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SOBRE VIOLENCIA SOCIAL, TRAUMA Y MEMORIA 
Susana Griselda Kaufman * 
Facultad de Psicología, UBA 
Para empezar 
Los procesos de construcción de la memoria convocan a la reconstrucción de 
hechos y testimonios sobre las heridas individuales y colectivas de catástrofes 
sociales. A lo largo de estas décadas la preocupación creciente por las consecuencias 
de hechos de violencias: las guerras, guerras locales, los fundamentalismos, el 
terrorismo de estado, la tortura y otras formas de violencia sistemática han renovado el 
interés por la noción de trauma. 
El sentido de incluir la noción de trauma como parte de los procesos de 
construcción y deconstrucción de la memoria y del olvido, es contribuir a comprender 
qué marcas dejan en el nivel subjetivo los procesos represivos, y cómo estas huellas 
se alojan en espacios intersubjetivos. 
Dada la manera particular de lo traumático, sus ecos y consecuencias hacen 
que las marcas de lo vivido en un pasado reciente o lejano estén presentes, actúen 
expresadas o silenciadas, vuelvan en diferentes formas y multipliquen sus efectos. 
Las ciencias sociales, la literatura, las artes y muchas otras disciplinas tratan 
de narrar, de buscar sentidos y de transmitir lo traumático. Es ya familiar para nosotros 
la obra literaria, cinematográfica y plástica de las décadas posteriores a las guerras y 
también la producción académica sobre la memoria de lo vivido. 
En su origen los estudios e investigaciones acerca del trauma estuvieron 
ligados a la medicina, a la psiquiatría médica y al psicoanálisis, cuya experiencia en y 
junto a las víctimas fue un hito importante en la perspectiva de la cura y de la 
comprensión del fenómeno. La naturaleza de lo traumático y sus efectos remiten a un 
punto límite en la comprensión de acontecimientos humanos, difíciles de concebir 
como tales, y que por ser parte de lo humano nos enfrentan a “la desilusión sobre 
nosotros” como decía Freud (1915) en el texto “De guerra y muerte”, donde aborda la 
naturaleza y condiciones de la Primera Guerra Mundial. E. Wiessel, escritor, premio 
Nobel de la Paz 1986, titula “Lo inhablable” a su documento testimonial y al texto en 
que relata su vuelta, años después, al campo de concentración donde estuvo 
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prisionero y perdió a su familia de origen. Se trata también de lo que no pudo o no 
puede ser escuchado en la dimensión de lo padecido, como expresara Bettelheim al 
tratar de dar a conocer su primer artículo, “Comportamiento del individuo y de la masa 
en situaciones límites”, en 1942 cuando llega a Estados Unidos después de haber sido 
liberado de los campos de concentración alemanes. O de la reticencia editorial inicial 
frente a “Si esto es un hombre”, de Primo Levi, en 1947, cinco años después de haber 
sido rescatado de Auschwitz. 
Lo traumático y sus consecuencias nos vinculan a la historia de lo ocurrido. Las 
narrativas y testimonios nos enfrentan con situaciones y sufrimientos sobrecogedores 
y, en este sentido, los sujetos traumatizados pueden ser vistos como los síntomas de 
la historia. 
No resulta fácil –si no se hacen transpolaciones simplificadoras entre lo 
individual y lo colectivo/social– vincular las marcas traumáticas individuales, su 
conocimiento, la responsabilidad psíquica o jurídica de las mismas, la empatía con el 
sufrimiento de los afectados directos, con las huellas colectivas de los efectos 
traumáticos de los procesos o políticas totalitarios. 
Esta presentación intenta plantear algunas conceptualizaciones y dilemas 
sobre trauma desde el psicoanálisis, y vincular estas nociones a los acontecimientos 
que dieron lugar a esos enfoques o que han tratado de explicarlos. También abordará 
algunas cuestiones que puedan orientar interrogantes y articulaciones entre lo 
traumático individual y los fenómenos y marcas colectivos, con las limitaciones de 
articular una disciplina con otras y sin pretender hacer generalizaciones desde una 
teoría. 
Memoria y trauma 
La naturaleza de lo subjetivo lleva a rememorar, a olvidar, a desplazar y 
recuperar lo vivido, a construir así la historia personal y social. La memoria es un 
proceso complejo, integrado por reminiscencias y olvidos que, al tomar nuevas formas, 
imparte sentido a lo vivido, vincula presente y pasado, construye y enlaza experiencias 
que encuentran en este trabajo psíquico huellas y representaciones indispensables 
para la subjetividad humana. Entre lo vivido y sus representaciones una singularidad 
de sentidos permite hacer presente nuevos lugares y perspectivas que accionan como 
referentes identitarios, como percepciones de sí mismo y de la relación con los otros. 
 
* Versión preliminar para comentarios. Trabajo preparado para el seminario: Memoria Colectiva 
y Represión auspiciado por el SSRC. Montevideo, 16-17 de noviembre de 1998. Susana Kauffman: 
 
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El acceso a la temporalidad de la memoria evoca recuerdos y actualiza marcas 
que, al repetirse o ser puestos en pensamientos actuales, se resignifican, son 
desagregados, aparecen o se olvidan, dando lugar a nuevas formas de presencia o de 
ausencia. Sujeta a vicisitudes pulsionales y fantasmáticas, la memoria puede organizar 
su rememoración, parecer inmutable frente al paso del tiempo, ser borrada, 
reaparecer, resurgir, ser objeto de contradicciones, actualizarse en huellas, recuerdos 
y repeticiones. Aunque aparezca como el reverso del recuerdo, el olvido es también 
presencia, marca o huella de algún registro psíquico. 
Este proceso permite, con su complejidad entre lo inconsciente y lo que puede 
percibir y construir, la reapropiación de la historia, de las historias vividas, muchas 
veces quebradas por violencias cuyos efectos y patologías dejan huecos donde lo 
borrado u omitido da lugar a desplazamientos psíquicos que otorgan su expresión a 
formas no manifiestas o silenciadas, a síntomas y a defensas frente al sufrimiento 
psíquico. 
El trabajo de la memoria en el aparato psíquico es constante; transformando, 
rememorando, olvidando y haciendo presente a través del mecanismo de la repetición 
lo relegado y lo olvidado. El cuerpo, el sueño, los duelos, y los síntomas son algunas 
de sus escenarios habituales. Su trabajo consiste en reabrir lo ocultado, lo borrado, y 
también, en dirección inversa, en reprimir y mantener en el olvido y el silencio lo 
intolerable para el equilibrio intrapsíquico. 
En circunstancias de catástrofes los procesos de la memoria sufren 
fragmentaciones, bloqueándose parcial o totalmente el acceso a la rememoración. En 
situaciones traumáticas, la violencia del acontecimiento, por su carácter de experiencia 
masiva o inesperada y por la intensidad de estímulos que implica, puede quedar fuera 
del registro de lo simbólico, de lo expresable. Lo vivido es vaciado de sentido, queda 
como un hueco, al que no se tiene acceso por medio del recuerdo ni es posible su 
reconstrucción histórica. 
El trauma, por su singularidad, parece estar alojado en el núcleo del trabajo de 
la memoria, puede ser el articulador o el elemento de la fractura entre los procesos de 
rememorar y de olvidar. 
Sobre trauma y acontecimiento traumático 
La noción de trauma dentro de la obra freudiana aparece como un referente 
constante para la comprensión de experiencias que fundan y explican la estructuración 
 
Cabello 3978 5`-1425 Buenos Aires–Argentina. Tlf: (541) 802/4612. E-mail: skaufman@psi.uba.ar 
 
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subjetiva, algunas veces de manera más saliente, otras menos destacadas. Según los 
momentos y épocas de los descubrimientos psicoanalíticos y también de los enfoques 
post-freudianos toma distintas perspectivas y significaciones, peroestá siempre 
presente. En la obra de Lacan la noción adquiere mayor relevancia a través de uno de 
los registros de la constitución subjetiva: lo “real”, es decir aquello que queda por fuera 
de la representación psíquica, lo imposible de ser dicho. 
Cuando la investigación de factores traumáticos y de sus efectos es puesta en 
perspectiva la definición sobre su naturaleza de experiencia límite excede las 
explicaciones secuenciales de otros procesos que vinculan hechos reales y 
representaciones psíquicas, para complejizar su deconstrucción y su ubicación en 
aquello que adquiere una cualidad diferente. La tarea de describirlo puede correr el 
riesgo de parecer entonces algo esquemática o resultar en generalizaciones que 
quitan densidad a lo que se desea transmitir, pero es un punto de partida. 
Heredero de la medicina tradicional el concepto de trauma describe una herida, 
una ruptura dentro del psiquismo. La comprensión de lo traumático implica tomar en 
cuenta: la presencia del hecho traumático como factor precipitante, un proceso de 
conmoción intrapsíquico seguido de un estado de desvalimiento e impotencia y de 
sensaciones penosas e intolerables de sufrimiento que conducen a la ruptura parcial o 
total de las barreras yoicas, de la capacidad defensiva y que llevan a un estado de 
vulnerabilidad. 
El acontecimiento es caracterizado por una intensidad tal que genera la 
incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y por el trastorno y los 
efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. En términos 
económicos y pulsionales freudianos se caracteriza por un flujo excesivo de estímulos 
en relación a la tolerancia del sujeto y a su capacidad para tramitar y elaborar dichas 
excitaciones. 
En cuanto al funcionamiento yoico, el yo es avasallado por las pulsiones 
internas y por el “peligro” externo. De las dos clases de estímulos que operan en el 
trauma, los internos son pulsionales en origen y los externos varían en naturaleza e 
intensidad, abarcando las diferentes catástrofes humanas o de índole natural. 
El daño causado o efecto traumático depende de la intensidad de la 
experiencia vivida y de las condiciones vitales de cada sujeto, de las defensas en 
juego y de su manera única y contingente de dar sentido a lo acontecido, sin que 
medie un determinismo en este sentido, como lo muestra el trabajo clínico. 
 
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Lo traumático bajo condiciones de violencia social lleva a una pérdida de 
equilibrio y seguridad y a vivencias de desamparo equiparables a la desprotección e 
inmadurez originarias del infante humano, también a estados de obnubilación, falta de 
conciencia, pérdida de significaciones y de explicación de lo ocurrido. 
En los comienzos de los descubrimientos freudianos la noción de trauma 
remitía a acontecimientos de la vida del sujeto, vivencias de orden sexual –reales 
primero, fantaseadas después; es decir, a experiencias tempranas de orden sexual 
denominadas “traumas psíquicos” a los que se les atribuía importancia capital en el 
origen y determinación de las enfermedades psíquicas y en la etiología de sus 
síntomas. 
También, y en diferentes momentos de los descubrimientos psicoanalíticos, la 
noción de trauma incluyó el estudio de acontecimientos colectivos de la historia, 
interrogantes e hipótesis sobre los efectos de diferentes catástrofes tanto de índole 
natural como sociopolítica. 
Por la dirección y el sentido de esta presentación, que está dirigida a 
concentrarse en la perspectiva del trauma como consecuencia de hechos 
sociopolíticos, se hace necesario explicitar que tanto el trauma originario como el que 
deviene de las experiencias tempranas son referentes para explicar a partir de qué 
experiencias se va fundando y constituyendo el sujeto humano y sus vínculos en la 
necesaria condición de complementaridad con los otros significativos. 
El trauma efecto de lo inesperado y violento, provocado por catástrofes 
sociales “reales” no es generador de lo subjetivo ni es estructurador sino que, por el 
contrario, es desestructurante; por su disrupción y por la intensidad de lo que provoca 
se convierte en ajeno al sujeto para quedar fuera de todo sentido o inscripción 
subjetivos. 
En el momento del hecho traumático, por su intensidad e impacto sorpresivo, 
algo se desprende del mundo simbólico, queda sin representación y a partir de 
entonces ya no será vivido como perteneciente al sujeto, quedará ajeno a él. Le será 
difícil o imposible hablar de lo padecido, no se lo integrará a la experiencia y sus 
efectos pasarán a otros espacios que él no domina. El trabajo psíquico será una lucha 
entre el sufrimiento y sus formas de subjetivización o de su renegación. 
El acontecimiento traumático “real” queda ubicado fuera de los parámetros de 
la experiencia habitual, de lugar y de secuencia, su revivencia no tiene temporalidad 
previsible; aparece inesperadamente y está al acecho en la vida presente, camina 
 
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subterráneamente en el sujeto y esta atemporalidad produce una forma particular de 
presencia latente. 
La fuerza del acontecimiento produce el colapso de comprensión y la 
instalación de un vacío o agujero en la capacidad explicativa de lo ocurrido. 
El individuo que está sometido a lo traumático no puede percibirse como sujeto 
del acontecimiento, no puede verse en ese momento y puede quedar parcial o 
totalmente imposibilitado de recordar o reconstruir lo vivido. 
Respecto de la relación entre el acontecimiento traumático y su condición de 
verdad o de verdadero, hay una particularidad que aparece en el trabajo clínico: es la 
sensación constante de incertidumbre por parte de las víctimas acerca de lo vivido o 
padecido. Esto puede llevar a sensaciones permanentes de desequilibrio e 
incertidumbre sobre la veracidad de lo ocurrido. 
Los afectados y sobrevivientes de acontecimientos traumáticos tienen la 
historia y memoria de su pasado en la dimensión presente, sin poder alcanzar su 
absorción o su tramitación psíquica. Ante la imposibilidad de su expresión y de que la 
experiencia traumática pueda ser reconocida como propia, la sensación de vacuidad y 
la repetición de lo padecido en conductas y síntomas puede ser uno de sus recursos 
en el registro subjetivo. 
Por fuera de toda generalización y en intensidades diferentes, la terapéutica 
psicológica, los testimonios, las narrativas y otras formas de elaboración y transmisión 
son caminos hacia la resolución o al menos un alivio al sufrimiento psíquico. 
Modelos teóricos y escenarios de lo traumático 
Las diferentes catástrofes sociales causantes de efectos traumáticos en 
sujetos, grupos y comunidades tienen formas y organizaciones diferentes: el frente con 
el enemigo cerca y los bombardeos de la gran guerra, las guerras, la organización de 
la vida y de la muerte en los campos, el secuestro, la tortura y desaparición, las 
migraciones forzosas. Lo común a éstas son el sufrimiento humano, las heridas 
traumáticas y las preguntas aún vigentes sobre los daños, sus causas y 
responsabilidades. Sus consecuencias se hacen presentes en los interrogantes sobre 
la violencia, los efectos del accionar y del discurso autoritarios, la irrupción catastrófica 
en el orden del cuerpo y de la organización psíquica de los sujetos. 
Hablar de consecuencias de catástrofes sociales, a causa de procesos 
autoritarios, refiere a un fenómeno que desarticula las relaciones sociales, que cambia 
 
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los códigos de interacción, que instala el miedo en vez del sostén en la relación con el 
“otro”, que invierte el orden de la ley por el discurso único y dominante. Desde el punto 
de vista subjetivo, la sensación de incertidumbre y de inseguridad son fuertes. Con el 
tejido social amenazado, las defensas psicológicas se debilitan e inhiben, la 
capacidad de discriminar se fragiliza y aparecen miedos, dificultad para discernir e 
incongruencias y confusiones de discursos. 
1-Neurosisde guerra. Neurosis traumática. 
Desde comienzos de este siglo el interés de la psiquiatría por los desórdenes y 
síntomas psíquicos a consecuencia de situaciones traumáticas se ha multiplicado y ha 
ocupado distintas categorías diagnósticas y una creciente preocupación teórica. 
La magnitud de las consecuencias de la gran guerra sobre combatientes y 
poblaciones civiles llevó a especialistas de la medicina, de la psiquiatría y del 
psicoanálisis a profundizar en el estudio de las causas y de los modos de operar sobre 
las víctimas de hechos traumáticos, y a observar los diferentes síndromes de 
ansiedad, miedos, vivencias de pérdida de identidad, y de desamparo psíquicos de los 
cuales las categorías diagnósticas anteriores y recursos terapéuticos no daban cuenta. 
Estos estudios, si bien aparecen en la psiquiatría de distintas tradiciones durante la 
primera parte del siglo, adquieren mayor sistematización a partir de la Segunda Guerra 
Mundial. Incluían un espectro de patologías derivadas de efectos de combate, 
bombardeos, éxodos forzosos de poblaciones y deportaciones. También trastornos y 
enfermedades posteriores al combate cuyos efectos daban lugar a neurosis, psicosis y 
a diferentes formas de difusión y trastornos de identidad tanto en los soldados como 
en la población civil. 
Se observó en los soldados que habían participado de combates un patrón de 
síntomas y conductas características por efectos traumáticos. La amenaza de perder 
la vida, el peligro de la cercanía del enemigo, implicaban vivencias de extrema 
desprotección, miedo, horror y efectos posteriores: la evitación de recordar y estados 
de ansiedad extremos. Una situación fuera del rango de la experiencia humana 
cotidiana. 
El propósito de la investigación de este síndrome apuntaba primero a lograr 
que pudiesen permanecer en el cumplimiento de su deber y luego ayudarlos a que se 
reintegraran a la sociedad civil. Los hallazgos provenientes de la práctica clínica –en la 
llamada neurosis de guerra– mostraban que la diferencia de padecimientos se 
explicaban tanto por la reacción del sujeto ante el hecho como por la masividad del 
 
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hecho mismo, estableciendo este principio el enlace entre la constitución psíquica y 
las experiencias previas con el hecho traumático y la singularidad de los efectos 
patológicos. 
La situación de lucha cuerpo a cuerpo en las trincheras y las patologías 
contingentes ha dado lugar a la descripción de las neurosis de guerra. Médicos y 
psiquiatras estaban también muy cerca del frente en la atención inmediata de los 
soldados traumatizados por bombardeos y muertes a su alrededor, sometidos a la 
tensión y al miedo a la muerte continuos. En este sentido la neurosis de guerra 
representaba el paradigma de la neurosis traumática. 
Respecto de las diferencias conceptuales entre estados de angustia, miedo y 
terror. Freud designa a la angustia como un estado de expectativa y de una cierta 
preparación frente a la inminencia del peligro, habiendo en este efecto algo que 
protege o al menos prepara al yo para afrontarlo. El miedo, a diferencia del estado de 
terror, está referido a un objeto y es necesaria su presencia para sentirlo, mientras que 
el terror se refiere a un estado en el que se cae cuando el peligro de manera 
sorpresiva invade al yo sin señal previa. 
La caracterización del cuadro de las N.T, aun con matices diferenciados, y 
como punto de partida teórico, que en el caso de la guerra tiene sus particularidades 
propias, la describe como un estado que sobreviene a raíz de contusiones mecánicas, 
choques u otros accidentes, que llevan aparejado el riesgo de muerte, sin que haya 
habido ningún aviso ni ningún discernimiento del acontecimiento que se avecina. El 
sujeto, sin ninguna señal de peligro previa, se ve sumergido en una situación que 
provoca una conmoción que desestructura su mundo psíquico. El cuadro que se 
desencadena puede presentar síntomas de orden motriz, indicios de padecimiento 
subjetivo y evidencias de debilitamiento o destrucción de las operaciones psíquicas. 
(Freud, 1920) 
Es necesario diferenciar el cuadro psicopatológico de las N.T. de la cualidad de 
traumático que adquieren ciertos estímulos cuando irrumpen en la realidad psíquica de 
un sujeto y que no pueden procesarse adecuadamente, provocando estados de 
desvalimiento que actualizan condiciones de “cierta inmadurez”, característicos de los 
primeros momentos de la vida; es decir, que retrotraen por el impacto y el estado de 
terror a la desprotección experimentada en estadios evolutivos anteriores de 
necesidad de cuidado y fusión para su sobrevivencia. 
El que padece de N.T. en la vida de vigilia no recuerda el acontecimiento y se 
puede esforzar para no pensar en él o para evitar su recuerdo. Y esto describe el 
 
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trauma, como reacciones de defensa, tendientes a no recordar nada de la situación 
padecida masivamente. La vida onírica, en cambio, lleva una y otra vez al momento 
del accidente. Entonces la fijación, así como la compulsión a la repetición, hacen 
presente la escena, determinando la vigencia del trauma. (Freud, 1939) 
Desde el punto de vista fenoménico, la compulsión a la repetición se vincula al 
proceso de elaboración de aquello que por efecto traumático resulta intolerable y 
reaparece en la conducta, en los sueños, en los síntomas. Es el mecanismo que lleva 
al sujeto a caer inevitablemente en situaciones de características semejantes a las del 
pasado. Las vivencias traumáticas del pasado pueden ocupar el mundo intrapsíquico 
de manera latente, reeditarse en un presente que trae lo ocurrido una y otra vez, 
repitiendo lo doloroso y sus desplazamientos. La compulsión a la repetición puede ser 
entendida como una manera y un intento de ligar la experiencia traumática a una 
nueva situación vital e interpersonal que la recrea. En la repetición el yo actualiza de 
manera activa y en tiempos diferentes lo que en la situación traumática vivenció 
pasivamente y en un intento por aliviar lo penoso, puede traerlo y repetirlo, a veces sin 
registro afectivo y disociado del mismo. 
El sueño puede ser el campo donde el trauma circula y en el que a través de la 
compulsión a la repetición busca recuperar su dominio. El cuerpo también suele ser el 
escenario privilegiado de manifestaciones para el despliegue del trauma, generando 
síntomas. Este adquiere así, representación psíquica y, como en el sueño, trata de 
tramitar el exceso de estimulación imposible de ser tolerada o simbolizada. 
2-Lo traumático como forma de organización de la vida 
Con referencia a la vida en los campos nazis, las descripciones de los 
testimonios, las narrativas, al igual que los resultados de investigaciones y trabajos 
teóricos realizados con y sobre sobrevivientes y familiares de sobrevivientes y de sus 
hijos, hicieron posible reconstruir las formas de vida, de administración de la muerte y 
del uso de las defensas psicológicas para el sostenimiento yoico en los campos. 
La vida en el campo era un cotidiano amenazado y sin futuro, en el cual 
quienes no fueron exterminados enseguida fueron sometidos a condiciones extremas 
de desprotección que incluían hambre, castigo y humillaciones, separación familiar, 
amenazas, ser testigos de abuso físico y psicológico, y de la muerte de quienes los 
rodeaban. Luego del abandono forzoso de lugares y pertenencias, de aquello 
constitutivo de la propia identidad, relatado en la trilogía de Primo Levi, devenía un 
estado de uniformización, despojo de rasgos como el cabello y todo aquello del orden 
 
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de lo singular, en que el impacto traumático se extendía al único espacio de referencia 
identitario, el propio reconocimiento corporal . 
Los prisioneros debían soportar una rutina que llevaba a conductas 
automatizadas, a veces a la apatía emocional o a la indolencia, a la depresión y en 
muchos casos a la falta de una actitud de pelea que conlleva la anulacióndel deseo, lo 
que aceleraba el deterioro y la muerte. 
Sin relaciones causales claras entre conductas sociales y psicológicas y las 
posibilidades de sobrevivencia, algunos prisioneros que lograban una mayor fuerza 
yoica o que se identificaban con un grupo político determinado retomaban una actitud 
de lucha o de resistencia y lograban otorgar más sentido a su propia vida. 
Para Bruno Bettelheim el proceso dentro del campo incluía varias etapas: una 
inicial de conmoción por el encarcelamiento ilegal, el transporte hasta el campo y las 
primeras experiencias, y la fase posterior del proceso lento de cambio en la 
personalidad del prisionero. La adaptación ponía en juego múltiples situaciones y 
mecanismos psicológicos de umbral límite: dormirse por cansancio, desmayarse por 
hambre o por los castigos físicos que ponían la vida en peligro. Mantenerse 
despiertos, tolerar las separaciones, las noticias sobre la muerte de familiares, ponían 
a prueba al máximo las funciones yoicas. 
En el campo estaba estipulado cuando los prisioneros podían hablar, y 
dependía de las horas del día o de no ser vistos poder compartir diálogos y ser 
escuchados. Dada la conducta de los guardias, arbitrarios aun dentro de un plan 
sistemático, no había garantías –dice Bettelheim– de que un mejor comportamiento 
asegurara a los prisioneros un mejor destino que si transgredían las reglas. También 
había separaciones constantes de los prisioneros entre si para que no se conociesen 
con mayor intimidad; la mayoría circulaba por barracas y trabajos diferentes. Los 
testimonios relatan que a veces la retracción por sufrimiento hacía que el interés por 
los otros se neutralizara y la necesidad de sobrevivir, conseguir agua o comida 
prevalecieran por sobre cualquier lazo de solidaridad grupal. 
La organización de la vida cotidiana incluía un orden que invertía los modos de 
organización psicológica de seguridad y de protección elementales. La desarticulación 
de las defensas personales era parte de lo premeditado. Las incertidumbres de 
trabajos, distribución de los prisioneros y de castigos exponían al horror permanente, 
llegando éste al límite de lo impensable, de lo que no se puede expresar ni simbolizar. 
La vivencia de lo siniestro, sensación de terror sin poder ser pensada, pasaba 
a ser parte de aquello con lo que había que convivir. Lo disruptivo y amenazante se 
 
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incorporaba al yo, y éste disociado luchaba en medio de lo siniestro incorporado a su 
existencia. Quebrado el principio de orden psíquico y de lazos sociales, la inermidad y 
desprotección creaban un medio en que la pérdida de límites y de sensaciones de 
autocontención eran la condición traumática cotidiana. Muerte, alienación y 
desequilibrio psíquico parecían ser lo único posible frente a esas condiciones de vida. 
3-Síndrome del sobreviviente de los campos 
A la experiencia de haber estado sometido a sufrimientos físicos, psicológicos y 
éticos en la lucha por la sobrevivencia, al despojamiento material y al desarraigo del 
lugar de origen, se le suma el sentimiento de responsabilidad y de culpabilidad que 
aumenta la exigencia emocional y multiplica los efectos traumáticos. 
Para B. Bettelheim, ser sobreviviente representa ser víctima de dos formas del 
trauma. La primera, el trauma como efecto del impacto desintegrador de la 
personalidad vivido durante el período en que se es prisionero del campo de 
concentración –tiempo en el que se destruyen los lazos sociales de sostén y afecto– 
sumado al sometimiento aterrador y a la amenaza de muerte constantes. La otra forma 
la representaban los efectos traumáticos permanentes que después de la liberación, 
ponían en juego recursos psicológicos de gran exigencia frente al sufrimiento y a su 
tolerancia. “El problema crucial de la condición del sobreviviente: como vivir en una 
situación existencial que no tiene solución (...) se trata de mantener la integración a 
pesar de los efectos de la desintegración pasada” (Bettelheim, 1981, p. 42). 
Los sobrevivientes de los campos han debido tolerar haber sobrevivido a miles 
y miles de otros y esto implica, además de las vivencias de culpa, una particular 
responsabilidad. Estos sentimientos de culpa y responsabilidad suelen dominar la vida 
del sobreviviente y se transforman en un peso permanente, en causas traumáticas que 
muchos de ellos no han logrado sobrellevar: “todo trauma demuestra que, en cierto 
sentido, la integración que uno ha logrado no ofrece la protección adecuada” 
(Bettelheim, 1981, p. 45). 
Bettelheim distingue entre aquellos sobrevivientes a quienes la experiencia 
destruyó, otros que han negado su impacto duradero y un tercer grupo que emprendió 
una lucha para enfrentar la dimensión de lo terrible de la experiencia traumática que 
duraría toda su vida. 
La sintomatología estudiada se correspondería con la índole de trastornos 
psiquiátricos de orden depresivo o paranoide de distintos grados e intensidades que, a 
 
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diferencia de otros cuadros psicopatológicos, se debía a haber estado sometidos a 
situaciones traumatizantes reales. 
Entre los sobrevivientes que han tratado de negar el impacto de lo vivido, la 
modalidad adoptada fue tratar de volver a la vida anterior y poner en juego los 
mecanismos de negación. En la vida de estas personas siempre se trataba de 
mantener apartado lo vivido, o de no incluirlo, pero la imposibilidad de olvidar hacía 
que después de pasado el encuentro inicial con los suyos y con sus lugares 
habituales, apareciesen los síntomas, pesadillas, miedos, entonces se incrementaban 
las patologías Así, con un aparente éxito en sus vidas conseguían ocultar a los demás 
y a sí mismos sus inevitables recuerdos y padecimientos. 
En cuanto al grupo de sobrevivientes que trataron de integrarse incluyendo las 
secuelas de lo vivido y del trauma, procuraron encontrar significado a la vida de 
reintegración. La forma de lograrlo fue la aceptación de lo traumático y el no 
forzamiento de los procesos de adaptación, aceptando el límite de lo traumático y de 
su carga moral. 
La investigación y seguimiento de los sobrevivientes y de sus familiares 
pusieron de relieve síntomas que las propias víctimas y los observadores describían 
como efectos traumáticos: miedos intensos, trastornos de sueño, recuerdos 
traumáticos recurrentes, trastornos psicosomáticos, diferentes formas de 
desesperación y de dificultades en el rendimiento laboral y de desenvolvimiento en la 
vida cotidiana. Además, en muchos casos se multiplicaban los efectos traumatizantes 
por el despojo y perdidas de los lugares donde habían vivido antes de la guerra. En 
países migratorios como Israel, Estados Unidos, estos hechos fueron objeto de 
numerosos estudios y elaboraciones teóricas. 
Sobre el silencio y su transmisión. 
Transposición generacional traumática. 
Un historial clínico que analiza la transmisión generacional en una familia del 
Holocausto, plantea el caso de una niña hija de un único sobreviviente a quien 
llamaron con el nombre de su tía, hermana del padre, que había muerto en el campo. 
Criada en medio de silencios, culpas y temores, muy tempranamente debe recibir 
asistencia terapéutica por síntomas psicosomáticos graves y terrores que inhibían su 
rendimiento cotidiano y escolar. El historial revela como el silencio y la prohibición de 
hablar y de preguntar protegían la culpa del padre, quien evitaba toda confrontación 
con su pasado, mientras que los síntomas físicos de la paciente reproducían en un 
 
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trastorno alimentario progresivo la desnutrición y la fragilidad identificada con a la 
condición subhumana de vida en el ghetto. 
El trabajo terapéutico investigó y pudo mostrar que recién después de años la 
paciente pudo conocer la historia familiar y entender su patología como heredera del 
silencio poblado de temores y de deseos de salvar al padre de sus culpas y 
padecimientos a costa de su propiavida. La vida de esta paciente parecía cautiva de 
la historia no contada. (Kestemberg, 1993) 
El trabajo terapéutico confronta con la propia historia. En este contexto de 
construcciones subjetivas, las preguntas sobre el origen, la historia familiar y las 
formas comunicacionales entre generaciones son parte de esta tarea. 
La clínica muestra los silencios y patologías como consecuencia de 
transposiciones generacionales. El trabajo subjetivo también condensa identificaciones 
de generaciones anteriores. Las historia calladas de la vida familiar pueden convertirse 
en la historia secreta del sujeto cuya presencia acciona en inhibiciones vitales y en 
una existencia persistente del pasado en el presente, como una forma de dar sentido a 
la historia desconocida muchas veces fantaseada o idealizada. Mistificada, su 
presencia paraliza un presente que no recuerda ni rememora sino que reproduce el 
vacío. 
En Alemania, después de los noventa y de modo contemporáneo a la 
unificación alemana, grupos de profesionales de la salud mental se han preguntado 
sobre las huellas traumáticas del Holocausto en la sociedad alemana y por las 
consecuencias de lo vivido y lo silenciado por los protagonistas y por las generaciones 
posteriores. 
Psicoanalistas pertenecientes a la generación nacida en los años 40, que en su 
mayoría habían pasado parte o el final de la guerra o la post-guerra y que 
pertenecían a familias que habían vivido el apogeo del nacional socialismo, convocan 
a los psicoanalistas para pensar e investigar, en el entorno del trabajo clínico, las 
marcas del pasado nazi alemán. Muchos han hecho aportes autobiográficos en que 
aparecen huellas e interrogantes sobre el pasado y marcas vigentes en su propia vida 
actual. Otras observaciones vienen del campo del trabajo clínico. 
Se proponían investigar en pacientes y terapeutas los tabúes y silencios y se 
encontraron con datos que mostraban: los silencios dentro del ámbito familiar y la 
consiguiente dificultad de sostener la tradición de contar anécdotas entre 
generaciones. Los niños adaptados a no hacer preguntas que naturalmente hubiesen 
podido hacer sobre el pasado de sus padres, sentimientos de culpa y de sufrimientos 
 
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apenas comentados y transmitidos y una tendencia a minimizar u omitir preguntas, 
recuerdos y sentimientos en las relaciones interpersonales. 
El silencio aparecía paralizando la comunicación. Las preguntas a pacientes 
sobre sus padres mostraban zonas de desconocimiento, acompañados por síntomas 
de ansiedad y sensaciones de vacuidad. 
Los autores señalan algunas paradojas para pensar. Una de ellas lo temporal: 
lo traumático de las reminiscencias hace aparecer al Tercer Reich como muy lejano y 
al mismo tiempo, los recuerdos reprimidos aparecen en el presente bajo las diferentes 
formas del miedo a lo siniestro. Una de las situaciones desdibujadas es la reacción 
posterior a la rendición nazi después de 1945, la transmisión a la generación siguiente 
de lo ocurrido en los campos de concentración y las repercusiones mundiales de la 
imagen de Alemania. 
Por otro lado surge la curiosidad y en muchos la secreta fascinación por lo 
ocurrido. Una de estas imágenes se remite al papel de la juventud hitleriana y sus 
diferentes organizaciones. La curiosidad de las hijas mujeres por el pasado de sus 
madres que habían pertenecido a la Liga de Niñas Alemanas y que cargaban, en 
muchos casos, los dilemas morales de una formación que la cultura y valores de su 
época les habían impuesto. Las hijas no lograban que esa curiosidad fuera satisfecha 
por la generación anterior, sino evitada o minimizada. 
Aparece una coexistencia de miedos, culpas e idealizaciones. A veces 
expresado no tanto en lo que se decía como en el uso de un lenguaje particular, 
evasivo y lleno de huecos de conocimientos y de narrativas inconclusas que revelaban 
el mundo más subterráneo del horror. También la atracción de un pasado poderoso. 
Los crímenes y la ideología nazi, según estos estudios, parecen mantenerse 
disociados, afuera de un cotidiano que sigue su curso. 
Sobre cómo circula lo traumático. Entre lo singular y lo colectivo 
Cuando la vida social quiebra o pierde su red de sostén, bajo estados de 
violencia, la posibilidad de referentes de filiación y de cuidado se desdibujan y los 
procesos de simbolización inherentes a la estructuración subjetiva y a los espacios 
sociales se desarticulan. Las sensaciones de inermidad llevan a procesos de 
alienación y de aislamiento. 
Los sufrimientos y sus efectos traumáticos tienen distintas intensidades y cabe 
diferenciar a las víctimas directas de aquellas que guardan diferentes distancias y para 
quienes las consecuencias son menos cercanas en compromiso corporal y psíquico. 
 
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Surgen muchos interrogantes y dilemas al tratar de ver cuál es la relación entre las 
víctimas directas y los demás, colectivo en el que también hay diferencias de 
involucración y de responsabilización ética. 
¿Cuál es el lugar que se asigna a las víctimas y cuáles los espacios sociales 
que disocian o facilitan compartir y transmitir las memorias de lo vivido? 
Lo dilemático en el proceso de construir memorias es que como todo proceso 
subjetivo, está constituido por factores que exceden el orden de la voluntad. Desde 
otro ángulo, las memorias están sujetas a diferentes interpretaciones y a una lucha 
política tanto en su construcción como en su transmisión. 
No cabe duda de que las huellas traumáticas en las víctimas directas de la 
violencia son diferentes de las de los que las rodean, de los que empatizan con ellas, 
de quienes tratan de escucharlas y contribuir a su alivio o a su lucha por la justicia. 
También sabemos que el dolor y sus marcas cuando aparecen en lo corporal hacen 
que no siempre ese dolor sea transmisible y que su inscripción subjetiva compleja 
remita al horror, a lo no elaborable y a procesos psíquicos que extienden sus efectos 
a emociones y a duelos intolerables. 
A diferencia de otras sensaciones que reconocen objeto referente, el dolor 
físico y psíquico pueden resistir su objetivación en el lenguaje; el sufrimiento 
traumático puede privar a la víctima del recurso del lenguaje, de su comunicación. Los 
otros también encuentran un límite en la comprensión de aquello que entra en el 
mundo corporal y subjetivo de quien lo padece. 
Las huellas traumáticas, silenciadas muchas veces para evitar el sufrimiento de 
quien las ha padecido, a veces no son escuchadas o son negadas por decisión política 
o por falta de una trama social que las quiera tramitar. Se crea un medio donde el 
silencio “suspende” y deja inmóvil su expresión y su circulación. 
Las diferentes formas e intensidad del sufrimiento de las víctimas directas y de 
quienes las rodean han llevado muchas veces a conflictos acerca de la legitimidad de 
los discursos en relación con la lucha por la reconstrucción de la memoria. ¿Quién 
determina cuál es el discurso adecuado? ¿Es la condición de víctima directa la única 
que legitima el discurso? ¿Quienes no lo son, están excluidos? 
El peligro de marcar estas diferencias en cuanto a las formas de sufrimiento, es 
que lleven a una glorificación o la estigmatización de las víctimas como las únicas 
personas cuyo reclamo sea validado o rechazado. De esta manera sólo se agudiza la 
disociación entre las víctimas y los otros. 
 
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¿Quiénes son las víctimas para los demás y qué representan? Una forma en 
que los afectados de sufrimientos traumáticos son mirados es la especificidad de su 
diagnóstico y tratamiento. Y en este punto se plantean diversas consideraciones, ya 
que existe una amplia experiencia en la psiquiatría clásica y en el psicoanálisis acerca 
del trabajo con víctimas. Algunos de los referentes teóricos ponen el acento en cómo 
facilitar los espacios de expresión y elaboración de lo traumático, otros en 
esquematizar su sintomatología. 
En la bibliografíaanglosajona de los últimos años hay una tendencia a la 
categorización de lo traumático en sus diferentes descripciones, que encuentran su 
síntesis en el Síndrome de Estrés Postraumático –PTDS– denominación que la 
Asociación de Psiquiatría Americana asigna a este cuadro en el Manual Diagnóstico y 
Estadístico de los Trastornos Mentales y que se corresponde, en parte, con la 
descripción fenoménica de la neurosis traumática investigada en la obra freudiana. 
Pero hay un riesgo en este intento de categorización. La limitación del trauma a su 
denominación descriptiva más que a la consideración de la singularidad de su 
proceso. * 
La perspectiva que parte de la observación e investigación clínica con 
afectados, y de las inferencias derivadas del trabajo en el entorno de la “situación 
analítica”, plantea a éste como uno de los espacios privilegiados para la 
reconstrucción de lo traumático. En el proceso terapéutico la posibilidad de formular 
una nueva narrativa, reconstruir la historia, articularla con la realidad y transferirla a un 
otro fuera de sí mismo, permite externalizar la experiencia y volver a incorporarla de 
manera menos demonizada. 
Para los especialistas la reconstrucción psicoanalítica de la historia de lo 
traumático puede ser reafirmada en lo innegable de su realidad, no metaforizada y 
entonces reconstruida. La situación transferencial es el medio en el cual el sujeto 
puede apropiarse de su historia. La reconstrucción entonces juntará pasado y 
presente. Contar, recordar, revivir se convertirán en parte de los intentos para aliviar 
 
* Se le otorga al PTDS la validez de una categoría para analizar los diferentes tipos de traumas 
individuales y de las formas de organizar la memoria de situaciones traumáticas en el caso de 
abusos sexuales y de otras violencias en analogía con lo sufrido por los veteranos de guerra o de 
campos de concentración. Ballinger, 1998, plantea que esta analogía fue muy discutida en 
relación a la falta de discriminación entre los dos orígenes de lo traumático: los derivados de 
hechos históricos y políticos de aquellos de orden más individual, aunque no menos graves. 
 Otro costado de la polémica planteada por el psicoanálisis, se refiere al peligro estigmatizante 
que un esquema nosográfico, heredero del saber médico, puede ejercer al incluir lo padecido en 
una categorización que minimice toda particularidad subjetiva para “designar a la víctima”, lo 
que puede desalojar de sentido la manera única en que el sujeto, en su encuentro con lo 
traumático, articula el acontecimiento a su vida. 
 
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el sufrimiento, para tratar de reconstruir la experiencia, para objetivar y poder darle 
inscripción subjetiva y reapropiarla. 
La demanda terapéutica es una respuesta posible. Esto requiere, por un lado, 
del reconocimiento de las víctimas o de quienes las rodean de su necesidad de ser 
ayudadas, escuchadas y, por otro lado, de la existencia de lugares o instituciones 
donde ésto sea posible. 
El testimonio es otra maneras de transmitir, actualizar, vincular tiempos y 
experiencias recreando un nuevo espacio entre quien relata y quien escucha. Deseo 
incluir este campo –cuyas otras dimensiones dejo en mano de los especialistas– como 
una forma de vincular el testimonio a la construcción y transmisión de la memoria. 
Puede contribuir a sacar a la víctima de su aislamiento y a quienes escuchan a 
convertirse en eslabones de la transmisión de lo traumático. 
Como en los espacios de la clínica psicológica, la posición de ambos actores 
tiene sus propias vicisitudes. A la lucha interna entre silenciar y expresar de quien 
habla de lo vivido y padecido, se suma el impacto emocional del otro/otros frente al 
relato que puede sobrepasar los umbrales de tolerancia. 
En el vínculo con un otro es posible organizar nuevos lazos sociales donde el 
sujeto traumatizado al narrar, puede compartir y salir tanto de su aislamiento como de 
las consecuencias patológicas. 
Los espacios de transmisión se facilitan enormemente cuando grupos o 
instituciones –como las de DD.HH u otras– tratan de conectar los traumas individuales 
con acciones colectivas y espacios públicos, en relación con acciones de sostén 
psicológico y de iniciativas solidarias y jurídicas. 
La justicia es, por supuesto, otro de los espacios privilegiados donde alguien 
injuriado o dañado puede legitimar y hacer comunicable una experiencia privada, 
puede pedir reparación y administración de justicia y de responsabilidades. 
El carácter atemporal y fantasmático de lo traumático produce conflicto y 
malestares sociales que pueden circular silenciosamente. La víctima singular puede 
verse enfrentada a negaciones que ciegamente transcurren en los espacios 
intersubjetivos. El miedo y la alienación que denuncia quien sufre pueden perder 
dimensión cuando el miedo y el sometimiento son la manera colectiva de vivir. Visto 
así, el miedo y los silencios pueden multiplicarse y las víctimas no encuentran 
condiciones de recepción, de cuidado o de integración. ¿Cómo se crean, entonces, los 
espacios para hablar de lo doloroso e “inhablable”? 
 
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Que lo traumático quede encapsulado sólo en las víctimas directas podría 
condenar su transmisión. Pero la condición de ser transmitido y compartido es parte de 
la posibilidad de que lo traumático sea subjetivizado, para dar nuevas posibilidades de 
tramitación psíquica, por un lado y tal vez para crear nuevas gestiones sociales 
Para seguir 
Las obras de autores de narrativas sobre el horror citadas en este trabajo han 
sido, en mi caso, el primer referente y la fuente de lectura y reflexión. 
Los interrogantes que allí se plantean aluden a cuestiones cruciales sobre el 
ser humano, su naturaleza, su socialidad, las voluntades, proyectos políticos y sobre 
los abusos de poder. 
Semprún en La Escritura o la Vida expresa su deseo de hablar también como 
sobreviviente del silencio de los otros, para “devolverles” la palabra y traerlos a la 
memoria de los demás. La narrativa de Jean Améry sobre la vida de los intelectuales 
en Auschwitz, diez años después de su primera edición (1966) agrega la necesidad de 
seguir contando y reflexionando, en medio de eventos mundiales que no parecen 
cambiar la dirección de la conducta humana para mejorar su existencia. Améry 
propone en el prólogo que lo ocurrido no debe contribuir sólo a engrosar los archivos 
de la historia sino a ser motor actual de las preguntas sobre el pasado. 
Los relatos de estos autores ponen de relieve mucho de lo que todavía y ahora 
se renueva en interrogantes políticos, filosóficos y psicológicos sobre el genocidio 
alemán de la segunda guerra y sobre los dilemas que plantean las diferentes formas 
de violencia que ocurren actualmente en nuestros países. 
Vuelvo a la memoria entonces, para resaltar que su construcción trae el pasado 
en la perspectiva y significaciones del ahora, que pudiendo reconstruir sus traumas y 
evaluar sus consecuencias puedan dar a la memoria colectiva la posibilidad de 
conocer e interpelar ese pasado. La rememoración actual de las marcas traumáticas 
es más que un tributo ético al pasado; su relato, transmisión y análisis son 
movimientos con perspectiva de presente. 
Entre la singularidad del espacio de la expresión y elaboración de lo privado y 
los espacios intersubjetivos creo necesario abrir las preguntas aquí planteadas en 
dirección a las cuestiones que desafíen la repetición de hechos de violencia social; y 
en este terreno las instituciones, la educación y propuestas de participación entran en 
el debate de esta articulación. 
 
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Una de las condiciones para la apropiación subjetiva del trauma es facilitar su 
transmisión. Se trata de crear una trama entre lo silenciado o postergado en el sujeto y 
los espacios sociales que abran la posibilidad de rememorar y resignificar las 
catástrofes sociales. 
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	SOBRE VIOLENCIA SOCIAL, TRAUMA Y MEMORIA
	Susana Griselda Kaufman *
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	Memoria y trauma
	Sobre trauma y acontecimiento traumático
	Modelos teóricos y escenarios de lo traumático
	Sobre cómo circula lo traumático. Entre lo singu
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