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Salve Madre La Inmaculada y España - Carlos Ros

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Salve 
Madre
Carlos Ros
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Advertencia al lector
En el año 1994 publiqué un libro titulado La Inmaculada y Sevilla. Ahora pretendo con
Salve Madre. La Inmaculada y España extender los horizontes de ese libro primero a los
confines de la Península Ibérica. Y aprovecho la ocasión para agradecer a la Editorial
SAN PABLO la acogida de este libro en su Catálogo.
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Capítulo 1 
¿Incurrió María en el pecado original?
¿Cómo era María, la Madre del Señor? ¿Pequeñita, alta, sonrosada, morena, rubia? Esos
«periodistas» –y lo pongo entre comillas porque, en verdad, no pretendían hacer de
reporteros– llamados Mateo, Marcos, Lucas y Juan, nos dejaron poquísimos datos de la
Virgen. Se pueden contar con los dedos de la mano las veces que María es citada en los
evangelios. Pero así es mejor, porque lo mismo que su Hijo, cada cristiano va formando
en sí el retrato vivo de la figura de la Madre.
Recuerdo que, hace unos años, compré en el mercado artesanal de Abidján, capital de
Costa de Marfil, una imagen de la Virgen. Estilizada, en madera de caoba, toda negra, se
halla en estos momentos en un lugar bonito del monasterio de Santa Inés de Sevilla.
Virgen negra en África, rosada la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla, mestiza la
Guadalupana de México o morena la Montserratina de Cataluña, con perfiles de angustia
nuestras Dolorosas o con aire de resplandor las Inmaculadas de Murillo. María, tan
discreta Ella en las Escrituras, ocupa plaza de honor en el corazón de los creyentes.
Miles y miles de capillas, ermitas, iglesias, santuarios están dedicados a advocaciones
marianas o poseen imágenes de la Virgen. Numerosas congregaciones religiosas llevan
su nombre y se acogen a su amparo. Millones de mujeres, y también de hombres, son
reconocidos desde el Bautismo con el nombre de María... Negra, blanca, mestiza, de
Este a Oeste, de Norte a Sur, por todo el planeta, María es reconocida y venerada. 
Y en nuestra España, ¿para qué hablar? Todo huele a María: cante, copla, música de
iglesia, poesía, pintura, escultura... No se puede comprender nuestro país sin referencias
a María. María cala hondo en nuestro pueblo, y este pueblo, tan mariano, sabe cantarla
desde siempre. Sería hermoso hacer un estudio de la copla popular andaluza, por
ejemplo, en su referencia a María y se vería qué hondura teológica nace de esas letras
nacidas en el anonimato del pueblo. Los villancicos, por ejemplo, o las saetas. Uno se
pregunta, desde su teología, de dónde sale una verdad tan tierna sobre María, tan
amorosamente filial. O esos pueblos de nombre mariano. Cuenta José Augusto Sánchez
Pérez en su libro El culto mariano en España:
—No existe nación alguna que pueda presentar como España tantos centenares de
nombres geográficos de villas, lugares y aldeas, caseríos, ermitas y términos, que se
conocen con el nombre de Santa María seguido de la indicación del lugar. Ni existe
nación alguna con el número de leyendas y tradiciones marianas que España conserva.[1]
Y los obispos españoles:
—¿Cómo no recordar el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la
fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la
Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares,
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Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar,
Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para la formación
sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender
la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento
que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la
Inmaculada. Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular
del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la
Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros
de nuestras familias. A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores
músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe
contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y
escultores.[2]
Quisiera invocar a Santa María en las mil advocaciones de nuestra tierra; las más
maravillosas advocaciones que un pueblo haya podido imaginar para piropear a una
madre: Almudena, Arantzazu, Begoña, Covadonga, Desamparados, Fuencisla,
Guadalupe, Macarena, Montserrat, Pilar, Rocío, Sonsoles, Valme, Valvanera...
En fin, Santa María de todos los colores y de todos los nombres, ruega por nosotros.
* * *
Nos ceñiremos en este libro a una de las prerrogativas de la Virgen María: su
Inmaculada Concepción, y al papel extraordinario que España ha protagonizado, por
encima de otras naciones, en el desarrollo y consecución de este misterio hasta su
declaración como dogma de fe.
El misterio de la Inmaculada Concepción no aparece explicitado en las Sagradas
Escrituras. Surgirá en la vida de la Iglesia en una etapa posterior, por un desarrollo
progresivo de la doctrina mariana, llevado el pensamiento cristiano a deducir que Dios
había concedido a María una plenitud de gracias extraordinarias como Madre de Dios.
Definido en el concilio de Nicea (325) la divinidad de Jesucristo y en el de
Constantinopla I (381) la existencia de un alma humana en Jesús, quedaba a la Iglesia
definir el papel de María en relación con un Jesús, Dios y hombre verdaderos. El
concilio de Éfeso (431) definió a María como Madre de Dios y el de Letrán (649) su
virginidad perpetua.
La Madre de Jesús es así definida dogmáticamente como virgen y madre, expresiones
que se encuentran en las Sagradas Escrituras y confesadas por la Iglesia desde sus
orígenes. La maternidad divina y la virginidad perpetua de María se convierten en los
dos misterios-base de una mariología posterior, que tratará de conceder a la Virgen
María la plenitud de todas las gracias, por privilegio singularísimo de Dios. Comienza
así la Iglesia a penetrar en el misterio de María y a deducir en la evolución del dogma los
otros privilegios que Dios quiso conceder a la Siempre Virgen y Madre de Dios. Y se
dirá:
—Como inmune de pecado personal, María es llena de gracia.
—Como inmune de pecado original, María es inmaculada.
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Pero la doctrina del pecado original, desarrollada por san Agustín, retrasará el avance
progresivo de la doctrina de la Inmaculada y será causa de no pocos conflictos teológicos
al tratar de aunar y concordar ambos dogmas. Si el género humano, como descendiente
de Adán, nace inficionado con el pecado de origen, María, como criatura humana, no
puede liberarse de él. Pero ello choca con la plenitud de gracias que la Iglesia presiente
que Dios ha concedido a María. ¿Puede Dios consentir que María pudiera estar, aunque
sólo fuera por un instante, bajo las garras de Satán? San Cirilo de Alejandría, en el
concilio de Éfeso, donde se definió la maternidad divina de María, pronunció esta
brillante frase:
—¿Quién oyó nunca que el arquitecto, cuando edifica una casa para él mismo, ceda
primero a su enemigo la ocupación y posesión de ella?
Es decir, ¿cómo puede Dios consentir que la que va a ser Madre de su Hijo sea
poseída y ocupada por su enemigo el diablo?
Tienen que concordarse estos misterios. Debe haber alguna explicación que aúne la
universalidad del pecado original y, por consiguiente, de la redención de Cristo, con la
plenitud de gracias en María.
El concepto de pecado original, propio del cristianismo, lo recoge san Pablo en la
Carta a los romanos (5,12-21): «Si por un hombre (Adán) entró el pecado en el mundo y
por el pecado la muerte, y la muerte se propagó sin más a todos los hombres, dado que
todos pecaban...». Pero también: «Si por el delito de uno solo resultó en la condena de
todos los hombres, así el acto de fidelidad de uno solo (Jesucristo) resultó en el indulto y
la vida para todos los hombres».
Para decirlo con palabras del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: «Por su pecado,
Adán, en cuanto primer hombre, perdióla santidad y la justicia originales que había
recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los hombres. Adán y Eva
transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por su primer pecado,
privada por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta privación se llama pecado
original».[3]
¿Incurrió María en el pecado original? Destinada a ser la Madre del Hijo de Dios,
¿sería privada como los demás mortales de la santidad y la justicia originales?
Ésta es la cuestión.
María no ha bajado del cielo, ha nacido de unos seres humanos, por generación
natural. Por tanto, descendiente de Adán. Luego le afecta la herencia del pecado original.
Es la objeción primera que se planteaban los escolásticos.
Añadían esta otra: Es imposible la concepción inmaculada por la universalidad del
hecho de la redención de Cristo.
En tiempos de san Agustín, presionada la Iglesia de Occidente por la herejía de
Pelagio, que negaba el pecado original, obligó a los teólogos, y especialmente al mismo
san Agustín, a defender la universalidad del mismo. No había tiempo ni serenidad para
dedicarse a otros menesteres. San Agustín no explicita o intuye el misterio de la
Inmaculada Concepción. Pero es él, cuando dice que todos pecamos porque todos hemos
nacido de Adán –apoyado en Romanos 5, 12: «(en Adán) todos pecaron»–, quien afirma
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«exceptuada la Virgen María, de la cual, por el honor debido al Señor, no quiero suscitar
cuestión alguna, cuando se trata de pecados».[4] O sea, que no se plantea el tema. Lo deja
aparcado, y no se avivará hasta siglos después, con el inicio de la escolástica.
En unos primeros momentos, ya metidos en la Edad Media, se vivirá este misterio
pacíficamente, sin precisarse su alcance teológico, y se celebrará su culto en la liturgia.
Es a mediados del siglo XII, tras la célebre carta de san Bernardo a los canónigos de
Lyon, cuando comienza la controversia teológica que dura todo el período del
escolasticismo y se prolonga hasta mediados del siglo XVII. La bula de Alejandro VII
Sollicitudo omnium Ecclesiarum paraliza definitivamente esta polémica de siglos al
imponer penas graves a los que ponen en duda la creencia piadosa. Se cierra así la puerta
de las disputas habidas en ese siglo, triunfan los inmaculistas y ya sólo resta aguardar un
momento favorable para la definición del dogma.
* * *
La fiesta del 8 de diciembre vino de Oriente, donde se celebraba desde muy antiguo
como Concepción de santa Ana, siguiendo el Protoevangelio de Santiago, un apócrifo
escrito a fines del siglo II en el que se narra los orígenes de la Madre de Jesús. Hay
documentos ciertos del siglo VII, y tal vez del V, que hablan de la celebración de esta
fiesta en Oriente.
—En el Typicon o Ritual de San Sabas († 531), escrito hacia el 485, se señala la fiesta
de la Concepción para el 9 de diciembre; pero como consta que este ritual se modificó
con posterioridad, no se sabe con certeza si dicha fiesta pertenece a la primera redacción
o a las correcciones posteriores. Hacia el año 675 escribió San Andrés de Creta su
Canon, y allí se señala ya como fiesta la Concepción de Santa Ana. Del siglo VI tenemos
una homilía de Juan de Eubea sobre la Concepción de la Santísima Virgen María. Del
siglo IX conservamos el Nomocanon de Focio, donde se designa entre los días
completamente feriados el 9 de diciembre, y se da la razón: porque en él se celebra la
Concepción de la Madre de Dios.[5]
Fueron los países nórdicos –Irlanda, Escocia, Gran Bretaña y también la Normandía,
en Francia– los primeros en celebrarlo en Occidente, «hasta el punto de que, durante los
siglos XIII y XIV, a la festividad del 8 de diciembre se le llamaba corrientemente la
fiesta de los Normandos».[6]
Un discípulo de san Anselmo de Canterbury († 1109), padre de la mariología
científica, fue el primer teólogo que escribió un tratado sobre la Inmaculada Concepción.
Se llamaba Eadmero († h. 1134), benedictino, quien en su Tractatus de conceptione
sanctae Mariae[7] hace la distinción entre concepción activa, la de los padres (en el
pecado), y concepción pasiva, la infusión del alma por Dios (sin pecado). Y propone el
célebre ejemplo de la castaña:
—¿No podía acaso Dios conferir a un cuerpo humano que Él mismo se había
preparado como un templo permanecer libre de toda punzada de espinas, aunque hubiera
sido concebido entre los pinchos del pecado? Es claro que podía hacerlo y lo quería. Si
7
pues lo quiso, lo hizo: potuit plane et voluit; si igitur voluit, fecit.
El potuit, voluit, fecit (pudo, quiso, luego lo hizo) o también el potuit, decuit, ergo
fecit (pudo, era conveniente, luego lo hizo) concluyó siendo célebre desde entonces.
¿Quién le pone fronteras a Dios? Quería hacerlo, podía hacerlo, luego ahí está: María fue
concebida sin pecado original. O dicho en verso:
¿Quiso y no pudo? No es Dios. 
¿Pudo y no quiso? No es Hijo. 
Digan, pues, que pudo y quiso.
Un argumento así, apodíctico, por narices, es convincente en la discusión acalorada,
pero poco académico. Se trata de razonar el misterio, en la medida en que un misterio
puede ser razonado.
San Anselmo, por ejemplo, no aceptó la doctrina de la concepción inmaculada porque
no supo conciliar este misterio con el dogma de la universalidad de la redención de
Cristo, el único concebido y nacido de una virgen madre por obra del Espíritu Santo y el
solo en no haber incurrido en la ley de la transmisión del pecado original. María, sin
embargo, habiendo sido concebida de modo natural, como todos los hombres, de un
padre y de una madre, debe sujetarse a la ley de la generación humana y por tanto
también salpicada por el pecado original en el momento de su concepción.
Pero en su tiempo ya se celebraba en Inglaterra la fiesta de la Concepción de María.
Esta reticencia de los teólogos chocó desde el primer momento con el fervor popular.
La fe sencilla del pueblo aceptó desde un principio este misterio y celebraba la fiesta
cada vez con mayor solemnidad. Que los teólogos se avíen para explicarlo
teológicamente. Lo que llevará siglos de controversias.
Estas comienzan con san Bernardo de Claraval († 1153), otro enamorado de la
Virgen, cuando se opuso a la celebración de esta fiesta. Sucedió hacia 1140. Llegó a
oídos del abad de Claraval que los canónigos de Lyon habían decidido en capítulo
celebrar con toda solemnidad la fiesta de la Concepción de la Virgen. San Bernardo les
escribió una carta, que llevaba dinamita:
—Nuestra Reina, la Virgen, no necesita de honores falsos, adornada como está de
tantos títulos de verdadero honor.
Y les amonesta:
—Nos maravillamos de que hayáis cambiado vuestro color introduciendo una nueva
solemnidad que ni la costumbre litúrgica de la Iglesia reconoce, ni la razón aprueba, ni la
tradición antigua recomienda.[8]
Para san Bernardo «la prerrogativa de una concepción santa se reservaba sólo al único
que santificaría a todos... Sólo él [Cristo] fue santo antes de su concepción». Era lógico,
pues, que no se podía celebrar la fiesta de la Concepción de quien aún no ha sido
santificada. No se tenía en aquel tiempo una idea clara de la concepción de una criatura,
de la animación, del instante de la infusión del alma. Se pensaba que el pecado original
se transmitía por la concupiscencia del acto generativo. «¿Cómo pudo estar ausente el
pecado donde estuvo presente el placer sensual?», escribe san Bernardo. Surgía así un
nuevo ser de existencia vegetativa y sensitiva (generación activa de los padres). Y sólo
8
después de un tiempo (30 días para el hombre y 80 días para la mujer), Dios infundía en
la nueva criatura el alma racional (generación pasiva).
Según este planteamiento, María fue santificada después de ser concebida. Y como lo
que se celebra es la concepción natural de la Virgen María, concebida de Joaquín y de
Ana, no se puede celebrar lo que aún no es santo. La propia controversia que se suscita
en el escolasticismo ayudará a esclarecer que la animación de la Virgen (concepción
pasiva de los escolásticos) ocurre en el mismo instante que la concepción activade los
padres.[9]
Pero el pueblo no sabe de estas sutilezas escolásticas. Un hecho prodigioso, que se
propagó por Occidente, contribuyó a la difusión de la celebración de este misterio: la
visión milagrosa tenida por el abad de Ramsay, Helsin.
Ocurrió en el siglo XI. En el año 1070, Guillermo el Conquistador envió al abad
Helsin a una misión junto al rey de Dinamarca. Cuando la embajada volvía a Inglaterra,
una furiosa tempestad hizo zozobrar la embarcación. El piadoso abad invocó a la Virgen
y ella acudió en su socorro. Un mensajero celestial le anunció que saldría con vida si
celebraba la fiesta de la Concepción de la Virgen todos los 8 de diciembre. Llegado a su
abadía de Ramsey, estableció esta fiesta y se convirtió en un incansable propagador de
las excelencias de la Virgen María en su Concepción inmaculada.[10]
La divulgación del prodigio de Helsin suscitó los ánimos de los canónigos de Lyon
para celebrar esta fiesta con toda solemnidad. Pero el grito de alerta de san Bernardo fue
el punto de partida de una larga controversia teológica en el seno de la Iglesia, mientras
el pueblo llano seguía celebrando la fiesta sin ninguna repugnancia.
Los grandes teólogos del siglo XIII, siguiendo a san Bernardo, sostuvieron la doctrina
maculista: el Maestro de las Sentencias Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, san
Buenaventura, san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. No faltaron los
inmaculistas, como Honorio Augustidonense, Guillermo, Ricardo Ángel, Inocencio IV,
Carlos del Espíritu Santo y san Pascasio. Pero éstos no tenían el peso específico de los
anteriores.
San Buenaventura, el doctor seráfico, se apunta a la opinión de san Bernardo:
«Creemos, como se cree comúnmente, que la Virgen ha sido santificada después de
haber contraído el pecado original».
Para san Alberto Magno, la Virgen contrajo el pecado original porque fue concebida
por generación sexual que implica la concupiscencia carnal.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) fue escéptico a este misterio. Escribió más
sobre los ángeles que sobre la Virgen, y de ahí el apodo con que se le conoce: Doctor
Angélico. El tema de la Concepción Inmaculada lo trató sólo tangencialmente al referirse
a la impecabilidad de Cristo.
—Si María hubiera sido concebida sin pecado original, no habría sido redimida por
Cristo y, por tanto, éste no sería el Redentor universal de los hombres, lo cual disminuye
su dignidad.[11]
Respecto a la festividad litúrgica de la Concepción Inmaculada el día 8 de diciembre,
tan extendida ya en las Iglesias de Occidente, advierte santo Tomás:
9
—Aunque la Iglesia Romana no celebre la Concepción de la Bienaventurada Virgen,
tolera, sin embargo, la costumbre de algunas Iglesias, que celebran esa fiesta. Por lo
tanto dicha celebración no debe ser totalmente reprobada. No obstante eso no significa
que la concepción de la Virgen María haya sido santa. Pero, como el tiempo de su
santificación se ignora, lo que se celebra en ese día de la Concepción es más bien la
fiesta de la santificación que la de la concepción.[12]
Santo Tomás sostenía que debía negarse la inmaculada concepción de María, puesto
que, excepto Cristo, todos tienen necesidad de salvación. La escuela tomista le siguió
fielmente y de ahí vendrá, de la fidelidad al Doctor Angélico, las peleas dialécticas en las
que se verá envuelta la Orden de Predicadores a lo largo de varios siglos.
Un franciscano escocés va a desenredar la madeja en que se halla sumida esta
cuestión. A principios del siglo XIV llegó a la Universidad de París el franciscano Juan
Duns Escoto (1265-1308, beatificado por Juan Pablo II). En Oxford había regentado una
cátedra de teología y como su maestro Guillermo de la Ware (muerto hacia el 1300),
también franciscano, defendía el misterio de la concepción sin mancha de la Virgen
María.
París, con unos doscientos mil habitantes, mostraba bulliciosa y estudiantil la mejor
Universidad de la cristiandad. En sus muros aún se recuerdan los nombres de sus
maestros de otros tiempos, como Abelardo o Pedro Lombardo. Y por sus aulas ha pasado
el más prestigioso de los teólogos medievales: santo Tomás de Aquino.
La Universidad de París es maculista. Y de este ambiente, hostil en ciertos momentos,
se percata el nuevo profesor que ha llegado de las Islas británicas. Una disputa teológica,
tenida en 1307, tres años después de su llegada a París, cambiará el rumbo de la teología
mariana en el misterio de la concepción inmaculada. Las disputas públicas de los
profesores eran frecuentes y Escoto se somete a una de ellas. Fueron tan sutiles las
respuestas a los agudos argumentos que le plantearon, que se le señaló con el nombre de
Doctor Sutil, con el que ha pasado a la historia.[13]
Duns Escoto vino a demostrar que la Inmaculada Concepción no repugna a la
universalidad del pecado original y a la universalidad de la redención de Cristo. La
concepción y la animación son simultáneas. María, santificada desde el primer instante
de su concepción, fue redimida (se salva así la universalidad de la redención de Cristo),
no con redención restauradora o liberativa, propia de todos los mortales, sino por una
redención «en modo sublime», con redención preservativa.
La objeción de los adversarios consistía en que, si María fue concebida sin pecado
original, se menoscababa la gloria del Hijo, ya que se podía afirmar que no fue redentor
de todos y cada uno de los hombres. Pero el Doctor Sutil vino a demostrar que sí fue
redimida, con la redención más eminente, al ser preservada por los méritos de su Hijo
del pecado original. María tuvo que ser redimida del modo más perfecto y ello no podía
consistir en una purificación del pecado original, sino en la preservación de él. Dicho en
palabras de un teólogo moderno, Karl Rahner, «María es la redimida de la manera más
perfecta, el prototipo por antonomasia de la redención».[14]
Una nueva luz, proyectada en los escritos de Escoto, ilumina el camino hacia la
10
solución teológica. La «opinión de Escoto» se convierte en la «opinión franciscana» u
«opinión piadosa», difundida por sus discípulos. Los franciscanos se muestran sus más
vivos defensores y la Universidad de París, maculista hasta entonces, se convertirá en
inmaculista. La opinión piadosa se hace mayoría en los centros universitarios y a
mediados del siglo XIV el cartujo Enrique de Hasia pudo escribir que la opinión piadosa
es sostenida por casi todos en la Iglesia excepto por una sola Orden: «Fere ab omnibus
de Ecclesia tenetur (pia opinio) excepto uno ordine».[15]
Los dominicos tratan, ante el triunfo de Duns Escoto y la actitud tomada por las
universidades de París e Inglaterra, de conocer el sentimiento de la sede romana y
llevaron el proceso en 1325 al tribunal de Juan XXII, residente entonces en Avignon.
El Papa aparece por primera vez como árbitro en una querella secular que divide a la
cristiandad. El pontífice reúne a las dos partes y las hace discutir en su presencia. Frente
a la elocuencia de los dominicos aparecen las razones de los franciscanos, que inclinaron
la balanza a su favor. El Papa optó por ellos y, para sancionar su juicio, ordenó celebrar
la fiesta de la Inmaculada Concepción en su capilla y en la ciudad de Avignon con
pompa inusitada.
Los dominicos no se sienten por ello abatidos. En 1373, el dominico español Juan de
Monteson declara en la Universidad de París que la creencia en la Inmaculada
Concepción «va directamente contra la fe», provocando la reacción del franciscano Juan
Vital, con su libro Defensorium Beatae Mariae Virginis. Siguió una declaración de 30
teólogos de la Sorbona, que juzgaron la tesis del dominico «escandalosa, presuntuosa y
ofensiva». Varios dominicos se unieron a las afirmaciones de Monteson y dijeron no
tener miedo a llevar este conflicto por segunda vez ante la Santa Sede. Clemente VII,
papa reinante entonces, dio a cada campo sus jueces. Pero Monteson, previendo su
fracaso, huyó a España y a lo lejos continuó su lucha. No por ello dejó de ser condenado
y la doctrina favorable a la Virgen María logró el placet de lasegunda sentencia
pontificia.
11
Capítulo 2 
Se debate en los concilios
Las Revelaciones de santa Brígida de Suecia (1302-1373) en favor de la Inmaculada
Concepción, impugnadas por sus enemigos, recibió el aval del concilio de Basilea
(1436).
Resultó una cosa curiosa. Contemporánea de santa Brígida, de espíritu cisterciense,
fue la monja dominica santa Catalina de Siena (1347-1380). Ambas fueron espíritus
místicos que gozaron de éxtasis y revelaciones. Y ambas, canonizadas por la Iglesia.
Pues bien, en una revelación a santa Brígida la Virgen María le confesó que fue
concebida sin pecado original. En otra revelación, tenida por santa Catalina de Siena,
ocurrida en 1377, confesó que no había sido inmaculada en su concepción.
Evidentemente, una de las dos padeció de visión ilusoria.
Benedicto XIV, que trató este tema, en su De Servorum Dei beatificatione et
Beatorum canonizatione, cita a varios autores que acusan de falsarios a los editores
como causantes de esta interpolación en los escritos de santa Catalina. Pero Benedicto
XIV, con evidente buen juicio, señala que la santa sencillamente se equivocó y en su
buena fe creyó que la Virgen María le decía en éxtasis lo que ella tantas veces habría
escuchado en su orden dominicana. El teólogo dominico cardenal Cayetano, maculista
él, trata de restar importancia a estas revelaciones y afirma que si hay que tomar en
consideración a una de las dos, será mejor escuchar el parecer de santa Catalina, que fue
canonizada en tiempo seguro cuando sólo existía un Papa en la Iglesia, y no a santa
Brígida, canonizada durante el cisma de Occidente.[16]
Traigo a colación esto para que se vea cómo la disputa teológica, ejercicio intelectual,
se mezcla con los éxtasis y el fervor popular en este largo proceso de clarificación del
dogma.[17]
El tema de la Inmaculada pasa de las escuelas teológicas a debatirse en los concilios.
Concilios antiguos ya se habían pronunciado de alguna manera. En el año 649, el
concilio de Letrán, tenido en tiempo del papa Martín I, proclamó a la Virgen María
«sanctam semperque Virginem et inmaculatam», santa, siempre Virgen e inmaculada.
En el año 680, el tercer concilio de Constantinopla aprobó la carta sinodal de san
Sofronio, patriarca de Jerusalén, donde se decía que «el Hijo de Dios se encarnó en el
seno virginal de María, santa, casta, divina, exenta de toda mancha, ab omni
inquinamento liberae».
En el año 737, el segundo concilio general aprobaba la carta sinodal de Teodoro,
patriarca de Jerusalén, en la que se decía que «la Madre de Dios, antes y después de su
alumbramiento, ha sido creada más sublime en gloria y en luz que toda criatura visible e
invisible».
12
El concilio de Constanza (1414-1418) estaba tan atareado en acabar con el Cisma de
Occidente, que no tuvo tiempo de ocuparse del tema inmaculado, a pesar del deseo de
Fernando I de Aragón, que envió como embajador a fray Antonio de Caxal para que
trabajase decididamente por la definición dogmática, ni el deseo de la Cofradía de la
Purísima de Barcelona, que envió una carta al emperador del Sacro Imperio para que
intercediera ante el concilio.
En el concilio de Basilea –convocado en esta ciudad suiza por el papa Eugenio IV en
1431, fuera de los territorios dominados por las grandes potencias– se tratará
formalmente por primera vez el misterio de la Inmaculada Concepción. Cuatro naciones
están representadas en este concilio: Italia, Francia, España y Alemania.
Algunos miembros conciliares pidieron que la creencia en la Inmaculada Concepción
fuese declarada piadosa. Pero la mayoría decidió que no era piadosa, sino herética, si no
era verdadera. Había que esclarecer este punto capital del que dependía todo.
El tema fue llevado a la sección de la fe y se formaron dos grupos, uno a favor de los
privilegios de María, otro en contra. En un reñido combate, se halla de un lado, fray Juan
de Montenegro, italiano, provincial dominico de Lombardía, insigne orador con vastos
conocimientos teológicos, y fray Juan de Torquemada, religioso también dominico,
reputado como un teólogo consumado. Del otro, defensores de la pía opinión, fray Pedro
de Perqueri, franciscano, provincial de Aquitania, y especialmente Juan de Segovia,
conocido como El Segoviano, canónigo de Toledo, teólogo enviado al concilio por Juan
II, rey de Castilla.[18]
Fue un concilio polémico convocado el 1 de febrero de 1431 por Martín V. Días
después, 20 de febrero, fallecía el Papa y el concilio comenzó sus sesiones en el mes de
julio bajo el pontificado de Eugenio IV con tres temas fuertes: la reforma de la Iglesia, la
unión de la Iglesia griega que, amenazada de los turcos, buscaba un acercamiento a
Roma, y, como fondo, el espinoso problema conciliar, es decir, si el Papa debía
someterse al concilio o se hallaba por encima de él. Cuando en 1436 se planteó el
traslado del concilio a un lugar que favoreciera la presencia de los griegos, el papa
Eugenio IV propone una ciudad italiana, por su cercanía a él y fácil acceso de los
griegos; el concilio baraja una serie de lugares allende la frontera de Italia, para no verse
sometido al control de la curia romana.
Y aquí surge la anécdota curiosa que ha permanecido perdida en el fragor de este
polémico concilio. Entre otras ciudades europeas que aparecían sobre el tapete ante los
padres conciliares con los típicos reclamos turísticos de hospitalidad, buen clima, etc., la
embajada castellana dejó caer también su propuesta.
En los reinos de España, proclamaron en un solemne latín, existían muchas ciudades
en las que se podría celebrar un concilio ecuménico, pero entre todas ellas sobresalía
una, Sevilla, a la entrada misma del Mediterráneo, abundosa en todo lo necesario a la
vida humana, «adeo ut intra orbis nobis notum ulla fertilior, ulla amenior, ulla denique
aeris equalitate salubrior nunquam vel vix reperiri valeret», ni más fértil, ni más amena,
ni de un aire más saludable en todo el orbe conocido. Y aunque un poco lejos, reconocen
en su informe en latín, a los griegos les resultará de fácil acceso al poder llegar hasta los
13
mismos muros de la ciudad en sus barcas de remos.
No prosperó la petición castellana, pero ahí queda ese bonito piropo a la ciudad de
Sevilla proclamado por nuestros embajadores en el concilio de Basilea.[19]
Cuando Eugenio IV decretó (18 de septiembre de 1437) el traslado del concilio a
Ferrara, en territorio italiano, invitando a los príncipes a que retirasen sus embajadas de
Basilea para que acudieran a la nueva sede conciliar, se produjo la ruptura inevitable. Un
nuevo cisma se cernía sobre la Iglesia. Dos concilios ecuménicos se excomulgaban
mutuamente: uno en Basilea y otro en Ferrara.
El tema de la Inmaculada se trató en Basilea cuando ya el concilio había roto sus
lazos con Roma. Por tanto, para el futuro no tendrá validez de concilio ecuménico lo allí
tratado. Pero es bueno que lo recordemos.
Juan de Segovia escribió Siete alegaciones y también Siete Avisos, para informar a los
padres conciliares «acerca de la Inmaculada Concepción de la sacratísima Virgen María
y de su preservación del pecado original en el primer instante de su animación».
Manifiesta que el Antiguo Testamento coloca a María en una zona especial, fuera o por
encima de la miseria humana, y que su nacimiento, como su persona y su vida, goza de
un privilegio especial. Y el Nuevo Testamento habla tan claramente como el Antiguo.
—Él nos dice que María es llena de gracia, que el Señor está con ella, que es bendita
entre todas las mujeres, que todas las generaciones la declararán bienaventurada, que el
Señor ha hecho en ella cosas grandes, que el Hijo de Dios la ha venerado como su
Madre.
E invita al concilio, que «tiene la llave de la ciencia y de la autoridad», a proclamar
dogmáticamente este misterio y sellar la fe de los cristianos, acrecer su piedad y
devolver la paz al mundo católico.
—Si el concilio se separa sin decidir nada, las dudas, las perplejidades, las querellas
comenzarán de nuevo con gran daño de la religión y de la paz pública. La guerrano
quedará circunscrita a los teólogos y al clero; descenderá hasta el pueblo; irá a las
mujeres, a los paisanos, a los soldados. La Iglesia sola, por la voz del concilio, puede
prevenir de tales peligros y dar el reposo a la cristiandad al afirmar su fe. Tal es el papel,
la misión, el deber del concilio. No sabría ejercer este papel, llenar esta misión, cumplir
este deber, si no aplica sus poderes a la glorificación de la Virgen proclamando
solemnemente su divino privilegio, lo que le valdrá el patronazgo de María y el
reconocimiento del universo.
En Basilea quedaron pocos obispos, integrados los recalcitrantes mayoritariamente
por doctores y sacerdotes. En la sesión del concilio tenida el 17 de septiembre de 1439,
declararon los Padres conciliares:
—Habiéndolo sopesado todo con madura ponderación, definimos y declaramos que la
doctrina que defiende que la gloriosa Virgen María, Madre de Dios, previniéndola y
operando en ella una gracia singular de la divina largueza, no estuvo sujeta en ningún
momento al pecado original, sino que estuvo siempre inmune de toda culpa original y
actual siendo santa e inmaculada, es una doctrina piadosa y conforme al culto
eclesiástico, a la fe católica, a la recta razón y a la Sagrada Escritura, y por tanto tiene
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que ser aprobada, defendida y aceptada por todos los católicos, no siéndole lícito a nadie
predicar ni enseñar lo contrario.[20]
No es una definición formal, pero sanciona la opinión inmaculista y establece la
obligatoriedad de la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción en toda la
Iglesia. En España, que reconoció este concilio, tuvo este decreto una enorme influencia
para el desarrollo de la pía opinión.
Lo que se comenzó llamando «opinión de los menores», es decir, de los franciscanos,
a partir del concilio de Basilea mereció el título de «opinión piadosa».
El decreto del concilio de Basilea llegó a Valencia el 13 de agosto de 1440. El júbilo
se apoderó de los valencianos. Los frailes de San Francisco salieron a la calle bailando y
con ministriles. Todos, caballeros, damas y pueblo llano hicieron de aquel día uno de los
de mayor júbilo de la ciudad en muchos años.
Pero hay una ciudad, Madrid –pueblo entonces pequeño castellano, faltará más de un
siglo para que sea Corte–, que hizo voto de celebrar la fiesta de la Concepción de María
«con ayuno en su víspera» el 20 de abril de 1438, un año antes de la declaración del
concilio de Basilea.
—La fiesta debía de celebrarse el 8 de diciembre en la parroquia de Santa María de la
Almudena, pregonándose el ayuno en su víspera, y ordenando asistiesen a la fiesta y
procesión todas las cofradías con sus candelas encendidas, prohibiendo el trabajar hasta
terminada la procesión. Este acuerdo se tomó por el ayuntamiento, clerecía y todas las
personas notables de Madrid, hallándose reunidos en la parroquia de San Andrés, con
motivo de celebrarse la fiesta de san Isidro Labrador, que estaba allí enterrado, y que
entones se hacía el 20 de abril, y la cofradía del Santo, erigida hoy en Sacramental de
San Pedro y San Andrés, fue la que hizo la proposición por la que se acordó el expresado
voto.[21]
Este voto fue renovado el 19 de noviembre de 1621, en la Capilla Real, en manos del
patriarca de las Indias don Diego de Guzmán, y el 18 de diciembre, «con gran
solemnidad y grandeza», la Villa de Madrid hizo solemne voto y juramento en la iglesia
mayor ante don Enrique Pimentel, obispo de Valladolid. Posteriormente, el 19 de febrero
de 1653, «como de Corte y Cabeza que es de la mayor Monarquía», renovaron el voto
«en manos del ilustrísimo señor don fray Pedro de Orozco, obispo de Temnia, del
Consejo de su Majestad y sufragáneo del arzobispado de Toledo… por cada uno de
nosotros en particular, por todos los vecinos y moradores de Madrid, a quien
representan, de sentir y defender que en el primer instante de vuestro ser fuisteis
preservada de la culpa original, pura y limpia, con abundantísima gracia de Dios, como
escogida para Madre suya, y para Reina y Señora nuestra y de todo lo criado; y que si
fuere necesario daremos por esta verdad la sangre y las vidas…».[22]
La ciudad de Huesca hizo semejante voto en 1450. Y en 1466, Villalpando (Zamora)
y las doce aldeas de su jurisdicción realizaron también el voto solemne de defender el
misterio de la Concepción Inmaculada. Este pueblo se gloría de conservar un pergamino
de cuatro hojas que contiene la escritura del voto. Este mismo año, a 29 de agosto, hizo
voto semejante el cabildo catedral de Burgos, obligándose a no comer carne la vigilia de
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la Concepción «e otro día de su fiesta, la guardar así como las otras que manda guardar
la iglesia en la cuaresma».[23]
* * *
La primera posición oficial de Roma sobre esta materia corresponde a Sixto IV
(1471-1484). El nepotismo desenfrenado de este Papa se notará nada más subir al trono
pontificio. En su primer consistorio, dio ingreso en el colegio cardenalicio a dos de sus
sobrinos: Pedro Riario, que recibió entre otras la sede hispalense, sin aparecer por ella,
hasta que murió prematuramente a los 28 años sumido por sus vicios, y Julián de la
Rovere, que sería con el tiempo Julio II. Nepotista también con su familia religiosa –
franciscano conventual, llegó a ser general de su orden–, estableció que la solemnidad
litúrgica de san Francisco fuera reconocida fiesta de precepto.
Amigo de la belleza y de la munificencia, el arte le debe la Capilla Sixtina que lleva
su nombre, dedicada a la Inmaculada Concepción.
He aquí un Papa que hizo bien poco en el campo estrictamente religioso, pero que
contará, por su amor tierno a la Virgen, en los anales marianos como el primero que se
pronuncia a favor del misterio inmaculado.
La aparición de un folleto[24] en 1475, escrito por fray Vicente Bandelli, dominico, más
tarde general de su orden, fue la chispa que prendió en un nuevo revuelo. El folleto,
anónimo, sin firma, recogía la posición dominicana y calificaba como impía la opinión
de los inmaculistas. Le respondió contundentemente el general de los franciscanos
Francisco Insuber, de Brescia, apodado Sansón. El papa Sixto IV intervino con la
constitución Cum praeexcelsa,[25] de 28 de febrero de 1476, que aprobaba el Oficio de la
Inmaculada Concepción compuesto por el franciscano Leonardo Nogarolis de Verona.
Un oficio para ser recitado por los sacerdotes en la fiesta de la Concepción de la Virgen,
con una clara doctrina inmaculista. Comenzaba así:
—Immaculata Conceptio est hodie Sanctae Mariae Virginis, cuius innocentia indita,
cunctas illustrat ecclesias (Hoy es la concepción inmaculada de Santa María Virgen,
cuya inocencia original ilustra todas las iglesias).
Pero lo más importante es la oración, compuesta por Nogarolis, que ha llegado hasta
la liturgia actual:
—Oh Dios, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen preparaste una digna
morada a tu Hijo; te suplicamos que así como por la muerte prevista de tu mismo Hijo la
preservaste de toda mancha, así nos concedas también por su intercesión que lleguemos
puros a Ti...
El dominico Bandelli trató de componer su Oficio, que consistió prácticamente en
sustituir la palabra concepción por santificación del Oficio de Nogarolis: «Celebremos la
Santificación de la Virgen María...». Escribió un tratado teológico[26] con una selección de
260 testimonios de las Escrituras, Santos Padres, pontífices, teólogos, dominicos,
franciscanos, agustinos, carmelitas, que iban contra la doctrina de la Concepción
inmaculada. Y se reitera en la impiedad de los defensores de la pía opinión.
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Como las controversias entre dominicos y franciscanos continuasen, Sixto IV escribió
la bula Gravis nimis en 1481, dirigida al padre Bandelli, donde especifica que el objeto
de la fiesta del 8 de diciembre celebra la concepción y no la santificación de María. Una
segunda bula, también llamada Gravis nimis, firmada el 4 de septiembre de 1483,
prohíbe que los dos bandos se acusen de herejes y advierte que serán excomulgados los
que impugnen este misterio. Dice el Papa:
—A la verdad,no obstante celebrar la Iglesia Romana solemnemente pública fiesta de
la concepción de la inmaculada y siempre Virgen María y haber ordenado para ello un
oficio especial y propio, hemos sabido que algunos predicadores de diversas órdenes no
se han avergonzado de afirmar hasta ahora públicamente en sus sermones al pueblo por
diversas ciudades y tierras, y cada día no cesan de predicarlo, que todos aquellos que
creen y afirman que la inmaculada Madre de Dios fue concebida sin mancha de pecado
original, cometen pecado mortal, o que son herejes celebrando el oficio de la misma
inmaculada concepción, y que oyendo los sermones de los que afirman que fue
concebida sin esa mancha, pecan gravemente... Nos, por autoridad apostólica, a tenor de
las presentes, reprobamos y condenamos tales afirmaciones como falsas, erróneas y
totalmente ajenas a la verdad e igualmente, en ese punto, los libros publicados sobre la
materia... [pero se reprende también a los que] se atrevieren a afirmar que quienes
mantienen la opinión contraria, a saber, que la gloriosa Virgen María fue concebida con
pecado original, incurren en crimen de herejía o pecado mortal, como quiera que no está
aún decidido por la Iglesia Romana y la Sede Apostólica...
La Grave nimis de Sixto IV toma posición contra Bandelli, pero temiendo el Papa el
recrudecimiento de disputas entre dominicos y franciscanos, se quedó en la tibieza
intermedia de censurar a ambas partes. Que cesen las controversias inmaculistas y las
acusaciones mutuas de herejía. Deben ser reprobadas las afirmaciones de los
predicadores que digan que pecan mortalmente los que confiesan que la inmaculada
Madre de Dios fue concebida sin mancha de pecado original... Pero también deben ser
reprendidos los que afirman que viven en la herejía o incurren en pecado mortal los que
sostienen que la Virgen María fue concebida con pecado original.
A pesar de esta bula, no se hizo la paz.
Brotes de disputas teológicas seguirán surgiendo en uno u otro lugar. La controversia
pasó a las Universidades alemanas. En Leipzig hubo un enfrentamiento entre el
dominico Jorge de Frickenhauser y Juan de Breitenbach, autor de una Disputatio
brevissima de immaculato conceptu Virginis gloriosae (1489). En Fráncfort se dijeron
palabras gruesas desde el púlpito el franciscano Sprenger y el dominico Wirth. En Berna,
Suiza, el escándalo estalló en farsa. «Algunos dominicos, haciéndose los santos,
simularon apariciones para probar que la Virgen había sido concepta in peccato. Tras
relativo éxito, el fraude fue desenmascarado y una comisión inquisitorial condenó como
herejes a cuatro de estos dominicos, que fueron quemados el 31 de mayo de 1509».[27]
Pero la causa inmaculista gana terreno. Se hace doctrina común en todas las
religiones, salvo la dominicana, y las Universidades se comprometen con juramento en
la defensa de este misterio, comenzando por la prestigiosa Universidad de París, tan
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maculista en otro tiempo. «El 3 de marzo de 1497, la Sorbona decretó que nadie sería
admitido a los grados universitarios si de antemano no se comprometía a defender con
todas sus fuerzas y por todos los medios la doctrina de la Inmaculada Concepción; y para
dar ejemplo, 112 doctores ya promovidos hicieron tal juramento el día 17 de septiembre
de aquel mismo año».[28]
Siguieron su ejemplo las Universidades de Colonia en 1499, Maguncia, en 1500;
Viena, en 1501; Nápoles, Palermo y Bolonia, en 1507. En España, fue la primera la
Universidad de Valencia, que hizo su promesa, juramento y voto en 1530. Y le siguió la
Universidad de Osuna, fundada en 1548 bajo la advocación de la Purísima Concepción,
que lo puso en sus estatutos.
A principios del siglo XVI son tantos los que defienden el misterio de la Inmaculada
Concepción, que el cardenal Cayetano confiesa en 1515 que son infinitos, a pesar de que
él sostiene la sentencia contraria. «Doctores tenentes B. Virginem esse praeservatam (a
peccato originali) sunt numero infiniti si ad modernos spectemus».[29]
* * *
El concilio de Trento (1545-1563), tras la ruptura protestante, se hizo necesario para
tratar en profundidad de la reforma de las instituciones de la Iglesia y de la doctrina.
Cuando en la sesión V, iniciada en mayo de 1546, se trató el tema del pecado original y
su universalidad, el obispo de Jaén, cardenal Pacheco, fervoroso inmaculista, puso sobre
aviso a la asamblea de la excepción de esta ley en favor de la Virgen María.
—Hay que pensar lo que se hace de la Concepción de la B. Virgen María; porque, ya
que del pecado original tratamos, hay que terminar a todo trance con ella.
Lo mismo que Juan de Segovia en el concilio de Basilea, el cardenal Pacheco, otro
español, interpretará en Trento el papel de campeón de la Virgen.
A Pacheco le hubiera gustado una definición de este misterio, pero otras voces se
levantaron sobre la no conveniencia por no irritar a la parte contraria. Pacheco insistió
que un silencio del concilio se podría interpretar como que la Virgen caía también bajo
el yugo del pecado original, lo que iba en contra del sentir general del pueblo de Dios.
Aparecieron en esos momentos por Trento los teólogos jesuitas Laínez y Salmerón, que
pusieron su grano de arena. Laínez, a pesar de sus dolores de cuartanas que le
molestaban, despachó un discurso de tres horas ante la asamblea sobre la Inmaculada
Concepción, que ayudó al esclarecimiento de la redacción del texto. Y así el 17 de junio,
después de definir que todos los hombres incurren en el pecado original, la asamblea
aprobó el siguiente decreto de compromiso redactado por Pacheco:
—Declara este Santo Sínodo que no es intención suya comprender en este decreto,
cuando se trata del pecado original, a la bienaventurada e inmaculada Virgen María,
Madre de Dios, sino que hay que observar las Constituciones de Sixto IV de feliz
recordación, bajo las penas incluidas en aquellas constituciones, las cuales el Concilio
renueva.[30]
Se hallaban presentes en esa sesión cuatro cardenales, nueve arzobispos, cuarenta y
ocho obispos, dos abades monacales, teólogos, embajadores, etc. Aquella mañana
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predicó en la misa mayor el dominico fray Marco Lauro, «para que esta ilustrísima
Religión tuviese parte en la solemnidad del día y con el apellido del predicador se viese
sobre el púlpito un símbolo del Lauro, debido al triunfo que había logrado el Inmaculado
Misterio».[31]
El concilio de Trento no se pronunció abiertamente, pero dejó las puertas abiertas
para una futura definición. En Trento, prácticamente todos eran inmaculistas. Tan sólo
un obispo, el de Mótula, se declaró abiertamente contra la Inmaculada.
Y aparece en liza una nueva Religión en la defensa del misterio inmaculado: la
Compañía de Jesús. Hasta entonces las disputas teológicas se habían ventilado entre
franciscanos y dominicos. Con la llegada de los jesuitas al mundo de la Iglesia, una
nueva fuerza inquietará a la orden dominicana.
Los jesuitas defendieron siempre este misterio: Laínez, Salmerón, Suárez, Canisio,
Bellarmino... El mismo san Ignacio de Loyola veneró en Manresa una imagen de la
«Virgen sin pecado». Y en 1553 prohibió que el Maestro Martín de Clave defendiera una
tesis favorable a este misterio en el primer acto público del Colegio Romano.
—¿Quién nos mete a nosotros a pelear con los frailes de Santo Domingo? –le dijo.
El 1 de octubre de 1567, Pío V, dominico, por la bula Ex omnibus afflictionibus,
condenó setenta y nueve proposiciones erróneas del belga Miguel de Bayo, profesor en
la Universidad de Lovaina, precursor de muchas posiciones jansenistas. Entre esos
errores se encontraba uno referente a la Inmaculada Concepción:
—Nadie, excepto Cristo, está exento del pecado original: así la santa Virgen ha
muerto a causa del pecado contraído en Adán; todas sus aflicciones han sido para ella,
como para los demás hombres, expiaciones del pecado original o actual.[32]
En 1568, Pío V promulgó un nuevo breviario, y en 1570, un misal reformado, en los
que quedan suprimidos los oficios y misas que no cuenten con más de doscientos añosde uso litúrgico.[33] El oficio y la misa de la Inmaculada, compuestos por Nogarolis, y
aprobados por Sixto IV, fueron sustituidos por el oficio y misa de la Natividad de la
Virgen, mudando la palabra Natividad en Concepción.
Esto creó decepción y protesta por parte de los franciscanos, quienes obtuvieron vivae
vocis oraculo el poder continuar rezando el oficio de Nogarolis. Como las controversias
no cesaban, se vio obligado a publicar el 30 de noviembre de 1570 la constitución Super
speculum Domini, donde renovaba las disposiciones de Sixto IV y del concilio tridentino
y prohibía la publicación de libros o tratados en lengua vulgar sobre la Inmaculada y la
disputa de estos temas en público o en sermones, que pueda producir escándalo en la
gente sencilla. Pío V restablecía el equilibrio entre ambas opiniones, colocándolas en
igualdad de trato y de responsabilidad, equilibrio que había sido roto un siglo antes con
la bula de Sixto IV a favor de la pía opinión. En las aulas universitarias, entre gente
docta, donde no hubiera peligro de escándalo, se podía discutir e impugnar ambas
opiniones, pero sin tacharse mutuamente de erróneas. Documento papal firmado por un
santo Papa dominico, que no resolverá las disputas teológicas y las puyas en los púlpitos.
Ni logró su propósito de que no se publicaran libros en lengua vulgar. Valgan unos
ejemplos. En 1582, el franciscano Cristóbal Moreno publicaba en Valencia un libro
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titulado Limpieza de la Virgen. Otro franciscano, Antonio Álvarez, dedicaba a la
Inmaculada «Once consideraciones» en su Sylva espiritual; y Felipe Díaz, también
franciscano, publicaba su Marial de la Sacratísima Virgen.[34]
Años después, el nuncio en España tendrá que invocar estas disposiciones para que se
aquieten los ánimos en Sevilla, cuando se armó lo que se llamó como «guerra mariana».
A finales del siglo XVI, Clemente VIII dio en un rescrito fechado el 1 de julio de
1598 una clara aprobación del catecismo de Belarmino, que será alabado también por sus
sucesores Urbano VIII, en su constitución Ex debito de 1633, y por Benedicto XIV por
su breve del 7 de febrero de 1742.
¿Qué dice el catecismo de Belarmino?
Pregunta: ¿Qué significan las palabras llena de gracias?
Respuesta: Nuestra Señora es llena de gracia porque no ha sido infectada por la
mancha de ningún pecado, ni actual ni original, sea mortal, sea venial.
Desde fines del siglo XV, con Sixto IV, hasta comienzos del siglo XVII, con
Clemente VIII, todos los papas, de una u otra manera, se han manifestado a favor de
María Inmaculada.
20
Capítulo 3 
Hispania inmaculista
Es unánime el considerar a España como la tierra que más se ha significado en el
florecer del culto de la Inmaculada Concepción.[35] «España ha sido el instrumento de la
Providencia para preparar el camino a la definición del misterio», confesión de
monseñor Malou, obispo de Brujas, eminente miembro de la comisión pontifica
nombrada por Pío IX para realizar los trabajos previos en orden a la definición
dogmática.
Vittorio Messori lo describe como un «ardor totalmente ibérico por la afirmación y
defensa de ese privilegio de María» y piensa que es fruto «de la antigua y profunda
actitud caballeresca que caracteriza el ánimo de la Península». Al igual que don Quijote
defendía el honor de Dulcinea, su amada dama, cuánto más cualquier caballero español,
llevado de estos sentimientos de la vieja España, estaba dispuesto a morir «por el honor
de la Dama por excelencia, por la ¡Señora de las Señoras! La afirmación de la
Concepción Inmaculada de esa Señora era vista por los españoles como parte ineludible
de su honor».[36]
Desde el punto de vista iconográfico, «la Inmaculada es una creación genuinamente
española».[37] «España fue… la nación de la Inmaculada. Lo es todavía: porque en
nuestros días el saludo del mendigo que pide una limosna es éste: Ave María Purísima.
El colegial que entra en clase saluda a su maestro, que le responde: Sin pecado
concebida. No hay predicador español que no comience un sermón cualquiera sin
pronunciar estas palabras preliminares: «Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo
Sacramento del altar y la pura y limpia Concepción de María Santísima, concebida sin
mancha de pecado original desde el primer instante de su ser natural». Augustin-Marie
Lepicier, que esto dice, lo escribe a mediados del siglo pasado.[38] Desgraciadamente hay
hoy una España muy diferente y sólo se escucha ya el Ave María Purísima en los tornos
de los conventos de clausura. Pero sí es cierto que la Inmaculada Concepción ha
seducido el alma del pueblo español durante siglos.
Un madrugador cantor de la Inmaculada, cuando este misterio aún se hallaba
incubando, sin desarrollo en la historia de la evolución de los dogmas, es el poeta
español Aurelio Prudencio. Tres ciudades se disputan su cuna: Tarragona, Zaragoza y
Calahorra. Nacido en el año 348, murió ya entrado el siglo V. Cantor de los mártires
hispanos en su más célebre obra Peristephanon, dedica su Cathemerinon (para cada día)
a unas oraciones para ser recitadas por la gente sencilla. En su Himno para antes de la
comida se lee:
Edere namque Deum merita 
Omnia Virgo venera domat: 
21
Tractis anguis inexplicitis 
Virus inerme piger removit 
gramine concolor in viridi.
Al describir Prudencio los efectos del pecado, trae la imagen bíblica de la mujer que
aplasta a la serpiente, y canta: «Pues la Virgen que mereció dar a luz a Dios triunfa de
todos los venenos; la serpiente, arrastrándose en sus ceñudos anillos, vomita sin fuerzas
ya su ponzoña en la hierba verde como ella».[39]
Las figuras de la mujer y de la serpiente aluden al texto bíblico del Génesis 3,15,
utilizado en la iconografía barroca para representar a la Virgen inmaculada, y por los
teólogos para encontrar vestigios escriturísticos al misterio de la Pura Concepción. Hay
en esos versos como un rumor en la lejanía de los argumentos que utilizarán los
defensores de la pía opinión.
Pero Prudencio no fue ni maculista ni inmaculista. Sencillamente no fue porque en su
tiempo, como hemos dicho, este misterio se hallaba aún incubando.
Como lo estaba en la época visigoda. San Leandro y san Isidoro, las dos grandes
lumbreras y gloria de la Iglesia de Sevilla, cantaron los loores de la Virgen María, pero
no sospecharon el misterio de la Concepción inmaculada. Ni san Ildefonso, arzobispo de
Toledo, en su tratado sobre La virginidad perpetua de Santa María. La primera fiesta
dedicada a la Virgen María fue instituida en el concilio X de Toledo (656), única fiesta
mariana celebrada en España hasta el siglo IX. Se celebraba en adviento, el 18 de
diciembre. Su nombre, Concepción de la Virgen, ha inducido a error a no pocos autores,
creyendo que se trataba de la concepción inmaculada de la Virgen. Lo cierto es que se
refería a la concepción de Jesús en María, fiesta que posteriormente se llamaría
popularmente de la Virgen de la O.[40]
El jesuita Juan Francisco Masdéu afirma que la fiesta de «la Concepción purísima de
la Madre de Dios, que se celebra ahora en todo el mundo, es gloria particular de la
nación española, que (en Occidente) fue la primera en introducirla desde la mitad del
siglo VII, y ha proseguido siempre en celebrarla con particular solemnidad».[41]
Y se apoya en el misal gótico o mozárabe donde aparece la fiesta de la Inmaculada el
8 de diciembre. Pero se funda en la edición del misal mozárabe editado por el cardenal
Cisneros, que intercaló el oficio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora.
La celebración de la concepción inmaculada de la Virgen penetra en la península
Ibérica en el siglo XII por Francia.[42] Una leyenda, sin fundamento histórico, pretende
decir que la fiesta de la Inmaculada ya se celebraba a finales del siglo XI o principios del
siglo XII en el monasterio de Irache, en la ribera de Navarra, al lado mismo de Estella,
poco después de la muerte de san Veremundo, su más conocido abad, muerto en 1092.
La realidad es que penetrará más tarde por el reino de Aragón.
En Barcelona, en 1281, el canónigo Bertrán deMolins fundó esta fiesta, con anuencia
del prelado y cabildo. Se dice que Arnaldo de Gurb, su obispo, sostuvo una disputa con
un judío sobre la Inmaculada en presencia del rey aragonés.[43]
Un misal hispalense, con pastas de madera, forradas de terciopelo verde, códice que
22
por sus caracteres parece del siglo XIII, que se halla en la catedral de Sevilla, registra en
las tablas del Santoral, que aparece al principio del libro, la fiesta de la Concepción el 8
de diciembre con octava y no aparece la conmemoración del Corpus Christi. Loaysa,
canónigo de la catedral, gran conocedor de las tradiciones sevillanas, dejó anotado en la
parte interior de su pasta: «Antes del año de 1311 por no tener la Fiesta del Corpus esto a
lo menos».[44] Luego esta fiesta aparece registrada en la catedral de Sevilla al menos a
finales del siglo XIII.
Se puede decir que a finales del siglo XIII, sin ser fiesta de precepto, el 8 de
diciembre cuenta ya en los calendarios litúrgicos de la península.
Alfonso X el Sabio fue otro cantor, admirable cantor de la Virgen, «est’a mellor cosa
que el (Dios) fez».[45]
El trovador de las Cantigas de Santa María muestra en la primera de las Cantigas das
cinco festas de Santa María un destello de la concepción inmaculada de la Virgen. Habla
de su nacimiento y recoge la leyenda de los Evangelios apócrifos del abrazo de Joaquín
y Ana ante la Puerta Dorada del Templo. Cuando llega al pasaje de su concepción, canta:
E logo que foi viva 
no corpo de sa madre, 
foi quita do pecado 
que Adán nosso padre 
fezera per consello 
d’aquel que pero ladre 
por nos levar consigo...
Aún no se había perfilado en la teología el concepto de redención preventiva. Alfonso
X, ¿hablaba de preservación o de santificación? Claramente hemos de decir que se
refiere a la santificación de la Virgen. Pero hay un chispazo, un nuevo destello en el
avance del misterio inmaculado de la Virgen.[46]
Tampoco podemos decir que su padre, el rey Fernando III el Santo, tributara culto a la
Inmaculada. En sus conquistas, ganada una ciudad, dedicaba la mezquita mayor –casos
de Córdoba y Sevilla, como más significativas– a la Asunción de la Virgen.
San Pedro Pascual, mozárabe valenciano, mercedario, obispo de Jaén, martirizado por
los moros en Granada el 6 de diciembre de 1300, canonizado por Clemente X el 28 de
junio de 1673, compuso en su prisión una defensa de la religión católica contra los
insultos de los moros y judíos, en la cual aparece esta proposición:
—Es conveniente saber y creer que la Virgen María es aquella de quien hablan los
Proverbios de Salomón; que ha sido escogida antes de la creación para ser la Madre de
Dios...; que Dios ha querido preservarla del pecado original, et voluit praeservare ab
oiriginali peccato, y de toda otra pena... Si María hubiese sido manchada por el pecado
original, habría que decir que ha sido durante un tiempo sujeta a la cólera de Dios, lo que
no puede ser dicho ni creído... Es por lo que la Virgen María, escogida por Dios para
alumbrar al Hijo de Dios, ha sido preservada por Dios de toda mancha, tanto original
como mortal o venial...[47]
San Pedro Pascual ha sido calificado como «el primer doctor de la Inmaculada».
23
Antes que Escoto defendiera este misterio en la Sorbona de París, ya el obispo de Jaén
había confesado la doctrina inmaculista en sus escritos.
También el mallorquín Raimundo Lulio (1231-1316), uno de los hombres más sabios
que ha habido, terciario franciscano, filósofo, poeta, teólogo y misionero, se adelantó a
Escoto en la apreciación del misterio de la Inmaculada Concepción. Conocido en su
tiempo por los apodos de Arabicus Christianus (árabe cristiano), Doctor Inspiratus
(Doctor Inspirado) o Doctor Illuminatus (Doctor Iluminado), escribió hacia 1290:
—La bienaventurada Virgen no ha podido ser manchada ni por el pecado actual ni por
el pecado original... Era necesario que fuese concebida sin pecado, a fin de que su
concepción y la concepción de su Hijo puedan corresponderse, invicem se
correspondeant.
Raimundo Lulio puede considerarse como precursor de Escoto. Como dice Juan Mir,
le «toca de derecho el honor de haber apadrinado a la Concepción Inmaculada antes que
el inmortal Escoto». Y continúa:
—Porque éste sacó en Oxford a pública palestra la prerrogativa de la Virgen, después
del año 1300, cuando Raimundo estaba ya harto de tratarla, como lo dicen sus obras
escritas..., donde fácilmente se podrá cualquiera convencer de haber el doctor Llull
defendido este misterio con más tesón que Escoto, de haberle enseñado públicamente en
la Sorbona antes que Escoto, de haber presentado razones más poderosas que Escoto, de
haber, en fin, puesto en más resplandeciente luz que Escoto la Concepción Inmaculada...
¿Qué nos dice la bibliografía tocante a Raimundo Llull? Que antes del año 1300 estaba
cansado de escribir y enseñar la piadosa sentencia. Enseñóla el año 1272 en el libro De
Principiis Theologiae; enseñóla el año 1285 en el libro Del amigo y amado, núm. 273;
enseñóla el año 1290 en el libro De laudibus Beatae Mariae, cap. 1; enseñóla el año
1295 en el libro Lectura artis invectivae et Tabulae generalis, dist. 3, p. 2, q. 127;
enseñóla en el año 1296 en el libro Arbor scientiae; enseñóla el año 1298 en el libro
Quaestiones super Libris Sententiarum, quaest. 96...[48]
Pero la obra fundamental de Raimundo Lulio sobre la Inmaculada es la titulada Libro
de la Concepción Inmaculada de la Beatísima Virgen, publicada en Sevilla en 1491 y
posteriormente en Valencia en 1518. Aunque el franciscano Pedro de Alva y Astorga
niega su autoría.
El padre Juan Mir considera a Raimundo Lulio como «el primer caudillo y campeón
de la pía sentencia», sin menoscabar la gloria del doctor Escoto. Tras ellos, en el alborear
del siglo XIV la pía opinión fue ganando terreno en las Escuelas, en los concilios y en
los documentos papales.
El Cancionero de Baena (hacia 1445) recoge unos curiosos versos que muestran, ya
entrado el siglo XV, cómo la disputa teológica sobre la Inmaculada entre franciscanos y
dominicos ha llegado también a nuestra tierra. Recopilado por Juan Alfonso, natural de
Baena, judío, secretario del rey Juan II de Castilla, describe, en la canción 323, el
diálogo entre Diego Martínez de Medina, «omne muy onrado e muy discrepto e bien
entendido», jurado de Sevilla, y el franciscano fray Lope del Monte. Diego Martínez, de
relevante cultura, enviado por los dominicos del convento de San Pablo de Sevilla,
24
pregunta al franciscano qué hay que creer sobre la concepción de la Virgen. Piensa que
los argumentos aducidos por ambas órdenes, dominica y franciscana, son igualmente
válidos. Por su parte, cree que la concepción de María tenía que haber sido santa, porque
si Dios la escogió por Madre, debía adornarla con toda clase de gracias:
Que su conçebçion fue santa 
por ser madre de quien tanta 
graçia le pudo dar...
Pero la autoridad de san Bernardo, tan devoto de la Virgen, «juglar de Dios», le pone
en duda. Y también la autoridad de san Agustín. Estos dos santos niegan la concepción
inmaculada.
Fray Lope del Monte, en su respuesta, trata de explicarle que san Bernardo «díjolo de
mal talante», cuando escribió a los canónigos de Lyon con motivo de la fiesta de la
Inmaculada; pero en un sermón de la Asunción se expresó de distinta manera, alabando a
María sin limitación alguna. Y que lea despacio a santo Tomás, atienda la predicación de
santo Domingo y sopese las razones que expone Duns Escoto. Testimonios de santos
antiguos, especialmente san Agustín, afirman la ley del pecado,
pero en la general ley 
non entienden encerrada 
la madre del alto Rey 
por ser privilegiada: 
asy fue dende sacada 
la Esposa del Salvador.
Fray Lope del Monte invita a Diego Martínez a que siga la opinión inmaculista,
advirtiéndole de los peligros que amenazan a los «fariseos» que atentan contra la gloria
de la Madre de Dios, imputándole un tan grave «pecado».
Diego Martínez le replica:
—Los dominicos no ponen en María «mansilla de ensusiamiento». Predican su
perpetua integridad,pero tratan de evitar el colocar a María al mismo nivel de Dios.
El franciscano le contestó:
—Sabedes poco de fuero.
Y le replica que no se iguala a María con su Hijo. Cristo tiene la impecabilidad por
derecho, la exención de María es un privilegio. Y termina:
Y digo-vos que creades 
y tengades 
que syn culpa fue su estado.[49]
* * *
En el siglo XIV, el reino de Aragón es protagonista del fervor inmaculista por estas
tierras hispanas. La catedral de Gerona celebraba esta fiesta al menos desde 1330 y el
obispo de Elna, Guido de Terrena, la decretó en 1340. El 8 de mayo de 1333, Pedro IV el
Ceremonioso, siendo aún infante, fundó en Zaragoza la «Confraria del Senyor Rey»,
también llamada «Confraria de la sagrada e pura Concepció de Madona Santa María
25
Verge e Mare gloriosa». Se extendió poco después por Barcelona, donde arraigó
fuertemente.
En 1378, el arzobispo de Zaragoza emitió un decreto fijando el 8 de diciembre como
fiesta de guardar y prohibió en su diócesis los trabajos serviles en ese día.
En 1390, la ciudad de Barcelona decretó fiesta de guardar.[50]La víspera de la
Inmaculada, los pregoneros recorrían las calles de Barcelona con trompas, atabales y a
gritos anunciaban que todos guardasen esta fiesta como si fuera domingo.
—Por reverencia a Nuestro Señor Jesucristo Dios y de Nuestra Santa María, Madre
suya, la cual merece este honor y mucho mayor aún, se celebre perpetuamente la fiesta
de su Santa Concepción como si fuera domingo; y que esta fiesta sea indicada,
denunciada y publicada por todos, a fin de que cada uno de los fieles cristianos la celebre
y la observe.
El primero de marzo del año siguiente, Juan I de Aragón, hijo de Pedro IV el
Ceremonioso, emitió un decreto en Zaragoza, «por el que manda que se celebre
anualmente la festividad de la Concepción de la Virgen en la Capilla y en su palacio
Real de Barcelona, y no dudando nosotros del texto original del documento, bien puede
afirmarse que ya en aquella fecha la regia servidumbre formaba una Cofradía, cuya
invocación era de la Concepción de la Virgen Gloriosa, a la que encarga el
cumplimiento de la fiesta, prescribiendo al mismo tiempo la manera de llevarla a cabo».
[51]
El 14 de marzo de 1394, Juan I publicó en Valencia su célebre edicto Quid mirantur,
el primer panegírico que un rey dedica a la Inmaculada:
—Por tanto, callen estos inútiles voceadores; avergüéncense los que neciamente
disputan de traer en público argumentos violentos de la Concepción tan esclarecida, pura
e inmaculada de la Virgen; porque convino ciertamente que resplandeciese en ella tanta
pureza, que no se pudiera hallar otra mayor, sino sólo en Dios... Y Nos (que sin
merecerlo) entre todos los demás reyes católicos del mundo hemos recibido de la misma
Madre de misericordia tan grandes dones y beneficios de gracias, creemos firmemente y
tenemos que la Concepción de la Santísima Virgen fue totalmente santa y escogida, en
cuyo tabernáculo el Unigénito Hijo de Dios se dignó habitar y benigno tomar la forma de
nuestro cuerpo. Y así Nos con puro corazón reverenciamos el misterio y solemne
festividad de esta bendita Concepción de la beatísima Virgen, la cual nuestra real casa
cada año celebra con alegre devoción... Disponemos y mandamos que por todos nuestros
reinos y tierras se celebre la dicha fiesta cada año perpetuamente con grandísima
reverencia de todos y cualesquiera fieles católicos, así religiosos, como clérigos, como
legos, menores, medianos y mayores. Y de aquí en adelante no sea lícito, antes con rigor
prohibimos a cualesquiera predicadores el poder declarar ni decir cosa alguna en contra
de la pureza de su bendita Concepción. Antes bien, los dichos predicadores, o los que
otra cosa hayan sentido o quisieren sentir, pongan el dedo en su boca, puesto que
ninguna necesidad de nuestra Fe católica pide que esto se confiese. Pero los demás que
así tienen nuestra santa y saludable opinión en su corazón, y en la boca, y en sus
palabras, la reverencien, y publiquen, honren, celebren, engrandezcan y ensalcen
26
grandemente para alabanza del Altísimo y honra y gloria de su Madre, reina del cielo,
puerta del paraíso, custodia de las almas, puerto de salud, y áncora de firme esperanza de
todos los pecadores. Por el tenor de ésta expresamente estatuimos que si acaso de aquí
adelante algunos predicadores, u otros en nuestros reinos de cualquier estado y condición
que sean, no guardaren esta ordenación, sin que preceda otro edicto nuestro, dejen
totalmente sus claustros, conventos y casas de morada. Y en cuanto permanecieren en la
opinión contraria y la confesaren, sean tenidos por enemigos nuestros y excluidos fuera
de los términos de todo nuestro real señorío... Dado en Valencia a primero de enero de
1394.[52]
Pero las predicaciones maculistas no cesaron en el reino. Al año siguiente, un
dominico de Gerona, fray Miguel Despuig, habló en la fiesta de santo Domingo no sólo
contra la Inmaculada sino contra el edicto real. El rey Juan I de Aragón, que se hallaba
en Mallorca, alertado por los concelleres de Barcelona, se quejó al veguer de Gerona por
carta fechada el 27 de agosto de 1395 de «las palabras deshonestas contra la concepción
de la Virgen María» que había pronunciado ese fraile predicador. Meses más tarde, ya en
Barcelona, firmó otro mandato real, fechado en Valldonzella a 5 de diciembre de 1395,
dirigido al veguer de Gerona y al baile, jurados, conselleres y prohombres de la misma y
les ordena que al siguiente miércoles, fiesta de la Concepción, la celebren como se hace
«en la ciudad de Barcelona y en Valencia y en otras ciudades insignes de nuestra
señoría: una muy grande y solemne fiesta de la Concepción de nuestra señora santa
María, Virgen madre del creador del cielo y de la tierra y redentor del humano linaje». Y
que se solemnice «con gran reverencia y honor tanto la celebración festiva de los divinos
oficios en la santa madre iglesia como con procesión con trompas y atabales y otros
instrumentos señalados de honesta alegría». Y viene la advertencia. «Si un tal llamado
maestro Miguel Despuig, de la orden de predicadores, o cualquier otro, intenta oponerse
a esto predicando lo contrario o de otra manera», se le mande que guarde silencio y se
ponga el dedo en la boca si aprecia su vida. Y si no quiere obedecer, os mandamos, bajo
pena de muerte», que sea desterrado del reino el atrevido fraile.[53]
Los maculistas se quejaban de que el rey se ocupara de cuestiones doctrinales que no
eran de su incumbencia.
Pero Juan I les replicó:
—Yo debo mantener la paz que vosotros alteráis con vuestra predicación; mostradme
una orden del Papa en la que se os mande atacar la perfecta santidad de María y su
concepción inmaculada.
Su hermano, Martín I el Humano, que le sucedió en el trono, hubo de emitir varios
decretos, el primero de ellos en 1399, por motivos parecidos. Instado por doña Violante,
viuda de Juan I, renovó el decreto de su hermano en honor de la Concepción inmaculada,
con más castigos para los delincuentes. Si son laicos, serán presos; si son religiosos,
serán enviados a sus superiores para que los corrijan.
En 1407 predicó en Gerona el franciscano fray Juan Roca en defensa, como es lógico
en un fraile menor, de la Inmaculada. Perseguido por el inquisidor general de Aragón,
que era dominico, y por su vicario en aquella diócesis, salió al paso el rey Martín I, que
27
castigó a los maculistas a una disputa pública y solemne con los franciscanos en
Barcelona. Salió airoso del trance fray Juan Roca sobre sus adversarios dialécticos y el
rey le ciñó una corona de flores en señal de triunfo y paseado por las calles de Barcelona
al son de trompetas. Martín I escribió al vicario general de Gerona el 20 de abril de 1408
y le manifestó su disgusto y el deseo de que fuera restituido el honor de fray Juan Roca.
—Por cuanto deseamos muy justamente que la fama y buen nombre del Maestro Juan
en gran manera denigrada sea debidamente reparada, os rogamos afectuosamente que
mandéis cédulas o anuncios a todos los lugares donde fue publicada la citaciónque le
hizo el lugarteniente del inquisidor, para que sepan las gentes cómo Nos hemos hallado y
visto claramente que la citación y persecución dichas han sido injustificadas y contra
verdad. El Maestro Juan no ha sido hallado culpable en ninguna de las cosas que se le
imputaban.[54]
Un último decreto, 26 de abril de 1408, impuso silencio definitivo en aquellos reinos
a los predicadores díscolos. Diez días para salir de la ciudad donde han predicado y
treinta para la salida del reino, bajo pena de muerte.[55]
La ferviente devoción de Valencia a la Virgen inmaculada, tierra donde Juan I firmó
su famoso decreto, se puede apreciar en un incunable precioso que se conserva en la
Biblioteca Colombina de Sevilla, titulado De Conceptione B. M. Virginis.[56] Trata de una
contienda sostenida en Aviñón en el coro de los padres dominicos. Uno dice a otro:
—Se conoce bien en su manera de hablar que es súbdito del Rey de Aragón, y
valenciano.
Ocurrió este suceso en tiempos del rey Martín I el Humano. En el reino de Aragón se
vivía con intensidad, y con cierta polémica, la opinión piadosa.
Cuando la península Ibérica va a ser gobernada por los Reyes Católicos Fernando e
Isabel, cuando se perfila la unidad territorial y se descubre un nuevo mundo tras el
océano, la pía opinión prevalece sobre la opinión rigurosa. El fervor del reino de Aragón
pasó a Castilla, que vivirá también este misterio con amor y pasión.
28
Capítulo 4 
Unos cantan, otros lloran
Una orden religiosa femenina, consagrada al misterio de la Concepción Inmaculada,
surge en Toledo en tiempos de los Reyes Católicos y después de ciertas vicisitudes toma
un auge inusitado. Su fundadora, santa Beatriz de Silva, hermana del beato Amadeo,
confesor de Sixto IV, nació en Ceuta en 1424 y llegó al reino castellano en la comitiva
que acompañó a la reina doña Isabel de Portugal, esposa de Juan II de Castilla. Su
deslumbrante belleza, que causó admiración en la Corte, y los celos de la reina, le hizo
pasar ciertas peripecias que se narran en las historias de esta santa. Cómo fue encerrada
por orden de la reina en un lóbrego sótano metida en un cajón, donde estuvo varios días
hasta ser rescatada. Cómo hizo voto de virginidad y la Virgen inmaculada vino a
consolarla en la prueba, vestida con los colores concepcionistas de blanco y azul,
etcétera.
Cuando salió de la cárcel, se dirigió a la ciudad de Toledo donde estuvo recluida en el
monasterio de Santo Domingo el Real, llevando una vida penitente y austera durante más
de treinta años.
Isabel la Católica, sabiendo de la santidad de su vida, la favoreció y le ofreció los
palacios de Galiana, en el mismo Toledo, para su intento de fundación de las
Concepcionistas, que lo hizo con otras doce monjas en 1484, primeras religiosas
instituidas en la Iglesia con el nombre de la Inmaculada Concepción. Y el hábito: túnica
blanca y toca azul, colores que serán significativos de este misterio. Murió pronto esta
extraordinaria mujer, en 1490, enamorada de la Virgen en su concepción inmaculada.
Pero la naciente orden, acogida por Cisneros, que le dio la regla franciscana, se extendió
pronto por los dominios de Castilla. Su hábito y escapulario blanco y manto de color
celeste se harán los colores clásicos de este misterio.
La devoción concepcionista es general en tiempo de los Reyes Católicos. Es lo que
dirá Bossuet, uno de los grandes predicadores sagrados franceses del siglo XVII:
—La opinión de la concepción inmaculada tiene no se qué fuerza que convence a las
almas piadosas. Según los artículos de la fe no veo cosa más segura, y por esto no me
sorprende que la escuela de teólogos de París obligue a todos sus hijos a defender esa
doctrina.[57]
Es popular esta devoción. Se ha gestado, siglo tras siglo, por el empuje del pueblo
soberano. El pueblo canta los loores de la Virgen, mientras otros lloran. Curiosamente
esta apreciación viene de un gran maestro de la vida espiritual, llamado fray Luis de
Granada (1504-1588). Compara la concepción de Cristo y la de su Madre con la
dedicación del templo de Salomón y el templo de Zorobabel:
—El día de la dedicación del templo primero todo fueron músicas, sacrificios y
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divinas alabanzas; mas no así en el día de la dedicación del segundo, en el cual unos
cantaban y otros lloraban... Esto nos acontece el día de hoy en el día de la dedicación de
estos dos templos místicos... En el día de la Concepción del Hijo, todos cantan, todos
alaban a Dios, todos dicen que fue concebido del Espíritu Santo, y por eso su concepción
fue santa y limpia de todo pecado, y donde no hay pecado, no hay materia de lágrimas,
sino de alegría y de alabanza. Mas en la concepción de la madre, unos cantan, otros
lloran; unos cantan y dicen: Toda eres hermosa, amiga mía y en ti no hay mancha (Ct 4,
7). Otros lloran y dicen: Todos pecaron en Adán (Rm 3, 23) y tienen necesidad de la
gracia de Dios. Mas todos concuerdan en que la sacratísima Virgen, antes que naciese,
fue llena de todas las gracias y dones del Espíritu Santo, porque así convenía que fuese
la que ab aeterno era escogida para ser madre del Salvador del mundo.
Fray Luis de Granada, como buen dominico, se cuida muy bien de decir claramente
qué piensa de este misterio. Pero es certera su apreciación: Unos cantan, otros lloran.[58]
Pero por estas tierras nuestras son ya muchos más los que cantan que los que lloran.
Isabel la Católica, devota de este misterio, fundó tres capellanías en honor de la
Concepción Inmaculada: en Guadalupe, en Toledo y en Sevilla. En Guadalupe dejó
40.000 maravedíes para celebrar «el día de la Concepción de Nuestra Señora, el mes de
diciembre de cada año, una solemne fiesta a honor y reverencia suya, diciendo vísperas
con su vigilia y misa en su día, y segundas vísperas, todo solemnemente».
Según se lee en el Oficio del Repartidor del Coro de la Iglesia de Toledo, «los
serenísimos reyes doña Isabel y don Fernando, con celo y devoción que tenían de esta
santa Iglesia, ordenaron que se hiciese y celebrase en ella por su vida y estado y por
memoria suya y del príncipe don Juan y por los otros sus hijos e hijas que Dios les ha
dado y diere en adelante, el día de la Concepción de Nuestra Señora una fiesta muy
solemne, y la dotaron con veinte mil maravedíes de juro para siempre jamás, para esta
dicha fiesta y otras dos, que en este libro van declaradas, situadas por su privilegio en las
Alcabalas de la villa de Nora, de esta diócesis de Toledo».
Isabel la Católica llegó a Sevilla en 1477, haciendo su entrada solemne el 24 de julio.
La ciudad de Sevilla está levantisca y hay que poner orden. Pero nos interesa de su larga
estancia un pequeño dato que aparece en el Libro Blanco, donde el cabildo asentaba
todos los oficios que se hacían en la catedral. La fundación en la catedral de Sevilla por
la reina Isabel de una fiesta a la Inmaculada para el día de la octava.[59]
Años después, en el campamento ante Granada, fundan los Reyes Católicos una
hermandad de este nombre, de la que se hacen hermanos mayores, y, conquistada la
ciudad, dedican la iglesia del monasterio de Jerónimos a la Inmaculada Concepción.[60]
De su primer arzobispo, fray Hernando de Talavera, monje jerónimo, se conserva un
largo poema dedicado a la Virgen María del que espigamos estos versos:
O disculpa original 
donde la gracia se estrema, 
Dios te salue, 
pues te hizo toda tal 
tan del todo toda buena 
30
que ningún mal no te malue.
...
Ab aeterno prevenida. 
Todas las generaciones 
siempre bienaventurada 
te dirán; 
que de los divinos dones, 
ni sube ni sobra nada 
sobre los que a ti se dan.[61]
Célebre es la hazaña de Hernán Pérez del Pulgar, cuando en 1490 se infiltró de noche
en Granada con quince caballeros y su escudero Pedro y llegó a la mezquita principal.
Aunque no pudo incendiarla, como tenía previsto, dejó sobre su puerta un pergamino
donde se podía leer «Ave María» y la frase «Yo, Hernando del Pulgar, alcaide de la
fortaleza del Salar, por los señores reyes don Fernando y doña Isabel, en su nombre y
para su real servicio, tomo posesión

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