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Marzo-Abril 9
EDITORIAL
L a historia del hombre y la de los zapatos están íntimamente unidas. Aunque los primeros zapatos que se conservan tienen tan solo unos 8000 años de antigüedad, se cree que ya se utilizaban hace aproximadamente 40 000 o 
26 000 años. Esta suposición se fundamenta en que entre ese periodo los dedos 
de los pies del hombre primitivo disminuyeron de tamaño, algo que se atribuye al 
uso frecuente de un calzado constreñidor. El Homo sapiens le debe al calzado no 
solo características morfológicas del pie, sino también su rápida expansión por 
todos los continentes. El hombre, un homínido específicamente dotado para andar 
erguido (los cazadores-recolectores caminaban diariamente en torno a cuarenta 
kilómetros), inventa los zapatos para proteger el pie de los rigores del camino mien-
tras migra de África a Europa en época de máximo glacial. Los rudimentarios cu-
brimientos de pieles animales, apenas cosidos con toscas cuerdas, ayudan a los 
humanos a resguardar sus pies del frío, de la humedad y de las inevitables piedras 
en el camino. En consecuencia, la función antropológica primaria del calzado es 
separar el pie de un exterior helado y nada confortable. 
Por tanto, el calzado era en ese tiempo una frontera entre el hombre y el mundo. 
Pero las fronteras pueden ser costuras de desunión y también líneas permeables 
de contacto. Así, los zapatos, poco a poco, fueron añadiendo elementos que no 
buscaban aislar al pie de las agresiones del camino, sino todo lo contrario. Las sue-
las cada vez más cómodas, la flexibilidad de los materiales, la transpirabilidad de 
las plantillas, etcétera, son incorporaciones al zapato que solo se entienden como 
una búsqueda por mejorar el contacto del pie con el exterior. Con estas incorpora-
ciones, el zapato ya no solo nos protege, sino que también favorece una unión que 
nos permite percibir más cómodo y bonito el camino. Porque, como las fronteras, 
separan y unen al mismo tiempo. 
En la última etapa evolutiva del calzado (y del ser humano), llegaron los tacones. 
Las personas ya no se conformaban únicamente con proteger el pie o hacer más 
cómodo su paseo, también querían transcender la realidad, elevarse sobre ella. 
Los tacones, las plataformas y las altas calzas sirven precisamente para eso, para 
alejar a sus usuarios de una realidad chata e insatisfactoria. Por ello, en los últimos 
tiempos los zapatos suman a sus diseños fantasiosos adornos, suntuosas hebillas, 
relamidos tejidos y vertiginosos tacones. En esta etapa, la estética prevalece sobre 
otras características más pragmáticas como la durabilidad o la amortiguación. Aquí 
lo relevante es destacar a través del diseño; el zapato se convierte en un fin en sí 
mismo más allá de su origen instrumental.
Con ello, se consuman las tres funciones ontológicas del calzado: proteger, apor-
tar comodidad y embellecer. Las tres están relacionadas, como hemos dicho, a la 
propia evolución del ser humano y su voluntad por adaptarse a la realidad circun-
dante: de una prehistoria congelada a un mundo contemporáneo en el que la apa-
riencia es fundamental. Por supuesto, al igual que el hombre, el zapato prosigue su 
evolución. Sin duda, la tecnologización de la vida cotidiana de nuestros coetáneos, 
la importancia de la digitalización y la creación de mundos virtuales repercutirán en 
cómo calzaremos en el futuro. Probablemente, cuando se consume la transferen-
cia de la cuarta o quinta revolución industrial (uno ya pierde la cuenta) a su reflejo 
material en los zapatos, el que escribe y muchos de los que leen (lo siento) ya no 
estarán para verlo. Lo que es seguro es que el calzado morirá con el hombre, nunca 
antes; porque los zapatos forman parte tan íntima y consustancial de la cultura del 
ser humano que ya no se concibe al uno sin los otros. El calzado evoluciona con el 
hombre, de la misma forma que nos ayuda a evolucionar.
Breve historia del zapato
Los zapatos forman 
parte tan íntima y 
consustancial de la 
cultura del ser humano 
que ya no se concibe 
al uno sin los otros. El 
calzado evoluciona con 
el hombre, de la misma 
forma que nos ayuda a 
evolucionar.

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