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LA MEDICINA 
ACTUAL 
Pedro Laín Entralgo 
X^^SEMINARIOS Y 
ízafcz^EDICONES, S.A. 
© by Pedro Laín Entralgo. 
© de la presente edición by Seminarios y Ediciones, S. A. 
San Lucas, 21. Teléfono 419 54 89. 
Madrid-4. 
Cubierta: Diego Lara. 
I.S. B.N.: 84-299-0049-7. 
Depósito legal: M. 27.756.—1973. 
Impreso en España por Gráficas Benzal. - Virtudes, 7. -
Madrid-3. 
Printed in Spain. 
Para mi hijo Pedro, médico actual. 
ÍNDICE 
Páginas 
Tres advertencias previas 11 
La medicina actual 13 
CAPÍTULO PRIMERO 
ACTUALIDAD Y MEDICINA ACTUAL 15 
I. QUE ES LA MEDICINA ACTUAL 15 
1. Estructura de la actualidad histórica 18 
2. Estructura de la actualidad médica 20 
II. LO NUEVO EN LA MEDICINA ACTUAL 23 
1. Examen de un tratamiento actual 24 
2. Examen de la asistencia médica actual ... 27 
3. Examen del cuadro de especialidades de la 
medicina actual 27 
4. Examen de la actual actitud social ante el 
hecho de enfermar 30 
5. Los rasgos propios de la medicina actual ... 31 
6. Cuándo para el médico comenzó la actua-
lidad 31 
CAPÍTULO SECUNDO 
LA TECNIFICACIÓN DE LA MEDICINA 35 
I. IDEA ACTUAL DE LA TÉCNICA 35 
1. Idea antigua de la técnica 36 
2. Realidad e idea actuales de la técnica 39 
3. Técnica, vida y ser , 45 
7 
Páginas 
II. LA TÉCNICA EN LA MEDICINA ACTUAL 55 
1. Cuadro descriptivo de la tecnificación de la 
medicina 55 
2. Estructura y consistencia de la tecnifica-
ción del acto médico 58 
3. Esencia y significación de la técnica médica 65 
CAPÍTULO TERCERO 
LA COLECTIVIZACIÓN DE LA ASISTENCIA ME-
DICA 85 
I. CAUSAS Y ANTECEDENTES 87 
1. Aspectos socioeconómicos de la enfermedad . 90 
2. La reacción a los problemas médicos del 
proletariado industrial 96 
II. FORMAS ACTUALES DE LA ASISTENCIA COLECTIVI-
ZADA 105 
1. Motivos de la colectivización de la asisten-
cia médica 106 
2. Modos principales de la asistencia médica 
colectivizada 109 
3. Problemas consecutivos a la colectivización 
de la asistencia médica 117 
4. Aspectos doctrinales de la colectivización 
de la asistencia médica 122 
5. Una nueva disciplina médica 125 
III. ASISTENCIA MEDICA Y COEXISTENCIA HUMANA .. . 127 
1. El género próximo de la asistencia médica . 127 
2. El consejo 128 
3. La educación 130 
4. La asistencia médica 131 
5. Medicina y sociedad 134 
CAPÍTULO CUARTO 
LA PERSONALIZACIÓN DEL ENFERMO EN 
CUANTO TAL 139 
I. ESENCIA DE LA PERSONALIZACIÓN DE LA ENFER-
MEDAD 139 
1. Esencia de la realidad personal 140 
2. Psicología de la vida personal 143 
8 
Pági 
II. EL PROCESO DE LA PERSONALIZACIÓN DE LA EN-
FERMEDAD 149 
1. La obra del enfermo 152 
2. La obra del médico 159 
III. LA PERSONALIZACIÓN DEL CUERPO ENFERMO 169 
1. Los primeros pasos 171 
2. El cuerpo como conjunto de instrumentos . 180 
3. El cuerpo como fuente de impulsos 185 
4. El cuerpo como causa de sentimientos ... 191 
5. El cuerpo como carne expresiva 196 
6. El cuerpo como realidad simbólica 201 
7. El cuerpo como límite y peso 205 
8. La interpretación 207 
9. La personalización de la enfermedad en la 
actual práctica médica 209 
CAPÍTULO QUINTO 
LA PREVENCIÓN DE LA ENFERMEDAD Y LA 
MEJORA DE LA CONDICIÓN HUMANA 213 
I. PRECEDENTES HISTÓRICOS 213 
1. Antigüedad y Edad Media 214 
2. De Roger Bacon a Edward Jenner 215 
3. El siglo xix: las obras y los sueños 217 
II. LA SITUACIÓN ACTUAL 223 
1. El orden de los hechos 224 
2. El orden de las perspectivas 227 
3. La eliminación de la enfermedad 229 
ni. LA MEJORA DE LA CONDICIÓN HUMANA 234 
1. Posibilidad de mejorar la naturaleza hu-
mana 234 
2. Mejora de nuestra naturaleza y mejora de 
nuestra condición 237 
3. Perspectivas de una mejora de la condición 
humana 239 
CAPÍTULO SEXTO 
TENSIONES INTERNAS DE LA MEDICINA AC-
TUAL 245 
I. TENSIONES OCASIONALES 246 
1. Entre la tecnificación y la colectivización ... 247 
Páginas 
2. Entre la tecnificación y la personalización .. 248 
3. . Entrje la personalización y la colectiviza- 250 
ción :.-. 250 
4. Entre la prevención y la curación 251 
II. TENSIONES ESENCIALES 252 
1. Estructura integral de la acción médica ... 252 
2. Diversas líneas tensionales 254 
Epílogo .,.: 257 
10 
TRES ADVERTENCIAS PREVIAS 
El lector de este pequeño libro deberá juzgarlo te-
niendo en cuenta las tres siguientes advertencias: 
1.a Su texto es una transcripción punto menos que 
literal del cursillo que bajo el mismo título dio 
el autor en la Sociedad de Estudios y Publica-
ciones, de Madrid, con el principal objeto de 
orientar históricamente a los médicos que a él 
asistieron dentro de la riquísima y en cierto 
modo conflictiva realidad científica, técnica y 
social que es la medicina de nuestros días. 
2.a La acción conjunta de ese propósito y de la 
personal forma mentís del autor ha reducido a 
un volumen mínimo el ingrediente histórico-des-
criptivo de la exposición, porque los médicos y 
los lectores cultos saben de antibióticos, hor-
monas y transplantes de órganos todo o casi 
todo lo que sobre dichos temas aquí podría ha-
berse dicho, y ha concedido mayor relieve, en 
cambio, a los aspectos sociológicos e intelecti-
vos —si se quiere, filosóficos— de ella. 
11 
3.a Tanto más ha podido dar a estas páginas la orien-
tación que acaba de ser consignada, cuanto que 
el recientísimo séptimo y último volumen de una 
Historia Universal de la Medicina por él dirigida 
(Salvat Editores) contiene una amplia exposición 
de lo que el saber y el quehacer del médico han 
sido desde la primera guerra mundial hasta la 
más rigurosa actualidad. A ese volumen remito 
a cuantos deseen completar su información acer-
ca del contenido jactual de la medicina entre 
1918 y 1973. 
Más que recordar en conciso extracto lo que con-
tienen los libros técnicos e incluso dicen las revistas 
ilustradas, y mucho más, naturalmente, que abrumar 
las retinas y las mentes con un farragoso catálogo de 
nombres y noticias, este libro pretende, en suma, ser 
una razonable y sencilla carta de marear a través del 
casi ilimitado mar que ¡untas entre sí constituyen la 
ciencia, la técnica y la praxis social de la actual medi-
cina. Quienes lo lean con voluntad de intelección juz-
garán si el autor ha logrado o no ha logrado cumplir 
decorosamente este propósito suyo. 
P. L. E. 
Julio de 1973. 
12 
LA MEDICINA ACTUAL 
Por el mero hecho de serlo, todo hombre posee al-
guna idea acerca del tiempo histórico en que existe; acer-
ca, por tanto, de su actualidad, de su presente. Tal idea 
puede ser, según los casos, certera o equivocada, super-
ficial o profunda, tosca o sutil, original o consabida. 
Ahora bien: si el hombre que la posee es en verdad 
culto, un elemental deber le obliga a volver reflexiva-
mente sobre ella y a preguntarse con explicitud y serie-
dad: «¿Cómo es, qué es, a diferencia de los que le han 
precedido, el tiempo en que a mí me ha tocado vivir?» 
Interrogación en cuya respuesta habrán de articularse 
las distintas instancias nacionales, vocacionales y profe-
sionales (español o francés, filósofo o músico, médico o 
arquitecto) que se realicen en la vida de la persona en 
cuestión, operará necesariamente la orientación básica 
de la existencia humana que esa persona confiese 
(cristiana o marxista, musulmana o agnóstica) y podrán 
ayudar eficazmente, con su respectivo saber particular, 
los diversos técnicos en la tarea de meditar sobre la inte-
rrogación misma (historiadores, filósofos, sociólogos, an-
tropólogos). 
13 
Tal es el marco dentro del cual van a inscribirse las 
dos preguntas básicas a que estas páginas tratan de 
responder: «¿Cuál es la actualidad para el médico, en 
tanto que médico? ¿Qué es, cómo es y por qué es así 
la medicina actual?» Preguntas que exigen plantearse 
con algún rigor una cuestión previa: saber de manera 
general qué es eso que tópicamente llamamos «actuali-
dad» o, precisando más, «actualidad histórica». Sólo 
después de haber logrado tal saber podremos analizar 
metódicamente los varios rasgos esenciales que en la 
medicina de nuestro tiempo es posible discernir. 
14CAPÍTULO PRIMERO 
ACTUALIDAD Y MEDICINA ACTUAL 
Por muy conciso que aquí haya de ser, un examen 
metódico de la materia a que alude el epígrafe prece-
dente nos obliga a desglosarla en dos cuestiones suce-
sivas. I. Qué es la actualidad. II. Lo nuevo en la me-
dicina actual. 
I. QUE ES LA ACTUALIDAD 
El término castellano «actualidad», más precisamente, 
el término latino actualitas •—del cual, como es obvio, 
procede el nuestro—, fue en su origen medieval la ex-
presión de un concepto filosófico: el modo de ser de lo 
que en el mundo está en acto, por oposición al modo 
de ser de lo que en el mundo no está sino en potencia. 
En la bellota, la condición de ser bellota es la actualidad 
de ésta, y la simultánea condición de poder ser encina, 
su potencialidad. Sólo mucho más tarde, acaso ya en el 
siglo xix, será trasladado analógica o metafóricamente al 
dominio del suceder histórico ese filosófico sentido ori-
ginario del vocablo en cuestión; en francés, por lo me-
15 
nos, de los años iniciales de ese siglo proceden los prime-
ros textos en que la expresión actualité historique aparece 
conscientemente usada. Así entendida, la actualidad es 
el lapso temporal que todos los hombres de un deter-
minado momento histórico —las tres generaciones que en 
cada uno de esos momentos conviven entre sí, diría Or-
tega— pueden llamar, y con frecuencia llaman, «nuestro 
tiempo». O, si se quiere, el período al cual un conjunto 
de hombres entre sí contemporáneos podría unánime-
mente considerar, desde un punto de vista histórico y 
vital, como su casa propia. 
Basta lo dicho para advertir la relatividad y la con-
vencionalidad de ese concepto; el ámbito de la actuali-
dad varía, en efecto, según la edad del sujeto que opina 
(compárese lo que es actual para un joven, un adulto 
o un viejo) y según la materia a que el juicio se refiera, 
porque no parece que coincidan muy exactamente la ac-
tualidad de la vida política, la del arte, la de la religión, 
la de la técnica, etc. Nacidas coetáneamente una técnica 
cualquiera y un régimen político, aquélla puede haberse 
hecho resueltamente «vieja» cuando éste es todavía vi-
gorosamente «joven». Y, por otra parte, un examen his-
toriológico del concepto en cuestión permite discernir en 
él dos modos de entenderlo cualitativamente distintos 
entre sí. 
Uno de ellos corresponde a la concepción biologista 
de la historia. Cuando el curso de ésta se ve como 
evolución, por tanto como actualización de un previo 
conjunto de potencias —tal es, por ejemplo, la relación 
entre la bellota y la encina—, la actualidad histórica se 
muestra oomo sazón, vocablo derivado del verbo latino 
sero, sembrar: tierra en sazón, fruto en sazón, historio-
grafía o relato literario de lo que «a la sazón» ocurriera. 
16 
El hoy es en tal caso la realización y la expresión de lo 
que ayer era potencial, ya existía en potencia. 
Otro modo hay de entender la actualidad, y a él me 
atengo yo: el correspondiente a la visión personalista 
del hombre y de la historia. El curso de ésta aparece 
entonces como una sucesiva creación humana —«cuasi-
creación», ha propuesto decir Zubiri— de posibilidades 
nuevas; con lo cual, bien claramente se advierte, la no-
ción antropológica de posibilidad ha sustituido a la noción 
cosmológica de potencia. Como el propio Zubiri dice, 
la acción histórica primaria consiste entonces en «hacer 
un poder», en crear un modo de poder vivir que antes 
no existía; modo de vivir que llega a ser formalmente 
histórico cuando para un grupo humano más o menos 
amplio se ha convertido en hábito de su existencia. Así 
concebida, la actualidad —ocasión, no sazón— es el con-
junto de hábitos sociales de todo orden, mentales, téc-
nicos, políticos, estimativos, etc., que los hombres 
pertenecientes a una determinada situación histórica con-
sideran verdaderamente suyos y entre los cuales y con 
los cuales cada uno siente que es él mismo. La «casa 
histórica» es así un edificio de hábitos sociales más o 
menos propios y más o menos gratos, las viventia saxa 
o piedras vivas de que antaño hablaba el himno litúr-
gico con cuyo canto eran consagrados los templos nue-
vos. No será inoportuno recordar que Marañón tuvo el 
acierto léxico de llamar «patriotismo del tiempo» al amor 
a la situación histórica en que uno existe, y el subsi-
guiente acierto ético de afirmar la condición de deber 
que para todo hombre posee este segundo modo del 
patriotismo. 
-> 17 
Í. Estructura de la actualidad histórica 
Pero acaso sea más importante para nosotros estable-
cer desde ahora que cualquier actualidad, la de 1973 
o la de 1573, se halla constituida por tres órdenes de 
hábitos sociales: 
1.° Aquéllos que hasta hoy mismo han perdurado 
más o menos constantes desde el origen de la historia; 
con otras palabras, aquéllos en cuya virtud pueden ser 
simultánea y genéricamente llamados hombres uno de 
Neanderthal, Sócrates, Nerón, Francisco de Asís, Picasso 
y Einstein. ¿Cuáles son? Arduo y fundamental proble-
ma antropológico, el de dar a esta interrogación una 
respuesta en verdad satisfactoria. Limitémonos a nom-
brar la bipedestación, la respiración pulmonar y la reac-
ción inmunitaria, entre los hábitos de orden biológico, y 
la existencia en la realidad —el hábito de vivir los 
«estímulos» como «realidades» (Zubiri)—, la inteligen-
cia razonante y el habla humana, entre los mentales 
y psioofisiológicos. 
2.° Los que habiendo sido inventados en una situa-
ción histórica distinta de aquélla en que se existe, per-
duran vigentes —aunque, claro está, más o menos modi-
ficados— desde el momento de su invención. Tal es el 
caso del ferrocarril, a partir del primitivo de Stockton 
a Darlington, en pleno Romanticismo (1825), y del cálcu-
lo infinitesimal, desde su creación por Newton y Leibniz. 
3.° Los consecutivos a creaciones o invenciones pro-
pias de la situación histórica en que se existe; el empleo 
de la energía atómica, los viajes espaciales y la existencia 
hippie, para nombrar algunos de los que hoy constitu-
yen nuestra más rigurosa actualidad. 
18 
Dos problemas surgen en este punto sin demora: sa-
ber lo que en nuestra situación histórica •—Europa y 
América de 1973— es original y específicamente actual 
y señalar con alguna precisión cuándo nuestra actualidad 
—la nuestra, la de 1973— ha comenzado. Algo habrá 
que decir sobre ambos más adelante; mas no debo ha-
cerlo sin consignar ahora que los titulares de cualquier 
actualidad, la nuestra u otra cualquiera, pueden ser tí-
pica y sinópticamente ordenados en tres grupos genera-
cionales, los viejos, los adultos y los jóvenes. 
Dentro de la situación en que viven, la existencia his-
tórica de los viejos oscila entre dos actitudes contra-
puestas: su anquilosis mental en los hábitos sociales 
correspondientes a un mediodía que ya pasó, o su plena 
aceptación de la aurora que entonces apunta, bien tan 
sólo comprendiéndola, como el Goethe que ante Ecker-
mann comenta la famosa polémica biológica entre Geof-
froy Saint-Hilaire y Cuvier, bien colaborando creadora-
mente en ella, como el Goya de La lechera de Burdeos. 
Dos son también las posibles y contrarias actitudes 
históricas de los adultos: instalarse cerradamente en los 
hábitos de que ellos son titulares y gestores, vivir su 
ahora como un para siempre, y preparar creadora o con-
creadoramente el tiempo por venir; este último fue el 
caso del Kant de la Crítica de la razón pura y ha sido 
luego el del Picasso de cincuenta años —a los cincuenta 
y siete pintó su Guernica—y el del Zubiri de Sobre la 
esencia. 
Los jóvenes, en fin, deben optar entre la tentación a 
caer en el adanismo (peligrosa tentación de una radical 
falsedad, porque hasta la más resuelta y formal renuncia 
al pasado tiene uno que hacerla expresa o tácitamente 
apoyado en lo que la actualización del pasado le está 
19 
ofreciendo), la adhesión entusiasta a las posibilidades 
que parecen brindarles adultos o viejos hasta entonces 
«incomprendidos» (tal ha sido el caso, valga este ejem-plo, en la universal boga de Marcuse hace unos años) 
y una fecunda creación personal suscitada por lo que 
entonces está siendo (el proceder de los jóvenes físicos 
Heisenberg y Schròdinger hacia 1926, el de los jóvenes 
biólogos Watson y Crick treinta años más tarde). 
Ya estamos, pienso, en condiciones de introducirnos 
en el meollo de nuestro tema: la estructura y el conte-
nido de la medicina actual. Dentro del escueto marco 
conceptual hasta ahora diseñado, ¿en qué consistirá la 
actualidad de la medicina? 
2. Estructura de la actualidad médica 
Apliquemos metódicamente el esquema anterior, y en 
lo que el médico de hoy hace y piensa distingamos con 
cuidado los tres grupos de hábitos que antes señalé: 
1.° Hábitos médicos —intelectuales, técnicos o socia-
les— que han perdurado sin graves modificaciones sus-
tanciales, sólo con muy escasas modificaciones adjetivas, 
a lo largo de toda la historia de la medicina o, por lo 
menos, desde que en el pretérito fueron inventados. 
¿Hay en rigor hábitos medióos que existan, como sue-
le decirse, «desde siempre»? Con otras palabras: ¿hay 
algo por lo cual el médico de hoy se asemeje al sanador 
del Paleolítico? Algunos dirán: «Sí: la voluntad de cu-
rar o ayudar al semejante enfermo.» Pero las cosas no 
son tan sencillas, porque los kubu, un pueblo primitivo 
y nómada del interior de Sumatra, no ayudan a los en-
fermos, sino que les abandonan a su suerte en la selva, y 
20 
porque —con no olvidado espanto, es cierto— en pleno 
siglo xx hemos asistido a la colaboración obsequiosa de 
ciertos médicos para una masiva eliminación tanática 
de los enfermos mentales. No. Lo que desde tiempo in-
memorial perdura en el médico actual —en el «buen 
médico»— es tan sólo el hábito de resolver voluntaria-
mente en el sentido de «ayuda al enfermo» el sentimiento 
ambivalente de ayuda-abandono que inmediatamente y 
por sí mismo produce en el ánimo de todo hombre el 
espectáculo de la enfermedad. 
¿Hay, por otra parte, hábitos médicos que, inventados 
en una situación histórica distinta de la nuestra, perdu-
ren hoy sin grave modificación sensible? Por lo menos, 
uno: la visión y la práctica de la medicina como técnica, 
dando a esta palabra el sentido que tuvieron la tekhne 
griega y la ars romana, el hábito de hacer una cosa 
sabiendo racionalmente qué es lo que se hace y por qué 
se hace aquello que se hace; o bien, ya en el orden de 
los hechos históricos, la concepción del saber y el que-
hacer del médico que entre los años 500 y 400 a. de J. C. 
iniciaron Alcmeón de Crotona en la Magna Grecia y 
los asclepíadas de Cos y de Cnido, con Hipócrates a su 
cabeza, en las islas y las costas jónicas. Sobre este fondo 
permanente habremos de considerar lo que verdadera-
mente es actual en la actual tecnificación de la medicina. 
2.° Hábitos médicos inventados en una situación his-
tórica distinta de la nuestra, desde entonces heredados 
de generación en generación y perfectiva o defectivamen-
te modificados en el curso de la historia, hasta el mo-
mento de practicarlos hoy. No son pocos. 
Entre los de orden diagnóstico, he aquí algunos: 
a) La utilización de signos físicos —o de síntomas 
interpretados como signos físicos— para el diagnóstico 
21 
de la lesión orgánica que padece el enfermo. Sucesiva-
mente perfeccionado hasta hoy, tal ha sido, valga este 
único ejemplo, el hábito anatomoclínico que jalonan los 
nombres de Albertini, Auenbrugger, Bichat, Laennec y 
Skoda. ¿Qué es históricamente una gammagrafía, sino la 
actual expresión técnica de un hábito diagnóstico —ese 
que hoy lleva por nombre «signo físico»— inventado por 
Albertini, hace más de dos siglos? 
b) La fisicalización y bioquimización del síntoma es-
pontáneo, la intelección de éste como un proceso ener-
gético-material instrumentalmente detectable y mensu-
rable. Piénsese en la historia de la exploración bioquímica 
de los síntomas diabéticos, desde que Petters, en los de-
cenios centrales del siglo pasado, descubrió el carácter 
acetónico de la orina de los diabéticos comatosos, y 
Gerhardt, poco después, observó en ella la presencia del 
ácido acetilacético, advirtiendo que se enrojecía por adi-
ción de unas gotas de solución de cloruro férrico. 
c) La objetivación estrictamente científica de la cau-
sa externa de la enfermedad. Tal ha sido el nervio de la 
historia de la toxicologia contemporánea, desde Orfila y 
Magendie, y de la microbiología patológica, desde Da-
vaine, Pollender, Pasteur y Koch. 
Y entre los hábitos de orden terapéutico y profilác-
tico, estos tres: 
a) El tratamiento habitual de las enfermedades con 
fármacos minerales, desde que Paracelso escribió su con-
signa adié ganze Welt, eine Apotheke» («el Universo en-
tero, una farmacia»), y —sobre todo— desde que en la 
segunda mitad del siglo xix comenzaron a usarse fár-
macos sintetizables o sintéticos (la resorcina, por Unna; 
el atoxil, por Koch; los arsenobenzoles, por Ehrlich). 
b) La conversión de la cirugía en una técnica tera-
22 
péutica ya no meramente restauradora de la integridad 
anatómica (reducción de una fractura), evacuadora de 
la materia pecante (vaciamiento de un empiema) o ex-
tirpadora de partes orgánicas irrecuperables (práctica de 
una amputación), sino resueltamente recreadora y fun-
cional, a través de un proceso histórico cuyos hitos son, 
entre otros, Billroth, Kocher, Halsted, San Martín, Carrel 
y Lériche. 
c) La prevención de la viruela por vacunación, vi-
gente desde Jenner. 
3.° Hábitos médicos nuevos, estrictamente propios de 
la situación actual. Estos son los que a nosotros verda-
deramente nos importan. Las interrogaciones se arraci-
man ahora en nuestra mente. ¿Qué es lo que hace real-
mente nueva e históricamente original a la medicina de 
nuestro tiempo? Aparte lo que en ella sea novedad 
meramente perfectiva —una gammagrafía, una determi-
nación de transaminasas—, ¿qué rasgos determinan es-
pecíficamente lo que en su figura es en verdad nuevo? 
Por otra parte, ¿cuándo la medicina ha empezado a ser 
actual y cuándo, en consecuencia, debe ser tenido por 
históricamente viejo, aunque por su edad sea joven, un 
médico de hoy? 
II. LO NUEVO EN LA MEDICINA ACTUAL 
Limitémonos a considerar los rasgos de la actual me-
dicina que parezcan ser real y verdaderamente nuevos; 
dejemos de lado, por tanto, los hábitos mentales y ope-
rativos que en ella hayan resultado del progreso y la 
perfección de novedades inventadas ayer. Esos rasgos, 
¿cuáles son? 
23 
Pienso que el logro de una respuesta satisfactoria 
exige dos operaciones mentales distintas y complemen-
tarias entre sí: un examen atento y sensible de la me-
dicina actual, enderezado hacia el discernimiento de sus 
más característicos motivos principales, y una contem-
plación no menos atenta y sensible de la medicina del 
inmediato ayer, para saber si, respecto de ella, tales 
rasgos son, repetiré lo dicho, real y verdaderamente nue-
vos. Cuatro exámenes sucesivos van a permitirnos cum-
plir este programa. 
1. Examen de un tratamiento actual 
Entre tantos ejemplos posibles, he aquí el interior de 
una unidad coronaria del Presbyterian Hospital, de San 
Diego, California. Un sistema monitor digital automático 
vigila permanentemente la frecuencia del pulso y de la 
contracción cardíaca del enfermo, su ritmo respiratorio, 
su temperatura, su presión arterial, su electrocardiogra-
ma y otros datos complementarios, hasta un total de 
veinticinco. Un computador los recibe y analiza de ma-
nera individual y conjunta cada veinte segundos. Los 
resultados aparecen simultáneamente en dos pantallas, 
una sobre la cabecera del enfermo y otra en la sala de 
guardia. Cuando surge una anormalidad, se enciende 
una luz roja y suena una llamada. 
He aquí, por otra parte, la Clínica Neurològica de 
Rostov, en la Unión Soviética. Respondiendo a los da-
tos semiológicos que se le presentan, un computador 
va haciendo el diagnóstico de enfermos presumiblemen-
te afectos de tumor cerebral. De 108 casos, en 104 fue 
comprobadala total exactitud del diagnóstico estable-
cido por la máquina. 
24 
Más aún. Para 1972 estaba prevista hace tres años 
la inauguración de un nuevo hospital en Palo Alto, 
California. Junto a cada cama, se anunciaba, habrá un 
televisor, que será conectado con el circuito cerrado 
del hospital cuando el médico pase visita. Este intro-
ducirá por una ranura una tarjeta de plástico para iden-
tificar al paciente en el computador central e indicará 
a la máquina su prescripción. La máquina responderá 
si el enfermo tiene antecedentes —por ejemplo, alérgi-
cos— que hagan peligrosa la medicación y si la dosis 
prescrita es o no es correcta, escribirá la receta en la 
tarjeta del paciente, ordenará a la farmacia el envío 
del medicamento, previo control de las existencias de 
éste, y recordará a la enfermera cuándo y cómo debe 
administrarlo. 
En suma: la práctica de la medicina parece haber 
entrado en una etapa de total tecnificación. Ahora bien: 
esto ¿es enteramente nuevo? Indudablemente, no. No, 
según las dos principales significaciones que la palabra 
tecnificación ahora posee. 
Entendida la palabra técnica en su sentido más am-
plio y radical, la medicina comenzó a tecnificarse hace 
como dos milenios y medio, con Alcmeón de Crotona 
e Hipócrates de Cos; recuérdese lo dicho en el apartado 
precedente. Pero cuando hoy empleamos los vocablos 
técnica y tecnificación, solemos referirnos a la utiliza-
ción de recursos instrumentales que interpuestos entre 
la mente y los sentidos o la mano del hombre, por una 
parte, y la realidad cósmica, por otra, permiten cono-
cerla y gobernarla mejor. En este segundo sentido, ¿pue-
de decirse que sea rigurosamente nueva una medicina 
tecnificada? Tampoco. Con los pulsilogios y los termó-
metros de Santorio y Galileo, en los primeros lustros 
25 
del siglo XVII, comienza la cada vez más veloz carrera 
de la medicina hacia su tecnificación instrumental; tan-
to, que a fines del siglo pasado un ilustre clínico ale-
mán, von Leube, solía decir campanudamente a sus 
discípulos, para ponderar las enormes posibilidades se-
miológicas de las curvas exploratorias y los análisis de 
laboratorio, que «el tiempo empleado para hacer un 
buen interrogatorio es tiempo perdido para hacer un 
buen diagnóstico». Más que un radical error —que sin 
duda lo es—, veamos en esa frase la expresión de una 
confianza ilimitada del médico en los datos de una ex-
ploración clínica instrumentalmente tecnificada. Otra 
nota más. En un libro publicado en 1936 por Kòtschau 
y Meyer (Der Aufbau einer biologischen Meditin, «La 
edificación de una medicina biológica»), sus autores hi-
cieron encartar con intención irónica una lámina titu-
lada «El médico del futuro», en la cual podía contem-
plarse al clínico sentado ante un complicado cuadro de 
mandos, recibiendo en él, sin ver al enfermo, datos y 
más datos exploratorios, y disparando maquinalmente 
sus prescripciones terapéuticas. Visto el grabado con 
ojos de hoy, una inconsciente prefiguración burlesca del 
computador que de manera automática diagnóstica y 
trata a los pacientes acerca de los cuales se le con-
sulta. 
La medicina, saber técnico desde Alcmeón e Hipó-
crates, desde Santorio y Galileo viene siendo, y cada 
vez con mayor brío, una técnica instrumental. Nuestra 
pregunta, por tanto, es: ¿qué es lo verdaderamente 
nuevo —por tanto, lo verdaderamente actual— en la 
tecnificación de la medicina de nuestro tiempo? 
26 
2. Examen de la asistencia médica actual 
No son necesarias muchas palabras para enunciar 
algo que todo el mundo sabe: que desde un punto de 
vista social, una muy importante novedad ha surgido 
en la asistencia al enfermo. Sea o no socialista el país 
a que tal asistencia pertenece, un elevadísimo tanto por 
ciento de población recibe la ayuda médica como la 
consecuencia de un derecho social legalmente recono-
cido a su beneficiario. En tanto que hombre y ciuda-
dano, todo paciente tiene derecho —en principio, al me-
nos— a ser diagnosticado y tratado con cuantos recursos 
ofrezca la técnica médica en aquel lugar disponible; y 
el resultado ha sido que la práctica de la medicina, de 
uno o de otro modo, en mayor o menor proporción, 
se ha socializado o colectivizado. 
Tal novedad, ¿en qué consiste, históricamente consi-
derada? ¿Cuál es su fundamento? ¿Cuál su estructura? 
¿Cuáles son, en fin, sus formas reales y sus perspecti-
vas para el futuro? 
3. Examen del cuadro de especialidades 
de la medicina actual 
Copiosísimo es el número de las especialidades en 
que hoy se diversifica el ejercicio de la medicina, y to-
das tienen en su origen una doble raíz: la creciente 
complejidad de las técnicas diagnósticas y terapéuticas, 
con la consiguiente división del trabajo clínico, y la 
existencia de núcleos urbanos en que la demografía y 
el nivel económico permiten que esa división del tra-
27 
bajo se profesionalice. Pero, dentro de esta uniformidad 
de origen, dos tipos cualitativamente distintos entre sí 
pueden ser discernidos en las actuales especialidades 
médicas. Hay algunas, en efecto, en cuya génesis pre-
domina con toda evidencia el motivo técnico; tal es el 
caso de las que practican el oftalmólogo, el cirujano 
cardiovascular, el alergólogo y el anestesista. Hay otras, 
en cambio, cuyo reciente auge se debe a una mudan-
za en la actitud del médico y el enfermo ante la enfer-
medad, y esto es lo que acontece en la psiquiatría, valga 
su ejemplo, cuando los que la ejercen actúan como 
psicoterapeutas o psicoanalistas. 
Como expresivo índice de lo que a estas últimas es-
pecialidades se refiere, he aquí un reciente chiste nor-
teamericano. Un matrimonio neoyorquino chapado a la 
antigua, pero bien instalado mentalmente en el mundo 
en que vive, discute las perspectivas que en cuanto po-
sible yerno ofrece el pretendiente de su hija, y la esposa 
dirime la cuestión con estas palabras: «Mira, Bob, yo 
creo que las intenciones del chico son serias; quiere 
hasta que ella conozca a su psiquiatra.» Psiquiatra es 
ahora el especialista en el conocimiento técnico de la 
personalidad de quien a él acude, incluso no estando 
psíquicamente enfermo, como en el caso del chiste; 
más aún, un médico al cual uno suele llamar «mi» 
—«mi» psiquiatra—, como si para vivir de manera ci-
vilizada hubiese que contar habitualmente con él, del 
mismo modo que se cuenta con el dentista. 
Entre bromas y veras, el clarividente Cournot escri-
bía hace un siglo: «La cuestión del libre albedrío del 
hombre y de la responsabilidad de sus actos retorna sin 
cesar bajo todas sus formas, sobre todo en nuestros días, 
en los cuales podría creerse que muy pronto no serán 
28 
ya el jurado y el juez quienes constituyan la piedra cla-
ve de la sociedad, ni el verdugo, como pensaba Joseph 
de Maistre, sino el médico alienista, nombre tan nuevo 
como el oficio a que se refiere». El fabuloso aumento 
del número de los psiquiatras y psicoanalistas desde 
hace cuarenta o cincuenta años, ¿no está dando de al-
guna manera la razón a la predicción de Cournot? 
Tres causas principales veo yo en la determinación 
de tal suceso: 
1.a Una mayor frecuencia real de las enfermeda-
des y alteraciones de carácter psíquico. ¿Por qué? El 
hombre actual ¿es psíquicamente más débil que el de 
ayer, o es más trabajosa nuestra vida social, o se au-
nan entre sí ambos motivos? 
2.a Una mucho mayor exigencia de cuidado médico 
frente a tales anomalías y alteraciones, aun cuando éstas 
sean leves. En nuestra sociedad ha llegado a tener am-
plísima vigencia aquella «medicina pedagógica» —véa-
se mi libro La relación médico-enfermo— de que tan 
punzantemente se burlaba el Platón de la República. 
3.a Una general convicción de que cualquier enfer-
medad humana, psíquica o no, no puede ser bien diag-
nosticada y tratada sin conocer con alguna precisión 
la personalidad del paciente. 
Basten estos sumarísimos datos, pienso, para ad-
vertir con entera claridad que en la medicina actual, 
y en el seno mismo de la tecnificación instrumentaly 
la colectivización de la asistencia antes mencionadas, 
ha aparecido una sutil novedad cualitativa: la general 
exigencia— no siempre bien reconocida y bien cumplida 
por el médico— de una personalización del enfermo 
en cuanto tal. ¿Por qué ha surgido tal exigencia? ¿En 
qué medida y de qué modos se responde a ella? 
29 
4. Examen de la actual actitud social frente 
al hecho de enfermar 
Desde que en la Grecia clásica se constituye como 
técnica la medicina, el ideal más ambicioso del médico 
ha sido utilizar ese saber técnico acerca de la enferme-
dad —su conocimiento del por qué de ésta— para im-
pedir que llegue a producirse. Óptimo médico será, por 
tanto, no el que sólo sabe curar la enfermedad, sino el 
que también sabe prevenirla. Al intento de prevenir 
las enfermedades mediante la sustitución de una ali-
mentación agreste por una alimentación cocinada atri-
buye la invención de la medicina el autor del escrito 
hipocrático Sobre la medicina antigua, y a la preven-
ción de aquéllas está formalmente dedicado el tratado, 
hipocrático también, que lleva por título Sobre la 
dieta. 
A partir de la histórica hazaña de Jenner y de su 
brillante continuación, cien años después, por obra de 
Pasteur (vacunación preventiva de las gallinas frente 
a la infección carbuncosa mediante la inyección de 
gérmenes de virulencia atenuada; ulterior vacunación 
antirrábica) y de Ferrán (vacunación con gérmenes vi-
vos en el hombre), el auge de la medicina preventiva 
ha sido casi vertiginoso; basta leer un índice de las 
vacunaciones taxativamente obligatorias o sólo reco-
mendadas en los países que hoy van a la cabeza de 
la civilización. Ahora bien; esta formidable eclosión 
de la medicina preventiva y de su ulterior complemen-
to, la promoción de la salud, ¿es sólo un desarrollo 
cuantitativo y perfectivo de la que Jenner inició, o hay 
en ella algo cualitativa e históricamente nuevo? 
30 
5. Los rasgos propios de la medicina 
actual 
Los cuatro apartados precedentes y las interrogacio-
nes con que todos ellos terminan nos hacen percibir 
que la medicina de hoy es actual por la obra conjunta 
—y a veces conflictiva— de cuatro rasgos o notas prin-
cipales : 
1. Su extrema tecnificación instrumental y una pe-
culiar actitud del médico ante ella. 
2. La creciente colectivización de la asistencia mé-
dica en todos los países del globo. 
3. La personalización del enfermo en cuanto tal y, 
como consecuencia, la resuelta penetración de la noción 
de persona en el cuerpo de la patología científica. 
4 La prevención de la enfermedad, la promoción 
de la salud y el problema de si es técnicamente posible 
una mejora de la naturaleza humana. 
6. Cuándo para el médico ha comenzado 
la actualidad 
En los capítulos subsiguientes trataré de exponer 
cómo veo yo el contenido de estos cuatro grandes ras-
gos distintivos. Pero acaso no deba iniciar esta tarea 
sin responder sumariamente a dos interrogaciones es-
trechamente conexas entre sí: ¿cuándo comenzó la ac-
tualidad?; ¿cuándo nuestra cultura —la cultura que 
solemos llamar «occidental»— ha empezado a ser ac-
tual? 
31 
Para lo tocante a la cultura en su totalidad, con-
templemos al galope alguna de sus más importantes 
manifestaciones. La arquitectura actual —la de la Park 
Avenue neoyorkina, la de Brasilia— comenzó en la 
Bauhaus de Weimar y Dessau, y luego en la concor-
dante obra creadora de Gropius, Le Corbusier, Mies 
van der Rohe y Frank Lloyd Wright. La pintura se 
hizo formalmente actual con la plena madurez de Pi-
casso y con la vigencia universal de Kandinsky y Mon-
drian. La filosofía, con la fenomenología y sus conse-
cuencias ontológicas (Husserl, Heidegger, Sartre), el 
neopositivismo (Carnap, M. Schlick, Wittgenstein), el 
auge planetario del marxismo tras la Revolución de 
Octubre y la Tercera Internacional y la especulación 
metafísica subsiguiente a esta múltiple y compleja ex-
periencia intelectual. La física, con la universal difu-
sión de las teorías de los quanta y de la relatividad y 
con la física atómica ulterior a la quiebra del mode-
lo de Bohr (Heisenberg, Schròdinger, de Broglie, Fer-
mi, Dirac). La política y la economía, con la cambiante 
dialéctica teórica y real que en todos los países del 
planeta determinó la aparición del socialismo como 
hecho históricamente irrevocable. La literatura, con la 
súbita explosión de los ismos literarios y sus ulteriores 
consecuencias. La gran técnica, con la utilización de 
la energía atómica que subsigue a las novedades fí-
sicas antes mencionadas y con la planificación verdade-
ramente científica de los vuelos cósmicos (a título de 
ejemplo, léase un artículo de Hans Tirring, que debió 
de ser compuesto hacia 1930 y que bajo el título «¿Se 
puede volar por el espacio cósmico?» publicó el año 
1935 la Revista de Occidente). El estilo general de la 
vida, en fin, cuando la rigidez y la artificiosidad social 
32 
de la belle époque sean sustituidas por la deportividad 
y la juvenilización del vivir. «Camaradería. ¡Abajo las 
convenciones!», gritaban hacia 1920, por los bosques 
de su país, los jóvenes tudescos de la Jugendbewegung. 
Una conclusión impone este caleidoscópico examen: 
nuestra cultura comenzó a ser actual en la posguerra 
de la primera guerra mundial; por tanto, en el dece-
nio de 1920 a 1930. 
¿Acaso de la medicina no puede decirse otro tanto? 
En lo tocante a las ciencias básicas, y pese a tan fabu-
losas novedades ulteriores, piénsese a título de ejem-
plo en la relativa vigencia actual de la Anatomie des 
Menschen de Braus y Elze, de los Handbücher de Be-
the y Embden (fisiología normal y patológica) y de 
Henke-Lubarsch (anatomía patológica), de los manua-
les de fisiología de Bayliss y Starling, de nombres como 
Aschoff, Róssle, Dale, Letulle, Straub y Río-Hortega. 
O bien, respecto de la medicina interna, lo que toda-
vía representa para el clínico y el patólogo actuales la 
obra de Osler, Krehl, von Bergmann, Eppinger y Hess, 
Kraus y Zondek, Wenckebach, von Noorden, Widal, 
Vaquez, Marañón y Pende. O en lo que atañe a la 
colectivización de la asistencia médica, el valor no ex-
tinguido de los libros Soziale Pathologie, de A. Grot-
jahn, y Soziale Krankheit und soziale Gesundung 
(Enfermedad social y curación social), de V. von Weiz-
sacker. O, en fin, lo que ulteriormente ha de decirse 
acerca de la actual personalización de la patología y la te-
rapéutica. La misma conclusión, por tanto: la aurora 
histórica de la medicina actual se halla entre los años 
1920 y 1930. En relación con este hecho y con las no-
vedades que en ese decenio se inician y luego se des-
arrollan habrá que considerar «históricamente jóvenes» 
3 33 
o «históricamente viejos» a los médicos, sean adocena-
dos o eminentes, que clínicamente practican hoy la me-
dicina actual. 
Veamos ahora de manera metódica el concreto con-
tenido de cada uno de los cuatro rasgos antes mencio-
nados y tratemos así de comprender con mentalidad his-
tórica y cierto sistema la estructura interna de la medi-
cina actual. 
34 
CAPÍTULO SEGUNDO 
LA TECNIFICACIÓN DE LA MEDICINA 
El primero de los rasgos verdaderamente caracterís-
ticos de la medicina actual es, sin duda, su extremada 
tecnificación. Vamos a examinarla. Mas para entender 
desde dentro en qué consiste esta colosal empresa de 
nuestro tiempo resulta preciso saber ante todo lo que 
para el hombre de hoy es la técnica. Por tanto, dos 
cuestiones sucesivas ante nosotros: I. Una idea actual 
de la técnica. II. La técnica en la medicina actual. 
I. IDEA ACTUAL DE LA TÉCNICA 
No parece posible entender con cierta suficiencia lo 
que es la técnica para el hombre de hoy —para todos 
los hombres actuales, médicos o no—, sin conocer de 
manera precisa cómo la entendieron los primeros en 
reflexionar deliberada y metódicamente acerca de ella: 
los antiguos griegos. 
Operaciones técnicas, entendida en su más amplio y 
vago sentido esta última palabra, las ha habido en el 
planeta desde que sobre él hay hombres. Obras y pro-
35 
ductostécnicos fueron, en efecto, la invención del fue-
go, la talla del sílex, la construcción y el empleo de la 
rueda, la erección de la pirámide de Keops; pero una 
idea relativamente clara y precisa de lo que «es» la 
técnica sólo existe en la mente humana desde que un 
grupo de hombres de la Grecia antigua, los pensadores 
presocráticos, comenzaron a reflexionar acerca de la 
actividad a la vez manual e intelectual que ya los grie-
gos homéricos habían llamado tekhne. De ahí que el 
cumplimiento de nuestro cometido deba ser metódi-
camente ordenado en los tres siguientes puntos: 1. Idea 
antigua de la técnica. 2. Realidad e idea actuales de 
la técnica. 3. Técnica, vida y ser. 
1. Idea antigua de la técnica 
Para los antiguos griegos, ¿qué fue la tekhne? En 
aras de la brevedad y la sencillez, dejaremos aquí in-
tacto el problema de la evolución semántica de este 
vocablo a través de la copiosa serie de autores que for-
man los filósofos presocráticos, los poetas líricos y trá-
gicos •—¡ese estupendo coro de la Antígona sofoclea!—, 
los sofistas, los médicos del período hipocrático y Pla-
tón, y nos atendremos casi exclusivamente al pensador 
en cuya obra llega a plena madurez la idea helénica 
de la tekhne: Aristóteles. Seis son, a mi juicio, los ras-
gos principales de la concepción aristotélica de este 
modo del quehacer humano: 
1.° Su racionalidad. A diferencia de la empeiría o 
rutina empírica, en la cual las cosas se saben hacer a 
fuerza de repetir una y otra vez la operación de ha-
cerlas, tallar una roca o clavar un clavo, la tekhne es 
36 
un saber hacer atenido al «qué» y al «por qué» de 
aquello que se hace. La ars, dirán los aristotélicos me-
dievales, traduciendo al latín una expresión griega de 
su maestro, es recta ratio, «recta razón», regla atenida 
racionalmente —científicamente, diremos luego— al ser 
de lo que se hace. 
2.° Su carácter a un tiempo mimético y poético, en 
el sentido que entre los griegos tuvieron los términos 
mimesis, imitación, y poíesis, creación o —más preci-
samente, porque esta última palabra adquirirá con el 
cristianismo una dimensión enteramente transhelénica— 
neoproducción. La tekhne imita a la naturaleza (la 
casa, por ejemplo, es para el hombre una imitación de 
la inicial caverna protectora, como las figuras del pin-
tor Apeles lo son de las cosas reales que nuestros ojos 
ven en el mundo) y hace a la vez, bien que en la misma 
línea que la madre y maestra naturaleza, lo que ésta por 
sí no es capaz de hacer (la casa que edifica el arqui-
tecto, la curación de enfermedades que no curarían sin 
la ayuda del médico). Habría, pues, artes preponderan-
temente imitativas o miméticas (la pintura), artes equi-
libradamente poétioo-miméticas (la medicina) y artes 
preponderantemente innovadoras o poéticas (la educa-
ción, la política, la arquitectura). 
3.° La esencial limitación de sus posibilidades. 
«Recta razón de las cosas que pueden hacerse» —que 
«es posible hacer»— dice en castellano la famosa de-
finición escolástico-aristotélica del «arte», por tanto de 
la técnica; y esas cosas «que pueden hacerse» son las 
que la naturaleza nos deja llevar a cabo, las que en la 
soberana dinámica del cosmos no sean necesaria o for-
zosamente imposibles para nosotros. En la naturaleza 
habría, en efecto, forzosidades invencibles (anánke 11a-
37 
marón los griegos a tan inexorable forzosidad, y de ma-
nera todavía más arcaica, moira), y nada sería capaz 
de conseguir ante ellas la técnica del hombre. Nada 
podría lograr la medicina, valga este ejemplo, frente a 
las enfermedades mortales o incurables «por necesi-
dad». 
4.° La radical «no esencialidad» (Zubiri) del obje-
to técnica o artificialmente construido, del «arte-facto». 
Si se enterrase en el campo y llegase a germinar una 
cama de castaño, lo engendrado en esa germinación 
sería un castaño (la realidad natural) y no una cama 
(el objeto artificialmente construido con ella). El arte-
facto sería, pues, una realidad formalmente «insustan-
cial» e «inesencial». 
5.° La total intuibilidad, real o posible, de la ope-
ración técnica: entre el momento inicial de ésta y el 
término a que con ella se llega hay un proceso entera-
mente susceptible de visión directa o de visión imagina-
tiva. El técnico, por tanto, puede ver con los ojos de la 
cara o podría ver con los de la imaginación lo que pasa 
en el seno de la acción imitativa o innovadora que él 
realiza. Así acontecía en las máquinas y en los jugue-
tes técnicos —tan apreciados por la vivaz curiosidad 
griega y tan menospreciados por el severo pragmatismo 
romano— de Arquímedes, Ctesibio, Filón de Bizancio 
y Herón de Alejandría. Y así también, para no salir 
de la técnica médica, en cuanto al invisible mecanismo 
intestinal de la acción de los purgantes, sobre todo en-
tre los imaginativos asclepíadas de Cnido. 
6.° La no distinción funcional y social entre el que 
inventa las técnicas y el que las realiza. Como certera-
mente hizo observar Ortega, el tekhnites antiguo era 
a la vez «técnico» y «artesano». 
38 
En estos seis rasgos puede cifrarse lo que la teoría 
y la práctica de la técnica fueron en Occidente, desde 
la Grecia clásica hasta que en la Baja Edad Media 
—más precisamente, en el filo de los siglos xm y xiv— 
germinalmente apunta el mundo moderno. 
2. Realidad e idea actuales de la técnica 
Un aluvión de preguntas nos viene ahora a la mente. 
¿Cómo se inicia la concepción moderna de la técnica? 
¿Cuáles han sido los pasos sucesivos a ésta desde ese 
filo entre los siglos xm y xiv hasta nuestros días? No 
me es ahora posible responder con pormenor a tan su-
gestivas interrogaciones. Yo no trato en estas páginas 
de esbozar una historia completa del pensamiento téc-
nico, sino de entender con cierta precisión lo que la 
técnica es —y apurando las cosas, lo que debe ser— 
para el hombre y el médico de nuestro tiempo. 
Alguien dirá que en algo muy fundamental no han 
cambiado nuestras ideas, comparadas con las de Aris-
tóteles. Como la tekhne para el filósofo griego, la téc-
nica es para nosotros un saber hacer algo sabiendo con 
cierto rigor científico «qué» se hace —qué son el enfer-
mo, la enfermedad y el remedio, en el caso del médi-
co— y «por qué» se hace aquello que se hace. Nada 
más cierto: saber el «qué» y el «por qué» de la fisión 
atómica —conocer científicamente la naturaleza del áto-
mo y su dinámica— constituye un obligado presupues-
to para el gobierno técnico de la energía nuclear. Pero 
aparte esta fundamental coincidencia nuestra con los 
antiguos y los medievales, todo es nuevo en la téc-
nica actual respecto de la antigua. Sumaria y ordinal-
39 
mente expuestas, he aquí estas profundas novedades 
intelectuales y prácticas: 
1.a El carácter rigurosamente «esencial» y «natu-
ral» (Zubiri) que en muchos casos posee hoy el pro-
ducto de la técnica, el artefacto. Tres ejemplos, to-
mados de la química: la urea, el ácido acético y la 
glucosa que, respectivamente, sintetizan Wohler, Kolbe y 
Emil Fischer son idénticos a la urea, el ácido acético 
y la glucosa que nos ofrece la naturaleza. 
Antecedente inmediato, aunque puramente hipotéti-
co, de este importantísimo logro de la técnica actual, 
fue la consideración ontològica de los posibles produc-
tos de la alquimia por parte de algunos filósofos de la 
Edad Media. Santo Tomás, por ejemplo, se plantea 
la cuestión de si per alchimiam fieret aurum verum 
(Summa Theol, 2-2 q. 77) y admite la posibilidad de 
un «oro alquímico» enteramente igual al oro natural. 
Roger Bacon, por su parte, especulará osadamente en 
su Respublica fidelium —la primera utopía de un mun-
do tecnificado por obra de la ciencia— acerca de las 
posibilidades reservadas a este fabuloso camino del in-
genio humano. Pero lo que entonces no fue sino ima-
ginación ontològica o imaginación utópica, hoy, esto es 
lo nuevo, aparece ante nosotros como visible y tangible 
realidad. 
2.a La producción artificial —sintética, solemos de-
cir— de cuerpos que antes no existían en la naturaleza;de alguna manera, por tanto, preternaturales. Hay así 
en nuestras manos, desde los últimos lustros del siglo 
pasado, moléculas, elementos químicos y acaso partícu-
las elementales rigurosamente «nuevos»; con lo cual, 
la técnica del hombre puede sustituir cada vez con más 
frecuencia, y en ocasiones con notoria ventaja, la tra-
40 
dicional función proveedora que para él venía cum-
pliendo el mundo natural. Basta pensar en tantos y 
tantos fármacos y en tantas y tantas macromoléculas de 
la industria actual, o bien, dando un paso más, en los 
ya incipientes alimentos cuasiartificiales —la llamada 
«chuleta de petróleo»— o enteramente artificiales que 
para muy pronto hoy se anuncian. La ciencia-ficción 
del químico Berthelot va a ser mañana mismo cumpli-
da realidad. 
En términos filosóficos: la poíesis técnica no es aho-
ra simple «producción», es por lo menos «cuasicrea-
ción», y tal es el sentido de las «invenciones» y los 
«inventos» actuales, en contraste con la modesta sig-
nificación que el verbo invente («descubrir») origina-
riamente tuvo. Una pregunta se hace inevitable: ¿hasta 
dónde se llegará por este fascinante camino? La imagi-
nación se pierde en la respuesta. 
3.a En las técnicas más actuales, el proceso técnico 
—lo que realmente pasa entre la puesta en marcha de 
ese proceso y su definitivo resultado— no parece ser in-
tuible, ni por los ojos de la cara ni por los de la ima-
ginación. 
Antecedente inmediato de tan sorprendente hecho 
fue uno de los rasgos esenciales del nacimiento de la 
ciencia moderna en el seno del voluntarismo y el no-
minalismo filosófico del siglo xiv: la interposición me-
tódica de un símbolo mental, en definitiva, matemáti-
co, entre la mente que conoce y la realidad científi-
camente conocida y técnicamente manejada. Pero lo 
verdaderamente nuevo y pasmoso no es esto; es el he-
cho de utilizar, tanto para el conocimiento científico de 
la realidad como para su manipulación y su transfor-
mación técnicas, símbolos matemáticos anteriormente 
41 
creados como puro deporte de la inteligencia (así crea-
ron en el siglo xix Cayley y Sylvester el «cálculo de 
matrices», sin sospechar que tres cuartos de siglo más 
tarde esa creación suya sería empleada por Heisenberg 
como recurso mental para el conocimiento de la me-
cánica del átomo) o, lo que todavía es más, absoluta-
mente ajenos al campo de la imaginación intuitiva (tal 
es el caso del número / o raíz cuadrada de —1, y por 
extensión de las funciones de variable imaginaria, lue-
go instrumentos matemáticos de la física teórica). Mi-
crofísicamente considerada, nos dicen los físicos ulte-
riores a la vigencia del modelo atómico de Bohr, la 
realidad natural no es susceptible de intuición eidética. 
Vengamos ahora de la pura ciencia a la técnica y 
pensemos, como sumo ejemplo de una máquina ac-
tual, en el computador. ¿Qué pasa en el interior de 
éste cuando funciona? Eso que pasa se sabe científi-
camente, claro está; pero tal «saber» no consiste y no 
puede consistir, aquí está lo decisivo, en la reducción 
del proceso técnico a esquemas visiva o imaginativa-
mente intuibles. 
4.a La ilimitación —real o hipotética— de las posi-
bilidades de la técnica. Frente al cosmos, todo es o pa-
rece ser posible para el hombre actual. 
Inicial forma histórica de este tan central rasgo de 
nuestro tiempo fue el general convencimiento de la exis-
tencia de un progreso indefinido en el vivir del hombre 
sobre el planeta —idea-creencia, le llamaría Ortega—, 
primero como sueño o utopía (así ve el futuro técnico 
de la Humanidad el Roger Bacon de la Respublica fi-
delium), luego como proyecto racional (tal es el caso 
de Descartes en los párrafos finales de su Discurso del 
método) y más tarde, ya en múltiples formas, en los 
42 
escritos progresistas de los ilustrados franceses e in-
gleses del siglo XVIII. Que el lector interesado por el 
tema vea los expresivos textos aducidos por mí en mi 
libro La espera y la esperanza. 
Pero los sueños y las utopías del siglo xin y los ilu-
sionados proyectos racionales de los siglos xvn y XVIII, 
sólo en el nuestro han llegado a ser firme y universal 
conciencia histórica. Técnicamente nada hay imposible, 
y lo que parece .serlo hoy dejará de serlo mañana; tal 
es una de las más hondas convicciones tácitas del hom-
bre actual. Acaso nadie lo haya dicho con tanta ex-
presividad como Ortega en su Meditación de la técnica 
(1933): «La idea que hoy tenemos de la técnica nos 
coloca en la situación tragicómica —es decir, cómica, 
pero también trágica— de que cuando se nos ocurre 
la cosa más extravagante nos sorprendemos en azora-
miento, porque no nos es posible asegurar que esa ex-
travagancia —el viaje a los astros, por ejemplo— es 
imposible de realizar. Tememos que, a lo mejor, en el 
momento de decir eso llegase un periódico y nos co-
municara que, habiéndose podido proporcionar a un 
proyectil una velocidad de salida superior a la fuer-
za de la gravedad, se había colocado un objeto terres-
tre en las inmediaciones de la Luna.» No habían de 
pasar tantos años para que ese «objeto terrestre» que 
entonces osadamente imaginaba Ortega fuese en reali-
dad todo un equipo de cosmonautas paseantes sobre 
la mismísima superficie lunar. 
En orden al dominio del cosmos, ¿hay algo que sea 
técnicamente imposible para el hombre? Y si realmen-
te lo hay, ¿qué es? ¿Serán la inmortalidad y la mul-
tilocación de su propio cuerpo —la ocupación simul-
tánea de dos o más lugares distintos— las únicas 
43 
imposibilidades absolutas para la técnica del hombre, lí-
mites a los cuales, por añadidura, el constante pro-
greso nos permitiría acercarnos asintóticamente hasta 
el fin de los tiempos? Tales son, a este respecto, los 
problemas más radicales del hombre actual. La idea 
antigua de una esencial limitación de las posibilida-
des de la técnica frente a la Naturaleza se ha desvane-
cido totalmente en nuestro siglo. 
5.a La separación funcional entre el que inventa 
las técnicas (el verdadero «técnico», el «inventor») y el 
que de hecho las pone en práctica (el «operario», el 
«obrero»). En el caso más extremo de esta separación, 
el inventor se limita a idear procedimientos técnicos 
sobre el papel y en su gabinete de trabajo; en otros ca-
sos menos extremos, tal fue el de Edison en su labo-
ratorio de Menlo Park, el inventor construye por sí 
mismo los prototipos de sus propias invenciones. 
Una consecuencia se sigue necesariamente de este 
hecho: conocidos los «planos» de una invención técni-
ca —su «patente», si se prefiere hablar en términos co-
merciales—, aquélla puede ser reproducida ad libitum. 
No siendo en sí misma mimesis, «imitación», la téc-
nica actual es por sí misma imitable y, por tanto, ex-
portable al mundo entero. Tal es la clave de la posi-
ble rapidez de un progreso técnico en los países cien-
tíficamente subdesarrollados. 
6.a La autonomía operativa de los artefactos téc-
nicos cuyo fin es la producción. No es un azar que los 
ingleses idearan el nombre de selfacting o «selfactina» 
para denominar la hiladora automática. Respecto de 
una máquina así construida, el hombre queda reduci-
do a ser mero servidor o ayudante. Lo cual nos con-
44 
duce directamente al tercero de los puntos antes enun-
ciados: la relación entre la técnica, la vida y el ser. 
3. Técnica, vida y ser 
Trátase ahora de entender lo que en nuestro mundo 
es la técnica respecto de la vida y la realidad del hom-
bre. Nos vemos obligados, en consecuencia, a la suce-
siva consideración de las cuatro siguientes cuestiones: 
el carácter planetario y envolvente de la técnica ac-
tual; la génesis de este magno evento histórico; la rela-
ción entre la técnica y la vida; la relación entre la téc-
nica y el ser. 
1. El carácter planetario y envolvente que ha lle-
gado a poser la técnica —y que, salvo catástrofe, con 
fuerza creciente va a seguir poseyendo en el futuro— 
entra por los ojos del más miope de los hombres. He 
aquí, para advertirlo, una breve serie de hechos arrolla-doramente significativos: 
a) Los proyectos, ya más acá de la ciencia-ficción, 
pese a su fantástica apariencia, de los urbanistas que 
prevén las ciudades del siglo xxi. ¿Cómo convivirán los 
6.000 millones de habitantes del planeta que para el 
año 2000 hoy prevé la ciencia demográfica? Por el mo-
mento, la respuesta a esta interrogación se halla en los 
audaces proyectos de los arquitectos de vanguardia: las 
cúpulas geodésicas de Buckminster-Fuller, las ciudades 
cónicas de Otto Frei, Walter Joñas y Paul Maymont, 
las estructuras espaciales de Yona Friedman, Edouard 
Albert y Kirokawa, el urbanismo subterráneo, las edi-
ficaciones flotantes, polares, saharianas y lunares. ¿Ar-
quitectura-ficción? No: arquitectura racionalmente pro-
45 
yectada, bien calculado propósito de recubrir de una 
casi continua capa de productos técnicos lo que en la 
superficie del planeta todavía es Naturaleza. 
b) La organización político-administrativa de la vida. 
Dando nombre filosófico y doctrinal a lo que ya en-
tonces era realidad considerable, Hegel llamó «espí-
ritu objetivo» al conjunto de estructuras sociales —Es-
tado, Derecho, instituciones públicas de toda índole— 
que configuran y ordenan la existencia individual del 
hombre. Ahora bien, el modus opermuli de tal «espí-
ritu» es, en definitiva, un nuevo modo de técnica, la 
técnica social; y sea o no sea socialista la organiza-
ción político-administrativa del mundo en que uno exis-
te, esta forma de la tecnificación de la vida no ha he-
cho otra cosa que crecer y crecer, desde los sosegados 
tiempos de Hegel. 
c) La tecnificación de las acciones vitales cotidia-
nas. Vestir, viajar, iluminar el recinto en que se vive, 
regular la temperatura ambiente, dormir cuando uno 
quiere, despejar la mente; por doquiera el señorío de 
la técnica, unas veces bajo forma de operación y otras 
bajo forma de producto. El contorno del hombre actual 
ha llegado a ser una no interrumpida yuxtaposición de 
artefactos. 
Dentro de este mundo tecnificado, ¿quién es el prota-
gonista? Sin ser doctrinalmente marxista, pero movién-
dose en la misma realidad sociocultural de que el mar-
xismo había surgido, un famoso libro de Ernst Jünger 
dio con su simple título (Der Arbeiter, 1932) una res-
puesta tan contundente como irrefragable: el protago-
nista planetario de nuestro inundo es el trabajador. Ex-
combatiente de la primera guerra mundial, Jünger 
tenía entonces en su memoria dos hechos bélicos nue-
46 
vos en la historia, la «movilización total» y las «ba-
tallas de material»; en definitiva, dos consecuencias di-
rectas o indirectas de la tecnificación moderna de la 
vida y dos eventos en que dramáticamente se expre-
saba la radical configuración del hombre como traba-
jador. 
La Humanidad, dirá luego el filósofo Heidegger, ha 
caído bajo el imperio absoluto de la explotación or-
ganizada, del Betrieb; el ente —en términos no filo-
sóficos: el conjunto de las cosas que existen, compren-
dido el hombre—, se halla hoy repartido en dominios de 
explotación. La técnica, por tanto, ya no se limita a 
ser «algo para hacer algo», ya no es mero «instrumen-
to», y ha llegado a dominar al hombre. Desde hace 
varios decenios, tal parece ser nuestra realidad. 
2. ¿Cuál ha sido, esencialmente considerada, la his-
toria de tan enorme suceso? Según la interpretación fi-
losófica de Heidegger, esa historia habría tenido como 
clave central la concatenación de dos eventos: el su-
cesivo auge de la «voluntad de poderío» (el Wille zur 
Machí nietzscheano) y el acabamiento o consumación 
(Vollendung) de la metafísica. 
El proceso tuvo su primera etapa en la filosofía de 
Descartes y en el precedente nacimiento de la ciencia 
moderna. Frente a la realidad de las cosas, Descartes 
afirma la primacía de la «representación» (Vorstellung) 
que de esa realidad se hace el hombre y concibe la 
verdad como la certeza de tal representación. La ciencia 
moderna viene a ser, en consecuencia, el resultado de 
una «investigación» racional de la realidad, que com-
porta la existencia de un «proyecto» o «plan» previo 
a la investigación misma. Pues bien: en el orden de los 
hechos, ese proyecto inicial había sido el dominio téc-
47 
nico del mundo. «Galileo joven —escribió tempranamen-
te Ortega— no está en la Universidad, sino en los arsena-
les de Venècia, entre grúas y cabrestantes.» Y un siglo 
antes de Galileo, la actitud matematizante de Leonardo 
de Vinci ante la Naturaleza (para él il paradiso delle 
scienze matematiche) tuvo su origen en la voluntad y 
la fruición leonardescas de construir «artificios» me-
cánicos. 
El cartesianismo debe ser entendido, pues, como «un 
ingente voluntarismo de la razón» (Zubiri). La Voluntad, 
tal es el primer motor de la representación cartesiana 
(Heidegger); mediante el «conocer», lo que se pretende 
es «poder» (Lord Bacon). No puede extrañar que el 
término de ese proceso sea la «voluntad de poderío» 
de Nietzsche, un Wille zur Machí que Heidegger inter-
pretará como Wille zum Willen, «voluntad de voluntad» 
o volición de querer y más querer; y al final, el acaba-
miento de la metafísica, la elevación de la técnica a fe-
nómeno planetario y el proyecto de constitución del 
mundo como puro artefacto. Recordaré otra vez la 
historia de una criadita berlinesa que hace años contó 
Jakob von Uexküll. La chica había visto hacer una tina 
para lavar y todo lo encontraba comprensible; todo, me-
nos la procedencia de la madera. «¿Cómo hacen la ma-
dera?», pregunta. «La madera se saca de árboles como 
los que hay en el Tiergarten», le responden. «¿Y dónde 
hacen los árboles?», sigue preguntando. «No los hace 
nadie, crecen ellos solos.» Y la chica, incrédula —esto 
es, moderna y tecnificada—, arguye: «¡Vamos! ¡En algu-
na parte tendrán que hacerlos!» 
Al margen de cualquier anécdota, Heidegger ve como 
resultado histórico de esta ingente aventura humana el 
nihilismo, la «muerte de Dios», el hoy archifamoso y 
48 
tópico Gott ist tot de Nietzsche. El mundo empieza a 
aparecer en el Zaratustra nietzscheano como un desier-
to helador, y el vivir histórico como un trance a la vez 
exigente y deficiente. «¿Para qué los poetas en un tiem-
po menesteroso?», pregunta —con expresión de Hòlder-
lin— uno de los ensayos de Heidegger. Y su respuesta es: 
para recoger, hecha palabras, la huella de los dioses ya 
idos; para decir con Rilke que la casa prefabricada y 
la manzana agronómica no tienen plena realidad, y que 
«lo Abierto» —la abertura metafísica de la mente pen-
sadora y de las cosas reales hacia lo verdaderamente 
fundamental— ha sido obturado por la técnica, y que 
para el hombre ha llegado a hacerse impensable, a fuer-
za de hallarse velada, la esencia del dolor, del amor y 
de la muerte. «Con el día de la técnica, que no es sino 
la noche del mundo hecha día, un invierno sin fin nos 
amenaza a los hombres», escribe Heidegger en Holzwege. 
¿Pesimismo total, entonces? No. Porque los poetas 
vislumbran y anuncian la figura redentora que alguna 
vez ha de llegar; Nietzsche con su Zaratustra, Rilke 
con su Ángel, Jünger con su Trabajador •—un trabaja-
dor no alienado, precisaría Marx—, Trakl con su Ex-
tranjero. Y mucho antes que ellos, con la poética sen-
tencia que luego hemos de examinar, Hòlderlin. 
Pienso que la interpretación heideggeriana de la 
historia moderna debe ser modificada. En el orden de 
los hechos, porque el voluntarismo de la ciencia y el 
mundo «modernos» no nace con Descartes y Gali-
leo, sino trescientos años antes, con Escoto y Ockam. 
Véalo el lector en el ensayo «El cristianismo y la téc-
nica médica», de mi libro Ocio y trabajo. Y en el or-
den del pensamiento, porque, como pronto veremos, la 
experiencia del médico tal vez obligue a modificar esen-
4 49 
cialmente la concepción heideggeriana de la técnica. 
Pero esto nos exige considerar previamente la relación 
entre la técnica, por una parte, y la vida y el ser, 
por otra. 
3. La relación entre la técnica y la vida posee, 
nada más obvio, un anverso y un reverso;un anverso 
de comodidad y esperanza y un reverso de desazón y 
temor. 
La técnica sirve, en primer término, para resolver 
más o menos expeditivamente el problema de dar sa-
tisfacción a las necesidades vitales. Antes que un re-
curso para la satisfacción directa de esas necesidades, 
la técnica, escribió certeramente Ortega, es una refor-
ma de la circunstancia eliminando las dificultades que 
se oponen a dicha satisfacción, suprimiendo o menguan-
do el esfuerzo que exige la empresa de ejecutar lo que 
para nosotros es o parece ser vitalmente necesario. De 
ahí el orgullo que siente quien, oomo Sófocles en el céle-
bre coro de su Antígona, contempla el grandioso es-
pectáculo de la creación y las perspectivas de la téc-
nica. 
Pero este anverso tiene su reverso, porque la técni-
ca llega a señorear la vida del hombre que la creó. Mi 
coche manda de algún modo sobre mí, y la máquina 
puede llegar a ser mi soberana. No sólo en cuanto 
que crea el hecho socioeconómico del salario mostren-
co y fungible llega a ser alienante la técnica. ¿Quién 
no recuerda el Charlot de Tiempos modernos? Y an-
tes que el famoso filme de Charles Chaplin, la obra li-
teraria de Unamuno y de Pirandello. No resisto la ten-
tación de copiar, aunque sea largo, un fragmento de 
los Quaderni di Serafino Gubbio operatore, compuestos 
50 
por el genial siciliano ya en 1915. Serafino Gubbio, ope-
rario de un viejo cinematógrafo, habla así: 
"Escribiendo esto, satisfago una imperiosa necesidad 
de desahogarme. Me libero de la impasibilidad pro-
fesional, y a la vez me vengo y vengo conmigo a tan-
tos y tantos más, condenados como yo a no ser otra 
cosa que una mano que hace girar una manivela. 
"Lo que había de llegar ha llegado al fin... El hombre, 
poeta y filósofo en otros tiempos, se ha hecho sabio 
e industrioso, ha comenzado a fabricar nuevos dioses 
de hierro y acero y ha terminado siendo siervo y escla-
vo de ellos. ¡Viva la Máquina que mecaniza la vida! 
"Para actuar, para moverse, la máquina debe tragar-
se nuestra alma y devorar nuestra vida... ¿Qué puede uno 
hacer? Yo estoy aquí, sirvo a mi maquinita, y para que 
ella pueda comer doy vueltas y vueltas a la manivela. 
De nada me sirve el alma. Me sirve, eso sí, la mano, 
porque ella es la que sirve a la máquina... Forzados 
por la costumbre, mis ojos y mis oídos empiezan a ver 
y oír todo bajo la figura de este tic-tac rápido e ince-
sante... ¿Lo oís? Un moscardón que siempre zumba, un 
moscardón siempre oscuro, siempre bronco, siempre 
hondo... No se oye el latido del corazón, y el pulso de 
las arterias no se oye. ¡Ay, si se les oyese! Pero a este 
zumbido, a este tic-tac perpetuo, sí, se le oye, y nos 
dice que todo este insensato torbellino y todo este ir y 
venir de imágenes no son cosa natural. Todo obedece 
a un mecanismo que sigue y sigue jadeando... ¿Estallará 
algún día?" 
Sí: la técnica es a la vez aliviadora y terrible. «Te-
memos...», dice significativamente el texto de Ortega an-
51 
tes citado. ¿Por qué esta ambivalencia de esperanza y 
temor frente a la técnica? Porque la técnica —se dirá, 
y con harta razón— es por esencia capaz de destruir. 
No parece necesario citar una vez más el ejemplo de 
la bomba atómica, ni mencionar de nuevo el nombre 
de Hiroshima. Pero el más hondo de los peligros que 
lleva consigo la técnica, añade Heidegger, es de orden 
metafísico: «La amenaza no viene en primer término 
de la posible acción letal de las máquinas y los apara-
tos técnicos. La verdadera amenaza afecta al hombre en 
su misma esencia. El señorío de la técnica amenaza con 
la posibilidad de que al hombre le sea negada la pe-
netración de su mente hacia un desvelamiento cada vez 
más originario del ser, y, por tanto, la promesa del ad-
venimiento de una verdad cada vez más radical. Donde 
la técnica impera hay así, en el más alto de los sentidos, 
peligro.» No parece ilícito ver en este «peligro» de que 
habla Heidegger la raíz metafísica de aquella angustiada 
«impasibilidad» que a través de Serafino Gubbio men-
cionó mucho antes Pirandello. Pasemos, pues, al cuarto 
y último punto de nuestra meditación, la relación entre 
la técnica y el ser. 
4. La técnica, sigue diciendo Heidegger, lleva en sí 
un Wesensgeschick, un destino en el orden de la esen-
cia; posee un sentido en el destino histórico del ser y de 
la verdad y constituye una etapa en el curso de ese des-
tino. Ahora bien: ¿cómo la constituye? 
Constituyela, responde el filósofo germano, en cuanto 
que aprehende el ser de las cosas como Ge-stell, pala-
bra alemana que Heidegger eleva a la condición de tér-
mino filosófico no entendiéndola, según es uso en los 
diccionarios, como mero objeto (bastidor, caballete, etc.), 
sino como un modo peculiar de habérnoslas con las co-
52 
sas, ese en el que una representación mental de lo que 
ellas son (vor-stellen) nos permite producir (her-stellen) 
lo que en el seno de la representación misma vaya pla-
neado. Ge-stell es ahora «dispositivo planificador» o, 
más ampliamente, «lo planificante». Y cuando este pro-
ceder ante lo que es se impone en la conducta como 
hábito exclusivo, la esencia de la técnica revela el carác-
ter transinstrumental de ésta: más que servir al hombre, 
le envuelve y le determina. 
¿Qué modo adopta en tal caso el desvelamiento del 
ser de las cosas? Nada más claro. Es una «pro-ducción» 
(un heraus-bringen) consecutiva a un requerimiento o 
«pro-vocación» (un heraus-fordern), Y en la operación 
técnica, ¿qué es lo pro-vocado y, por tanto, lo produci-
do? De una manera planificadora e imperativa, la téc-
nica pro-voca la liberación de la fuerza de la Naturale-
za. Frente al Rhin «dicho» en el poema de Holderlin 
que lleva como título el nombre de ese río (el Rhin como 
«obra de arte»), el Rhin «apresado» en el embalse de 
una central eléctrica (el Rhin como «obra de fuerza») 
nos muestra de manera evidente cómo la técnica desve-
la el ser de la cosa a que se aplica. El ser no se nos 
manifiesta ahora como «nacimiento» (por tanto, como 
«naturaleza» o physis), sino como «producción planea-
da y provocada» (por tanto, como «energía técnica»). 
Pero éste es el punto donde surge el verdadero proble-
ma. Así planteada la tarea de conocer la realidad del 
mundo, ¿es posible un desvelamiento nuevo, una reve-
lación transtécnica del ser? ¿Llegaremos los hombres 
a salir de la «noche del mundo», del «largo invierno» 
que histórica y metafísicamente trae consigo el imperio 
mundial de la técnica? Apoyado en el posible sentido fi-
losófico de dos sibilinos versos de Holderlin («Wo aber 
53 
Gefahr ist, wachst/das Rettende auch»; «pero donde está 
el peligro,/allí nace lo que salva»), así lo piensa, así lo 
espera Heidegger. Sí, pero en términos que no pasan de 
ser oraculares y enigmáticos: «Cuanto más nos acerca-
mos al peligro, tanto más claramente se iluminan los 
caminos hacia lo que salva y tanto más interrogantes 
llegamos a ser nosotros. Porque la pregunta es la de-
voción del pensamiento, die Frómmigkeit des Denkens.» 
Bella expresión, que tomada a la letra nos mueve a pen-
sar interrogativamente frente a quien la ha formulado: 
«Esta devoción del pensamiento que es la pregunta, 
¿se halla necesariamente configurada, en lo que atañe a 
la esencia de la técnica, por el modo como Heidegger 
la ejercita?» Y mi respuesta se ve obligada a ser nega-
tiva en virtud de tres razones principales: 
1 .a Heidegger parece olvidar que la técnica actual no 
sólo planifica la «liberación» de la fuerza de la Natura-
leza, mas también la «creación» artificial de entes natu-
rales y —en cierto modo— de entes preternaturales. 
2.a En su reflexión filosófica, Heidegger no pasa de 
moverse en el orden del ente y del ser. Pero como una 
y otra vez ha dicho Zubiri, ¿no es cierto que la «reali-
dad» de las cosas es anterior a su patentización en nues-
tra mente bajo forma de «ser»? Por tanto, ¿no habrá 
que plantear de otro modo el problema de la esencia de 
la técnica? 
3.a Heidegger, en fin, no parece tener en cuenta las 
operacionestécnicas cuyo objetivo es el conocimiento y 
el gobierno de una realidad ultramundana específicamen-
te distinta de todas las restantes, la del hombre. No con-
sidera, por tanto, las operaciones instrumentales que 
constituyen la tecnificación de la medicina actual. 
Con estas tres observaciones a la vista, dispongámo-
54 
nos a indagar metódicamente lo que es y lo que significa 
esa tan profunda tecnificación de la medicina que hoy 
se practica. 
II. LA TÉCNICA EN LA MEDICINA ACTUAL 
A la percusión, la auscultación y la inyección hipo-
dérmica del siglo xix, la medicina del siglo xx ha aña-
dido —entre tantos y tantos otros recursos técnicos— 
la electrocardiografía, la gammagrafía, los computado-
res, las operaciones a corazón abierto, la bomba de co-
balto. ¿Hay algo en la medicina actual que no sea o no 
pueda rápidamente ser técnica diagnóstica o terapéu-
tica? Voy a dar mi personal respuesta dividiendo esta 
interrogación en tres apartados: 1. Cuadro descriptivo 
de la tecnificación de la medicina. 2. Estructura de la 
tecnificación del acto médico. 3. Esencia y significa-
ción de la técnica médica. 
1. Cuadro descriptivo de la tecnificación 
de la medicina 
Si la medicina debe ser en sí misma tekhne iatriké, 
como dijeron los griegos, o ars medica, como traduje-
ron los latinos, parece que todo debe hallarse tecnifica-
do en la relación entre el médico y el enfermo. Exa-
minemos, si no, tanto la forma directa como la forma 
instrumental de esa relación. 
a) La relación directa o no instrumental entre el mé-
dico y su paciente posee desde, tiempo inmemorial tres 
55 
recursos principales: la inspección (relación visual), la 
tactación y la palpación (relación manual) y la audición 
(relación auditiva), y esto lo mismo en orden al diag-
nóstico que en orden al tratamiento. 
En lo tocante a la inspección del enfermo, nadie ne-
gará la existencia de un esencial momento subjetivo, 
la personal estimación de lo visto respecto de su signifi-
cación diagnóstica; pero tal estimación sólo puede me-
recer crédito cuando coincida con el juicio universal y 
objetivo —en definitiva, real y verdaderamente «técni-
co»— de quien ha llegado a ser maestro en el arte de la 
inspección clínica; con otras palabras, del clínico que 
en su práctica sabe hacer lo que acerca de la inspección 
del enfermo técnicamente enseñan los libros. Por ejem-
plo: responder con acierto a la interrogación: «¿Es real-
mente un tinte subictérico la amarillez de este enfermo, 
o no pasa de ser la palidez de un sujeto cetrino?», no 
en un problema de «ojo clínico», expresión cada vez 
más anacrónica y cualidad que sólo los médicos bien 
formados en medicina pueden realmente poseer, sino 
una cuestión de estricta técnica semiológica. 
Otro tanto puede y debe decirse de la relación ma-
nual y auditiva entre el clínico y su paciente. El buen 
arte de la tactación y la palpación —no se olvide nunca 
que la palabra ars es la traducción latina de la palabra 
griega tekhne— no es en definitiva otra cosa que la bue-
na técnica de quien la practica. Nada más evidente, asi-
mismo, en la auscultación de sonidos estetoscópicos, e 
incluso en la audición de las palabras, los sonidos para-
verbales y los silencios que hace percibir la anamnesis; 
porque aun siendo el coloquio anamnéstico la parte de 
la exploración directa menos rígidamente tecnificada —y 
menos cuidadosamente atendida, por consiguiente, en 
56 
los manuales de semiología al uso—, no por eso deja 
de hallarse ordenada, cuando es de veras eficaz, por un 
conjunto de reglas técnicas. «Técnica de la anamne-
sis»; he aquí uno de los capítulos del libro con que un 
semiólogo verdaderamente al día debería enriquecer el 
arte de la exploración 1. 
¿Y no debe ser técnica, por otra parte, la relación 
directa con el enfermo, cuando su intención es terapéu-
tica y no meramente diagnóstica? Técnica es la pauta 
para la reducción de una luxación o una fractura y téc-
nica racionalmente ordenada, no mero consuelo o sim-
ple sugestión empírica, la práctica responsable de una 
cura psicoterápica. Aunque nunca deba faltar un mo-
mento transtécnico —a la postre, amoroso, bien que con 
un amor sui generis— en la buena relación terapéutica 
entre el médico y su paciente. 
b) Con mayor razón habrá que subrayar el carác-
ter estrictamente técnico de la relación indirecta o ins-
trumental entre la mente y la mano del médico y la 
realidad corporal y psíquica del enfermo. Desde los pul-
silogios y los termómetros del siglo xvn hasta los elec-
trocardiogramas, las gammagrafías y los computado-
res diagnósticos del nuestro, desde los toscos cuchillos 
quirúrgicos y los aparatosos clisteres de antaño a los rí-
ñones artificiales y las bombas de cobalto de hogaño, 
tecnificación cada vez más sutil y más complicada de la 
operación del médico, sea diagnóstica o terapéutica su 
intención. No necesitaré repetir lo que en páginas an-
teriores quedó dicho. 
1 No poco hicieron a este respecto los médicos argentinos 
Barilari y Grasso con su libro La vida del enfermo y su inter-
pretación. Anamnesis (Buenos Aires, 1948). 
57 
c) Una interrogación tan ineludible como urgente 
surge ahora: puesto que la vigencia de la tecnificación 
instrumental va siendo cada vez más amplia y poderosa, 
¿anulará un día la relación directa o inmediata entre el 
médico y el enfermo? El médico del futuro ¿será el que 
intentó caricaturizar el libro de Kòtschau y Meyer antes 
mencionado? Para estimar seriamente la posibilidad real 
de esta perspectiva histórica, examinémosla desde aquéllo 
que constituye su fundamento: la estructura real y la real 
consistencia de la tecnificación instrumental de la me-
dicina. 
2. Estructura y consistencia de la tecnificación 
del acto médico 
Puesto que el acto médico puede tener una intención 
inmediata, el diagnóstico, y dos intenciones últimas, la 
curación del enfermo y la conservación o la promoción 
de la salud del sano, estudiemos por separado desde 
nuestro actual punto de vista —la tecnificación de ese 
acto— cada una de estas tres distintas posibilidades: 
a) Ante todo, el problema de la actividad cognos-
citiva del médico; más familiarmente, el problema del 
diagnóstico. Para obtener éste el médico practica u or-
dena practicar radiografías, análisis bioquímicos, traza-
dos bioeléctricos y biopsias, examina por sí mismo lo 
que de todo ello resulte o, como en los hospitales mo-
dernos va siendo hábito, somete todos esos datos al 
dictamen de un computador bien informado, y con 
acierto o sin él llega —bajo forma de «juicio diagnós-
tico»— a su personal conclusión. Ahora bien: basta una 
lectura atenta de las palabras que acabo de escribir 
58 
para caer en la cuenta de que en ese proceso se mez-
clan dos posibilidades y dos eventos cualitativamente 
distintos entre sí. Vale la pena examinarlos por se-
parado. 
Mediante su exploración instrumental, el clínico, en 
efecto, puede obtener no más que un dato particular, 
bien relativo al estado de una constante biológica (por 
ejemplo, el nivel de la urea en la sangre), bien concer-
niente a la situación de una determinada estructura or-
gánica (por ejemplo, la imagen radiográfica de un infil-
trado infraclavicular). 
Admitamos la veracidad y la exactitud del dato en 
cuestión, excluyamos hipotéticamente la posibilidad de 
analistas y radiólogos chapuceros en la práctica de su 
oficio, y preguntemónos: ese dato, ¿qué significa para 
el médico? Nada más claro: ese dato es tan sólo una 
nota descriptiva destinada a componer, combinada con 
otras, una imagen visiva de un proceso energético-mate-
rial (la «idea» acerca del metabolismo hidrocarbonado 
del diabético que el médico tiene ante sí), de una estruc-
tura anatómica (la «representación» imaginativa del clí-
nico acerca de la válvula mitral de su paciente) o de la 
figura y la situación del agente causal de la dolencia 
(la «fotografía mental» de un enjambre de bacilos de 
Eberth circulantes en la sangre o fijados en tal o cual 
órgano). Lo cual nos permite

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