Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
DIONISIO DE HALICARNASO HISTORIA ANTIGUA DE ROMA LIBROS X, XI Y FRAG M ENTO S DE LOS LIBROS X II-X X TRADUCCIÓN Y NOTAS DE ELVIRA JIMÉNEZ Y ESTER SÁNCH EZ Be EDITORIAL GREDOS BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 124 Armauirumque Nuevo sello Asesor p a r a la s e c c ió n griega: C a r l o s G a r c í a G u a l . Según las normas de la B. C . G., las traducciones de este volumen han sido revisadas por M ,a L u is a P u e r t a s C a s t a ñ o s . © EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1988. Las traducciones y notas han sido llevadas a cabo por E l v ir a J im é n e z (Li bros xi-xv) y E ster S á n c h e z (Libros x, xvi-xx). Depósito Legal: M. 42998-1988. ISBN 84-249- 1368-X. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1988. — 6239. LIBRO X Después de este consulado ', corría la Los tribunos Lxxx Olimpiada (459 a. C.) en la que luchan por la venció Torimbas, un tesalio, en la prueba igualdad de ^ estadio, era arconte en Atenas Frasi- derechos cíes y en Roma fueron nombrados cónsu les Publio Volumnio y Servio Sulpicio Camerino. Estos no dirigieron ninguna expedición militar ni para tomar ven ganza de quienes les habían causado algún daño a ellos mismos y a sus aliados, ni para tener salvaguardadas sus propiedades. Tomaban precauciones contra los peligros in ternos, por temor a que el pueblo se levantara contra el Senado y llevara a cabo alguna iniquidad; pues de nuevo estaba siendo provocado por los tribunos de la plebe que le enseñaban que el mejor régimen político para hombres libres es la igualdad de derechos2, y el pueblo pedía que se administraran los asuntos privados y los públicos de acuerdo con leyes. En esa época todavía no existía entre los romanos ni igualdad de derechos ni de libertad de pa labra, ni se habían fijado por escrito todas las cuestiones relativas a la justicia, sino que antiguamente sus reyes dic- 1 Lucio Lucrecio y Tito Veturio Gémino. 2 La palabra usada por Dionisio es isegoría, que literalmente signifi ca «igualdad en el uso de la palabra», pero parece que la emplea en la acepción más general de «igualdad de derechos». Otros términos utiliza dos en este libro para expresar la misma idea son: isonomía (35, 5) «igual dad de leyes» e isotimía (30, 4) «igualdad de privilegios». 8 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA taban justicia a quienes lo solicitaban, y lo decretado por ellos eso era ley. Cuando terminó el gobierno de los reyes, la facultad de administrar justicia, además de las otras fun ciones de los monarcas, recayó sobre ios cónsules anuales, y ellos eran los que determinaban lo que era justo para quienes litigaban sobre cualquier asunto. La mayoría de estas decisiones eran acordes con las costumbres de los ma gistrados, designados para este cargo debido a su rango social3. De todas formas, unas pocas resoluciones estaban recogidas en libros sagrados y tenían fuerza de ley, aunque los patricios eran los únicos que las conocían por sus es tancias en la ciudad, y en cambio la mayoría de la gente, comerciantes y labradores que bajaban a la ciudad muy es porádicamente para los mercados, todavía las desconocía. El primero que intentó introducir este régimen político igualitario fue Cayo Terencio4, que fue tribuno el año an terior; pero se vio obligado a dejar el asunto inconcluso, debido a que la plebe estaba en los campamentos y los cónsules retuvieron sus ejércitos convenientemente en tierra enemiga hasta que concluyó el período de su mandato. Entonces, Aulo Virginio y los demás tribunos se hicieron cargo del asunto y . , quisieron llevarlo adelante. Pero para queportentos esto no ocurriera ni se vieran obligados a gobernar según unas leyes, los cónsules, el Senado y los restantes ciudadanos de mayor influencia en la ciudad se dedicaron a maquinar todo tipo de ardides. Hubo muchas sesiones del Senado, asambleas continuas y toda clase de tentativas entre los magistrados, por lo que era evidente para todos que una gran e irreparable desgra- 3 En un estado aristocrático, a los magistrados, por pertenecer a la clase superior, se les suponía una virtud innata. 4 T ito Livio (III, 9) da el nombre como C. Terentilio Harsa. LIBRO X 9 cia iba a caer sobre la ciudad, a consecuencia de este en frentamiento. A estas reflexiones humanas se unió también el temor a los portentos divinos que sobrevinieron, algunos de los cuales no se encontraban conservados ni en los ar chivos públicos ni en ningún otro recuerdo. Respecto a todos los relámpagos que aparecían en el cielo, resplando res de fuego que permanecían sobre un lugar, ruidos de la tierra y continuos temblores, apariciones de espectros de distintas formas flotando en el aire, sonidos que perturba ban la mente de los hombres y todo lo que ocurría de igual naturaleza, se descubría que, más o menos, había su cedido también alguna vez en el pasado. Sin embargo, un portento que desconocían —del que todavía no habían oído hablar— y que más les había inquietado fue el siguiente: del cielo cayó sobre la tierra una gran nevada que no traía nieve sino trozos de carne, unos más grandes y otros más pequeños. Muchos de éstos eran atrapados en el aire por bandadas de aves de todo tipo que los cogían en sus picos mientras volaban; en cambio, los que caían a tierra, tanto en la ciudad misma como en los campos, permanecían allí tirados durante mucho tiempo sin cambiar de color, como trozos de carne que se conservan viejos, sin corromperse y sin desprender ningún mal olor. Los adivinos locales eran incapaces de interpretar este prodigio; pero en los oráculos sibilinos se había encontrado que la ciudad se vería envuel ta en un combate por su libertad después de que enemigos extranjeros entraran dentro de sus murallas, y que al co mienzo de la guerra contra los extranjeros habría una re vuelta civil que era preciso que apartaran de la ciudad en sus inicios, y alejaran los peligros suplicando a los dioses con sacrificios e invocaciones: así serian superiores a sus enemigos. Cuando se dio a conocer esto a la multitud, en primer lugar quienes desempeñaban esa función ofrecieron 10 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA sacrificios a los dioses tutelares que conjuran los males; después, se reunió el Senado en la sala del consejo, estan do también presentes los tribunos de la plebe, y trataron sobre la seguridad y la salvación de la ciudad. Pues bien, todos estaban de acuerdo Los tribunos en poner fin a las mutuas querellas y se- hacen una -r un ^njCo crjterio en lo relativo a los propuesta de ley asuntos publicos, como aconsejaban los oráculos. Pero el modo de conseguirlo y quiénes serían los primeros en ceder ante los otros en el punto de fricción para terminar con las disensiones, esto no les resultó tarea fácil; pues los cónsules y los dirigentes del Senado declaraban que los tribunos de la plebe, al pro poner nuevas medidas políticas y pretender abolir la hono rable constitución tradicional, eran los responsables de la revuelta. Los tribunos, por su parte, decían que ellos no pretendían nada injusto ni perjudicial queriendo implantar una buena legislación e igualdad de derechos, y añadían que los cónsules y los patricios debían ser los culpables de la sedición por incrementar la codicia y el desprecio hacia las leyes, e imitar las costumbres de los tiranos. Estas co sas y otras semejantes se dijeron unos y otros durante mu chos días, y el tiempo pasaba en vano; mientras tanto, en la ciudad no se resolvía ninguno de los asuntos privados ni públicos. Como no se conseguía nada provechoso, los tribunos desistieron de aquellos argumentos y acusaciones que hacían contra el Senado y, convocando a la multitud a una asamblea, prometieron al pueblo llevar una propues ta de ley en defensa de sus peticiones. La asamblea aprobó el proyecto y, sin demorarse más, leyeron la ley preparada, cuyos puntos principales eran los siguientes: que en una asamblealegal fueran elegidos por el pueblo diez hombres, los más ancianos y prudentes, los de mayor reputación por LIBRO X 11 su honor y buena fama; que éstos redactaran las leyes refe rentes a todas las cuestiones, tanto públicas como privadas, y las presentaran ante el pueblo; y que las leyes que iban a ser formuladas por ellos debían estar expuestas en el Foro para los magistrados que fueran elegidos cada año y para los particulares, como una delimitación de los mu tuos derechos. Después de proponer esta ley, los tribunos dieron una oportunidad a quienes quisieran criticarla, fi jando para ello el tercer día de mercado. Fueron muchos y no los más insignificantes de los senadores, ancianos y jóvenes, los que criticaron la ley, exponiendo argumentos, fruto de mucha dedicación y preparativos; y esto duró mu chos días. Después, los tribunos, indignados por la pérdida de tiempo, ya no dieron ninguna oportunidad de hablar a los que censuraban la ley, sino que, fijando un día en el que la ratificarían, exhortaron a los plebeyos a que asis tieran en masa diciéndoles que ya no serían molestados con largas disertaciones, sino que por tribus darían su voto re ferente a la ley. Con estas promesas disolvieron la asam blea. Después de esto, los cónsules y los pa tricios más influyentes, dirigiéndose a los tribunos, les atacaron con más dureza, di ciendo que no les permitirían proponer le yes cuando no hubieran sido precedidas por una deliberación en el Senado; pues las leyes eran pac tos de las ciudades concernientes a toda la comunidad y no a una parte de sus habitantes. Y declaraban que el co mienzo de la ruina más perniciosa, irreparable e indigna tanto para las ciudades como para los hogares, es el mo mento en que los peores legislan para los mejores. «¿Qué poder, dijeron, tenéis vosotros, tribunos, para introducir o derogar leyes? ¿No recibisteis del Senado este cargo bajo Dura oposición de tos patricios a los tribunos de la plebe 12 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA unas condiciones establecidas? ¿No pedisteis que los tribu nos ayudaran a los pobres que fueran objeto de ofensa o violencia y no se ocuparan de ninguna otra cosa? Pues bien, incluso si antes teníais algún poder que habíais conse guido presionándonos no con entera justicia —pues el Se nado cede ante cada avance vuestro— ¿no lo habéis perdi do también ahora con el cambio de vuestros comicios? ? Pues ni un decreto del Senado os designa ya para la ma gistratura, ni las curias participan en vuestras votaciones, ni se ofrecen a los dioses los sacrificios previos a vuestros comicios, que por ley debían celebrarse, ni se lleva a cabo ningún otro acto piadoso a los ojos de los dioses ni justo para los hombres en lo relativo a vuestra magistratura. Así pues, ¿qué participación podéis tener todavía de los ritos sagrados y cosas que exigen veneración, una de las cuales es la ley, vosotros que habéis negado todas las leyes?». Es to era lo que decían a los tribunos los patricios más ancia nos y los jóvenes, yendo por la ciudad en grupos organiza dos. A los plebeyos más favorables intentaban ganárselos en reuniones amistosas, y a los más reacios y turbulentos los atemorizaban con amenazas de peligros si no actuaban con sensatez. En cambio, a los más pobres y marginales, para quienes la preocupación por los asuntos públicos era nula en comparación con sus intereses particulares, los echaban del Foro golpeándolos como a esclavos. Pero el que más seguidores tenía y el Los tribunos de mayor influencia de los jóvenes de en- llevan a juicio tonces era ç es5n Quincio, hijo de Lucio a un joven aristócrataή Quincio, llamado Cincinato, de linaje ilus tre y género de vida no inferior al de na die, el más hermoso de los jóvenes por su aspecto, el más 5 Véase IX 4!, 2 ss. y 49, 5. 6 Para capítulos 5-8, 4, véase Livio, III II, 6-13, 10. LIBRO X 13 brillante de todos en las artes de la guerra y bien dotado por naturaleza para hablar. En esa época, se extendía en invectivas contra los plebeyos no escatimando palabras pe nosas de oír para hombres libres, ni absteniéndose de los hechos que acompañan a las palabras. Los patricios le te nían en mucha estima por esto y le pedían que siguiera en su temible actitud, prometiendo ofrecerle impunidad. En cambio, los plebeyos le odiaban más que a ningún otro hombre. Los tribunos, en primer lugar, decidieron desha cerse de él, con la finalidad de atemorizar al resto de ios jóvenes y obligarles a ser sensatos. Después de tomar esta decisión y tener preparados argumentos y numerosos testi gos, le llevaron a juicio bajo la acusación de crimen contra el Estado y pidieron la pena de muerte. Cuando le ordena ron que se presentara ante el pueblo porque había llegado el día que fijaron para el juicio, convocaron una asamblea y expusieron numerosos argumentos contra él, relatando to das las acciones violentas que había llevado a cabo contra los plebeyos, y presentaron como testigos a sus víctimas. Pero cuando le concedieron la palabra, el propio joven lla mado para defenderse no compareció a declarar, sino que pidió dar una satisfacción de acuerdo con la ley ante los mismos particulares por aquellos delitos por los que le acusaban, y que el juicio se llevara a cabo en presencia de los cónsules. Sin embargo, su padre, viendo que los plebe yos estaban indignados por la arrogancia del joven, inten taba defenderle explicando que la mayoría de las cosas eran falsas e inventadas premeditadamente contra su hijo; y todo lo que no podía negar decía que eran cosas insig nificantes, sin importancia y que no merecían la cólera de la gente, además de que no se habían hecho con premedi tación o insolencia, sino por presunción juvenil, por causa de la cual resultó que había hecho muchas cosas irreflexi- 14 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA vas en querellas, y quizá también había sufrido otras mu chas, ya que no estaba ni en el mejor momento de su vida ni en la edad ideal para la sensatez. Y pidió a los plebeyos no sólo que no guardaran resentimiento por las faltas que había cometido contra unos pocos, sino también que le es tuvieran agradecidos por los servicios que les había presta do en las guerras haciendo bien a todos, consiguiendo li bertad para los particulares y hegemonía para su patria; y pedía para sí mismo, si en algo había errado, compren sión y ayuda de la mayoría. Y enumeró minuciosamente las campañas militares y los combates por los que había recibido distinciones y coronas de sus generales, a cuántos ciudadanos había protegido en las batallas y cuántas veces había subido el primero las murallas de los enemigos. Al final, terminó con lamentaciones y súplicas, y apelando a su propia moderación para con todos y a su modo de vi da que, aseguraba, estaba limpio de toda mancha, pidió un solo favor del pueblo: que le conservaran a su hijo. El pueblo se complació mucho con sus palabras y esta ba dispuesto a entregar el muchacho a su padre. Pero Vir ginio, viendo que si aquel no pagaba la pena, la osadía de los jóvenes petulantes sería insoportable, se levantó y dijo: «Respecto a ti, Quincio, no sólo están atestiguados todos tus otros méritos, sino también tu buena disposición hacia los plebeyos, por lo cual se te han otorgado hono res. Pero la soberbia del muchacho y su arrogancia hacia todos nosotros no admite ninguna súplica o perdón; él, que fue educado en tus normas de conducta, tan democrá ticas y moderadas, como todos sabemos, despreció tus há bitos, prefirió la insolencia tiránica y un orgullo propio de hombres bárbaros, e introdujo en nuestra ciudad una ad miración por los actos innobles. Pues bien, si siendo así él, te pasó inadvertido, ahora que te has enterado, sería LIBRO X 15 justo que te indignaras en nuestro nombre; pero si eras su cómplice y le ayudabas en ios ultrajes que cometía contra la desdichada fortuna de los ciudadanos pobres, entonces tú también eras un infame, y la fama de conducta inta chableno te corresponde en justicia. Sin embargo, yo pue do atestiguar en tu favor que desconocías que él fuera in digno de tu condición. De todas formas, aunque te declaro inocente de haber colaborado con él en los daños que nos causó entonces, te reprocho que ahora no participes de nuestra indignación. Y para que conozcas mejor qué gran 4 infame para la ciudad has criado sin darte cuenta, qué cruel, tiránico y ni siquiera limpio del asesinato de ciuda danos, escucha su ambiciosa actuación y compárala con sus distinciones en las guerras. Y cuantos de vosotros os compadecisteis justamente ante las lamentaciones de este hombre, considerad si es correcto para vosotros que ten gáis clemencia con un ciudadano semejante». Después de decir esto, hizo levantar a Marco Volscio, 7 uno de sus colegas, y le pidió que contara lo que sabía del joven. Cuando hubo silencio y una gran expectación por parte de todos, Volscio, aguardando un poco, dijo: «Yo más bien hubiera querido, ciudadanos, recibir de este hombre una satisfacción privada, que la ley me concede, por haber sufrido cosas terribles y mucho más que terri bles; pero como no pude conseguirlo a causa de la pobre za, de la falta de influencia y de ser uno entre muchos, ahora que tengo la posibilidad, tomaré el papel de testigo, ya que no de acusador. Escuchad qué cosas tan crueles e irreparables he padecido. Yo tenía un hermano, Lucio, al 3 que quise más que a todos los hombres. Él y yo cenába mos juntos en casa de un amigo y después de la cena, ai llegar la noche, nos levantamos y nos fuimos. Cuando ha bíamos atravesado el Foro, nos encontramos casualmente 16 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA con Cesón, aquí presente, que iba cantando y bailando con otros jóvenes insolentes. Ellos, al principio, se mofaron de nosotros y nos insultaron, como jóvenes borrachos y arro gantes a otros humildes y pobres; y cuando nos indigna mos con ellos, Lucio le habló francamente a este hombre. Pero Cesón, aquí presente, considerando deshonroso haber escuchado algo que no quería, corrió hacia él, y golpeán dole, pisándole y dando todo tipo de muestras de crueldad y violencia, le mató. Cuando yo empecé a gritar y a defen derme con todas mis fuerzas, soltó a aquel que yacía ya muerto, empezó a pegarme y no cesó hasta que me vio tendido en tierra inmóvil y sin voz y creyó que estaba muerto. Después, se marchó satisfecho como si hubiera realizado una bonita acción; en cuanto a nosotros, algunas personas que llegaron poco después nos cogieron cubiertos de sangre y nos llevaron a casa, a mi hermano Lucio muer to, como dije, y a mí medio muerto y con pocas esperan zas de vida. Esto ocurrió durante el consulado de Publio Servilio y Lucio Ebucio, cuando se declaró una gran peste en la ciudad y nosotros dos la cogimos. Pues bien, enton ces no me era posible pedir justicia contra él, puesto que ambos cónsules habían muerto. Después, cuando accedie ron al cargo Lucio Lucrecio y Tito Veturio, yo quería lle varle a juicio pero me vi imposibilitado por la guerra, ya que los dos cónsules habían dejado la ciudad. Cuando re gresaron de la campaña militar, le convoqué muchas veces ante la magistratura, y siempre que me acercaba a él (esto lo saben muchos ciudadanos), me golpeaba. Esto es lo que he sufrido, plebeyos, y os lo he contado con toda sinceri dad». Después de hablar así, se levantó un griterío entre los presentes y muchos sintieron el impulso de tomarse la justi cia por su mano. Pero los cónsules y la mayoría de los LIBRO. X 17 tribunos lo impidieron, deseando que no se introdujera en la ciudad una costumbre perniciosa. Y, por otro lado, es taba la gente más honorable del pueblo que no quería pri var de la palabra a quienes se debatían por sus vidas. En tonces el respeto por la justicia contuvo el impulso de los más atrevidos, y el proceso tuvo un aplazamiento, surgien do un conflicto no pequeño y un debate relativo al encau sado, sobre si había que custodiarlo mientras tanto en pri sión o bien ofrecer garantes de su regreso, como el padre pedía. El Senado se reunió y decidió que la persona que dara libre hasta el juicio, previo pago de una fianza. Al día siguiente, los tribunos convocaron a la plebe y, faltan do el muchacho al juicio, ratificaron su voto contra él y exigieron a los fiadores, que eran diez, el dinero acordado para el regreso del joven. Cesón, habiendo caído víctima de un complot semejante, pues los tribunos habían maqui nado todo y Volscio había atestiguado en falso, como se vio claro con el tiempo, se marchó al exilio a Tirrenia. Su padre vendió la mayor parte de su hacienda y devolvió el dinero convenido por los fiadores, quedándole solamente un pequeño terreno al otro lado del río Tiber, donde había una humilde cabaña; y allí, trabajando la tierra con unos pocos esclavos, llevaba una vida penosa y miserable por el dolor y la pobreza, sin ver la ciudad ni saludar a sus amigos, sin asistir a fiestas ni participar de ningún otro placer. A los tribunos7, sin embargo, les ocurrió todo lo contrario de lo que esperaban; pues la ambición de los jó venes no sólo no cesó, reprimida por la desgracia de Ce són, sino que llegó a ser mayor y más intransigente luchan do contra la ley con palabras y con actos, de modo que a los tribunos ya no les fue posible conseguir nada pues 7 Véase Livio, III 14. 18 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA habían gastado el tiempo de su mandato en este asunto. Sin embargo, el pueblo, al año siguiente, los eligió de nue vo para el cargo. , . Cuando Publio Valerio Publicola y Artimaña de los tribunos Cay° Claudio Sabino recibieron el poder para atemorizar consular, un peligro como ningún otro a la población8 hasta entonces cayó sobre Roma, proce dente de una guerra de un pueblo extran jero9, que la disensión civil introdujo dentro de las mura llas, como predecían los oráculos sibilinos y los presagios de la divinidad habían profetizado el año anterior ¡0. Ex plicaré la causa por la que empezó la guerra y la actua ción de los cónsules en esa contienda. Los que habían asu mido el tribunado por segunda vez con la esperanza de ratificar la ley, viendo, por una parte, que uno de los cón sules, Cayo Claudio, tenía un odio innato contra los plebe yos heredado de sus antepasados y que estaba dispuesto a impedir el asunto por cualquier medio, por otra, que los jóvenes con mayor influencia habían llegado a una desespe ración tan evidente que no era posible vencerlos por la vio lencia, y, sobre todo, viendo que la mayor parte del pueblo cedía a las adulaciones de los patricios y ya no mostraba el mismo celo por la ley, decidieron seguir un camino más audaz para sus planes, por medio del cual dejarían atónitos al pueblo y fuera de juego al cónsul. En primer lugar, hi cieron que se propagaran todo tipo de rumores por la ciu dad; después, se sentaron en el Consejo desde el amanecer de forma notoria y estuvieron durante todo el día sin dar parte a nadie de fuera ni de sus acuerdos ni de sus conver saciones. Cuando les pareció que era el momento oportuno 8 Para capítulos 9-13, véase Livío III 15, 1-3. 9 Ataque de los sabinos. Véase capítulos 14 y ss. !° véase capítulo 2, 5. LIBRO X 19 para realizar lo acordado, inventaron unas cartas e hicieron que les fueran entregadas por un hombre desconocido cuan do estuvieran sentados en el Foro. Después de leerlas, se levantaron golpeando sus frentes y con la mirada baja. Cuando una gran multitud acudió en tropel sospechando que alguna grave desgracia estaba escrita en las cartas, ellos pidieron silencio por medio de un heraldo y dijeron: «Ciudadanos, vuestros plebeyos están en el más grave peli gro; y si los dioses no hubieran previsto alguna benevolen cia hacia los que iban a sufrir injusticia, todos habríamos caído en terribles desgracias. Os pedimos que aguardéis un poco de tiempo, hasta que comuniquemos al Senado las noticias y hagamos lo conveniente de común acuerdo». Después de decir esto,se marcharon hacia los cónsules. Mientras el Senado estaba reunido, en el Foro se oían mu chas conversaciones de todo tipo; unos, premeditadamen te, hablaban en grupos, siguiendo las consignas prescritas por los tribunos, y otros comentaban aquellas cosas que más habían temido que ocurrieran, pensando que era lo que les había sido anunciado a los tribunos. Uno decía que los ecuos y los volscos habían acogido a Cesón Quin cio, el condenado por el pueblo, lo habían elegido general de ambos pueblos con plenos poderes y que iba a marchar contra Roma con numerosas fuerzas reunidas. Otro decía que por un acuerdo común entre los patricios, ese hombre iba a ser traído de nuevo por fuerzas extranjeras, para que la salvaguarda de los plebeyos quedara anulada entonces y en el futuro. Otro decía que no eran todos los patricios los que habían tramado esto, sino sólo los jóvenes. Algu nos se atrevían a decir que ese hombre estaba ya oculto dentro de la ciudad y que iba a apoderarse de los lugares más ventajosos. Cuando toda la ciudad estaba sacudida por la expectativa de las desgracias y todos sospechaban 20 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA y se guardaban unos de otros, los cónsules convocaron al Senado, y los tribunos, acudiendo, dieron a conocer las noticias recibidas. El que habló en nombre de ellos fue Aulo Virginio y dijo lo siguiente: «Mientras nos parecía que no había ninguna certeza acerca de los peligros anunciados, sino que se trataba de dudo sos rumores y no había nada que los ga rantizara, no nos atrevíamos, senadores, a exponer públicamente las noticias sobre ellos, suponiendo que se producirían graves disturbios, co mo es natural en un momento de terribles rumores, y te miendo que os pareciera que habíamos tomado una deci sión más precipitada que sensata. Sin embargo, no olvida mos el asunto despreocupándonos, sino que por todos los medios posibles investigamos cuidadosamente la verdad. Y puesto que la divina providencia, por la cual es siempre salvada nuestra comunidad, actuando correctamente saca a la luz los planes ocultos y los propósitos impíos de los enemigos de los dioses; puesto que tenemos cartas que he mos recibido recientemente de extranjeros que demuestran su buena disposición hacia nosotros y cuyos nombres oiréis después; puesto que las declaraciones de aquí coinciden y están de acuerdo con las noticias de fuera y la situación estando ya en nuestras manos no admite dilación ni demo ra, antes de darlo a conocer al pueblo, decidimos comuni cároslo primero a vosotros, como es justo. Pues bien, sa bed que hay una conspiración tramada contra el pueblo por parte de varones conspicuos, entre los cuales se dice que hay incluso una pequeña parte de los más ancianos que componen este Senado, y la mayoría son caballeros de fuera de esta Cámara, pero todavía no es el momento de deciros quiénes son. Según nuestras noticias, van a ata- Los tribunos intentan convencer al Senado de la existencia de una conspiración LIBRO X 21 carnos mientras durmamos amparándose en una noche os cura, cuando no podamos ni prever nada de lo que ocurra ni reunimos para defendernos todos juntos; y, asaltando nuestras casas, van a degollarnos no sólo a los tribunos sino también a los otros plebeyos que alguna vez se han enfrentado a ellos en defensa de su libertad o se les pue den enfrentar en el futuro. Y cuando se hayan desembara- 5 zado de nosotros, creen que entonces ya con total seguri dad conseguirán de vosotros la abolición por unanimidad de los pactos que habéis hecho con el pueblo. Pero viendo que para sus planes necesitaban fuerzas extranjeras prepa radas en secreto, y no unas fuerzas moderadas, han elegido como jefe para sus propósitos a uno de vuestros desterra dos, Cesón Quincio, al cual, convicto de asesinatos de con ciudadanos suyos y de sedición en la ciudad, algunos de aquí le consiguieron que no pagara la pena y que saliera impune de la ciudad, y le han prometido el regreso además de ofrecerle cargos, honores y otras recompensas por su ayuda. Él, a su vez, les ha prometido traer un ejército 6 auxiliar de ecuos y volscos tan grande como necesiten. Y él mismo vendrá dentro de poco con los más atrevidos, in troduciéndoles en secreto en pequeños grupos y de forma dispersa; el resto de la fuerza, cuando nosotros, los líderes del pueblo, seamos destruidos, avanzará sobre la restante multitud de pobres, si es que algunos se empeñan en su libertad. Estas son las terribles e impías acciones que han i tramado a escondidas y que van a llevar a cabo, senado res, sin temer la cólera divina ni preocuparse de la indig nación humana». «Así pues, sacudidos entre tantos peligros, venimos a 11 suplicaros, padres, encomendándonos a los dioses y divini dades a los que sacrificamos en común, y recordando las numerosas y grandes batallas que mantuvimos a vuestro 22 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA lado, que no permitáis que padezcamos estos crueles e im píos actos a manos de nuestros enemigos, sino que nos so corráis y os indignéis con nosotros ayudándonos a imponer el castigo merecido a los que han tramado esto, preferente mente a todos, pero si no, al menos a los cabecillas de esta criminal conspiración. Lo primero de todo, os pedi mos, senadores, que votéis la medida que es más justa: que la investigación de los asuntos revelados corra a cargo de nosotros, los tribunos; pues, aparte de lo justo de la petición, forzoso es que las investigaciones más rigurosas sean las que hagan aquellos que corren peligro en sus mis mas personas. Pero si algunos de vosotros no están dis puestos a favorecemos en nada, sino que se oponen a to dos los que hablan en nombre del pueblo, me gustaría preguntarles cuál de nuestras peticiones les molesta y de qué piensan convenceros. ¿Acaso de no hacer ninguna in vestigación y desentenderse de la conspiración tan tremen da e infame que se está tramando contra el pueblo? Y ¿quién podría afirmar que los que hablan así tienen buenas intenciones, y no están corrompidos también, son cómpli ces de la conjuración, y además, por estar temerosos de ser descubiertos, se empeñan en impedir la investigación de la verdad? A éstos, sin duda, les prestaríais atención injustamente. ¿O pedirán que no nos encarguemos noso tros de la indagación de estas noticias, sino el Senado y los cónsules? Y siendo así, ¿qué es lo que impedirá este mismo planteamiento si se da el caso de que algunos ple beyos, levantándose contra los cónsules y el Senado, pla neen la disolución de esta Cámara, y entonces los líderes del pueblo digan que es justo que la investigación acerca de los plebeyos corra a cargo de quienes han asumido la defensa del pueblo? Pues bien, ¿qué ocurrirá como conse cuencia de esto?: que no habrá nunca ninguna averiguación LIBRO X 23 sobre ningún asunto secreto. Pero ni nosotros nunca pedi ríamos esto (pues el celo de partido es sospechoso) ni vo sotros actuaríais rectamente prestando atención a quienes tienen las mismas pretensiones contra nosotros, sino que deberíais considerarles enemigos comunes de la ciudad. Por otro lado, senadores, en estas circunstancias nada es tan necesario como la rapidez; pues el peligro es grave y la demora relativa a nuestra seguridad es improcedente en medio de unos peligros que no se van a demorar. De mo do que, dejando a un lado las disputas y los largos discur sos, votad ya lo que ós parezca conveniente para la comu nidad». Después de hablar así, un gran estu- Respuesta de Por y perplejidad se apoderó del Senado. los cónsules Estuvieron considerando y hablando en- a los tribunos tre ellos de la dificultad de cada una de las dos posibilidades, el permitir o no permitir a los tribunos que hicieran investigaciones por su cuenta sobre un asunto de común interés y gran importan cia. Y uno de los cónsules, Cayo Claudio, sospechando de sus intenciones, se levantó y habló así: «No temo, Virginio, que estos hombres piensen que soy cómplice dela conjuración que decís que se está tramando contra vosotros y contra el pueblo, y que temiendo por mí mismo o porque alguno de los míos es culpable de es tas acusaciones, me he levantado a proponer lo contrario a vuestras demandas; pues mi modo de vida me libera de todo tipo de sospechas. Pero lo que considero que convie ne tanto al Senado como al pueblo, lo diré seriamente y sin ningún temor. Me parece que Virginio está muy equi vocado, o más bien, totalmente, si se ha imaginado que alguno de nosotros va a decir que hay que dejar sin inves tigar un asunto de tanta envergadura y necesidad, o que 24 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA no es preciso que los que ostentan el poder del pueblo to men parte ni estén presentes en la investigación. Ninguno es tan insensato o tan malévolo con el pueblo como para decir esto. Pues bien, por si acaso alguien me preguntara qué me ocurre para levantarme y oponerme a estas medi das con las que estoy de acuerdo y afirmo que son justas, y qué intención tienen mis palabras, ¡por Júpiter! yo os lo voy a decir. Creo, senadores, que es preciso que hom bres prudentes examinen rigurosamente los comienzos y los puntos esenciales de cualquier medida; pues según como sean éstos, así es forzoso que sean también las conversa ciones sobre ello. Entonces, escuchadme cuál es el funda mento de esta medida y cuál es la intención de los tribu nos. No les iba a ser posible llevar a cabo ahora nada de lo que se propusieron hacer el año pasado y les fue impe dido, si vosotros os oponíais a ellos como antes y el pue blo ya no les apoyaba de la misma manera. Pues bien, sa biendo esto, consideraban la manera de que vosotros os vierais obligados a ceder ante ellos contra vuestra voluntad y que el pueblo colaborara en todo lo que ellos pidieran. Como no encontraban una base verdadera y justa para ha cer posibles estas dos cosas, intentando muchos planes y dando vueltas arriba y abajo al asunto, finalmente llegaron al siguiente razonamiento: «Acusemos a algunos persona jes ilustres de estar conspirando para destruir al pueblo y de haber decidido degollar a quienes le ofrecen seguridad. Y después de haber procurado que se comente esto por la ciudad durante mucho tiempo, cuando ya a la mayoría le parezca fidedigno —y le parecerá por temor— hagamos que un hombre desconocido nos entregue unas cartas en presencia de mucha gente. Después, yendo al Senado, entre indignación y lamentos pidamos el derecho a investigar las noticias. Si los patricios se nos oponen, aprovecharemos LIBRO X 25 este pretexto para indisponerlos con el pueblo, y así, toda la plebe, enfurecida contra ellos, estará dispuesta a colabo rar con nosotros en lo que queramos. Si, por el contrario, están de acuerdo, expulsemos a los de más noble linaje y que más se nos han enfrentado, no sólo ancianos sino tam bién jóvenes, como si hubiéramos descubierto que son los responsables de las imputaciones. Y ellos, entonces, por temor a las condenas, o llegarán al acuerdo de no oponér senos más, o se verán obligados a abandonar la ciudad. De esta forma, haremos una gran limpieza de adversarios». «Éstos eran sus planes, senadores, y en el intervalo de tiempo que los veíais reunirse en sesiones, este engaño era tramado por ellos contra los mejores de vosotros, y esta urdimbre estaba siendo tejida contra los más nobles caba lleros. Y necesito muy pocas palabras para demostrar que esto es verdad. Veamos, decidme, Virginio y los que vais a padecer estas desgracias, ¿de qué extranjeros recibisteis las cartas? ¿dónde viven? ¿de qué os conocen o cómo se enteran de lo que se discute aquí? ¿por qué dais largas y prometéis que diréis sus nombres después en vez de decirlo antes? ¿quién es el hombre que os entregó las cartas? ¿por qué no lo traéis aquí delante de todos, para que empece mos en primer lugar a indagar a través de él si esto es verdad, o, como yo afirmo, son invenciones vuestras? Y las informaciones de gente de aquí que coinciden con las car tas extranjeras, ¿cuáles son y de quiénes proceden? ¿por qué ocultáis las pruebas en vez de sacarías a la luz? Pero creo que de cosas que no han existido ni existirán es impo sible encontrar una prueba. Éstas son indicaciones no de una conspiración contra ellos, sino de un engaño y mala intención contra vosotros, que ellos han mantenido en se creto, pues los hechos hablan por sí solos. Pero vosotros sois los responsables por haberles otorgado las primeras 26 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA concesiones y haber reforzado lo insensato de su magistra tura con un gran poder, cuando permitisteis que el año pasado juzgaran a Cesón Quincio por acusaciones falsas, y consentisteis que tan gran baluarte de la aristocracia fue ra destruido por ellos. Así pues, ya no se moderan ni ani quilan a los nobles de uno en uno, sino que acorralando a todos los aristócratas a la vez intentan expulsarlos de la ciudad. Y aparte de todas las otras infamias, no sólo pre tenden que ninguno de vosotros se les oponga, sino que además haciendo recaer sobre él sospechas y calumnias co mo si fuera cómplice de los planes secretos, quieren atemo rizarle y rápidamente afirman que es un enemigo del pue blo y le ordenan que venga ante la asamblea a pagar la pena por los delitos que se le han imputado aquí. Pero otro momento más oportuno habrá para hablar de este asunto; por ahora cortaré mi disertación y dejaré de exten derme más, aconsejándoos que os guardéis de estos hom bres como agitadores de la ciudad y portadores de gérme nes de grandes desgracias. Y esto no lo digo sólo aquí y en cambio ante el pueblo intentó ocultarlo, sino que tam bién allí emplearé una justa franqueza explicándoles que ninguna desgracia les amenaza excepto que unos malévolos y engañosos cabecillas, bajo apariencia de amigos están rea lizando acciones propias de enemigos». Cuando el cónsul hubo dicho esto, se produjo un grite río y una gran aclamación por parte de los presentes, y sin conceder ya la palabra a los tribunos, disolvieron la reunión. Después, Virginio convocó una asamblea y acusó al Senado y a los cónsules, y Claudio los defendía expo niendo los mismos argumentos que había dicho en el Sena do. Los más moderados de los plebeyos sospechaban que el miedo era infundado, pero los más simples, confiando en los rumores, creían que era real. Y entre ellos, cuantos LIBRO X 27 eran malintencionados y estaban siempre deseosos de cam bio, no tenían el propósito de investigar la verdad o la mentira, sino que buscaban un pretexto de disensión y re vuelta. Cuando la ciudad se encontraba en 14 tal confusión, un hombre del pueblo de los sabinos, de padres no desconocidos y poderoso por su riqueza, de nombre Apio Herdonio, ansiaba derrocar la hegemonía de los romanos, ya con la idea de prepararse una tiranía para sí mismo o de conseguir soberanía y poder para el pueblo de los sabinos o porque quisiera ser digno de un gran renombre. Después de comunicar su idea a muchos de sus amigos y de explicarles la forma de llevarla a cabo, como ellos estaban de acuerdo, reunió a sus clientes y a los más atre vidos de sus servidores, y en poco tiempo pudo disponer de una fuerza de cuatro mil hombres aproximadamente. Cuando hubo preparado armas, provisiones y todas las de más cosas necesarias para una guerra, los embarcó en bar cos fluviales y, navegando a través del Tiber, atracó en 2 esa parte de Roma donde está el Capitolio, que no dista ni un estadio completo del río 12. Era entonces mediano che y había una gran tranquilidad en toda la ciudad; con esta ventaja, desembarcó a los hombres con rapidez y a través de la puerta que estaba abierta (pues hay una puer ta sagrada del Capitolio, llamada Carmental que se de ja abierta por prescripción de algún oráculo) hizo subir a 11 Para capítulos 14-16, véase Livio, III 15, 4-18, 11. 12 El estadio griego equivale a 600 pies (177,6 m.). El estadio roma no —la octava parte de una milla— era de 185 m. 13 Porla ninfa Carmenta. Véase I, capítulos 31, 32, y Eneida VIII 338 y ss. Golpe fallido de los sabinos para acabar con la hegemonía romana 11 28 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA sus tropas y tomó la fortaleza. Desde allí se lanzó hacia la ciudadela, que lindaba con el Capitolio, y también se apoderó de ella. Su idea era, después de haber tomado los lugares más ventajosos, acoger a los desterrados, invitar a los esclavos a la libertad, prometer a los necesitados la abolición de las deudas y hacer partícipes de las ganancias a los demás ciudadanos que, siendo de humilde condición, envidiaban y odiaban a las autoridades y habrían aceptado contentos un cambio. La esperanza que le inducía a con fiar y a la vez le engañaba en su idea de que no fracasaría en ninguna de sus expectativas, era la disensión civil, por la que suponía que ya no sería posible ninguna amistad ni comunicación entre el pueblo y los patricios. Y si acaso nada de esto le saliera según sus planes, entonces había decidido llamar a los sabinos con todo su ejército, a los volscos y a los demás vecinos que quisieran ser liberados de la odiosa autoridad de los romanos. Sin embargo, ocurrió que todas sus esperanzas le falla ron, pues ni los esclavos se pasaron a su bando, ni los exi liados regresaron, ni los proscritos y endeudados buscaban su ganancia particular a cambio del bien común, y la ayu da exterior no tuvo tiempo suficiente para los preparativos de la guerra, pues en tres o cuatro días completos el asun to había llegado a su fin, después de causar a los romanos un gran temor y mucha confusión. Cuando fueron toma das las fortalezas, se produjo de repente un griterío y una huida de los que habitaban alrededor de aquellos lugares, excepto los que fueron muertos inmediatamente; y la ma yoría, desconociendo cuál era el peligro, cogieron las armas y corrieron juntos, unos hacia los lugares elevados de la ciudad, otros hacia los lugares abiertos, que eran muy nu merosos, y otros hacia las llanuras próximas. Aquellos que estaban debilitados por su edad y carecían de fuerza cor- LIBRO X 29 poral, ocuparon los tejados de las casas junto con las mu jeres para luchar desde allí contra los atacantes, pues les parecía que toda la ciudad era una batalla. Pero cuando se hizo de día y se supo que los lugares fuertes de la ciu dad habían sido tomados y quién era el hombre que se había apoderado de esos lugares, los cónsules acudieron al Foro y llamaron a los ciudadanos a las armas. Los tribu nos, por su parte, convocaron al pueblo a una asamblea y dijeron que no pretendían hacer nada contrario a los intereses de la ciudad, pero pensaban que era justo que el pueblo que iba a afrontar tan gran combate, marchara ha cia el peligro con ciertas condiciones fijadas. «Si en efecto —dijeron— los patricios os prometen y están dispuestos a daros garantías bajo juramento de que cuando termine esta guerra os permitirán nombrar legisladores y gozar de igual dad de derechos políticos en el futuro, ayudémosles a libe rar la patria. Pero si no pretenden hacer ninguna de estas cosas razonables, ¿por qué tenemos que correr peligro y sacrificar nuestras vidas por ellos cuando no vamos a sacar ningún beneficio?». Al hablar estos así, el pueblo se con venció y no aguardó a escuchar ni una palabra de los que aconsejaban cualquier otra cosa; entonces Claudio dijo que no estaba dispuesto a solicitar una alianza tal que no iba a ayudar a la patria de forma voluntaria sino por una re compensa, y ésta, ni siquiera moderada; sin embargo, dijo que los patricios por su parte, armados ellos mismos, con los clientes que les acompañaran y con alguna otra parte del pueblo que quisiera ayudarles voluntariamente en la guerra, iban a sitiar la fortaleza. Pero si aun así, la fuerza no les pareciera suficiente, llamarían a los latinos y a los hérnicos, y si era necesario prometerían la libertad a los esclavos y convocarían a todos antes que a aquellos que les guardaban rencor en tales circunstancias. En cambio, el 30 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA otro cónsul, Valerio, se opuso a esto, no creyendo que fue ra necesario enemistar del todo a los plebeyos, ya irritados, contra los patricios, y aconsejaba ceder en esta ocasión y ordenar las medidas justas contra los enemigos de fuera y proponer moderación y sensatez frente a las pláticas de sus propios ciudadanos. Como a la mayoría de los sena dores les parecía que su consejo era el mejor, se presentó ante la asamblea, desarrolló un hermoso discurso y, al fi nal de su disertación, juró que si el pueblo ayudaba con ánimo en esta guerra y la situación de la ciudad se resta blecía, concedería a los tribunos que propusieran al pueblo el dictamen sobre la ley que intentaban introducir referente a la igualdad de derechos y se esforzaría para que se cum pliera la decisión del pueblo durante el período de su con sulado. Pero lo cierto es que estaba predestinado que no llevaría a término ninguna de estas promesas, pues la hora de su muerte estaba cerca. Disuelta la asamblea hacia el atarde cer, todos acudieron a los lugares señala- Defensa de dos> dieron sus nombres a los generales la ciudad ̂ ̂ ·,·*. r»y prestaron el juramento militar. Pues bien, aquel día y toda la noche siguiente estuvieron dedicados a esto, y al otro día los centuriones fueron asignados por los cónsules y colocados en los mojo nes sagrados, al tiempo que confluía también la multitud que vivía en los campos. Una vez que se dispuso todo con presteza, los cónsules dividieron las fuerzas y por sorteo repartieron los cargos. Entonces a Claudio la suerte le otor gó vigilar delante de las murallas, no fuera que se presenta ra algún ejército exterior en auxilio de los enemigos de dentro, pues a todos invadía la sospecha de un gran tumul to y temían que todos sus enemigos iban a caer a la vez sobre ellos. A Valerio, por su parte, la fortuna le asignó LIBRO X 31 sitiar las fortalezas. También fueron nombrados generales para ocupar los demás lugares defensivos que había dentro de la ciudad y para los caminos que conducen al Capitolio con objeto de impedir que los esclavos y los pobres se pa saran al enemigo, lo que temían más que cualquier otra cosa. Ninguna ayuda de los aliados les llegó pronto, ex cepto la de los tusculanos 14 que, la misma noche que se enteraron, prepararon una expedición que guiaba Lucio Mamilio, hombre emprendedor, que ocupaba entonces la primera magistratura en su ciudad. Éstos eran los únicos que compartían el peligro con Valerio y le ayudaron a con quistar las fortalezas demostrando una total entrega y entu siasmo. El ataque a las fortalezas se llevó a cabo desde todas partes; pues unos, ensartando a sus hondas recipien tes de betún y pez ardiendo los lanzaban desde las casas más próximas sobre las colinas; y otros, recogiendo broza seca y levantando altos montones junto a las partes escar padas del risco, les prendían fuego confiando las llamas a un viento favorable. Y los que eran más valientes, apre tándose en filas subían por los caminos que se habían he cho de forma artificial. Pero no les iba a reportar ningún beneficio la cantidad, que superaba en mucho a la de sus enemigos, ya que subían por un camino estrecho y lleno de rocas que les caían desde arriba, por lo que un grupo pequeño de hombres iba a resultar igual a uno numeroso. Ni su resistencia frente a los peligros, que poseían por ha berla ejercitado en muchas guerras, iba a suponer ninguna ventaja cuando se vieran obligados a abrirse un camino hacia elevadas atalayas, pues no se requería el valor y la firmeza de los combates cuerpo a cuerpo, sino la táctica de batallas con armas arrojadizas. Además, los impactos 14 Véase Livio, III 18, 1-7, 10. 32 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA de los proyectiles lanzados desde abajo a lugares altos eran débiles e ineficaces, aunque acertaran, como es natural; en cambio, los golpes de los arrojados de arriba abajo eran agudos y violentoscontribuyendo también su propio peso a la fuerza del tiro. Sin embargo, no se cansaban los que atacaban las murallas, sino que persistían sometidos a fuer tes dosis de peligros, no cesando sus penalidades ni de día ni de noche. Por fin, cuando ya Ies faltaban dardos a los sitiados y sus cuerpos estaban exhaustos, al tercer día ios romanos tomaron las fortalezas. En esta batalla perdieron muchos hombres valientes, y el mejor, como era reconoci do por todos, el cónsul; éste, después de recibir no pocas heridas, ni aun así se retiró del peligro, hasta que una roca enorme cayó sobre él cuando subía a la fortificación y le privó al mismo tiempo de la victoria y de la vida. Durante la toma de las fortalezas, Herdonio, que era distinguido por su fuerza corporal y su brazo valeroso, después de ha cer una matanza increíble a su alrededor, pereció bajo una multitud de dardos. Y de los que le acompañaban en la toma de las fortalezas, unos pocos fueron capturados vi vos, pero la mayoría de ellos se dio muerte o pereció preci pitándose por los acantilados. Teniendo este fin la guerra con los Lucio Quincio bandidos, los tribunos intentaban reani- Cincinato mar je nuevo la revuelta civil pretendien- es elegido consegUjr del cónsul sobreviviente las promesas que les había hecho Valerio, el muerto en la batalla, con respecto a la proposición de la ley. Pero Claudio durante algún tiempo estuvo demorando el asunto, unas veces con la realización de ritos expiatorios para la ciudad, otras, ofreciendo sacrificios de acción de 15 Véase Livio, Π1 19, 1-3. LIBRO X 33 gracias a los dioses y ganándose a la multitud por medio del disfrute en juegos y espectáculos. Cuando todas sus ex cusas se habían agotado, finalmente dijo que había que de signar otro cónsul para el puesto del que había muerto, pues las acciones llevadas a cabo por sí solo no serían le gales ni duraderas; en cambio, las realizadas por ambos serían legítimas y decisivas. Despachándoles con este pre texto, anunció un día para la asamblea electiva, en el que designaría a su colega. En ese intervalo, los dirigentes del Senado, por medio de deliberaciones secretas, acordaron entre ellos a quién iban a conceder el cargo. Y cuando lle gó el momento de la elección y el heraldo llamó a la pri mera clase, se presentaron en el lugar señalado las diecio cho centurias de jinetes y las ochenta de infantes, formadas por los de mayor fortuna, y nombraron cónsul a Lucio Quincio Cincinato, a cuyo hijo, Cesón Quincio, los tribu nos, después de entablarle un proceso en el que peligraba su vida, le habían obligado a abandonar la ciudad. Y cuan do todavía ninguna otra clase había sido llamada para vo tar (pues las centurias que habían votado superaban en tres a las que faltaban), el pueblo se marchó considerando una grave desgracia que un hombre que les odiaba fuera a ser dueño del poder consular. El Senado, por su parte, envia ba hombres a invitar al cónsul y conducirlo a su magistra tura. Sucedió que entonces Quincio estaba trabajando una tierra para la siembra, siguiendo él mismo a los bueyecillos que roturaban el barbecho, sin llevar túnica, solamente un pequeño taparrabos y un sombrero sobre la cabezal6. Al ver a una multitud de hombres que entraban en el campo, detuvo el arado y estuvo mucho tiempo sin saber quiénes 16 Compárese la descripción que hace Livra (III 26, 8 y ss.) de la vida humilde de Cincinato en el momento en que fue nombrado dictador. Véase también infra capítulo 24, 1, 2. 34 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA eran y qué venían a pedirle; entonces, cuando alguien co rrió hacia él y le exhortó a que se adecentara más, entró en la cabaña y después de vestirse se presentó ante ellos. Entonces, todos los que habían ido a escoltarle le saluda ron no por su nombre, sino como cónsul, le vistieron con una ropa bordada en púrpura y, después de colocar delante de él las hachas y las demás insignias de su cargo, le pidie ron que les acompañara a la ciudad. Él, aguardando un poco y entre lágrimas, habló así: «Entonces, este año mi campo quedará sin siembra y correremos el peligro de no tener de qué alimentarnos». Luego, abrazó a su mujer y encargándole que se ocupara de los asuntos de la casa, marchó a la ciudad. Me vi impulsado a contar esto por ninguna otra razón que la de dejar claro a todos cómo eran los dirigentes de la ciudad de Roma en esa época, que vivían del trabajo de sus manos, eran modestos, no les disgustaba una pobreza honrada y no perseguían pode res reales, sino que incluso rehusaban los que les ofrecían. Resulta evidente que los romanos de ahora no se parecen ni siquiera un poco a aquellos, sino que practican todo lo contrario, excepto muy pocos por los que el prestigio de la ciudad todavía se mantiene y la semejanza con aquellos varones se conserva. Pero ya he hablado bastante de esto. Quincio, cuando recibió el cargo de Dura oposición c°nsul, hizo desistir a los tribunos de sus del cónsul a nuevas medidas políticas y de su empeño los tribunos11 en ia leŷ advirtiéndoles que, si no cesa ban de perturbar la ciudad, anunciaría una expedición contra los volscos y sacaría a todos los ro manos de la ciudad. Cuando los tribunos dijeron que le impedirían hacer una leva militar, convocó al pueblo a una 17 Para capítulos i 8 y ss., véase Livio, III 19, 4-21, 8. LIBRO X 35 asamblea y les indicó que todos habían prestado el jura mento militar de seguir a los cónsules en las guerras a las que se les llamara y de no abandonar los estandartes, ni hacer ninguna otra cosa contraria a la ley. Dijo también que al haber asumido la autoridad consular los tenía a to dos sometidos en virtud de los juramentos. Después de ha blar así y de jurar que haría uso de la ley contra los que desobedecieran, ordenó traer las insignias de los templos. «Y para que renunciéis a toda demagogia durante mi con sulado, no retiraré el ejército del territorio enemigo hasta que se cumpla el tiempo de mi mandato. Así pues, pensan do que vais a pasar el invierno al raso, preparad lo necesa rio para ese momento». Habiéndoles atemorizado con estas palabras, cuando vio que se habían vuelto más moderados y que rogaban verse libres de la campaña, dijo que les concedería descansos de las guerras bajo la condición de que ellos no causaran ningún problema más, sino que le permitieran ejercer su cargo como quisiera, y que se dieran y recibieran mutuamente lo justo. Apaciguado el tumulto, restituía a los Buena gestión demandantes el derecho a tribunales, apla- politica zacj0 durante mucho tiempo, y él en per- del consul SQna juzgaba con equidad y justicia la Lucio Quincio , . mayoría de las querellas, sentado durante todo el día en el estrado; y ante los que llegaban a juicio, mostrábase afable, benévolo y generoso. Hizo que el go bierno pareciera tan aristocrático 18 que ni requerían a los tribunos quienes se veían sometidos por sus superiores a causa de su pobreza, bajo nacimiento o cualquier otra hu milde condición, ni los que querían un régimen político ba- 18 «Aristocrático» está usado aquí en sentido etimológico, como «go bierno de los mejores». 36 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA sado en la igualdad de derechos sentían ya anhelo de una nueva legislación, sino que todos estaban complacidos y contentos con el buen orden que entonces prevalecía en la ciudad. Este hombre fue alabado por el pueblo no sólo en virtud de tales acciones, sino también porque cuando cum plió el tiempo fijado de su mandato, no aceptó el consula do que se le ofrecía por segunda vez, ni se alegró al reci bir tan gran honor. El Senado intentaba retenerle en el poder consular con muchos ruegos, debido a que los tribu nos habían conseguido por tercera vez no deponer su cargo y los senadores pensaban que él se les opondría y les haría desistir de las nuevas medidas, de unas por medio del res peto y de otras por el temor, y también veían que el pue blo no rehusaba ser gobernado por un hombre bueno.Pe ro éste dijo que ni elogiaba lo obstinado del poder de los tribunos, ni él, por su parte, iba a ganarse la misma acu sación que aquéllos. Entonces, convocó al pueblo a una asamblea, y después de lanzar una larga acusación contra los que no renuncian a sus cargos, prestó firmes juramen tos de no aceptar el consulado de nuevo antes de haber terminado su primer mandato, y anunció un día para las elecciones; y en este día, después de nombrar a los cónsu les, se marchó de nuevo a aquella pequeña cabaña y llevó una vida de campesino como antes. Sus sucesores en el consulado fueron Ataque Quinto Fabio Vibulano (por tercera vez) de los ecuos Lucio Cornelio, y mientras se ocupaban a la ciudad , . , de Túsculo19 ^e âs competiciones tradicionales, hom bres escogidos del pueblo de los ecuos, una multitud de alrededor de seis mil, equipados de arma mento ligero, salieron por la noche y llegaron cuando toda- 19 Para capítulos 20 y ss., véase Livio, III 22-24. LIBRO X 37 vía estaba oscuro a la ciudad de los tusculanos, que perte nece al pueblo de los latinos y dista de Roma no menos de cien estadios20. Al encontrar las puertas abiertas y la muralla desprotegida, como en tiempo de paz, tomaron la ciudad por asalto con la idea de vengarse de los tusculanos por el hecho de que seguían colaborando celosamente con la ciudad de los romanos y, en especial, porque en el ase dio del Capitolio fueron los únicos que les ayudaron en la guerra21. Los ecuos no mataron a muchos hombres ei. la toma de la ciudad, ya que ios de dentro, excepto los que no podían huir por enfermedad o vejez, se Ies adelan taron poco antes de la captura de la ciudad, precipitándose por otras puertas; pero ellos hicieron esclavos a sus muje res, niños y sirvientes y les robaron sus pertenencias. Cuan do se dio a conocer en Roma la terrible noticia por medio de quienes habían escapado de la captura, los cónsules pen saron que debían ayudar rápidamente a los fugitivos y res tituirles la ciudad; pero los tribunos se oponían no permi tiendo alistar un ejército hasta que se llevara a cabo una votación relativa a las leyes. Mientras el Senado se mostra ba indignado y la expedición sufría una demora, se presen taron otros enviados del pueblo de los latinos anunciando que la ciudad de A ndo22 se había sublevado abiertamen te, por decisión conjunta de los volscos, que eran los anti guos habitantes de la ciudad, y de los romanos que habían llegado a ella como colonos y habían recibido un lote de tierras. Mensajeros de los hérnicos acudieron por los mis mos días manifestando que numerosas tropas de volscos y ecuos habían salido fuera y ya estaban en su territorio. 20 Véase nota a IV 45, 1. 21 Véase capítulo 16, 3. 12 Véase nota a I 72, 5. 38 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA Al escuchar estas noticias a la vez, los senadores decidieron no hacer ya ninguna demora, sino ayudar con todo el ejér cito y que ambos cónsules partieran; y si algunos de los romanos o de los aliados abandonaba la expedición, que los trataran como enemigos. Cuando los tribunos cedieron también, los cónsules inscribieron a todos los que estaban en edad, hicieron venir a las fuerzas de los aliados y par tieron rápidamente después de dejar la tercera parte del ejército local para guardar la ciudad. Pues bien, Fabio con dujo rápidamente el ejército contra los ecuos que estaban en el territorio de los tusculanos. La mayoría de ellos ya se habían marchado después de saquear la ciudad, pero quedaban unos pocos guardando la fortaleza, que es muy segura y no necesita mucha protección. Algunos afirman que los vigías de la fortaleza, cuando vieron el ejército que salía de Roma (pues desde una altura es visible todo el es pacio comprendido entre las dos ciudades), se fueron vo luntariamente; pero otros dicen que, obligados por Fabio a rendirse después de un asedio, entregaron la fortaleza por capitulación, implorando la impunidad para sus perso nas y viéndose obligados a pasar bajo el yugo. Los romanos tusculanos, Fabio levantó el campamento d o 23. Llevó una marcha forzada durante toda la noche y, al rayar el alba, apareció ante los enemigos, que estaban acampados en una llanura sin haberse rodeado de un foso ni de una empalizada, como si estuvieran en su propia tie- Después de devolver la ciudad a los volscos y ecuos avanzada la tarde, y marchó todo lo rápi damente que pudo contra los enemigos cuando oyó que las fuerzas de los volscos y los ecuos estaban reunidas cerca de la ciudad de Álgi- 23 Algidum, ciudad del Lacio, al sureste de Roma, entre Túsculo y Velitras, hoy Pava. LIBRO X 39 rra y desdeñaran al adversario. Entonces, exhortando a los suyos a portarse como hombres valientes, irrumpió el pri mero en el campamento de los enemigos acompañado de los jinetes, y la infantería les seguía lanzando el grito de guerra. De los enemigos, unos eran asesinados mientras to davía dormían y otros, cuando se acababan de levantar e intentaban trabar combate, pero la mayoría se dispersó en la huida. Tomado el campamento con mucha facilidad, permitió a los soldados que se aprovecharan del botín y de los prisioneros, excepto de los que eran tusculanos, y, sin demorarse mucho tiempo allí, condujo el ejército a Ecetra24, que era entonces la más sobresaliente ciudad del pueblo de los volscos y la situada en el lugar más fortifi cado. Estuvo acampado cerca de la ciudad durante muchos días con la esperanza de que los de dentro salieran para entablar combate, pero, como ningún ejército salía, se de dicó a devastarles el territorio, que estaba lleno de hom bres y ganado, pues, al producirse el ataque de improviso, no habían tenido tiempo de recoger sus enseres de los cam pos. Permitiendo a los soldados que también saquearan esta zona, Fabio empleó muchos días en expediciones de forraje y después condujo el ejército a casa. El otro cónsul, Cornelio, que marchaba contra los ro manos y volscos que estaban en Ancio, se encontró con un ejército esperándole delante de las lindes; y, después de colocar a los suyos en orden de batalla, mató a muchos, puso en fuga a los restantes y acampó cerca de la ciudad. Como los de la ciudad ya no se atrevían a salir a pelear, primero les devastó el territorio y luego rodeó la ciudad con una fosa y una empalizada. Entonces, viéndose obliga dos de nuevo, salieron de la ciudad con todo su una gran multitud desordenada, y, después de trabar/cora- 24 Véase nota a IV 49, 1. 40 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA bate y luchar todavía peor, fueron recluidos por segunda vez en la ciudad en medio de una huida vergonzosa y co barde. Pero el cónsul, sin concederles ningún descanso más, colocó unas escalas junto a las murallas y con arietes echó abajo las puertas. Como los de dentro resistían con dificultad y penosamente, tomó la ciudad por la fuerza sin muchos problemas. Entonces ordenó que todos los bienes que fueran de oro, plata y cobre se entregaran al tesoro público y que los cuestores se hicieran cargo de los escla vos y del resto del botín para venderlos; pero a los sol dados les concedió vestimenta, provisiones y todas las de más cosas de este tipo que podían serles útiles. Después, separando de entre los colonos y los antiguos habitantes de Ancio a los más relevantes y culpables de la sedición, que eran muchos, hizo que fueran azotados durante mucho tiempo con varas y luego ordenó decapitarles. Cuando con cluyó esto, también él condujo el ejército a casa. El Sena do salió al encuentro de estos cónsules cuando llegaban y decretó celebrar ceremonias triunfales para ambos. Y con los ecuos, que habían mandado una embajada para tratar de la paz, firmaron un acuerdo para finalizar la guerra, en el que se estableció que los ecuos, conservando las ciu dades y tierras que poseían en el momento en que se cerra ba el pacto, quedaban sometidos a los romanos sin pagar ningún otro tributo, pero enviando en tiempo de guerra una fuerza auxiliar tan numerosa como losdemás aliados. Así terminaba ese año. El año siguiente, Cayo Naucio, elegi- Nueva sublevación do por segunda vez, y Lucio Minucio ac ete los ecuos y cedieron al consulado, y durante ese tiem- ios sabinos po sostuvieron una guerra dentro de las murallas, motivada por los derechos de los ciudadanos 25 Para capítulos 22 y ss. véase Livio, III 25, 26, 6. LIBRO X 41 contra Virginio y los demás tribunos, que ya ocupaban la misma magistratura durante cuatro años. Pero cuando una guerra procedente de los pueblos vecinos cayó sobre la ciudad y tuvieron miedo de que les quitaran el cargo, aco gieron gustosamente la ocasión que les ofrecía la fortuna; hicieron el alistamiento militar y después de dividir en tres bloques sus fuerzas propias y las de los aliados, dejaron uno en la ciudad, dirigido por Quinto Fabio Vibulano, y, tomando ellos el resto de las tropas, se pusieron en mar cha rápidamente, Naucio contra los sabinos y Minucio con tra los ecuos. Estos dos pueblos se habían separado del poder romano por la misma época; los sabinos, de forma evidente, incluso habían llegado hasta Fidenas26, que po seían los romanos (hay cuarenta estadios entre las dos ciu dades). Los ecuos, por su parte, de palabra se mantenían en los términos de la reciente alianza concertada, pero de hecho también actuaban como enemigos, pues habían lle vado la guerra contra los latinos, aliados de los romanos, como si no hubieran firmado acuerdos de amistad con ellos. Dirigía el ejército Cloelio Graco, hombre empren dedor y honrado con plenos poderes, que él los prolonga ba por encima del poder real. Llegó hasta la ciudad de Túsculo, que habían tomado y saqueado los ecuos el año anterior y de la que habían sido expulsados por los roma nos, se apoderó de muchos hombres y de todo el rebaño que encontró en los campos y destruyó los frutos de la tierra que estaban maduros. Cuando llegó una embajada, enviada por el Senado romano, pretendiendo saber qué ofensa habían recibido los ecuos para hacer la guerra con tra los aliados de los romanos, a pesar de que les habían prestado juramento de amistad recientemente y en ese in- 26 Véase nota a II 53, 2. 42 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA tervalo de tiempo no se había producido ningún enfrenta miento entre los dos pueblos, y además exhortando a Cloe lio a liberar a los rehenes que tenía, a retirar sus tropas y a rendir cuentas por las ofensas o daños que había cau sado a los tusculanos, Graco tardó mucho tiempo en con ceder audiencia a los embajadores, como si estuviera real mente ocupado en algunos quehaceres. Y cuando le pareció bien recibirles, y ellos explicaron el mensaje del Senado, él dijo: «Me pregunto por qué vosotros, romanos, que con sideráis enemigos a todos los hombres, incluso a aquellos de los que no habéis recibido ningún daño, por vuestro afán de poder y tiranía, en cambio no permitís a los ecuos pedir cuentas a esos tusculanos, que son enemigos, a pesai de que nosotros no acordamos nada respecto a ellos cuan do hicimos los tratados con vosotros. Ahora bien, si decís que vuestros intereses han sufrido algún agravio o daño por causa nuestra, os daremos una satisfacción de acuerdo con los convenios. Pero si venís a reclamar justicia en nom bre de los tusculanos, vosotros no tenéis nada de que ha blar conmigo sobre ellos; más bien id a contárselo a ese roble», y les señaló uno que había crecido cerca. Los romanos, ofendidos de tal forma Ante la difícil , , , . situación Por este hombre, sin dejarse llevar en se- los romanos guida por la cólera, condujeron fuera a nombran un su ejército, pero también le enviaron una dictador segunda embajada y mandaron a los sa cerdotes llamados feciales, poniendo como testigos a los dioses y divinidades menores de que, si no obtenían justi cia, se verían obligados a emprender una guerra sagrada; y, después de esto, enviaron al cónsul. Cuando Graco se enteró de que los romanos se acercaban, levantó el campa mento y se llevó a sus tropas más lejos, con los enemigos pisándoles los talones. LIBRO X 43 Él quería conducirles a ciertos lugares en donde les lle varía ventaja, como así ocurrió; entonces, aguardando has ta que llegó a un desfiladero encerrado entre montañas, cuando los romanos entraron en él persiguiéndole, se dio la vuelta y acampó en el camino que llevaba fuera del des filadero. A causa de esto, ocurrió que los romanos no pu dieron elegir para su campamento el lugar que querían, sino el que les ofreció la ocasión, donde no era fácil coger forraje para los caballos, al estar rodeado el lugar de mon tañas peladas e inaccesibles, ni recoger alimentos para ellos del territorio enemigo, puesto que se les habían acabado los que traían de casa, ni cambiar el campamento mientras los enemigos estuvieran acampados enfrente e impidieran la salida. Prefiriendo usar la violencia, entablaron com bate y fueron obligados a retroceder y, después de recibir muchos golpes, fueron encerrados de nuevo en la misma trinchera. Cloelio, animado por esta victoria, empezó a ro dearles con un foso y una empalizada y tema muchas espe ranzas de que, angustiados por el hambre, le entregarían las armas. Pero cuando llegó a Roma la noticia de este desastre, Quinto Fabio, el prefecto que había quedado en la ciudad, escogió la sección de su propio ejército más ade cuada y vigorosa y la envió al cónsul para su auxilio. Con ducía esta tropa Tito Quincio, cuestor y ex-cónsul. Y a Naucio, el otro cónsul, que estaba en la expedición en te rritorio de los sabinos, le envió una carta refiriéndole lo ocurrido a Minucio y le pidió que viniera rápidamente. Es te confió la vigilancia del campamento a los embajadores y él mismo, con unos pocos jinetes, cabalgó hacia Roma a marchas forzadas. Y cuando llegó a la ciudad, siendo todavía noche cerrada, estuvo deliberando con Fabio y los más ancianos de los otros ciudadanos sobre lo que era pre ciso hacer. Como a todos les parecía que la situación nece 44 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA sitaba de un dictador, nombraron para este cargo a Lucio Quincio Cincinato, y Naucio, cuando concluyó este asunto, marchó de nuevo al campamento. Fabio, el prefecto de la ciudad, envió Derrota y a *os Q110 debían invitar a Quincio a asu- rendición total mir su magistratura. Ocurrió que tarn et los ecuos27 bién este hombre se dedicaba entonces a ciertos trabajos del campo, y, cuando vio la multitud que se acercaba, sospechando que venían hacia él, se puso una ropa más apropiada y salió a su encuen tro. Cuando estaba cerca, le llevaron caballos adornados con magníficos jaeces, colocaron junto a él las veinticuatro hachas con las varas28 y le ofrecieron un vestido purpú reo y las demás insignias con las que antes se adornaba la dignidad real. Él, al enterarse de que había sido nom brado dictador de la ciudad, no sólo no se alegró de haber recibido tal honor, sino que dijo con gran indignación: «Entonces, la cosecha de este año también se perderá por causa de mis ocupaciones, y todos pasaremos hambre des graciadamente». Después de esto, se presentó en la ciudad y, en primer lugar, animó a los ciudadanos dirigiendo a la multitud una arenga capaz de despertar sus corazones con buenas esperanzas; luego, reunió a todos los que goza ban de plenas facultades, a los de la ciudad y a los de los campos, mandó venir a las tropas auxiliares de los aliados y nombró comandante de caballería a Lucio Tarquinio, hombre ignorado a causa de su pobreza, pero valeroso en cuestiones de guerra. A continuación, partió con sus tro pas, que estaban formadas, y saliendo al encuentro del cuestor Tito Quincio, que esperaba su llegada, cogió tam 27 Para capítulos 24 y ss., véase Livio, 111 26, 7-29, 9. 28 Véase nota a III 61, 2. LIBRO X 45 bién las tropas de este y las dirigió contra los enemigos. Cuando examinó la naturaleza del lugar donde estaba el campamento, situó una parte de su ejercito en las zonas altas, para que no les llegaran a los ecuosni otra fuerza auxiliar ni provisiones, y él avanzó con el resto de sus tro pas alineadas como para un combate. Cloelio, sin ningún temor (pues el ejército que estaba con él no era pequeño y él mismo no se consideraba de espíritu cobarde en los asuntos de guerra), esperó al atacante, y se produjo una dura batalla. Después de que transcurriera mucho tiempo y los romanos, por causa de sus continuas guerras, sopor taran la fatiga y la caballería acudiera en auxilio de la in fantería siempre que estaba en una difícil situación, Graco, derrotado, se encerró de nuevo en su campamento. Des pués de esto, Quincio le rodeó con una alta empalizada y lo cercó con numerosas torres, y, cuando comprendió que Graco estaba en apuros por escasez de lo necesario, él mismo, además de emprender continuos ataques contra el campamento de los ecuos, ordenó a Minucio que hiciera una salida desde el otro lado. De modo que los ecuos, ne cesitados de provisiones, sin esperanza de recibir ayuda de los aliados y sitiados por todas partes, se vieron obligados a enviar a Quincio una embajada con ramos de suplicantes para pedir la paz. Éste dijo que iba a firmar un tratado con los demás ecuos y a ofrecer la inmunidad para sus personas una vez que hubieran depuesto sus armas y pasa ran bajo el yugo de uno en uno; pero que a Graco, su general, y a los que con él habían tramado la rebelión los trataría como enemigos, y les ordenó que le trajeran a es tos hombres atados. Al aceptarlo los ecuos, les dio esta última orden: que, puesto que habían esclavizado y saquea do la ciudad de Tusculo, aliada de los romanos, sin haber sufrido ningún daño por parte de los tusculanos, debían 46 HISTORIA ANTIGUA DE ROMA ofrecerle a cambio una ciudad de las suyas, Corbión29, para tratarla de la misma forma. Cuando recibieron estas respuestas, los embajadores se marcharon y regresaron no mucho después trayendo a Graco y a sus cómplices encade nados. Y ellos mismos depusieron sus armas y abandona ron el campamento marchando, como el general había or denado, a través del campamento de los romanos uno por uno bajo el yugo; después entregaron la ciudad de Cor bión, de acuerdo con lo pactado, con la única petición de que pudieran salir las personas libres, a cambio de las cua les entregaron a los rehenes tusculanos. Triunfo y Quincio, cuando se hizo cargo de la posterior ciudad, ordenó llevar a Roma lo más so- dimisión bresaliente del botín y permitió que todo del dictador jQ (jem¿s se repartiera, por las centurias, Lucio Qumcio entre jos soidac|os qUe habían estado con él y los que habían sido enviados previamente con el cues tor Quincio. En cuanto a los que habían sido encerrados en su campamento con el cónsul Minucio, les dijo que les había dado un gran regalo librando sus personas de la muerte. Después de hacer esto y de obligar a Minucio a dimitir de su magistratura, volvió a Roma y celebró un triunfo más brillante que el de cualquier otro general, ya que en dieciséis días en total, desde que había recibido su cargo, salvó un ejército amigo, destruyó una potente fuerza de enemigos, saqueó una de sus ciudades y dejó allí una guarnición y trajo encadenados al líder de la guerra y a los demás hombres relevantes. Pero de todo, lo más digno de admiración referente a él, es que habiendo recibido una magistratura tan importante por un periodo de seis meses, no se aprovechó de la ley, sino que, convocando al pueblo 29 Véase nota a VI 3, I. LIBRO X 47 a una asamblea, dio cuenta de sus actos y renunció a su cargo. Y cuando el Senado le rogó que tomara toda la tierra conquistada que quisiera, así como esclavos y dinero del botín, y que reparara su pobreza con una riqueza jus ta, que había conseguido de la forma más hermosa arreba tándosela a los enemigos con su propio esfuerzo, no consin tió. Y también, cuando sus amigos y parientes le ofrecieron grandes regalos y antepusieron a cualquier otro bien el de satisfacer a aquel hombre, él les agradeció su buena dispo sición sin aceptar ninguna de las dádivas. Por el contrario, regresó de nuevo a aquella pequeña finca y cambió la vida de rey por la del campesino que trabaja su propia tierra, sintiéndose más orgulloso en su pobreza que otros en su riqueza. No mucho tiempo después, también Naucio, el otro cónsul, después de vencer a los sabinos en batalla campal y saquear gran parte de su territorio, condujo las tropas de nuevo a Roma. ,. Después de estos cónsules, corría laLos sabmos v y los ecuos Lxxxi Olimpiada, (455 a. C.) en la que aprovechan las venció Polimnasto de Cirene en la prueba disensiones del estadio, y era arconte en Atenas Ca- aviles j* en c a iegjsiatura asumieron la auto- en R om ai0 ridad consular en Roma Cayo Horacio31 y Quinto Minucio. En su época, de nuevo los sabinos or ganizaron una expedición contra los romanos y devastaron una extensa parte de su territorio; y llegaban en grupo los que habían huido de los campos, contando que los enemi gos se habían apoderado de todo lo que estaba entre Crus tumerio32 y Fidenas. También los ecuos, que habían sido vencidos recientemente, estaban otra vez en armas. Y los 30 Para capítulos 26-30, véase Livío, III 30. 31 Livio da el nombre como Marco Horacio Pulvilo. 32 Véase nota a II 32, 2. 48 HISTORIA ANTiGUA DE ROMA más sobresalientes de ellos, marchando de noche hacia la ciudad de Corbión, que habían entregado a los romanos el año anterior, encontraron dormida a la guarnición que había allí y los mataron excepto a unos pocos, que casual mente se habían retrasado en acostarse. Los restantes ecuos se dirigieron con una gran fuerza contra la ciudad de Or tona33, del pueblo de los latinos, y la tomaron por asalto; y todos los daños que no eran capaces de hacer a los ro manos, se los causaron, llevados por la cólera, a sus alia dos. Mataron a todos los que estaban en plena juventud, excepto a algunos que huyeron en el momento de la toma de la ciudad, y esclavizaron a sus mujeres e hijos, así co mo a los ancianos; y de los bienes materiales recogieron rápidamente todo lo que podían llevarse y se retiraron an tes de que acudieran a socorrerles todos los latinos. Cuan do fueron comunicadas estas noticias tanto por los latinos como por los de la guarnición que se habían salvado, el Senado decidió por votación enviar un ejército y que mar charan ambos cónsules. Pero Virginio y sus compañeros tribunos, que ostentaban el mismo cargo durante cinco años, trataron de impedirlo, como también lo habían he cho en años anteriores, oponiéndose a las levas de tropas por parte de los cónsules y pidiendo que se resolviera pri mero la guerra de dentro de las murallas permitiendo al pueblo que decidiera en relación con la ley que los tribu nos querían introducir sobre la igualdad de derechos; y el pueblo colaboraba con ellos en su táctica de usar muchos argumentos malévolos contra el Senado. Pero, como el tiempo pasaba y ni los cónsules aceptaban un debate preli minar por el Senado o la presentación de la ley ante el pueblo, ni por su parte los tribunos querían permitir que 33 Véase nota a VIII 91, 1. LIBRO X 49 se hiciera la leva ni la salida de la expedición, y se gasta ron en vano muchas palabras y acusaciones mutuas tanto en las asambleas como en el Senado, otra medida política introducida por los tribunos contra el Senado, y que les despistó, vino a apaciguar la disensión que entonces preva lecía, y fue el origen de otras muchas ventajas importantes para el pueblo. Explicaré también de qué modo el pueblo consiguió este poder. Mientras el territorio de los romanos y de sus aliados estaba siendo devastado y saqueado y los enemigos se mar chaban como a través de un desierto, con la esperanza de que ningún ejército saldría contra ellos a causa de la disen sión que dominaba en la ciudad, los cónsules reunieron el Senado para tomar por fin una decisión acerca de todo el asunto. Después de muchas intervenciones, el primero al que se le
Compartir