de su época o de algún grupo humano mayor. La mayor parte de los biógrafos se desentienden del asunto, de manera que unas veces se afirma sin más lo excepcional que es la vida del personaje; y otras veces se dice que era “hijo de su tiempo” y que su vida refleja lo que era común en su época – sin intentar demostrarlo de ninguna manera. 2. La renuncia a buscar explicaciones científicas. En la práctica, el biógrafo corriente no aplica métodos y conceptos rigurosos como los que proceden de las ciencias sociales. En vez de utilizar estas herramientas científicas para buscar explicaciones, sustituye la argumentación por el relato, como si la simple descripción cronológica de los acontecimientos constituyera una explicación de su encadenamiento causal. Muchas veces, además, los autores se ponen en manos de una psicología de sentido común como si fuera una guía suficiente para el conocimiento científico. En el límite, se dice, la biografía es el refugio de los malos historiadores, de los más anquilosados y 7 conservadores, incapaces de mantenerse al día de los avances teóricos que se producen en el entorno de las humanidades y las ciencias sociales, o de manejar eficazmente marcos teóricos y conceptuales rigurosos. Son dos cuestiones dignas de tomar en consideración, con independencia de la injusticia que supone aplicárselas por igual a todas las biografías, en la medida en que ha habido en los últimos 40 años esfuerzos muy importantes para superarlos y poner las bases de un nuevo enfoque biográfico en historia. Ese nuevo enfoque supone cambios tan importantes que incluso algunas de sus promotoras han propuesto llamarle de otra manera, no ya tanto biografía histórica como historia biográfica (el concepto es de Sabina Loriga en Le petit X, 2010, y lo retoma Isabel Burdiel en La historia biográfica en Europa: nuevas perspectivas, 2015, además de varios artículos previos suyos). “Historia biográfica” porque se trata de hacer historia, de escribir historia, y lo biográfico ha de ser sólo adjetivo, en atención al enfoque y el método elegidos por el historiador o la historiadora para abordar los problemas historiográficos que quiere desentrañar. Pero aunque las acusaciones de O’Brien fueran injustas y ya le respondieron en un célebre debate historiográfico multitud de historiadores de primera fila, ser conscientes de esos dos problemas –la cuestión de la representatividad y el peligro de confundir narración con explicación prescindiendo de todo marco teórico– es el primer paso para intentar solucionarlos en la medida de lo posible. Así no caemos en la autocomplacencia de ponderar solamente los aspectos positivos del método biográfico y trabajamos para corregir sus aspectos más negativos. Por ejemplo, con respecto a la cuestión de la representatividad: los historiadores actuales enfocamos esta 8 cuestión de manera distinta a como se hacía años atrás o como todavía la enfocan los sociólogos. Al emprender una biografía no pretendemos que tenga una representatividad de carácter estadístico, es decir, que a través de la vida de un individuo vayamos a adquirir directamente un conocimiento válido de todo un colectivo. La cuestión de la representatividad, planteada en los términos estadísticos propios del tipo de certezas que buscan otras disciplinas, no tiene sentido en historia: como precisa Sabina Loriga, un individuo no puede explicar completamente el grupo, la época o el país del que forma parte; de la misma manera que ningún estudio sobre el país, la época o el grupo podría explicar completamente los comportamientos de uno de sus miembros. Lo que sí es posible es que en ocasiones dispongamos de fuentes que nos permitan desvelar las vivencias de un sujeto anónimo –un soldado, un obrero, un campesino, un militante– y, a través de él, disponer de indicios sobre cómo podían ser miles de vidas anónimas que cabe suponer similares, por la uniformidad de experiencias de los hombres y mujeres corrientes de su mismo grupo. Pero hay otras formas de representatividad igualmente interesantes: Ø El aspecto más conocido de la representatividad historiográfica quizá sea el de los individuos dotados de mucho poder o que han ocupado posiciones de gran visibilidad en su época: monarcas, mandatarios, jefes políticos o militares, héroes mitificados por la opinión pública, santos o mártires, artistas e intelectuales reconocidos por su genialidad… En estos casos, la representatividad de grupo se puede dejar en un segundo plano, puesto que la influencia que el individuo tuvo en la toma de decisiones o en la marcha de los acontecimientos de su tiempo hace que sean representativos de ese tiempo por sí 9 mismos (por eso hablamos del “tiempo de Olivares”, la “época de Carlos III” o la “Francia de Victor Hugo”). En tales casos podemos dejar en suspenso la cuestión de la representatividad, porque con independencia de que las vidas de estos personajes fueran tan extraordinariasque ninguna otra de su época se les pudiera equiparar, nos interesa conocer cómo se formaron sus personalidades, cómo evolucionaron su pensamiento y sus relaciones, cómo veían lo que ocurría a su alrededor, etc. Es decir, son biografías que se justifican por sí mismas sin necesidad de argumentar sobre su representatividad, aunque eso no significa que sean las únicas vidas que revistan interés para el historiador. Aunque este tipo de biografías son las que siempre han interesado a los historiadores, hoy las miramos con otros ojos, porque tratamos de problematizar figuras como la del héroe o el líder, analizando a fondo cómo se construyó su singularidad, cómo se adquirían la notoriedad y el poder, cómo se auto-presentaban los sujetos para desempeñar ese papel, qué elementos permitieron que fueran encumbrados y venerados por sus contemporáneos: todo esto nos dirá mucho más sobre la sociedad de su tiempo que la mera narración de los hechos señeros de la vida del personaje (por ejemplo, en la vida de San Luis por Jacques Le Goff de 1996, o en la vida de Garibaldi por Lucy Riall de 2007). Ø De hecho, toda vida es representativa de su tiempo y de su lugar, de su generación y de su clase, en alguna medida. Los historiadores hemos acabado tomando conciencia de que cada vida es interesante por sí misma, de manera que basta con que cada sujeto se represente a sí mismo para que merezca la pena escribir su biografía. Una actitud humanista nos hace considerar que la igualdad sustancial de todos los seres humanos hace digno de ser protagonista de una biografía a cualquiera de quien podamos disponer de fuentes adecuadas. Esto ha dado 10 lugar a una expansión de los sujetos biografiables, hasta alcanzar prácticamente a todo ser humano sin excepción. Cada vida es interesante en sí, pero también arroja luz sobre algún aspecto del mundo en el que vivió. Ø Otro aspecto interesante de la representatividad es el que tiene que ver con los individuos excepcionales, aquellos que sabemos que no representan a un colectivo amplio porque siguieron trayectorias únicas. Estas biografías nos enseñan cuáles eran los límites de lo posible en un contexto histórico determinado, lo que se podía aceptar y lo que no, y cómo reaccionaba la sociedad ante los excesos que cometía un individuo poco común. De esta manera, lo extremo también “representa”, porque nos informa sobre muchos aspectos de cómo era su sociedad. Un ejemplo podría ser la biografía que hizo Giovanni Levi de un exorcista piamontés del siglo XVII en 1985 (L’eredità immateriale). Con respecto a la otra acusación, la de falta de teoría: tal vez sea una acusación relacionada con que la biografía histórica encaja mal con un cierto tipo de teorías, las teorías macrosociológicas que se sitúan en un nivel de observación incompatible con el reconocimiento de las especificidades individuales. Sin embargo, otros marcos teóricos sí encajan bien con la práctica de la biografía. Pensemos, por ejemplo, que incluso en el ámbito de la historiografía marxista, uno de sus máximos exponentes, E.P. Thompson, escribió una excelente biografía sobre William Morris (en 1955); no es solo que Thompson pudiera practicar este enfoque –y que volviera a hacerlo más tarde, en torno a William Blake– sino que lo que aprendió al hacerlo fue decisivo para desarrollar el concepto de experiencia con el que enriqueció el análisis marxista en una obra tan influyente como La formación de la clase obrera en Inglaterra (que fue escrita diez años después, en 1965). 11 De hecho, la historia biográfica, después del largo ciclo de renovación que ha experimentado, se parece ya poco al género tradicional de la biografía histórica complaciente y meramente narrativa –cuando no hagiográfica– y en nuestros días presenta características que la sitúan en la vanguardia de la producción historiográfica más innovadora. Hoy en día una biografía no solo puede tener profundidad teórica, sino que puede considerarse uno de los géneros más ricos en el uso de modelos teóricos y en la producción de conclusiones teóricas: 1. Para empezar, hay referentes teóricos que encajan muy bien con la práctica de la biografía histórica, como son todos los que tratan sobre el sujeto y su relación con el entorno. Así, por ejemplo, todas las aportaciones de la teoría francesa, de autores como Michel Foucault, Paul Ricoeur, Michel de Certeau y Pierre Bourdieu, pueden ser incorporados –y de hecho lo son muchas veces– al trabajo de los historiadores que escriben biografías. 2. La biografía es uno de los enfoques historiográficos que mejor contribuyen a lidiar con eso que llamamos la agency y que, a falta de mejor traducción, a veces se emplea en español como “agencia”: la capacidad de los sujetos para tomar decisiones conscientes con un cierto margen de libertad dentro de las determinaciones estructurales a las que están sometidos. Este es un tema muy importante para el historiador, el balance entre las fuerzas que superan al individuo y la capacidad de este para entender lo que está pasando, aprovechar los recursos que tiene a su alcance y seguir estrategias que le permitan alcanzar objetivos. Siempre nos moveremos ahí entre los dos extremos del determinismo total y de la total libertad. Pero nadie mejor que un biógrafo para ponerse en el lugar del sujeto, ubicarlo en su 12 contexto y entender cuáles eran sus posibilidades reales en cada coyuntura. Es el sujeto el que se pone en el centro de la atención y el que, gracias a esa centralidad, es objeto de una reflexión que otros enfoques tienen a ignorar: quién es el sujeto de las acciones políticas, cómo adquiere su identidad, cómo percibe el entorno, por qué actúa de una determinada manera, etc. Al indagar en la historia individual se busca una forma de comprensión de los procesos históricos estrictamente subjetiva, en el sentido de que pone al lector –y antes que él al investigador– en el lugar del sujeto. La biografía no reclama para sí la última palabra sobre la “verdad” histórica: más bien es un método propio de quienes desconfían de la existencia de verdades singulares, definitivas y transparentes en historia. No reclama que se le reconozca un conocimiento superior o más perfecto que el que ofrecen otros puntos de vista. Si algo exige es sólo que se tome en serio a las personas, a los protagonistas de la historia global y de las historias concretas: que se les tome en cuenta, considerando su experiencia, su trayectoria, sus preocupaciones y las circunstancias en las que tuvieron que actuar. 3. La biografía ofrece también ventajas para penetrar en la difícil cuestión de las identidades. Existen enfoques y corrientes historiográficas que tienden a dar por supuestas la identidad nacional, o la identidad de clase o la identidad de género (por poner solo tres ejemplos). El enfoque biográfico, en cambio, ayuda a deconstruir las identidades, mostrando que en la práctica cada individuo responde a múltiples identificaciones que le vienen de su familia, de las experiencias que va viviendo y de los espacios por los que va pasando. Al hacer el seguimiento completo de la vida de un sujeto se entiende mejor la complejidad de las identidades, 13 que a veces son múltiples, que cambian o que incluso encierran contradicciones sin resolver. La cultura individualista del Occidente contemporáneo nos ha acostumbrado a suponer a cada persona una identidad sólida, inmutable e independiente: un yo que permanece a través de todas las vicisitudes de la existencia. Pero eso no pasa de ser una convención cultural, lo que Bourdieu llamó “la ilusión biográfica”. A lo largo de su vida, las personas van asumiendo diferentes roles, adaptándose a las circunstancias, adquiriendo recursos nuevos, aprendiendo lecciones, desengañándose de lo que antescreían, cambiando de entorno, asociándose con otros aliados, etc. Por resumirlo en el célebre dicho atribuido a Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río (no solo porque el agua corre y el río es otro cada vez, sino porque quien se baña es hijo de las experiencias vividas desde la última vez que se bañó allí, y a la vez siguiente acude transformado en otro). La vida de una persona es profundamente histórica, en el sentido en que cada momento deriva del anterior y de las circunstancias que se le imponen; y hasta en un mismo instante las actuaciones de la persona están sometidas a múltiples tensiones e incoherencias. Con todo esto tiene que lidiar el biógrafo, y es parte del interés y de la riqueza que tiene el enfoque biográfico. Por estos motivos, es un enfoque que sitúa a los historiadores más cerca del tipo de historia innovadora que se necesita para superar los prejuicios nacionalistas, racistas, sexistas e ideológicos que atribuyen a cada persona una identidad –y solo una para toda la vida. 4. También le ha sentado bien a la biografía el giro cultural que han experimentado la historiografía y las ciencias sociales desde finales del siglo XX; y dentro de ese giro cultural, especialmente los desarrollos teóricos relacionados con el giro lingüístico (Keith Baker, James Vernon, Patrick Joyce, Miguel Ángel Cabrera). El 14 aumento de la escala de observación que implica el método biográfico es valioso para poner el foco sobre los usos del lenguaje, la formación de las mentalidades y la adquisición de visiones del mundo que componen las culturas, a través de sus protagonistas. Dado que hemos ido descubriendo que las culturas políticas, por ejemplo, no son bloques homogéneos y construidos lógicamente de una vez para siempre, sino más bien conglomerados de elementos cambiantes que los actores improvisan y adaptan a los retos que se encuentran en sus vidas, las biografías son cruciales para observar estos procesos de manera concreta: la hibridación, el cambio, la reapropiación de elementos culturales de distinta procedencia no se ven tan claramente con ningún otro método. No hay, pues, ninguna razón para que este tipo de elementos se mantengan fuera del trabajo del historiador por el hecho de haber adoptado un enfoque biográfico. 5. Otro aspecto en el cual el enfoque biográfico puede servir para incorporar planteamientos teóricos innovadores es el de la colaboración interdisciplinar. Esto es así por el carácter globalizador que tiene el método biográfico, del que ya hemos hablado antes. Al poner en conexión áreas muy distintas de actividad por las que pasa el mismo sujeto a lo largo de su vida, la biografía requiere poner en conexión conceptos y modelos teóricos que proceden de las diferentes disciplinas especializadas en el estudio de esas áreas; y el biógrafo es el responsable de hacer que la combinación de modelos y conceptos funcione sin chirriar, es decir, que no haya contradicciones o incompatibilidades derivadas de la diferente procedencia teórica de esos elementos. Al verse abocado a utilizar herramientas teóricas tan dispares, el biógrafo en realidad ha de construir planteamientos teóricos nuevos que surgen de esa combinación, es decir, que hace teoría. 15 6. Esto resulta especialmente claro en un aspecto muy concreto, que es el de las fronteras entre lo público y lo privado. Durante mucho tiempo, los biógrafos tradicionales mantuvieron una frontera muy nítida entre la actuación pública y la vida privada de los personajes. Esta diferenciación era muy conveniente para la ética dominante en la sociedad liberal del siglo XIX y de la primera mitad del XX, que imponía a los sujetos que mantuvieran separadas esas dos esferas y consideraba “poco serio” que se mezclaran, tanto si era en la vida diaria como si era en las páginas de una biografía. Sin embargo, la renovación que ha traído la historia biográfica desde finales del siglo XX ha roto esa norma y, al contrario, apuesta por una visión holística de los sujetos, que integre estrechamente lo público y lo privado; de hecho, pone en duda que esa diferenciación pueda mantenerse de forma estricta. Al mismo tiempo que iban apareciendo una nueva sensibilidad y una nueva moral social, la historia empezó a interesarse por los aspectos afectivos de la realidad humana, que antes solía dejar fuera de su foco de atención; e incluso apareció una corriente de historia de las emociones. Los trabajos en historia de género también contribuyeron fuertemente a superar aquel antiguo prejuicio que pedía mantener separadas las esferas pública y privada, pues denunció que esa separación había formado parte de una histórica discriminación de género, en la medida en que la esfera pública se constituía como privativa de los hombres, y las mujeres quedaban relegadas –por lo general– al ámbito privado. En la nuevas historia biográfica se parte de la convicción de que las conductas que un sujeto exhibe en público están fuertemente influenciadas por experiencias y relaciones que desarrolla en su vida privada, y viceversa (como demostró, por ejemplo, Isabel Burdiel en su biografía de Isabel II, 2008). De esta manera, se saca a la luz toda una parte de la experiencia humana 16 que tradicionalmente quedaba en un segundo plano como si fuera anecdótica o irrelevante para el curso de la historia, todo ese mundo que Jacques Rancière llama la “vida muda”; y se saca a la luz no con el interés morboso por lo secreto o lo escandaloso que siempre había estado presente en una cierta historia popular mirada con desdén desde la historiografía académica, sino seleccionando de ese ámbito los elementos que verdaderamente constituyen claves para entender el cómo y el por qué de las conductas de los sujetos, el cómo y el por qué del devenir histórico en definitiva. Que la historia biográfica se lance al asalto de la frontera entre lo público y lo privado no significa pretender que tal frontera no haya existido nunca, sino problematizarla, someterla a crítica y discusión: en la medida en que esa frontera fue trazada de forma tan severa en algunos contextos históricos, la labor del biógrafo es restituir el modo en que ese límite se construía, se imponía en cada momento y era asumido, transgredido o reconfigurado por los sujetos estudiados. La consecuencia de este salto, que intenta superar los límites convencionales entre lo público y lo privado, es una verdadera revolución teórica, puesto que trae al centro del análisis histórico –cuando se realiza desde un enfoque biográfico– elementos que antes se dejaban fuera, como son los sentimientos, las emociones, la familia, los afectos, etc. De manera que los viejos marcos teóricos utilizados por los historiadores para el análisis político, militar, diplomático, económico, social y cultural, saltan por los aires y quedan sometidos a una necesaria revisión desde este nuevo punto de vista en el que lo humano lo impregna todo; y lo humano no es público o privado, es simplemente humano. Vemos así que la renovación que plantea la historia biográfica no se basa simplemente en extender el foco desde los “grandes hombres” hacia la “gente corriente”, sino que implica una nueva manera de mirar; y esa nueva manera de mirar tiene 17 implicaciones teóricas innovadoras para el conjunto de la historiografía. 7. La biografía arma al historiador para enfrentarse a los dilemas entre lo objetivo y lo subjetivo, que se ven estrechamente entrelazados cuando ponemos la atención sobre una vida en concreto. Toda biografía nos confronta a un elenco de fuentes que contienen elementos objetivos (pongamos por ejemplo los expedientes escolares, laborales o militares del personaje, las cuentas de su negocio o de su economía doméstica, los nombramientos para cargos y oficios, etc.) y otras fuentespuramente subjetivas, que nos dan la voz del sujeto (como, por ejemplo, una correspondencia íntima o un diario personal). Al combinarlas, el biógrafo tiene que establecer prioridades, definir el papel de lo objetivo y de lo subjetivo en la construcción de una “verdad” sobre el personaje. Pero es que, además, las biografías actuales del tipo que hemos llamado historia biográfica, van más allá: no solo hacen de esta bisagra entre lo objetivo y lo subjetivo el eje central para construir las biografías, sino que incorporan elementos que en las biografías tradicionales quedaban fuera del interés primordial del biógrafo. Me refiero a lo que podríamos llamar la imagen del personaje, la construcción misma de la persona como personaje por parte de él mismo o de otros que, por las razones que sean, hablan de él y se muestran interesados en erigir ante otros una determinada figura supuestamente representativa del personaje. Probablemente ha sido el giro cultural de finales del siglo XX y principios del XXI el que nos ha hecho tomar conciencia de la relevancia de esta dimensión de todo personaje histórico: el entrelazamiento entre la vida de la persona y la vida autónoma del “personaje”. Así, por ejemplo, la imagen del monarca que transmite la corte es algo diferente de la realidad íntima del rey como ser humano, pero no 18 menos importante, y no independiente de ello. Ambas cosas interactúan. Hay excelentes trabajos sobre los dictadores del siglo XX centrados en esta cuestión de la imagen que se proyecta, la construcción de un personaje público que, en el límite, podría haber existido incluso si la persona de referencia hubiese desaparecido en un momento dado (como el libro de Antonio Cazorla sobre Franco: biografía del mito, 2015). Puesto que hoy en día todos tenemos un personaje público que proyectamos a través de las redes sociales, somos muy conscientes de lo que esto significa –no ya para los reyes o dictadores, sino para cualquiera– y sabemos que la imagen que se proyecta no es una mera ficción, sino que retroactúa sobre la personalidad y le devuelve a cada persona las reacciones de una sociedad que la conoce por esa vía. 8. La biografía nos pone sistemáticamente frente a la compleja cuestión del papel del individuo frente al medio social en el que se mueve. La nueva historia biográfica ha superado la distinción tradicional que existía entre biografías internas y externas. Según aquella distinción, se llamaba biografía interna a la que atendía a la trayectoria del protagonista como individuo único e irrepetible, prestando atención a sus ideas y comportamiento en todos los ámbitos, incluyendo frecuentemente también el ámbito familiar, afectivo y privado. Mientras que la biografía externa solo atendía al individuo concreto como ejemplo, arquetipo o paradigma que permitía acceder al conocimiento de una época, un movimiento o una categoría humana cualquiera; en este segundo tipo de biografías interesaba más la vida pública que la privada, que frecuentemente era dejada en segundo plano, pues se entendía que la conducta pública de los grandes personajes era la que nos iba a dar las claves de su tiempo. Todo esto se halla hoy superado, pues la nueva historia biográfica problematiza la 19 distinción entre lo público y lo privado –como hemos visto–, pero tampoco acepta la distinción entre el enfoque interno y el externo, pues todas las biografías deben ser al mismo tiempo las dos cosas. El problema sigue estando en cómo articular lo particular con lo general sin que lo uno ahogue a lo otro. No hay biografía que pueda aislar el relato de la vida de un individuo sin contextualizarla en una época y un medio que han de ser también descritos y analizados a cada paso: como en un juego de espejos, lo individual debe iluminar qué esta pasando a nivel colectivo, y el análisis del contexto general debe iluminar qué sentido tenían las acciones individuales. Esta labor de entrelazar lo individual con lo colectivo, lo íntimo con lo público, lo micro con lo macro, y lo subjetivo con lo objetivo, es la parte más difícil del trabajo del biógrafo. Y, desde luego, le confronta a reflexiones teóricas de gran alcance sobre cómo funciona la sociedad, cómo funciona la economía, cómo funciona la cultura, qué grado de autonomía tenía un sujeto de unas características determinadas en la época estudiada y por qué… Sin todo ello, el relato sobre el individuo biografiado flotaría en un vacío sin sentido. Hay que hablar de la persona, pero ir más allá de esto y hablar, al mismo tiempo, a través de la trayectoria del personaje biografiado, de un tema, una época, un problema (o varios problemas que merezcan la pena). Y esto supone, necesariamente, incorporar al trabajo un entramado teórico que sea el que plantee las grandes cuestiones y establezca un lenguaje y unas herramientas intelectuales para abordarlas. Querría terminar con esto, porque verdaderamente me parece lo más importante: la necesidad de que la biografía se emprenda para dilucidar una pregunta o un problema historiográficamente relevante. La buena historia es siempre historia-problema y no mera narración; y la biografía histórica no escapa a esa regla general: si 20 está guiada por un problema que preocupa y que merece la pena explorar, será buena historia biográfica (y si no, no). Entonces, yo recomendaría a los investigadores –si me preguntaran– que no elijan trabajar en una biografía porque sí, por el mero gusto que les produce este género. Sino que se pregunten si es la biografía el método adecuado para arrojar luz sobre el problema que quieren resolver, y por qué. Muchas veces lo es: la biografía puede ser el método o el enfoque más útil para avanzar en determinados debates e ir más allá de lo que otros métodos y enfoques han podido ir. Pero es importante tener esto presente desde el comienzo, para que el problema de partida esté claro y pueda guiar las decisiones que el historiador tendrá que tomar a lo largo de toda la investigación (sobre selección de fuentes, periodización, forma de contextualizar y organizar la información, secuencia narrativa, terminología adecuada, y también cuándo se puede dar por terminada la investigación). * BIBLIOGRAFíA: Pierre Bourdieu: “L’illusion biographique”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 62/63 (1986), pp. 69-72. Isabel Burdiel: “Historia política y biografía: más allá de las fronteras”, Ayer 93 (2014), pp. 47-83. Isabel Burdiel: “La dama en blanco: notas sobre la biografía histórica”, en Isabel Burdiel y Manuel Pérez Ledesma (eds.): Liberales, agitadores y conspiradores: biografías heterodoxas del siglo XIX (Madrid, Espasa Calpe, 2000), pp. 17-48. Isabel Burdiel y Roy Foster (eds.): La historia biográfica en Europa: nuevas perspectivas (Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2015). Antonio Cazorla: Franco: Biografía del mito (Madrid, Alianza Editorial, 2015). 21 Henar Gallego y Mónica Bolufer (eds.): ¿Y ahora qué? Nuevos usos del género biográfico (Barcelona, Icaria, 2016). Jacques Le Goff: Saint Louis (París, Gallimard, 1996). Giovanni Levi: L'eredità immateriale. Carriera di un esorcista nel Piemonte del Seicento (Turín, Einaudi, 1985). Sabina Loriga: Le Petit x. De la biographie à l’histoire (Paris, Seuil, 2010). Patrick O'Brien: “Is political biography a good thing?”, Contemporary British History, 10:4 (1996), pp. 60-66. Lucy Riall: Garibaldi. Invention of a Hero (New Haven, Yale University Press, 2007). E.P. Thompson: William Morris: de romántico a revolucionario [1955], Valencia, Alfons el Magnànim, 1988. E.P. Thompson: Witness Against the Beast: William Blake and the Moral Law (Cambridge, Cambridge University Press, 1993).
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