Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
LA TRADUCCIÓN DE LA BIBLIA. ENFOQUE FILOLÓGICO Y ENFOQUE DOCTRINAL O CON FINES PASTORALES JESÚS CANTERA ORTIZ DE URBINA Universidad Complutense de Madrid Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el rei- no de los cielos. 'sí en el evangelio de San Mateo (XIX, 16-30) como en el de San 'Marcos (X, 17-31), y asimismo en el de San Lucas (XVIII, 18-30) podemos leer la preciosa y elocuente narración de un joven rico que, acercándose al Maestro, le pregunta qué ha de hacer para poseer la vida eterna. El Señor le dice que ha de guardar los mandamientos: no adulterar, no matar, no robar, no dar falso testimonio, honrar padre y madre y amar al prójimo. Al replicar el joven que todo eso lo hace, y al insistir preguntando qué más ha de hacer, le dice Jesús: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo cuanto posees y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo. Luego, vuelve acá y sigúeme». Frunciendo el ceño -dice San Marcos- y entristecido, el joven se marchó, porque poseía muchos bienes. Entonces dijo el Señor a sus discípulos: «En verdad os digo que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos». Y añadió: «Más fácil es pa- sar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de los cielos.» La traducción -en un principio- no ofre- ce dificultad alguna, lo mismo si pensamos en una traducción con enfoque pastoral que si lo hacemos desde un punto de vista filo- lógico. Cierto es, sin embargo, que para algu- nos el «camello» les parece tan grande que se les atraganta. Y, para evitarlo, proponen reemplazar el griego KCCU.TIÀOÇ (camello) por Kcci-iUoc («cable», o «gruesa cuerda»), de acuerdo con un fenómeno de «yotacis- mo» que en la época bizantina llegaría a identificar las dos palabras griegas, como puede verse, sin ir más lejos, en el Diction- naire grec-français de Bally o en el ya se- cular Lexicon graeco-latinum in iibris Novi Testament! de Christian Gottlob Wilke (Ratisbona, 1858). Forzando las cosas, en lugar del latín camelus se ha llegado a proponer capillus. Lo cual daría en español «cabello» en lugar de «camello». Pasar un cabello por el ojo de una aguja no sólo no es cosa imposible, ni mucho menos, sino muy factible. Depen- de, naturalmente, de cómo sea el cabello y cómo sea el ojo de la aguja y de la habili- dad de quien lo ha de pasar. Se pierde, pues, así toda la fuerza de esta expresión que responde -no lo olvidemos- a una pa- remia que era de uso normal entre los se- mitas del Próximo Oriente, con la que se pone en guardia contra los peligros de un apego excesivo a las riquezas materiales. No es que el rico, por el hecho de ser rico, no pueda entrar en el reino de los cielos. Para quien es difícil entrar en el reino de los cielos es para el rico apegado a sus riquezas, para el avaricioso y no caritativo. Los evangelios de San Marcos y de San Lucas, así como el de San Juan, fueron escritos en griego. San Mateo, en cambio, lo hizo en arameo hacia el año 50, aunque sólo se conservara luego su versión griega que debió de hacerse hacia los años 60 ó 70. Sea cual sea la lengua en la que fueron escritos los evangelios, lo cierto es que fueron redactados por semitas, en am- biente semítico y dentro de la cultura semí- tica del antiguo Próximo Oriente. La exageración de esta paremia que ha- ce pensar en la imposibilidad de pasar un camello o un dromedario por el ojo de una aguja, no es única, ni mucho menos. Antes kieronymus 101 al contrario, es bastante frecuente en pa- remias del Próximo Oriente. Recuérdese, por ejemplo, la que nos advierte aquello de «ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio» que leemos en San Mateo Vil, 3. Y también ésta otra, en que también aparece el camello: «Guías ciegos, que empleáis un filtro para el mosquito y en cambio os tragáis el camello» (San Mateo XXIII, 24). Palabras con las que censura el Señor la hipocresía de los fariseos que ha- cían pasar por un filtro cualquier líquido que fueran a beber para evitar así la posi- bilidad de tragar inadvertidamente algún mosquito que les podría hacer contraer impureza legal. El tema del «camello» en la Biblia daría para hablar durante al menos una hora. Pero no se trata ahora de eso. Nos limita- remos a recordar que hasta 56 veces en el Antiguo Testamento (37 de ellas en el Gé- nesis) aparece la palabra hebrea gamal, con la que se designa el camello, animal impuro según Levítico XI, 4 y Deuteronomio XIV, 7. Con esta palabra se designa -en principio- así el camello bactriano, de dos jorobas, como el llamado por algunos «camello árabe» o dromedario, de una sola giba o joroba. Prescindimos ahora de la palabra hebrea béjer que aparece en Isaías LX, 6 y de su femenino bijrah de Jeremías 11,23. Hemos empezado estas consideracio- nes con la paremia «Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de los cielos». Y hemos recordado más adelante la admonición de Nuestro Señor a los fariseos cuando les dice: «Guías ciegos, que empleáis un filtro para el mosquito y en cambio os tragáis el camello». Deberíamos recordar ahora que en el Nuevo Testamento, así en el evangelio de San Mateo (III, 4) como en el de San Mar- cos (I, 6) se nos dice que Juan el Bautista llevaba un vestido de pelos de camello y un ceñidor alrededor de sus lomos, y se man- tenía con langostas y miel silvestre. Y para terminar con el camello, ya que hemos empezado con una paremia, recor- demos la española -aunque no bíblica— que dice: «la última paja quiebra el lomo del camello», con la que se nos advierte del peligro de pretender cargar en demasía. Paremia que, sin forzar en exceso las co- sas, podríamos poner en relación con la que nos enseña que «la codicia rompe el saco». Sin apenas hacer alusión a ello, nos hemos ido refiriendo a la traducción de la Biblia desde un punto de vista filológico por un lado y a la que se hace, por otro, con un fin doctrinal o con miras principalmente pastorales. Desde un punto de vista pastoral, lo fundamental es hacer reflexionar sobre lo difícil -imposible, podría decirse- que re- sulta para un «rico» entrar en el reino de los cielos. Advirtiendo en la exegesis -si se quiere- que el «rico» no es tanto el que posee riquezas como el que está apegado a ellas y se resiste a desprenderse de ellas, el que antepone los bienes materiales a todo lo demás. En una traducción filológica, en cambio, se ha de fijar la atención en la palabra griega Ká\ir\\oc y en la posibilidad planteada por algunos de un fenómeno de yotacismo que permitiría leer KCÍ[IÍXOC en lugar de KÚ\IT\XOC . ejemos los camellos. Y recordemos lia famosa sentencia que entre no- sotros suele citarse en latín y dice: Vinum laetificat cor hominis. Es una ligera modificación de la que aparece en la Vul- gata (Salmos 0111/ CIV, 14): et vinum laetifi- cet cor hominis, dentro de un pasaje pre- cioso de un himno de bendición a Dios creador en el que el salmista, dirigiéndose a Yahveh, le dice: La hierba haces brotar para que coma el ganado y asimismo las plantas que el hombre cultiva para que de la tierra pueda sacar el pan. Y también el vino que alegre el corazón del hombre. 102 ieronymus ^omplutensis Acuciados, sin embargo, por una sana curiosidad, tratamos de averiguar si en al- gún otro lugar de la Biblia encontramos algún pasaje semejante. Y en efecto, en el Eclesiástico, en el capítulo XL, hallamos dos pasajes muy próximos al de vinum lae- tificat cor hominis. En el versículo 20 po- demos leer: «Vino y licores alegran el cora- zón; pero más que ambas cosas, el amor de los amigos». Y un poquito antes, en el 18, esta otra sentencia: «Una vida con vino y licores es dulce; pero mejor que ambas cosas es hallar un tesoro». No hace falta recordar que del Eclesiás- tico no se conservaba hasta hace muy po- co el texto en su lengua original hebrea. Las traducciones que de él se hacían a nuestras lenguas modernas eran versiones o bien del texto latino de la Vulgata, o bien en algunos casos del texto griego de Sep- tuaginta, teniendo en cuentaen algunas ocasiones la antigua versión siríaca. No pocos rabinos, sin embargo, han usado tradicionalmente versículos y hasta pasajes enteros en hebreo que coinciden puntualmente con el texto del Eclesiástico, como es fácil comprobar en una lectura atenta del Talmud. Pero además, gracias a unos interesantísimos descubrimientos en 1896, y luego en 1931, y más tarde en 1952, 1956 y 1964, hoy disponemos de más de las tres quintas partes en hebreo de todo el libro. Los dos versículos que acabamos de citar aparecen casi íntegra- mente en ese texto hebreo. Se dan, es cierto, algunas variantes entre el texto grie- go tradicional y el hebreo recientemente descubierto. Pero no es menos cierto que esas variantes en nada afectan a su idea substancial. Se puede por consiguiente prescindir de matizaciones y de puntualiza- ciones en una traducción con fines pasto- rales. El filólogo, en cambio, las debe se- ñalar y hacer notar. La traducción que aquí acabamos de dar así del versículo 20 como del 18 responden al texto hebreo. Según el texto griego y según el texto latino dice así el versículo 20: «Vino y música alegran el corazón; pero más que uno y otra, el amor de la sabiduría».1 En el texto hebreo no se dice «vino y música» sino «vino y licores»; y en lugar de «amor de la sabiduría» se lee «amor de los amigos». Dice así el versículo 18 en traducción del griego: «Suave es la vida del hombre que está contento con su suerte y la del labrador; pero más que una y otra la del que halló un tesoro». Y en su traducción del latín de la Vulgata: «Dulce será la vida del trabajador que se contenta con lo que le basta; y en ella hallarás un tesoro». Las vanantes entre el texto hebreo, el texto griego de Septuaginta y el texto latino de la Vulgata son notables; pero en nada afectan a su espíritu. El filólogo, sin em- bargo, las ha de tener en cuenta y ser meti- culoso, preciso y exacto en su versión, ha- ciendo constar de qué texto traduce y aportando si procede, las variantes perti- nentes que puedan tener interés. a Biblia -no cabe duda- es el libro más universal y el que conoce ma- r número de traducciones y el que ha sido traducido a mayor número de len- guas. En su inmensa mayoría, ya desde la Antigüedad, las traducciones de la Biblia lo han sido para facilitar el conocimiento de la «palabra de Dios». Por una serie de circunstancias, sin em- bargo, en nuestros días se han multiplicado los estudios de los textos bíblicos desde un punto de vista puramente filológico. En un principio, nada se le puede objetar. Antes al contrario, pueden ser convenientes y pro- vechosos incluso cuando se trata de una traducción con miras o fines puramente pastorales. Por haber sido la Vulgata la versión oficial en la Iglesia católica la forma consagrada entre no- sotros (además, naturalmente de la de vinum laetificat cor hominis) es la de vinum et música laetificant cor; et super utraque dilectio sapientiae (Véase Diccionario de expresiones y frases lati- nas, de Victor-José Herrero Llórente, Gredos). îeronymus 103 Frente a lo que se dice y se repite en relación con lo que se denomina «falta de interés hasta nuestros días por un estudio científico y crítico de los textos bíblicos», debemos recordar, entre otros datos muy elocuentes, la elaboración de las Hexaplas de Orígenes2 a principios del siglo III y la preparación de las grandes políglotas es- pañolas de Alcalá y Amberes (en el siglo XVI), a las que siguieron luego otras varias en distintos países.3 La traducción de la Biblia, desde un punto de vista filológico, es tarea suma- mente delicada y que requiere un tacto muy especial. Además de exigir un conoci- miento profundo de las lenguas originales y una preparación filológica sólida y muy se- ria, requiere también un conocimiento muy amplio de la civilización del pueblo de Is- rael y también de las de los pueblos con los que éste estuvo en contacto o en relación durante el largo curso de su historia. En la traducción de un texto literario cualquiera, se ha de procurar reflejar la belleza del original, manteniéndose al pro- pio tiempo fiel a lo que dice el texto. En la traducción de un texto técnico o científico, así como en la de un texto de una lengua de especialidad, ha de privar la fidelidad, la exactitud y la precisión. En sus Hexaplas, Orígenes dispuso el texto bíblico en seis columnas. En la primera figuraba el texto hebreo; en la segunda, el mismo texto hebreo, pero transcrito en caracteres griegos; en la tercera, la versión griega de Áquila; en la cuar- ta, la de Símaco; en la quinta, la de Septuaginta; y en la sexta, la de Teodoción. Así resultaba fácil comparar y contrastar esas cuatro versiones grie- gas entre sí y con el texto hebreo del que habían sido traducidas. Pero además, en la versión de los Setenta introdujo Orígenes unos signos dia- críticos con los que pretendía marcar y hacer resaltar las variantes de Septuaginta con respecto al texto hebreo. Desgraciadamente, de esta obra trascendental (aunque inacabada) de crítica tex- tual antiguotestamentaria emprendida por Oríge- nes, sólo nos quedan algunos fragmentos. 3 Véase la segunda columna de la p. 59 de Hieronymus, 2, en nuestro artículo «Antiguas versiones bíblicas y traducción», pp. 53-60. Cuando se trata de un texto doctrinal (filosófico o teológico principalmente) y también cuando se trata de un texto de historia, la fidelidad a lo que dice el original es fundamental e incuestionable. Esté o no de acuerdo el traductor con lo que dice el texto original, ha de reflejar con escrupulo- sa y exacta fidelidad lo que se dice en el texto, todo lo que se dice y nada más que lo que se dice. Cabe hacer luego -eso sí- las puntualizaciones pertinentes en notas del traductor; pero la traducción ha de ser fiel reflejo de lo que dice el texto traducido. La traducción de un texto bíblico, lo mismo si se trata de una traducción con fines pastorales que si se trata de una tra- ducción puramente filológica, ha de res- ponder a todas esas exigencias. El traductor de textos bíblicos nunca puede ser un simple aficionado. Debe ser una persona muy preparada, con unos co- nocimientos muy firmes y seguros de las lenguas originales, con un dominio de la lengua a la que traduce, e impuesto ade- más en el conocimiento de la civilización del pueblo de Israel y también de las civili- zaciones de los pueblos con los que estuvo en contacto o con los que mantuvo rela- ción. Y naturalmente, una gran preparación filológica. Y además, una sólida formación teológica. Sin olvidar un respeto reverencial a la «palabra de Dios». Con la suficiente sencillez y humildad para no creerse un portento, que se considera dotado de una superinteligencia única o singular, y colo- cándose por encima de todos los intérpre- tes de todos los tiempos. Al traducir la Biblia - y en otras muchas de nuestras actividades profesionales- no olvidemos lo que, recordando el Antiguo Testamento (Proverbios III, 34, según Septuaginta), dice en su carta el apóstol Santiago (IV, 6): «Dios se opone a los sober- bios; mas a los humildes otorga su gracia». 104 beronymus [cabamos de hacer una alusión alas notas del traductor. En pocos casos tienen una importancia tan grande como en la traducción de textos bíblicos. Pueden ser esencialmente de tres tipos: a) notas filológicas; b) notas históricas, de civilización o ar- queológicas; y c) notas doctrinales o pastorales. En cuanío a las primeras, recordemos que la Biblia hebrea de Kittel-Kahle ofrece una riqueza muy grande de notas filológi- cas aportando variantes tomadas unas de distintos manuscritos hebreos, y de anti- guas versiones otras, proponiendo otras veces algunas lecturas distintas a las que aparecen en el texto receptus. Y otro tanto cabría decir de la edición de Septuaginta de Alfred Rahlfs. La magnífica Biblia española de Bo- ver-Cantera, publicada en la B. A. C , com- pagina muy acertadamente las notas filoló- gicas con las doctrinales y pastorales, sin olvidar las que dicen relación con la ar- queología y con la historia. No podemos ocultar,por otra parte, que nos cuesta concebir una Biblia «católica» para el gran público y en especial para los fieles, sin notas, sobre todo de carácter doctrinal. Aunque, por otra parte, más vale que algunos autores se abstengan de ha- cerlo para evitar así interpretaciones que resultarían en exceso arbitrarias y en no pocos casos arriesgadas y contraprodu- centes. <Ctp &D OS [ntes de seguir adelante, dejemosconstancia de que la arqueología puede contribuir no sólo a explicar o aclarar algunos pasajes, sino también para confirmar su veracidad. Hace ya bastante años, tras habernos consagrado al estudio del acadio y del su- merio, dedicamos durante bastantes meses nuestra atención de manera casi exclusiva al estudio de los descubrimientos arqueo- lógicos y literarios del Próximo Oriente asiático, de manera especial en su relación con ta Biblia. Ello nos sirvió para corroborar en unos casos y para descubrir en otros que no po- cos de los pasajes más conflictivos o pro- blemáticos del Antiguo Testamento son aclarados y confirmados por la arqueolo- gía. Y en no pocas ocasiones esos estudios sirvieron para la interpretación de versícu- los de difícil exegesis. En 1959 publicamos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Ma- drid un breve estudio titulado «Biblia y Anti- guo Oriente». Completamente agotado hace ya muchos años y de difícil consulta, nos vamos a permitir reproducir ahora al- gunos de sus párrafos. Al leer en la Biblia ciertos pasajes, re- cordamos instintivamente tal o cual monu- mento arqueológico o algún trozo literario de Antiguo Oriente que dice relación con el pasaje o versículo en cuestión. Otras veces es el fenómeno contrario: el estudio de un monumento arqueológico o literario nos hace pensar en un pasaje bíblico. Consideremos, por ejemplo, el tanconocido versículo de los Salmosque dice: «Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por esca- bel de mis pies» (CIX/CX, 1). Fig 1 Parte inferior de la estatua de Ur-N¡ngin Al contemplar la estatua de Ur-Ningirsu en la sala de Gudeas del museo del Louvre y observar los tributarios representados a sus pies {fig. 1), no podemos menos de recordar este versículo, que a su vez nos hace pensar en una larga tradición anti- guo-oriental de representar a los enemigos a los pies del vencedor. Sin salir del museo del Louvre, la podemos ver confirmada en la conocida estela de los Buitres, en la es- tela de Manishusu y en la de Naransim, entre las más sobresalientes. En la estela de los Buitres (fig. 2), del tercer milenio a. J.C., el ejército de la ciudad de Lagash marcha victoriosamente sobre los cuerpos desnudos de sus enemigos de la ciudad de Umma tendidos en el suelo. Fragmento del r o de la Estela de En la estela de Naransim, en granito ro- jo, del siglo XXVIII a.J.C, y que conmemo- ra la victoria de Naransim sobre los pue- blos del este, vemos al rey, coronado con un par de cuernos, símbolo de su poder y de su realeza, pisoteando ios enemigos caídos ante él. En la estatua decapitada de Manishusu, rey de Acad, del tercer milenio a. J.C., en piedra calcárea, y aparecida en las excavaciones llevadas a cabo por Mor- gan, el traje talar del rey está como recor- tado por delante en su parte inferior para dejar al descubierto los pies del monarca que descansan sobre los cuerpos caídos de sus enemigos desnudos, sobre los cua- les figuran unas inscripciones.4 Es frecuente asimismo la representa- ción de animales, principalmente leones, a los pies del vencedor. Pueblos guerreros, sus reyes gustaban con frecuencia matar el ocio de las breves épocas de paz dedicán- dose a la caza de fieras. De esta suerte se ejercitaban además para la guerra montan- do a caballo y sobre todo en carros de gue- rra, y adiestrándose en el manejo del arco, disfrutando al mismo tiempo del goce de la lucha y de la sangre caliente. cuando dedicados a la literatura uga-rítica, nos encontramos con el pa-saje que dice: he aquí que tus enemigos voy a traspasar, he aquí que aniquilaré a tus adversarios. (Ill AB, 8-9) nos resulta difícil no pensar en el versículo lOdeSa/mosXCI/XCII: Porque he aquí que tus enemigos, oh Yahveh. porque he aquí que tus enemigos perecerán; serán dispersos todos los malvados No sólo coincide la idea, sino incluso ese paralelismo iterativo y progresivo a la vez, tan característico de la literatura ugarítíca. Por una serie de circunstancias hemos dedicado especial atención al texto del profeta Habacuc. Hace ya muchos años publicamos en el CSIC un breve estudio titulado El Comentario de Habacuc de Qumrán en el que, además de una intro- 4 Señalamos de paso la largura de estos cuer- pos y en especial de sus pies y el recuerdo que inmedialamente sugieren de los vencidos repre- sentados en la estela de Naransim, sobre lodo por el pelo recogido en larga trenza puntiaguda Shieronymus I ducción, ofrecíamos la versión de ese texto de Ain Feshka o del Mar Muerto, y luego un estudio crítico del texto bíblico que aparece en ese comentario contrastado con el texto receptus, añadiendo numerosas notas críti- cas a la luz de antiguas versiones bíblicas: Targum arameo, Peshitta o versión siriaca, Septuaginta, Vulgata y Vetus Latina. Algu- nas variantes son puramente ortográficas; y otras son de orden fonético. Pero también se dan algunas lecciones diferentes, de cierto interés para la exegesis bíblica des- de el punto de vista filológico, aunque sin apenas importancia desde el punto de vista doctrinal. Recordaremos solamente dos, a modo de ejemplo. Y luego veremos otros dos versículos del llamado cántico de Ha- bacuc que constituye el capítulo tercero. »O G3 n primer lugar los versículos 14-17 del capítulo I, de los que ofrecemos la siguiente traducción: Haces a los hombres semejantes a los pe- ces del mar, semejantes a las lombrices, que no tienen jefe A todos los coge con anzuelo y los apresa en sus redes. Por e ce ii sacrificios a ; a, su botín i, y ofre- red, ya que, , abundante ¿Vaciará pues su red para inmolar sin pie- dad a los pueblos? Estos versículos pueden hacer pensar naturalmente que el Profeta ha querido representar al rey caldeo como un pesca- dor que, lanzando su red al mar, logra una pesca abundante. Pero, teniendo presente la arqueología, podemos reconocer en es- tos versículos una figura o alusión mucho más fina y real. Es frecuente en Antiguo Oriente la representación de los enemigos desnudos, como lombrices5 que no tienen ropa, ni piel, ni escamas, y están encerra- dos en una red, como peces recién saca- dos del agua, y a quienes el rey o un gue- rrero distinguido da con una maza un fuerte golpe en la cabeza. Recordemos otra vez la estela de los Buitres (fig. 3) y un frag- mento de estela en diorita, por desgracia muy mutilado, de hacia 2500 a. J.C., des- cubierto en las excavaciones llevadas a cabo por Morgan en 1905, que se encuen- tra en el museo del Louvre con la referen- cia Sb 2 (fig. 4) y que nos representa - 5 En este pasaje creemos que procede traducir el sustantivo hebreo remes por «lombriz», y no por «reptil», como se hace corrientemente. Paul Humbert, Problèmes du Livre d'Habacuc lo traduce por bestioles (p 74) Y lo justifica más adelante (p. 128) diciendo: «il y a 17 attestations de ce substantif, soit [.. } Donc pas d'attestation indubitable avant Habacuc /, 14. Dans la plupart de ces cas, remes désigne d'ailleurs des animaux terrestres (Os. 2, 20; Ez. 38, 20; Gen 1, 24 25.26; 6, 7.20; 7, 14.23; 8, 17.19; 9, 3); dans Ez. 8, 10; Ps 148, 10 le sens précis est incertain, dans I Rois 5, 13: Hab. 1, 14 et Ps. 104, 251e mot désigne des animaux matins. L'acception dans laquelle le substantif est pris dans Hab. 1, 14 est donc rare. Antoine J. Baumgartner, Le Prophète Haba- cuc. Introduction critique et exégèse avec examen spécial des commentaires rabbiniquos du Talmud et de la Tradition insiste en lo difícil que resulta traducir aquí exactamente remes (p. 119). Y des- pués de rechazar la traducción de «reptiles» y la de vermine (Reuss) y de aplaudir la de Meeres- gewimmei (Kleinert), concluyeque remes seria aqui «le menu fretin des eaux», tous ces animal- cules qui peuplent les bas fonds de la mer et servent de pâturages aux autres (comp. Ps. 104, 25). ^ieronymus | 107 entre otras escenas- la maza golpeando una cabeza salida o sacada de una red en la que están apresados los enemigos. Dos aspectos de la estela SD 2 del Louvre Por otra parte, la representación de los enemigos sujetos por anzuelos o anillas (Habacuc I, 15) no es tampoco desconoci- da en Antiguo Oriente. Así en la estela de Assarhadón del museo de Berlín (fig. 5) podemos ver al rey de Asiría teniendo pos- trados a sus pies a Abdi-Milkutti rey de Si- dón y a Taharqa rey de Etiopía, sujetos con anzuelos o anillas que traspasan el labio superior. «A Abdi-Milkutti, que ante mi ataque ha- bía huido mar adentro, lo he sujetado como a un pez fuera del mar y le he cortado la cabeza» dicen el Prisma A y el Prisma B.6 Las representaciones de personas lle- vando peces colgados de anzuelos o ani- llas son numerosas en todo el Antiguo Oriente. Las encontramos en Asiria, lo mismo que en Babilonia. De principios del tercer milenio a. J.C. conserva el museo del Louvre un fragmento de relieve en ala- bastro aparecido en las excavaciones lle- vadas a cabo porCros en 1903 {A.O. 4110) que representa un hombre llevando varios peces sujetos por una anilla o anzuelo. Ca- be recordar asimismo el fragmento del «estandarte de la Paz» de Ur, que reprodu- cimos en la figura 6. De Babilonia se conocen diversas representaciones del mismo motivo. Fig. 5 Estela de Assarhadón Fig. 6 Fragmento del Estandarte de la Paz de Ur En el Antiguo Testamento encontramos frecuentes alusiones a la bárbara costum- bre de sujetar a los enemigos con anzuelos o anillas que les traspasan los labios o la nariz. A ella alude el profeta Amos, cuando dirigiéndose a las damas samaritanas, les dice: «os sobrevendrán días en los que se os arrastrará con arpones y a vuestra pos- teridad con anzuelos de pescar» [Amos IV, 2). Recuérdense alusiones parecidas en Véase Pntchard. Ancient Near Eastern Text relating to the Old Testament, pp 280 y 291 Isieronymus Isaías: «pondré mi anillo en tu nariz y mi freno en tus labios» (Isaías XXXVII, 29); en Ezequiel: «yo te pondré aros férreos con cadena en las quijadas y pegaré los peces de tus ríos a tus escamas, y te sacaré de en medio de tus ríos, así como a todos los peces de tus ríos adheridos a tus esca- mas» (Ezequiel XXIX, 4): «y pondré aros y cadena en tu quijada» (Ezequiel XXXVIII, 4): en el libro de los Reyes: «Por cuanto te has enfurecido contra mí y tu arrogancia ha llegado a mis oídos, pondré mi anillo en tu nariz y mi freno en tus labios y te haré vol- ver por el camino por donde viniste» (II Reyes XIX, 28); etc. Lo normal en Antiguo Oriente es repre- sentar a los enemigos desnudos, como en señal de que se les ha desposeído de toda fuerza y poder. Metidos en una red (como peces capturados recién sacados del agua) están desnudos como lombrices que no tie- nen ni vestido, ni piel, ni escamas siquiera. Es curioso observar que el Comentario de Habacuc hallado en Qumrán sustituye «redes» por «estandartes» y «armas».7 Se acerca no poco en este punto al Targum arameo que, pasando de la imagen del pescador a la del guerrero, dice: «por eso ofrece sacrificio a sus «armas» e incienso a sus «estandartes».8 Para el Targum ara- meo, así como para el comentarista de Qumrán no estaba descartada la posibili- dad de que el Profeta hubiera visto la ima- gen de un guerrero en este pescador. Tanto más cuanto que el libro de Habacuc gira en torno al ataque de los caldeos con- tra el reino de Judá. Algunos comentaristas alegan para ilustrar este texto del Comenta- rio de Qumrán, el hecho referido por Hero- doto (IV, 59) de que los escitas traían cada año ofrendas y adoraban una espada cla- «...Y lo que dijo: 'Por eso sacrificará a su red y quemará incienso a su retel' La interpretación de esto es que ellos ofrecerán sacrificios a sus estandartes, y sus armas son objeto de su cul- to...» (QH VI, 2-5). Véase N. Wieder: «The Habakkuk Scroll and the Targum», The Journal of Jewish Studies (1953), 4, pp. 14-18. vada en tierra con la punta hacia arriba y que representaba al dios Marte. Podría constituir un argumento en favor de la hi- pótesis de que el pueblo guerrero a que se refiere el Comentario serían los escitas, hipótesis que desde luego no suscribimos por nuestra parte. El culto de los estandartes -comenta Vermes al discutir a qué pueblo pueda refe- rirse el término Kittim del Comentario- era conocido en el ejército romano.9 Pero la alusión más clara al sacrificio ofrecido en Roma a los estandartes se encuentra en las Guerras Judaicas de Flavio Josefo. «Los romanos -d ice- luego que los rebel- des se habían refugiado en la ciudad y que el Templo y todos sus alrededores eran presas de las llamas, una vez traídos sus estandartes al Templo, y colocados contra la puerta oriental, les ofrecieron sacrificio, y con grandes aclamaciones proclamaron a Tito imperator (Bell. Jud. VI, vi, 1). Y con- cluye Vermes que el Comentario de Haba- cuc de Qumrán se refiere concretamente a este acontecimiento.10 Después de estas consideraciones so- bre los versículos 14-17 del capítulo I, po- demos pasar a considerar el versículo 9 del capítulo III. Hace ya años, en 1956, propu- simos una nueva traducción, influida en parte por la interpretación de Cassuto y apoyada en la literatura ugarítica y en los Entre los testimonios más importantes pue- den citarse: Tácito (Annal. Il, 17); Josefo (Bell. Jud. Ill, VI, 2); Minucio Félix (Apol. XXIX, 7), Ter- tuliano (Apol. XVI). Véase Vermes: «La Commu- nauté de la Nouvelle Alliance d'après ses écrits récemment découverts. Une contribution au pro- blème des origines des manuscrits du désert de Juda», en Ephemerides Theologicae Lovainien- ses, 1951, 27, pp. 78 y 79. 10 Puisque d'une part le sacrifice aux «signa» ne semble pas avoir été très répandu, et que d'autre part le méfait des Romains d'offrir un tel sacrifice dans le Temple, déjà en proie aux flam- mes, doit avoir eu un grand retentissement dans les milieux juifs palestiniens, il y a une forte proba- bilité pour que le Commentaire d'Habacuc parle précisément de l'événement que nous connais- sons grâce à Josephe (I.e.). îeronymus £omplutensis 109 descubrimientos arqueológicos de Antiguo Oriente, sin olvidar los testimonios de las antiguas versiones y en especial de la Vul- gata de San Jerónimo. Decía asi la traduc- ción propuesta: Has desenfundado tu arco. Juramentos de maza pronuncias. Resquebrajas la tierra en torrentes. Constituyó en su momento una inmensa satisfacción comprobar cómo uno de los más prestigiosos traductores de la Biblia hebrea al español cambió en ediciones posteriores la versión que de este versículo había ofrecido en las primeras, adaptán- dola a la que nosotros habíamos propuesto en nuestro estudio ya citado Biblia y Anti- guo Oriente.11 Se trata de uno de los versículos más difíciles de toda la Biblia. Especialmente las tres palabras shebu'ot maththot 'omer han traído por la calle de la amargura a no po- cos traductores y exégetas y es -como dice Baumgartner-13 la crux Interpretern por excelencia, ofreciendo amplio campo a los tratadistas de la Biblia para ejercitar su sa- gacidad. El estudio de las interpretaciones que se han hecho daría lugar a un grueso volumen. Ya las antiguas versiones discre- pan notablemente unas de otras, como puede apreciarse a primera vista. Cassuto interpreta este versículo (espe- cialmente su segundo miembro y aún el tercero) a la luz de la literatura ugarítica, relacionándolo con el mito de Baal, dios del cielo y de la vida en su lucha con Mot. dios de los infiernos y de la muerte, por la realeza y el dominio del mundo en calidad de «rey» de los hombres y de los dioses, virtió «jura- mozas» en spañola publi- 11 Como anécdota graciosa rec una maligna errata de imprenta mentos de mazas» en «juramentos la prestigiosa edición de la Biblia cada en la B A.C. a la que nos referim 1 : En su estudioí_e Prophète Habacuc Intro- duction critique et exégèse arec examen spécial des commentaires rabbiniques du Talmud et de la Tradition. lucha que acaba con la victoria definitiva de Baal.13 Es un hecho indiscutible la íntima rela- ción en muchos puntos entre el Antiguo Testamento y la literatura cananeo-ugarí- tica sin que ello constituya el más mínimo obstáculo para la divina inspiración de las Sagradas Escrituras. Recuerda Cassuto la impresión que en el ánimo de los israelitas causó el mito de Ba'al cuando entraron en contacto con la civilización cananea. Y sa- bemos muy bien cuan propenso fue el pueblo hebreo al culto de Ba'al y al sincre- tismo religioso. Los museos son ricos en mazas de ar- mas, con frecuencia votivas, procedentes de diferentes puntos del Antiguo Oriente. Las hay sumenas y las hay acadias. Las podemos encontrar en Asiría y las encon- tramos en Ugarit. Todo el Antiguo Oriente nos ofrece hermosos ejemplares. Particu- larmente conocida es la de Mesilim (fig. 7), de principio del tercer milenio a. J.C., halla- da en las excavaciones llevadas a cabo por Sarzec. De tamaño más bien grande, en piedra calcárea, tiene representada encima el águila leontocéfala y en el contorno una serie de leones alados con inscripción cu- neiforme. De Ugarit recordamos, entre otras, la que lleva el nombre del rey Tukulti Ninip ll. del siglo IX a.J.C. Fig. 7 - Maza de Mesilir Umberto Cassuto: «II capitulo 3 di Habaquq e i testi di Ras Shamra», en Annuario di Studi Ebraici, 1935-1937, pp. 14-22. ^ieronymus La representación del rey victorioso gol- peando con su maza la cabeza de sus enemigos vencidos (encerrados a veces en una red, como hemos señalado más arriba al interpretar Habacuc I, 14-17). la pode- mos seguir viendo en la estela de los Bui- tres (fig. 3) y en el fragmento de estela descrito anteriormente (fig. 4). De acuerdo con Cassuto, hacíamos no- tar la relación entre el arco desenfundado y las mazas dispuestas a golpear. Las representaciones del guerrero victo- rioso que hace gala de su arco al mismo tiempo que domina con su pie al enemigo vencido son muy frecuentes. Podemos re- cordar lo que hemos dicho acerca del «siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de mis pies», anteriormente citado. La conocida estela de Naransim ofrece un buen ejemplo del gue- rrero que se muestra victorioso luciendo el arco y dominando con su pie al enemigo vencido. El precioso fragmento de estela donado al museo del Louvre en 1936 por el sultán Abdul-Hamid, siendo embajador de Francia Paul Camben, representa un gue- rrero hundiendo su pie en el cuerpo desnu- do de un enemigo caído a sus pies al mis- mo íiempo que con sus manos se dispone a disparar el arco; delante de ellos otro guerrero mesa la barba a un segundo enemigo arrodillado ante él y está a punto de golpearle con una maza (fig. 8). De Babilonia hemos citado anterior- mente una terracota de principios del II a. J.C. que representa un guerrero, proba- blemente un rey, al parecer con un par de cuernos, el arco entre las manos y apoyan- do su pie izquierdo sobre la cabeza de un león dominado ante él. En Asiría, en el palacio de Korsabad, del siglo VIII a. J.C. es frecuente ver un guerre- ro que acompaña al rey llevándole en la diestra la «maza» y en la izquierda el «arco». Una fuente redonda de plata dorada del siglo V o IV a. J.C, hallada en Chipre, re- presenta en su centro un guerrero con una 'maza' en la mano derecha levantada y a punto de asestar un golpe a los enemigos, mientras que con la izquierda, puesta sobre las cabezas de un grupo de prisioneros, sostiene un «arco» y dos flechas (fig. 9). Los ejemplos podrían seguir multiplicándo- se. Pero creemos que es suficiente con los aducidos para testimoniar una tradición extendida a lo largo del tiempo en distintas regiones del Antiguo Oriente y cuya repre- sentación vemos además que encuentra eco en la isla de Chipre tan íntimamente rela- cionada con el Próximo Oriente asiático. Estela donada al Le Fig. 8 me por el Sultán Abdul-Hamin Fig. 9 Fuente de plata dorada procedente de Chipre Resulta extremadamente curioso y muy revelador examinar la interpretación que de este versículo ofrecen distintas versiones. Algunas resultan sencillamente pintores- cas, sobre todo cuando pretenden ser orí- lieronymus ginales. Una de las traducciones españo- las, entre las recientes, y a la que más elo- gios se han dedicado, ofrece la siguiente versión de este versículo: «Desnudas y alertas tu arco, cargas de flechas tu aljaba. Hiendes con torrentes el suelo». Aun acer- cándose algo a una propuesta de correc- ción de Kittel-Kahle, esta versión no coinci- de con el texto hebreo, ni tampoco con nin- guna de las distintas versiones antiguas que hemos manejado. or sus implicaciones doctrinales y J pastorales, vamos a considerar la última parte del versículo 4 del ca- [io II de la misma profecía de Habacuc: «el justo vivirá por su fe». Y lo hacemos sobre todo porque San Pablo recoge tres veces esta sentencia: Romanos I, 17; Ga- fetes III, 11 y Hebreos X, 38. Tampoco en este punto podemos estar de acuerdo con la versión «el inocente, por fiar- se, vivirá» para reproducir el hebreo wetsa- ddiq be'emunato yihyeh de Habacuc II, 4. una última nota en relación con el 1 libro de Habacuc. Renunciamos a estudiar ahora el polémico versí- culo 9 del capítulo I; pero vamos a fijar nuestra atención, aunque sea muy bre- vemente, en el versículo 2 del capítulo III, del que ofrecemos la traducción siguiente: «¡Señor, he oído tu anuncio y he tenido miedo! ¡Señor, tu obra en medio de los años, vivifícala; en medio de los años dala a conocer! ¡En la ira acuérdate de tener compasión!» Pasamos por alto la interpretación de una prestigiosa traducción española que interpreta el hebreo yar'eti por «he visto» viendo sin duda en esa forma el verbo ra'ah (vio) en lugar del verbo yarah (temió). Pero señalamos, en cambio, que Sep- tuaginta interpretó así este versículo: «¡Señor, he oído tu anuncio y he tenido miedo! He conocido tu obra y fue permitido. Entre dos animales te darás a conocer: cuando lleguen los años, serás (recono- cido; cuando llegue el tiempo, serás mani- festado. Cuando en ira se conturbe mi al- ma, acuérdate de la misericordia». No es posible detenernos en un co- mentario minucioso de todas las variantes entre el texto hebreo receptus y la versión de Septuaginta. Tan sólo nos fijaremos ahora en ese «entre dos animales te darás a conocer» que leemos en los Setenta. En lugar del beqereb shanim hayye'u del he- breo, dice en efecto el texto de Septuaginta: év (iéoco oúo Çwcov yv(ùoQr\OT\. Cabría poner esa variante en relación con Isaías I, 3: «Conoció el buey a su amo y el asno el pesebre de su dueño; mas Israel no me conoció y mi pueblo no entendió». Cabría ver en estos pasajes el origen, aunque tardío, de la simpática costumbre de colocar una muía y un buey en nuestros nacimientos o belenes de Navidad, a pesar de que el evangelio de San Lucas (que es el que da más cumplida cuenta del naci- miento del Señor) se limita a decir que, estando María y José en Belén de Judá, al cumplirse los días del embarazo, María «dio a luz su hijo primogénito, y lo envolvió en unos pañales y lo recostó en un pese- bre, pues no había sitio para ellos en el mesón» (San Lucas II, 7). ejemos la profecía de Habacuc, y I pasemos por unos instantes al Cantar de los Cantares. Uno de los libros de la Biblia más bonitos así desde un punto de vista puramente humano como sobre todo desde un punto de vista espiri- tual y sobrenatural. Con toda razón puede ser calificado de auténtica joya de la litera- tura universal, una de las más preciosas de todo los tiempos. Su título de Cantar de los Cantares en español responde, como es harto sabido, a un superlativo hebraico, con el significado de «cantar muy bello», o «cantar sin igual» 112 ieronymus o mejor aún de «el más bello cantar» o «el cantar por excelencia». Pero el ya consa- grado título de Cantar de ¡os Cantares (y lo mismo el de las otras lenguas, como elfrancés Cantique des Cantiques) es una auténtica maravilla lingüística que por nada debemos perder. Con su apariencia profana, ese diálogo lírico (con un cierto carácter dramático) de este texto tiene un significado místico muy claro así para los judíos como para los cristianos: la unión de Yahveh con su pue- blo Israel para los judíos; la unión de Cristo con la Iglesia para los cristianos. En defini- tiva: la unión de Dios con su pueblo, y la entrega mística del alma a Dios. Y preten- diendo interferir en ese amor, las manio- bras del amor profano y del culto idolátrico. Rico en imágenes, de no fácil interpre- tación algunas de ellas, el texto es de una belleza singular. Y si bella es la forma, más bella aún es su significación mística. Lo mismo una traducción filológica que una traducción con fines pastorales del Cantar de los Cantares no pueden y por consiguiente no deben ofrecer diferencias notables, ya que las variantes son de esca- sa importancia. Otra cosa serán las inter- pretaciones que se puedan hacer. Inmediatamente después del título, se inicia este canto de amor manifestando la amada su ardiente deseo de ser besada por el amado: «¡Béseme con besos de su boca!» La Vulgata, a diferencia del texto hebreo tal como hoy lo conservamos y de la versión griega de Septuaginta, que em- plean el plural «besos», dice simplemente «ósculo», en singular, aunque bien es cierto que ese singular puede ser interpre- tado con un valor de plural. Cuestión, por otra parte, bastante nimia y de muy poca importancia. Más importante sería señalar que cual- quier traducción francesa podía decir en otros tiempos qu'il me baise, sobre todo siguiendo inmediatamente d'un baiser de sa bouche o de baisers de sa bouche o des baisers de sa bouche. Hoy, en cambio, es aconsejable reemplazar el verbo baiser para evitar favorecer desde el principio torcidas interpretaciones. Los versículos 11 al 13 del capítulo II constituyen un precioso ejemplo de lo que podríamos llamar «evocación lírica de la primavera» que, siglos más tarde, encon- traremos una y otra vez en nuestras litera- turas medievales, principalmente en la líri- ca provenzal. Dicen así esos versículos: «El invierno ha pasado; la lluvia ha cesado y ha desaparecido. Las flores aparecen en la tierra, el tiempo de la poda ha llegado y el arrullo de la tórtola se deja oír en nuestro país. La higuera empieza ya a colorear sus higos aún no maduros; y las vides en cier- ne exhalan su aroma». Aunque por el contexto parece lógico y natural decir en español «el tiempo de la poda» para traducir el 'et hazzamir del texto hebreo, cabría dudar y plantearse la pre- gunta de hasta qué punto no son tan acer- tadas o más las traducciones «el tiempo de cantar» o «el tiempo del ruiseñor», habida cuenta de que la palabra hebrea zamir es un homónimo y nomógrafo que significa «canto» y también «ruiseñor» y asimismo «poda». Y además cualquiera de los tres significados pueden encajar muy bien en este contexto. Cuestión filológica, sí. Pero ningún interés en una traducción con fines pastorales. ¡Bonita la expresión: «Yo soy narciso de Sarón, azucena de los valles» de II, 1! Ca- be señalar respecto a esta exclamación que en una traducción filológica se habría de tener en cuenta que en lugar de «narciso de Sarón», así Septuaginta como la Vulgata dicen: «flor del campo»: &v6oç TOÛ neôiou y «flos campi» respectiva- mente. Ninguna importancia para una tra- ducción con fines pastorales. Pero el filólo- go no debe pasarlo por alto. Por tres veces aparece la expresión «la más bella de las mujeres», una en boca del amado (I, 8/7) y dos en boca de las chicas de Jerusalén (V,9 y VI, 1 / V, 17). Es el pul- cherrima inter mulieres y pulcherrima mulie- rum de la Vulgata. ¡Preciosa esta expresión del Cantar de los Cantares que nos evoca ieronymus 113 al instante el «bendita tú entre todas las mujeres» del evangelio de San Lucas I, 28, el benedicta tu in mulieribus de la Vulgata! Repetidas veces se hace alusión a los senos o pechos femeninos en el Cantar. Siete veces emplea el texto hebreo el tér- mino dual shadayim y seis el plural dodim. En Septuaginta se traduce uno y otro, en todos los casos por \iaoxo\. La Vulgata, por su parte, emplea siempre ubera, salvo una vez que dice mammae, en IV, 10, muy probablemente para no repetir dos veces ubera en el mismo versículo: Quam pulchrae sunt mammae tuae, sóror mea, sponsa!14 Pulchriora sunt ubera tua vino. No pocos autores han visto en los pe- chos un símbolo claro del amor y en vista de ello han propuesto su traducción por «amor» o «amores». Vale la pena dedicar un momento la atención a las diferentes evocaciones, comparaciones y simbolismos de los senos o los pechos en el Cantar de los Cantares. 1. «Mejores que el vino». Posiblemente haya aquí todo un rico simbolismo evocador del efecto embriaga- dor del vino. Si son mejores que el vino, servirán para embriagar, para llenar de amor encendido. Los pechos, de esta suerte, pueden servir para alimentar como la leche y para embriagar como el vino. Para alimentar con amor y para embriagar de amor. La expresión «tus pechos son mejores que el vino» aparece en I, 1/2 y en I, 3/4. Y vuelve a repetirse en IV, 10 con esta pre- ciosa exclamación: «¡Cuan bellos son tus pechos, hermana mía, esposa mía! ¡Tus pechos son mejores que el vino!» En todos estos casos algunos exégetas y varios traductores han reemplazado «pechos» por «amores» (plural) o por «amor» (singular). Septuaginta, sin embar- go, mantiene \iaaxoí. Y la Vulgata ubera, si bien en IV, 10 -como acabamos de de- Vale la pena fijarse en esta exclamación só- ror mea, sponsa cuando se trate de interpretar el término «hermano», así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. cír- emplea una vez ubera y otra mammae, muy probablemente para evitar la repetición. 2. Comparaciones. 2.1. «Tus dos pechos son como dos cervatillos mellizos» (IV, 5 y Vil, 3/4). 2.2. «Tus pechos son como racimos» (Vil, 7/8 y Vil, 8/9). Cabría plantearse el problema de si se trata de racimos de uva o de racimos de dátiles, habida cuenta de que en uno y otro caso se hace alusión a la palmera: Tu talle es como el de una palmera; y tus pechos son racimos (Vil, 7/8). Subiré a la palmera y cogeré sus racimos. Y serán sus pechos para mí como raci- mos. Y el olor de tu boca será como el aroma de las manzanas (Vil, 8/9). 2.3. «Yo soy una muralla; mis pechos son como torres» (VIII, 10). Se trata de una réplica preciosa a los dos versículos ante- riores que dicen: Tenemos una hermana muy jovencita que aún no tiene pechos. ¿Qué haremos por nuestra hermana el día en que sea pedida en matrimonio? Si es muralla, construire- mos sobre ella un coronamiento de plata. Y si es puerta, la guarneceremos con tabla de cedro. 3. Recostado entre los pechos. Bolsa de mirra es para mí mi amado, que entre mis pechos descansa (I, 12/13). 4. Ofrecer los pechos. En cuanto amanezca, levantémonos para ir a las viñas. Y veamos si las vides han brotado, si ya han abierto las yemas, si han florecido los granados. Allí te ofreceré mis pechos (Vil, 12). 5. ¡Ojalá mi amado hubiese mamado los pechos de mi madre! ¡Quién me diera que tú fueras hermano mío, que hubieras mamado los pechos de mi madre! Porque entonces, te encontraría 114 îeronymus en la calle y te podrfa besar sin que se me despreciara (VIII, 1). 6. Los pechos, símbolo de madurez. Tenemos una hermana muy jovencita, tan joven que aún no tiene pechos (VIII, 8). rece clara la referencia a la resurrección de la carne. En esa traducción española, en cambio, esta creencia queda completa- mente en entredicho. Ese «ya sin carne», en lugar de «desde mi carne» destruye por completo el espíritu de estos dos versículos. espués de ver la traducción que se jha adoptado en libros de rezo ofi- ciales en lengua española, y dadas sus implicaciones doctrinales y pastorales, no podemos resistir traer a colación los versículos 25 y 26 del capítulo XIX de Job. Dicen así en traducción directa del texto hebreo receptos: «Yo ya sé -dice Job- que mi redentorvive y al final se levantará del polvo. Y aun después de que haya arran- cado esta mi piel, desde mi propia carne veré al Señor». La preposición mi o me (forma apoco- pada de min) que figura en el hebreo mi- bbesarí indica claramente «de» o «desde». Traducir «ya sin carne», como aparece en esa traducción a la que nos referimos, des- truye por completo todo cuanto dicen esos dos versículos que en los primeros tiempos del cristianismo era frecuente ver inscritos sobre las sepulturas de los fieles en testi- monio de su creencia y esperanza en la resurrección de los muertos. Cuestión filo- lógica, es cierto. Pero cuestión doctrinal también y de suma importancia para la enseñanza pastoral. Dejemos constancia, para ser objetivos, de que en la versión de los Setenta se lee: «Yo sé que es eterno quien me ha de libe- rar para (re)sucitar sobre la tierra mi piel (es decir, mi cuerpo) que ha de experi- mentar estas cosas, porque el Señor (sin duda ha leído mishshadai) es quien ha dis- puesto para mí todas estas cosas». En la Vulgata, por su parte, leemos: «Scio enim quod redemptor meus vivit, et in novissimo die de terra resurrecturus sum. Et rursum circumdabor pelle mea, et in carne mea videbo Deum meum». Así en el texto he- breo como en las antiguas versiones apa- en 1958 publicamos en la revistaSEFARAD, del CSIC un artículo ti-tulado «Hebraísmos en las lenguas románicas». Entre otros puntos, llamába- mos la atención sobre el hecho de que en el hebreo así bíblico como postbíblico el corazón (leb y lebab) es con frecuencia considerado como sede de la inteligencia, del pensamiento, de la memoria. La expresión Yahveh ubojen libbot ujelayot (Salmos Vil, 10/11), y otras parecidas del Antiguo Testamento era traducida con harta frecuencia, y aun hoy es traducida, dema- siado a la letra: «Dios conoce los corazo- nes y los ríñones», en lugar de traducirla según el sentido: «Dios sabe lo que cada uno piensa y lo que cada uno desea», ya que en esta frase el «corazón» es conside- rado como sede del «pensamiento», y los «ríñones» como sede de la «voluntad» y del «deseo», de acuerdo con la concepción de los antiguos hebreos. La atribución de la memoria, del pen- samiento y de la inteligencia al corazón halla también su reflejo en no pocos pasa- jes del Nuevo Testamento. Por ejemplo, la tan conocida sentencia latina que dice: «ex abundantia cordis loquitur lingua» de San Mateo XII, 34 y San Lucas VI, 45, que ca- bría traducir por «la boca habla de lo que con mayor insistencia se piensa». Recuér- dense asimismo, entre otras muchas, las expresiones que, literalmente traducidas, dirían: «Y pensando en sus corazones» (San Marcos II, 6); «¿Por qué pensáis eso en vuestros corazones?» (San Marcos II, 9); «Mas Jesús, conociendo el pensamiento de su corazón» (San Lucas IX, 47); etc. Por influencia bíblica, a través princi- palmente de la versión latina de la Vulgata, ïieronymus 115 también en nuestras lenguas indoeuropeas han quedado consagradas no pocas expre- siones en las que, sin darnos apenas cuenta, la sede de la memoria, de ia inteli- gencia y del pensamiento está situada en el corazón. Basta recordar, entre otras mu- chas, las expresiones francesas savoir par coeur y apprendre par coeur, los verbos españoles «recordar» y «acordarse», la expresión alemana das Herz auf der Zunge haben, etc., etc. unque ya lo hemos hecho en otras ocasiones, no podemos menos 'de hacer alusión -aunque sea muy brevemente- al versículo 14 del cap. Vil del profeta Isaías. Concretamente la pala- bra hebrea almah que en este caso la ver- sión de los Setenta interpreta por TtapOévoç (virgen) y que las versiones griegas de Aquila, Símaco y Teodoción traducen por veávic («muchacha» o «jovencita»). Llegaremos naturalmente a la misma conclusión a la que hemos llegado en otras ocasiones. Pero nuestro enfoque será aho- ra un tanto distinto teniendo en cuenta el tema concreto de esta intervención: la tra- ducción de la Biblia desde un punto de vista filológico o desde un punto de vista doctri- nal o con fines pastorales. En uno y otro caso mantenemos la tra- ducción «He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un niño y se le impondrá el nom- bre de Emmanuel» (es decir «Dios con nosotros»). Desde un punto de vista filológico insisti- remos en el significado exacto y lo más preciso posible del término hebreo almah. Con los Setenta (versión griega hecha por judíos y para judíos, no lo olvidemos), lo traducimos aquí por «virgen», lo mismo que hicieron todas las antiguas versiones, salvo las griegas de Aquila, Símaco y Teo- doción que, en lugar de Ttapoévoç, se vie- ron obligados a traducir veávic. Así se lo imponía la polémica judeocristiana, que, entre otras razones, por ésta, había provo- cado el rechazo de Septuaginta por parte de los judíos. Les era de vital importancia evitar uno de los testimonios aducidos por los cristianos para probar que en Cristo Jesús se habían cumplido las profecías mesiánicas anunciadas en el Antiguo Testamento. El sustantivo hebreo almah ha sido ge- neralmente interpretado como «virgen», aunque en otros casos (por ejemplo en el Cantar de los Cantares I, 3/2) puede ser interpretado como «doncella», «jovencita» o «mujer joven». Está en relación con el verbo alam que significa «ocultó», «escondió», «mantuvo oculto», «no mani- festó», «mantuvo cerrado». Su en cierto modo parasinónimo betulah por su parte, es empleado para indicar sencillamente «muchacha», «mujer joven», «mujer aún no casada», «mujer en edad de casarse». Desde un punto de vista doctrinal o con fines pastorales, procederá citar y conside- rar todo el versículo 14 completo. Dice así: «Pues bien, el Señor mismo os dará una SEÑAL: he aquí que la VIRGEN concebirá y dará a luz un hijo y se le impondrá el nombre de Emmanuel». Procede insistir en esa palabra «señal» que el Señor dará: 'oí en el texto hebreo, or||ieíov en Septuaginta, Signum en la Vulgata. Si la palabra hebrea almah no sig- nifica aquí «virgen» ¿qué «prodigio», qué «señal», qué «milagro» hay entonces? Na- da de prodigioso, en efecto, se daría, ni se da en que una muchacha (casada o solte- ra) conciba y dé a luz un niño. ¿Qué señal sería eso? Porque, evidentemente, todos los días muchas mujeres jóvenes (casadas o solteras) conciben y dan a luz hijos. Lo realmente prodigioso, lo que sí constituye una «señal», un «signo», un «prodigio», un «milagro», algo realmente extraordinario e inaudito, algo que rompe todos los esque- mas de lo natural, es que una virgen, una mujer sin contacto alguno con varón, con- ciba y dé a luz un hijo. Desde un punto de vista doctrinal recor- daremos a este respecto que San Mateo 116 îeronymus recoge en su evangelio (I, 22-23) este ver- sículo profético de Isaías y lo introduce di- ciendo: «Todo esto ha acaecido a fin de que se cumpliese lo que dijo el Señor por el Profeta». En una traducción doctrinal o con miras pastorales, se ha de tener muy en cuenta asimismo a este respecto el relato de la Anunciación que podemos leer en el evan- gelio de San Lucas (I, 26-31). Y procedería hacerlo constar en una nota del traductor. Después de narrar cómo un ángel del Se- ñor había anunciado al sacerdote Zacarías que su mujer Isabel, a pesar de ser «estéril», y a pesar también de ser «ambos avanzados en sus días», había quedado embarazada y daría a luz un hijo (Juan el Bautista), dice así el evangelista San Lucas: En el sexto mes (del embarazo de Isabel) fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una doncella, desposada con un varón llamado José, de la familia de David, y el nombre de la doncella era María. Y habiendo entrado el án- gel donde estaba Marta, le dijo: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres». Ella, al oír estas pala- bras, se turbó, y pensaba qué podría significar esta salutación. Y le dijo el ángel: «No temas, María, pues has hallado gracia a los ojos de Dios. He aquí que concebirás en tu seno y da- rás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Je- sús. Será grande yserá llamado 'hijo del Altí- simo'. Y le dará el Señor Dios el trono de Da- vid su padre. Y reinará sobre la casa de Jacob eternamente. Y su reinado no tendrá fin». Re- plicó entonces María al ángel: «¿Cómo podrá ser eso? pues no conozco varón». Respon- diéndole el ángel, le dijo: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra. Por lo cual, también lo que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios. Y he aquí que Isabel, tu parienta, tam- bién ella ha concebido un hijo en su vejez, y está en el sexto mes de su embarazo aquella que decían 'estéril'. PORQUE PARA DIOS NADA HAY IMPOSIBLE». A las palabras de María replicando al anuncio del arcángel San Gabriel con la objeción de que no era posible que ella concibiera en su seno un hijo y lo diera a luz pues no conocía varón, el arcángel le responde diciendo que será por obra del Altísimo. Y para confirmar ese «prodigio», esa «señal», ese «milagro» (el 'ot del texto hebreo, el oii|j.£íov del texto griego de Septuaginta, el Signum de la Vulgata) de Isaías Vil, 14, le anuncia que su parienta Isabel, que decían «estéril», está embara- zada a pesar de ser avanzados en sus días así ella como su marido el sacerdote Zaca- rías. Porque para Dios -insiste el ángel del Señor- nada hay imposible. Ni es imposi- ble el embarazo de Isabel a pesar de la edad y a pesar de su esterilidad durante tantos años, ni es imposible el embarazo de María a pesar de su virginidad. C omo resumen de cuanto llevamos dicho -y de lo muchísimo más que cabría decir al respecto- podemos concluir que toda traducción de la Biblia, así la filológica como la doctrinal o con fines pastorales ha de ser rigurosa- mente fiel al texto original. Y por consi- guiente una y otra deben coincidir. Una y otra exigen un gran rigor científi- co, y deben suponer un conocimiento muy profundo y preciso de la lengua, y una bue- na base teológica. La traducción filológica requiere, además de ser un buen filólogo, una buena preparación arqueológica y unos sólidos conocimientos de las distintas civilizaciones del Antiguo Oriente que tuvie- ron relación con el mundo de la Biblia. Una traducción hecha desde el punto de vista doctrinal y con fines pastorales, por su parte, debe ser realizada teniendo presente que se trata de un texto sagrado, que es la «palabra de Dios» y que constituye, esen- cialmente y ante todo, un mensaje doctri- nal. Pretender el lucimiento personal de- jándose llevar por un vanidoso afán de no- vedades no conduce sino a elucubraciones que más tarde o más temprano acaban por desvanecerse y en nada favorecen ni a la traducción ni al traductor y mucho menos al espíritu del texto traducido. ieronymus 117 CampoLogo: CampoTexto: HIERONYMUS. Núms. 4-5. Jesús CANTERA ORTIZ DE URBINA. La traducción de la Biblia. Enfoque filológico...
Compartir