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MIGUEL ANGEL ROCA LUGARES URBANOS Y ESTRATEGIAS U.N.C. UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA F.A.U. FACULTAD DE ARQUITECTURA Y URBANISMO Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina / Printed in Argentina La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, no autorizada por los autores, viola derechos reservados; cualquier utilización debe ser previamente solicitada. I.S.B.N. 950-33-0021-5 © 1984 Miguel Angel Roca I.S.B.N. 987-1135-63-7 © nobuko Junio de 2004 En Argentina venta en: LIBRERIA TECNICA Florida 683 - Local 13 - C1005AAM Buenos Aires - Argentina Tel: (54 11) 4314-6303 - Fax: 4314-7135 - E-mail: ventas@nobuko.com.ar www.cp67.com FADU - Ciudad Universitaria Pabellón 3 - Planta Baja - C1428EHA Buenos Aires - Argentina Tel: (54 11) 4786-7244 La Librería del Museo (MNBA) Av. Del Libertador 1473 - C1425AAA Buenos Aires - Argentina Tel: (54 11) 4807-4178 En México venta en: LIBRERIAS JUAN O'GORMAN Av. Constituyentes 800 - Col. Lomas Altas, C.P. 11950 México D.F. Tel: (52 55) 5259-9004 - T/F. 5259-9015 - E-mail: info@j-ogorman.com www.j-ogorman.com Sucursales: Av. Veracruz 24 - Col. Condesa, C.P. 06400 México D.F. Tel: (52 55) 5211-0699 Abasolo 907 Ote. - Barrio antiguo, C.P. 64000 Monterrey, N.L. Tel: (52 81) 8340-3095 Lerdo de Tejada 2076 - Col. Americana, C.P. 44160 Guadalajara, Jal. Tel: (52 33) 3616-4430 MIGUEL ANGEL ROCA LUGARES URBANOS Y ESTRATEGIAS LUGARES UURBANOS MIGUEL AANGEL RROCA INDICE PALABRAS PREVIAS CAPITULO I LUGARES URBANOS Y CIUDAD CAPITULO II TEXTURA URBANA Y SUS ELEMENTOS CAPITULO III LA CALLE CAPITULO IV LA PLAZA CAPITULO V LA PLAZA IBEROAMERICANA: DE LA ABSTRAC- CION, DE LA CELECRACION EDENICA A LA RECRE- ACION DEL RECINTO CAPITULO VI LA CALLE, LA PLAZA, LOS LUGARES URBANOS EN ROMA Y PARIS (1650-1870) CAPITULO VII MONUMENTOS CAPITULO VIII FACHADAS CAPITULO XI LA CIUDAD COMO REPRESENTACION DEL MUNDO, MITO CIUDAD CAPITULO X SURREALISMO Y LA CIUDAD CAPITULO XI FILOSOFIA, POESIA Y LO URBANO CAPITULO XII ESTRATEGIAS DE INTERVENCION: CORDOBA / SANTIAGO / NEUQUEN 7 13 aa 223 25 aa 330 31 aa 446 47 aa 669 71 aa 778 79 aa 1105 107 aa 1114 115 aa 1122 123 aa 1143 145 aa 1158 159 aa 1163 165 aa 2247 7 Este libro -dedicado a mis estudiantes- está dividido en dos partes, incluye en su primera el desarrollo de un marco o enfo- que conceptual de la ciudad y sus luga- res; en la segunda, experiencias concretas de intervenciones proyectivas y de gestión del autor, precedidas en cada programa u operación de las consideraciones persona- les que el problema-tema me indujeron, vale decir el marco de ideas motrices de mis procesos de lectura de la realidad, imaginantes de ella como situación crea- tiva nueva e inédita. La primera parte, en cambio, intenta resumir de manera contaminada y colla- gista (como Barthes lo reclama en S/Z) una serie de reflexiones propias de mis últimos años, y ajenas, de pensadores a los que debo inmensamente, tales como antropólogos, historiadores, filósofos, poetas, sociólogos, a quienes pretendo reivindicar como los intelectuales del pensar sobre la ciudad que más lúcida- mente pueden aportar a su comprensión sustantiva. Mi reconocimiento entonces para Lefebvre, Heidegger, Ryckwert, Bachelard, Samsot y Simmel. Igualmente la segunda parte pretende constituir el marco de un operar inten- cionado de la arquitectura, reivindicando para ella su capacidad cualificada y con- figuradora, de nuestro soporte existencial (social y cultural) que es este producto cultural y culturalizante de la ciudad. Estos textos, alguno fenomenológico, otro histórico, alguno antropológico, otro pictórico, otro sincrético, no intentan erigirse en el discurso de una convergen- cia disciplinaria o de una integración imposibles, ni en un pragmatismo u ope- rativismo, no pretenden sino señalar caminos, horizontes del hecho urbano mostrados como marco referencial de una praxis que se sabe limitada. Intentan PALABRAS PREVIAS 8 eludir el imperialismo cultural de las ciencias parcelarias, incluido el urbanis- mo, quieren convocar la reflexión, una actitud abierta y confiada en el uso social y la apropiación poética. Pretenden privilegiar lo urbano y el habi- tar como producto cultural uno y esen cia de nuestro ser en el mundo, el otro. Son las líneas de alguien que asume como arquitecto un rol de activista social (condensador social como lo demandaban los constructivistas) y de activista cultural. 9 La peatonalización del área central es la operación cultural más revolucionaria emprendida en mi actuación arquitectó- nica al recuperar la centralidad urbana, su apropiación, como lugar de encuentro y de la simultaneidad, como lugar de la expresión, de la información y con valor simbólico, como valor de uso y no de cambio, en esta sociedad burocrática de consumo dirigido, regido por el cambio. La publicidad no sea los signos del lugar de consumo y de consumo de lugar, desaparecen de las áreas comer- ciales. La calle se regenera en un eje de 90º cultural-social-político participativo y antisegregativo. El nacimiento de la imagen de ciudad que da lugar en el siglo XVII al plano y la planimetría, se transforma aquí en escri- tura, texto en el que la ciudad se lee a sí misma en nuevas representaciones. Lo monumental que congrega vida social y que con su carácter transfuncional, transcultural y trascendente es valor de uso y apropiación, es rescatado como expresión de "poder, saber, alegría, espe- ranza" para ser trampolín de una nueva y posibilitante vida urbana recreada. La reflexión urbanística -que nada tiene que ver con cierto urbanismo- se centra en los ingredientes de la forma urbana: simultaneidad y encuentro. Pero la forma es recuperada para redefinir los términos que deben actuar simultánea e igualitariamente: función, forma, estruc- tura, sin privilegiar ninguna. La ciudad privilegia por igual las isotopías y las heterotopías a la vez que reconoce la dualidad de calles, fractura-sutura, pla- zas, encrucijadas. Los mismos lugares, los lugares otros, conviven con los luga- res que no tienen lugar, las utopías, lo de afuera, lo posible, lo ausente, el pen- samiento, la libertad, lo sagrado, lo pro- POSTCRIPTUM fano, está presente en cada lugar a tra- vés de su presencia-ausencia. La ciudad es lugar unificador pero de lo contradictorio y diferencial. Ni las cien- cias parcelarias, ni la suma de sus logros restituirá la totalidad urbana que se puede describir y luego analizar incluso por la semiología en tanto texto, escritu- ra, lenguaje pero nunca como sistema de signos porque no lo es. Su totalidad dia- léctica sólo es aprensible por visiones globales. La pluridisciplinariedad necesa- ria llega al babelismo, cuando no al imperialismo del economismo, etc, con- cebidos a sí mismos como hombres de síntesis. Sólo la praxis social guiada por la filosofía de la razón social urbana puede orientar. La ciudad reclama de las ciencias parce- larias lo que aportan a la idea de totali- dad y no las conclusiones positivas de cada una y sus ideologías y estrategias de ciudad. La ciudad surge plena con su capacidad, como forma de alojar la heterotopía, privilegiar lo diferente (al que se opone la separación y segrega- ción), admitir la isotopía y tener presen- te la utopía en cada lugar, convocar la centralidad pero hacer que cualquier punto pueda ser central. La utopía, ese no-lugar está en todos, paradigmática- mente en el parque artificio y naturaleza unidos en estado puro. El hombre necesita simultánea y sucesi- vamente soledad, privacidad y encuen- tro, comunicación; previsibilidad e imprevisibilidad; trabajo, ocio; alegría y dolor; satisfacción e insatisfacción, deseo, pasión y racionalidad, seguridad y aventura, etc. La ciudad aparece como respuesta en algo que se presenta como forma, estructura, función; texto, con- texto; lengua; lenguaje; escritura y lec- tura; subsistema significante y con sig- nificado; lugar de las instituciones; poli- semía total. La críticaradical a todas las ciencias, salvo en lo que aportan a la idea de totalidad y una filosofía basada sobre dicha crítica y una praxis, pueden definir una estrategia desdoblándose momentá- neamente en una de conocimiento y otra de acción. La primera deberá apuntar a una confrontación de conocimiento de lo urbano en tiempo y espacio y la segun- da, monopolizada por los políticos, trata- rá de recrear la democracia urbana, la libertad como modo superior. Mientras tanto nosotros "Seamos realistas, pida- mos lo imposible". La primera estrategia cuestionará a cier- to urbanismo de hoy sólo operacional, imperialista y de pretendida síntesis, reclamará el nacimiento de un urbanis- mo, arte urbano, filosofía urbana de escenarios, horizontes, caminos, de vías. Reclamará sólo los conocimientos que aportan a la totalidad y que unifican lo real, lo posible e imposible (posibilidad futura) y una acción de autogestión, consciente del problema urbano y del derecho a la ciudad, movilizando con- 10 ciencias, voluntades de debate, de refle- xión tendientes a la apropiación. La renovación urbana a través del reci- claje, refuncionalización, acción refor- mista en sí, pasa a ser revolucionaria por su carácter inédito y expresión de la apropiación barrial del usuario segregado y marginado. La morfología urbana puede ocultar la dialéctica de forma y contenidos, que como toda forma arquitectónica espacial remite a los modos existenciales y esen- ciales, aunque de manera harto velada. Debemos profundizar estas dimensiones que nos aproximan a una aprehensión del hecho urbano, para que nos permita, en tanto a arquitectos como condensa- dores sociales, activistas sociales y cul- turales promover el habitar, la realiza- ción del hombre en el soporte de su des- tino que es la ciudad. A partir de espa- cios concretos y no abstractos, donde deseo y necesidad, lo real y lo posible, el sueño y lo contradictorio de un habitar pleno, converjan. MIGUEL ANGEL ROCA 11 13 Cuando se piensa en recorrer, asumir, exaltar, entender, nombrar la ciudad y sus lugares, se plantea un sinnúmero de alternativas de métodos. En una ciudad, cada uno tiene la con- ciencia de estar viviendo una aventura propia. Ella está compuesta de lugares, de objetos que están cargados de viven- cias y experiencias acumuladas, de tan- tos, que poseerlos carece casi de sentido, porque en ellos nos reconocemos y vemos la procesión de los muchos que fueron en sí y en relación con la realidad. Creemos que otorgando la prioridad al objeto antes que al sujeto evitaremos la generalización que no califica, o los excesos de una singularidad que recoge la novela o el relato en su descripción y que vale más para sí misma. Preferimos ir de los lugares al hombre. Si bien la elección de los lugares puede parecer arbitraria, trataremos de visitar aquéllos que se refieren fundamentalmente a la imagen existencial del paisaje urbano. Trataremos la realidad tal como se nos presenta y usando el lenguaje que sirve para designar estas unidades irreducti- bles que no son unidades agregadas. Así veremos que se oponen a disolverse, que tienen un sentido y una significación, una manera de existir autónoma, propia de los lugares urbanos. Hay una palabra -y sólo una- que los designa y habla de ellos. Hay un idioma propio de cada lugar urbano: la calle, la plaza, el bar, la estación, el mercado, etc. Cuando se reemplaza el nombre de plaza por el de espacio verde, en realidad se habla de otro espacio, el de los grandes conjuntos urbanos del funcionalismo. Y al escamotear su función, al sustituir su nombre, se pierde su esencialidad y sus cualidades básicas. Este lenguaje del urbanismo planificador, que maneja CAPITULO I LUGARES URBANOS Y CIUDAD volúmenes, tipologías edilicias y áreas en lugar de tipologías espaciales, bajo la máscara de la neutralidad benéfica, introduce la más dramática escisión entre hombre y ciudad. Utiliza "la pala- bra, llamada científica, que no sólo es nociva sino inexacta", dejando de lado las necesidades del hombre, sus deseos y aspiraciones más grandes, en tanto que no son cuantificables. Aquí hablaremos de ciudades vivas, lle- nas de vitalidad y de pasado más o menos largo o breve, que han sido nom- bradas por el hombre que las vivió y amó, y recurriremos a ese idioma que no olvidó nunca las profundas relaciones afectivas entre hombre y lugar. Por ejemplo la palabra calle, que tiene tan- tas resonancias, es sustituida en el mundo "preciso", "riguroso" de la ciencia urbana, por el de arteria, vía de circula- ción primaria, secundaria, etc., en un intento de neutralidad falsa. Falsa, deci- mos, porque estas designaciones corres- ponden a una metáfora orgánica: la ciu- dad como ser vivo, pretendidamente funcionalista, porque lo que hace es pri- vilegiar la circulación de las máquinas sobre el hombre, expresando con ello una ideología, una filosofía de acción, de carga social, claramente evidente. Cuando la gente habla de la calle, en cambio, quiere decir cosas bien distintas pero reales, incontestables: para el poder, significa una amenaza, es el área vaga del rechazo y de la confrontación; para el hombre de la calle, el dominio de su manifestación. Vemos con claridad la distancia que hay entre arteria y calle, por lo que no podemos ser indiferentes a la manera de nombrar las cosas, con fre- cuencia bajo la pretensión "objetiva" se busca neutralizar las virtualidades histó- ricas del medio urbano. Analizaremos los lugares tal como se presentan a la conciencia y tal como se designan en el lenguaje común, dado que estos nombres surgen de los lugares mismos como algo constitutivo de ellos. La ciudad es algo connatural al hom- bre, y su amor por ella es algo sentido plena y espontáneamente, sin que apa- rezca como una compensación por una naturaleza perdida. Sin embargo esta pasión urbana no es algo que siempre haya existido. Así en el medioevo, la ciudad era vista como una estructura y una forma para- sitaria de vida, como el producto de una aberración. Por contraposición existía una ciudad celestial, generalmente entendida como Jerusalem. El prototipo de lugar concentrador de los pecados del hombre, era Babilonia y el modelo paradigmático de las desinteli- gencias del hombre, la torre de Babel. Bosch y Bruegel representan respectiva- mente estos dos temas. Bosch en el Jardín de las Delicias muestra la ciudad corrupta consumiéndose en el fuego, símbolo de pecado y destrucción. En dicho tríptico, otra ciudad hecha de 14 15 1. Plaza central, Ciudad Vieja, Praga. 2. Plaza del Duomo, Catedral, Galería Vittorio Emanuele, Milán elementos orgánicos, casi transparente, alude a Jerusalem; sin embargo, parece ocultar algo diabólico en su entraña y tras sus formas de extrañas geometrías. Por otra parte, no podemos sostener que este sentimiento no cese de existir, como pareciera anunciarlo la moderna metrópolis, pero en cualquier caso nuestra cultura y nuestros valores, esencialmente urbanos, cesarán de tener su realidad y su peso, como lo anuncia Lefebvre. Lo que sí puede afirmarse es que la naturaleza, naturante y naturalizadora, asumió en algún momento la forma de ciudad, urbanizando al hombre como producto de un pacto asumido entre ambos, hombre y ciudad, produciéndo- nos a nosotros para que expresemos lo que ella tiene que decir. Es difícil encontrar en la literatura y la pintura, no en las referencias a ciuda- des imaginarias ideadas por ellas, sino a las reales, aún cuando estén referidas a una misma experiencia, París, por ejem- plo, una comunidad de sentido: así, el caso de Utrillo y Jules Romain, o la Venecia de Thomas Mann y Canaletto. Pareciera, en cambio, que pudiéramos encontrar la clave en las tradiciones populares, orales y escritas, revividas en la concurrencia asidua, constante, de los lugares de una ciudad por las gentes comunes de cualquier edad y condición, las que resuelven, de hecho, la oposi- ción entre objeto y sujeto. Querríamos que lo vivido autentique y alimente esa otra vivencia no menos real de las novelas, de las crónicaspintadas, dándole sustancia a los hábitos y pala- bras del hombre en la ciudad. Pareciera que es esencial a la ciudad intensificarse y desplegarse en la con- ciencia colectiva. Diríamos que la ciudad tiene una imagen de sí misma, llena de reflejos y ecos, que resultan difíciles de asir por su multiplicidad y ambigüedad. Cuesta reconocer y diferenciar lo refle- jante y lo reflejado, el sonido y su eco, para quien padece la fiebre del sábado a la noche: el tumulto alegre y cómplice, las luces vivificadas de las calles. Lo que parece indudable, sin embargo, es que difícilmente calificaremos de urbano el espacio u objeto que no esté preñado de resonancias. La imagen que cada uno traza de su ciu- dad se basa en una serie de elementos, los lugares urbanos, los que a su vez res- ponden a ciertos principios. En efecto, estos lugares revelan o descu- bren de manera única e irremplazable a la ciudad. Entre ellos y ésta se estable- cen relaciones especiales: los hay que la resumen o intensifican, mientras otros la expresan. En cualquier caso, estos luga- res, las calles, los bulevares, las plazas, los pasajes, las estaciones de tren, los grandes centros comerciales, viven en tensión con la ciudad. Por ejemplo, si tomamos la Plaza Mayor, de Madrid, o Piazza del Campo, en Siena, 16 17 3. Piazale San Marcos, Venezia 4. Plaza E. Aillaut, París o Bedford Square, en Londres, nos con- frontamos con piezas urbanas, lugares tales que resumen y expresan a las ciu- dades donde existen, intensificando el sentido de todo el tejido. Sólo que en Londres, la transposición de la naturale- za a la ciudad a esta escala, no puede ser total, por lo que la plaza no parece el lugar adecuado y se la lee como una cuasi seminaturaleza, que alude a la otra, sin simulacros, de Hemestead Park. Mientras que en los dos primeros ámbi- tos se busca la equivalencia entre claves bien diferentes, la de naturaleza-cultura, no sucede lo propio con el último. De ahí que no sea sino verdaderamente forzado, y tal vez no menos falso, que Bedford Square tenga el peso simbólico y la carga vital de los otros dos ámbitos, aparentemente equiparables en nombre, magnitud y posición. Algunos de estos lugares urbanos pare- cen frívolos, carentes de la respetabili- dad confiable de su historicidad. Es el caso de una serie de ámbitos dispersos en la ciudad, tales como los cafés y los bares. Lugares de muy diferente signifi- cación y fruición especial. En términos generales puede decirse que el café es el lugar de los problemas, en tanto el bar es el de las preocupaciones. En los cafés los problemas se enfrentan, se debaten, se reflexionan, se resuelven. El visitante toma distancia de sí mismo, de sus inquietudes, de los demás, se transforma en escrutador recogido en la lucidez de un café que lo activa; observa a distan- cia los seres y las cosas, pudiendo arribar a soluciones imperfectas o prístinas. Incluso la relación con los otros, cuando se promueve, da lugar al debate esclare- cedor, a la comunicación, al oírse y oír, cual teatro en que los papeles de espec- tador-actor fueran interminables y fugazmente, intercambiables. Dependiendo de la hora del día y de la estación, este lugar privilegiado es un puesto especial de vivencia única de la primavera o el verano. Estas mismas facultades las tiene en menor grado la plaza cuando está quin- taesenciada como ocurre en Roma con Piazza Navona, o frente al Panteón; pero en éstas, encontramos ese corazón o nodo que resume el lugar y que entra en diálogo directo con los elementos monu- mentales que son los cafés y bares del recinto, polarizados en estos nodos. Señalamos la diferencia entre cafés y bares (pubs, bistrot) por ser estos últi- mos de una naturaleza tal que apela a recoger las inquietudes, las preocupacio- nes de sus clientes que encuentran en la fraternidad del clima reinante, en la compañía cómplice del lugar y en la fuga que el alcohol propone, en el dis- tanciamiento entre diversos estados de ánimo, una muy peculiar calificación en nuestras cartografías urbanas. Por todo ello, estos lugares adquieren calidad de elementos puntuales, de aislados hitos de nuestra emotividad. 18 Otro criterio importante en la distinción y reconocimiento de un lugar urbano es el carácter de unidad que le es propia, como lo es a la persona o a la obra de arte, sin que por ello implique renuncia a las con- tradicciones y complejidades propias. Si comparamos una gran tienda, un supermercado y un mercado, concen- trándonos en las áreas o departamentos afines, no sólo reconoceremos que corresponden a una diferente clase social, sino que aún cuando el visitante sea el mismo, cada lugar señala un ritual de uso, de recorrido, que habla de una necesidad física y psicológica diferente. En el supermercado se satisface la nece- sidad funcional de aprovisionamiento, con un recorrido casi prefijado, en el que pareciera contar el tiempo valorizado en su brevedad. El procurarse bienes de consumo en la gran tienda tiene su sesgo diferente, derivado del uso total del negocio como lugar de encuentro consigo mismo, idealizado, sublimado. La marcha se hace morosa, errática, se ve lo que se necesita y lo que se merece, se comunican los sueños y aspiraciones a una dependiente transformada en confi- dente circunstancial, valorizada como interlocutora, eso sí, fugazmente, sin compromiso. Se trata casi de un gran paseo, paseo por un mundo mágico donde está todo lo deseable, y este carácter se extiende al departamento de alimentos, donde se busca lo singular y exclusivo con el mismo espíritu y la misma lenta y cuidadosa selección de un vestido de fiesta. El mercado es lugar de compras de lo natural y plaza pública, lugar de manifestación de todas las necesidades, de las peculiaridades, y relaciones, y lugar de expresiones. Es una ciudad dentro de la ciudad, con sus cafés, sus bares, sus calles y tiendas. Es la ciudadela privilegiada que otorga fue- ros especiales a sus habitantes. Los sitios urbanos de significación tienen una carga de dinamismo que los hace extenderse más allá de sus límites, gene- rando una territorialidad que pareciera les es propia. Así la iglesia, en un pueblo, domina el paisaje urbano y los ritmos próximos; más tarde la municipalidad o un lugar de baile generan una atmósfe- ra, un área jurisdiccional presentable. En los lugares urbanos hay ritos de entrada y salida; éstos con fronteras que califican los espacios más prestigiosos. Cuando entramos distraídos o por nece- sidad o por razones puramente funcio- nales, el lugar pierde su carácter de "forma", pasa inmediatamente a ser fondo en nuestro campo de percepción. La transposición del umbral-puerta nos conduce, en estos casos, a otro medio, y si éste nos da la sensación de devorar- nos, sentiremos el placer de estar "den- tro" de él. Son los límites, las fronteras y las puertas de un lugar los que nos transmiten las sensaciones de arribo y de alejamiento de los ámbitos importan- tes de la ciudad. 19 Los lugares desean intensificarse: el altar se separa de la iglesia en la que existe como el objeto, el "locus", el sujeto esencial. Por ello, debemos encontrar en todo organismo urbano el lugar especial, generalmente el espacio central del Beaux Arts, que compromete la estructu- ración del conjunto. Sin este polo cen- tral, el lugar arriesga lo amorfo. Por otra parte y por sobre todo, un lugar existirá en la manifestación y expresión de su ser, en tanto exista este polo que arroje claridad sobre su naturaleza. Verdaderos lugares urbanos son aqué- llos que nos modifican, haciendo que no seamos los mismos al salir que al entrar. Cuestionable desde el punto de vista de la filosofía vitalista, que diría que esto es cierto para todo ámbito. Sin embargo, no es igual el grado y privile- gio de modificación de todo lugar para el mismo grado de receptividad y aper- tura del sujeto. Los grandes lugares urbanos requieren ser recorridos de una manera determina- da, propia, y se distinguen, particular- mente, por la manera o peculiaridad de trayecto que nos demandan. Lacalle, en general y a partir de su vitalidad, de su vigor, de su capacidad de intensificar su sentido y por ser lugar que se mezcla a nuestro durar, a nuestro ritmo, tiene las calidades que cualquier amante y visi- tante de ciudades sabe reconocer en las calles de una ciudad que recorre con placer y con la ansiedad de ver desapa- recer o extinguirse como una línea caliente de la misma. Por la adaptación y el acostumbramien- to, la capacidad de modificación de los lugares pareciera reducirse, pero sin embargo son los lugares habituales los que más nos hablan. Podríamos decir que grandes lugares urbanos son aqué- llos que requieren, por su familiaridad, ser reactivados, y por ello mismo nos modifican. Es importante, para determinar el carácter y el valor de un espacio urba- no, preguntarse o imaginarse cómo aparecería la ciudad sin dicho ámbito. ¿Puede imaginarse una ciudad sin pla- zas, sin una estación de trenes o de autobuses que anuncien la promesa de una fuga imposible? Otro rasgo especial es que no podemos conocer los lugares públicos sin una espacialidad concreta y sin un desarrollo en el tiempo. Mientras no vaciemos el objeto ante nosotros mismos y lo vea- mos sometido a las horas y los días de una u otra estación, no sabremos cómo es dicho objeto. No podemos imaginar un lugar sin una duración, o sin que el mismo fructifique. Podríamos desmitificar o paralelamente mitificar un espacio urbano. Cuando el mito urbano existe, es en realidad un eco del lugar. La desmitificación es sumamente difícil, como lo puede demostrar cualquier ilustre o arraigado elemento, como la calle o el estudio, el 20 "pent house" de artistas, el pequeño departamento en pisos altos, símbolo de modernidad para tantos. Pero mientras el último debiera ser desmitificado por sus connotaciones segregativas, la calle, que fue a lo largo de la historia un poco la suerte del hombre, en tanto ser urba- no, debe ser remitificada, precisamente por sus valores adscriptos, residuales y latentes. Los lugares fundadores de la ciudad, hacedores del "locus", y la expre- sión de él, no pueden abandonarse, hay que restituirles su verdad imaginaria. El deber de un hacedor-soñador de ciuda- des (cualquiera sea el plano de su hacer: la pintura, la literatura, la arquitectura), es restituir la misma a su origen y prin- cipio, pero no a través de la erudición y en un rechazo del presente, para que ella vuelva a su principio de nacimiento y crecimiento, que enriquezca y oriente, y pueda tratarse con ella como con una casi persona. Para todo ello, hay que recurrir tanto al pasado como a la tradición viva y pre- sente, aunque con respecto a una lectu- ra histórica de la ciudad, ella no es fun- damental en el sentido formal. Para una lectura posible de la ciudad Si únicamente habláramos desde el punto de vista del sujeto, tanto o más que los sitios o lugares urbanos de cata- lización nos interesaría conocer los tra- yectos, los recorridos por los que puede reconocerse la ciudad. Pero de cualquier forma, pasear por una ciudad no es otra cosa que escrutar los lugares esenciales que estructuran su ser real e imaginado. En toda ciudad hay ejes privilegiados especiales o, como dice Lynch, rutas que "facilitan". Nos vemos estimulados por un espacio muy caracterizado con barre- ras, zonas neutras y llamadas manifies- tas a hacer éste o aquél recorrido, o existen innumerables recorridos funcio- nales que obedecen a necesidades con orígenes y destinos prefijados por nues- tra actividad y que quedan casi prede- terminados. Pero una de las característi- cas de la casi neutralidad del tejido urbano está sujeta por la disponibilidad total y de ahí la angustia o malestar que nos provoca el vaciamiento de los días festivos en que quedamos libres. Los recorridos de una ciudad pueden ser los de bulevares concurridos, avenidas o calles transitadas, cargadas de historia, múltiples, pero para que aparezcan como "vías ejemplares" deben darse dos condi- ciones: que esperemos encontrar en la ciudad algo esencial, y, en segundo tér- mino, que la misma tenga cierta herme- ticidad, cierto esoterismo que para deve- larse exija una experiencia de vida. La ciudad aparece como origen y destino final, como nuestro lugar de procedencia y como lugar que da vida a través de nuestra realización en ella. Podría decir- se que la ciudad apela a su gente para establecer la relación armoniosa entre 21 los gestos, los actos, las dichas, y sus propios ámbitos, sus recorridos, sus calles. El césped del hombre de ciudad es el asfalto. Por otra parte, es para muchos el lugar de su oportunidad vital, de sus angustias y esperanzas. Algo profunda- mente sentido en que nuestro destino está ligado al de la ciudad, que triunfa- remos o fracasaremos con ella, indepen- dientemente de todo logro personal, dado que nuestras suertes están íntima- mente ligadas cual si no pudiéramos realizarnos y comprendernos sin que la comprendamos. Pero para que ella apa- rezca y se devele claramente, se necesi- tan ciertos recorridos y actitudes revela- doras, contrariamente a la creencia de que todo debe ser claro y evidente. Como todo lo construido lo ha sido por el hombre conforme a un destino, a una función y con un sentido, la ciudad entera es un texto decodificable. La ciu- dad coexiste consigo misma, con barrios, edificios, lugares de formas y estilos diversos, pero no por ello nos hace pen- sar que estamos en otra ciudad, y esta evidencia dimana de un espíritu propio que surge de su propia unidad. Los lugares de la ciudad son tan visibles como sus objetos o elementos materia- les. Como dice Merleau-Ponty en su Fenomenología de la percepción, se trata de que "nuestra existencia es espacial y nuestros espacios existenciales y esen- ciales". Si no fuera así, sería imposible una lectura de esencias, tipos y "a priori" que están fundidos con la realidad. Esta puesta en valor o al descubierto de reali- dades esenciales comporta una lectura. Ningún lugar rechaza ser develado, más bien busca intensificar su sentido expre- sivo en algún lugar u objeto. Por ello surgen con igual validez, tanto una poé- tica como una fenomenología de los espacios urbanos. La ciudad no podría develarnos y dar- nos algo diverso a lo que en ella hemos inscripto, y por ello surge una pregunta curiosa que nos remite al porqué habrí- amos de explorarla y cómo: ¿Qué puede ocultarnos una ciudad, y por qué razón lo hace? Lo cierto es que los siglos se han sucedi- do sobre el tejido de una ciudad, cons- truyendo, destruyendo, volviendo a cons- truir en incesantes e interminables secuencias que han borrado a veces las huellas iniciales, pero que uno puede reconstituir por búsqueda paciente o por inspiración colectiva, en la manifestación de masas. En 1978, Argentina se clasifica campeón del mundo en fútbol; la gente marcha desde toda la ciudad de Córdoba en medio de gran alegría por esas rutas memorables de la ciudad que en esa noche quedan verificadas y redefinidas: y estas rutas convergen a la Catedral de la ciudad, el centro, y por sobre todo a esa intensificación urbana que es la Plaza Mayor, la plaza fundacional, al frente del Cabildo y la Catedral. La ciudad se ofrece como totalidad, 22 como globalidad que nosotros reconoce- mos u exploramos en forma de perspec- tivas. Pero es necesario que estas pers- pectivas encajen, se entrelacen según un orden logrado. Vale decir, recorridas que nos dan las mejores vistas de la ciudad. Cuando podemos diseñar un trayecto coherente y que se lee como eje de des- cubrimiento, siempre viendo lo esencial, eligiendo nuestras calles, cuando pode- mos prefigurar los pasos de un paseo placentero, ése es el momento en que la ciudad nos pertenece. Una de las dificultades que se plantean en la lectura urbana, es la práctica social e ideológica que ha ido modificando y ocultando el sentido de una ciudad. La relación y el conocimiento de una ciudad no dependen de que vivamos en ella, pero el residir de manera esencial nos permite sentirla con más intensidad. La ciudad se manifiesta y oculta ala vez, es como la relación entre dos personas que nunca terminan de conocerse aun- que creen lo contrario, porque ambos frecuentan este darse y cerrarse. La exploración de una ciudad es la determi- nación de recorridos válidos para su des- cubrimiento, en esos furtivos momentos de manifestación y develación. 23 25 La ciudad es una máquina para pensar con ella, un medio o herramienta de entendimiento del mundo y de la rela- ción del hombre con él. Es la puesta en escena para el uso social de un orden cósmico. La convocatoria de la cuadra- tura heideggeriana: mortales, divinos, cielo y tierra. Parafraseando y desarrollando el pensa- miento de Heidegger (dentro de nuestros modestos límites) podemos esclarecer la esencialidad. El hombre es en tanto exis- te, y existe en tanto habita, habita en tanto construye, cuida y edifica, produce lugares, compone lugares, funda y trama espacios, habita esencialmente pensando. Al construir instala lugares, que espa- cian un paraje. Del cuadrante recibe el construir la indicación para su inaugu- rar, establecer lugares, que es convo- car, proteger. Lo construido guarece lo cuadrante, pro- tege a lo cuadrante. Esta cuádruple pro- tección es la esencia del habitar. Así las construcciones legítimas acuñan el habi- tar en su esencia y encasan esa esencia. El construir también es un dejar habitar, correspondiendo al cuadrante y a su aliento con lo que se fundamenta todo planear o proyectar en plano. Construir y pensar son indispensables al habitar. La penuria del habitar radica no tanto en la cantidad sino que los Mortales deberíamos buscar nuevamente la esencia "habitar", que deberíamos aprender a habitar. Tan pronto como se medita la falta de hogar, si se mantiene como reclamo interno y externo, lleva el habitar a la plenitud de su esencia. Se cumple si se construye por el habitar y se piensa para el habitar. La plaza está en un sitio que surge como lugar porque él es un lugar. CAPITULO II TEXTURA URBANA Y SUS ELEMENTOS La ciudad está en un sitio que surge como lugar porque ella es el lugar, y recoge el cuadrante, lo colecta, localiza el cuadrante en un paraje que deviene lugar que salva la tierra, acoge el cielo, conduce a los mortales y espera por los divinos. Desde estos puntos, el lugar plaza, el lugar ciudad, surgen recorridos, caminos que definen sitios con los que se espacia un espacio. Cosas que son lugar, localizan en cada caso, en el todo que es el espacio. "Espacio es sitio libre para colonización y lecho" según Heidegger. Los espacios reciben su esencia de lugares y no de "el espacio". La calle La calle genérica con muchos de sus atributos psicológicos, existenciales y fenomenológicos, aunque cambie en forma, debe recuperarse. Igualmente la plaza, la galería, la recova, vale decir, unidades irreductibles, tipos urbanos capaces de generar la sensación de lugar en primer término y de espacio urbano en segundo, que siempre caracterizó a la ciudad estructurada y rica. Pero con la actitud utópica casi endémica que nos caracteriza, en propuestas de megaes- tructuras que se relacionan mal con el contexto, valen "per se", o no son verifi- cables temporalmente, pero más bien tratando de verificar el valor del pasado en el presente y con acciones limitadas o puntuales capaces de enriquecer las anónimas áreas de la megalópolis, debe- ríamos actuar. Un problema marginado es el uso positivo de las autopistas, tal vez única megaes- tructura con sentido, para dotar de defini- ción, límite, identidad o símbolos urbanos al tejido anónimo, contribuyendo en su trazado no a resolver un problema pura- mente de transporte, sino de estructura- ción de la imagen existencial de la metró- polis y la megalópolis. Por otra parte, en todo proyecto de exten- sión urbana debe contemplarse el definir lugares, identificar al usuario, relacionarlo con el contexto inmediato o mediato usando toda esta panoplia conceptual. Manzana-tejido Las manzanas son los sólidos del tejido urbano, las figuras que valorizan y defi- nen ese fondo de trayectos, estares, calles y lugares de expresión de las plazas. Estas unidades a veces están ocupadas por una sola institución, que las llenan plenamente pero la más de las veces, son el resultado de sumas sincrónicas o diacrónicas, de aportes individuales dotados de propia y elocuente personali- dad o de rol coral unificados en la uni- dad englobante del perímetro de la man- zana en su recinto. Su carácter de cobijo de multitudes y de 26 27 las más diversas actividades la transfor- ma en pequeño mundo dentro del mundo urbano. Se reconoce en ellas una piel envolvente y rostro múltiple y un corazón blando más recogido e íntimo. Así como la piel es variada y como con- fín delimita y encierra; el interior alberga múltiples patios o fondos inestructura- dos. El límite exterior es diafragma mediador entre el interior de las casas y su estar público, externo, de la calle cuyas características derivan de estos rostros que se agolpan en suerte de alineaciones militares para ser escruta- dos, sancionados por los observadores de la ciudad. El interior de la manzana se ofrece como intimidad sustraída al uso público, ocu- pado en socializar la familia y al indivi- duo en ella. Tal vez la riqueza y sugestión de un pasaje o galería que penetre y atraviese la manzana, radique en la implícita vio- lación de una intimidad secreta, protegi- da, la subversión de un orden. En el plano de Nolli, edificios públicos en su espacio cubierto y semicubierto, calles, plazas y claustros o patios inte- riores de manzanas, tienen igual valor elevados estos últimos, al rango de los otros elementos estructurantes de la imagen existencial o la "estructura de los espacios en su luz". El sentido de una ciudad, asamblea de las instituciones, depende de la relación entre los elemen- tos, los cuartos, en qué medida se com- plementan la plaza, el monumento, la manzana ciega. La manzana, en la actual disolución de la megalópolis, como bloque edilicio con un perímetro, se coloca como espacio forma paradigmática. Tiene la precondición de albergar un lugar, es la demostración de un límite. Sus atributos intrínsecos nos permiten reconocer elementos constitutivos de una poética del espacio. El bloque, por tener confines, puede existir por sí mismo, estableciendo las condiciones de lugar (atributo importan- te de un desarrollo urbano que tiende a ser discontinuo). Su repetición coherente genera el espa- cio público de calles e intersecciones de calles. Puede leerse al revés. Tiende a generar una jerarquía de espa- cios urbanos, desde las calles y plazas como dominios públicos externos al claustro como reino interno semipúblico. Todo esto genera cualidades estructura- les, fenomenológicas existenciales reco- nocidas por N. Schulz. La manzana es un objeto que crea dos realidades públicas vinculadas entre sí, el claustro que aloja y representa la natu- raleza potencialmente unida de la comu- nidad, que vive en torno a él y la calle con sus esquinas, lugares de interacción entre los órdenes ligados a las manza- nas. En la unidad de la manzana está el paradigma islámico del claustro jardín como paraíso real y conjunto ideal 28 5. Plano de Roma. Nolli 29 resuelto, en nuestra cultura, en claustros institucionales o familiares. La naturaleza dual del bloque, manzana, dotado de perímetro, es esto de encerrar un claustro educativo socializador y definir el espacio para la interrelación social y el trueque. La recuperación de la arquitectura sobre base tipológica a puesto en valor y reali- zado nuevamente la manzana. En 1972, en Florencio Varela fundamenté concep- tualmente esta búsqueda en la propues- ta que hiciera con Clorindo Testa. Los espacios tranquilos y de la actividad de la calle no se materializarán totalmente hasta las propuestas para La Rioja (1973) y FONAVI (1977) en Argentina, y en 1980, en Sudáfrica (Soweto). A pesar de la retícula continua la propuesta de Runcorn, pareciera ignorar estas calida- des por la imposición de rutas dentro del sistema de claustros. Laplaza La plaza, más que ningún otro lugar, puede reivindicar para sí el carácter de "mundus", como "umbilicus" genitales, relación con el origen, con la tierra a quien salva, mientras acoge al cielo por techumbre, convoca a los mortales a quienes conduce. Los límites de manza- nas llenas, quedan materializados en esquinas torres, o ángulos que de hecho reconocen su pertenencia a dos caras; todo lo cual alude a piedras fálicas roma- nas demarcatorias de sitios, celebratorias de terminus dios de las fronteras. La esquina (de un damero) repite la divi- sión cuatripartita de la Tierra y del orden universal. Vale decir reactúa el acto fun- dacional de las dos direcciones funda- mentales, cardo y decúmano que descri- ben el recorrido solar y el movimiento del cosmos sobre el eje de la tierra. En la plaza, los límites son otros, los del tejido urbano todo. Es como una suerte de paradigma que unifica; reúne esqui- nas, fronteras, límites; es un recinto que pareciera condensar, en un espacio- lugar, localizado en la ciudad por ser un lugar, la quinta esencia urbana de sím- bolo del arreglo universal, de un cosmos reflejado, espejado simbólicamente en el orden terrenal. La galería La Guía ilustrada de París decía a media- dos del siglo XIX, refiriéndose a las gale- rías que el "boom" textil había generado en París entre 1822-1840. "Estas galerías cubiertas con vidrio, una demostración del lujo industrial, con pasajes cubiertos con pisos de mármol a través de bloques de casas, cuyos propietarios han unido fuerzas en la aventura. En ambos lados de estos pasajes, que obtienen luz desde arriba, están arreglados los negocios más atractivos, de tal manera que estas gale- rías son una ciudad, efectivamente un mundo en miniatura ". 30 La galería es morfológicamente lo opuesto a la idea de la manzana claustro y cuando se extiende se puede transfor- mar en red como en el GUM de Moscú. Mientras la manzana habla del dominio de lo tranquilo y lo ruidoso, el corazón y la calle, tal como ha sido realizado en los conjuntos desde principios de siglo hasta el año 30, de Amsterdam a Viena, la galería habla sólo de un dominio pro- pio interno elevado a rango de irrealidad hecha real, de espacio ilusorio porque siempre comporta un quiebre con la continuidad del tejido urbano y sólo tiene sentido y entidad cuando está ins- cripta en un área de intensísima activi- dad e integrada a su tejido. Si bien la galería cubierta puede recrear una sensación de lugar y aludir a su modelo ideal, la calle peatonal sin techo, no tiene la fuerza estructurante de ésta, (así se puede verificar en Edmanton, Students Union Housing en Canadá o en los planteos de J. Andrews en Scarborough College, Toronto, Canadá). En estos ejemplos, cuando todo el poder volumétrico, organizativo e instrumental está confiado a una espina, el espacio o área en torno pierde sentido, el campus en un caso, el campo en el otro. La ciudad tradicional puede ser salvada si se controlan los usos, densidad y carácter de su tejido, calles, plazas. Si se interviene activamente conformando lo indefinido, amorfo y anónimo midiendo la calidad, escala, dimensión y significa- do de los nuevos aportes a lo existente. Si se lee correctamente un potencial principio de estructuración y los dicta- dos de un contexto para armonizar y exaltar lo latente. Si los ensanches se realizan de manera incremental y modular utilizando los patrones de lo existente. Si se busca un orden significativo de elementos y pie- zas jerárquicas que den por resultado, si no un texto relevante, inteligible al menos, basándose en los rasgos esencia- les y sustantivos de los elementos estructurantes históricos de calles, pla- zas, manzanas, monumentos y distritos. Tomando como paradigmas los de la ciudad persa: el bazar o el eje caliente, el claustro del paraíso en la tierra de las escuelas coránicas o el Maidam; y las de Roma en sus monumentos articulados. Vale decir, actuando como mediadores de un pasado reinterpretado y quintae- senciado a través de un presente que entrevé tan sólo la futura desintegra- ción, que reniega del fatalismo sin incu- rrir en el optimismo de una utopía infantil, mediante un activismo tendien- te a perpetuar, recuperado, el artefacto de nuestra realización en el mundo, el artefacto urbano, producto cultural y culturalizante por excelencia. 31 Muchas veces, oírnos hablar respecto de las calles de nuestras ciudades, usando expresiones para caracterizarlas tales como "caliente", "colorida", "frecuenta- da", "popular", "animada" o "viva". Cada una de estas designaciones remite a un código de un determinado campo cultu- ral. Cuando decimos que es caliente, ape- lamos a las connotaciones climatológicas del término, hay una incitación vigori- zante, una sensación de calor y vitalidad humana que nos rodea y protege. Cuando decimos que es frecuentada, se alude a una dinámica, sin discriminar si se trata de tránsito pasante o deambulante que se pasea por ella. El carácter popular nos remite a la sociología tanto como a la socioeconomía. Nos habla del carácter de adhesión que despierta entre las masas urbanas, o del tipo de usuario, sin excluir el primer sesgo. En cualquier caso nadie está excluido, siempre y cuando deje los atributos de ostentación de su marco gestual. Que una calle es colorida, que vale la pena verse, habla de aquélla que se singulariza por su pintoresquismo, que merece un reconocimiento por su carác- ter único o es acreedora a ser registrada para transformarse en signo y símbolo del lugar o ciudad a consumir, localmen- te o en extrañas geografías. Decimos que la calle es animada, viva, cual si tuviera un espíritu, un ritmo pro- pio que surge de un clima festivo, alegre o de cierto desorden que es parte del "continuum" urbano. Si penetramos en la naturaleza de ésta, que todavía desig- namos como calle viva o animada, vemos que en ella los negocios tienen un carácter provisorio, frágil, y que las acti- vidades se desarrollan por igual en la calle y en pequeños locales. Aquí apare- ce evidente el grado de pertenencia, y de adscripción de las casas que bordean un CAPITULO III LA CALLE 32 canal espacial, las fuertes relaciones recíprocas entre ambas, que le dan ese carácter sustantivo y propio de la calle, que sirve a unos habitantes como medio de acceso a sus intereses y que se califi- ca como mediadora entre el espacio pri- vado y el auténticamente público. Sin embargo, todas estas designaciones parecen ser válidas como observaciones superficiales, como registro de turista o de escrutador clasificante y no movilizado de las capacidades imaginativas, de ensueño y de lectura poética de la ciudad. La calle es una unidad sólida de análisis con valores esenciales, expresiva de las fuerzas urbanas, hecha de gente, de un espectro amplísimo de seres evidentes a través de sus manifestaciones físicas, de lenguaje, gestos, etc., y de la realidad material del recinto y su envolvente. Existen reales hombres de la calle y a ellos pertenece un lenguaje que nada tiene que ver con el de los interiores. Pero esta lengua parece ser producto de la calle misma y no de los vendedores ambulantes, de los diarieros, de los taxistas, etc. Para estos habitantes, conocer una ciudad es conocer sus vías y flujos favorables o desfavorables, que ellos reconocen por instinto, y que nie- gan toda posibilidad de aprehenderla lentamente. Ellos querrían la calle para sí, por cuanto la posesión confiere pres- tigio y autoridad. La ciudad presenta estímulos de todo tipo pero actúa sobre los hombres espe- cialmente en la calle, de manera incon- testable. Si bien la ciudad es una unidad global, es en esta estructura de calle donde encontramos "la libertad por excelencia del lenguaje que no es otro que el lenguaje de la libertad". En ella cada hombre se presenta con sus atribu- tos propios que justifican la lisonja, el sarcasmo o el apóstrofe, y en tanto exis- ta este lenguaje, la ciudad no será el lugar de las muchedumbres solitarias sino uno vivo, poblado, donde hay seres que rescatan su individualidadde la masa de rostros anónimos. Antes que los príncipes de lo imaginario hubieran hablado de la calle, ella lo hizo a través de sus mercaderes con la palabra libre, rápida, furtiva, cambiante con las horas, los clientes, el producto, producto hecho palabra, palabra gestual, palabra-pro- ducto, palabra-fruto, palabra-proclama. La ciudad, como su metafórico símil, el bosque, para Laugier, está llena, poblada de sonidos de sus elementos acogidos, albergados: de insectos, pájaros, frondas, de las ocupaciones de construir, de comerciar, del movimiento y por sobre todo, de los murmullos y gritos de sus gentes. La ciudad está llena de gritos que portan un sentido, de palabras que se desplazan, que se modifican y que a veces estallan en el idioma de la revuel- 6. La calle estar comunitario 33 ta. La sociedad global, como causa pri- mera y última, se expresa a través de esta mediación precisa de la calle y su gente, así como también "el número de las mediaciones sociales modifica la fisonomía del fenómeno social". La calle aparece como mediación autó- noma y necesaria entre el dominio personal y los lugares de trabajo, de recreación, de expresión comunitaria. Pero sin lugar a dudas todos reconocen en la calle la presencia de una estruc- tura elemental, un trayecto o recorrido que vale por sí mismo y que no les es indiferente, independientemente de los objetivos que permita realizar. En sus orígenes, la calle, en Atenas, en Roma (no así en sus ciudades coloniales), en las mediaciones incluso del París medieval, fue estrecha, sujeta al capri- cho de las construcciones erigidas sobre ella y sometida a las vicisitudes de sus retiros o adelantos. Parecían entonces las calles no públicas sino casi privadas, en el sentido de posesión, de ser algo propio, desarrollado por sus vecinos. La calle se define como un medio inmedia- to, el "foyer" contiguo a nuestra privaci- dad de vivienda familiar. Al mismo tiem- po nos envuelve con la riqueza y varie- dad del medio del que emana, y como es nuestra, percibimos toda la "informa- ción" que puede transmitir. La función esencial de la calle, sería la de dar acce- so a las casas vecinas, ya que vemos a la gente entrar y salir de sus casas: pero además conlleva el primer estar, el cuar- to colectivo donde las comunicaciones se intensifican, tanto entre los vecinos ribereños como entre estos y la calle como organismo. La calle se diferencia del bulevar, en que éste se alimenta de su propia multitud, cual gran espacio público, ilustrando en su regularidad de edificios que respon- den a principios y categorías generales, que remite a una existencia ideal, poco comprometida con las singularidades de los habitantes de la edificación circun- dante. Generalmente el bulevar es recto y regular, en tanto la calle es irregular en su trazado o en sus fachadas. La calle es el símbolo del orden y la libertad, de cierta anarquía del privilegio de la individualidad manifiesta, producto del empuje vital del tiempo y la vida. Sentimos a la calle como diversa y múl- tiple en su esencialidad y manifestación, producto de la afirmación de las cosas y seres que la determinan, indiferencia total por la uniformidad, celebración de los contrastes, de las disimetrías. Basta remitirnos al París del siglo XVIII, del Siglo de las Luces, de la Edad de la Razón, en el que la vida de los cafés, de los salones, de los diarios y la libre empresa reinaban en su plenitud para que reconozcamos en su testimonio físi- co de ciudad, la inexistencia de tradicio- nes asumidas, la ausencia de orden, el espíritu manifestándose en la libertad irreverente. Desaparece la preocupación 34 35 7. Planta teatro olímpico de VIcenza. Palladio 8. La perspectiva de la calle en el teatro de investigación. Teatro de Vicenza. Palladio del siglo XVII por vistas de conjunto armoniosas, grandes perspectivas. Los logros hay que buscarlos en los rincones, en el detalle. Este caos urbano, va acompañado como es lógico suponer, de la proclamación y substanciación teórica de un orden rigu- roso, el de Laugier en 1755 y otro que, sin embargo, tardará un siglo en concen- trarse y enseñorearse de la ciudad. El bulevar posee su propia naturaleza. Constituye verdaderas vías públicas que sirven a barrios enteros, y por ello mismo están trazados más regularmente, pro- ducto de haber sido hechos con indife- rencia por los intereses particulares y su anarquía implícita. Cuando nacen en París, con Hausmann, estos ejes princi- pales organizan la ciudad entera y vin- culan a ésta con el exterior. Tienen en su momento un carácter un tanto abstracto a pesar de su "cuasi" naturaleza, de su forestación cuidadosa e intensa, pero que no deja de parecer un simulacro, un sustituto de aquella otra real del bosque. Nuevos signos aparecen en equipamien- tos urbanos uniformes. Lo que lo aparta, sin embargo, de la uniformidad, no es precisamente su tratamiento sino más bien su carácter de espacio teatral, alta- mente socializado. El bulevar introduce una sobreexcitación, especialmente en sus tardes y noches tempranas. En plena noche lo dominan el vacío y la oscuridad. En cambio la calle vive con sus habitantes, amanece y se acuesta con ellos, nunca se deshuma- niza totalmente: alguna luz en un cuarto atestigua un desvelo. Por sus proporciones y dimensiones, el bulevar condiciona, en las gentes, ciertas actitudes. Estas son más propiamente las de la representación. En ellas, se puede ver y ser visto. Como en el "foyer" de la Opera, la gente se saluda ceremoniosa- mente al pasar. La visión lejana permite una anticipación, que la calle niega, para establecer toda una estrategia del encuentro o para parecer distraídamente distante y ajeno. También otorga mayor libertad de movimientos por su magni- tud y regularidad; las multitudes refuer- zan el anonimato, el ocultamiento. La atmósfera del bulevar pareciera más liberadora en tanto potencia las liberta- des de visión, de compostura y hasta de conciencia que goza del espectáculo humano para aprobar o rechazar. Pareciera posible reconocer dos tipos de visión: rápida, fugaz, indiscreta, osada, tal vez afectuosa, en la calle; abrupta, impremeditada, más lenta, distante, casi de conjunto y aérea en el bulevar. Otras dimensiones posibilitadas por el invento hausmaniano es el de la expe- riencia de la horizontalidad y de la verti- calidad. La primera debida a las grandes extensiones, recrea el horizonte distante, que nos recuerda las llanuras del campo. Igualmente introduce la practicabilidad de la vertical con sus connotaciones ascensionales de progreso, su impulso 36 vital. El bulevar celebra por sobre todo la horizontalidad y con ella la sensación, y a veces la idea de que la gente no vive una sobre otra sino contigua, al lado. Calle y bulevar garantizan su comple- mentariedad de términos diferentes uni- dos a las plazas; un sistema de elemen- tos urbanos proveedores de un buen equilibrio de nuestros ensueños y de nuestra vida imaginaria e imaginante. En la calle, la actitud es familiar, como si estuviéramos en el dominio de lo pri- vado y propio, en tanto que en el bule- var el parisiense se sintió habitante de una capital en relación con el provincia- no y el extranjero. De allí que la recreación de los buleva- res en otras ciudades, tal como se hizo, tuvo como objetivos recrear esos atri- butos propios, reafirmar idealmente en provincia el carácter de prolongación, de extensión territorial de la capital, sus rasgos sacralizantes, elevando al rango de reflejo el lugar reflejante de una calidad de vida urbana intensa y metropolitana. El espacio unitario primero de toda ciu- dad, sin lugar a dudas, fue la plaza, el primer recinto y ámbito colectivo. Cualquiera sea su forma: triangular, cir- cular, cuadrada o variada, cualquiera sea la distorsión de la figura básica en su regularidad, tamaño, escala, rostros que la presiden, estos verdaderos edificios urbanos, construidos a lo largo de la his- toria, se insertan, cualquiera sea su 37 1- Santa María del Fiore 2- Plaza de la Annunziata 3- Palacio de Uffizzi4- Plaza de la Señora 5- Calles articulativas 9. 38 número, armoniosamente en el entorno, permitiendo recrear el encuentro, el reencuentro, la expresión, la manifesta- ción, la honra. Construidas a partir de un monumento, de un lugar sacralizado, frente a una iglesia, a un edificio público y como pro- longación natural de ellos, la plaza -desde la plaza de pueblo o barrio- cons- tituye el lugar donde el niño, los enamo- rados o el anciano, pueden caminar con sus ritmos propios y gozar de ellos o del espectáculo público de otros seres. Pero a este tipo de ámbito cerrado se empieza a oponer, como contra figura, el ámbito de encuentro de múltiples calles y trayectos. Las esquinas, cruces, encru- cijadas, encuentros de caminos, son pun- tos de particular significación. Pero a diferencia de la plaza-recinto parece casi la negación de la ciudad, por ser un lugar donde no puede uno detenerse, donde es peligroso hacerlo. En este espacio el tiempo aparece consumido y no objeto de consumo. Todo allí parece excesivamente iluminado, todo multipli- cado, vigorizado: el ruido, el miedo, los colores. Es el epicentro de la violencia, de la irritación. Aquí la inhumanidad reviste el carácter propio de la ciudad y se confunde con el corazón de ella (Picadilly Circus) y en alguna manera expresa los aspectos negativos de la ciu- dad: es el lugar en el que nadie puede ceder a su rival y para sobrevivir debe recurrir a todos sus recursos físicos y psíquicos. La gente que se aproxima a estos ámbitos no busca la paz de la plaza sino explorar la dimensión dramá- tica de la ciudad. Una serie de equipamientos de gran valor simbólico aparece calificando el lugar: el quiosco de diarios se presenta aquí, al igual que en las estaciones de trenes, para el hombre de paso, apurado, en partida, señalando la plaza-encrucija- da. También en estos lugares aparecen abrigos contra la intemperie, como luga- res de espera, precarios o firmes, de tranvías o de ómnibus. Estos albergues son símbolos de la forzocidad, de la necesidad de trabajo y de la regularidad a que dicha necesidad nos somete. Los ómnibus en París o en Londres, con sus horarios marcados en estos rincones o en simples postes que los sustituyen a veces, indican el programa de aparicio- nes sucesivas, regulares, puntuales, sim- bolizando la estabilidad en medio de un mundo que tiembla, se derrumba en derredor de nosotros. Pareciera proteger al usuario del constante flujo de vehícu- los y gentes que pasan alrededor. También cumple funciones de signo indi- cando la correcta dirección de nuestra distante destinación, permitiendo una mejor lectura de la ciudad. La existencia de un poste es suficiente 10. Edificio calle. Palacio Uffizzi 39 40 11. La calle-plaza protegida. Galería Vittorio Emanuele. 12. La calle protegida. Bazar de Isphahn 41 13. Detalles característicos. Calle-recova Bologna 14. La calle de funciones clasificadas, la recova donde el peatón es glorificado. Calle de Bologna 42 para indicar un lugar, para generar una especialidad circundante que se sustrae de la calle, de la vereda y aparece como refugio. Estos lugares parecieran haber consumido el tiempo, decíamos, deman- dan total exactitud, nos remiten al cro- nómetro que condiciona nuestro trabajo y nuestra vida. En esta encrucijada asistimos al triunfo del movimiento sobre la inmovilidad y por ello mismo a la negación de la ciudad, por cuanto una circulación rápida e intensa no permite reconocerse, conocer a los seres. Sólo el peatón tiene el ritmo y el tiempo que requiere el comunicarse. Por otra parte, este cruce, esta encrucijada, celebra al automóvil como un "adentro" elegido por el hombre para proyectarse en el espacio, y por ende en el tiempo. En ese lugar el hombre, adoptando su segunda naturaleza, aquélla de automo- vilista, ve delante de sí sólo automóviles, es indiferente a las gentes y satisface su deseo de intimidad en su segundo hogar, ambulante y sin raíces. Pero curiosamen- te la luz roja y verde, que regularmente paraliza el tránsito desmitifica al auto que, desprovisto de velocidad, quieto, pierde todo su valor. Lo extraño es que a pesar de estos ras- gos, el nudo, el cruce, la encrucijada- plaza que constituye una ruptura de continuidad urbana, de sus otros aspec- tos de negación de la ciudad, constituye paradójicamente uno de los puntos de mayor atracción y paradigmáticos del hombre urbano en tanto exalta y valora algunas de las calidades propias del mismo, tales como celeridad de reflejos, discontinuidad, nuevos comienzos rápi- dos, comprensión cabal de una situación complicada en brevísimo tiempo, vale decir, todo lo opuesto a una conducta armoniosa y lenta. Por su parte, la autopista es la cele- bración del flujo constante, del despla- zamiento libre, sin esfuerzos, de mane- ra continua, fuente que libera al hom- bre de su cuerpo. En cuanto a los orígenes de la calle podemos encontrarlos en el mismo punto del origen de la plaza, cuando ésta había adquirido una magnitud y densidad que requería la prolongación de sus caracteres fuera del recinto, vincula- do a él, sobre canales espaciales. Lo cierto es que a pesar de tantos cam- bios acaecidos desde ese remoto origen metafórico, las calles han cambiado algunas de sus funciones pero no su esencia de ser: el lugar de los primeros contactos humanos, de intercambio entre seres, de comunicación, que ningu- na sociedad puede eliminar sin el riesgo de acentuar los fenómenos de alienación del hombre de su mundo, de su cultura y, por ende, de su ciudad. La calle convertida en elemento de 15. La calle medieval 43 estructuración de la imagen urbana sufre evoluciones históricas relevantes a lo largo de los últimos 8 siglos. De ser un estado comunitario, prolonga- ción de la plaza, articulado a ella orgáni- camente en un tejido medieval, la calle pasa a ser un instrumento de orden y control, una forma simbólica (en el sen- tido de Cassirer) capaz de expresar valo- res ideológicos de una sociedad que se quiere ordenada, clasificada. La calle como distrito, como corte hori- zontal y vertical de un área, rostro la más de las veces de ella, adjudicado a una corporación, a una actividad, con un rol específico en el equilibrio social de la ciudad medieval, pasa a ser un instru- mento abstracto de control físico y psí- quico de la ciudad del siglo XVI. El desencadenante de esta potencialidad lo constituye, en el Renacimiento, la introducción deslumbrante de la pers- pectiva polar o central que permitiendo medir y definir con precisión, desde un punto, el campo visual, introduce la dimensión escenográfica y la representa- ción en el paisaje urbano. El rigor de alineación de los edificios y la servidumbre de sus fachadas o rostros para describir por igual un intrínseco orden de sus organismos y el orden uni- versal del dominio público contribuye a la idealización de la calle como lugar, como pieza de valor autónomo, casi autosuficiente, con indiferencia por su rasgo de soporte existencial, emocional y social. Nace el primer edificio calle, en el "caput mundi" del Renacimiento, en Florencia en el edificio que Vasari cons- truye para los Uffizzi. Nace la calle uni- ficada y unificadora, controladora impe- cable de nuestros ritmos vitales. A cada concepción del mundo le corres- ponde una concepción del espacio y un sistema de representación o perspectiva. Al mundo copernicano le corresponde, el espacio mensurable, escandido y verifica- ble por la perspectiva central, como al einsteniano contemporáneo, le corres- ponde el espacio fluido inasible, multidi- mensional, sólo imaginable como forma simbólica por la perspectiva axonométri- ca, representación sintética, económica, síntesis de corte, planta y fachada, repre- sentación objetiva que nos aleja del obje- to y nos ubica en el lugar o punto de vista infinito como auténticos demiurgos. Pero si analizamos la evolución, vemos varias etapas previas y roles cambiantes antes de arribar a la extinción de la calle y su inteligibilidad como elemento urba- no. La actual, aparece en las ciudadesabstractas del movimiento moderno desde 1920, disociada de su compromiso existencial y de su rol de figura, trans- formada en pieza autónoma y autosufi- ciente, erigida en autopistas que nada tienen que ver con las calles de las cua- les abjuraron. El Renacimiento que entroniza el rigor, la razón, el orden, fatigará hasta el ago- tamiento el papel de la calle como vehí- 44 culo para su corporización. El Barroco retomará el concepto exten- diéndolo a la posesión integral del territo- rio urbano y rural. En Roma tensionará con la calle, los monumentos dispersos de un territorio histórico, rico en sedimentos como es la totalidad de los monumentos cristianos basilicales articulados y tensio- nados en una trama que se ofrece como soporte de los recorridos procesionales, los de los peregrinos, ulteriormente como soporte del desarrollo urbano y actual- mente del psiquismo estructurado de sus habitantes, merced a proveer un fondo total y definitivamente estructurado. La posesión territorial se hace evidente en la lección de Versalles donde el palacio imperial se erige como "caput mundi", nodo referencial y de conver- gencia de todas las direcciones que emanando de ella se enseñorean del paisaje, de Francia y simbólicamente del mundo todo. La capacidad configurante de la imagen urbana, es entendida con profundidad por un Laugier que en sus Ensayos sobre la Arquitectura de 1755, nos describirá las claves de la belleza urbana y desta- cará, jugando un rol esencial, a las calles, que uniformemente diseñadas y definidas por el poder gubernamental en su recorrido, perfil y carácter deberán vincular los territorios interurbanos con las puertas de la ciudad, calificadas en sí mismas o por la prístina geometría de sus plazas inmediatas. Pero la calle devendrá en el siglo XIX en instrumento, complejizado en su sec- ción altamente mecanizada, de servicio a una ciudad industrial que debe ser además industriosa. Haussmann inventa el bulevar o prome- nade, ese canal vinculante de los gran- des complejos (ferroviarios, gubernamen- tales, sociales, etc.) de la ciudad indus- trial como un organismo que sirve de transporte de bienes y servicios, que pro- longa los conceptos del Barroco, pero que redefine como gran plaza lineal, que entroniza los lugares recreativos de la campiña y la naturaleza extra urbana en la interioridad de su organismo, como miniaturización higienista y convocante de la humanidad socializada. Como arte- facto socializante y socializador irrumpe trayendo rostros y comportamientos nuevos al seno urbano. Durante 50 años las promenades de París serán usadas, reusadas hasta olvidar la esencia que les diera legitimidad, siendo declinados en remotas latitudes como símbolos de ads- cripción a un cuadro de valores de la metrópolis idealizada como exponente excelsa de la mayor y más rica intensi- dad de vida y sentido de la ciudad. Hombres hechos y educados en estos marcos culturales de países centrales decretarían en un nuevo credo la pose- sión didáctica del territorio, clasificando actividades que luego espacializarán en unidades escindidas y estancas. La "calle corredor" es anatemizada y la 45 46 calle aislada, con funciones exclusivas y excluyentes, entronizada como elemen- to único. Sus consecuencias en la des- trucción del tejido de las ciudades exis- tentes y en la erección de ciudades fan- tasmales, está a la vista. Sin embargo, nuevas reflexiones llevarán a un Kahn a definir la calle como edifi- cio, que quiere un espacio propio en los muros contra la decadencia en que se transforma la autopista central de Philadelphia, convirtiendo en pieza poli- funcional estratificada (1961), en calle convencional capaz de albergar los nuevos y viejos usos reciclando el sistema, com- poniendo la partitura de la arquitectura del movimiento, definiendo calles pasan- tes, de ritmo "staccatto", calles "cul de sac" de estacionamiento y calles peatona- les, cobijando o encalando los multiusos comprometidos y contaminantes que la historia se ha obstinado en perpetuar en las ciudades figurativas que subsisten. Stirling buscaría la formalización estricta de la entidad calle y todo el neorraciona- lismo hará su revalorización sacralizada. 16. Boulevard Lenoir. Paris 17. Philadelphia 1954. Kahn 47 Todo ámbito admite múltiples lecturas globales que no se excluyen sino que enriquecen nuestro conocimiento del mismo y merece remitificarse en la medida en que podamos asumirlo mejor, cuando su vitalidad permite ser enrique- cida por el hombre o, inversamente, enriquece a este. Su autenticidad deriva de su expresividad. Querríamos, para desmitificar y remitifi- car, reducir críticamente y exaltar acti- vamente una serie de lugares en función de su autenticidad, más aún que por su importancia de grandes elementos. La potencialidad descriptiva, la capacidad imaginante habla del valor y de la rique- za de la imagen. El lugar inspirado es aquél que puede inspirar al hombre común y al sensible descifrador, escruta- dor y amante de los lugares. Lo imagina- rio se reconoce en los cambios que pro- duce y nos produce abriéndonos nuevos rumbos, deseos de nuevos horizontes y nuevos lenguajes. La plaza o la calle son lugares-umbrales, experiencias inaugurales de confirma- ción de un ambiguo teatro-límite, de una experiencia límite. La plaza extrae su grandeza de una multitud unificada y diversa, de una entrevista. En la omnico- municación propia del espacio urbano, que tornando todo tipo de encuentro posible produce un estado de "cuasi" vértigo, aparece la plaza como un refu- gio que acoge a todo ciudadano de una manera propia, adecuada a él. Se erige así en una suerte de oasis, de paraíso, de simulacro del paraíso celeste, claramente simbolizado en el patio-claustro islámi- co, en el que el agua y la vegetación remiten al soñado lugar de la otra vida, larga y definitiva. De este modo, una especularidad paradisíaca aporta la paz. La plaza puede ser tratada como un ser CAPITULO IV LA PLAZA autónomo, dotada de un sentido y capaz de organizar su tiempo y sus personajes. Por sobre todo, representa la tensión equilibrada entre movilidad y quietud, claramente expresada en sus usuarios habituales, que comprenden todo el espectro de edades y sus consiguientes manifestaciones cotidianas dominantes. Las manifestaciones y los encuentros colectivos con su poder social quedan como caracteres potenciales recesivos. Los árboles, el césped, las piedras, el agua, que hablan de una abundancia edénica aparecen como residuos con poder evoca- tivo del paraíso-naturaleza. Basta la introducción de uno de estos elementos para que la más pura geometría de los trazados y de los edificios se diluyan en una suerte de negación y aparezca, una alusión a nuestro estado primitivo, aunque sea al nivel de nuestro incons- ciente. Es posible que en gran medida el carácter de refugio tenga como fuente esta imagen natural. Hay, sin embargo, una gran mayoría de plazas que poseen una atmósfera provincial, ofreciendo el espectáculo de la conven- ción. Son, por sobre todo, sus usuarios habituales los que con sus hábitos tiñen de ese carácter a estos nodos: los niños, las mujeres y sus carrillos, los ancianos, los enamorados y, a veces, los solitarios que descubren una manera de ser de la ciudad que igno- raban y se hace evidente, que se ofrece para reflexionar, escapando a la movi- lidad y flujo de las calles. El papel jugado por la plaza es funda- mentalmente el de traer orden a los habitantes, integrándolos. Toda ciudad requiere un centro social relacionado con su esencia, y la plaza es, precisa- mente, el espacio arquetípico sociali- zador, articulado con su tejido o fábri- ca, ubicada generalmente -como ya dijimos- en posición central, y cuyo grado de interrelación depende del rol cívico, religioso, comercial, múltiple que puede cumplir. Generalmente su significación radica en la naturaleza del envolvente del recinto o en el carácter y significación de sus elemen- tos protagónicos incluidos. Con el resurgimiento urbano acaecido en el alto medioevo, aparecenciudades nacidas naturalmente y que reconocen su génesis en la pre-existencia de un centro religioso, de una catedral o de un monasterio, de un castillo o del entre- cruzamiento de rutas comerciales importantes. Por otro lado hay un rena- cer de ciudades antiguas romanas o aparecen nuevas ciudades planificadas, en Italia, por ejemplo: Siena, entre las primeras, Verona, Piacenza, Florencia, entre las segundas. Las plazas adquieren en Europa, en la Edad Media y en el Renacimiento, sus momentos de máximo esplendor. En el medioevo adoptan una forma orgánica y se transforman en el foco de múltiples funciones colectivas de la vida cotidiana 48 49 urbana: aparece en ellas el teatro, la ceremonia religiosa, los eventos guberna- mentales, las decisiones colectivas, el intercambio comercial de los mercados. Los únicos edificios públicos son las igle- sias y los salones comunales. Con el Renacimiento, la mayor parte de estas actividades, desarrolladas en el escenario del espacio público externo, empiezan a desplegarse en organismos edilicios espe- cíficos. La plaza medieval de forma natu- ral, armoniosa, continua en relación con el tejido, es sustituida conforme a un nuevo orden social y político: la comuna reemplazada por la "signoría", una ciu- dad-estado casi democrático sustituida por una autocracia, encuentra su correlato en una nueva concepción del mundo, en su representación y su expresión. Aparece así la plaza regular, geométrica, manifesta- ción del nuevo orgullo cívico, la que tam- bién ve su propio cuerpo como objeto de despliegue de la geometría. Sin embargo, sólo advertimos cambios cualitativos y ningún desarrollo funcional de mayor complejidad. Con el Barroco veremos más aún la plaza transformada en nodo de un sistema vial a escala urbana, más dinámica que la plaza renacentista y más excluyente del pueblo y del usuario común. 18. La Plaza Medieval poseída Barrocamente, Plaza Navona 50 19. Planta Plaza del Campo. Siena 20. Ubicación Plaza del Campo en Siena 21. Vista Plaza del Campo 51 22. Plaza lateral Duomo, Siena 23. Palacio del Pueblo, entrada Plaza del Campo, Siena 52 53 24. Perfil urbano San Gimignano 25. Vista PLaza de la Cisterna, San Gimignano 26. La Plaza Medieval, a veces combinadas 1- Plaza de la Cisterna 2- Plaza del Duomo 27. Vista Plaza de la Cisterna 54 28. Plazas medievales de libre diseño, irregula res, como generadoras del tejido orgánico de la ciudad a la que se articulan. Bérgamo 29. Plaza bajo el municipio articulando la Plaza Cívica y la de la Catedral. Bérgamo 55 En la ciudad medieval los componentes básicos son el recinto amurallado demarcatorio de los confines de la segu- ridad, del adentro y el afuera; un sistema vial laberíntico generado por la cons- trucción, en pequeños terrenos, de una muy densa edificación; la escasez de grandes espacios públicos que encuentra como contrapartida específica espacios cívicos, religiosos y comerciales empla- zados centralmente y unificando orgáni- camente la composición global de la ciu- dad. Los apretados edificios, las estre- chas calles que rematan en estos recin- tos y cierto destino común homogéneo, de elite calificada por el mundo interior del recinto amurallado confería a los caracteres espaciales de las plazas el sentido de ámbitos comunitarios, esta- res, extensiones de la propia vivienda y, por carácter transitivo se lo confería a los trayectos. En algunas ciudades reconocemos ámbi- tos especializados frente a la Catedral y al palacio municipal, como en Siena o en Florencia; pero en la gran mayoría de los casos se busca articular ambos dominios igualmente relevantes. Por ejemplo en Bérgamo, la Plaza Vieja y la del Duomo se integran espacialmente mediante el Palazzo de la Raggione que, elevado sobre pilotes, preside ambos territorios. En cuanto a las plazas de los mercados, cuando éstos eran de alimentos de uso diario aparecían bastante centrales, pero se dispersan en cuanto adquieren espe- cialización, y finalmente aparecen en la periferia, generalmente junto a las puer- tas de la ciudad cuando son regionales, a escala de pueblos comarquinos. En el medioevo, de manera clara, sobre todo en las ciudades de fundación roma- na, el crecimiento se hizo irradiando del corazón centralizado del foro transfor- mado en plaza. La relación de la plaza con la ciudad cambia, en tanto elemento de ésta, conforme al crecimiento del organismo urbano, y siguiendo a estos cambios cambia también su naturaleza. Si bien su localización es siempre central no es fija, y su forma sumamente varia- da, orgánica, concomitante con el proce- so de gestación de la ciudad, está condi- cionada por la topografía, por el perfil y por la posición de los edificios existen- tes. Así la Plaza del Campo surge de la convergencia de tres colinas sobre las que se despliega Siena. Vale decir que son rasgos distintivos de las plazas de la época, la centralidad, el carácter irregu- lar orgánico de su forma, emergente como parte integral de la composición urbana. Por otro lado recibieron ricos tra- tamientos arquitectónicos en las fachadas de sus edificios públicos, en las recovas, en plataformas, fuentes, y pavimentos y quedaron, en general, desembarazadas del tráfico principal de la ciudad que pene- traba en ellos con tramas articulativas, subrayando así el carácter convocante, de congregación ciudadana, que actuaba en el gobierno de su destino. 56 En la ciudad del Renacimiento, el rasgo fundamental fue el de una actitud de renovación revolucionaria más que incremental (rasgo típico de las inter- venciones medievales), y así asistimos a los cambios puntuales, a renovaciones pequeñas que transforman ámbitos medievales pre-existentes en otros con características estéticas de simetría, equilibrio y armonía de nuevo cuño. La intervención en Verona, próxima a plaza de la Erbe (lugar del viejo foro), dedicada aún hoy a la actividad mercantil, se dio en la Piazza dei Signari con estos rasgos. En otros casos los cambios fueron en gran escala mediante la demolición de barrios o áreas medievales para alojar nuevas piezas, como en Florencia, en la Plaza de la S.S. Anunziata a partir de Bruneleschi, o en Vigevano, a partir de Bramante, y a lo largo de 2 siglos. En ambos casos asistimos a las plazas para- digmáticas del Renacimiento. La de Florencia, rodeada por el Hospital de los Inocentes conforme a una configuración de U abierta sobre un eje simétrico que une al conjunto con el Duomo, presidido por la iglesia. Todos los lados ostentan la uniforme calidad y ligereza de las reco- vas. En Vigevano, a 30 Km de Milán, una plaza de 40 x 120 m aparece como un edificio unificado, abierto, de estilo uni- 30. Plaza Pombal. Lisboa 57 31. a-b Plaza del Campidoglio 58 32. Versalles 33. Plaza de la Estrella. París 59 60 61 forme focalizado en uno de sus lados menores, donde una iglesia de fachada barroca exalta la axialidad y la profundi- dad perspéctica. En ambos casos esta- mos en cuartos exteriores de la comuni- dad, vividos intensamente por estudian- tes y turistas uno, por habitantes comu- nes de la ciudad el otro. Nuevas plazas distritales aparecen en áreas de desarrollo urbano, como es el caso de la ampliación renacentista de Ferrara, contigua al viejo asentamiento medieval, continuando en grilla muy bien ajustada a principios geométricos y a una realidad existente. En este ensan- che urbano que duplica el área de Ferrara, frente a una expectativa de cre- cimiento que nunca se verificó, asistimos al primer plan de desarrollo urbano bidi- mensional desde el mundo romano. En ella la plaza Ariostea surge con una ausencia total de compromiso con un contexto predominante. Finalmente tenemos otra categoría de plazas: las de Sabioneta y Palma Nova, inscriptas en el geométrico trazado de ciudades ideales, en la intersección de vías. Pero los cambios son sólo espaciales y no funcionales, basados en requerimientos puramente estéticos de tratar de armonizar los espacios con los edificios circundantes, exaltando tal vez algún edificio celebrado
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