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BIBLIOTECA VIRTUAL 
MIGUEL DE CERVANTES 
 
BIBLIOTECA AFRICANA 
www.cervantesvirtual.com 
 
 
 
 
REMEI SIPI 
Cuentos africanos 
[Selección de un cuento] 
 
 
 
 
 
 
 
Edición impresa 
 
Remei Sipi, “La historia del fuego” (2005) 
 
En 
 
Remei Sipi (2005) Cuentos africanos. Barcelona: Ediciones 
Carena. (pp. 113-119) 
 
 
Edición digital 
 
Remei Sipi, “La historia del fuego” (2014) 
Inmaculada Díaz Narbona (ed.) 
 
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 
Febrero de 2014 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto I+D 
«Literaturas africanas en español. Mediación 
literaria y hospitalidad poética desde los 90» 
(FFI2010-21439) dirigido por la Dra. Josefina Bueno Alonso 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Remei Sipi | Cuentos africanos 
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Febrero de 2014 
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La historia del fuego 
Remei Sipi 
 
 
 
En Laca, la gente no conocía el fuego. Cocían sus alimentos al calor del sol. Leboliche un 
hombre de esta aldea acostumbraba a ir de caza casi cada día. Después de cazar, asaba la carne al 
sol y se la comía tranquilamente él solo. (Este hombre era soltero). Hacia el anochecer, volvía al 
poblado. 
Un día, estando en el bosque, vio a lo lejos una columna de humo que subía lentamente hacia 
el cielo. Esta visión tuvo lugar en el mismo instante en que el hombre se encontraba comiendo, pero, 
en aquella época se hablaba del fuego sin parar, a todas horas, y de la necesidad de poseerlo y de lo 
útil que sería para todos los habitantes del poblado, el hombre dejó de inmediato su comida y, cuchillo 
en mano, se dispuso a abrirse paso hacia el lugar del que se levantaba el humo. 
Después de abrirse camino durante largas horas en dirección de la columna de humo, el 
hombre lo perdió de vista. Su desilusión fue muy grande, pero no tuvo otra elección que la de volver a 
la aldea con las manos vacías. Al llegar no dijo nada a nadie. Se quedó tranquilamente en su casa, 
pensativo. 
Unos días después volvió al mismo lugar. Vio otra vez el humo. 
Salía más o menos en la dirección del camino que había tomado unos días antes. Siguió 
abriéndose paso y, después de muchas horas de trabajo con el machete, llegó a una grandísima 
explanada, limpia y bien cuidada. En el centro de la explanada había una cabaña en donde ardía un 
fuego alimentado por un individuo. Era Ebahe. 
El hombre le dio amablemente los buenos días. También Ebahe demostró amabilidad y 
cortesía. Invitó al visitante a entrar y le ofreció un taburete. Luego le preguntó, siempre en tono muy 
amable, cómo había podido realizar una marcha tan larga o, dicho de otra forma, qué grave razón le 
había llevado por aquellos parajes. 
¿Lo preguntaba para espiar? 
La respuesta del hombre a las preguntas del Ebahe fue clara y espontánea: 
─ Quisiera seguir cazando también durante la noche. Hace fresco y me gustaría fumar mi 
pipa. Hace meses que no fumo, porque, como sabes, el fuego ha sido robado en nuestra aldea, y por 
otro lado el vuestro no puede ni prestarse ni comprarse. Te pido solamente que me permitas fumar 
aquí. 
─ Si quieres fumar aquí no hay ningún problema. Fuma cuanto quieras. 
Después el hombre se despidió de su amigo Ebahe, no sin antes haberle dado las gracias por 
su amabilidad. 
El hombre, como decíamos, se marchó para la aldea, con su fuego escondido. En cuanto dejó 
a su amigo Ebahe, sacó una vez más la pipa e hizo una profunda calada, para asegurarse de que el 
 
Remei Sipi | Cuentos africanos 
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Febrero de 2014 
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fuego estaba todavía vivo. Lo estaba. Aceleró por lo tanto el paso para llegar lo antes posible al 
poblado y anunciar victorioso su gran conquista. Pero apenas hubo superado la "línea de su gran 
marcación mortales y espíritus", constató, con gran sorpresa, que la pipa se había apagado de repente. 
No había nada que hacer. Llegó a la aldea y optó por no decir nada a nadie, pensando: 
─ Quizás, ha sido una visión. No quisiera que la gente piense que soy un mentiroso. 
Al día siguiente volvió al bosque. Ahora ya conocía el lugar. El camino por él trazado era 
todavía bien visible. Sólo tenía que seguirlo y llegaría tranquilamente al sitio de donde se alzaba el 
humo. De esta forma, dejando la caza, allí fue, porque el asunto del fuego le interesaba mucho más 
que la caza. 
─ Buenos días amigo -le dijo Ebahe cuando le vio- ¿por aquí todavía? 
─ Sí, he venido a verte, a charlar como la otra vez. Y, si me permites, a fumar mi pipa. 
─ No faltaría más. Amigo mío. 
─ Me sabría mal molestarte, pero sabes que soy soltero, vivo solo y tengo una gran necesidad 
de hablar con alguien. 
─ Desde luego, amigo mío. 
Los dos amigos estuvieron mucho rato charlando. Luego el hombre se despidió del guardián 
Ebahe y se fue. 
Durante la conversación, el hombre, en un momento de distracción, había cogido, sin que el 
otro se fijara en ello, un pequeño tizón. Lo había envuelto en hojas húmedas para la ocasión, y 
disimulando, lo había deslizado en su mochila. 
Pero, con gran decepción por su parte, una vez más, apenas superó la línea de marcación 
entre los mortales y los espíritus, el tizón se apagó de golpe. 
Ante este nuevo fracaso el hombre volvió, triste y desanimado, a la aldea. Una vez allí, dijo 
para sus adentros: 
─ Tengo la obligación de comunicar lo ocurrido al Jefe. 
─ Oh Jefe, tengo que comunicarte que encontré el fuego. Creo que no tenemos más que ir a 
cogerlo, cueste lo que cueste. 
─ ¿Qué dices? -replicó, casi enfurecido, el rey-. ¡Ay de ti si intentas hacerte famoso 
engañando a un Jefe! 
─ Ya no soy un muchachito, Majestad, para contarte historias, mucho menos siendo mi jefe, 
sobre asuntos de tanta gravedad. Digo la verdad. Te lo repito: ¡he descubierto el fuego! 
El Jefe hizo sonar la trompa y convocó a todos los hombres de la aldea, anunciando la 
novedad. Los hombres, llenos de entusiasmo, decidieron ir a conquistar el fuego a cualquier precio. 
Por su parte las mujeres se ofrecieron para acompañar a sus maridos en la conquista de este 
tesoro. Los hombres rechazaron, con firmeza, la propuesta de sus mujeres y decidieron ir ellos solos a 
la búsqueda del fuego. 
Al día siguiente, precedidos por el "descubridor", se fueron. 
 
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Después de mucho andar, llegaron al lugar y encontraron a Ebahe. Este no demostró ninguna 
sorpresa por la presencia de tanta gente, o por lo menos supo disimularla perfectamente. Los recibió 
con amabilidad y los invitó a que se sentaran. 
A pesar de que no se hubiese extrañado por la llegada de tanta gente, Ebahe no supo resistir 
la tentación de preguntar a los visitantes por la razón de su visita (hubiera podido, sin embargo, tratarse 
de una simple muestra de buenos modales). 
─ Estamos cazando. Hemos visto el humo de tu cabaña y, guiados por nuestro compañero, 
hemos venido aquí para saludarte y conocerte. 
Todos charlaban cordialmente. Los fumadores fumaron sus pipas. Un grupo de jóvenes estuvo 
incluso curioseando los alrededores de la cabaña. Y después de un buen rato el grupo de visitantes se 
marchó para el pueblo. 
Hay que saber que los jóvenes, los cuales "inocentemente" habían echado un vistazo por los 
alrededores de la cabaña se habían provisto de varios tizones. Todo esto a escondidas, naturalmente, 
pero en cuanto se hubieran marchado ¡Ebahe se dio cuenta del robo! Entonces, rápidamente subió a 
un árbol plantado en el centro de la corte. Apenas alcanzada la cima del árbol cantó en voz alta, con un 
tono muy agudo: 
─ Oh fuerte contra mar y corriente, oh vencedor de toda serpiente te anuncio el mal ocurrido: 
¡han robado tu fuego! 
Y desde lejos una voz fuerte y tronante, respondió: 
─ ¿Dónde están los ladrones? 
─ Allá, y rápidamente corren hacia el poblado. ¡Hanrobado tu fuego! 
El amo del fuego se presentó en la cabaña en un abrir y cerrar de ojos. Reprendió duramente 
a su guardián Ebahe por haberse dejado engañar de aquella forma. Pero éste tuvo la valentía de 
responder. El amo del fuego se fue veloz como el viento en persecución de los ladrones y los vio antes 
de que atravesaran la línea de marcación. Bastó para que todos los tizones se apagaran de golpe. 
Llegados a la aldea los hombres se avergonzaron muchísimo delante de sus mujeres por no 
haber sabido traer el fuego. 
Aquella misma tarde las mujeres se reunieron. Se organizaron y acordaron cada detalle para 
conquistar el fuego para la aldea. Sin esperar más un buen día se pusieron en marcha. 
Así con estas consignas en la mente, las mujeres se fueron en grupo compacto hacia el lugar. 
Alguien se preguntará quién las guiaba, la respuesta es bien sencilla. Tanto por lo que 
contaba o había contado el descubridor del fuego, como por lo que contaba cada hombre a su mujer, 
resulta que hasta los niños se sabían de memoria todas las indicaciones del camino que llevaba al 
lugar del fuego. 
En efecto, el grupo de mujeres llegaron allí sin dificultad. Ebahe no pudo ocultar su 
entusiasmo al ver tantas mujeres y tan bien ataviadas. 
─ Hijas mías, exclamó, qué guapas estáis. ¡Quién iba a decirlo! 
 
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─ ¿Adónde vais tan ataviadas? 
Una de las mujeres del grupo contestó: 
─ Hemos venido a hacerte una visita, oh padre, amigo y marido nuestro. 
Estuvieron charlando, un buen rato. Como hicieron los hombres un grupo de mujeres cogió 
unos tizones sin que Ebahe se diera cuenta. 
Cuando las mujeres se fueron seguidamente, Ebahe notó que habían robado los tizones. 
Subió rápido al árbol del amo del fuego y comunicó lo ocurrido. Éste respondió: 
─ ¿Dónde están los ladrones? 
Ebahe añadió, sin dejar de cantar: 
─ Por allí, y rápidas corren hacia el poblado. 
Son todas mujeres: 
─ ¡Han robado tu fuego! 
El señor del fuego se fue, más rápido que el viento para alcanzar y, si era el caso, castigar a 
los culpables. Pero ya era demasiado tarde. Las mujeres habían superado la línea de marcación antes 
que se anunciara el robo, por lo que entraron en Laca con el fuego y desde esta fecha Laca y sus 
habitantes tuvieron fuego.

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