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LUGARES URBANOS Y ESTRATEGIAS - MIGUEL ANGEL ROCA - gabriel Guel

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MIGUEL ANGEL ROCA
LUGARES URBANOS
Y ESTRATEGIAS
U.N.C. UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA
F.A.U. FACULTAD DE ARQUITECTURA Y URBANISMO
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina / Printed in Argentina
La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, no autorizada
por los autores, viola derechos reservados; cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
I.S.B.N. 950-33-0021-5
© 1984 Miguel Angel Roca
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© nobuko
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MIGUEL ANGEL ROCA
LUGARES URBANOS
Y ESTRATEGIAS
LUGARES UURBANOS
MIGUEL AANGEL RROCA
INDICE
PALABRAS PREVIAS
CAPITULO I LUGARES URBANOS Y CIUDAD
CAPITULO II TEXTURA URBANA Y SUS ELEMENTOS
CAPITULO III LA CALLE
CAPITULO IV LA PLAZA
CAPITULO V LA PLAZA IBEROAMERICANA: DE LA ABSTRAC-
CION, DE LA CELECRACION EDENICA A LA RECRE-
ACION DEL RECINTO
CAPITULO VI LA CALLE, LA PLAZA, LOS LUGARES URBANOS 
EN ROMA Y PARIS (1650-1870)
CAPITULO VII MONUMENTOS
CAPITULO VIII FACHADAS
CAPITULO XI LA CIUDAD COMO REPRESENTACION DEL MUNDO,
MITO CIUDAD
CAPITULO X SURREALISMO Y LA CIUDAD
CAPITULO XI FILOSOFIA, POESIA Y LO URBANO
CAPITULO XII ESTRATEGIAS DE INTERVENCION: 
CORDOBA / SANTIAGO / NEUQUEN
7
13 aa 223
25 aa 330
31 aa 446
47 aa 669
71 aa 778
79 aa 1105
107 aa 1114
115 aa 1122
123 aa 1143
145 aa 1158
159 aa 1163
165 aa 2247
7
Este libro -dedicado a mis estudiantes-
está dividido en dos partes, incluye en su
primera el desarrollo de un marco o enfo-
que conceptual de la ciudad y sus luga-
res; en la segunda, experiencias concretas
de intervenciones proyectivas y de gestión
del autor, precedidas en cada programa u
operación de las consideraciones persona-
les que el problema-tema me indujeron,
vale decir el marco de ideas motrices de
mis procesos de lectura de la realidad,
imaginantes de ella como situación crea-
tiva nueva e inédita.
La primera parte, en cambio, intenta
resumir de manera contaminada y colla-
gista (como Barthes lo reclama en S/Z)
una serie de reflexiones propias de mis
últimos años, y ajenas, de pensadores a
los que debo inmensamente, tales como
antropólogos, historiadores, filósofos,
poetas, sociólogos, a quienes pretendo
reivindicar como los intelectuales del
pensar sobre la ciudad que más lúcida-
mente pueden aportar a su comprensión
sustantiva. Mi reconocimiento entonces
para Lefebvre, Heidegger, Ryckwert,
Bachelard, Samsot y Simmel.
Igualmente la segunda parte pretende
constituir el marco de un operar inten-
cionado de la arquitectura, reivindicando
para ella su capacidad cualificada y con-
figuradora, de nuestro soporte existencial
(social y cultural) que es este producto
cultural y culturalizante de la ciudad.
Estos textos, alguno fenomenológico,
otro histórico, alguno antropológico, otro
pictórico, otro sincrético, no intentan
erigirse en el discurso de una convergen-
cia disciplinaria o de una integración
imposibles, ni en un pragmatismo u ope-
rativismo, no pretenden sino señalar
caminos, horizontes del hecho urbano
mostrados como marco referencial de
una praxis que se sabe limitada. Intentan
PALABRAS PREVIAS
8
eludir el imperialismo cultural de las
ciencias parcelarias, incluido el urbanis-
mo, quieren convocar la reflexión, una
actitud abierta y confiada en el uso
social y la apropiación poética.
Pretenden privilegiar lo urbano y el habi-
tar como producto cultural uno y esen
cia de nuestro ser en el mundo, el otro.
Son las líneas de alguien que asume
como arquitecto un rol de activista
social (condensador social como lo
demandaban los constructivistas) y de
activista cultural.
9
La peatonalización del área central es la
operación cultural más revolucionaria
emprendida en mi actuación arquitectó-
nica al recuperar la centralidad urbana,
su apropiación, como lugar de encuentro
y de la simultaneidad, como lugar de la
expresión, de la información y con valor
simbólico, como valor de uso y no de
cambio, en esta sociedad burocrática de
consumo dirigido, regido por el cambio.
La publicidad no sea los signos del
lugar de consumo y de consumo de
lugar, desaparecen de las áreas comer-
ciales. La calle se regenera en un eje de
90º cultural-social-político participativo
y antisegregativo. 
El nacimiento de la imagen de ciudad
que da lugar en el siglo XVII al plano y la
planimetría, se transforma aquí en escri-
tura, texto en el que la ciudad se lee a sí
misma en nuevas representaciones.
Lo monumental que congrega vida social
y que con su carácter transfuncional,
transcultural y trascendente es valor de
uso y apropiación, es rescatado como
expresión de "poder, saber, alegría, espe-
ranza" para ser trampolín de una nueva
y posibilitante vida urbana recreada. La
reflexión urbanística -que nada tiene
que ver con cierto urbanismo- se centra
en los ingredientes de la forma urbana:
simultaneidad y encuentro. Pero la
forma es recuperada para redefinir los
términos que deben actuar simultánea e
igualitariamente: función, forma, estruc-
tura, sin privilegiar ninguna. La ciudad
privilegia por igual las isotopías y las
heterotopías a la vez que reconoce la
dualidad de calles, fractura-sutura, pla-
zas, encrucijadas. Los mismos lugares,
los lugares otros, conviven con los luga-
res que no tienen lugar, las utopías, lo
de afuera, lo posible, lo ausente, el pen-
samiento, la libertad, lo sagrado, lo pro-
POSTCRIPTUM
fano, está presente en cada lugar a tra-
vés de su presencia-ausencia. 
La ciudad es lugar unificador pero de lo
contradictorio y diferencial. Ni las cien-
cias parcelarias, ni la suma de sus logros
restituirá la totalidad urbana que se
puede describir y luego analizar incluso
por la semiología en tanto texto, escritu-
ra, lenguaje pero nunca como sistema de
signos porque no lo es. Su totalidad dia-
léctica sólo es aprensible por visiones
globales. La pluridisciplinariedad necesa-
ria llega al babelismo, cuando no al
imperialismo del economismo, etc, con-
cebidos a sí mismos como hombres de
síntesis. Sólo la praxis social guiada por
la filosofía de la razón social urbana
puede orientar.
La ciudad reclama de las ciencias parce-
larias lo que aportan a la idea de totali-
dad y no las conclusiones positivas de
cada una y sus ideologías y estrategias
de ciudad. La ciudad surge plena con su
capacidad, como forma de alojar la
heterotopía, privilegiar lo diferente (al
que se opone la separación y segrega-
ción), admitir la isotopía y tener presen-
te la utopía en cada lugar, convocar la
centralidad pero hacer que cualquier
punto pueda ser central. La utopía, ese
no-lugar está en todos, paradigmática-
mente en el parque artificio y naturaleza
unidos en estado puro.
El hombre necesita simultánea y sucesi-
vamente soledad, privacidad y encuen-
tro, comunicación; previsibilidad e
imprevisibilidad; trabajo, ocio; alegría y
dolor; satisfacción e insatisfacción,
deseo, pasión y racionalidad, seguridad
y aventura, etc. La ciudad aparece como
respuesta en algo que se presenta como
forma, estructura, función; texto, con-
texto; lengua; lenguaje; escritura y lec-
tura; subsistema significante y con sig-
nificado; lugar de las instituciones; poli-
semía total. 
La críticaradical a todas las ciencias,
salvo en lo que aportan a la idea de
totalidad y una filosofía basada sobre
dicha crítica y una praxis, pueden definir
una estrategia desdoblándose momentá-
neamente en una de conocimiento y otra
de acción. La primera deberá apuntar a
una confrontación de conocimiento de lo
urbano en tiempo y espacio y la segun-
da, monopolizada por los políticos, trata-
rá de recrear la democracia urbana, la
libertad como modo superior. Mientras
tanto nosotros "Seamos realistas, pida-
mos lo imposible".
La primera estrategia cuestionará a cier-
to urbanismo de hoy sólo operacional,
imperialista y de pretendida síntesis,
reclamará el nacimiento de un urbanis-
mo, arte urbano, filosofía urbana de
escenarios, horizontes, caminos, de vías.
Reclamará sólo los conocimientos que
aportan a la totalidad y que unifican lo
real, lo posible e imposible (posibilidad
futura) y una acción de autogestión,
consciente del problema urbano y del
derecho a la ciudad, movilizando con-
10
ciencias, voluntades de debate, de refle-
xión tendientes a la apropiación.
La renovación urbana a través del reci-
claje, refuncionalización, acción refor-
mista en sí, pasa a ser revolucionaria por
su carácter inédito y expresión de la
apropiación barrial del usuario segregado
y marginado.
La morfología urbana puede ocultar la
dialéctica de forma y contenidos, que
como toda forma arquitectónica espacial
remite a los modos existenciales y esen-
ciales, aunque de manera harto velada. 
Debemos profundizar estas dimensiones
que nos aproximan a una aprehensión
del hecho urbano, para que nos permita,
en tanto a arquitectos como condensa-
dores sociales, activistas sociales y cul-
turales promover el habitar, la realiza-
ción del hombre en el soporte de su des-
tino que es la ciudad. A partir de espa-
cios concretos y no abstractos, donde
deseo y necesidad, lo real y lo posible, el
sueño y lo contradictorio de un habitar
pleno, converjan.
MIGUEL ANGEL ROCA
11
13
Cuando se piensa en recorrer, asumir,
exaltar, entender, nombrar la ciudad y
sus lugares, se plantea un sinnúmero de
alternativas de métodos.
En una ciudad, cada uno tiene la con-
ciencia de estar viviendo una aventura
propia. Ella está compuesta de lugares,
de objetos que están cargados de viven-
cias y experiencias acumuladas, de tan-
tos, que poseerlos carece casi de sentido,
porque en ellos nos reconocemos y
vemos la procesión de los muchos que
fueron en sí y en relación con la realidad.
Creemos que otorgando la prioridad al
objeto antes que al sujeto evitaremos la
generalización que no califica, o los
excesos de una singularidad que recoge
la novela o el relato en su descripción y
que vale más para sí misma. Preferimos
ir de los lugares al hombre. Si bien la
elección de los lugares puede parecer
arbitraria, trataremos de visitar aquéllos
que se refieren fundamentalmente a la
imagen existencial del paisaje urbano.
Trataremos la realidad tal como se nos
presenta y usando el lenguaje que sirve
para designar estas unidades irreducti-
bles que no son unidades agregadas. Así
veremos que se oponen a disolverse, que
tienen un sentido y una significación,
una manera de existir autónoma, propia
de los lugares urbanos. Hay una palabra
-y sólo una- que los designa y habla de
ellos. Hay un idioma propio de cada
lugar urbano: la calle, la plaza, el bar, la
estación, el mercado, etc. 
Cuando se reemplaza el nombre de plaza
por el de espacio verde, en realidad se
habla de otro espacio, el de los grandes
conjuntos urbanos del funcionalismo. Y
al escamotear su función, al sustituir su
nombre, se pierde su esencialidad y sus
cualidades básicas. Este lenguaje del
urbanismo planificador, que maneja
CAPITULO I
LUGARES URBANOS Y CIUDAD
volúmenes, tipologías edilicias y áreas en
lugar de tipologías espaciales, bajo la
máscara de la neutralidad benéfica,
introduce la más dramática escisión
entre hombre y ciudad. Utiliza "la pala-
bra, llamada científica, que no sólo es
nociva sino inexacta", dejando de lado
las necesidades del hombre, sus deseos y
aspiraciones más grandes, en tanto que
no son cuantificables.
Aquí hablaremos de ciudades vivas, lle-
nas de vitalidad y de pasado más o
menos largo o breve, que han sido nom-
bradas por el hombre que las vivió y
amó, y recurriremos a ese idioma que no
olvidó nunca las profundas relaciones
afectivas entre hombre y lugar. Por
ejemplo la palabra calle, que tiene tan-
tas resonancias, es sustituida en el
mundo "preciso", "riguroso" de la ciencia
urbana, por el de arteria, vía de circula-
ción primaria, secundaria, etc., en un
intento de neutralidad falsa. Falsa, deci-
mos, porque estas designaciones corres-
ponden a una metáfora orgánica: la ciu-
dad como ser vivo, pretendidamente
funcionalista, porque lo que hace es pri-
vilegiar la circulación de las máquinas
sobre el hombre, expresando con ello
una ideología, una filosofía de acción, de
carga social, claramente evidente.
Cuando la gente habla de la calle, en
cambio, quiere decir cosas bien distintas
pero reales, incontestables: para el
poder, significa una amenaza, es el área
vaga del rechazo y de la confrontación;
para el hombre de la calle, el dominio de
su manifestación. Vemos con claridad la
distancia que hay entre arteria y calle,
por lo que no podemos ser indiferentes a
la manera de nombrar las cosas, con fre-
cuencia bajo la pretensión "objetiva" se
busca neutralizar las virtualidades histó-
ricas del medio urbano.
Analizaremos los lugares tal como se
presentan a la conciencia y tal como se
designan en el lenguaje común, dado
que estos nombres surgen de los lugares
mismos como algo constitutivo de ellos.
La ciudad es algo connatural al hom-
bre, y su amor por ella es algo sentido
plena y espontáneamente, sin que apa-
rezca como una compensación por una
naturaleza perdida. Sin embargo esta
pasión urbana no es algo que siempre
haya existido. 
Así en el medioevo, la ciudad era vista
como una estructura y una forma para-
sitaria de vida, como el producto de una
aberración. Por contraposición existía
una ciudad celestial, generalmente
entendida como Jerusalem.
El prototipo de lugar concentrador de los
pecados del hombre, era Babilonia y el
modelo paradigmático de las desinteli-
gencias del hombre, la torre de Babel.
Bosch y Bruegel representan respectiva-
mente estos dos temas. Bosch en el
Jardín de las Delicias muestra la ciudad
corrupta consumiéndose en el fuego,
símbolo de pecado y destrucción.
En dicho tríptico, otra ciudad hecha de
14
15
1. Plaza central, Ciudad Vieja, Praga.
2. Plaza del Duomo, Catedral, Galería Vittorio Emanuele, Milán
elementos orgánicos, casi transparente,
alude a Jerusalem; sin embargo, parece
ocultar algo diabólico en su entraña y
tras sus formas de extrañas geometrías.
Por otra parte, no podemos sostener
que este sentimiento no cese de existir,
como pareciera anunciarlo la moderna
metrópolis, pero en cualquier caso
nuestra cultura y nuestros valores,
esencialmente urbanos, cesarán de
tener su realidad y su peso, como lo
anuncia Lefebvre.
Lo que sí puede afirmarse es que la
naturaleza, naturante y naturalizadora,
asumió en algún momento la forma de
ciudad, urbanizando al hombre como
producto de un pacto asumido entre
ambos, hombre y ciudad, produciéndo-
nos a nosotros para que expresemos lo
que ella tiene que decir.
Es difícil encontrar en la literatura y la
pintura, no en las referencias a ciuda-
des imaginarias ideadas por ellas, sino a
las reales, aún cuando estén referidas a
una misma experiencia, París, por ejem-
plo, una comunidad de sentido: así, el
caso de Utrillo y Jules Romain, o la
Venecia de Thomas Mann y Canaletto.
Pareciera, en cambio, que pudiéramos
encontrar la clave en las tradiciones
populares, orales y escritas, revividas en
la concurrencia asidua, constante, de
los lugares de una ciudad por las gentes
comunes de cualquier edad y condición,
las que resuelven, de hecho, la oposi-
ción entre objeto y sujeto. 
Querríamos que lo vivido autentique y
alimente esa otra vivencia no menos real
de las novelas, de las crónicaspintadas,
dándole sustancia a los hábitos y pala-
bras del hombre en la ciudad.
Pareciera que es esencial a la ciudad
intensificarse y desplegarse en la con-
ciencia colectiva. Diríamos que la ciudad
tiene una imagen de sí misma, llena de
reflejos y ecos, que resultan difíciles de
asir por su multiplicidad y ambigüedad.
Cuesta reconocer y diferenciar lo refle-
jante y lo reflejado, el sonido y su eco,
para quien padece la fiebre del sábado a
la noche: el tumulto alegre y cómplice,
las luces vivificadas de las calles.
Lo que parece indudable, sin embargo, es
que difícilmente calificaremos de urbano
el espacio u objeto que no esté preñado
de resonancias.
La imagen que cada uno traza de su ciu-
dad se basa en una serie de elementos,
los lugares urbanos, los que a su vez res-
ponden a ciertos principios.
En efecto, estos lugares revelan o descu-
bren de manera única e irremplazable a
la ciudad. Entre ellos y ésta se estable-
cen relaciones especiales: los hay que la
resumen o intensifican, mientras otros la
expresan. En cualquier caso, estos luga-
res, las calles, los bulevares, las plazas,
los pasajes, las estaciones de tren, los
grandes centros comerciales, viven en
tensión con la ciudad.
Por ejemplo, si tomamos la Plaza Mayor,
de Madrid, o Piazza del Campo, en Siena,
16
17
3. Piazale San Marcos, Venezia
4. Plaza E. Aillaut, París
o Bedford Square, en Londres, nos con-
frontamos con piezas urbanas, lugares
tales que resumen y expresan a las ciu-
dades donde existen, intensificando el
sentido de todo el tejido. Sólo que en
Londres, la transposición de la naturale-
za a la ciudad a esta escala, no puede
ser total, por lo que la plaza no parece el
lugar adecuado y se la lee como una
cuasi seminaturaleza, que alude a la
otra, sin simulacros, de Hemestead Park.
Mientras que en los dos primeros ámbi-
tos se busca la equivalencia entre claves
bien diferentes, la de naturaleza-cultura,
no sucede lo propio con el último. De ahí
que no sea sino verdaderamente forzado,
y tal vez no menos falso, que Bedford
Square tenga el peso simbólico y la
carga vital de los otros dos ámbitos,
aparentemente equiparables en nombre,
magnitud y posición.
Algunos de estos lugares urbanos pare-
cen frívolos, carentes de la respetabili-
dad confiable de su historicidad. Es el
caso de una serie de ámbitos dispersos
en la ciudad, tales como los cafés y los
bares. Lugares de muy diferente signifi-
cación y fruición especial. En términos
generales puede decirse que el café es el
lugar de los problemas, en tanto el bar
es el de las preocupaciones. En los cafés
los problemas se enfrentan, se debaten,
se reflexionan, se resuelven. El visitante
toma distancia de sí mismo, de sus
inquietudes, de los demás, se transforma
en escrutador recogido en la lucidez de
un café que lo activa; observa a distan-
cia los seres y las cosas, pudiendo arribar
a soluciones imperfectas o prístinas.
Incluso la relación con los otros, cuando
se promueve, da lugar al debate esclare-
cedor, a la comunicación, al oírse y oír,
cual teatro en que los papeles de espec-
tador-actor fueran interminables y
fugazmente, intercambiables. 
Dependiendo de la hora del día y de la
estación, este lugar privilegiado es un
puesto especial de vivencia única de la
primavera o el verano.
Estas mismas facultades las tiene en
menor grado la plaza cuando está quin-
taesenciada como ocurre en Roma con
Piazza Navona, o frente al Panteón; pero
en éstas, encontramos ese corazón o
nodo que resume el lugar y que entra en
diálogo directo con los elementos monu-
mentales que son los cafés y bares del
recinto, polarizados en estos nodos.
Señalamos la diferencia entre cafés y
bares (pubs, bistrot) por ser estos últi-
mos de una naturaleza tal que apela a
recoger las inquietudes, las preocupacio-
nes de sus clientes que encuentran en la
fraternidad del clima reinante, en la
compañía cómplice del lugar y en la
fuga que el alcohol propone, en el dis-
tanciamiento entre diversos estados de
ánimo, una muy peculiar calificación en
nuestras cartografías urbanas. Por todo
ello, estos lugares adquieren calidad de
elementos puntuales, de aislados hitos
de nuestra emotividad.
18
Otro criterio importante en la distinción y
reconocimiento de un lugar urbano es el
carácter de unidad que le es propia, como
lo es a la persona o a la obra de arte, sin
que por ello implique renuncia a las con-
tradicciones y complejidades propias.
Si comparamos una gran tienda, un
supermercado y un mercado, concen-
trándonos en las áreas o departamentos
afines, no sólo reconoceremos que
corresponden a una diferente clase
social, sino que aún cuando el visitante
sea el mismo, cada lugar señala un ritual
de uso, de recorrido, que habla de una
necesidad física y psicológica diferente.
En el supermercado se satisface la nece-
sidad funcional de aprovisionamiento,
con un recorrido casi prefijado, en el que
pareciera contar el tiempo valorizado en
su brevedad. El procurarse bienes de
consumo en la gran tienda tiene su
sesgo diferente, derivado del uso total
del negocio como lugar de encuentro
consigo mismo, idealizado, sublimado. La
marcha se hace morosa, errática, se ve lo
que se necesita y lo que se merece, se
comunican los sueños y aspiraciones a
una dependiente transformada en confi-
dente circunstancial, valorizada como
interlocutora, eso sí, fugazmente, sin
compromiso. Se trata casi de un gran
paseo, paseo por un mundo mágico
donde está todo lo deseable, y este
carácter se extiende al departamento de
alimentos, donde se busca lo singular y
exclusivo con el mismo espíritu y la 
misma lenta y cuidadosa selección de un
vestido de fiesta. El mercado es lugar de
compras de lo natural y plaza pública,
lugar de manifestación de todas las
necesidades, de las peculiaridades, y
relaciones, y lugar de expresiones. Es una
ciudad dentro de la ciudad, con sus
cafés, sus bares, sus calles y tiendas. Es
la ciudadela privilegiada que otorga fue-
ros especiales a sus habitantes. 
Los sitios urbanos de significación tienen
una carga de dinamismo que los hace
extenderse más allá de sus límites, gene-
rando una territorialidad que pareciera
les es propia. Así la iglesia, en un pueblo,
domina el paisaje urbano y los ritmos
próximos; más tarde la municipalidad o
un lugar de baile generan una atmósfe-
ra, un área jurisdiccional presentable. 
En los lugares urbanos hay ritos de
entrada y salida; éstos con fronteras que
califican los espacios más prestigiosos.
Cuando entramos distraídos o por nece-
sidad o por razones puramente funcio-
nales, el lugar pierde su carácter de
"forma", pasa inmediatamente a ser
fondo en nuestro campo de percepción.
La transposición del umbral-puerta nos
conduce, en estos casos, a otro medio, y
si éste nos da la sensación de devorar-
nos, sentiremos el placer de estar "den-
tro" de él. Son los límites, las fronteras y
las puertas de un lugar los que nos
transmiten las sensaciones de arribo y
de alejamiento de los ámbitos importan-
tes de la ciudad.
19
Los lugares desean intensificarse: el altar
se separa de la iglesia en la que existe
como el objeto, el "locus", el sujeto
esencial. Por ello, debemos encontrar en
todo organismo urbano el lugar especial,
generalmente el espacio central del
Beaux Arts, que compromete la estructu-
ración del conjunto. Sin este polo cen-
tral, el lugar arriesga lo amorfo. Por otra
parte y por sobre todo, un lugar existirá
en la manifestación y expresión de su
ser, en tanto exista este polo que arroje
claridad sobre su naturaleza.
Verdaderos lugares urbanos son aqué-
llos que nos modifican, haciendo que no
seamos los mismos al salir que al
entrar. Cuestionable desde el punto de
vista de la filosofía vitalista, que diría
que esto es cierto para todo ámbito. Sin
embargo, no es igual el grado y privile-
gio de modificación de todo lugar para
el mismo grado de receptividad y aper-
tura del sujeto.
Los grandes lugares urbanos requieren
ser recorridos de una manera determina-
da, propia, y se distinguen, particular-
mente, por la manera o peculiaridad de
trayecto que nos demandan. Lacalle, en
general y a partir de su vitalidad, de su
vigor, de su capacidad de intensificar su
sentido y por ser lugar que se mezcla a
nuestro durar, a nuestro ritmo, tiene las
calidades que cualquier amante y visi-
tante de ciudades sabe reconocer en las
calles de una ciudad que recorre con
placer y con la ansiedad de ver desapa-
recer o extinguirse como una línea
caliente de la misma.
Por la adaptación y el acostumbramien-
to, la capacidad de modificación de los
lugares pareciera reducirse, pero sin
embargo son los lugares habituales los
que más nos hablan. Podríamos decir
que grandes lugares urbanos son aqué-
llos que requieren, por su familiaridad,
ser reactivados, y por ello mismo nos
modifican.
Es importante, para determinar el
carácter y el valor de un espacio urba-
no, preguntarse o imaginarse cómo
aparecería la ciudad sin dicho ámbito.
¿Puede imaginarse una ciudad sin pla-
zas, sin una estación de trenes o de
autobuses que anuncien la promesa de
una fuga imposible?
Otro rasgo especial es que no podemos
conocer los lugares públicos sin una
espacialidad concreta y sin un desarrollo
en el tiempo. Mientras no vaciemos el
objeto ante nosotros mismos y lo vea-
mos sometido a las horas y los días de
una u otra estación, no sabremos cómo
es dicho objeto.
No podemos imaginar un lugar sin una
duración, o sin que el mismo fructifique.
Podríamos desmitificar o paralelamente
mitificar un espacio urbano. Cuando el
mito urbano existe, es en realidad un
eco del lugar. La desmitificación es
sumamente difícil, como lo puede
demostrar cualquier ilustre o arraigado
elemento, como la calle o el estudio, el
20
"pent house" de artistas, el pequeño
departamento en pisos altos, símbolo de
modernidad para tantos. Pero mientras
el último debiera ser desmitificado por
sus connotaciones segregativas, la calle,
que fue a lo largo de la historia un poco
la suerte del hombre, en tanto ser urba-
no, debe ser remitificada, precisamente
por sus valores adscriptos, residuales y
latentes. Los lugares fundadores de la
ciudad, hacedores del "locus", y la expre-
sión de él, no pueden abandonarse, hay
que restituirles su verdad imaginaria. El
deber de un hacedor-soñador de ciuda-
des (cualquiera sea el plano de su hacer:
la pintura, la literatura, la arquitectura),
es restituir la misma a su origen y prin-
cipio, pero no a través de la erudición y
en un rechazo del presente, para que ella
vuelva a su principio de nacimiento y
crecimiento, que enriquezca y oriente, y
pueda tratarse con ella como con una
casi persona. 
Para todo ello, hay que recurrir tanto al
pasado como a la tradición viva y pre-
sente, aunque con respecto a una lectu-
ra histórica de la ciudad, ella no es fun-
damental en el sentido formal. 
Para una lectura posible de la ciudad
Si únicamente habláramos desde el
punto de vista del sujeto, tanto o más
que los sitios o lugares urbanos de cata-
lización nos interesaría conocer los tra-
yectos, los recorridos por los que puede
reconocerse la ciudad. Pero de cualquier
forma, pasear por una ciudad no es otra
cosa que escrutar los lugares esenciales
que estructuran su ser real e imaginado.
En toda ciudad hay ejes privilegiados
especiales o, como dice Lynch, rutas que
"facilitan". Nos vemos estimulados por
un espacio muy caracterizado con barre-
ras, zonas neutras y llamadas manifies-
tas a hacer éste o aquél recorrido, o
existen innumerables recorridos funcio-
nales que obedecen a necesidades con
orígenes y destinos prefijados por nues-
tra actividad y que quedan casi prede-
terminados. Pero una de las característi-
cas de la casi neutralidad del tejido
urbano está sujeta por la disponibilidad
total y de ahí la angustia o malestar que
nos provoca el vaciamiento de los días
festivos en que quedamos libres.
Los recorridos de una ciudad pueden ser
los de bulevares concurridos, avenidas o
calles transitadas, cargadas de historia,
múltiples, pero para que aparezcan como
"vías ejemplares" deben darse dos condi-
ciones: que esperemos encontrar en la
ciudad algo esencial, y, en segundo tér-
mino, que la misma tenga cierta herme-
ticidad, cierto esoterismo que para deve-
larse exija una experiencia de vida.
La ciudad aparece como origen y destino
final, como nuestro lugar de procedencia
y como lugar que da vida a través de
nuestra realización en ella. Podría decir-
se que la ciudad apela a su gente para
establecer la relación armoniosa entre
21
los gestos, los actos, las dichas, y sus
propios ámbitos, sus recorridos, sus
calles. El césped del hombre de ciudad es
el asfalto. Por otra parte, es para muchos
el lugar de su oportunidad vital, de sus
angustias y esperanzas. Algo profunda-
mente sentido en que nuestro destino
está ligado al de la ciudad, que triunfa-
remos o fracasaremos con ella, indepen-
dientemente de todo logro personal,
dado que nuestras suertes están íntima-
mente ligadas cual si no pudiéramos
realizarnos y comprendernos sin que la
comprendamos. Pero para que ella apa-
rezca y se devele claramente, se necesi-
tan ciertos recorridos y actitudes revela-
doras, contrariamente a la creencia de
que todo debe ser claro y evidente.
Como todo lo construido lo ha sido por
el hombre conforme a un destino, a una
función y con un sentido, la ciudad
entera es un texto decodificable. La ciu-
dad coexiste consigo misma, con barrios,
edificios, lugares de formas y estilos
diversos, pero no por ello nos hace pen-
sar que estamos en otra ciudad, y esta
evidencia dimana de un espíritu propio
que surge de su propia unidad.
Los lugares de la ciudad son tan visibles
como sus objetos o elementos materia-
les. Como dice Merleau-Ponty en su
Fenomenología de la percepción, se trata
de que "nuestra existencia es espacial y
nuestros espacios existenciales y esen-
ciales". Si no fuera así, sería imposible
una lectura de esencias, tipos y "a priori"
que están fundidos con la realidad. Esta
puesta en valor o al descubierto de reali-
dades esenciales comporta una lectura.
Ningún lugar rechaza ser develado, más
bien busca intensificar su sentido expre-
sivo en algún lugar u objeto. Por ello
surgen con igual validez, tanto una poé-
tica como una fenomenología de los
espacios urbanos.
La ciudad no podría develarnos y dar-
nos algo diverso a lo que en ella hemos
inscripto, y por ello surge una pregunta
curiosa que nos remite al porqué habrí-
amos de explorarla y cómo: ¿Qué
puede ocultarnos una ciudad, y por qué
razón lo hace?
Lo cierto es que los siglos se han sucedi-
do sobre el tejido de una ciudad, cons-
truyendo, destruyendo, volviendo a cons-
truir en incesantes e interminables
secuencias que han borrado a veces las
huellas iniciales, pero que uno puede
reconstituir por búsqueda paciente o por
inspiración colectiva, en la manifestación
de masas. En 1978, Argentina se clasifica
campeón del mundo en fútbol; la gente
marcha desde toda la ciudad de Córdoba
en medio de gran alegría por esas rutas
memorables de la ciudad que en esa
noche quedan verificadas y redefinidas: y
estas rutas convergen a la Catedral de la
ciudad, el centro, y por sobre todo a esa
intensificación urbana que es la Plaza
Mayor, la plaza fundacional, al frente del
Cabildo y la Catedral.
La ciudad se ofrece como totalidad,
22
como globalidad que nosotros reconoce-
mos u exploramos en forma de perspec-
tivas. Pero es necesario que estas pers-
pectivas encajen, se entrelacen según un
orden logrado. Vale decir, recorridas que
nos dan las mejores vistas de la ciudad.
Cuando podemos diseñar un trayecto
coherente y que se lee como eje de des-
cubrimiento, siempre viendo lo esencial,
eligiendo nuestras calles, cuando pode-
mos prefigurar los pasos de un paseo
placentero, ése es el momento en que la
ciudad nos pertenece. 
Una de las dificultades que se plantean
en la lectura urbana, es la práctica social 
e ideológica que ha ido modificando y
ocultando el sentido de una ciudad. La
relación y el conocimiento de una ciudad
no dependen de que vivamos en ella,
pero el residir de manera esencial nos
permite sentirla con más intensidad.
La ciudad se manifiesta y oculta ala vez,
es como la relación entre dos personas
que nunca terminan de conocerse aun-
que creen lo contrario, porque ambos
frecuentan este darse y cerrarse. La
exploración de una ciudad es la determi-
nación de recorridos válidos para su des-
cubrimiento, en esos furtivos momentos
de manifestación y develación.
23
25
La ciudad es una máquina para pensar
con ella, un medio o herramienta de
entendimiento del mundo y de la rela-
ción del hombre con él. Es la puesta en
escena para el uso social de un orden
cósmico. La convocatoria de la cuadra-
tura heideggeriana: mortales, divinos,
cielo y tierra. 
Parafraseando y desarrollando el pensa-
miento de Heidegger (dentro de nuestros
modestos límites) podemos esclarecer la
esencialidad. El hombre es en tanto exis-
te, y existe en tanto habita, habita en
tanto construye, cuida y edifica, produce
lugares, compone lugares, funda y trama
espacios, habita esencialmente pensando.
Al construir instala lugares, que espa-
cian un paraje. Del cuadrante recibe el
construir la indicación para su inaugu-
rar, establecer lugares, que es convo-
car, proteger. 
Lo construido guarece lo cuadrante, pro-
tege a lo cuadrante. Esta cuádruple pro-
tección es la esencia del habitar. Así las
construcciones legítimas acuñan el habi-
tar en su esencia y encasan esa esencia.
El construir también es un dejar habitar,
correspondiendo al cuadrante y a su
aliento con lo que se fundamenta todo
planear o proyectar en plano.
Construir y pensar son indispensables al
habitar. La penuria del habitar radica no
tanto en la cantidad sino que los
Mortales deberíamos buscar nuevamente
la esencia "habitar", que deberíamos
aprender a habitar.
Tan pronto como se medita la falta de
hogar, si se mantiene como reclamo
interno y externo, lleva el habitar a la
plenitud de su esencia. Se cumple si se
construye por el habitar y se piensa
para el habitar.
La plaza está en un sitio que surge como
lugar porque él es un lugar. 
CAPITULO II
TEXTURA URBANA Y SUS ELEMENTOS
La ciudad está en un sitio que surge
como lugar porque ella es el lugar, y
recoge el cuadrante, lo colecta, localiza
el cuadrante en un paraje que deviene
lugar que salva la tierra, acoge el cielo,
conduce a los mortales y espera por los
divinos. Desde estos puntos, el lugar
plaza, el lugar ciudad, surgen recorridos,
caminos que definen sitios con los que
se espacia un espacio.
Cosas que son lugar, localizan en cada
caso, en el todo que es el espacio.
"Espacio es sitio libre para colonización
y lecho" según Heidegger. Los espacios
reciben su esencia de lugares y no de
"el espacio".
La calle
La calle genérica con muchos de sus
atributos psicológicos, existenciales y
fenomenológicos, aunque cambie en
forma, debe recuperarse. Igualmente la
plaza, la galería, la recova, vale decir,
unidades irreductibles, tipos urbanos
capaces de generar la sensación de lugar
en primer término y de espacio urbano
en segundo, que siempre caracterizó a la
ciudad estructurada y rica. Pero con la
actitud utópica casi endémica que nos
caracteriza, en propuestas de megaes-
tructuras que se relacionan mal con el
contexto, valen "per se", o no son verifi-
cables temporalmente, pero más bien
tratando de verificar el valor del pasado
en el presente y con acciones limitadas o
puntuales capaces de enriquecer las
anónimas áreas de la megalópolis, debe-
ríamos actuar. 
Un problema marginado es el uso positivo
de las autopistas, tal vez única megaes-
tructura con sentido, para dotar de defini-
ción, límite, identidad o símbolos urbanos
al tejido anónimo, contribuyendo en su
trazado no a resolver un problema pura-
mente de transporte, sino de estructura-
ción de la imagen existencial de la metró-
polis y la megalópolis.
Por otra parte, en todo proyecto de exten-
sión urbana debe contemplarse el definir
lugares, identificar al usuario, relacionarlo
con el contexto inmediato o mediato
usando toda esta panoplia conceptual.
Manzana-tejido
Las manzanas son los sólidos del tejido
urbano, las figuras que valorizan y defi-
nen ese fondo de trayectos, estares, calles
y lugares de expresión de las plazas.
Estas unidades a veces están ocupadas
por una sola institución, que las llenan
plenamente pero la más de las veces,
son el resultado de sumas sincrónicas o
diacrónicas, de aportes individuales
dotados de propia y elocuente personali-
dad o de rol coral unificados en la uni-
dad englobante del perímetro de la man-
zana en su recinto.
Su carácter de cobijo de multitudes y de
26
27
las más diversas actividades la transfor-
ma en pequeño mundo dentro del
mundo urbano. Se reconoce en ellas una
piel envolvente y rostro múltiple y un
corazón blando más recogido e íntimo.
Así como la piel es variada y como con-
fín delimita y encierra; el interior alberga
múltiples patios o fondos inestructura-
dos. El límite exterior es diafragma
mediador entre el interior de las casas
y su estar público, externo, de la calle
cuyas características derivan de estos
rostros que se agolpan en suerte de
alineaciones militares para ser escruta-
dos, sancionados por los observadores
de la ciudad.
El interior de la manzana se ofrece como
intimidad sustraída al uso público, ocu-
pado en socializar la familia y al indivi-
duo en ella. 
Tal vez la riqueza y sugestión de un
pasaje o galería que penetre y atraviese
la manzana, radique en la implícita vio-
lación de una intimidad secreta, protegi-
da, la subversión de un orden.
En el plano de Nolli, edificios públicos en
su espacio cubierto y semicubierto,
calles, plazas y claustros o patios inte-
riores de manzanas, tienen igual valor
elevados estos últimos, al rango de los
otros elementos estructurantes de la
imagen existencial o la "estructura de
los espacios en su luz". El sentido de una
ciudad, asamblea de las instituciones,
depende de la relación entre los elemen-
tos, los cuartos, en qué medida se com-
plementan la plaza, el monumento, la
manzana ciega.
La manzana, en la actual disolución de
la megalópolis, como bloque edilicio con
un perímetro, se coloca como espacio
forma paradigmática. 
Tiene la precondición de albergar un
lugar, es la demostración de un límite.
Sus atributos intrínsecos nos permiten
reconocer elementos constitutivos de
una poética del espacio.
El bloque, por tener confines, puede
existir por sí mismo, estableciendo las
condiciones de lugar (atributo importan-
te de un desarrollo urbano que tiende a
ser discontinuo).
Su repetición coherente genera el espa-
cio público de calles e intersecciones de
calles. Puede leerse al revés.
Tiende a generar una jerarquía de espa-
cios urbanos, desde las calles y plazas
como dominios públicos externos al
claustro como reino interno semipúblico. 
Todo esto genera cualidades estructura-
les, fenomenológicas existenciales reco-
nocidas por N. Schulz.
La manzana es un objeto que crea dos
realidades públicas vinculadas entre sí, el
claustro que aloja y representa la natu-
raleza potencialmente unida de la comu-
nidad, que vive en torno a él y la calle
con sus esquinas, lugares de interacción
entre los órdenes ligados a las manza-
nas. En la unidad de la manzana está el
paradigma islámico del claustro jardín
como paraíso real y conjunto ideal
28
5. Plano de Roma. Nolli
29
resuelto, en nuestra cultura, en claustros
institucionales o familiares.
La naturaleza dual del bloque, manzana,
dotado de perímetro, es esto de encerrar
un claustro educativo socializador y
definir el espacio para la interrelación
social y el trueque.
La recuperación de la arquitectura sobre
base tipológica a puesto en valor y reali-
zado nuevamente la manzana. En 1972,
en Florencio Varela fundamenté concep-
tualmente esta búsqueda en la propues-
ta que hiciera con Clorindo Testa. Los
espacios tranquilos y de la actividad de
la calle no se materializarán totalmente
hasta las propuestas para La Rioja
(1973) y FONAVI (1977) en Argentina, y
en 1980, en Sudáfrica (Soweto). A pesar
de la retícula continua la propuesta de
Runcorn, pareciera ignorar estas calida-
des por la imposición de rutas dentro del
sistema de claustros.
Laplaza
La plaza, más que ningún otro lugar,
puede reivindicar para sí el carácter de
"mundus", como "umbilicus" genitales,
relación con el origen, con la tierra a
quien salva, mientras acoge al cielo por
techumbre, convoca a los mortales a
quienes conduce. Los límites de manza-
nas llenas, quedan materializados en
esquinas torres, o ángulos que de hecho
reconocen su pertenencia a dos caras;
todo lo cual alude a piedras fálicas roma-
nas demarcatorias de sitios, celebratorias
de terminus dios de las fronteras.
La esquina (de un damero) repite la divi-
sión cuatripartita de la Tierra y del orden
universal. Vale decir reactúa el acto fun-
dacional de las dos direcciones funda-
mentales, cardo y decúmano que descri-
ben el recorrido solar y el movimiento
del cosmos sobre el eje de la tierra.
En la plaza, los límites son otros, los del
tejido urbano todo. Es como una suerte
de paradigma que unifica; reúne esqui-
nas, fronteras, límites; es un recinto que
pareciera condensar, en un espacio-
lugar, localizado en la ciudad por ser un
lugar, la quinta esencia urbana de sím-
bolo del arreglo universal, de un cosmos
reflejado, espejado simbólicamente en el
orden terrenal.
La galería
La Guía ilustrada de París decía a media-
dos del siglo XIX, refiriéndose a las gale-
rías que el "boom" textil había generado
en París entre 1822-1840. "Estas galerías
cubiertas con vidrio, una demostración
del lujo industrial, con pasajes cubiertos
con pisos de mármol a través de bloques
de casas, cuyos propietarios han unido
fuerzas en la aventura. En ambos lados
de estos pasajes, que obtienen luz desde
arriba, están arreglados los negocios más
atractivos, de tal manera que estas gale-
rías son una ciudad, efectivamente un
mundo en miniatura ".
30
La galería es morfológicamente lo
opuesto a la idea de la manzana claustro
y cuando se extiende se puede transfor-
mar en red como en el GUM de Moscú.
Mientras la manzana habla del dominio
de lo tranquilo y lo ruidoso, el corazón y
la calle, tal como ha sido realizado en
los conjuntos desde principios de siglo
hasta el año 30, de Amsterdam a Viena,
la galería habla sólo de un dominio pro-
pio interno elevado a rango de irrealidad
hecha real, de espacio ilusorio porque
siempre comporta un quiebre con la
continuidad del tejido urbano y sólo
tiene sentido y entidad cuando está ins-
cripta en un área de intensísima activi-
dad e integrada a su tejido. 
Si bien la galería cubierta puede recrear
una sensación de lugar y aludir a su
modelo ideal, la calle peatonal sin techo,
no tiene la fuerza estructurante de ésta,
(así se puede verificar en Edmanton,
Students Union Housing en Canadá o en
los planteos de J. Andrews en
Scarborough College, Toronto, Canadá).
En estos ejemplos, cuando todo el poder
volumétrico, organizativo e instrumental
está confiado a una espina, el espacio o
área en torno pierde sentido, el campus
en un caso, el campo en el otro.
La ciudad tradicional puede ser salvada
si se controlan los usos, densidad y
carácter de su tejido, calles, plazas. Si se
interviene activamente conformando lo
indefinido, amorfo y anónimo midiendo
la calidad, escala, dimensión y significa-
do de los nuevos aportes a lo existente.
Si se lee correctamente un potencial
principio de estructuración y los dicta-
dos de un contexto para armonizar y
exaltar lo latente.
Si los ensanches se realizan de manera
incremental y modular utilizando los
patrones de lo existente. Si se busca un
orden significativo de elementos y pie-
zas jerárquicas que den por resultado, si
no un texto relevante, inteligible al
menos, basándose en los rasgos esencia-
les y sustantivos de los elementos
estructurantes históricos de calles, pla-
zas, manzanas, monumentos y distritos.
Tomando como paradigmas los de la
ciudad persa: el bazar o el eje caliente,
el claustro del paraíso en la tierra de las
escuelas coránicas o el Maidam; y las de
Roma en sus monumentos articulados.
Vale decir, actuando como mediadores
de un pasado reinterpretado y quintae-
senciado a través de un presente que
entrevé tan sólo la futura desintegra-
ción, que reniega del fatalismo sin incu-
rrir en el optimismo de una utopía
infantil, mediante un activismo tendien-
te a perpetuar, recuperado, el artefacto
de nuestra realización en el mundo, el
artefacto urbano, producto cultural y
culturalizante por excelencia.
31
Muchas veces, oírnos hablar respecto de
las calles de nuestras ciudades, usando
expresiones para caracterizarlas tales
como "caliente", "colorida", "frecuenta-
da", "popular", "animada" o "viva". Cada
una de estas designaciones remite a un
código de un determinado campo cultu-
ral. Cuando decimos que es caliente, ape-
lamos a las connotaciones climatológicas
del término, hay una incitación vigori-
zante, una sensación de calor y vitalidad
humana que nos rodea y protege. Cuando
decimos que es frecuentada, se alude a
una dinámica, sin discriminar si se trata
de tránsito pasante o deambulante que
se pasea por ella. El carácter popular nos
remite a la sociología tanto como a la
socioeconomía. Nos habla del carácter de
adhesión que despierta entre las masas
urbanas, o del tipo de usuario, sin excluir
el primer sesgo. En cualquier caso nadie
está excluido, siempre y cuando deje los
atributos de ostentación de su marco
gestual. Que una calle es colorida, que
vale la pena verse, habla de aquélla que
se singulariza por su pintoresquismo, que
merece un reconocimiento por su carác-
ter único o es acreedora a ser registrada
para transformarse en signo y símbolo
del lugar o ciudad a consumir, localmen-
te o en extrañas geografías.
Decimos que la calle es animada, viva,
cual si tuviera un espíritu, un ritmo pro-
pio que surge de un clima festivo, alegre
o de cierto desorden que es parte del
"continuum" urbano. Si penetramos en
la naturaleza de ésta, que todavía desig-
namos como calle viva o animada,
vemos que en ella los negocios tienen un
carácter provisorio, frágil, y que las acti-
vidades se desarrollan por igual en la
calle y en pequeños locales. Aquí apare-
ce evidente el grado de pertenencia, y de
adscripción de las casas que bordean un
CAPITULO III
LA CALLE
32
canal espacial, las fuertes relaciones
recíprocas entre ambas, que le dan ese
carácter sustantivo y propio de la calle,
que sirve a unos habitantes como medio
de acceso a sus intereses y que se califi-
ca como mediadora entre el espacio pri-
vado y el auténticamente público.
Sin embargo, todas estas designaciones
parecen ser válidas como observaciones
superficiales, como registro de turista o
de escrutador clasificante y no movilizado
de las capacidades imaginativas, de
ensueño y de lectura poética de la ciudad.
La calle es una unidad sólida de análisis
con valores esenciales, expresiva de las
fuerzas urbanas, hecha de gente, de un
espectro amplísimo de seres evidentes a
través de sus manifestaciones físicas, de
lenguaje, gestos, etc., y de la realidad
material del recinto y su envolvente.
Existen reales hombres de la calle y a
ellos pertenece un lenguaje que nada
tiene que ver con el de los interiores.
Pero esta lengua parece ser producto de
la calle misma y no de los vendedores
ambulantes, de los diarieros, de los
taxistas, etc. Para estos habitantes,
conocer una ciudad es conocer sus vías y
flujos favorables o desfavorables, que
ellos reconocen por instinto, y que nie-
gan toda posibilidad de aprehenderla
lentamente. Ellos querrían la calle para
sí, por cuanto la posesión confiere pres-
tigio y autoridad.
La ciudad presenta estímulos de todo
tipo pero actúa sobre los hombres espe-
cialmente en la calle, de manera incon-
testable. Si bien la ciudad es una unidad
global, es en esta estructura de calle
donde encontramos "la libertad por
excelencia del lenguaje que no es otro
que el lenguaje de la libertad". En ella
cada hombre se presenta con sus atribu-
tos propios que justifican la lisonja, el
sarcasmo o el apóstrofe, y en tanto exis-
ta este lenguaje, la ciudad no será el
lugar de las muchedumbres solitarias
sino uno vivo, poblado, donde hay seres
que rescatan su individualidadde la
masa de rostros anónimos. Antes que los
príncipes de lo imaginario hubieran
hablado de la calle, ella lo hizo a través
de sus mercaderes con la palabra libre,
rápida, furtiva, cambiante con las horas,
los clientes, el producto, producto hecho
palabra, palabra gestual, palabra-pro-
ducto, palabra-fruto, palabra-proclama.
La ciudad, como su metafórico símil, el
bosque, para Laugier, está llena, poblada
de sonidos de sus elementos acogidos,
albergados: de insectos, pájaros, frondas,
de las ocupaciones de construir, de
comerciar, del movimiento y por sobre
todo, de los murmullos y gritos de sus
gentes. La ciudad está llena de gritos
que portan un sentido, de palabras que
se desplazan, que se modifican y que a
veces estallan en el idioma de la revuel-
6. La calle estar comunitario
33
ta. La sociedad global, como causa pri-
mera y última, se expresa a través de
esta mediación precisa de la calle y su
gente, así como también "el número de
las mediaciones sociales modifica la
fisonomía del fenómeno social".
La calle aparece como mediación autó-
noma y necesaria entre el dominio
personal y los lugares de trabajo, de
recreación, de expresión comunitaria.
Pero sin lugar a dudas todos reconocen
en la calle la presencia de una estruc-
tura elemental, un trayecto o recorrido
que vale por sí mismo y que no les es
indiferente, independientemente de los
objetivos que permita realizar. 
En sus orígenes, la calle, en Atenas, en
Roma (no así en sus ciudades coloniales),
en las mediaciones incluso del París
medieval, fue estrecha, sujeta al capri-
cho de las construcciones erigidas sobre
ella y sometida a las vicisitudes de sus
retiros o adelantos. Parecían entonces
las calles no públicas sino casi privadas,
en el sentido de posesión, de ser algo
propio, desarrollado por sus vecinos. La
calle se define como un medio inmedia-
to, el "foyer" contiguo a nuestra privaci-
dad de vivienda familiar. Al mismo tiem-
po nos envuelve con la riqueza y varie-
dad del medio del que emana, y como es
nuestra, percibimos toda la "informa-
ción" que puede transmitir. La función
esencial de la calle, sería la de dar acce-
so a las casas vecinas, ya que vemos a la
gente entrar y salir de sus casas: pero
además conlleva el primer estar, el cuar-
to colectivo donde las comunicaciones
se intensifican, tanto entre los vecinos
ribereños como entre estos y la calle
como organismo. 
La calle se diferencia del bulevar, en que
éste se alimenta de su propia multitud,
cual gran espacio público, ilustrando en
su regularidad de edificios que respon-
den a principios y categorías generales,
que remite a una existencia ideal, poco
comprometida con las singularidades de
los habitantes de la edificación circun-
dante. Generalmente el bulevar es recto
y regular, en tanto la calle es irregular
en su trazado o en sus fachadas.
La calle es el símbolo del orden y la
libertad, de cierta anarquía del privilegio
de la individualidad manifiesta, producto
del empuje vital del tiempo y la vida.
Sentimos a la calle como diversa y múl-
tiple en su esencialidad y manifestación,
producto de la afirmación de las cosas y
seres que la determinan, indiferencia
total por la uniformidad, celebración de
los contrastes, de las disimetrías. Basta
remitirnos al París del siglo XVIII, del
Siglo de las Luces, de la Edad de la
Razón, en el que la vida de los cafés, de
los salones, de los diarios y la libre
empresa reinaban en su plenitud para
que reconozcamos en su testimonio físi-
co de ciudad, la inexistencia de tradicio-
nes asumidas, la ausencia de orden, el
espíritu manifestándose en la libertad
irreverente. Desaparece la preocupación
34
35
7. Planta teatro olímpico de VIcenza. Palladio
8. La perspectiva de la calle en el teatro de investigación. Teatro de Vicenza. Palladio
del siglo XVII por vistas de conjunto
armoniosas, grandes perspectivas. Los
logros hay que buscarlos en los rincones,
en el detalle.
Este caos urbano, va acompañado como
es lógico suponer, de la proclamación y
substanciación teórica de un orden rigu-
roso, el de Laugier en 1755 y otro que,
sin embargo, tardará un siglo en concen-
trarse y enseñorearse de la ciudad.
El bulevar posee su propia naturaleza.
Constituye verdaderas vías públicas que
sirven a barrios enteros, y por ello mismo
están trazados más regularmente, pro-
ducto de haber sido hechos con indife-
rencia por los intereses particulares y su
anarquía implícita. Cuando nacen en
París, con Hausmann, estos ejes princi-
pales organizan la ciudad entera y vin-
culan a ésta con el exterior. Tienen en su
momento un carácter un tanto abstracto
a pesar de su "cuasi" naturaleza, de su
forestación cuidadosa e intensa, pero
que no deja de parecer un simulacro, un
sustituto de aquella otra real del bosque.
Nuevos signos aparecen en equipamien-
tos urbanos uniformes. Lo que lo aparta,
sin embargo, de la uniformidad, no es
precisamente su tratamiento sino más
bien su carácter de espacio teatral, alta-
mente socializado.
El bulevar introduce una sobreexcitación,
especialmente en sus tardes y noches
tempranas. En plena noche lo dominan
el vacío y la oscuridad. En cambio la
calle vive con sus habitantes, amanece y
se acuesta con ellos, nunca se deshuma-
niza totalmente: alguna luz en un cuarto
atestigua un desvelo.
Por sus proporciones y dimensiones, el
bulevar condiciona, en las gentes, ciertas
actitudes. Estas son más propiamente las
de la representación. En ellas, se puede
ver y ser visto. Como en el "foyer" de la
Opera, la gente se saluda ceremoniosa-
mente al pasar. La visión lejana permite
una anticipación, que la calle niega, para
establecer toda una estrategia del
encuentro o para parecer distraídamente
distante y ajeno. También otorga mayor
libertad de movimientos por su magni-
tud y regularidad; las multitudes refuer-
zan el anonimato, el ocultamiento. La
atmósfera del bulevar pareciera más
liberadora en tanto potencia las liberta-
des de visión, de compostura y hasta de
conciencia que goza del espectáculo
humano para aprobar o rechazar.
Pareciera posible reconocer dos tipos de
visión: rápida, fugaz, indiscreta, osada,
tal vez afectuosa, en la calle; abrupta,
impremeditada, más lenta, distante, casi
de conjunto y aérea en el bulevar.
Otras dimensiones posibilitadas por el
invento hausmaniano es el de la expe-
riencia de la horizontalidad y de la verti-
calidad. La primera debida a las grandes
extensiones, recrea el horizonte distante,
que nos recuerda las llanuras del campo.
Igualmente introduce la practicabilidad
de la vertical con sus connotaciones
ascensionales de progreso, su impulso
36
vital. El bulevar celebra por sobre todo la
horizontalidad y con ella la sensación, y
a veces la idea de que la gente no vive
una sobre otra sino contigua, al lado. 
Calle y bulevar garantizan su comple-
mentariedad de términos diferentes uni-
dos a las plazas; un sistema de elemen-
tos urbanos proveedores de un buen
equilibrio de nuestros ensueños y de
nuestra vida imaginaria e imaginante.
En la calle, la actitud es familiar, como
si estuviéramos en el dominio de lo pri-
vado y propio, en tanto que en el bule-
var el parisiense se sintió habitante de
una capital en relación con el provincia-
no y el extranjero.
De allí que la recreación de los buleva-
res en otras ciudades, tal como se hizo,
tuvo como objetivos recrear esos atri-
butos propios, reafirmar idealmente en
provincia el carácter de prolongación,
de extensión territorial de la capital,
sus rasgos sacralizantes, elevando al
rango de reflejo el lugar reflejante de
una calidad de vida urbana intensa y
metropolitana.
El espacio unitario primero de toda ciu-
dad, sin lugar a dudas, fue la plaza, el
primer recinto y ámbito colectivo.
Cualquiera sea su forma: triangular, cir-
cular, cuadrada o variada, cualquiera sea
la distorsión de la figura básica en su
regularidad, tamaño, escala, rostros que
la presiden, estos verdaderos edificios
urbanos, construidos a lo largo de la his-
toria, se insertan, cualquiera sea su
37
1- Santa María del Fiore
2- Plaza de la Annunziata
3- Palacio de Uffizzi4- Plaza de la Señora 
5- Calles articulativas
9.
38
número, armoniosamente en el entorno,
permitiendo recrear el encuentro, el
reencuentro, la expresión, la manifesta-
ción, la honra.
Construidas a partir de un monumento,
de un lugar sacralizado, frente a una
iglesia, a un edificio público y como pro-
longación natural de ellos, la plaza 
-desde la plaza de pueblo o barrio- cons-
tituye el lugar donde el niño, los enamo-
rados o el anciano, pueden caminar con
sus ritmos propios y gozar de ellos o del
espectáculo público de otros seres.
Pero a este tipo de ámbito cerrado se
empieza a oponer, como contra figura, el
ámbito de encuentro de múltiples calles
y trayectos. Las esquinas, cruces, encru-
cijadas, encuentros de caminos, son pun-
tos de particular significación. Pero a
diferencia de la plaza-recinto parece casi
la negación de la ciudad, por ser un
lugar donde no puede uno detenerse,
donde es peligroso hacerlo. En este
espacio el tiempo aparece consumido y
no objeto de consumo. Todo allí parece
excesivamente iluminado, todo multipli-
cado, vigorizado: el ruido, el miedo, los
colores. Es el epicentro de la violencia,
de la irritación. Aquí la inhumanidad
reviste el carácter propio de la ciudad y
se confunde con el corazón de ella
(Picadilly Circus) y en alguna manera
expresa los aspectos negativos de la ciu-
dad: es el lugar en el que nadie puede
ceder a su rival y para sobrevivir debe
recurrir a todos sus recursos físicos y
psíquicos. La gente que se aproxima a
estos ámbitos no busca la paz de la
plaza sino explorar la dimensión dramá-
tica de la ciudad.
Una serie de equipamientos de gran
valor simbólico aparece calificando el
lugar: el quiosco de diarios se presenta
aquí, al igual que en las estaciones de
trenes, para el hombre de paso, apurado,
en partida, señalando la plaza-encrucija-
da. También en estos lugares aparecen
abrigos contra la intemperie, como luga-
res de espera, precarios o firmes, de
tranvías o de ómnibus. Estos albergues
son símbolos de la forzocidad, de la
necesidad de trabajo y de la regularidad
a que dicha necesidad nos somete. Los
ómnibus en París o en Londres, con sus
horarios marcados en estos rincones o
en simples postes que los sustituyen a
veces, indican el programa de aparicio-
nes sucesivas, regulares, puntuales, sim-
bolizando la estabilidad en medio de un
mundo que tiembla, se derrumba en
derredor de nosotros. Pareciera proteger
al usuario del constante flujo de vehícu-
los y gentes que pasan alrededor.
También cumple funciones de signo indi-
cando la correcta dirección de nuestra
distante destinación, permitiendo una
mejor lectura de la ciudad. 
La existencia de un poste es suficiente
10. Edificio calle. Palacio Uffizzi
39
40
11. La calle-plaza protegida. Galería Vittorio 
Emanuele.
12. La calle protegida. Bazar de Isphahn
41
13. Detalles característicos. Calle-recova Bologna
14. La calle de funciones clasificadas, la recova donde el peatón es glorificado. Calle de Bologna
42
para indicar un lugar, para generar una
especialidad circundante que se sustrae
de la calle, de la vereda y aparece como
refugio. Estos lugares parecieran haber
consumido el tiempo, decíamos, deman-
dan total exactitud, nos remiten al cro-
nómetro que condiciona nuestro trabajo
y nuestra vida.
En esta encrucijada asistimos al triunfo
del movimiento sobre la inmovilidad y por
ello mismo a la negación de la ciudad, por
cuanto una circulación rápida e intensa
no permite reconocerse, conocer a los
seres. Sólo el peatón tiene el ritmo y el
tiempo que requiere el comunicarse. Por
otra parte, este cruce, esta encrucijada,
celebra al automóvil como un "adentro"
elegido por el hombre para proyectarse en
el espacio, y por ende en el tiempo.
En ese lugar el hombre, adoptando su
segunda naturaleza, aquélla de automo-
vilista, ve delante de sí sólo automóviles,
es indiferente a las gentes y satisface su
deseo de intimidad en su segundo hogar,
ambulante y sin raíces. Pero curiosamen-
te la luz roja y verde, que regularmente
paraliza el tránsito desmitifica al auto
que, desprovisto de velocidad, quieto,
pierde todo su valor.
Lo extraño es que a pesar de estos ras-
gos, el nudo, el cruce, la encrucijada-
plaza que constituye una ruptura de
continuidad urbana, de sus otros aspec-
tos de negación de la ciudad, constituye
paradójicamente uno de los puntos de
mayor atracción y paradigmáticos del
hombre urbano en tanto exalta y valora
algunas de las calidades propias del
mismo, tales como celeridad de reflejos,
discontinuidad, nuevos comienzos rápi-
dos, comprensión cabal de una situación
complicada en brevísimo tiempo, vale
decir, todo lo opuesto a una conducta
armoniosa y lenta.
Por su parte, la autopista es la cele-
bración del flujo constante, del despla-
zamiento libre, sin esfuerzos, de mane-
ra continua, fuente que libera al hom-
bre de su cuerpo.
En cuanto a los orígenes de la calle
podemos encontrarlos en el mismo
punto del origen de la plaza, cuando
ésta había adquirido una magnitud y
densidad que requería la prolongación de
sus caracteres fuera del recinto, vincula-
do a él, sobre canales espaciales.
Lo cierto es que a pesar de tantos cam-
bios acaecidos desde ese remoto origen
metafórico, las calles han cambiado
algunas de sus funciones pero no su
esencia de ser: el lugar de los primeros
contactos humanos, de intercambio
entre seres, de comunicación, que ningu-
na sociedad puede eliminar sin el riesgo
de acentuar los fenómenos de alienación
del hombre de su mundo, de su cultura
y, por ende, de su ciudad.
La calle convertida en elemento de
15. La calle medieval
43
estructuración de la imagen urbana
sufre evoluciones históricas relevantes a
lo largo de los últimos 8 siglos.
De ser un estado comunitario, prolonga-
ción de la plaza, articulado a ella orgáni-
camente en un tejido medieval, la calle
pasa a ser un instrumento de orden y
control, una forma simbólica (en el sen-
tido de Cassirer) capaz de expresar valo-
res ideológicos de una sociedad que se
quiere ordenada, clasificada. 
La calle como distrito, como corte hori-
zontal y vertical de un área, rostro la
más de las veces de ella, adjudicado a
una corporación, a una actividad, con un
rol específico en el equilibrio social de la
ciudad medieval, pasa a ser un instru-
mento abstracto de control físico y psí-
quico de la ciudad del siglo XVI.
El desencadenante de esta potencialidad
lo constituye, en el Renacimiento, la
introducción deslumbrante de la pers-
pectiva polar o central que permitiendo
medir y definir con precisión, desde un
punto, el campo visual, introduce la
dimensión escenográfica y la representa-
ción en el paisaje urbano.
El rigor de alineación de los edificios y la
servidumbre de sus fachadas o rostros
para describir por igual un intrínseco
orden de sus organismos y el orden uni-
versal del dominio público contribuye a
la idealización de la calle como lugar,
como pieza de valor autónomo, casi
autosuficiente, con indiferencia por su
rasgo de soporte existencial, emocional y
social. Nace el primer edificio calle, en el
"caput mundi" del Renacimiento, en
Florencia en el edificio que Vasari cons-
truye para los Uffizzi. Nace la calle uni-
ficada y unificadora, controladora impe-
cable de nuestros ritmos vitales.
A cada concepción del mundo le corres-
ponde una concepción del espacio y un
sistema de representación o perspectiva.
Al mundo copernicano le corresponde, el
espacio mensurable, escandido y verifica-
ble por la perspectiva central, como al
einsteniano contemporáneo, le corres-
ponde el espacio fluido inasible, multidi-
mensional, sólo imaginable como forma
simbólica por la perspectiva axonométri-
ca, representación sintética, económica,
síntesis de corte, planta y fachada, repre-
sentación objetiva que nos aleja del obje-
to y nos ubica en el lugar o punto de
vista infinito como auténticos demiurgos.
Pero si analizamos la evolución, vemos
varias etapas previas y roles cambiantes
antes de arribar a la extinción de la calle
y su inteligibilidad como elemento urba-
no. La actual, aparece en las ciudadesabstractas del movimiento moderno
desde 1920, disociada de su compromiso
existencial y de su rol de figura, trans-
formada en pieza autónoma y autosufi-
ciente, erigida en autopistas que nada
tienen que ver con las calles de las cua-
les abjuraron.
El Renacimiento que entroniza el rigor,
la razón, el orden, fatigará hasta el ago-
tamiento el papel de la calle como vehí-
44
culo para su corporización.
El Barroco retomará el concepto exten-
diéndolo a la posesión integral del territo-
rio urbano y rural. En Roma tensionará
con la calle, los monumentos dispersos de
un territorio histórico, rico en sedimentos
como es la totalidad de los monumentos
cristianos basilicales articulados y tensio-
nados en una trama que se ofrece como
soporte de los recorridos procesionales,
los de los peregrinos, ulteriormente como
soporte del desarrollo urbano y actual-
mente del psiquismo estructurado de sus
habitantes, merced a proveer un fondo
total y definitivamente estructurado.
La posesión territorial se hace evidente
en la lección de Versalles donde el
palacio imperial se erige como "caput
mundi", nodo referencial y de conver-
gencia de todas las direcciones que
emanando de ella se enseñorean del
paisaje, de Francia y simbólicamente
del mundo todo. 
La capacidad configurante de la imagen
urbana, es entendida con profundidad
por un Laugier que en sus Ensayos sobre
la Arquitectura de 1755, nos describirá
las claves de la belleza urbana y desta-
cará, jugando un rol esencial, a las
calles, que uniformemente diseñadas y
definidas por el poder gubernamental en
su recorrido, perfil y carácter deberán
vincular los territorios interurbanos con
las puertas de la ciudad, calificadas en
sí mismas o por la prístina geometría de
sus plazas inmediatas.
Pero la calle devendrá en el siglo XIX en
instrumento, complejizado en su sec-
ción altamente mecanizada, de servicio
a una ciudad industrial que debe ser
además industriosa.
Haussmann inventa el bulevar o prome-
nade, ese canal vinculante de los gran-
des complejos (ferroviarios, gubernamen-
tales, sociales, etc.) de la ciudad indus-
trial como un organismo que sirve de
transporte de bienes y servicios, que pro-
longa los conceptos del Barroco, pero
que redefine como gran plaza lineal, que
entroniza los lugares recreativos de la
campiña y la naturaleza extra urbana en
la interioridad de su organismo, como
miniaturización higienista y convocante
de la humanidad socializada. Como arte-
facto socializante y socializador irrumpe
trayendo rostros y comportamientos
nuevos al seno urbano. Durante 50 años
las promenades de París serán usadas,
reusadas hasta olvidar la esencia que les
diera legitimidad, siendo declinados en
remotas latitudes como símbolos de ads-
cripción a un cuadro de valores de la
metrópolis idealizada como exponente
excelsa de la mayor y más rica intensi-
dad de vida y sentido de la ciudad.
Hombres hechos y educados en estos
marcos culturales de países centrales
decretarían en un nuevo credo la pose-
sión didáctica del territorio, clasificando
actividades que luego espacializarán en
unidades escindidas y estancas. La
"calle corredor" es anatemizada y la
45
46
calle aislada, con funciones exclusivas y
excluyentes, entronizada como elemen-
to único. Sus consecuencias en la des-
trucción del tejido de las ciudades exis-
tentes y en la erección de ciudades fan-
tasmales, está a la vista.
Sin embargo, nuevas reflexiones llevarán
a un Kahn a definir la calle como edifi-
cio, que quiere un espacio propio en los
muros contra la decadencia en que se
transforma la autopista central de
Philadelphia, convirtiendo en pieza poli-
funcional estratificada (1961), en calle
convencional capaz de albergar los nuevos
y viejos usos reciclando el sistema, com-
poniendo la partitura de la arquitectura
del movimiento, definiendo calles pasan-
tes, de ritmo "staccatto", calles "cul de
sac" de estacionamiento y calles peatona-
les, cobijando o encalando los multiusos
comprometidos y contaminantes que la
historia se ha obstinado en perpetuar en
las ciudades figurativas que subsisten.
Stirling buscaría la formalización estricta
de la entidad calle y todo el neorraciona-
lismo hará su revalorización sacralizada.
16. Boulevard Lenoir. Paris
17. Philadelphia 1954. Kahn
47
Todo ámbito admite múltiples lecturas
globales que no se excluyen sino que
enriquecen nuestro conocimiento del
mismo y merece remitificarse en la
medida en que podamos asumirlo mejor,
cuando su vitalidad permite ser enrique-
cida por el hombre o, inversamente,
enriquece a este. Su autenticidad deriva
de su expresividad. 
Querríamos, para desmitificar y remitifi-
car, reducir críticamente y exaltar acti-
vamente una serie de lugares en función
de su autenticidad, más aún que por su
importancia de grandes elementos. La
potencialidad descriptiva, la capacidad
imaginante habla del valor y de la rique-
za de la imagen. El lugar inspirado es
aquél que puede inspirar al hombre
común y al sensible descifrador, escruta-
dor y amante de los lugares. Lo imagina-
rio se reconoce en los cambios que pro-
duce y nos produce abriéndonos nuevos
rumbos, deseos de nuevos horizontes y
nuevos lenguajes.
La plaza o la calle son lugares-umbrales,
experiencias inaugurales de confirma-
ción de un ambiguo teatro-límite, de
una experiencia límite. La plaza extrae
su grandeza de una multitud unificada y
diversa, de una entrevista. En la omnico-
municación propia del espacio urbano,
que tornando todo tipo de encuentro
posible produce un estado de "cuasi"
vértigo, aparece la plaza como un refu-
gio que acoge a todo ciudadano de una
manera propia, adecuada a él. Se erige
así en una suerte de oasis, de paraíso, de
simulacro del paraíso celeste, claramente
simbolizado en el patio-claustro islámi-
co, en el que el agua y la vegetación
remiten al soñado lugar de la otra vida,
larga y definitiva. De este modo, una
especularidad paradisíaca aporta la paz.
La plaza puede ser tratada como un ser
CAPITULO IV
LA PLAZA
autónomo, dotada de un sentido y capaz
de organizar su tiempo y sus personajes.
Por sobre todo, representa la tensión
equilibrada entre movilidad y quietud,
claramente expresada en sus usuarios
habituales, que comprenden todo el
espectro de edades y sus consiguientes
manifestaciones cotidianas dominantes.
Las manifestaciones y los encuentros
colectivos con su poder social quedan
como caracteres potenciales recesivos. 
Los árboles, el césped, las piedras, el agua,
que hablan de una abundancia edénica
aparecen como residuos con poder evoca-
tivo del paraíso-naturaleza. Basta la
introducción de uno de estos elementos
para que la más pura geometría de los
trazados y de los edificios se diluyan en
una suerte de negación y aparezca, una
alusión a nuestro estado primitivo,
aunque sea al nivel de nuestro incons-
ciente. Es posible que en gran medida
el carácter de refugio tenga como
fuente esta imagen natural. Hay, sin
embargo, una gran mayoría de plazas
que poseen una atmósfera provincial,
ofreciendo el espectáculo de la conven-
ción. Son, por sobre todo, sus usuarios
habituales los que con sus hábitos
tiñen de ese carácter a estos nodos:
los niños, las mujeres y sus carrillos,
los ancianos, los enamorados y, a
veces, los solitarios que descubren una
manera de ser de la ciudad que igno-
raban y se hace evidente, que se ofrece
para reflexionar, escapando a la movi-
lidad y flujo de las calles.
El papel jugado por la plaza es funda-
mentalmente el de traer orden a los
habitantes, integrándolos. Toda ciudad
requiere un centro social relacionado
con su esencia, y la plaza es, precisa-
mente, el espacio arquetípico sociali-
zador, articulado con su tejido o fábri-
ca, ubicada generalmente -como ya
dijimos- en posición central, y cuyo
grado de interrelación depende del rol
cívico, religioso, comercial, múltiple
que puede cumplir. Generalmente su
significación radica en la naturaleza
del envolvente del recinto o en el
carácter y significación de sus elemen-
tos protagónicos incluidos. 
Con el resurgimiento urbano acaecido
en el alto medioevo, aparecenciudades
nacidas naturalmente y que reconocen
su génesis en la pre-existencia de un
centro religioso, de una catedral o de un
monasterio, de un castillo o del entre-
cruzamiento de rutas comerciales
importantes. Por otro lado hay un rena-
cer de ciudades antiguas romanas o
aparecen nuevas ciudades planificadas,
en Italia, por ejemplo: Siena, entre las
primeras, Verona, Piacenza, Florencia,
entre las segundas.
Las plazas adquieren en Europa, en la
Edad Media y en el Renacimiento, sus
momentos de máximo esplendor. En el
medioevo adoptan una forma orgánica y
se transforman en el foco de múltiples
funciones colectivas de la vida cotidiana
48
49
urbana: aparece en ellas el teatro, la
ceremonia religiosa, los eventos guberna-
mentales, las decisiones colectivas, el
intercambio comercial de los mercados.
Los únicos edificios públicos son las igle-
sias y los salones comunales. Con el
Renacimiento, la mayor parte de estas
actividades, desarrolladas en el escenario
del espacio público externo, empiezan a
desplegarse en organismos edilicios espe-
cíficos. La plaza medieval de forma natu-
ral, armoniosa, continua en relación con
el tejido, es sustituida conforme a un
nuevo orden social y político: la comuna
reemplazada por la "signoría", una ciu-
dad-estado casi democrático sustituida
por una autocracia, encuentra su correlato
en una nueva concepción del mundo, en
su representación y su expresión. Aparece
así la plaza regular, geométrica, manifesta-
ción del nuevo orgullo cívico, la que tam-
bién ve su propio cuerpo como objeto de
despliegue de la geometría. Sin embargo,
sólo advertimos cambios cualitativos y
ningún desarrollo funcional de mayor
complejidad. Con el Barroco veremos más
aún la plaza transformada en nodo de un
sistema vial a escala urbana, más dinámica
que la plaza renacentista y más excluyente
del pueblo y del usuario común. 
18. La Plaza Medieval poseída Barrocamente, Plaza Navona
50
19. Planta Plaza del Campo. Siena
20. Ubicación Plaza del Campo en Siena
21. Vista Plaza del Campo
51
22. Plaza lateral Duomo, Siena
23. Palacio del Pueblo, entrada Plaza del Campo, Siena
52
53
24. Perfil urbano San Gimignano
25. Vista PLaza de la Cisterna, San Gimignano
26. La Plaza Medieval, a veces combinadas
1- Plaza de la Cisterna
2- Plaza del Duomo
27. Vista Plaza de la Cisterna
54
28. Plazas medievales de libre diseño, irregula
res, como generadoras del tejido orgánico de
la ciudad a la que se articulan. Bérgamo
29. Plaza bajo el municipio articulando la Plaza 
Cívica y la de la Catedral. Bérgamo
55
En la ciudad medieval los componentes
básicos son el recinto amurallado
demarcatorio de los confines de la segu-
ridad, del adentro y el afuera; un sistema
vial laberíntico generado por la cons-
trucción, en pequeños terrenos, de una
muy densa edificación; la escasez de
grandes espacios públicos que encuentra
como contrapartida específica espacios
cívicos, religiosos y comerciales empla-
zados centralmente y unificando orgáni-
camente la composición global de la ciu-
dad. Los apretados edificios, las estre-
chas calles que rematan en estos recin-
tos y cierto destino común homogéneo,
de elite calificada por el mundo interior
del recinto amurallado confería a los
caracteres espaciales de las plazas el
sentido de ámbitos comunitarios, esta-
res, extensiones de la propia vivienda y,
por carácter transitivo se lo confería a
los trayectos.
En algunas ciudades reconocemos ámbi-
tos especializados frente a la Catedral y
al palacio municipal, como en Siena o en
Florencia; pero en la gran mayoría de los
casos se busca articular ambos dominios
igualmente relevantes. Por ejemplo en
Bérgamo, la Plaza Vieja y la del Duomo
se integran espacialmente mediante el
Palazzo de la Raggione que, elevado
sobre pilotes, preside ambos territorios. 
En cuanto a las plazas de los mercados,
cuando éstos eran de alimentos de uso
diario aparecían bastante centrales, pero
se dispersan en cuanto adquieren espe-
cialización, y finalmente aparecen en la
periferia, generalmente junto a las puer-
tas de la ciudad cuando son regionales, a
escala de pueblos comarquinos.
En el medioevo, de manera clara, sobre
todo en las ciudades de fundación roma-
na, el crecimiento se hizo irradiando del
corazón centralizado del foro transfor-
mado en plaza. La relación de la plaza
con la ciudad cambia, en tanto elemento
de ésta, conforme al crecimiento del
organismo urbano, y siguiendo a estos
cambios cambia también su naturaleza.
Si bien su localización es siempre central
no es fija, y su forma sumamente varia-
da, orgánica, concomitante con el proce-
so de gestación de la ciudad, está condi-
cionada por la topografía, por el perfil y
por la posición de los edificios existen-
tes. Así la Plaza del Campo surge de la
convergencia de tres colinas sobre las
que se despliega Siena. Vale decir que
son rasgos distintivos de las plazas de la
época, la centralidad, el carácter irregu-
lar orgánico de su forma, emergente
como parte integral de la composición
urbana. Por otro lado recibieron ricos tra-
tamientos arquitectónicos en las fachadas
de sus edificios públicos, en las recovas,
en plataformas, fuentes, y pavimentos y
quedaron, en general, desembarazadas del
tráfico principal de la ciudad que pene-
traba en ellos con tramas articulativas,
subrayando así el carácter convocante, de
congregación ciudadana, que actuaba en
el gobierno de su destino.
56
En la ciudad del Renacimiento, el rasgo
fundamental fue el de una actitud de
renovación revolucionaria más que
incremental (rasgo típico de las inter-
venciones medievales), y así asistimos a
los cambios puntuales, a renovaciones
pequeñas que transforman ámbitos
medievales pre-existentes en otros con
características estéticas de simetría,
equilibrio y armonía de nuevo cuño. La
intervención en Verona, próxima a plaza
de la Erbe (lugar del viejo foro), dedicada
aún hoy a la actividad mercantil, se dio
en la Piazza dei Signari con estos rasgos.
En otros casos los cambios fueron en
gran escala mediante la demolición de
barrios o áreas medievales para alojar
nuevas piezas, como en Florencia, en la
Plaza de la S.S. Anunziata a partir de
Bruneleschi, o en Vigevano, a partir de
Bramante, y a lo largo de 2 siglos. En
ambos casos asistimos a las plazas para-
digmáticas del Renacimiento. La de
Florencia, rodeada por el Hospital de los
Inocentes conforme a una configuración
de U abierta sobre un eje simétrico que
une al conjunto con el Duomo, presidido
por la iglesia. Todos los lados ostentan la
uniforme calidad y ligereza de las reco-
vas. En Vigevano, a 30 Km de Milán, una
plaza de 40 x 120 m aparece como un
edificio unificado, abierto, de estilo uni-
30. Plaza Pombal. Lisboa
57
31. a-b Plaza del Campidoglio
58
32. Versalles
33. Plaza de la Estrella. París
59
60
61
forme focalizado en uno de sus lados
menores, donde una iglesia de fachada
barroca exalta la axialidad y la profundi-
dad perspéctica. En ambos casos esta-
mos en cuartos exteriores de la comuni-
dad, vividos intensamente por estudian-
tes y turistas uno, por habitantes comu-
nes de la ciudad el otro.
Nuevas plazas distritales aparecen en
áreas de desarrollo urbano, como es el
caso de la ampliación renacentista de
Ferrara, contigua al viejo asentamiento
medieval, continuando en grilla muy
bien ajustada a principios geométricos y
a una realidad existente. En este ensan-
che urbano que duplica el área de
Ferrara, frente a una expectativa de cre-
cimiento que nunca se verificó, asistimos
al primer plan de desarrollo urbano bidi-
mensional desde el mundo romano. En
ella la plaza Ariostea surge con una
ausencia total de compromiso con un
contexto predominante.
Finalmente tenemos otra categoría de plazas:
las de Sabioneta y Palma Nova, inscriptas en
el geométrico trazado de ciudades ideales, en
la intersección de vías.
Pero los cambios son sólo espaciales y no
funcionales, basados en requerimientos
puramente estéticos de tratar de armonizar
los espacios con los edificios circundantes,
exaltando tal vez algún edificio celebrado

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