Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
LA MEDICINA ACTUAL Pedro Laín Entralgo X^^SEMINARIOS Y ízafcz^EDICONES, S.A. © by Pedro Laín Entralgo. © de la presente edición by Seminarios y Ediciones, S. A. San Lucas, 21. Teléfono 419 54 89. Madrid-4. Cubierta: Diego Lara. I.S. B.N.: 84-299-0049-7. Depósito legal: M. 27.756.—1973. Impreso en España por Gráficas Benzal. - Virtudes, 7. - Madrid-3. Printed in Spain. Para mi hijo Pedro, médico actual. ÍNDICE Páginas Tres advertencias previas 11 La medicina actual 13 CAPÍTULO PRIMERO ACTUALIDAD Y MEDICINA ACTUAL 15 I. QUE ES LA MEDICINA ACTUAL 15 1. Estructura de la actualidad histórica 18 2. Estructura de la actualidad médica 20 II. LO NUEVO EN LA MEDICINA ACTUAL 23 1. Examen de un tratamiento actual 24 2. Examen de la asistencia médica actual ... 27 3. Examen del cuadro de especialidades de la medicina actual 27 4. Examen de la actual actitud social ante el hecho de enfermar 30 5. Los rasgos propios de la medicina actual ... 31 6. Cuándo para el médico comenzó la actua- lidad 31 CAPÍTULO SECUNDO LA TECNIFICACIÓN DE LA MEDICINA 35 I. IDEA ACTUAL DE LA TÉCNICA 35 1. Idea antigua de la técnica 36 2. Realidad e idea actuales de la técnica 39 3. Técnica, vida y ser , 45 7 Páginas II. LA TÉCNICA EN LA MEDICINA ACTUAL 55 1. Cuadro descriptivo de la tecnificación de la medicina 55 2. Estructura y consistencia de la tecnifica- ción del acto médico 58 3. Esencia y significación de la técnica médica 65 CAPÍTULO TERCERO LA COLECTIVIZACIÓN DE LA ASISTENCIA ME- DICA 85 I. CAUSAS Y ANTECEDENTES 87 1. Aspectos socioeconómicos de la enfermedad . 90 2. La reacción a los problemas médicos del proletariado industrial 96 II. FORMAS ACTUALES DE LA ASISTENCIA COLECTIVI- ZADA 105 1. Motivos de la colectivización de la asisten- cia médica 106 2. Modos principales de la asistencia médica colectivizada 109 3. Problemas consecutivos a la colectivización de la asistencia médica 117 4. Aspectos doctrinales de la colectivización de la asistencia médica 122 5. Una nueva disciplina médica 125 III. ASISTENCIA MEDICA Y COEXISTENCIA HUMANA .. . 127 1. El género próximo de la asistencia médica . 127 2. El consejo 128 3. La educación 130 4. La asistencia médica 131 5. Medicina y sociedad 134 CAPÍTULO CUARTO LA PERSONALIZACIÓN DEL ENFERMO EN CUANTO TAL 139 I. ESENCIA DE LA PERSONALIZACIÓN DE LA ENFER- MEDAD 139 1. Esencia de la realidad personal 140 2. Psicología de la vida personal 143 8 Pági II. EL PROCESO DE LA PERSONALIZACIÓN DE LA EN- FERMEDAD 149 1. La obra del enfermo 152 2. La obra del médico 159 III. LA PERSONALIZACIÓN DEL CUERPO ENFERMO 169 1. Los primeros pasos 171 2. El cuerpo como conjunto de instrumentos . 180 3. El cuerpo como fuente de impulsos 185 4. El cuerpo como causa de sentimientos ... 191 5. El cuerpo como carne expresiva 196 6. El cuerpo como realidad simbólica 201 7. El cuerpo como límite y peso 205 8. La interpretación 207 9. La personalización de la enfermedad en la actual práctica médica 209 CAPÍTULO QUINTO LA PREVENCIÓN DE LA ENFERMEDAD Y LA MEJORA DE LA CONDICIÓN HUMANA 213 I. PRECEDENTES HISTÓRICOS 213 1. Antigüedad y Edad Media 214 2. De Roger Bacon a Edward Jenner 215 3. El siglo xix: las obras y los sueños 217 II. LA SITUACIÓN ACTUAL 223 1. El orden de los hechos 224 2. El orden de las perspectivas 227 3. La eliminación de la enfermedad 229 ni. LA MEJORA DE LA CONDICIÓN HUMANA 234 1. Posibilidad de mejorar la naturaleza hu- mana 234 2. Mejora de nuestra naturaleza y mejora de nuestra condición 237 3. Perspectivas de una mejora de la condición humana 239 CAPÍTULO SEXTO TENSIONES INTERNAS DE LA MEDICINA AC- TUAL 245 I. TENSIONES OCASIONALES 246 1. Entre la tecnificación y la colectivización ... 247 Páginas 2. Entre la tecnificación y la personalización .. 248 3. . Entrje la personalización y la colectiviza- 250 ción :.-. 250 4. Entre la prevención y la curación 251 II. TENSIONES ESENCIALES 252 1. Estructura integral de la acción médica ... 252 2. Diversas líneas tensionales 254 Epílogo .,.: 257 10 TRES ADVERTENCIAS PREVIAS El lector de este pequeño libro deberá juzgarlo te- niendo en cuenta las tres siguientes advertencias: 1.a Su texto es una transcripción punto menos que literal del cursillo que bajo el mismo título dio el autor en la Sociedad de Estudios y Publica- ciones, de Madrid, con el principal objeto de orientar históricamente a los médicos que a él asistieron dentro de la riquísima y en cierto modo conflictiva realidad científica, técnica y social que es la medicina de nuestros días. 2.a La acción conjunta de ese propósito y de la personal forma mentís del autor ha reducido a un volumen mínimo el ingrediente histórico-des- criptivo de la exposición, porque los médicos y los lectores cultos saben de antibióticos, hor- monas y transplantes de órganos todo o casi todo lo que sobre dichos temas aquí podría ha- berse dicho, y ha concedido mayor relieve, en cambio, a los aspectos sociológicos e intelecti- vos —si se quiere, filosóficos— de ella. 11 3.a Tanto más ha podido dar a estas páginas la orien- tación que acaba de ser consignada, cuanto que el recientísimo séptimo y último volumen de una Historia Universal de la Medicina por él dirigida (Salvat Editores) contiene una amplia exposición de lo que el saber y el quehacer del médico han sido desde la primera guerra mundial hasta la más rigurosa actualidad. A ese volumen remito a cuantos deseen completar su información acer- ca del contenido jactual de la medicina entre 1918 y 1973. Más que recordar en conciso extracto lo que con- tienen los libros técnicos e incluso dicen las revistas ilustradas, y mucho más, naturalmente, que abrumar las retinas y las mentes con un farragoso catálogo de nombres y noticias, este libro pretende, en suma, ser una razonable y sencilla carta de marear a través del casi ilimitado mar que ¡untas entre sí constituyen la ciencia, la técnica y la praxis social de la actual medi- cina. Quienes lo lean con voluntad de intelección juz- garán si el autor ha logrado o no ha logrado cumplir decorosamente este propósito suyo. P. L. E. Julio de 1973. 12 LA MEDICINA ACTUAL Por el mero hecho de serlo, todo hombre posee al- guna idea acerca del tiempo histórico en que existe; acer- ca, por tanto, de su actualidad, de su presente. Tal idea puede ser, según los casos, certera o equivocada, super- ficial o profunda, tosca o sutil, original o consabida. Ahora bien: si el hombre que la posee es en verdad culto, un elemental deber le obliga a volver reflexiva- mente sobre ella y a preguntarse con explicitud y serie- dad: «¿Cómo es, qué es, a diferencia de los que le han precedido, el tiempo en que a mí me ha tocado vivir?» Interrogación en cuya respuesta habrán de articularse las distintas instancias nacionales, vocacionales y profe- sionales (español o francés, filósofo o músico, médico o arquitecto) que se realicen en la vida de la persona en cuestión, operará necesariamente la orientación básica de la existencia humana que esa persona confiese (cristiana o marxista, musulmana o agnóstica) y podrán ayudar eficazmente, con su respectivo saber particular, los diversos técnicos en la tarea de meditar sobre la inte- rrogación misma (historiadores, filósofos, sociólogos, an- tropólogos). 13 Tal es el marco dentro del cual van a inscribirse las dos preguntas básicas a que estas páginas tratan de responder: «¿Cuál es la actualidad para el médico, en tanto que médico? ¿Qué es, cómo es y por qué es así la medicina actual?» Preguntas que exigen plantearse con algún rigor una cuestión previa: saber de manera general qué es eso que tópicamente llamamos «actuali- dad» o, precisando más, «actualidad histórica». Sólo después de haber logrado tal saber podremos analizar metódicamente los varios rasgos esenciales que en la medicina de nuestro tiempo es posible discernir. 14CAPÍTULO PRIMERO ACTUALIDAD Y MEDICINA ACTUAL Por muy conciso que aquí haya de ser, un examen metódico de la materia a que alude el epígrafe prece- dente nos obliga a desglosarla en dos cuestiones suce- sivas. I. Qué es la actualidad. II. Lo nuevo en la me- dicina actual. I. QUE ES LA ACTUALIDAD El término castellano «actualidad», más precisamente, el término latino actualitas •—del cual, como es obvio, procede el nuestro—, fue en su origen medieval la ex- presión de un concepto filosófico: el modo de ser de lo que en el mundo está en acto, por oposición al modo de ser de lo que en el mundo no está sino en potencia. En la bellota, la condición de ser bellota es la actualidad de ésta, y la simultánea condición de poder ser encina, su potencialidad. Sólo mucho más tarde, acaso ya en el siglo xix, será trasladado analógica o metafóricamente al dominio del suceder histórico ese filosófico sentido ori- ginario del vocablo en cuestión; en francés, por lo me- 15 nos, de los años iniciales de ese siglo proceden los prime- ros textos en que la expresión actualité historique aparece conscientemente usada. Así entendida, la actualidad es el lapso temporal que todos los hombres de un deter- minado momento histórico —las tres generaciones que en cada uno de esos momentos conviven entre sí, diría Or- tega— pueden llamar, y con frecuencia llaman, «nuestro tiempo». O, si se quiere, el período al cual un conjunto de hombres entre sí contemporáneos podría unánime- mente considerar, desde un punto de vista histórico y vital, como su casa propia. Basta lo dicho para advertir la relatividad y la con- vencionalidad de ese concepto; el ámbito de la actuali- dad varía, en efecto, según la edad del sujeto que opina (compárese lo que es actual para un joven, un adulto o un viejo) y según la materia a que el juicio se refiera, porque no parece que coincidan muy exactamente la ac- tualidad de la vida política, la del arte, la de la religión, la de la técnica, etc. Nacidas coetáneamente una técnica cualquiera y un régimen político, aquélla puede haberse hecho resueltamente «vieja» cuando éste es todavía vi- gorosamente «joven». Y, por otra parte, un examen his- toriológico del concepto en cuestión permite discernir en él dos modos de entenderlo cualitativamente distintos entre sí. Uno de ellos corresponde a la concepción biologista de la historia. Cuando el curso de ésta se ve como evolución, por tanto como actualización de un previo conjunto de potencias —tal es, por ejemplo, la relación entre la bellota y la encina—, la actualidad histórica se muestra oomo sazón, vocablo derivado del verbo latino sero, sembrar: tierra en sazón, fruto en sazón, historio- grafía o relato literario de lo que «a la sazón» ocurriera. 16 El hoy es en tal caso la realización y la expresión de lo que ayer era potencial, ya existía en potencia. Otro modo hay de entender la actualidad, y a él me atengo yo: el correspondiente a la visión personalista del hombre y de la historia. El curso de ésta aparece entonces como una sucesiva creación humana —«cuasi- creación», ha propuesto decir Zubiri— de posibilidades nuevas; con lo cual, bien claramente se advierte, la no- ción antropológica de posibilidad ha sustituido a la noción cosmológica de potencia. Como el propio Zubiri dice, la acción histórica primaria consiste entonces en «hacer un poder», en crear un modo de poder vivir que antes no existía; modo de vivir que llega a ser formalmente histórico cuando para un grupo humano más o menos amplio se ha convertido en hábito de su existencia. Así concebida, la actualidad —ocasión, no sazón— es el con- junto de hábitos sociales de todo orden, mentales, téc- nicos, políticos, estimativos, etc., que los hombres pertenecientes a una determinada situación histórica con- sideran verdaderamente suyos y entre los cuales y con los cuales cada uno siente que es él mismo. La «casa histórica» es así un edificio de hábitos sociales más o menos propios y más o menos gratos, las viventia saxa o piedras vivas de que antaño hablaba el himno litúr- gico con cuyo canto eran consagrados los templos nue- vos. No será inoportuno recordar que Marañón tuvo el acierto léxico de llamar «patriotismo del tiempo» al amor a la situación histórica en que uno existe, y el subsi- guiente acierto ético de afirmar la condición de deber que para todo hombre posee este segundo modo del patriotismo. -> 17 Í. Estructura de la actualidad histórica Pero acaso sea más importante para nosotros estable- cer desde ahora que cualquier actualidad, la de 1973 o la de 1573, se halla constituida por tres órdenes de hábitos sociales: 1.° Aquéllos que hasta hoy mismo han perdurado más o menos constantes desde el origen de la historia; con otras palabras, aquéllos en cuya virtud pueden ser simultánea y genéricamente llamados hombres uno de Neanderthal, Sócrates, Nerón, Francisco de Asís, Picasso y Einstein. ¿Cuáles son? Arduo y fundamental proble- ma antropológico, el de dar a esta interrogación una respuesta en verdad satisfactoria. Limitémonos a nom- brar la bipedestación, la respiración pulmonar y la reac- ción inmunitaria, entre los hábitos de orden biológico, y la existencia en la realidad —el hábito de vivir los «estímulos» como «realidades» (Zubiri)—, la inteligen- cia razonante y el habla humana, entre los mentales y psioofisiológicos. 2.° Los que habiendo sido inventados en una situa- ción histórica distinta de aquélla en que se existe, per- duran vigentes —aunque, claro está, más o menos modi- ficados— desde el momento de su invención. Tal es el caso del ferrocarril, a partir del primitivo de Stockton a Darlington, en pleno Romanticismo (1825), y del cálcu- lo infinitesimal, desde su creación por Newton y Leibniz. 3.° Los consecutivos a creaciones o invenciones pro- pias de la situación histórica en que se existe; el empleo de la energía atómica, los viajes espaciales y la existencia hippie, para nombrar algunos de los que hoy constitu- yen nuestra más rigurosa actualidad. 18 Dos problemas surgen en este punto sin demora: sa- ber lo que en nuestra situación histórica •—Europa y América de 1973— es original y específicamente actual y señalar con alguna precisión cuándo nuestra actualidad —la nuestra, la de 1973— ha comenzado. Algo habrá que decir sobre ambos más adelante; mas no debo ha- cerlo sin consignar ahora que los titulares de cualquier actualidad, la nuestra u otra cualquiera, pueden ser tí- pica y sinópticamente ordenados en tres grupos genera- cionales, los viejos, los adultos y los jóvenes. Dentro de la situación en que viven, la existencia his- tórica de los viejos oscila entre dos actitudes contra- puestas: su anquilosis mental en los hábitos sociales correspondientes a un mediodía que ya pasó, o su plena aceptación de la aurora que entonces apunta, bien tan sólo comprendiéndola, como el Goethe que ante Ecker- mann comenta la famosa polémica biológica entre Geof- froy Saint-Hilaire y Cuvier, bien colaborando creadora- mente en ella, como el Goya de La lechera de Burdeos. Dos son también las posibles y contrarias actitudes históricas de los adultos: instalarse cerradamente en los hábitos de que ellos son titulares y gestores, vivir su ahora como un para siempre, y preparar creadora o con- creadoramente el tiempo por venir; este último fue el caso del Kant de la Crítica de la razón pura y ha sido luego el del Picasso de cincuenta años —a los cincuenta y siete pintó su Guernica—y el del Zubiri de Sobre la esencia. Los jóvenes, en fin, deben optar entre la tentación a caer en el adanismo (peligrosa tentación de una radical falsedad, porque hasta la más resuelta y formal renuncia al pasado tiene uno que hacerla expresa o tácitamente apoyado en lo que la actualización del pasado le está 19 ofreciendo), la adhesión entusiasta a las posibilidades que parecen brindarles adultos o viejos hasta entonces «incomprendidos» (tal ha sido el caso, valga este ejem-plo, en la universal boga de Marcuse hace unos años) y una fecunda creación personal suscitada por lo que entonces está siendo (el proceder de los jóvenes físicos Heisenberg y Schròdinger hacia 1926, el de los jóvenes biólogos Watson y Crick treinta años más tarde). Ya estamos, pienso, en condiciones de introducirnos en el meollo de nuestro tema: la estructura y el conte- nido de la medicina actual. Dentro del escueto marco conceptual hasta ahora diseñado, ¿en qué consistirá la actualidad de la medicina? 2. Estructura de la actualidad médica Apliquemos metódicamente el esquema anterior, y en lo que el médico de hoy hace y piensa distingamos con cuidado los tres grupos de hábitos que antes señalé: 1.° Hábitos médicos —intelectuales, técnicos o socia- les— que han perdurado sin graves modificaciones sus- tanciales, sólo con muy escasas modificaciones adjetivas, a lo largo de toda la historia de la medicina o, por lo menos, desde que en el pretérito fueron inventados. ¿Hay en rigor hábitos medióos que existan, como sue- le decirse, «desde siempre»? Con otras palabras: ¿hay algo por lo cual el médico de hoy se asemeje al sanador del Paleolítico? Algunos dirán: «Sí: la voluntad de cu- rar o ayudar al semejante enfermo.» Pero las cosas no son tan sencillas, porque los kubu, un pueblo primitivo y nómada del interior de Sumatra, no ayudan a los en- fermos, sino que les abandonan a su suerte en la selva, y 20 porque —con no olvidado espanto, es cierto— en pleno siglo xx hemos asistido a la colaboración obsequiosa de ciertos médicos para una masiva eliminación tanática de los enfermos mentales. No. Lo que desde tiempo in- memorial perdura en el médico actual —en el «buen médico»— es tan sólo el hábito de resolver voluntaria- mente en el sentido de «ayuda al enfermo» el sentimiento ambivalente de ayuda-abandono que inmediatamente y por sí mismo produce en el ánimo de todo hombre el espectáculo de la enfermedad. ¿Hay, por otra parte, hábitos médicos que, inventados en una situación histórica distinta de la nuestra, perdu- ren hoy sin grave modificación sensible? Por lo menos, uno: la visión y la práctica de la medicina como técnica, dando a esta palabra el sentido que tuvieron la tekhne griega y la ars romana, el hábito de hacer una cosa sabiendo racionalmente qué es lo que se hace y por qué se hace aquello que se hace; o bien, ya en el orden de los hechos históricos, la concepción del saber y el que- hacer del médico que entre los años 500 y 400 a. de J. C. iniciaron Alcmeón de Crotona en la Magna Grecia y los asclepíadas de Cos y de Cnido, con Hipócrates a su cabeza, en las islas y las costas jónicas. Sobre este fondo permanente habremos de considerar lo que verdadera- mente es actual en la actual tecnificación de la medicina. 2.° Hábitos médicos inventados en una situación his- tórica distinta de la nuestra, desde entonces heredados de generación en generación y perfectiva o defectivamen- te modificados en el curso de la historia, hasta el mo- mento de practicarlos hoy. No son pocos. Entre los de orden diagnóstico, he aquí algunos: a) La utilización de signos físicos —o de síntomas interpretados como signos físicos— para el diagnóstico 21 de la lesión orgánica que padece el enfermo. Sucesiva- mente perfeccionado hasta hoy, tal ha sido, valga este único ejemplo, el hábito anatomoclínico que jalonan los nombres de Albertini, Auenbrugger, Bichat, Laennec y Skoda. ¿Qué es históricamente una gammagrafía, sino la actual expresión técnica de un hábito diagnóstico —ese que hoy lleva por nombre «signo físico»— inventado por Albertini, hace más de dos siglos? b) La fisicalización y bioquimización del síntoma es- pontáneo, la intelección de éste como un proceso ener- gético-material instrumentalmente detectable y mensu- rable. Piénsese en la historia de la exploración bioquímica de los síntomas diabéticos, desde que Petters, en los de- cenios centrales del siglo pasado, descubrió el carácter acetónico de la orina de los diabéticos comatosos, y Gerhardt, poco después, observó en ella la presencia del ácido acetilacético, advirtiendo que se enrojecía por adi- ción de unas gotas de solución de cloruro férrico. c) La objetivación estrictamente científica de la cau- sa externa de la enfermedad. Tal ha sido el nervio de la historia de la toxicologia contemporánea, desde Orfila y Magendie, y de la microbiología patológica, desde Da- vaine, Pollender, Pasteur y Koch. Y entre los hábitos de orden terapéutico y profilác- tico, estos tres: a) El tratamiento habitual de las enfermedades con fármacos minerales, desde que Paracelso escribió su con- signa adié ganze Welt, eine Apotheke» («el Universo en- tero, una farmacia»), y —sobre todo— desde que en la segunda mitad del siglo xix comenzaron a usarse fár- macos sintetizables o sintéticos (la resorcina, por Unna; el atoxil, por Koch; los arsenobenzoles, por Ehrlich). b) La conversión de la cirugía en una técnica tera- 22 péutica ya no meramente restauradora de la integridad anatómica (reducción de una fractura), evacuadora de la materia pecante (vaciamiento de un empiema) o ex- tirpadora de partes orgánicas irrecuperables (práctica de una amputación), sino resueltamente recreadora y fun- cional, a través de un proceso histórico cuyos hitos son, entre otros, Billroth, Kocher, Halsted, San Martín, Carrel y Lériche. c) La prevención de la viruela por vacunación, vi- gente desde Jenner. 3.° Hábitos médicos nuevos, estrictamente propios de la situación actual. Estos son los que a nosotros verda- deramente nos importan. Las interrogaciones se arraci- man ahora en nuestra mente. ¿Qué es lo que hace real- mente nueva e históricamente original a la medicina de nuestro tiempo? Aparte lo que en ella sea novedad meramente perfectiva —una gammagrafía, una determi- nación de transaminasas—, ¿qué rasgos determinan es- pecíficamente lo que en su figura es en verdad nuevo? Por otra parte, ¿cuándo la medicina ha empezado a ser actual y cuándo, en consecuencia, debe ser tenido por históricamente viejo, aunque por su edad sea joven, un médico de hoy? II. LO NUEVO EN LA MEDICINA ACTUAL Limitémonos a considerar los rasgos de la actual me- dicina que parezcan ser real y verdaderamente nuevos; dejemos de lado, por tanto, los hábitos mentales y ope- rativos que en ella hayan resultado del progreso y la perfección de novedades inventadas ayer. Esos rasgos, ¿cuáles son? 23 Pienso que el logro de una respuesta satisfactoria exige dos operaciones mentales distintas y complemen- tarias entre sí: un examen atento y sensible de la me- dicina actual, enderezado hacia el discernimiento de sus más característicos motivos principales, y una contem- plación no menos atenta y sensible de la medicina del inmediato ayer, para saber si, respecto de ella, tales rasgos son, repetiré lo dicho, real y verdaderamente nue- vos. Cuatro exámenes sucesivos van a permitirnos cum- plir este programa. 1. Examen de un tratamiento actual Entre tantos ejemplos posibles, he aquí el interior de una unidad coronaria del Presbyterian Hospital, de San Diego, California. Un sistema monitor digital automático vigila permanentemente la frecuencia del pulso y de la contracción cardíaca del enfermo, su ritmo respiratorio, su temperatura, su presión arterial, su electrocardiogra- ma y otros datos complementarios, hasta un total de veinticinco. Un computador los recibe y analiza de ma- nera individual y conjunta cada veinte segundos. Los resultados aparecen simultáneamente en dos pantallas, una sobre la cabecera del enfermo y otra en la sala de guardia. Cuando surge una anormalidad, se enciende una luz roja y suena una llamada. He aquí, por otra parte, la Clínica Neurològica de Rostov, en la Unión Soviética. Respondiendo a los da- tos semiológicos que se le presentan, un computador va haciendo el diagnóstico de enfermos presumiblemen- te afectos de tumor cerebral. De 108 casos, en 104 fue comprobadala total exactitud del diagnóstico estable- cido por la máquina. 24 Más aún. Para 1972 estaba prevista hace tres años la inauguración de un nuevo hospital en Palo Alto, California. Junto a cada cama, se anunciaba, habrá un televisor, que será conectado con el circuito cerrado del hospital cuando el médico pase visita. Este intro- ducirá por una ranura una tarjeta de plástico para iden- tificar al paciente en el computador central e indicará a la máquina su prescripción. La máquina responderá si el enfermo tiene antecedentes —por ejemplo, alérgi- cos— que hagan peligrosa la medicación y si la dosis prescrita es o no es correcta, escribirá la receta en la tarjeta del paciente, ordenará a la farmacia el envío del medicamento, previo control de las existencias de éste, y recordará a la enfermera cuándo y cómo debe administrarlo. En suma: la práctica de la medicina parece haber entrado en una etapa de total tecnificación. Ahora bien: esto ¿es enteramente nuevo? Indudablemente, no. No, según las dos principales significaciones que la palabra tecnificación ahora posee. Entendida la palabra técnica en su sentido más am- plio y radical, la medicina comenzó a tecnificarse hace como dos milenios y medio, con Alcmeón de Crotona e Hipócrates de Cos; recuérdese lo dicho en el apartado precedente. Pero cuando hoy empleamos los vocablos técnica y tecnificación, solemos referirnos a la utiliza- ción de recursos instrumentales que interpuestos entre la mente y los sentidos o la mano del hombre, por una parte, y la realidad cósmica, por otra, permiten cono- cerla y gobernarla mejor. En este segundo sentido, ¿pue- de decirse que sea rigurosamente nueva una medicina tecnificada? Tampoco. Con los pulsilogios y los termó- metros de Santorio y Galileo, en los primeros lustros 25 del siglo XVII, comienza la cada vez más veloz carrera de la medicina hacia su tecnificación instrumental; tan- to, que a fines del siglo pasado un ilustre clínico ale- mán, von Leube, solía decir campanudamente a sus discípulos, para ponderar las enormes posibilidades se- miológicas de las curvas exploratorias y los análisis de laboratorio, que «el tiempo empleado para hacer un buen interrogatorio es tiempo perdido para hacer un buen diagnóstico». Más que un radical error —que sin duda lo es—, veamos en esa frase la expresión de una confianza ilimitada del médico en los datos de una ex- ploración clínica instrumentalmente tecnificada. Otra nota más. En un libro publicado en 1936 por Kòtschau y Meyer (Der Aufbau einer biologischen Meditin, «La edificación de una medicina biológica»), sus autores hi- cieron encartar con intención irónica una lámina titu- lada «El médico del futuro», en la cual podía contem- plarse al clínico sentado ante un complicado cuadro de mandos, recibiendo en él, sin ver al enfermo, datos y más datos exploratorios, y disparando maquinalmente sus prescripciones terapéuticas. Visto el grabado con ojos de hoy, una inconsciente prefiguración burlesca del computador que de manera automática diagnóstica y trata a los pacientes acerca de los cuales se le con- sulta. La medicina, saber técnico desde Alcmeón e Hipó- crates, desde Santorio y Galileo viene siendo, y cada vez con mayor brío, una técnica instrumental. Nuestra pregunta, por tanto, es: ¿qué es lo verdaderamente nuevo —por tanto, lo verdaderamente actual— en la tecnificación de la medicina de nuestro tiempo? 26 2. Examen de la asistencia médica actual No son necesarias muchas palabras para enunciar algo que todo el mundo sabe: que desde un punto de vista social, una muy importante novedad ha surgido en la asistencia al enfermo. Sea o no socialista el país a que tal asistencia pertenece, un elevadísimo tanto por ciento de población recibe la ayuda médica como la consecuencia de un derecho social legalmente recono- cido a su beneficiario. En tanto que hombre y ciuda- dano, todo paciente tiene derecho —en principio, al me- nos— a ser diagnosticado y tratado con cuantos recursos ofrezca la técnica médica en aquel lugar disponible; y el resultado ha sido que la práctica de la medicina, de uno o de otro modo, en mayor o menor proporción, se ha socializado o colectivizado. Tal novedad, ¿en qué consiste, históricamente consi- derada? ¿Cuál es su fundamento? ¿Cuál su estructura? ¿Cuáles son, en fin, sus formas reales y sus perspecti- vas para el futuro? 3. Examen del cuadro de especialidades de la medicina actual Copiosísimo es el número de las especialidades en que hoy se diversifica el ejercicio de la medicina, y to- das tienen en su origen una doble raíz: la creciente complejidad de las técnicas diagnósticas y terapéuticas, con la consiguiente división del trabajo clínico, y la existencia de núcleos urbanos en que la demografía y el nivel económico permiten que esa división del tra- 27 bajo se profesionalice. Pero, dentro de esta uniformidad de origen, dos tipos cualitativamente distintos entre sí pueden ser discernidos en las actuales especialidades médicas. Hay algunas, en efecto, en cuya génesis pre- domina con toda evidencia el motivo técnico; tal es el caso de las que practican el oftalmólogo, el cirujano cardiovascular, el alergólogo y el anestesista. Hay otras, en cambio, cuyo reciente auge se debe a una mudan- za en la actitud del médico y el enfermo ante la enfer- medad, y esto es lo que acontece en la psiquiatría, valga su ejemplo, cuando los que la ejercen actúan como psicoterapeutas o psicoanalistas. Como expresivo índice de lo que a estas últimas es- pecialidades se refiere, he aquí un reciente chiste nor- teamericano. Un matrimonio neoyorquino chapado a la antigua, pero bien instalado mentalmente en el mundo en que vive, discute las perspectivas que en cuanto po- sible yerno ofrece el pretendiente de su hija, y la esposa dirime la cuestión con estas palabras: «Mira, Bob, yo creo que las intenciones del chico son serias; quiere hasta que ella conozca a su psiquiatra.» Psiquiatra es ahora el especialista en el conocimiento técnico de la personalidad de quien a él acude, incluso no estando psíquicamente enfermo, como en el caso del chiste; más aún, un médico al cual uno suele llamar «mi» —«mi» psiquiatra—, como si para vivir de manera ci- vilizada hubiese que contar habitualmente con él, del mismo modo que se cuenta con el dentista. Entre bromas y veras, el clarividente Cournot escri- bía hace un siglo: «La cuestión del libre albedrío del hombre y de la responsabilidad de sus actos retorna sin cesar bajo todas sus formas, sobre todo en nuestros días, en los cuales podría creerse que muy pronto no serán 28 ya el jurado y el juez quienes constituyan la piedra cla- ve de la sociedad, ni el verdugo, como pensaba Joseph de Maistre, sino el médico alienista, nombre tan nuevo como el oficio a que se refiere». El fabuloso aumento del número de los psiquiatras y psicoanalistas desde hace cuarenta o cincuenta años, ¿no está dando de al- guna manera la razón a la predicción de Cournot? Tres causas principales veo yo en la determinación de tal suceso: 1.a Una mayor frecuencia real de las enfermeda- des y alteraciones de carácter psíquico. ¿Por qué? El hombre actual ¿es psíquicamente más débil que el de ayer, o es más trabajosa nuestra vida social, o se au- nan entre sí ambos motivos? 2.a Una mucho mayor exigencia de cuidado médico frente a tales anomalías y alteraciones, aun cuando éstas sean leves. En nuestra sociedad ha llegado a tener am- plísima vigencia aquella «medicina pedagógica» —véa- se mi libro La relación médico-enfermo— de que tan punzantemente se burlaba el Platón de la República. 3.a Una general convicción de que cualquier enfer- medad humana, psíquica o no, no puede ser bien diag- nosticada y tratada sin conocer con alguna precisión la personalidad del paciente. Basten estos sumarísimos datos, pienso, para ad- vertir con entera claridad que en la medicina actual, y en el seno mismo de la tecnificación instrumentaly la colectivización de la asistencia antes mencionadas, ha aparecido una sutil novedad cualitativa: la general exigencia— no siempre bien reconocida y bien cumplida por el médico— de una personalización del enfermo en cuanto tal. ¿Por qué ha surgido tal exigencia? ¿En qué medida y de qué modos se responde a ella? 29 4. Examen de la actual actitud social frente al hecho de enfermar Desde que en la Grecia clásica se constituye como técnica la medicina, el ideal más ambicioso del médico ha sido utilizar ese saber técnico acerca de la enferme- dad —su conocimiento del por qué de ésta— para im- pedir que llegue a producirse. Óptimo médico será, por tanto, no el que sólo sabe curar la enfermedad, sino el que también sabe prevenirla. Al intento de prevenir las enfermedades mediante la sustitución de una ali- mentación agreste por una alimentación cocinada atri- buye la invención de la medicina el autor del escrito hipocrático Sobre la medicina antigua, y a la preven- ción de aquéllas está formalmente dedicado el tratado, hipocrático también, que lleva por título Sobre la dieta. A partir de la histórica hazaña de Jenner y de su brillante continuación, cien años después, por obra de Pasteur (vacunación preventiva de las gallinas frente a la infección carbuncosa mediante la inyección de gérmenes de virulencia atenuada; ulterior vacunación antirrábica) y de Ferrán (vacunación con gérmenes vi- vos en el hombre), el auge de la medicina preventiva ha sido casi vertiginoso; basta leer un índice de las vacunaciones taxativamente obligatorias o sólo reco- mendadas en los países que hoy van a la cabeza de la civilización. Ahora bien; esta formidable eclosión de la medicina preventiva y de su ulterior complemen- to, la promoción de la salud, ¿es sólo un desarrollo cuantitativo y perfectivo de la que Jenner inició, o hay en ella algo cualitativa e históricamente nuevo? 30 5. Los rasgos propios de la medicina actual Los cuatro apartados precedentes y las interrogacio- nes con que todos ellos terminan nos hacen percibir que la medicina de hoy es actual por la obra conjunta —y a veces conflictiva— de cuatro rasgos o notas prin- cipales : 1. Su extrema tecnificación instrumental y una pe- culiar actitud del médico ante ella. 2. La creciente colectivización de la asistencia mé- dica en todos los países del globo. 3. La personalización del enfermo en cuanto tal y, como consecuencia, la resuelta penetración de la noción de persona en el cuerpo de la patología científica. 4 La prevención de la enfermedad, la promoción de la salud y el problema de si es técnicamente posible una mejora de la naturaleza humana. 6. Cuándo para el médico ha comenzado la actualidad En los capítulos subsiguientes trataré de exponer cómo veo yo el contenido de estos cuatro grandes ras- gos distintivos. Pero acaso no deba iniciar esta tarea sin responder sumariamente a dos interrogaciones es- trechamente conexas entre sí: ¿cuándo comenzó la ac- tualidad?; ¿cuándo nuestra cultura —la cultura que solemos llamar «occidental»— ha empezado a ser ac- tual? 31 Para lo tocante a la cultura en su totalidad, con- templemos al galope alguna de sus más importantes manifestaciones. La arquitectura actual —la de la Park Avenue neoyorkina, la de Brasilia— comenzó en la Bauhaus de Weimar y Dessau, y luego en la concor- dante obra creadora de Gropius, Le Corbusier, Mies van der Rohe y Frank Lloyd Wright. La pintura se hizo formalmente actual con la plena madurez de Pi- casso y con la vigencia universal de Kandinsky y Mon- drian. La filosofía, con la fenomenología y sus conse- cuencias ontológicas (Husserl, Heidegger, Sartre), el neopositivismo (Carnap, M. Schlick, Wittgenstein), el auge planetario del marxismo tras la Revolución de Octubre y la Tercera Internacional y la especulación metafísica subsiguiente a esta múltiple y compleja ex- periencia intelectual. La física, con la universal difu- sión de las teorías de los quanta y de la relatividad y con la física atómica ulterior a la quiebra del mode- lo de Bohr (Heisenberg, Schròdinger, de Broglie, Fer- mi, Dirac). La política y la economía, con la cambiante dialéctica teórica y real que en todos los países del planeta determinó la aparición del socialismo como hecho históricamente irrevocable. La literatura, con la súbita explosión de los ismos literarios y sus ulteriores consecuencias. La gran técnica, con la utilización de la energía atómica que subsigue a las novedades fí- sicas antes mencionadas y con la planificación verdade- ramente científica de los vuelos cósmicos (a título de ejemplo, léase un artículo de Hans Tirring, que debió de ser compuesto hacia 1930 y que bajo el título «¿Se puede volar por el espacio cósmico?» publicó el año 1935 la Revista de Occidente). El estilo general de la vida, en fin, cuando la rigidez y la artificiosidad social 32 de la belle époque sean sustituidas por la deportividad y la juvenilización del vivir. «Camaradería. ¡Abajo las convenciones!», gritaban hacia 1920, por los bosques de su país, los jóvenes tudescos de la Jugendbewegung. Una conclusión impone este caleidoscópico examen: nuestra cultura comenzó a ser actual en la posguerra de la primera guerra mundial; por tanto, en el dece- nio de 1920 a 1930. ¿Acaso de la medicina no puede decirse otro tanto? En lo tocante a las ciencias básicas, y pese a tan fabu- losas novedades ulteriores, piénsese a título de ejem- plo en la relativa vigencia actual de la Anatomie des Menschen de Braus y Elze, de los Handbücher de Be- the y Embden (fisiología normal y patológica) y de Henke-Lubarsch (anatomía patológica), de los manua- les de fisiología de Bayliss y Starling, de nombres como Aschoff, Róssle, Dale, Letulle, Straub y Río-Hortega. O bien, respecto de la medicina interna, lo que toda- vía representa para el clínico y el patólogo actuales la obra de Osler, Krehl, von Bergmann, Eppinger y Hess, Kraus y Zondek, Wenckebach, von Noorden, Widal, Vaquez, Marañón y Pende. O en lo que atañe a la colectivización de la asistencia médica, el valor no ex- tinguido de los libros Soziale Pathologie, de A. Grot- jahn, y Soziale Krankheit und soziale Gesundung (Enfermedad social y curación social), de V. von Weiz- sacker. O, en fin, lo que ulteriormente ha de decirse acerca de la actual personalización de la patología y la te- rapéutica. La misma conclusión, por tanto: la aurora histórica de la medicina actual se halla entre los años 1920 y 1930. En relación con este hecho y con las no- vedades que en ese decenio se inician y luego se des- arrollan habrá que considerar «históricamente jóvenes» 3 33 o «históricamente viejos» a los médicos, sean adocena- dos o eminentes, que clínicamente practican hoy la me- dicina actual. Veamos ahora de manera metódica el concreto con- tenido de cada uno de los cuatro rasgos antes mencio- nados y tratemos así de comprender con mentalidad his- tórica y cierto sistema la estructura interna de la medi- cina actual. 34 CAPÍTULO SEGUNDO LA TECNIFICACIÓN DE LA MEDICINA El primero de los rasgos verdaderamente caracterís- ticos de la medicina actual es, sin duda, su extremada tecnificación. Vamos a examinarla. Mas para entender desde dentro en qué consiste esta colosal empresa de nuestro tiempo resulta preciso saber ante todo lo que para el hombre de hoy es la técnica. Por tanto, dos cuestiones sucesivas ante nosotros: I. Una idea actual de la técnica. II. La técnica en la medicina actual. I. IDEA ACTUAL DE LA TÉCNICA No parece posible entender con cierta suficiencia lo que es la técnica para el hombre de hoy —para todos los hombres actuales, médicos o no—, sin conocer de manera precisa cómo la entendieron los primeros en reflexionar deliberada y metódicamente acerca de ella: los antiguos griegos. Operaciones técnicas, entendida en su más amplio y vago sentido esta última palabra, las ha habido en el planeta desde que sobre él hay hombres. Obras y pro- 35 ductostécnicos fueron, en efecto, la invención del fue- go, la talla del sílex, la construcción y el empleo de la rueda, la erección de la pirámide de Keops; pero una idea relativamente clara y precisa de lo que «es» la técnica sólo existe en la mente humana desde que un grupo de hombres de la Grecia antigua, los pensadores presocráticos, comenzaron a reflexionar acerca de la actividad a la vez manual e intelectual que ya los grie- gos homéricos habían llamado tekhne. De ahí que el cumplimiento de nuestro cometido deba ser metódi- camente ordenado en los tres siguientes puntos: 1. Idea antigua de la técnica. 2. Realidad e idea actuales de la técnica. 3. Técnica, vida y ser. 1. Idea antigua de la técnica Para los antiguos griegos, ¿qué fue la tekhne? En aras de la brevedad y la sencillez, dejaremos aquí in- tacto el problema de la evolución semántica de este vocablo a través de la copiosa serie de autores que for- man los filósofos presocráticos, los poetas líricos y trá- gicos •—¡ese estupendo coro de la Antígona sofoclea!—, los sofistas, los médicos del período hipocrático y Pla- tón, y nos atendremos casi exclusivamente al pensador en cuya obra llega a plena madurez la idea helénica de la tekhne: Aristóteles. Seis son, a mi juicio, los ras- gos principales de la concepción aristotélica de este modo del quehacer humano: 1.° Su racionalidad. A diferencia de la empeiría o rutina empírica, en la cual las cosas se saben hacer a fuerza de repetir una y otra vez la operación de ha- cerlas, tallar una roca o clavar un clavo, la tekhne es 36 un saber hacer atenido al «qué» y al «por qué» de aquello que se hace. La ars, dirán los aristotélicos me- dievales, traduciendo al latín una expresión griega de su maestro, es recta ratio, «recta razón», regla atenida racionalmente —científicamente, diremos luego— al ser de lo que se hace. 2.° Su carácter a un tiempo mimético y poético, en el sentido que entre los griegos tuvieron los términos mimesis, imitación, y poíesis, creación o —más preci- samente, porque esta última palabra adquirirá con el cristianismo una dimensión enteramente transhelénica— neoproducción. La tekhne imita a la naturaleza (la casa, por ejemplo, es para el hombre una imitación de la inicial caverna protectora, como las figuras del pin- tor Apeles lo son de las cosas reales que nuestros ojos ven en el mundo) y hace a la vez, bien que en la misma línea que la madre y maestra naturaleza, lo que ésta por sí no es capaz de hacer (la casa que edifica el arqui- tecto, la curación de enfermedades que no curarían sin la ayuda del médico). Habría, pues, artes preponderan- temente imitativas o miméticas (la pintura), artes equi- libradamente poétioo-miméticas (la medicina) y artes preponderantemente innovadoras o poéticas (la educa- ción, la política, la arquitectura). 3.° La esencial limitación de sus posibilidades. «Recta razón de las cosas que pueden hacerse» —que «es posible hacer»— dice en castellano la famosa de- finición escolástico-aristotélica del «arte», por tanto de la técnica; y esas cosas «que pueden hacerse» son las que la naturaleza nos deja llevar a cabo, las que en la soberana dinámica del cosmos no sean necesaria o for- zosamente imposibles para nosotros. En la naturaleza habría, en efecto, forzosidades invencibles (anánke 11a- 37 marón los griegos a tan inexorable forzosidad, y de ma- nera todavía más arcaica, moira), y nada sería capaz de conseguir ante ellas la técnica del hombre. Nada podría lograr la medicina, valga este ejemplo, frente a las enfermedades mortales o incurables «por necesi- dad». 4.° La radical «no esencialidad» (Zubiri) del obje- to técnica o artificialmente construido, del «arte-facto». Si se enterrase en el campo y llegase a germinar una cama de castaño, lo engendrado en esa germinación sería un castaño (la realidad natural) y no una cama (el objeto artificialmente construido con ella). El arte- facto sería, pues, una realidad formalmente «insustan- cial» e «inesencial». 5.° La total intuibilidad, real o posible, de la ope- ración técnica: entre el momento inicial de ésta y el término a que con ella se llega hay un proceso entera- mente susceptible de visión directa o de visión imagina- tiva. El técnico, por tanto, puede ver con los ojos de la cara o podría ver con los de la imaginación lo que pasa en el seno de la acción imitativa o innovadora que él realiza. Así acontecía en las máquinas y en los jugue- tes técnicos —tan apreciados por la vivaz curiosidad griega y tan menospreciados por el severo pragmatismo romano— de Arquímedes, Ctesibio, Filón de Bizancio y Herón de Alejandría. Y así también, para no salir de la técnica médica, en cuanto al invisible mecanismo intestinal de la acción de los purgantes, sobre todo en- tre los imaginativos asclepíadas de Cnido. 6.° La no distinción funcional y social entre el que inventa las técnicas y el que las realiza. Como certera- mente hizo observar Ortega, el tekhnites antiguo era a la vez «técnico» y «artesano». 38 En estos seis rasgos puede cifrarse lo que la teoría y la práctica de la técnica fueron en Occidente, desde la Grecia clásica hasta que en la Baja Edad Media —más precisamente, en el filo de los siglos xm y xiv— germinalmente apunta el mundo moderno. 2. Realidad e idea actuales de la técnica Un aluvión de preguntas nos viene ahora a la mente. ¿Cómo se inicia la concepción moderna de la técnica? ¿Cuáles han sido los pasos sucesivos a ésta desde ese filo entre los siglos xm y xiv hasta nuestros días? No me es ahora posible responder con pormenor a tan su- gestivas interrogaciones. Yo no trato en estas páginas de esbozar una historia completa del pensamiento téc- nico, sino de entender con cierta precisión lo que la técnica es —y apurando las cosas, lo que debe ser— para el hombre y el médico de nuestro tiempo. Alguien dirá que en algo muy fundamental no han cambiado nuestras ideas, comparadas con las de Aris- tóteles. Como la tekhne para el filósofo griego, la téc- nica es para nosotros un saber hacer algo sabiendo con cierto rigor científico «qué» se hace —qué son el enfer- mo, la enfermedad y el remedio, en el caso del médi- co— y «por qué» se hace aquello que se hace. Nada más cierto: saber el «qué» y el «por qué» de la fisión atómica —conocer científicamente la naturaleza del áto- mo y su dinámica— constituye un obligado presupues- to para el gobierno técnico de la energía nuclear. Pero aparte esta fundamental coincidencia nuestra con los antiguos y los medievales, todo es nuevo en la téc- nica actual respecto de la antigua. Sumaria y ordinal- 39 mente expuestas, he aquí estas profundas novedades intelectuales y prácticas: 1.a El carácter rigurosamente «esencial» y «natu- ral» (Zubiri) que en muchos casos posee hoy el pro- ducto de la técnica, el artefacto. Tres ejemplos, to- mados de la química: la urea, el ácido acético y la glucosa que, respectivamente, sintetizan Wohler, Kolbe y Emil Fischer son idénticos a la urea, el ácido acético y la glucosa que nos ofrece la naturaleza. Antecedente inmediato, aunque puramente hipotéti- co, de este importantísimo logro de la técnica actual, fue la consideración ontològica de los posibles produc- tos de la alquimia por parte de algunos filósofos de la Edad Media. Santo Tomás, por ejemplo, se plantea la cuestión de si per alchimiam fieret aurum verum (Summa Theol, 2-2 q. 77) y admite la posibilidad de un «oro alquímico» enteramente igual al oro natural. Roger Bacon, por su parte, especulará osadamente en su Respublica fidelium —la primera utopía de un mun- do tecnificado por obra de la ciencia— acerca de las posibilidades reservadas a este fabuloso camino del in- genio humano. Pero lo que entonces no fue sino ima- ginación ontològica o imaginación utópica, hoy, esto es lo nuevo, aparece ante nosotros como visible y tangible realidad. 2.a La producción artificial —sintética, solemos de- cir— de cuerpos que antes no existían en la naturaleza;de alguna manera, por tanto, preternaturales. Hay así en nuestras manos, desde los últimos lustros del siglo pasado, moléculas, elementos químicos y acaso partícu- las elementales rigurosamente «nuevos»; con lo cual, la técnica del hombre puede sustituir cada vez con más frecuencia, y en ocasiones con notoria ventaja, la tra- 40 dicional función proveedora que para él venía cum- pliendo el mundo natural. Basta pensar en tantos y tantos fármacos y en tantas y tantas macromoléculas de la industria actual, o bien, dando un paso más, en los ya incipientes alimentos cuasiartificiales —la llamada «chuleta de petróleo»— o enteramente artificiales que para muy pronto hoy se anuncian. La ciencia-ficción del químico Berthelot va a ser mañana mismo cumpli- da realidad. En términos filosóficos: la poíesis técnica no es aho- ra simple «producción», es por lo menos «cuasicrea- ción», y tal es el sentido de las «invenciones» y los «inventos» actuales, en contraste con la modesta sig- nificación que el verbo invente («descubrir») origina- riamente tuvo. Una pregunta se hace inevitable: ¿hasta dónde se llegará por este fascinante camino? La imagi- nación se pierde en la respuesta. 3.a En las técnicas más actuales, el proceso técnico —lo que realmente pasa entre la puesta en marcha de ese proceso y su definitivo resultado— no parece ser in- tuible, ni por los ojos de la cara ni por los de la ima- ginación. Antecedente inmediato de tan sorprendente hecho fue uno de los rasgos esenciales del nacimiento de la ciencia moderna en el seno del voluntarismo y el no- minalismo filosófico del siglo xiv: la interposición me- tódica de un símbolo mental, en definitiva, matemáti- co, entre la mente que conoce y la realidad científi- camente conocida y técnicamente manejada. Pero lo verdaderamente nuevo y pasmoso no es esto; es el he- cho de utilizar, tanto para el conocimiento científico de la realidad como para su manipulación y su transfor- mación técnicas, símbolos matemáticos anteriormente 41 creados como puro deporte de la inteligencia (así crea- ron en el siglo xix Cayley y Sylvester el «cálculo de matrices», sin sospechar que tres cuartos de siglo más tarde esa creación suya sería empleada por Heisenberg como recurso mental para el conocimiento de la me- cánica del átomo) o, lo que todavía es más, absoluta- mente ajenos al campo de la imaginación intuitiva (tal es el caso del número / o raíz cuadrada de —1, y por extensión de las funciones de variable imaginaria, lue- go instrumentos matemáticos de la física teórica). Mi- crofísicamente considerada, nos dicen los físicos ulte- riores a la vigencia del modelo atómico de Bohr, la realidad natural no es susceptible de intuición eidética. Vengamos ahora de la pura ciencia a la técnica y pensemos, como sumo ejemplo de una máquina ac- tual, en el computador. ¿Qué pasa en el interior de éste cuando funciona? Eso que pasa se sabe científi- camente, claro está; pero tal «saber» no consiste y no puede consistir, aquí está lo decisivo, en la reducción del proceso técnico a esquemas visiva o imaginativa- mente intuibles. 4.a La ilimitación —real o hipotética— de las posi- bilidades de la técnica. Frente al cosmos, todo es o pa- rece ser posible para el hombre actual. Inicial forma histórica de este tan central rasgo de nuestro tiempo fue el general convencimiento de la exis- tencia de un progreso indefinido en el vivir del hombre sobre el planeta —idea-creencia, le llamaría Ortega—, primero como sueño o utopía (así ve el futuro técnico de la Humanidad el Roger Bacon de la Respublica fi- delium), luego como proyecto racional (tal es el caso de Descartes en los párrafos finales de su Discurso del método) y más tarde, ya en múltiples formas, en los 42 escritos progresistas de los ilustrados franceses e in- gleses del siglo XVIII. Que el lector interesado por el tema vea los expresivos textos aducidos por mí en mi libro La espera y la esperanza. Pero los sueños y las utopías del siglo xin y los ilu- sionados proyectos racionales de los siglos xvn y XVIII, sólo en el nuestro han llegado a ser firme y universal conciencia histórica. Técnicamente nada hay imposible, y lo que parece .serlo hoy dejará de serlo mañana; tal es una de las más hondas convicciones tácitas del hom- bre actual. Acaso nadie lo haya dicho con tanta ex- presividad como Ortega en su Meditación de la técnica (1933): «La idea que hoy tenemos de la técnica nos coloca en la situación tragicómica —es decir, cómica, pero también trágica— de que cuando se nos ocurre la cosa más extravagante nos sorprendemos en azora- miento, porque no nos es posible asegurar que esa ex- travagancia —el viaje a los astros, por ejemplo— es imposible de realizar. Tememos que, a lo mejor, en el momento de decir eso llegase un periódico y nos co- municara que, habiéndose podido proporcionar a un proyectil una velocidad de salida superior a la fuer- za de la gravedad, se había colocado un objeto terres- tre en las inmediaciones de la Luna.» No habían de pasar tantos años para que ese «objeto terrestre» que entonces osadamente imaginaba Ortega fuese en reali- dad todo un equipo de cosmonautas paseantes sobre la mismísima superficie lunar. En orden al dominio del cosmos, ¿hay algo que sea técnicamente imposible para el hombre? Y si realmen- te lo hay, ¿qué es? ¿Serán la inmortalidad y la mul- tilocación de su propio cuerpo —la ocupación simul- tánea de dos o más lugares distintos— las únicas 43 imposibilidades absolutas para la técnica del hombre, lí- mites a los cuales, por añadidura, el constante pro- greso nos permitiría acercarnos asintóticamente hasta el fin de los tiempos? Tales son, a este respecto, los problemas más radicales del hombre actual. La idea antigua de una esencial limitación de las posibilida- des de la técnica frente a la Naturaleza se ha desvane- cido totalmente en nuestro siglo. 5.a La separación funcional entre el que inventa las técnicas (el verdadero «técnico», el «inventor») y el que de hecho las pone en práctica (el «operario», el «obrero»). En el caso más extremo de esta separación, el inventor se limita a idear procedimientos técnicos sobre el papel y en su gabinete de trabajo; en otros ca- sos menos extremos, tal fue el de Edison en su labo- ratorio de Menlo Park, el inventor construye por sí mismo los prototipos de sus propias invenciones. Una consecuencia se sigue necesariamente de este hecho: conocidos los «planos» de una invención técni- ca —su «patente», si se prefiere hablar en términos co- merciales—, aquélla puede ser reproducida ad libitum. No siendo en sí misma mimesis, «imitación», la téc- nica actual es por sí misma imitable y, por tanto, ex- portable al mundo entero. Tal es la clave de la posi- ble rapidez de un progreso técnico en los países cien- tíficamente subdesarrollados. 6.a La autonomía operativa de los artefactos téc- nicos cuyo fin es la producción. No es un azar que los ingleses idearan el nombre de selfacting o «selfactina» para denominar la hiladora automática. Respecto de una máquina así construida, el hombre queda reduci- do a ser mero servidor o ayudante. Lo cual nos con- 44 duce directamente al tercero de los puntos antes enun- ciados: la relación entre la técnica, la vida y el ser. 3. Técnica, vida y ser Trátase ahora de entender lo que en nuestro mundo es la técnica respecto de la vida y la realidad del hom- bre. Nos vemos obligados, en consecuencia, a la suce- siva consideración de las cuatro siguientes cuestiones: el carácter planetario y envolvente de la técnica ac- tual; la génesis de este magno evento histórico; la rela- ción entre la técnica y la vida; la relación entre la téc- nica y el ser. 1. El carácter planetario y envolvente que ha lle- gado a poser la técnica —y que, salvo catástrofe, con fuerza creciente va a seguir poseyendo en el futuro— entra por los ojos del más miope de los hombres. He aquí, para advertirlo, una breve serie de hechos arrolla-doramente significativos: a) Los proyectos, ya más acá de la ciencia-ficción, pese a su fantástica apariencia, de los urbanistas que prevén las ciudades del siglo xxi. ¿Cómo convivirán los 6.000 millones de habitantes del planeta que para el año 2000 hoy prevé la ciencia demográfica? Por el mo- mento, la respuesta a esta interrogación se halla en los audaces proyectos de los arquitectos de vanguardia: las cúpulas geodésicas de Buckminster-Fuller, las ciudades cónicas de Otto Frei, Walter Joñas y Paul Maymont, las estructuras espaciales de Yona Friedman, Edouard Albert y Kirokawa, el urbanismo subterráneo, las edi- ficaciones flotantes, polares, saharianas y lunares. ¿Ar- quitectura-ficción? No: arquitectura racionalmente pro- 45 yectada, bien calculado propósito de recubrir de una casi continua capa de productos técnicos lo que en la superficie del planeta todavía es Naturaleza. b) La organización político-administrativa de la vida. Dando nombre filosófico y doctrinal a lo que ya en- tonces era realidad considerable, Hegel llamó «espí- ritu objetivo» al conjunto de estructuras sociales —Es- tado, Derecho, instituciones públicas de toda índole— que configuran y ordenan la existencia individual del hombre. Ahora bien, el modus opermuli de tal «espí- ritu» es, en definitiva, un nuevo modo de técnica, la técnica social; y sea o no sea socialista la organiza- ción político-administrativa del mundo en que uno exis- te, esta forma de la tecnificación de la vida no ha he- cho otra cosa que crecer y crecer, desde los sosegados tiempos de Hegel. c) La tecnificación de las acciones vitales cotidia- nas. Vestir, viajar, iluminar el recinto en que se vive, regular la temperatura ambiente, dormir cuando uno quiere, despejar la mente; por doquiera el señorío de la técnica, unas veces bajo forma de operación y otras bajo forma de producto. El contorno del hombre actual ha llegado a ser una no interrumpida yuxtaposición de artefactos. Dentro de este mundo tecnificado, ¿quién es el prota- gonista? Sin ser doctrinalmente marxista, pero movién- dose en la misma realidad sociocultural de que el mar- xismo había surgido, un famoso libro de Ernst Jünger dio con su simple título (Der Arbeiter, 1932) una res- puesta tan contundente como irrefragable: el protago- nista planetario de nuestro inundo es el trabajador. Ex- combatiente de la primera guerra mundial, Jünger tenía entonces en su memoria dos hechos bélicos nue- 46 vos en la historia, la «movilización total» y las «ba- tallas de material»; en definitiva, dos consecuencias di- rectas o indirectas de la tecnificación moderna de la vida y dos eventos en que dramáticamente se expre- saba la radical configuración del hombre como traba- jador. La Humanidad, dirá luego el filósofo Heidegger, ha caído bajo el imperio absoluto de la explotación or- ganizada, del Betrieb; el ente —en términos no filo- sóficos: el conjunto de las cosas que existen, compren- dido el hombre—, se halla hoy repartido en dominios de explotación. La técnica, por tanto, ya no se limita a ser «algo para hacer algo», ya no es mero «instrumen- to», y ha llegado a dominar al hombre. Desde hace varios decenios, tal parece ser nuestra realidad. 2. ¿Cuál ha sido, esencialmente considerada, la his- toria de tan enorme suceso? Según la interpretación fi- losófica de Heidegger, esa historia habría tenido como clave central la concatenación de dos eventos: el su- cesivo auge de la «voluntad de poderío» (el Wille zur Machí nietzscheano) y el acabamiento o consumación (Vollendung) de la metafísica. El proceso tuvo su primera etapa en la filosofía de Descartes y en el precedente nacimiento de la ciencia moderna. Frente a la realidad de las cosas, Descartes afirma la primacía de la «representación» (Vorstellung) que de esa realidad se hace el hombre y concibe la verdad como la certeza de tal representación. La ciencia moderna viene a ser, en consecuencia, el resultado de una «investigación» racional de la realidad, que com- porta la existencia de un «proyecto» o «plan» previo a la investigación misma. Pues bien: en el orden de los hechos, ese proyecto inicial había sido el dominio téc- 47 nico del mundo. «Galileo joven —escribió tempranamen- te Ortega— no está en la Universidad, sino en los arsena- les de Venècia, entre grúas y cabrestantes.» Y un siglo antes de Galileo, la actitud matematizante de Leonardo de Vinci ante la Naturaleza (para él il paradiso delle scienze matematiche) tuvo su origen en la voluntad y la fruición leonardescas de construir «artificios» me- cánicos. El cartesianismo debe ser entendido, pues, como «un ingente voluntarismo de la razón» (Zubiri). La Voluntad, tal es el primer motor de la representación cartesiana (Heidegger); mediante el «conocer», lo que se pretende es «poder» (Lord Bacon). No puede extrañar que el término de ese proceso sea la «voluntad de poderío» de Nietzsche, un Wille zur Machí que Heidegger inter- pretará como Wille zum Willen, «voluntad de voluntad» o volición de querer y más querer; y al final, el acaba- miento de la metafísica, la elevación de la técnica a fe- nómeno planetario y el proyecto de constitución del mundo como puro artefacto. Recordaré otra vez la historia de una criadita berlinesa que hace años contó Jakob von Uexküll. La chica había visto hacer una tina para lavar y todo lo encontraba comprensible; todo, me- nos la procedencia de la madera. «¿Cómo hacen la ma- dera?», pregunta. «La madera se saca de árboles como los que hay en el Tiergarten», le responden. «¿Y dónde hacen los árboles?», sigue preguntando. «No los hace nadie, crecen ellos solos.» Y la chica, incrédula —esto es, moderna y tecnificada—, arguye: «¡Vamos! ¡En algu- na parte tendrán que hacerlos!» Al margen de cualquier anécdota, Heidegger ve como resultado histórico de esta ingente aventura humana el nihilismo, la «muerte de Dios», el hoy archifamoso y 48 tópico Gott ist tot de Nietzsche. El mundo empieza a aparecer en el Zaratustra nietzscheano como un desier- to helador, y el vivir histórico como un trance a la vez exigente y deficiente. «¿Para qué los poetas en un tiem- po menesteroso?», pregunta —con expresión de Hòlder- lin— uno de los ensayos de Heidegger. Y su respuesta es: para recoger, hecha palabras, la huella de los dioses ya idos; para decir con Rilke que la casa prefabricada y la manzana agronómica no tienen plena realidad, y que «lo Abierto» —la abertura metafísica de la mente pen- sadora y de las cosas reales hacia lo verdaderamente fundamental— ha sido obturado por la técnica, y que para el hombre ha llegado a hacerse impensable, a fuer- za de hallarse velada, la esencia del dolor, del amor y de la muerte. «Con el día de la técnica, que no es sino la noche del mundo hecha día, un invierno sin fin nos amenaza a los hombres», escribe Heidegger en Holzwege. ¿Pesimismo total, entonces? No. Porque los poetas vislumbran y anuncian la figura redentora que alguna vez ha de llegar; Nietzsche con su Zaratustra, Rilke con su Ángel, Jünger con su Trabajador •—un trabaja- dor no alienado, precisaría Marx—, Trakl con su Ex- tranjero. Y mucho antes que ellos, con la poética sen- tencia que luego hemos de examinar, Hòlderlin. Pienso que la interpretación heideggeriana de la historia moderna debe ser modificada. En el orden de los hechos, porque el voluntarismo de la ciencia y el mundo «modernos» no nace con Descartes y Gali- leo, sino trescientos años antes, con Escoto y Ockam. Véalo el lector en el ensayo «El cristianismo y la téc- nica médica», de mi libro Ocio y trabajo. Y en el or- den del pensamiento, porque, como pronto veremos, la experiencia del médico tal vez obligue a modificar esen- 4 49 cialmente la concepción heideggeriana de la técnica. Pero esto nos exige considerar previamente la relación entre la técnica, por una parte, y la vida y el ser, por otra. 3. La relación entre la técnica y la vida posee, nada más obvio, un anverso y un reverso;un anverso de comodidad y esperanza y un reverso de desazón y temor. La técnica sirve, en primer término, para resolver más o menos expeditivamente el problema de dar sa- tisfacción a las necesidades vitales. Antes que un re- curso para la satisfacción directa de esas necesidades, la técnica, escribió certeramente Ortega, es una refor- ma de la circunstancia eliminando las dificultades que se oponen a dicha satisfacción, suprimiendo o menguan- do el esfuerzo que exige la empresa de ejecutar lo que para nosotros es o parece ser vitalmente necesario. De ahí el orgullo que siente quien, oomo Sófocles en el céle- bre coro de su Antígona, contempla el grandioso es- pectáculo de la creación y las perspectivas de la téc- nica. Pero este anverso tiene su reverso, porque la técni- ca llega a señorear la vida del hombre que la creó. Mi coche manda de algún modo sobre mí, y la máquina puede llegar a ser mi soberana. No sólo en cuanto que crea el hecho socioeconómico del salario mostren- co y fungible llega a ser alienante la técnica. ¿Quién no recuerda el Charlot de Tiempos modernos? Y an- tes que el famoso filme de Charles Chaplin, la obra li- teraria de Unamuno y de Pirandello. No resisto la ten- tación de copiar, aunque sea largo, un fragmento de los Quaderni di Serafino Gubbio operatore, compuestos 50 por el genial siciliano ya en 1915. Serafino Gubbio, ope- rario de un viejo cinematógrafo, habla así: "Escribiendo esto, satisfago una imperiosa necesidad de desahogarme. Me libero de la impasibilidad pro- fesional, y a la vez me vengo y vengo conmigo a tan- tos y tantos más, condenados como yo a no ser otra cosa que una mano que hace girar una manivela. "Lo que había de llegar ha llegado al fin... El hombre, poeta y filósofo en otros tiempos, se ha hecho sabio e industrioso, ha comenzado a fabricar nuevos dioses de hierro y acero y ha terminado siendo siervo y escla- vo de ellos. ¡Viva la Máquina que mecaniza la vida! "Para actuar, para moverse, la máquina debe tragar- se nuestra alma y devorar nuestra vida... ¿Qué puede uno hacer? Yo estoy aquí, sirvo a mi maquinita, y para que ella pueda comer doy vueltas y vueltas a la manivela. De nada me sirve el alma. Me sirve, eso sí, la mano, porque ella es la que sirve a la máquina... Forzados por la costumbre, mis ojos y mis oídos empiezan a ver y oír todo bajo la figura de este tic-tac rápido e ince- sante... ¿Lo oís? Un moscardón que siempre zumba, un moscardón siempre oscuro, siempre bronco, siempre hondo... No se oye el latido del corazón, y el pulso de las arterias no se oye. ¡Ay, si se les oyese! Pero a este zumbido, a este tic-tac perpetuo, sí, se le oye, y nos dice que todo este insensato torbellino y todo este ir y venir de imágenes no son cosa natural. Todo obedece a un mecanismo que sigue y sigue jadeando... ¿Estallará algún día?" Sí: la técnica es a la vez aliviadora y terrible. «Te- memos...», dice significativamente el texto de Ortega an- 51 tes citado. ¿Por qué esta ambivalencia de esperanza y temor frente a la técnica? Porque la técnica —se dirá, y con harta razón— es por esencia capaz de destruir. No parece necesario citar una vez más el ejemplo de la bomba atómica, ni mencionar de nuevo el nombre de Hiroshima. Pero el más hondo de los peligros que lleva consigo la técnica, añade Heidegger, es de orden metafísico: «La amenaza no viene en primer término de la posible acción letal de las máquinas y los apara- tos técnicos. La verdadera amenaza afecta al hombre en su misma esencia. El señorío de la técnica amenaza con la posibilidad de que al hombre le sea negada la pe- netración de su mente hacia un desvelamiento cada vez más originario del ser, y, por tanto, la promesa del ad- venimiento de una verdad cada vez más radical. Donde la técnica impera hay así, en el más alto de los sentidos, peligro.» No parece ilícito ver en este «peligro» de que habla Heidegger la raíz metafísica de aquella angustiada «impasibilidad» que a través de Serafino Gubbio men- cionó mucho antes Pirandello. Pasemos, pues, al cuarto y último punto de nuestra meditación, la relación entre la técnica y el ser. 4. La técnica, sigue diciendo Heidegger, lleva en sí un Wesensgeschick, un destino en el orden de la esen- cia; posee un sentido en el destino histórico del ser y de la verdad y constituye una etapa en el curso de ese des- tino. Ahora bien: ¿cómo la constituye? Constituyela, responde el filósofo germano, en cuanto que aprehende el ser de las cosas como Ge-stell, pala- bra alemana que Heidegger eleva a la condición de tér- mino filosófico no entendiéndola, según es uso en los diccionarios, como mero objeto (bastidor, caballete, etc.), sino como un modo peculiar de habérnoslas con las co- 52 sas, ese en el que una representación mental de lo que ellas son (vor-stellen) nos permite producir (her-stellen) lo que en el seno de la representación misma vaya pla- neado. Ge-stell es ahora «dispositivo planificador» o, más ampliamente, «lo planificante». Y cuando este pro- ceder ante lo que es se impone en la conducta como hábito exclusivo, la esencia de la técnica revela el carác- ter transinstrumental de ésta: más que servir al hombre, le envuelve y le determina. ¿Qué modo adopta en tal caso el desvelamiento del ser de las cosas? Nada más claro. Es una «pro-ducción» (un heraus-bringen) consecutiva a un requerimiento o «pro-vocación» (un heraus-fordern), Y en la operación técnica, ¿qué es lo pro-vocado y, por tanto, lo produci- do? De una manera planificadora e imperativa, la téc- nica pro-voca la liberación de la fuerza de la Naturale- za. Frente al Rhin «dicho» en el poema de Holderlin que lleva como título el nombre de ese río (el Rhin como «obra de arte»), el Rhin «apresado» en el embalse de una central eléctrica (el Rhin como «obra de fuerza») nos muestra de manera evidente cómo la técnica desve- la el ser de la cosa a que se aplica. El ser no se nos manifiesta ahora como «nacimiento» (por tanto, como «naturaleza» o physis), sino como «producción planea- da y provocada» (por tanto, como «energía técnica»). Pero éste es el punto donde surge el verdadero proble- ma. Así planteada la tarea de conocer la realidad del mundo, ¿es posible un desvelamiento nuevo, una reve- lación transtécnica del ser? ¿Llegaremos los hombres a salir de la «noche del mundo», del «largo invierno» que histórica y metafísicamente trae consigo el imperio mundial de la técnica? Apoyado en el posible sentido fi- losófico de dos sibilinos versos de Holderlin («Wo aber 53 Gefahr ist, wachst/das Rettende auch»; «pero donde está el peligro,/allí nace lo que salva»), así lo piensa, así lo espera Heidegger. Sí, pero en términos que no pasan de ser oraculares y enigmáticos: «Cuanto más nos acerca- mos al peligro, tanto más claramente se iluminan los caminos hacia lo que salva y tanto más interrogantes llegamos a ser nosotros. Porque la pregunta es la de- voción del pensamiento, die Frómmigkeit des Denkens.» Bella expresión, que tomada a la letra nos mueve a pen- sar interrogativamente frente a quien la ha formulado: «Esta devoción del pensamiento que es la pregunta, ¿se halla necesariamente configurada, en lo que atañe a la esencia de la técnica, por el modo como Heidegger la ejercita?» Y mi respuesta se ve obligada a ser nega- tiva en virtud de tres razones principales: 1 .a Heidegger parece olvidar que la técnica actual no sólo planifica la «liberación» de la fuerza de la Natura- leza, mas también la «creación» artificial de entes natu- rales y —en cierto modo— de entes preternaturales. 2.a En su reflexión filosófica, Heidegger no pasa de moverse en el orden del ente y del ser. Pero como una y otra vez ha dicho Zubiri, ¿no es cierto que la «reali- dad» de las cosas es anterior a su patentización en nues- tra mente bajo forma de «ser»? Por tanto, ¿no habrá que plantear de otro modo el problema de la esencia de la técnica? 3.a Heidegger, en fin, no parece tener en cuenta las operacionestécnicas cuyo objetivo es el conocimiento y el gobierno de una realidad ultramundana específicamen- te distinta de todas las restantes, la del hombre. No con- sidera, por tanto, las operaciones instrumentales que constituyen la tecnificación de la medicina actual. Con estas tres observaciones a la vista, dispongámo- 54 nos a indagar metódicamente lo que es y lo que significa esa tan profunda tecnificación de la medicina que hoy se practica. II. LA TÉCNICA EN LA MEDICINA ACTUAL A la percusión, la auscultación y la inyección hipo- dérmica del siglo xix, la medicina del siglo xx ha aña- dido —entre tantos y tantos otros recursos técnicos— la electrocardiografía, la gammagrafía, los computado- res, las operaciones a corazón abierto, la bomba de co- balto. ¿Hay algo en la medicina actual que no sea o no pueda rápidamente ser técnica diagnóstica o terapéu- tica? Voy a dar mi personal respuesta dividiendo esta interrogación en tres apartados: 1. Cuadro descriptivo de la tecnificación de la medicina. 2. Estructura de la tecnificación del acto médico. 3. Esencia y significa- ción de la técnica médica. 1. Cuadro descriptivo de la tecnificación de la medicina Si la medicina debe ser en sí misma tekhne iatriké, como dijeron los griegos, o ars medica, como traduje- ron los latinos, parece que todo debe hallarse tecnifica- do en la relación entre el médico y el enfermo. Exa- minemos, si no, tanto la forma directa como la forma instrumental de esa relación. a) La relación directa o no instrumental entre el mé- dico y su paciente posee desde, tiempo inmemorial tres 55 recursos principales: la inspección (relación visual), la tactación y la palpación (relación manual) y la audición (relación auditiva), y esto lo mismo en orden al diag- nóstico que en orden al tratamiento. En lo tocante a la inspección del enfermo, nadie ne- gará la existencia de un esencial momento subjetivo, la personal estimación de lo visto respecto de su signifi- cación diagnóstica; pero tal estimación sólo puede me- recer crédito cuando coincida con el juicio universal y objetivo —en definitiva, real y verdaderamente «técni- co»— de quien ha llegado a ser maestro en el arte de la inspección clínica; con otras palabras, del clínico que en su práctica sabe hacer lo que acerca de la inspección del enfermo técnicamente enseñan los libros. Por ejem- plo: responder con acierto a la interrogación: «¿Es real- mente un tinte subictérico la amarillez de este enfermo, o no pasa de ser la palidez de un sujeto cetrino?», no en un problema de «ojo clínico», expresión cada vez más anacrónica y cualidad que sólo los médicos bien formados en medicina pueden realmente poseer, sino una cuestión de estricta técnica semiológica. Otro tanto puede y debe decirse de la relación ma- nual y auditiva entre el clínico y su paciente. El buen arte de la tactación y la palpación —no se olvide nunca que la palabra ars es la traducción latina de la palabra griega tekhne— no es en definitiva otra cosa que la bue- na técnica de quien la practica. Nada más evidente, asi- mismo, en la auscultación de sonidos estetoscópicos, e incluso en la audición de las palabras, los sonidos para- verbales y los silencios que hace percibir la anamnesis; porque aun siendo el coloquio anamnéstico la parte de la exploración directa menos rígidamente tecnificada —y menos cuidadosamente atendida, por consiguiente, en 56 los manuales de semiología al uso—, no por eso deja de hallarse ordenada, cuando es de veras eficaz, por un conjunto de reglas técnicas. «Técnica de la anamne- sis»; he aquí uno de los capítulos del libro con que un semiólogo verdaderamente al día debería enriquecer el arte de la exploración 1. ¿Y no debe ser técnica, por otra parte, la relación directa con el enfermo, cuando su intención es terapéu- tica y no meramente diagnóstica? Técnica es la pauta para la reducción de una luxación o una fractura y téc- nica racionalmente ordenada, no mero consuelo o sim- ple sugestión empírica, la práctica responsable de una cura psicoterápica. Aunque nunca deba faltar un mo- mento transtécnico —a la postre, amoroso, bien que con un amor sui generis— en la buena relación terapéutica entre el médico y su paciente. b) Con mayor razón habrá que subrayar el carác- ter estrictamente técnico de la relación indirecta o ins- trumental entre la mente y la mano del médico y la realidad corporal y psíquica del enfermo. Desde los pul- silogios y los termómetros del siglo xvn hasta los elec- trocardiogramas, las gammagrafías y los computado- res diagnósticos del nuestro, desde los toscos cuchillos quirúrgicos y los aparatosos clisteres de antaño a los rí- ñones artificiales y las bombas de cobalto de hogaño, tecnificación cada vez más sutil y más complicada de la operación del médico, sea diagnóstica o terapéutica su intención. No necesitaré repetir lo que en páginas an- teriores quedó dicho. 1 No poco hicieron a este respecto los médicos argentinos Barilari y Grasso con su libro La vida del enfermo y su inter- pretación. Anamnesis (Buenos Aires, 1948). 57 c) Una interrogación tan ineludible como urgente surge ahora: puesto que la vigencia de la tecnificación instrumental va siendo cada vez más amplia y poderosa, ¿anulará un día la relación directa o inmediata entre el médico y el enfermo? El médico del futuro ¿será el que intentó caricaturizar el libro de Kòtschau y Meyer antes mencionado? Para estimar seriamente la posibilidad real de esta perspectiva histórica, examinémosla desde aquéllo que constituye su fundamento: la estructura real y la real consistencia de la tecnificación instrumental de la me- dicina. 2. Estructura y consistencia de la tecnificación del acto médico Puesto que el acto médico puede tener una intención inmediata, el diagnóstico, y dos intenciones últimas, la curación del enfermo y la conservación o la promoción de la salud del sano, estudiemos por separado desde nuestro actual punto de vista —la tecnificación de ese acto— cada una de estas tres distintas posibilidades: a) Ante todo, el problema de la actividad cognos- citiva del médico; más familiarmente, el problema del diagnóstico. Para obtener éste el médico practica u or- dena practicar radiografías, análisis bioquímicos, traza- dos bioeléctricos y biopsias, examina por sí mismo lo que de todo ello resulte o, como en los hospitales mo- dernos va siendo hábito, somete todos esos datos al dictamen de un computador bien informado, y con acierto o sin él llega —bajo forma de «juicio diagnós- tico»— a su personal conclusión. Ahora bien: basta una lectura atenta de las palabras que acabo de escribir 58 para caer en la cuenta de que en ese proceso se mez- clan dos posibilidades y dos eventos cualitativamente distintos entre sí. Vale la pena examinarlos por se- parado. Mediante su exploración instrumental, el clínico, en efecto, puede obtener no más que un dato particular, bien relativo al estado de una constante biológica (por ejemplo, el nivel de la urea en la sangre), bien concer- niente a la situación de una determinada estructura or- gánica (por ejemplo, la imagen radiográfica de un infil- trado infraclavicular). Admitamos la veracidad y la exactitud del dato en cuestión, excluyamos hipotéticamente la posibilidad de analistas y radiólogos chapuceros en la práctica de su oficio, y preguntemónos: ese dato, ¿qué significa para el médico? Nada más claro: ese dato es tan sólo una nota descriptiva destinada a componer, combinada con otras, una imagen visiva de un proceso energético-mate- rial (la «idea» acerca del metabolismo hidrocarbonado del diabético que el médico tiene ante sí), de una estruc- tura anatómica (la «representación» imaginativa del clí- nico acerca de la válvula mitral de su paciente) o de la figura y la situación del agente causal de la dolencia (la «fotografía mental» de un enjambre de bacilos de Eberth circulantes en la sangre o fijados en tal o cual órgano). Lo cual nos permite
Compartir