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Freud_y_la_im_posibilidad_de_La_Felicida

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1 
 
Freud y la (im)posibilidad de La Felicidad 
 
por Gazir Sued1 
 
“Ninguna regla al respecto vale para todos; 
cada uno debe buscar por sí mismo 
la manera en que pueda ser feliz.” 
S. Freud 
 
 …el sujeto producido por el discurso psicoanalítico de Freud -que no es el mismo inventado por 
mercaderes de fascinaciones psíquicas, idólatras o mercenarios de las modas psic de la (pos)modernidad- 
suele aparecer tergiversado como irremediable fatalidad; el psicoanálisis como conjuro de mal agüero 
para el Destino de la Humanidad, y Freud como encarnación insensible de una suerte de pesimismo 
cultural, insoportable éticamente, políticamente reaccionario. La filosofía tradicional, ofendida en lo más 
profundo de sí, es portadora de una buena parte de los prejuicios que se han levantado como resistencias 
al psicoanálisis, pues su objeto, como el de la psicología, no sólo ha sido refutado por el psicoanálisis, 
sino que ha sido eliminado de raíz. El sujeto centrado, identificado a sí mismo como unidad, dueño y 
señor absoluto de su conciencia y su voluntad, como Dios, ha vuelto a morir. Las ilusiones 
trascendentales del proyecto político de la modernidad, secularizadas bajo el modo de un gran proyecto 
emancipador, se disuelven del mismo modo que poco antes las ilusiones de un más allá de la Religión. 
En el imaginario psicoanalítico no existe una finalidad que constituya la esencia irreducible del espíritu 
humano que guíe y oriente su destino hacia un estado de control absoluto sobre sus suertes, de bienestar 
pleno, de Justicia y, en fin, de Felicidad... 
Siguiendo los lineamientos de El porvenir de una ilusión, en el “estudio sobre la felicidad” que Freud 
titula El malestar en la cultura, reafirma su rechazo a que exista alguna finalidad trascendente en la vida 
(como expone el discurso religioso2), y pregunta y responde: 
 
“¿...qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan 
de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? (…) Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la 
felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo.” 3 
 
 
1 G. Sued; “Freud y la (im)posibilidad de La Felicidad” (Parte VI) en Devenir de una (des)ilusión: reflexiones sobre el imaginario 
psicoanalítico y el discurso teórico-político en Sigmund Freud; Editorial La Grieta; San Juan, 1ra edición 2004; 2da edición 2016 (740 
páginas); pp.327-340. *El libro en conjunto es la tesis doctoral del autor, y las quince partes en que está dividido reproducen 
su contenido original, tal cual fue sometido, defendido y aprobado en marzo de 2004, para el Doctorado en Filosofía en 
el Programa de Filosofía Práctica del Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política (Ética y Sociología), de la 
Universidad Complutense, Madrid. 
 
2 Concluye Freud: “Decididamente sólo la religión puede responder al interrogante sobre la finalidad de la vida. No estaremos 
errados al concluir que la idea de adjudicar un objeto a la vida humana no puede existir sino en función de un sistema 
religioso.” (S. Freud, El malestar en la cultura; op.cit., p.20) 
 
3 Ídem. 
2 
 
 La felicidad es un arreglo humano, no un destino impuesto desde el cielo. Resuelto este primer 
problema, Freud pasa a representar la felicidad como una imposibilidad a acceder de manera plena, 
absoluta y definitiva. La felicidad es, pues, una aspiración humana que puede ser dividida en dos fases: 
una fase negativa, que es la acción constante por evitar el dolor, el displacer; y otra positiva, que es la 
acción que procura experimentar intensas sensaciones placenteras. Aunque enseguida reconoce que el 
sentido estricto de la felicidad sólo se aplica a este segundo fin, sostiene que, de acuerdo a esta dualidad 
de objetivos perseguidos, toda actividad humana se despliega hacia la consecución de ambos fines. Sin 
embargo, la felicidad como un estado anímico de completud, al cual se puede alcanzar y cómodamente 
instalarse en él, es, para la mirada psicoanalítica, sencillamente una ilusión. Ilusión que sólo un sistema 
religioso podría organizar con arreglo a una finalidad trascendental.4 Y es que -afirma Freud-: 
 
“La felicidad es un fenómeno episódico. Surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, 
de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión.”5 
 
Asimismo, deja saber que la felicidad se goza con mayor intensidad cuanto más breve es, pues lo 
demás es mera repetición y al poco se convierte en aburrimiento. En letra de Freud: 
 
“...toda persistencia de una situación anhelada por el principio del placer sólo proporciona 
una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar 
intensamente sino el contraste, pero sólo en muy escasa medida lo estable.”6 
 
 Entonces -acentúa- que no sólo nuestras facultades de felicidad están limitadas por nuestra 
propia constitución, sino que a la vez nos es mucho menos difícil experimentar la desgracia y el 
sufrimiento. Ante esta realidad reiterada por la investigación psicoanalítica, Freud añade un motivo más 
para la desilusión: 
 
“Quien fija el objetivo vital es el programa del principio del placer, principio que rige las 
operaciones del aparato psíquico desde su mismo origen: principio cuya adecuación y 
eficiencia no cabe dudar, por más que este programa esté en pugna con el mundo entero...”7 
 
 
4Ante la ausencia de una respuesta satisfactoria o incluso de la existencia de una posible respuesta admisible a la refutada idea 
de la finalidad trascendental de la vida humana –denuncia Freud- muchos de estos inquisidores han salido al paso a sostener 
que si la vida no tuviera objeto alguno, perdería todo valor ante sus ojos. A lo que responde: “...pero estas amenazas de nada 
sirven: parecería más bien que se tiene el derecho de rechazar la pregunta en sí, pues su razón de ser probablemente emane 
de esa vanidad antropocéntrica cuyas múltiples manifestaciones ya conocemos.” (S. Freud; El malestar en la cultura; op.cit., p.20) 
 
5 Op.cit., p.21. 
 
6 Ídem. 
 
7 Op.cit., p.21 
3 
 
Un principio, que opera con fuerza determinante sobre nuestro ser, atraviesa la vida humana, 
condicionándola desde su nacimiento y rigiéndola a lo largo de toda su existencia, afirma el psicoanálisis. 
No obstante, advierte: 
 
“Este programa ni siquiera es realizable, pues todo el orden del universo se le opone, y aún 
estaríamos por afirmar que el plan de la “Creación” no incluye el propósito de que seamos 
felices...”8 
 
Pero para Freud la felicidad es asunto de este mundo, y en él y no en otro residen sus límites y 
posibilidades. Una vez rescatado el fuego de manos de los dioses y entregado a los mortales, la pregunta 
obligada que se mantiene a través de todo el estudio sigue siendo la misma, ¿por qué nos resulta tan 
difícil ser felices, al extremo de que nos es más común en la vida la angustia, el dolor y el sufrimiento 
que la felicidad? Es que -dice Freud-: 
 
“Tal y como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara 
excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles.”9 
 
El sufrimiento -apunta Freud- nos amenaza: 
 
“…desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera 
puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; desde mundo 
exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e 
implacables; desde las relaciones con otros seres humanos “el sufrimiento que emana de 
esta última fuente quizá os sea más doloroso que cualquier otro.”10 
 
Bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento -concluye Freud- el ser humano suela rebajar 
sus pretensiones de felicidad11: 
 
 
8 Ídem. 
 
9 Op.cit., p.19. 
 
10 Op.cit., p.21. Más adelante, al volverse a preguntar por qué al hombre le resulta tan difícil ser feliz, Freud vuelve a mencionar 
las tres fuentes del sufrimiento humano como 1. la supremacía de la Naturaleza; 2. la caducidad del cuerpo y 3. lainsuficiencia 
de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad. (Op.ci., p.30). 
 
11 El principio del placer, durante el desarrollo del individuo y como condición de la constitución del Yo, cede ante un principio 
que se impone con mayor poder desde el exterior, que es el principio de la realidad. Este principio se presenta como la 
imposibilidad primera con la que se enfrenta el ser humano de cumplir a plenitud el principio del placer. Es decir, se trata de 
la imposibilidad de satisfacer de manera absoluta las necesidades, instintos, pulsiones, etc. 
 
4 
 
“...no nos asombremos que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber 
escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento; que, en general, la finalidad de 
evitar el sufrimiento relegue a segundo plano la de lograr el placer.”12 
 
De acuerdo a ello, sostiene que si bien la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos 
impone como norma de conducta más tentadora, esto significa preferir el placer por la prudencia y a 
poco de practicarla se hacen sentir sus consecuencias13: 
 
“La satisfacción de los instintos, precisamente porque implica tal felicidad, se convierte en 
causa de intenso sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, negándonos la 
satisfacción de nuestras propias necesidades.”14 
 
Ante este cuadro, Freud afirma que para soportar la vida no podemos pasarnos sin lenitivos15, 
es decir, que no podemos habitar la existencia prescindiendo de remedios que nos sirvan para amortiguar 
los embates de la cruda e insensible realidad.16 
 Estos tres remedios operan más como satisfacciones sustitutivas, empleados con el fin de evitar 
el displacer. Lo que no significa de modo alguno la renuncia al propósito de la satisfacción, sino –en letra 
de Freud- cierta protección contra el sufrimiento. Llega a la conclusión de que los instintos domesticados 
(sujetados, sometidos, rendidos) se prestan a sufrir menor dolor: 
 
“La insatisfacción de los instintos domeñados procura menos dolor que las de los no 
inhibidos.”17 
 
 
12 S. Freud; El malestar en la cultura; op.cit., p.21. 
 
13 Op.cit., p.22. 
 
14 Op.cit., p.23. 
 
15 Op.cit., p.21, 22-23. 
 
16Estos “remedios” los hay de tres especies y cuando mínimo uno resulta indispensable para la vida: “…distracciones 
poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria (como la actividad científica o la creación artística, por ejemplo); 
satisfacciones sustitutivas que la reducen (que son, como las producidas por el arte, ilusiones frente a la realidad, aunque no 
por ello menos eficaces por el poder que tiene la imaginación en la vida anímica); narcóticos que nos tornan insensibles a ella 
(vinculado a la intoxicación química de nuestro cuerpo, los estupefacientes, por ejemplo, nos proporciona directamente 
sensaciones placenteras (...) de manera que nos impiden percibir estímulos desagradables).” Añade: “Se atribuye tal carácter 
benéfico a la acción de los estupefacientes en la lucha por la felicidad y en la prevención de la miseria, que tanto los individuos 
como los pueblos les han reservado un lugar permanente en su economía libidinal. No solo se les debe el placer inmediato, 
sino también una muy anhelada independencia frente al mundo exterior.” Y concluye: “Los hombres saben que con ese “quita 
penas” siempre podrán escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones 
para su sensibilidad.” (Op.cit., p.23) 
 
17 Op.cit., p.24. 
5 
 
Domesticar la exigencia insumisa del Deseo o la necesidad regida por el principio del placer 
supone minimizar la intensidad como se experimente la felicidad, lo que deja como saldo una innegable 
limitación de las posibilidades de placer. Explica Freud: 
 
“...pues el sentimiento de felicidad experimentado al satisfacer una pulsión instintiva 
indómita, no sujeta por las riendas del Yo, es incomparablemente más intenso que el que se 
siente al saciar un instinto dominado. (…) Tal es la razón económica del carácter irresistible 
que alcanzan los impulsos perversos, y quizá de la seducción que ejerce lo prohibido en 
general.”18 
 
Esta conclusión es muy relevante a lo largo del texto pues es, de algún modo, la concesión a la 
libertad individual que hace o reconoce el psicoanálisis, ante el embate del poderío cultural y sus 
insensibles exigencias19: 
“Al parecer no existe medio de persuasión alguno que permita inducir al hombre a que 
transforme su naturaleza en la de una hormiga; seguramente jamás dejará de defender su 
pretensión de libertad individual contra la voluntad de masa.”20 
 
Un detalle que no puede escapar y que es mencionado en múltiples ocasiones como condición 
imprescindible para la felicidad es la capacidad de trasgresión de los seres humanos ante las exigencias 
que insensiblemente insiste en imponer la cultura. Aunque en ocasiones resulte un goce pasajero y su 
intensidad realizada en la clandestinidad, la no obediencia, como la violación de ciertos preceptos 
culturales (que incluyen las dimensiones de la ética, la moral o la ley) resulta, en ocasiones, imprescindible 
para alcanzar la felicidad. La tensión entre las exigencias culturales en el ámbito de la sexualidad (reducida 
al encargo de la reproducción, por ejemplo) en contraste a la práctica indómita de la misma (como 
experimentación intensa de placer y fuente de felicidad por el goce en sí y no por el deber moral o la 
exigencia cultural, por ejemplo), lo evidencian. Sin embargo, Freud concentra su atención en este estudio 
más en cómo la regulación de las relaciones entre los seres humanos (mediante la cultura), afecta las 
posibilidades de la felicidad, de entre las cuales la sexualidad (aunque juega un papel fundamental y 
determinante en la vida anímica del ser humano) es sólo una parte más que está condicionada por la 
regulación cultural y su poderío. Aunque Freud reconoce el carácter de inevitabilidad (impuesto por la 
cultura) de tener que someter (domeñar) una buena parte de los instintos regidos por el principio del 
placer, precisamente por el hecho de pertenecer a una comunidad humana (familia, sociedad, Estado), 
asume una posición a favor de la sublimación de los instintos, como técnica para evitar el sufrimiento. 
La sublimación de los instintos, en cuanto técnica, consiste esencialmente en reorientar los fines 
 
 
18 Ídem. 
 
19 Freud dice al respecto: “...no atinamos a comprender por qué las instituciones que nosotros mismos hemos creado no 
habrían de representar, más bien, protección y bienestar para todos (...pero) es innegable que todos los recursos con los 
cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura.” (Op.cit., p.31). 
 
20 Op.cit., p.42. 
6 
 
instintivos de tal manera que logren eludir la frustración del mundo exterior. El resultado será óptimo –
sostiene- si se sabe acrecentar el placer, por ejemplo, mediante el trabajo intelectual o artístico, la 
apreciación por la belleza21, entre otros. Sin embargo, enseguida advierte que la aplicabilidad de éste 
método no es generalizable, pues sólo unos pocos logran aplacar el sufrimiento por este camino.22 Sobre 
los límites del Arte –por ejemplo- aunque resulta un lenitivo muy efectivo, nos dice: 
 
“Mas la ligera narcosis en que nos sumerge el arte sólo proporciona un refugio fugaz ante 
los azares de la existencia y carece de poderío suficiente como para hacernos olvidar la 
miseria real.”23 
 
Como todo lenitivo -advierte Freud- ninguno resulta completamente eficaz y en la mayor de las 
ocasiones apenas sirve de distracción o consuelo. Así, menciona otras técnicas (como las que en su 
extremo pueden llegar a manifestarse bajo la forma de una neurosis individual o bien de delirios 
colectivos), como la vida del ermitaño, la labor científica, la creación artística, la apreciación de la belleza, 
etc. Una de estas técnicas lenitivas empleada universalmentepara conquistar la felicidad y alejar el 
sufrimiento es el amor. Según Freud, esa orientación hace del amor el centro de todas las cosas, y el 
sujeto deriva satisfacción de amar al tiempo en que de ser amado.24 El riesgo más evidente, advierte 
Freud, es que: 
 
“Jamás nos hayamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan 
desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado o su amor.”25 
 
El registro de técnicas que se utilizan cotidianamente en la saga vital por conquistar la felicidad y, 
simultáneamente por evitar los sufrimientos, es inagotable. Muy posiblemente haya tantos como tanta 
gente habite el mundo de la vida en sociedad. Para Freud, incluso quienes encuentran placer en el 
aislamiento, el mayor goce en la soledad absoluta, experimentan la misma búsqueda de felicidad que los 
más envueltos con las gentes y sus realidades e ilusiones de día a día. En el fondo, no es otra cosa lo que 
persiguen todos –afirma-: los más frenéticos revolucionarios con el mismo celo que los creyentes más 
piadosos:26 la felicidad. 
 
21 Ídem. En un ensayo de 1915, Freud refuta la dolencia del poeta pesimista por la condición perecedera de la belleza, a 
quien parecíale carente de valor por no ser eterna. La respuesta es similar a la del amor, que precisamente porque se 
reconoce sus limitaciones y la imposibilidad de gozarlo eternamente, se torna tanto más valioso, y la belleza, pues, tanto 
más preciosa. (Ver S. Freud; “Lo perecedero”; en Obras Completas (Tomo II); op.cit., p. 2118) 
 
22 S. Freud; El malestar en la cultura; op.cit., p.25. 
 
23 Ídem. 
 
24 Freud sostiene que es el amor sexual el que nos proporciona la experiencia placentera más poderosa y subyugante, 
estableciendo así el prototipo de nuestras aspiraciones de felicidad. (S. Freud; El malestar en la cultura op.cit., p.27) 
 
25 Op.cit., p.27. 
 
7 
 
La “búsqueda de la felicidad” es para el psicoanálisis el motor de toda acción humana, coincidente 
en la superficie de la expresión con las filosofías occidentales clásicas. Freud afirma, al concluir su estudio 
sobre la felicidad y la cultura, que tiene la certeza de que los juicios estimados de los hombres son 
infaliblemente orientados por sus deseos de alcanzar la felicidad. Sin embargo, como ya había advertido 
a lo largo del estudio, el designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable.27 Es 
precisamente esta condición de incompletud, esta falta irremediable, la tensión permanente entre la 
imposibilidad de realización plena y definitiva de la felicidad y la búsqueda incesante para el goce intenso 
de sus episodios, la que posibilita trazar horizontes de acción al ser humano. La sensación de ausencia 
de felicidad da lugar a desearla, a anhelarla, a moverse a buscarla por cualquier medio. Si bien el saldo de 
la satisfacción es una sensación fugaz, pasajera, no por ello es menos poderosa y tanto así como para ser 
fuente de inspiración procurada y perseguida incesantemente hasta la muerte. No obstante, este 
reconocimiento no supone un destino de sometimiento absoluto, sin reservas ni opciones ante el poder de 
la naturaleza humana o al de la coerción cultural.28 No porque el principio del placer resulte irrealizable -
sostiene Freud- se debe (o se puede) abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo.29 De 
acuerdo a ello, dice: 
 
 
26 Op.cit., p.92. 
 
27 Op.cit., p.28. Estas afirmaciones, concurrentes entre los escritos de Freud, pueden prestarse para mal interpretar que ciertas 
determinaciones inconscientes, según significan una imposibilidad radical del ser para poder dominar plenamente la vida 
psíquica, responden más a una postura pesimista de Freud que a un descubrimiento científico. En el plano personal, esta sería 
tal vez una posible respuesta que, consecuente con su perspectiva de la felicidad, daría Freud: “I cannot be an optimist, and I 
believe I differ from the pessimists only in that wicked, stupid, senseless things don’t upset me, because I have accepted them 
from the beginning as part as what the world is made of.” (S. Freud; “Carta a Lou Andreas-Salomé, (30.VII.15)”, en E. Freud, 
L.Freud y I.Grubrich-Simitis (Eds.); Sigmund Freud: His Life in Pictures and Words; op.cit., p. 200.) También suele vincularse esta 
interpretación (quizá de modo similar al mal hábito de Freud de generalizar sobre la vida de alguien a partir algo que alguna 
vez dijo o escribió) a partir de algunas expresiones que Freud hiciera en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Este 
fragmento de una carta a Andreas-Salomé puede servir de ejemplo: “I don´t doubt that mankind will survive even this war, 
but I Know for certain that for me and my contemporaries the world will never again be a happy place...” (S. Freud; “Carta a 
Lou Andreas-Salomé, (25.XI.14)”, op.cit., p. 207) 
 
28 Freud establece una analogía entre el desarrollo del individuo y el proceso evolutivo de la cultura, tema que ya toqué en 
alguna parte anterior de este trabajo. Cabe, sin embargo, citar una de las conclusiones a las que llega Freud en este “estudio 
de la felicidad”: “Quizá tengamos derecho a aceptar que (la cultura) ha experimentado un sensible menoscabo en tanto que 
fuente de felicidad, es decir, como recurso para realizar nuestra finalidad vital.” (S. Freud; El malestar en la cultura; op.cit., p.50-
51). Asimismo, añade: “si la cultura impone tan pesados sacrificios (...) comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta 
tan difícil alcanzar en ella su felicidad.” (Op.cit., p.59). Este problema, representado como una paradoja inevitable y vital entre 
el sujeto y la cultura, es expuesto en las conclusiones finales del ensayo del modo siguiente: “La evolución del individuo 
sustenta como fin principal el programa del principio del placer, es decir, la prosecución de la felicidad, mientras que la 
inclusión en una comunidad humana o la adaptación a la misma aparece como un requisito casi ineludible que ha de ser 
cumplido para alcanzar el objetivo de la felicidad.” (Op.cit., p.85-86) 
 
29 S.Freud; El malestar en la cultura op.cit., p. 28. 
 
8 
 
“Al efecto podemos adoptar muy distintos caminos, anteponiendo ya el aspecto positivo de 
dicho fin (la obtención del placer), ya su aspecto negativo (la evitación del dolor). Pero 
ninguno de estos recursos nos permitirá alcanzar cuanto anhelamos. La felicidad (...) cuya 
realización parece posible, es meramente un problema de la economía libidinal del 
individuo. (…) Ninguna regla al respecto vale para todos; cada uno debe buscar por sí 
mismo la manera en que pueda ser feliz. Su elección del camino a seguir será influida por 
los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar 
del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, 
también, de la fuerza que se atribuya s sí mismo para modificarlo según sus deseos.”30 
 
Sobre esta fuerza que el sujeto puede invertir en modificar el mundo exterior (quizá frase de entrada 
a las esperanzas de algunos de ver en ellas un empuje psicoanalítico a la utopías revolucionarias) Freud 
dice en otra parte que, tras el proceso de terapia clínica: 
 
“...averigua el Yo que para el logro de la satisfacción existe aún otro camino distinto de esta 
adaptación al mundo exterior. Puede también actuar directamente sobre el mundo exterior 
modificándolo, y establecer en el intencionadamente aquellas condiciones que han de hacer 
posible la satisfacción. (…) En esta actividad hemos de ver la más elevada función del Yo. 
La decisión de cuando es más adecuado dominar las pasiones y doblegarse ante la realidad, 
y cuándo se sabe atacar directamente al mundo exterior, constituye la clave de la sabiduría.”31 
 
Una analogía, para lo que pueda valer como advertencia ante los modos de sublimar los instintos 
o modificar el mundo exterior –según Freud- está en la prudencia del comerciante, que evita invertir 
todo su capital en una sola operación.32 Asítambién –añade- la sabiduría quizá nos aconseje no hacer 
depender toda satisfacción de una única tendencia, pues su éxito jamás es seguro.33 Hasta aquí las recetas 
para ser felices del psicoanálisis... 
 
30 Más adelante en el ensayo reitera que la felicidad es algo profundamente subjetivo. (Op.cit., pp.28;34) 
 
31 S. Freud; “La cuestión del análisis profano” (1926); en Esquemas del psicoanálisis y otros escritos de doctrina psicoanalítica; op.cit., 
p.275. 
 
32 A propósito de esta alegoría “económica”, cerca de treinta años antes de la publicación de El malestar en la cultura, Freud le 
escribe a un amigo: “La felicidad es el cumplimiento diferido de un deseo prehistórico. He aquí por qué la riqueza nos hace 
tan poco felices: el dinero nunca fue un deseo de la infancia.” S. Freud; “Carta a Fliess (Viena 16.1.98)” en Obras Completas 
(Tomo III); op.cit., p.3597) 
 
33 S. Freud; El malestar en la cultura; op.cit., p.29. Consoladoramente, tal vez, aunque en abierta contradicción a los postulados 
de los ensayos críticos posteriores (El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura) Freud escribe a Oskar Pfister, un profesor 
ministro que ha aplicado las teorías psicoanalíticas a la educación protestante: “In itself psycho-analysis is neither religious nor 
non-religious, but an impartial tool which both priest and laymen can use in the service of the suffer. I am very much struck 
by the fact that it never occurred to me how extraordinarily helpful the psycho-analytic method might be in pastoral work…” 
(S. Freud; Carta a Oskar Pfister (2.IX.09); en E. Freud, L. Freud y I. Grubrich-Simitis (Eds.); Sigmund Freud: His Life in Pictures 
and Words; op.cit., p.176) 
9 
 
Más acá de Dios: reinvención de la ilusión emancipadora 
 
En El porvenir de una ilusión Freud acusa a la Religión de ser una de las cargas más pesadas e 
insoportables impuestas por la Cultura y que, eliminada o superada la ilusión de Dios, puede asumirse 
que el hombre tendrá que reconocer su impotencia y su infinita pequeñez, y no podría considerarse ya 
como el centro de la creación.34 Habría que educar para la realidad pues –afirma Freud- el hombre no 
puede permanecer eternamente niño; tiene que salir algún día a la vida, a la dura “vida enemiga”. La 
ilusión de Freud es que la conciencia de que sólo habremos de contar con nuestras propias fuerzas nos 
enseñaría, por lo menos, a emplearlas con acierto, lo que incidiría, probablemente, en la posibilidad de 
ampliar nuestro poderío: 
 
“Y por lo que respecta a lo inevitable, al Destino inexorable, contra el cual nada puede 
ayudarle, aprenderá a aceptarlo y soportarlo sin rebeldía. (…) Retirando sus esperanzas del 
más allá y concentrando en su vida terrena todas las energías así liberadas, probablemente, 
la vida se haga más llevadera y la civilización no abrume ya a ninguno...”35 
 
Aunque no comparto las ilusiones racionalistas de Freud, contradichas si se aplica a sí mismo sus 
reservas críticas a las vanas ilusiones de la “revolución socialista” o al proyecto político del humanismo 
moderno en general, y también me distancio de su devoción por los principios normalizadores (y de 
cierta manera conformistas36) que las mueven y que las sostienen, sí comparto simpatías con el espíritu 
liberador que, de cierto modo, también las atraviesa, o que, cuando menos, da paso a una posición reflexiva 
y crítica sobre la existencia misma del Ser, su relación con las fuerzas que lo constituyen como Sujeto y 
que sobredeterminan las condiciones de toda vida humana dentro de lo Social. Pienso que la muerte de 
Dios (bajo la modalidad de una maduración intelectual, de una superación, como sucede en el discurso 
de Freud) es, en el contexto del imaginario político y cultural moderno, el signo permanente, más que 
de una gran sustitución, quizá, de infinidad de fusiones, de entre las que ya Nietzsche destacaba la Moral. 
La Razón y la Ciencia, simultáneamente, no ocuparían el lugar de la Religión, porque ellas mismas eran 
modos de religión. Dios, materializado en el espíritu imperial de la Ley, seguiría ocupando su trono. Pero 
ciertamente, a partir del reconocimiento de la finitud del Ser, de la irremediable mortalidad de cada cual, 
de la imposibilidad de trascendencia espiritual más allá de la muerte, se resuelve, no un pesimismo 
existencialista y quizá tampoco el revés de una traición a la promesa revolucionaria. Nacería de esta 
mirada “realista”, quizá, la posibilidad de un modo alterno de pensarse a sí mismo, de representarse a 
partir del reconocimiento de las condiciones inalterables de la existencia humana y a la vez de las poderosas 
fuerzas que la regulan, las que procuran ajustarla a la medida de muy precisas exigencias, subyugarla 
 
 
34 S.Freud; “El porvenir de una ilusión”; en Psicología de las masas; op.cit., p.195. 
 
35 Ídem. 
 
36 En una carta a su amigo Fliess, aparece, de cierto modo, traducida (o reducida) una parte de la teoría sobre la felicidad en 
estas palabras: hay que tomar las cosas como vienen y estar contento de que vengan. (S.Freud; “Carta a Fliess (Viena 16.1.98)”; 
op.cit., p.3597) 
10 
 
ideológicamente, disciplinarla políticamente, subsumirla en los registros reinantes de la normalidad, del 
poderío cultural dominante, de la Moral o la Ley en general; pero también vale reconocer en esa 
representación alternativa que la vida es, a pesar de las fuerzas que la determinan, algo más compleja de 
cómo se suele pensar, y que no puede ser reducida dentro del esquema de una gran teoría ni mucho 
menos contenida bajo ningún registro absoluto de la representación. Ahí quizá el choque incesante con 
las aspiraciones omnicomprensivas de las filosofías racionalistas; ahí quizá la condición permanente del 
psicoanálisis como devenir de una (des)ilusión. Mas no por ello se detiene el movimiento de la historia, 
pues ella es siempre el rastro que deja a su paso la vida, aunque sus huellas se multipliquen al infinito y 
enseguida se borren como se borran las huellas en la arena o se dispersa la niebla al soplo de una ventisca. 
El mundo sigue dando vueltas sobre su propio eje –imaginario-; de él no podemos caer, aunque sí 
caernos en él... 
El Yo sigue siendo la residencia fija de la angustia y el Sujeto el signo de la eficacia de todas las 
tecnologías normalizadoras que ejercen sobre él desde su nacimiento, de todas las violencias represivas 
que lo hacen creer ser más de lo que en verdad es y a la vez menos de lo que en realidad pudiera ser... 
Pero la vida es siempre condición en devenir, relación del Ser con las fuerzas que lo empujan a 
encuadrarse, a domesticarse, y además, con las que lo fuerzan a situarse permanentemente dentro de una 
condición conflictiva, incierta e indeterminada, y muy posiblemente indeterminable en definitiva; ya por 
la potencia indómita de lo Inconsciente, de las demandas instintivas, del Deseo, o ya por resistencias 
consientes, por la voluntad política de ser, pensar y actuar de alguna otra manera; en fin, por la ilusión 
emancipadora que todavía, en la condición (pos)moderna, aún entre tropiezos y regada por toda la vida 
social, entre los códigos del lenguaje y la subjetividad, de la cultura, sus rituales y sus moralidades; de la 
Ley y contra sus despotismos imperiales; entre la psique rebelde y la conciencia, entre la fe y la 
incertidumbre, el escepticismo y la credulidad, la ingenuidad, el desencanto y la esperanza; echa a correr 
las suertes singulares y colectivas a procurar de la existencia algún otro modo de vivirla; quizá desde la 
ilusión de un más acá de lo posible; una apuesta a que, a pesar de todos los pesares, casi todo podría ser 
de alguna otra manera...

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