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PANTALLAS HOMOGENEAS Reducción de la diversidad y construcción de públicos en el mercado cinematográfico argentino 1. La subjetividad acorralada o el día que todos miramos lo mismo “La globalización denomina el proyecto de construcción de un espacio homogéneo de valorización, de unificación de las normas de competitividad y de rentabilidad a escala planetaria. Pero la terminología transgrede las fronteras de la geoeconomía y las geofinanzas para irradiarse hacia la sociedad. La noción de competencia y su corolario, la eficacia, procedente de la escuela de pensamiento neoclásico o neoliberal, penetran progresivamente en todos los estratos de la sociedad. El léxico de la economía global se transforma en vector de la uniformización de las formas de decir y de leer el destino del mundo”. Armand Mattelart– Diversidad cultural y mundialización El estreno en Argentina con 208 copias de El Código Da Vinci (Ron Howard, 2006) reabrió en su momento un debate que esporádicamente ocupa espacio en la prensa cultural. El lanzamiento, acompañado periodísticamente por adelantos que hablaban de “la película más polémica del año” o del “estreno más esperado de la temporada”, ocupó el 20 % del total de las salas del país, porcentaje que bien ponderado se incrementa dado que hay una cantidad regular de esas salas que no se considera “de estreno”, ya sea por la calidad de sus instalaciones o por su localización, sobre todo si se considera a los llamados exhibidores multipantalla o complejos multicine. La literal ocupación del frente más dinámico de las salas de primera línea, hasta ahora la máxima expresión de una tendencia que viene profundizándose en los últimos años, se rige con una estrategia intensiva de exhibición que se replica globalmente.1 Bajo una 1 La película basada en el best seller de Dan Brown, producida por Columbia Tri Star, se estrenó comercialmente en Argentina el jueves 18 de mayo -al igual que en otros 56 países-, es decir un día después de su presentación mundial como apertura del Festival de Cannes. Fue el único estreno de la semana y hasta ahora el mayor lanzamiento en simultáneo que tuvo lugar en el país. Desde junio de 2004 rige por primera vez en Argentina una reglamentación de “cuota de pantalla”, establecida y complementada con una “media de continuidad”. La cantidad mínima de películas argentinas que deben exhibirse modalidad que podríamos denominar film acontecimiento los grandes tanques de las majors2 se estrenan con la mayor cantidad posible de copias, para ser exhibidas en la mayor cantidad posible de salas, seguidas de una rápida -y no menos intensiva- salida a otros soportes como el DVD y los canales premium de TV paga, que a su vez reproduce la lógica de ocupación de espacios en los puntos de venta propia del best seller de la industria editorial. Esta disminución de los tiempos de circulación con su correspondiente acortamiento de los ciclos de vida de los productos culturales facilita el rápido retorno del capital invertido al implementarse una economía de escala que combina la integración vertical de los distintos eslabones de la cadena de valor (producción de contenidos, distribución y exhibición) e integración horizontal (diversificación de productos y articulación con otras empresas de comunicación y cultura, fundamentalmente conglomerados periodísticos anclados también en diversos sectores de la economía). Así, las grandes empresas multimedia se convierten en propietarias de gigantescos catálogos de películas, libros y obras musicales, y gestionan -a la vez- los canales de distribución en las obligatoriamente en cada una de las salas del país se define de la siguiente manera: los productores y distribuidores deben informar al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) la cantidad de copias que prevén estrenar; si un complejo multipantalla posee diez salas, entonces diez películas argentinas deben tener asegurada, durante cada trimestre, la posibilidad de exhibirse en alguna de esas pantallas. Como complemento, la “media de continuidad” garantiza la exhibición en la misma sala de las películas locales que hayan sido vistas por una cantidad determinada de espectadores. La “media” se mide según un porcentaje relacionado con la cantidad de butacas de la sala, la cantidad de pasadas diarias de la película y el número de asistentes. Si un film alcanza la “media” debe tener asegurada la posibilidad de continuar en cartel. La reglamentación -actualmente en proceso de revisión- no incluye ninguna limitación para el estreno de los tanques de Hollywood y no contempla consideraciones especiales para películas de otros orígenes (latinoamericanas o europeas, por ejemplo). Vale aclarar que la implementación de la resolución no se concretó sin conflictos. Ya a fines de 2005 la Cámara Argentina de Exhibidores Multipantalla (que nuclea a las empresas Village, Cinemark y Hoyts) manifestó su desacuerdo con la implementación de estas medidas y argumentó que de las 72 películas argentinas estrenadas en el circuito comercial, el 90% no llegó a convocar diez mil espectadores cada una, Para contrarrestar ese argumento, que se esgrimió con más fuerza en 2006, el INCAA tiene en estudio poner en práctica un “seguro de salas” que funcionará de la siguiente manera: se establecerá una mínima de 2.000 entradas por mes, y si las películas argentinas programadas venden menos de esa cantidad, el instituto se hará cargo de esa diferencia de forma de que el exhibidor tenga asegurado un mínimo de recaudación. Otra de las modificaciones propuestas es la creación en cada complejo de exhibición de una cartelera publicitaria exclusiva de cine nacional con el objetivo de atenuar las asimetrías destinadas a difusión ya que según el productor Rolo Azpeitía (entrevista publicada en la revista Haciendo Cine Nº58, Buenos Aires mayo de 2006) “la inversión en el mercado nacional para el lanzamiento de los grandes tanques está alrededor de los 2 millones de pesos, mientras que para una película nacional oscila entre 50 mil y 100 mil pesos”. 2 Sony, Buena Vista, Paramount, Columbia, Warner, Universal y Metro Goldwin Meyer. diferentes “ventanas de negocios”, desde las salas cinematográficas hasta todas las posibilidades de TV (pay per view, codificada, cable y abierta), pasando por la venta y el alquiler de video/DVD e incluso por la explotación de los royalties de ciertos personajes en asociación con grandes jugadores del mercado fast food o de bebidas gaseosas. Dentro de ese grupo de empresas se generan sinergias que disminuyen los riesgos ligados a la volatilidad de la demanda y se procura establecer una relación más o menos previsible de costos e ingresos. Sumado, esto implica una considerable modificación en el modelo de negocios cinematográfico que es conveniente atender por la incidencia que tiene en los mercados emergentes, debido a las barreras de entrada que impone a potenciales nuevos competidores y a la capacidad de fijar reglas económicas y temporales. En este esquema se distingue claramente la industria cinematográfica de Hollywood, verdadero aglutinante de los agentes económicos y culturales fundantes del negocio a nivel internacional, que consolidó en sus casi cien años de desarrollo una competitividad que la convirtió en actor -cada vez más dominante y en algunos casos excluyente- de la escena. Una estructura económica de estas características da lugar a que se reduzca de manera sostenida la variedad de películas vistas en pantallas cinematográficas y la diversidad de origen de las mismas, tal como lo muestra el Anexo 1 para Argentina. En la últimadécada la concentración de títulos convocantes aumentó notoriamente: aunque cada vez se pueden ver más películas, la posibilidad de elección es relativa y quienes viven lejos de las grandes ciudades directamente no tienen opciones. Paradójicamente esta situación se da en un contexto donde debido al abaratamiento de la tecnología digital cada vez se filma más. El problema, se ve claramente, radica en la distribución, y la modalidad de ocupación de las pantallas no es ajena a ello. La relación entre la cantidad (variable) de copias de un megalanzamiento y la cantidad total (fija) de pantallas disponibles es el componente central de una fórmula económica que busca reducir la incertidumbre de un mercado de alto riesgo con gigantescas inversiones y necesidad de renovación constante. Con esta lógica la modalidad del film acontecimiento ha ido in crescendo como principal fuente de ingresos, expresada en la intensificación de secuelas, precuelas y remakes de productos ya probados, o en versiones fílmicas de best seller de carácter global, y pensada desde el primer momento no sólo para su aparición en cine sino sobre todo para la explotación en DVD y TV, donde se consigue un buen porcentaje de la recuperación de las inversiones. Con cinco o seis estrenos anuales de este tipo se “ocupan” las pantallas en los meses de temporada alta de asistencia de público y se restringen las posibilidades de los productos no hollywoodenses, los que para competir de manera tradicional -procurando estrenar en el circuito comercial- se ven obligados a recurrir a una estrategia contraestacional o a seguir la dinámica intensiva y tiempos cortos de los tanques que obliga a crecientes inversiones -de incierta recuperación- en publicidad y número de copias.3 Para alcanzar tal nivel de intensidad en la reducción de los tiempos de comercialización, lograr el control de la distribución es estratégico porque es a partir de alcanzar una posición dominante en esta etapa como se puede garantizar semejante cobertura de pantallas. Por cierto esto se ve facilitado por la concentración de los mayores volúmenes de público en los complejos multisalas. La economía de escala, más allá de impulsar la concentración nacional e internacional para constituir conglomerados empresarios con la capacidad financiera lo suficientemente grande para operar de manera global, apunta a conseguir la repetición de experiencias cinematográficas mediante la replicación de fórmulas, la estandarización del lenguaje y cierta homogeneidad temática que reserva un espacio cada vez menor para las propuestas experimentales o no convencionales dentro de la prolífica industria estadounidense. En el mediano plazo esto trae aparejado cada vez más condicionamientos para las elecciones del público y la construcción del gusto, y provoca dificultades para la difusión de filmes que no responden a esta lógica, aún en cinematografías otrora de gran peso internacional como las de Francia e Italia, o en sus propios mercados nacionales como Brasil, España, Japón y Corea del Sur. Se excluye -cada vez más- a un número creciente de géneros, formatos y tipos de películas cuya duración o códigos narrativos se 3 Esta temporalidad es funcional a -y se retroalimenta con- los complejos multipantalla que se convirtieron en los “programas actualizables” de los centros comerciales combinando -dentro de ciertos límites previsibles- variedad, cantidad y velocidad. “Aquí, ahora y rápido: todo en un mismo lugar”, se resume la consigna de estos centros de entretenimiento. dirigen a públicos a priori no mayoritarios, estandarizando progresivamente la oferta de películas sobre la regla del máximo común denominador. Por otra parte, la concentración de la exhibición abre la posibilidad de administrar a bajo costo bases de datos sobre flujos de público, lo que contribuye a consolidar las rutinas operativas y optimizar la oferta de estrenos de acuerdo a criterios económicos. En definitiva, el problema sigue siendo quiénes tienen el poder de decidir lo que le llega al público, en qué cantidad y con qué contenidos. Este tipo de explotación intensiva pone a resguardo a los tanques (aún a aquellos que reciben críticas mediocres), ya que a partir de su capacidad de deslumbrar por su elenco, título, o marketing pueden bloquear -o atenuar- en las dos primeras semanas, con la profusión de copias simultáneas, una performance que se perfile como decididamente negativa. A la inversa, un film alternativo más “exigente” para el público pero que puede contar con el apoyo de comentarios favorables, tiene posibilidades de mejorar sus perspectivas sólo si llega al interior del país y a los cines de barrio en Capital Federal después de varias semanas de exhibición en los complejos multicine porque necesita tiempo para que funcione el “boca a boca” y la repercusión positiva de la prensa. Las películas que se constituyen como acontecimiento año a año son cada vez más y la tendencia -también erigida en táctica antipiratería en los casos de lanzamientos simultáneos a nivel mundial- es una constante en todos los mercados. En España, “en 2001, sólo nueve películas de las estrenadas lo hicieron con más de 300 copias; en 2002 han sido 23, en 2003 la previsión es de 30, y en 2004 de 44”, advertía ya hace tres años Eduardo Campoy, presidente de la Federación de Asociaciones de Productores Audiovisuales de aquel país.4 Con este esquema no estaríamos lejos de que cada una de las 52 semanas del año tenga su film acontecimiento o megaestreno, explotado de manera coordinada durante dos o tres semanas. De lo que se trata es de generar opciones excluyentes a partir de la combinación de cantidad de copias y cantidad de funciones para que una película sea la “más fácil” de ver en la semana porque el 4 Diario El País, 28 de enero de 2003. espectador “se topa” con ella en todas las multisalas sin excepción.5 En las salas multicine -desde el punto de vista de las posibilidades de acción ofertista- producción, distribución y exhibición están mejor integradas verticalmente, pues no es usual que los espectadores vayan al cine a ver una película determinada, sino que van a los centros de exhibición y, una vez allí, deciden qué película van a ver. En Argentina se suma -a su vez- la concentración geográfica del público. El 52% de los espectadores se concentran en Capital Federal y Gran Buenos Aires, mientras que los siguientes distritos más relevantes (el resto de la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe) suman el 32% de los espectadores. En lo que se refiere a la distribución del público por origen de la producción, el 74% de los espectadores optaron por películas de origen estadounidense, mientras que el 13% eligieron ver películas argentinas. No existe, sin embargo, una distribución proporcional entre origen de los estrenos y asistencia a las salas. Respecto a la recaudación, esta diferencia se intensifica, ya que a pesar de que las películas argentinas constituyeron en 2003 el 20,5% de los estrenos, representaron sólo el 9,9% de la recaudación, con tendencia a la baja. El crecimiento en el número de estrenos nacionales (26,6% del total de lo estrenado en 2004 y 28% en 2005) no tuvo correspondencia en boleterías pues representan en su conjunto el 13% del total de espectadores en 2004 y el 12,3% en 2005. Lo recaudado, desagregado por zona geográfica, muestra una concentración aún mayor: Capital Federal y Gran Buenos Aires representan casi el 60% de la recaudación. Igual grado de concentración se revela en cuanto a la exhibición:el 65% de los espectadores son captados por las megacadenas internacionales (Show Case Cinemas, Village, Cinemark, Hoyts) y su recaudación supera el 70% del total, pese a que estas cadenas cuentan con el 45% de las salas del país aunque concentradas en las grandes ciudades.6 En relación al otro componente clave de la cadena cinematográfica, las distribuidoras extranjeras representan el 83% de los 5 De igual manera y obedeciendo a la misma lógica los estrenos de tanques en video/DVD son más fáciles de conseguir porque salen con una cantidad enorme de copias. Esto relativiza algunas de las potencialidades del soporte tecnológico. Si bien ahora es posible acceder a la historia del cine de cualquier parte del mundo gracias a los DVD y a los lectores de DVD con códigos multizona, esta multiplicación de posibles opciones y oportunidades significa poco para la mayoría de los espectadores, cuyo sentido del “espacio cultural” se sigue estrechando en lugar de ampliarse debido a la homogeneización de las propuestas que circulan por la ecología de los medios que los rodea. 6 Según datos del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina. www.sicacine. com.ar espectadores y de la recaudación total. Si bien seis de cada diez estrenos son distribuidos por empresas de capitales nacionales, las distribuidoras extranjeras colocan en el mercado casi el triple de copias que las argentinas, lo que explica el importante porcentaje de espectadores y recaudación. Esta metamorfosis sufrida por el mercado cinematográfico de la mano de la creciente extranjerización de los tres eslabones de la cadena (producción, distribución y exhibición), tiene su correspondencia con la transformación social del país. Económica y geográfica-mente el cine se ha convertido en un consumo cultural excluyente -por el costo de las entradas y el cierre de salas- luego de la salida de la convertibilidad. Con este marco, para muchos la única posibilidad de acceder a estrenos más o menos recientes es mediante copias en DVD distribuidas en el mercado informal. Ahora bien, la categoría de film acontecimiento habla más de condiciones exógenas que rodean a la coyuntura previa y al momento del lanzamiento que de las características o la calidad de las películas, a partir de operaciones que desplazan del centro del debate al film y lo convierten en un “evento” del que “se debe” participar, ya sea porque el estreno se da a la misma hora del mismo día en todo el mundo (Matrix Reloaded y Matrix Revolution), por lo “controversial” o “discutible” del tratamiento de cuestiones religiosas o políticas (La pasión de Cristo, Día de la Independencia, Armaggedon) o -lisa y llanamente- por la espectacularidad (Titanic, Gladiador, Troya) y la inversión en tecnología orientada a ampliar la base de asistentes con el foco puesto en cautivar a adolescentes y niños -por cierto, los grupos de público con más tiempo y predisposición para ir al cine- (Jurassic Park, Star Wars, Harry Potter, El señor de los anillos). Como señala Al Lieberman, para reducir los riesgos en Hollywood se utiliza el modelo de fórmula conocido como high concept.7 Desde esta perspectiva, se percibe el ascendente de la “expresividad industrial”, es decir, del uso deliberado -y planificado- de las reglas de marketing que prima sobre los “modos expresivos” de autor. Por lo general, toma cualquier género o idea, utiliza cada oportunidad extrema para destacar su idea o imagen, se asegura de que se relacione con la mayor cantidad posible de diversidad de audiencias, recurre -para movilizarla- a estrellas y/o directores de moda o 7 Al Lieberman, La revolución del marketing del entretenimiento, Fundación Universidad de Palermo-Atlántida Grupo Editor, Madrid, España, 2006, pág. 87. muy conocidos y, desde el primer momento, establece la conexión con films posteriores en forma de secuelas o de filmes “colaterales” (Batman, El hombre Araña, X Men, V de Venganza). Muy a menudo, incluso, el estudio decidirá que dos -o a lo sumo tres- serán sus películas principales en determinado año o temporada. Fundacional a propósito de las sinergias audiovisuales, la reconversión del negocio cinematográfico ubica a la industria principalmente como proveedora serializada de productos que se terminan consumiendo en las pantallas de TV o de computadoras hogareñas. Esta “gran variedad de lo mismo”, como denominara en los no tan lejanos años ´80 Herbert Schiller a las producciones industriales, despierta los peores humores de la crítica cinéfila. “Antes veíamos -y hablábamos de- cine; ahora la hibridez de tecnologías y géneros nos empuja a hablar de productos audiovisuales”, es la queja más usual. La propuesta mainstream en el contexto contemporáneo, marcado por la acelerada integración de las industrias culturales a todos los niveles, obliga a analizar la relación entre el desarrollo de contenidos y su distribución así como el creciente rol del marketing estratégico en la producción de entretenimiento: la consolidación del high concept sentó las bases para el despegue de un tipo de film concebido y ejecutado a gran escala, apoyado en el despliegue de medios (económicos y tecnológicos) y recursos (estéticos y narrativos) que caracteriza el modelo hollywoodense desde hace poco más de una década. Hay, también, consecuencias estéticas. La lógica que impera es la del serial, no la de la película como una obra única. Son películas “de diseño”, imposibles de leer en su individualidad. Salvo excepciones, sus directores están cada vez menos presentes en ellas y dejan cada vez menos marcas personales en la historia que están contando o en las decisiones de puesta de cámara y los puntos de vista narrativos. La asfixia de la diversidad de origen y de lenguaje obedece a una cuestión de management, pero sus repercusiones exceden lo meramente económico. Los tanques multitarget pese a su inocultable impronta hollywoodense se refieren cada vez menos a la “realidad”. Se trata de un cine global que no tiene un lugar de pertenencia que nos indique que proviene de una cultura determinada. Son productos audiovisuales para ser disfrutados con el nivel mínimo de conocimiento sobre el mundo, que sólo en su espectacularidad y uso intensivo de la tecnología “delata” el origen norteamericano.8 El negocio del largometraje, como tal, ha dejado de existir. El Hollywood global garantiza la rentabilidad dándole preeminencia a la distribución. La magnitud de los proyectos que se emprenden, gracias a alianzas estratégicas o a la pertenencia a grandes grupos mediáticos internacionales, demuestra los beneficios de ser, a la vez, productor y distribuidor de contenidos. El análisis de la circulación actual del cine de los grandes estudios norteamericanos exige revisar su contextualización en el panorama económico, político, cultural y mediático; factores estos que obligan a tomar en consideración el proceso histórico de desregulación, concentración y globalización que, como las restantes industrias culturales, está atravesando la cinematográfica. La primacía del capital financiero y la aceleración de los retornos de inversiones, unidas a las sinergias multimediáticas y a la imposición de los formatos y el modelo productivo institucionalizados por Hollywood, corren paralelas a una organización postfordista de especialización flexible de los estudios caracterizada por “la subcontratación de productores independientes, empresas de pre y postproducción y localizaciones globales. [...] El sistema funciona gracias a cuatro factores: entrega flexible de los servicios por parte de compañíasespecializadas, intensa interacción entre las pequeñas unidades que forman parte de un dinámico sector global industrial, trabajo cualificado y altamente diversificado, e infraestructura institucional”.9 Uno de los aspectos más salientes de las estrategias convergente-expansivas se encuentra en el progresivo mimetismo de los modelos de integración, que transmiten una doble sensación: por un lado, su carácter inevitable, como requisito sine qua non para el crecimiento; por otro, la existencia de un único modelo de macronegocio viable del que sería poco menos que imposible desviarse. En esa línea, la configuración 8 Shrek, Cars, las sagas de El señor de los anillos y Harry Potter, Van Helsing, construyen un universo propio sin huellas reales que conecten explícitamente con los miedos, las frustraciones o las ilusiones de la sociedad norteamericana, tal como lo hiciera el cine catástrofe de los ´70 o el “ajuste de cuentas” post-Vietnam de los ´80. Incluso esa escisión se pone de manifiesto en la proliferación de adaptaciones e inspiraciones de obras procedentes del comic (Hell Boy, Sin City) y del videojuego (Tomb Raider, Mortal Kombat). 9 Toby Miller, “La nueva división internacional del trabajo” en Toby Miller, Nitin Govil, John McMurria y Richard Maxwell, El nuevo Hollywood. Del imperialismo cultural a las leyes del marketing, Ediciones Paidós, Barcelona, España, 2005, pág. 79. adoptada por los grupos de comunicación desde finales de los años ´90, hecha de una combinación de productoras audiovisuales con divisiones cinematográficas y televisivas, canales de cable, editoriales, generadoras de contenidos periodísticos y sellos musicales, responde a reglas de expansión horizontal -para conquistar mercados externos- y vertical, para integrar desde productores independientes a inversores de riesgo. La consideración de los grandes tanques no sólo como bienes culturales producidos en serie orientados al mercado sino como auténticas cadenas de artículos de consumo permite analizar su circulación, en las coordenadas espacio- temporales. Richard Maxwell identifica y mensura las “nueve oportunidades” de que disponen estos filmes para recuperar sus inversiones: “las salas de cine de Estados Unidos, durante cuatro meses a partir del estreno en el país; las salas de cine extranjeras (4 a 18 meses); el circuito de video de Estados Unidos (6-30 meses); los circuitos extranjeros de video (9-24 meses); la televisión por cable de Estados Unidos (12-36 meses); las cadenas de televisión de Estados Unidos (36-60 meses); las cadenas de televisión extranjeras (48-60 meses); la segunda televisión por cable de Estados Unidos (66-72 meses); y la venta de la misma a los canales independientes en Estados Unidos”.10 El reconocimiento de las fuentes de beneficio no cinematográfico lleva implícita la idea de que las modificaciones en la estructura del negocio se hacen sentir tanto en la concepción como en la materialización de las películas, a la vez que pone de manifiesto las altísimas barreras de entrada que limitan la competencia de los agentes externos a Hollywood que no cuentan con semejantes posibilidades de amortización. El consumo doméstico termina siendo el “interlocutor principal” de la industria cinematográfica. Así, el valor de la recaudación en salas se transforma en un indicador del potencial de explotación de las ventanas posteriores y, por lo tanto, en el punto de referencia para fijar la tasación de los derechos de distribución. Las salas son el test del producto; casi convertidas en un espacio de promoción, sin embargo siguen 10 Richard Maxwell, “Distribución, mercadotecnia y exhibición” en Toby Miller, Nitin Govil, John McMurria y Richard Maxwell, El nuevo Hollywood. Del imperialismo cultural a las leyes del marketing, Ediciones Paidós, Barcelona, España, 2005, pág. 208. constituyendo un punto crucial ineludible para aspirar al éxito en las restantes ventanas, incluso en la explotación multimedia. 2. La película del manager “Las nuevas cinematografías garantizan la perennidad del cine y la resistencia a la voluntad hegemónica de Hollywood. En Argentina o en Corea del Sur, en Brasil o en Egipto hay cineastas que nos ayudan a ver el mundo y la realidad bajo otro prisma, lejos de ciertos moldes narrativos y de la uniformización estética que impone una industria cinematográfica que sueña con el control del planeta. Mientras los críticos y los festivales no se dejen avasallar por ese sueño, seguirán existiendo también otros espectadores, espectadores deseosos de diferencias y excepciones”. Alain Jalladeau – Director del Festival de los Tres Continentes Si bien ya fueron expuestos los reparos sobre la homogeneidad de los productos mainstream, es conveniente señalar que tanto los estudiosos del “nuevo Hollywood” como los ejecutivos que gestionan los destinos de la industria comparten la certeza de que, independientemente de los soportes de explotación y de su conveniente integración, la supremacía competitiva pasa fundamentalmente por controlar -si no por producir- los contenidos, sobre todo con vistas a la convergencia televisiva y telefónica a través de Internet. La segmentación de las audiencias converge con el “ideal democrático” de la autoprogramación de los usuarios mentada en tiempos de la explosión de la TV por cable y que hoy vuelve a exaltarse con el auge de la tecnología digital. Este diseño de diversificación de la oferta con criterios temáticos o territoriales otorga al sistema lo que Roman Gubern denomina “respiro cultural”, es decir un espacio intersticial que se ocupa de aquello que atienda y deja al descubierto la homogeneidad de la oferta de los aparatos culturales dominantes, aunque con una capacidad acotada por los imperativos demográficos y de rentabilidad.11 11 Roman Gubern, El eros electrónico, Taurus, Madrid, España, 2000, pág. 70. Ni Europa ni Latinoamérica pudieron construir un público y un mercado que supere fragmentaciones lingüísticas, tradiciones artísticas diferenciadas y desarrollos económicos desparejos. Dentro de sus fronteras la circulación audiovisual es deficiente. El “caso latinoamericano” queda demostrado con el número de estrenos cinematográficos mejicanos (20 títulos) y brasileros (26) -dos países con una cantidad importante de producciones anuales- que tuvieron lugar entre los años 1998 y 2006 en Argentina, y que apenas superan o equiparan a los estrenos de origen iraní (19). Por lo que concierne a Argentina como mercado receptor la circulación intra-regional en América Latina -aún dentro del Mercosur- es decididamente poco trascendente. Durante el período relevado, tal como se consigna en el Anexo 1, los estrenos latinoamericanos sólo en 2005 y 2006 superaron el 5% del material exhibido en el circuito cinematográfico comercial, y en 2000, 2001 y 2002 estuvieron por debajo de las películas llegadas de países asiáticos. Según el coordinador del Observatorio del Mercosur Audiovisual, Octavio Getino, en cantidad de espectadores para el mercado argentino entre 2002 y 2005 la participación de las películas latinoamericanas no nacionales no logró superar cada año el 0,3%. Por su parte, la ampliación de la participación de mercado para el cine argentino dentro del país no se hace a expensas del de origen norteamericano sino del cine europeo (con llamativas caídas en cantidad de estrenos provenientes de España, Italia y Francia) y de otras regiones del mundo. La obsolescencia acelerada de los productos minimiza las posibilidades de las películas cuyas recaudacionesiniciales son regulares o bajas, reforzando así la polarización entre éxitos colosales y fracasos rotundos, definidos -casi en su totalidad- durante el primer fin de semana de exhibición. Pese al alargamiento de la cadena de valor y a la multiplicación de las ventanas de amortización, al replicar el mercado del DVD la celeridad y la saturación que distinguen al megaestreno cinematográfico se ahogan también las posibilidades de “reanimar” la performance de ciertos títulos de bajo rendimiento inicial. Es decir que las probabilidades de que un film se revalorice a medida que aparecen las instancias de mediano plazo de explotación son reducidas porque debe atravesar previamente dos “cuellos de botella” que operan como poderosos filtros, donde compite en inferioridad de condiciones: el estreno en salas y el lanzamiento en DVD. Por más que se planifique cuidadosamente el paso de un mercado al otro y de una ventana a otra, “largar de atrás” en la consideración o en la mera atención del gran público relega a espacios marginales de circulación o a la explotación en nichos más cercanos a la cinefilia -ya sea en su versión “festivalera” o en aquella con inquietudes de búsquedas de nuevas narrativas y/o estéticas de autor- que al mercado convencional.12 Esto no implica que la “vida” de una película se explique únicamente por su performance económica sino que es reelaborada una y otra vez a través de discursos y prácticas de distribución, mediación y consumo, ya que entendemos por mercado no tan sólo a todo aquello que remite al circuito de comercialización, sino también a la red de celebraciones y condenas de la crítica institucionalizada, que construye sus propias modas y tendencias retroalimentando el régimen de cotizaciones y legitimidades. La práctica compulsiva de estrenar sostenida en estrategias de marketing y promoción típicamente push da lugar a lo que José María 12 En Estados Unidos las películas independientes representan cerca del 40% de todos los lanzamientos, pero, sólo significan cerca del 20% de las ganancias totales. No obstante, los grandes estudios encuentran cada vez más dificultades para encontrar ganancias con las películas de géneros porque los costos generales son mucho más elevados. Por consiguiente, los ejecutivos de estudio optan por tomar las películas de producción independiente con costos que permiten buenos rendimientos y obtener sus ganancias como distribuidores. “La tendencia de la industria predice que los estudios ampliarán sus márgenes de ganancias si disminuyen la cantidad de películas que producen, reducen los costos de producción y comparten riesgos con socios financieros”, afirma Al Lieberman. Si bien las películas independientes se ocupan de audiencias más acotadas que Hollywood sus realizadores trabajan con presupuestos mínimos en comparación con los grandes tanques. Así, las majors compran los derechos de distribución y los exhibidores en Estados Unidos han generado un circuito de salas independientes con “galerías de lanzamiento”. (Al Lieberman, La revolución del marketing del entretenimiento, Fundación Universidad de Palermo-Atlántida Grupo Editor, Madrid, España, 2006, págs. 101-102.) Un esquema similar al que viene definiendo las grandes líneas de trabajo de los productores de la industria de la música. Así como la revista Billboard ha insistido que las fusiones de compañías discográficas constituyen una amenaza para el surgimiento de nuevos artistas y estilos musicales, esto puede aplicarse extensivamente a otras prácticas culturales. Los grandes grupos que compran sellos independientes dejan de asumir los riesgos que trae aparejados la incorporación de artistas de géneros musicales poco conocidos. Los sellos más importantes se ocupan de lanzar discos de estrellas reconocidas con éxito asegurado de antemano en lugar de promover artistas nuevos, aumentando así los beneficios a corto plazo y desplazando hacia zonas marginales del mercado aquellas propuestas de carácter menos convencional. Lo mismo ocurre desde hace más de una década en la industria editorial. Tal como lo describe André Schiffrin (La edición sin editores. Las grandes corporaciones y la cultura, Ediciones Era, México, 2001), la concentración de las editoriales tradicionales en grupos empresarios dependientes de la industria del entretenimiento o con foco en los negocios financieros tuvo como consecuencia la publicación solamente de aquellos títulos de gran tirada y la paulatina “decantación” de los catálogos con reducción del número de obras de “ciclos largos” de venta, para equiparar la rentabilidad de publicar libros a los negocios que ya poseen en el mercado audiovisual. El riesgo de la experimentación con nuevos autores se deja para unas pocas editoriales “independientes” o queda en el restringido ámbito de los con-cursos literarios. Alvarez Monzoncillo13 califica como “voracidad” en el consumo de películas, caracterizada por el menor tiempo que los públicos dedican a los productos. Pero si además de relevar los usos sociales y los consumos culturales nos preguntamos por los mecanismos de constitución de los públicos daremos cuenta de principios articulatorios propios de cada agrupamiento, donde las marcas culturales predominantes ponen de manifiesto competencias y decisiones en virtud de las cuales los individuos se posicionan entre sí. Los cultural studies nos han enseñado a ir más allá de preguntarnos “qué es el público” para revelar cómo se lo construye y permitirnos aprehender los mecanismos de su constitución y el sentido de esa operación cotidiana en la que queda al descubierto el modo en que los individuos nos reconocemos y actuamos en sociedad al relacionarnos con los medios. Desde esa perspectiva se puede pensar la noción de público en términos de experiencia cultural e histórica, que se ubica en un tiempo determinado, configurando una suerte de tradiciones y prácticas en las que se articulan espacios y modalidades de consumo, artefactos, géneros, contratos de lectura, expectativas y modos de satisfacerlas. Para establecer, en el actual contexto de transición -con convivencia de tecnologías analógicas y digitales-, si en verdad se entabla una relación de competencia o de complementariedad entre el consumo hogareño y la visión de filmes en salas como práctica social de orden colectivo, es necesario indagar sobre el modo en que los individuos son interpelados actualmente en lo individual y en lo colectivo, y las cercanías y defasajes entre ese sistema de interpelación (global) y las condiciones de consumo (particulares-locales) de los distintos grupos sociales que se agregarán para darse entidad de gran público. Sin dudas la tarea se dificulta debido al encadenamiento de objetos culturales que operan como nexos conceptuales y que permea muchos mercados dando lugar a un ecosistema completo del que la película no siempre es el motor principal. Al fin de cuentas, como se grafica en la Figura 1 a Shrek, Tomb Rider o El hombre araña se puede “llegar” desde un juguete, desde el sound track, desde un videojuego o a partir de una acción viral en la web. Este factor de debilitamiento de la autonomía del largometraje que supone -como vimos- 13 “La industria cinematográfica: enfermedades crónicas e incertidumbres ante el mercado digital”, en Enrique Bustamante (coordinador) Comunicación y cultura en la era digital, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2004. la existencia de áreas de negocios distintas, delata ya la convivencia de modalidades expresivas y narrativas en los conceptos de partida que dan lugar a proyectos conjuntos entre los estudioscinematográficos y las compañías de medios interactivos y de juegos.14 Paralelamente, las diferentes combinaciones de publicidad y entretenimiento (advertainment) van en aumento y ya están consolidadas tanto su “integración” en los contenidos como su rol como fuente complementaria de financiamiento. Cuando se estrenó Blade Runner (Ridley Scott, 1982), en ella aparecían enormes anuncios de neón de una decena de corporaciones reales. Veinte años más tarde, otro film de ciencia ficción también basado en una novela del escritor Philip Dick, Minority Report (Steven Spielberg, 2002), incluyó treinta marcas, que aportaron alrededor de 25 millones de dólares al presupuesto. Precisar el high concept y realzar los “aspectos vendibles” del film implica encontrar respuestas simples e industrializables en un mercado saturado de información-entretenimiento. Con finalidad predictiva -en realidad, racionalizadora de inversones y atenuante de riesgos- los test de audiencias para identificar los patrones genéricos de éxitos -y fracasos- recientes que diseñan las majors, potencia la homogeneidad y reduce las posibilidades de encontrarnos con innovaciones en los filmes que finalmente se producen. Esta modalidad presupone un concepto de la creación como la recombinación de fórmulas basado en la premisa de la adaptación de la oferta a las exigencias de un público previamente definido como garantía de comercialidad. No caben dudas que tiene el máximo interés determinar el valor económico de las películas en un entorno que se caracteriza por el deslizamiento de la actividad productiva (centrada en la obra y la figura del director) hacia la comercialización de experiencias comunicativas. Más aún 14 La escalada de complejidad de los videojuegos, que excita fundamentalmente a los heavy users de los productos de esta industria, no los convierte en mero apéndice de la versión fílmica de un título. Incluso en breve pueden llegar a invertir la ecuación y sus programadores pueden cumplir un rol predominante en el desarrollo de la producción cinematográfica para que esa historia sea “adaptable” como juego; es decir, que pueda “abrirse” en relatos que faciliten o potencien la condición interactiva. El volumen de ventas de la industria del videojuego la convierte en el principal negocio de entretenimiento multimedia a escala mundial: sólo el negocio de consolas mueve más de 23.000 millones de euros anuales, frente a los 19.000 que recaudan las salas de cine, según consigna Pedro Manuel Moreno. (“El videojuego: lecciones de la primera cultura multimedia”, en Enrique Bustamante (coordinador) Comunicación y cultura en la era digital, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2004. si el proceso involucra la convergencia de las tecnologías de la información que prefigura la creación de un aparato hipermedia, que opera como plataforma de servicios en la que la posibilidad de acceso on demand a las películas constituye uno de los argumentos de venta del servicio. De ahí la necesidad de revisar la figura de público (más que nada los lugares desde donde se lo construye) para los filmes convertidos en productos audiovisuales. Cabe preguntarse cuánto tiempo más le queda al espectador, en vías de ser reemplazado como destinatario dominante por el usuario- cliente de una empresa proveedora de servicios, como sujeto de una política recreativa que centraliza su acción en incrementar el gasto por hogar y acelerar los tiempos de consumo con productos accesibles, divertidos y entretenidos. Por el camino inverso, la customización al extremo que posibilitaría la digitalización de las redes de transmisión de señal a las salas cinematográficas llevaría a fórmulas para “acomodar” el producto a las variables sociodemográficas con versiones dobladas y subtituladas, versiones recortadas para niños con limitaciones de escenas de violencia, y completas para adultos, programadas de acuerdo a los horarios y los diferentes flujos de públicos. En el hogar o en la sala, sin embargo, los grandes tanques -y su expresión extrema, el film acontecimiento- se distinguen de la mayor parte de los estrenos por el tamaño (presupuesto, rentabilidad), la ambición (más estrellas, más espectacularidad intra y extracinematográfica, sinergia mediática) y el modo en que todos estos ingredientes cumplen los dictados de las estrategias de marketing. De este modo, de tan generalizada esta modalidad de cine global ya ni siquiera es considerada como un “problema” (aunque tiene aristas problemáticas), sino como un ecosistema cultural: el público tiene siempre un punto de referencia para reconocer el nuevo film debido a su familiaridad con otras fuentes ó -dicho de otra forma- el corpus de conocimientos mediáticos que posee el público funciona como un método rápido y sencillo para la construcción modular de la película sobre la base de información predigerida. 3. El drama de estrenar “Esta globalización que ha uniformizado nuestros gustos y creado los públicos globales permite consolidar también el tejido de las inmensas minorías internacionales. Las películas de Theo Angelopoulos o de Jim Jarmusch se estrenan en Paris, Buenos Aires, Tokio y Copenhague gracias a las élites cinéfilas del mercado global y esta globalidad permite la amortización de su costo. Por eso es urgente consolidar las redes de distribución de la cultura intersticial, capaces de alcanzar a esa inmensa minoría internacional, que constituye el contrapunto positivo del consumo global uniformizador y centrípeto del fast-food cultural que hoy domina nuestros mercados mediáticos”. Roman Gubern – El eros electrónico Cuando la tematización de las industrias culturales ganó espacio en los ámbitos de investigación universitaria y, paralelamente, sus características comenzaron a ser registradas en las estadísticas gubernamentales, no lo hizo remitiéndose a la terminología acuñada en los años ´40 en el seno de la Escuela de Frankfurt. Identificando e investigando un conjunto diversificado de productos y soportes los poderes públicos y los académicos comenzaron a analizar las implicaciones de la internacionalización y la concentración de las distintas fases de los procesos de producción de bienes culturales, y sus articulaciones con la configuración de los mercados nacionales (o regionales). El cada vez mayor grado de porosidad de las distintas realidades nacionales en relación con las nuevas representaciones del orden económico mundial redundó en cambios de la fisonomía de la comunicación y las megafusiones de empresas informáticas, electrónicas y productoras de contenidos se constituyó en un elemento clave. En consonancia, también cambiaron los marcos jurídicos para propiciar la ampliación del espacio de los productos de las industrias culturales y permitir la constitución de escalas geográficas globales, pues si bien las tecnologías de la comunicación permiten producir diversidad en forma estandarizada, para alcanzar objetivos globales antes deben “abrirse” y “desregularse” la explotación de las telecomunicaciones. La problemática de la concentración no reconoce fronteras. Las diez películas más vistas en Argentina durante el año 2003 se llevaron aproximadamente el 40% de las entradas vendidas. Si se observan las cifras de hace 20 años, en 1984 las diez que encabezaban el ranking sumaron el 15% del total de entradas vendidas, en 1985 alcanzaron otra vez el 15%, y en 1986 casi el 14%. Hasta en Francia la proporción de películas norteamericanas está en aumento: de los 155millones de entradas vendidas en 1999, el 68% correspondió a películas de ese origen, y la razón es el aumento en el número de multicines. Sólo el 27% de las entradas fue para películas francesas, y las películas filmadas en otras partes del mundo lograron atraer al 5% del público. En Italia el casi centenar de películas que se producen por año representan en las salas menos del 25% de la taquilla, dominada por las producciones de Hollywood, con el 70% de los filmes que se proyectan. Allí, el nivel de concentración es uno de los más fuertes del mundo y alcanza a la TV y los videoclubes: la principal cadena de alquiler de videos y DVD es propiedad de Silvio Berlusconi, quien a través del grupo Medusa, también es el principal propietario de salas cinematográficas. El fenómeno no se agota en los grandes tanques. En Holanda, consigna Joost Smiers, una película independiente de origen norteamericano, The Blair Witch Project (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), “ahogó” con 32 copias en oportunidad de su estreno en aquel país la salida de una coproducción europea de capitales belgas y franceses (Quiero ser famosa) que sólo pudo aspirar a una sola sala pese a contar con una protagonista (Audrey Tautou) muy conocida para el público de aquel continente.15 La oscilación entre lo global y lo local es la regla de los megagrupos de la industria del entretenimiento si quieren aumentar sus audiencias. Sintetizada por la literatura del marketing de los años ´90 en el slogan “think global act local”, la visión de que la escala planetaria representa el mapa competitivo en el que se manifiestan los flujos reales de la actividad económica convive con la convicción de que existe un conjunto de grandes urbes en las que se materializan, por decirlo de algún modo, los resultados de las políticas comerciales. La empresa debe gestionar la diversidad con un enfoque unificado en el plano estratégico que se conjuga 15 Joost Smiers, Un mundo sin copyright. Artes y medios en la globalización, Editorial Gedisa, Barcelona, España. 2006, pág. 60. con las modalidades tácticas de una autonomía capaz de amoldarse a las particularidades de territorios y universos simbólicos diferentes. Son firmes las presiones para vincular el devenir del sector audiovisual al de las telecomunicaciones y con ello dejar abierta la puerta a una mayor desregulación que evite la extensión a los nuevos servicios de los mecanismos de protección que rigen para la industria cinematográfica en los países de la Unión Europea. En las disputas, que involucran ofensivas y reacciones en el seno de la Organización Mundial del Comercio, a raíz de las ambiciones globales ningún mercado es considerado demasiado pequeño, sobre todo si pueden ser integrados en una articulación regional de distribución. Países como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán, nuevos polos de producción cinematográfica del sudeste asiático, han creado sistemas de ayuda o han reforzado recientemente los dispositivos existentes. Corea del Sur, por ejemplo, se ha negado a suprimir la políticas de “cuotas” de películas nacionales en las salas y ha comenzado a sentar las bases de un sistema de ayuda regional a la producción, similar al implantado por la Unión Europea. Desde la reglamentación, en 1983, del sistema de “cuota de pantalla” para el cine nacional, en Corea del Sur el porcentaje del mercado para el cine coreano no dejó de crecer sostenidamente. Fue ampliándose del 15,9% en 1993 al 59% en 2005, y en la última década la cantidad total de espectadores cinematográficos se multiplicó por 3, llegando a un total de 143 millones de entradas para el año 2005, lo que implica 2,9 entradas por habitante.16 Aunque en las últimas dos décadas asistimos a numerosas innovaciones ligadas al mercado audiovisual, el soporte fotoquímico de 35 milímetros se mantiene aún como estándar internacional y hoy su flexibilidad le ha permitido integrarse en otras matrices de negocios de las que participan la televisión y el DVD -reemplazo superador del VHS-. “Sin embargo -advierte Alvarez Monzoncillo- la digitalización fomenta un cambio tecnológico que no sólo plantea la desaparición del 35 milímetros, sino que modifica la forma de consumo y abre posibilidades de nuevos modelos de negocio para productores, distribuidores y exhibidores”.17 Están a la orden 16 Korean Film Observatory, Nº 18, Korean Film Council, Seúl, primavera boreal 2006. 17 “La industria cinematográfica: enfermedades crónicas e incertidumbres ante el mercado digital”, en Enrique Bustamante (coordinador) Comunicación y cultura en la era digital, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2004, pág. 128. del día las exaltaciones sobre el cambio tecnológico como modificador de la estructura económica del audiovisual y las formas de consumo. La digitalización aparece genéricamente como un nuevo “factor competitivo” para la generación de contenidos postcinematográficos ya que dada la convergencia de diversos canales de acceso a la información es cada vez más importante explotar las economías de alcance derivadas de la distribución de contenidos en diversas plataformas y formatos. Alvarez Monzoncillo celebra que la tecnología digital “abre puertas a una nueva generación de cineastas” y “potencia” nuevas experiencias estéticas. “Todo tipo de producto audiovisual que no requiera altas calidades de resolución de la imagen tiene posibilidades infinitas con estas nuevas cámaras”, sugiere.18 Indudablemente la tecnología digital facilita el salto a la producción de cine profesional y disminuye costos en la etapa de postproduc-ción, pero -como tantas veces ha quedado demostrado- no puede depositarse en la tecnología la capacidad de transformar por sí sola la cadena de valor tradicional. La relación entre los productores-creadores de películas y los potenciales espectadores continuará mediada por las distribuidoras. Más aún, sus conexiones con la estructura de exhibición hacen pensar que no tendrán dificultades en reorientar sus negocios hacia la distribución digital e -incluso- eludir las medidas proteccionistas como la “cuota de distribución” o la de emisión en televisión. Ahora bien, ¿es relevante hoy la discusión sobre la “ocupación” de pantalla o el cine -la posibilidad cierta de verlo- está en otra parte? El conjunto de cambios tecnológicos, industriales y estéticos que ha modificado decisivamente el sistema de apreciación del universo cinematográfico apenas si comienza a ser registrado por los críticos y académicos más inquietos. Aunque se insista en utilizar las mismas categorías es evidente que no se hacen las mismas películas que hace dos décadas, no se financian del mismo modo ni circulan de la misma manera. Si entre otras, han cambiado las relaciones entre cine global y nacional, entre arte e industria, entre ficción y documental, entre corto y 18 “La industria cinematográfica: enfermedades crónicas e incertidumbres ante el mercado digital”, en Enrique Bustamante (coordinador) Comunicación y cultura en la era digital, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2004, pág. 130. largometraje, y se ha modificado la importancia de los festivales -auténticas instituciones de legitimación paralela al circuito comercial tradicional-, de las escuelas de cine (en Argentina hay más estudiantes que en toda la Unión Europea) y de la manera de interactuar con todo lo que aún se engloba bajo el nombre de filmes, el desafío mayor para los directores -no sólo aquellos debutantes y definidamente periféricos, sino también para quienesya consolidados aceptan tomar algunos riesgos estéticos- es poder encontrar una audiencia que vea sus películas. En palabras de Atom Egoyan, “hoy no existen razones para que alguien no pueda concluir su película, el gran tema es cómo lidiar con la distribución y cómo comercializarla; ese es el aspecto más problemático de la nueva tecnología”. El director canadiense, que alterna películas para grandes estudios (Ararat, El viaje de Felicia) con producciones casi familiares realizadas en digital (Calendario, Citadel) sólo disponibles en DVD o a través de Internet, señala que el optimismo digital se topa en algún momento con la necesidad de conciliar la experiencia artística con la presencia del público. “Inevitablemente hay que depender de los organizadores de los festivales”, concluye.19 Probablemente la consecuencia más importante del “circuito festivalero” en los últimos cinco años es el auspicio del fenómeno de las denominadas “cinematografías emergentes” como la iraní y la difusión de obras realizadas en Corea del Sur, Japón y Taiwán por directores renovadores de la tradición oriental que dan cuenta de un universo personalísimo. Pero este avance, que en su momento sirvió para instalar el debate sobre las prácticas del grupo Dogma 95 y que hoy potencia la consolidación del revival internacional del documentalismo como una manera de acercarse a los problemas del mundo e intervenir -si se quiere- la realidad, no logró establecer vasos comunicantes lo suficientemente consistentes con el mercado para crear un público que exceda el círculo de fanáticos o especialistas. De todos modos, ¿puede hablarse en este diverso, intenso e inestable panorama de rasgos específicos que caractericen a las nuevas producciones difundidas -y premiadas- en festivales de prestigio como Berlín, Rótterdam o Toronto? En lo que a América Latina se refiere, 19 Revista Ñ, Nº 152, Buenos Aires, 26 de agosto de 2006, pág 9. Néstor García Canclini se muestra cauto al evaluar el peso específico actual y las posibilidades de perdurabilidad de expresiones generacionales recientes como el nuevo cine argentino. “La euforia que algunos funcionarios y productores exhiben por el pequeño aumento de las filmaciones en Argentina, Brasil y México en los últimos años, la obtención de premios internacionales, casi todos de segunda importancia, y un relativo incremento de público son fenómenos frágiles por la desconexión entre la industria cinematográfica y la televisiva que debilita a ambas ramas y desalienta las sinergias entre ambas clases de ficción”.20 Las narraciones que dan cuenta del universo local o regional se convierten en “historias comercializables” si se pasan por el tamiz del folklore for export, casi un equivalente cinematográfico del worldbeat. La producción que mantiene el “color local”, pero con una base temática, una estética y modos narrativos que reflejan las del cine global ha crecido en la región y los principales países han tenido su caso ejemplificador. Más aún, puede pensarse, a la luz de ciertos resultados, que esta ha sido la estrategia para insertarse en el mercado internacional, con ejemplos como María llena eres de gracia (Colombia), Las mujeres verdaderas tienen curvas (México), Ciudad de Dios (Brasil) y Luna de Avellaneda (Argentina), entre otras. Así, la revisión audiovisual de América Latina queda atrapada entre las promesas del cosmopolitismo global y la deriva de proyectos nacionales anclados en legislaciones premediáticas que, como sabemos, no se llevan bien con la búsqueda de imaginarios menos monótonos. Si en términos de estética no puede hablarse de un “cine latinomericano” tampoco puede hacérselo en términos de producción y mucho menos con referencia a compromisos de exhibición. No hay políticas públicas coordinadas que fomenten el intercambio de experiencias de filmación ni acciones tendientes a desarrollar espacios comunes de circulación. Incluso experiencias proactivas como el “Programa Ibermedia”, que trasciende el objetivo proteccionista, propiciando la producción y distribución de películas entre mercados de escasa conexión pese a su pertenencia a una región común, han mostrado grandes limitaciones para alcanzar una de sus 20 Néstor García Canclini, Latinoamericanos buscando lugar en este siglo, Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 2002. principales razones para su puesta en marcha: la diversificación de la oferta cinematográfica. Enrique Bustamante propone que “la experiencia de Ibermedia podría ampliarse a campos como el de la industria musical y discográfica, o al de las Pymes de la industria editorial de libros, o al de las revistas culturales de todo tipo, en donde ha habido algunas experiencias exitosas de cooperación”.21 Sin embargo, su implementación es despareja y exige revisiones, ya que los logros en la etapa de desarrollo y producción de los proyectos aprobados tienden a desvanecerse en la etapa de distribución. Este programa -aprobado en 1997- que agrupa a los institutos de cine latinoamericanos y de España y Portugal, funciona como unidad para los países del continente, pero sus falencias están precisamente en el eslabón clave para potenciar la construcción de una audiencia regional. Los problemas del programa para activar la “distribución cruzada” de la producción de los países que lo integran, detallada en el Anexo 2, quedan a la vista cuando se constata que desde su puesta en marcha, en Argentina sólo se estrenaron comercialmente 13 películas producidas y distribuidas con su colaboración (5 mexicanas, 5 españolas, 1 chilena, 1 uruguaya y 1 brasilera). Como señala Bustamante “se olvidó generalmente la concepción de un audiovisual integral, especialmente de la imprescindible pata televisiva, a falta de la cual resulta imposible completar la financiación y amortización de los productos, o cambiar la imagen de los públicos iberoamericanos sobre su propia identidad audiovisual”. Asimismo, y como una auténtica paradoja, la mayoría de las películas argentinas de la última década -incluyendo las propuestas más radicales de las denominadas independientes-22 se han realizado acudiendo a fundaciones y becas internacionales de otras regiones del mundo, y para su distribución -en 21 Enrique Bustamante, “Diversidad en la era digital: La cooperación iberoamericana cultural y comunicativa”, en Pensar Iberoamérica, Nº 9, julio-octubre 2006. 22 La denominación independiente para referirse a ciertas expresiones del cine argentino de la última década es al menos equívoca ya que casi todas las películas filmadas en este período se terminaron de producir o pudieron concluirse y estrenarse por el aval financiero otorgado por el Instituto Nacional de Cinemato-grafía (INCAA). Esto lleva a que prácticamente todas las producciones (también las coproducidas por los canales abiertos de televisión) dependan de los subsidios estatales para ser económicamente viables. Incluso la película más taquillera de los últimos años -filmada en tiempos de la convertibilidad-, El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001) no hubiese recuperado siquiera los costos de producción ($ 1.900.000) si hubiera contado sólo con la recaudación de la venta de entradas, que ascendió a $ 1.800.000. muchos casos- dependieron de acuerdos con productores privados ligados a la organización de diversos festivales y/o con canales de televisión europeos. Igualmente, el programa ayuda a equilibrar tres asimetrías que existen en Latinoamérica: la falta de productores independientes en la mayoría de los países, exceptoen Argentina, Brasil y México; la ausencia de “leyes de fomento” a la producción y exhibición en países como Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú; el modelo de “coproducción por mercado” donde cada uno de los países participantes se queda con la explotación de su territorio, sensiblemente dispares entre ellos en cuanto a sus posibilidades de generar una “masa crítica” de público. En relación al funcionamiento de las coproducciones vale mencionar que en el caso argentino una situación típica es que por conseguir la última parte de la financiación se entregan territorios, o incluso los derechos de explotación para el resto del mundo; y así -indirectamente- se van clausurando posibilidades de recuperar la inversión. El productor Hugo Castro Fau (Géminis, Albertina Carri 2005) sostiene que luego de la devaluación del peso de 2002 los productores españoles con apenas 30.000 euros se quedan con la totalidad de los derechos para su territorio y luego pueden obtener hasta diez veces ese valor sólo por la venta a la televisión española. Las limitaciones para generar redes consistentes de distribución no son privativas de América Latina. Pese al avanzado proceso de integración económica los universos cinematográficos de los países europeos casi no se miran entre sí. La programación de películas francesas en Alemania no llega al 1% de los estrenos y en España apenas alcanza al 3,6%.23 Existen acciones aisladas que, aún en su importancia, no alcanzan en su magnitud para reparar los desajustes del mercado. En Francia, por ejemplo, una iniciativa del “Centre National de la Cinématographie”, facilita condiciones de estreno, de distribución y de difusión periodística a obras provenientes de países cuya industria cinematográfica no encuentra difusión por parte de las grandes distribuidoras. El programa contempla producciones -en fílmico o digital- provenientes de países de Africa, América Latina, Asia (a excepción de Japón, Corea del Sur, Singapur y Taiwán) y 23 Información detallada en www.cnc.fr/cncinfo http://www.cnc.fr/cncinfo Armenia, Georgia, Bosnia, Albania, Croacia, Serbia y Montenegro, Kazajstán, Azerbaidjan y Turkmenistán. No obstante, el eje de la discusión no pasa por argumentar a favor o en contra del modelo del “nuevo Hollywood”. Lo que se pone en evidencia es la diferencia de registro entre -de un lado- los flujos culturales multicéntricos activados por la globalización, que incluyen complejas dinámicas nacionales y regionales, y -por otro- el predominio hollywoodense, constitutiva-mente incapaz de -y desinteresado en- traducir las tensiones y la riqueza simbólica de esos flujos. En otros términos, con la intensa circulación planetaria de personas, bienes materiales y mensajes se configuran escenarios de diversidad difícilmente apropiables por un solo sujeto narrador; y en paralelo, los imaginarios fílmicos más rentables difícilmente puedan dar cuenta de los valores del “multiculturalismo”. La capacidad de algunos países europeos para generar producción de contenidos en cine y televisión, potenciada por programas de coproducción y legislaciones “proteccionistas”, pone en evidencia la existencia de segmentos en los mercados globalizados (audiencias calificadas, podría decirse) no habituadas a reducir el entretenimiento y los bienes simbólicos a megaespectáculos, pero aún así queda un nuevo escollo por superar: el desvanecimiento de los reales -o presuntos- "valores nacionales" que deben defenderse, en un contexto en el que las sociedades cada vez son más diversas. Más aún cuando la “diversidad cultural” no sólo implica un aumento de las posibilidades de expresión del capital simbólico de las sociedades sino que constituye una importante palanca de desarrollo económico. Hollywood observa con atención la dinámica de las prácticas industriales en los mercados más consolidados de Latinoamérica y ya se ha alimentado del talento de directores surgidos en la última década, como los mexicanos Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón, y Alejandro González Iñárritu; los brasileños Fernando Mereilles y Walter Salles, y el argentino Juan José Campanella, una de las tantas prácticas relacionadas con el surgimiento de variadas modalidades que ponen de manifiesto -para decirlo en términos de George Yúdice- una nueva división internacional del trabajo cultural, donde las búsquedas de locaciones, la generación de ciertos contenidos y la provisión de técnicos de filmación -entre otras instancias que requieren de mano de obra profesionalizada- “ajustan hacia abajo” los costos de producción. Muchas veces los mercados no están tan desarrollados como para apoyar una amplia diversidad de películas y los productores indepen- dientes -aun asociados con la televisión privada de países centrales- han mostrado limitaciones para crear redes de distribución eficaces en terceros mercados. La diferencia entre tener algo para contar -y poder filmarlo- y tener algo para vender -y poder distribuirlo- no es menor y, como interrogante, involucra valores y propósitos con registros e intereses diferentes. 4. Entre la lógica industrial y las búsquedas personales “En la medida que se multiplican las posibilidades de crear contenidos localmente, tanto más aumentan los ingresos de las empresas transnacionales, pues los regímenes de comercio internacional favorecen a los que poseen los derechos de propiedad intelectual. Ello resulta en una nueva división internacional del trabajo cultural según la cual se poseen los derechos y se gerencia la producción de contenidos a partir de centros de comando y control diseminados en red y la creación cultural es tratada cada vez más como un servicio contratado. [...] El resultado es una maquilización de la producción cultural: se controla el proceso de producción desde fuera, abaratando así el trabajo cultural en las localidades”. George Yúdice – La economía creativa y la nueva división internacional del trabajo cultural Si bien ya se consideran en vías de extinción las fronteras entre el cine “tradicional” y el mundo digital, y se han ampliado los dominios y manifestaciones en las que el video gana protagonismo, la propia naturaleza de la obra como “objeto” se hace difícil de clasificar cuando se piensa en términos de mercado, ese gran ordenador de las prácticas culturales cuya lógica puede ser obturada y cuestionada en instancias puntuales pero no desarticulada íntegramente. Así, la apropiación que la tecnología digital hace del reservorio cultural de la sociedad de consumo, a través de un voraz procesamiento de lenguajes provenientes del arte pop, el comic, la música disco, la estética publicitaria y la moda, realza el relativismo desde el que las subjetividades post-modernas ponen en escena su desencanto con el mundo que les toca en suerte. El vanguardismo de los pioneros que coquetearon con tendencias neodadaístas y radicalizadas impregnó de espíritu libertario a los usos de una tecnología que se adivinaba como particularmente estimulante, y sentó las bases de lo que dos décadas después sería definido como una “estética del video”,24 expresión generalizada y un tanto vaga que comprende desde una nueva sensibilidad por la imagen hasta cambios abruptos en los “tiempos de percepción”. Las sobreimpresiones, los defasajes de sonido e imagen, los ritmos epilépticos de montaje y los cambios en las formas narrativas no tardaron en introducirse en los códigos establecidos de los medios audiovisuales en general y del cine en particular, como sila aceptación final de lo que se proponía desde la tecnología video estuviera supeditada a una previa digestión por parte del mainstream que garantizara un “umbral de comprensión” adecuado a lo exigido por el mercado. La historia de todos los medios de comunicación es, en verdad, la historia de sus intentos de legitimación; es decir, la búsqueda para ganar entidad desde una especificidad que le permitiera a cada uno de ellos la construcción de un espacio de expresión social y económicamente desem- peñado, y epistemológicamente reconocido, dado que en el cruce de esas instancias se jugaban -y se juegan- las supervivencias de cada uno. La velocidad de los cambios tecnológicos afectó desde el primer momento al video -y su relación con el cine- corriendo permanentemente la línea hasta donde se podía “contar su historia”. Tanta vertiginosidad potenció desde el primer momento las dudas sobre la “perdurabilidad de la obra”, 24 Este concepto es utilizado con particular recurrencia por Jean Baudrillard para referirse -alternativamente- a la fragmentación de la linealidad, la velocidad de circulación de las imágenes o a la saturación de estímulos que ofrece la pantalla a partir de un fuerte crecimiento de la intervención tecnológica como recurso narrativo. Afecto a las exageraciones provocadoras, el sociólogo francés sostiene que “la interfaz video sustituye toda presencia real”. Como si se tratara de fragmentos de un holograma “toda la información relativa a un objeto está encerrada en el más pequeño de sus detalles”. De este modo, la síntesis “está” en la intimidad de la técnica y no en la voluntad de quien narra porque “en el corazón de esta videocultura siempre hay una pantalla”. (“Videoesfera y sujeto fractal”, en AA.VV., Videoculturas de fin de siglo, Ediciones Cátedra, Madrid, 1990, pag. 31). preocupación artística por excelencia que diera lugar a otra de las grandes paradojas del formato: que fuera en el circuito de los museos -espacio legitimante del arte clásico poco proclive a la aceleración de la técnica- donde tuviera lugar la inédita intersección entre arte y tecnología. Esto dio lugar a la figura del “artista multidisciplinar” que se vale indistintamente de la pintura, la música y el registro digital, para ofrecer como obra en devenir performances o instalaciones que proponen una intervención diferente en el espacio de exhibición abriendo el juego al surgimiento de nuevas sensibilidades. El acercamiento a un nuevo “imaginario electrónico” fue teniendo lugar en los espacios más disímiles: estudios de televisión, bienales, festivales, salas underground, constituyendo una trama de tensiones y vínculos que alimentó una evolución caótica y, a la vez, promisoria. La industria capturó esa esencia y, como era previsible, la procesó a su favor. La convergencia del crecimiento económico de la industria del entretenimiento con la progresiva baja de los costos de la electrónica, y en la última década la informática, con equipos cada vez más potentes y software de gran ductilidad para la edición de imágenes, terminaron de consolidar -con el registro digital- una estructura práctica y veloz para generar y modificar imágenes cuya proliferación por diferentes circuitos se insertó con comodidad dentro de la lógica de producción cultural contemporánea. En los últimos tres años, con el crecimiento de la penetración de la banda ancha, Internet hizo el resto. Por lo demás el desarrollo del formato DIVX, que permite “comprimir” un DVD y subirlo a Internet con una calidad visual y sonora comparable a la de un video casero, permitiendo almacenar más de una hora de video en un CD de 700 megabytes, abrió otras perspectivas para el negocio. Dado que no sólo los videoaficionados pueden guardar y distribuir su obra en este formato con menores problemas, las factorías de Hollywood ya mostraron preocupación por el intercambio de películas en DIVX. ¿Se articulará el mercado cinematográfico en torno a la distri- bución y “proyección” electrónica o el consumo on line creará un nuevo nicho donde los públicos se desempeñarán con mayor autonomía? ¿Quiénes se apropiarán de la “renta vacante” que dejará entonces la disminuida distribución tradicional? El control mayoritario por parte de las empresas http://es.wikipedia.org/wiki/CD globales de la distribución y sus conexiones con la exhibición más los negocios -ya no tan colaterales- de lo que se denomina el “entorno” del film, hace pensar que estarán en mejores condiciones de reorientar sus actividades que los que están fuera o recién se incorporan. La fuerte tendencia a la concentración y sus correspondientes expectativas de beneficios para empaquetar contenidos y adaptarlos a las diferentes audiencias van a condicionar el desarrollo de estos mercados. La pregunta sobre si la industria cinematográfica seguirá los pasos -y acarreará los problemas estructurales actuales- del modelo de negocios de la industria discográfica no es ociosa. Igual a lo que ocurre en el mercado de la música, con la generalización del uso de la red y la velocidad que ésta va alcanzando las grandes distribuidoras cinematográficas -si se mantienen ancladas a su modelo convencional de paquetes de películas- quedarán en una posición -aún- privilegiada pero difícil de sostener tal como la conocemos actualmente. Juan Calvi ofrece pistas acerca de qué es lo que se pone en discusión en el nuevo entorno y sugiere que “si el consumo cultural en Internet es más una cuestión de acceso que de apropiación material de un producto, la clave para los grupos productores-editores radicará en el control de los canales de distribución, de reproducción y en los modelos de acceso y comercialización de sus productos, donde el copyright se constituye en el principal instrumento y en la principal estrategia de protección y explotación de esos productos”.25 ¿Qué cambia entonces? Nada más ni nada menos que la matriz de circulación de los flujos audiovisuales, la plataforma física y la ecuación económica que lo posibilita, siendo su principal característica que “la distribución de esa información se realiza a través de múltiples vías reproduciéndose a sí misma, con un coste de distribución y reproducción nulo, y posibilitando la disponibilidad de dicho contenido en la red tantas veces como haya sido distribuido y reproducido”.26 Siguiendo esta línea de análisis un bien será más informacional en la medida que su costo de reproducción tienda a cero; es decir, la 25 Juan Calvi, “La circulación de productos audiovisuales en Internet. Análisis de una lógica de distribución, intercambio y reproducción cultural en la era digital”, Revista Telos Nº 65 Segunda Época, Octubre-Diciembre 2005. 26 Juan Calvi, “La circulación de productos audiovisuales en Internet. Análisis de una lógica de distribución, intercambio y reproducción cultural en la era digital”, Revista Telos Nº 65 Segunda Época, Octubre-Diciembre 2005. “replicabilidad” es esa característica central de los bienes simbólicos informacionales que habilita otros rasgos distintivos de estos bienes, como el hecho de que su consumo no es “físico” ya que el propietario de un bien informacional puede venderlo, canjearlo o cederlo -con una plataforma tecnológica mínima- sin renunciar a él y el costo adicional de un nuevo consumidor es nulo (o casi), o en otros términos, el poseedor puede tanto realizar su “valor de cambio” y a la vez su “valor de uso”. Esto no es tan novedoso. Como señala Nitin Govil, “la propiedad de los medios de comunicación lucha
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