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El Padre Bruce Vawter, C.M.
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VERITAS
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La Serie Veritas está dedicada a Padre Michael J. 
McGivney (1852-1890), sacerdote de Jesucristo y 
fundador de los Caballeros de Colón.
Algunas lecciones del Génesis 
Por 
EL PADRE BRUCE VAWTER, C.M.
Caballeros de Colón presenta 
La Serie Veritas 
“Proclamando la fe en el tercer milenio”
Editor General 
Padre Juan-Diego Brunetta, O.P. 
Servicio de Información Católica 
Conejo Supremo de los Caballeros de Colón
Imprimatur 
Joseph Cardinal Ritter 
Arzobispo de St. Louis 
El Nihil Obstat y el Imprimatur son declaraciones oficiales de que un libro o folleto está 
libre de error doctrinal o moral. No implica que quienes han concedido el Nihil Obstat 
e Imprimatur estén de acuerdo con el contenido, las opiniones o las declaraciones 
expresadas. 
Derechos reservados © 2010 del Cnsejo Supremo de Caballeros de Colón. Todos los 
derechos reservados. 
Portada: Creación de los Animals. Mosiac bizantino. San Marco, Venice, Italy. Scala/Art 
Resource, New York 
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forma ni en ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones 
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203-752-4267 
203-752-4018 fax 
Impreso en Estados Unidos de América
CONTENTS 
DIOS REVELADO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 
 La historia de la salvación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 
 Lo que ha hecho Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 
 El Génesis, el principio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 
 Las lecciones del Génesis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 
 Espíritu y materia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 
 ¿Qué es la inspiración? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 
EL HOMBRE, COMO ÉL ERA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14 
 Las dos historias de la Creación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 
 Dios es una persona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16 
 El papel de la ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 
DIOS CONOCIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20 
 La razón y la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 
 Conocer a Dios a través de la razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 
 Debe existir una primera causa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 
LA RAZÓN Y LA REVELACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26 
 La fe es razonable . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 
 El significado del sufrimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28 
 La Ley natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 
 La Ley humana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 
 La Ley Natural y la Revelación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 
EL HOMBRE, TAL COMO ES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 
 El Árbol de la Vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 
 El significado del matrimonio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34 
 El destino del hombre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36 
LA AMISTAD DE DIOS: PERDIDA Y RESTAURADA . . . . . . . . . . . . . . . . . 36 
 El pecado original . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 
 La naturaleza del pecado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38 
 El hombre es un enigma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 
 ¿Existen los ángeles? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40 
 La humanidad antes de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 
 La salvación antes de Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 
ACERCA DEL AUTOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
- 5 -
I 
DIOS REVELADO 
Existe un conocimiento de Dios que va más allá de lo que se 
puede conocer o lo que se conoce acerca de Él simplemente mediante la 
razón. Es verdad, la razón sola puede hablarnos de la existencia de Dios 
y de algunos de sus atributos. 
También es verdad que es una consideración importante el 
acuerdo casi universal de los sabios a lo largo de los siglos sobre este 
punto. No quisiera minimizar la importancia de esto, y más adelante 
hablaremos acerca del “Dios de los filósofos”. Sin embargo, al mismo 
tiempo, estoy muy seguro de que muy pocas personas, además de la 
revelación, serían capaces de decir por qué creen en Dios. Una cosa es 
decir que la razón puede demostrar la existencia de Dios, y otra cosa es 
esperar que la persona promedio sea capaz de formular un argumento 
convincente. 
En cualquiera de los casos, por razones que expondré en otro 
momento, la razón no es suficiente para decirnos todo lo que 
necesitamos saber acerca de Dios. Solo la revelación puede hacerlo. En 
la religión católica veneramos al Dios de la revelación, no solo al de la 
razón, y por lo tanto, antes que nada debemos hablar de Él. Como Él 
mismo se reveló, lo conocemos como el único que no sólo creó al 
hombre, sino que le dio un destino superior a todas sus facultades 
- 6 -
naturales. Habiendo dado al hombre su destino, ha estado 
continuamente presente ante el hombre a lo largo de su historia, 
haciéndole conocer el medio por el que puede adquirir su destino y 
salvándolo de las consecuencias de su pecado, que obstaculizaría para 
siempre este destino. 
La historia de la salvación 
Por esta razón, no es difícil ver por qué a la religión revelada se le 
llama frecuentemente la “historia de la salvación”: es el registro de las 
intervenciones de Dios en el mundo del hombre y la mujer. Esta 
cualidad de la historia distingue la religión revelada de la religión 
natural (como la del pragmatismo), que intenta encontrar valores 
religiosos en la naturaleza y la razón de manera aislada. Por supuesto 
que el paganismo no es siempre malvado, a pesar de que a menudo llega 
a conclusiones erróneas acerca de lo que está bien y lo que está mal. Sin 
embargo, es siempre una religión inadecuada, ya que Dios ha hecho que 
lo conozcamos completamente solo en la revelación. 
Pero, ¿cómo se ha dado a conocer Dios? ¿Entendemos por 
revelación que Dios ha hablado realmente a ciertas personas en 
determinados momentos de la historia? 
Queda claro que es una parte. Cuando decimos que “Dios habla”, 
no significa necesariamente que se haya aparecido de manera visible 
haciendo uso de su discurso humano como propio, aunque 
naturalmente, también puede hacerlo. A lo largo de la historia, Dios se 
ha revelado a sí mismo de muchas maneras. Una excelente forma fue a 
través de los Profetas, aquellos a quienes Él eligió especialmente para 
ser su voz con su pueblo, quienes dieron a conocer su voluntad en su 
propio idioma - el idioma de un Isaías, un Amós, un Jeremías - pero 
con el firme conocimiento de que transmitían la palabra de Dios. 
Lo que ha hecho Dios 
Dios también se ha revelado a sí mismo a través de lo que ha 
hecho: las grandes obras mediante las que liberó a Israel en el Éxodo de 
- 7 -
Egipto, mediante las que castigó y regeneró a su pueblo, también 
dieron a conocer quién y qué es: un Dios justo, misericordioso, amor, 
salvación. Su completa revelación definitiva tuvolugar en Jesucristo: 
en lo que Jesús hizo y dijo, Dios se mostró a sí mismo de la manera más 
perfecta viviendo y actuando realmente entre nosotros. Por esta razón, 
Juan el Evangelista llama a Jesús el Verbo de Dios, porque Él es la 
revelación de Dios en el sentido más profundo posible. 
La Biblia es el registro escrito de la historia de la salvación, de la 
historia de la revelación. En la Biblia podemos leer los detalles de esta 
historia. El Antiguo Testamento nos habla de los inicios del trato de 
Dios con el pueblo de Israel; el Nuevo Testamento nos habla de la 
culminación de la propia revelación de Dios en Jesucristo. 
Está claro que la historia continúa todavía en la Iglesia que fundó 
Cristo, y seguirá hasta el final de los tiempos en esta tierra. Debido a 
que el registro escrito es de tal importancia para toda historia, 
recomiendo que se familiarice con la Biblia tanto como le sea posible. 
Evidentemente, la Biblia es una gran tarea y no podemos hacer más que 
referirnos a algunos pasajes de vez en cuando. Propongo que veamos lo 
que nos dice acerca de la naturaleza de Dios y del hombre, así como de 
su relación entre ambos, ya que se representan en los primeros capítulos 
del Libro del Génesis. 
El Génesis, el principio 
¿Podemos realmente considerar los primeros capítulos del 
Génesis como historia? Es verdad que en el sentido moderno de la 
palabra, no es historia. O quizás sería más exacto decir que en el sentido 
moderno de la palabra, no son escritos históricos. Sin embargo, en un 
sentido muy real, merecen el nombre de historia, porque son el registro 
de una revelación histórica. 
Quizás pueda aclarar lo anterior mediante una explicación del 
papel que el Libro del Génesis desempeña en la Biblia. Como Ustedes 
saben, el Génesis forma parte de lo que llamamos Pentateuco, es decir, 
lo que el pueblo del Antiguo Testamento conocía como los cinco libros 
- 8 -
de las Leyes de Moisés. Tradicionalmente, la autoría del Pentateuco se 
atribuye a Moisés, el gran Profeta, a través de quien Dios reveló por 
primera vez la religión de Israel. 
Los eruditos bíblicos modernos nos han aclarado cómo debemos 
comprender esta autoría de Moisés sobre el Pentateuco. No significa 
que sea el autor literario de todo lo que contiene, sino que en última 
instancia, es el responsable como autor, legislador y fundador de la 
religión israelita. 
Como documento escrito, el Pentateuco es producto no solo del 
ímpetu original otorgado por Moisés, sino también de la experiencia de 
la revelación de Dios en la historia subsiguiente y la profecía. Por lo 
tanto, los autores israelitas inspirados que produjeron el Pentateuco 
escrito, fueron capaces de realizar un retrato de Dios como Él se había 
revelado a sí mismo a lo largo de la historia. Por esta razón, se puede 
decir que la enseñanza de los capítulos introductorios del Génesis, es 
histórica. Son el prólogo de la historia que sigue, y no habrían podido 
escribirse si esta historia no hubiera ocurrido. 
¿Habla el Génesis acerca de hechos que realmente ocurrieron, a 
pesar de que no había fuentes históricas disponibles relacionadas con 
esos hechos? 
Esta es precisamente la situación. En el sentido en que la historia 
es la remembranza del pasado, difícilmente podemos hablar de estos 
capítulos como historia. Después de todo, ¿quién recordaba la creación 
del mundo incluso antes de que el hombre existiera? Pero por otro lado, 
para todos sus hechos, el Génesis depende de alguien que recordaba 
todo bien, a saber, Dios mismo, quien reveló estos hechos. 
Por supuesto que la forma en que estos hechos se transmiten es 
un asunto diferente. Los relatos del Génesis no son registros de testigos 
oculares; son historias mediante las que los autores israelitas enseñaron 
verdades conocidas a través de la revelación histórica. Como la 
Pontificia Comisión Bíblica declaró en 1948: “...relatan en un lenguaje 
simple y figurado, adaptado a la inteligencia de una humanidad menos 
desarrollada, las verdades fundamentales presupuestas en la economía 
- 9 -
de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular del origen 
del Pueblo Elegido”. 
En el primer capítulo del Génesis, por ejemplo, tenemos una 
representación poética de la formación del mundo visible y de sus 
habitantes en seis días. Lo que es histórico aquí, es lo que se enseña 
acerca de Dios, su creación y sus criaturas; realmente el inicio de la 
historia de la raza humana y del Pueblo Elegido, que es el tema del 
libro del Génesis y del resto del Pentateuco. Sin embargo, la Biblia no 
nos enseña que el universo surgió totalmente en seis días: este detalle 
no es más que una parte de la historia que emplea el Génesis para decir 
sus verdades, una historia que representa a Dios trabajando, al igual 
que lo haría cualquier buen israelita, realizando su obra en seis días y 
descansando el séptimo. 
Los antiguos autores israelitas no sabían, como sabemos ahora, 
que el proceso de la creación del universo se extendió literalmente 
durante millones de años. En 1951 el Papa Pío XII se dirigió a la 
Academia Pontificia de las Ciencias, expresando la esperanza de que la 
ciencia sería capaz de “determinar con precisión” el inicio del universo, 
¡de unos diez a cien mil millones de años! Pero incluso si los autores 
bíblicos hubieran conocido tales cosas, no necesariamente habrían 
escrito de forma diferente a la que lo hicieron. No era la historia lo que 
les interesaba. Como la Comisión Bíblica estableció desde el año 1909, 
no fue “‘la intención del autor sagrado, al escribir el primer capítulo del 
Génesis, enseñarnos de manera científica la naturaleza más íntima de 
las cosas visibles y presentar el orden completo de la creación, sino más 
bien proporcionar a su pueblo un relato popular, a la manera que lo 
permitía el lenguaje común de la época”. 
Así, aunque la historia del primer capítulo del Génesis está 
“adaptada a la comprensión de un pueblo menos desarrollado”, 
también está adaptada a nuestro propio entendimiento. Aún dice sus 
verdades sencillas, aunque profundas, en un lenguaje que todos 
podemos comprender, independientemente de cuál sea nuestro nivel de 
conocimiento científico. 
- 10 -
Las lecciones del Génesis 
¿Cuál cree Usted que sea la lección más importante de la historia 
de la creación? Creo que en todo caso, lo más impresionante es la 
manera en que se representa a Dios, llamando simplemente a las cosas 
a la existencia por su simple orden. “Entonces dijo Dios: ‘Hágase’...¡”Y 
se hizo! 
En primer lugar, el Génesis nos enseña que Dios es el Creador de 
todas las cosas, lo que en sí es una verdad a la que las mentes más 
brillantes de la antigüedad pagana no llegaron. Él dio existencia a todas 
las cosas por el simple acto de su voluntad: la luz, la tierra y los cielos, 
la vida vegetal y animal, todo. Al detallar los diferentes apartados de la 
creación de Dios, el Génesis describe el universo visible como entonces 
se pensaba que era, y por lo tanto, de una forma muy poco científica. 
Por ejemplo, los antiguos pensaban en el cielo, como un “firmamento”, 
algo sólido que sostenía “las aguas sobre la tierra”, la fuente de la lluvia 
que ocasionalmente caía a tierra. Pero como acabamos de ver, este 
concepto no tiene nada que ver con la enseñanza del Génesis. 
Sin embargo, no solo Dios lo creó todo, sino que “Dios también 
vio que era bueno”. La creación no es, como pensaban algunos filósofos 
paganos, una especie de emanación ciega del principio divino; Dios lo 
hizo por su voluntad. Tampoco es algo que hizo en un momento de 
ocio, por decirlo de algún modo. Lo creó deliberadamente con un 
propósito bueno: la bondad divina que se expresó en un acto creador, 
produciendo lo que es bueno. También ésta es una verdad que a 
menudo no ha logrado percibir la humanidad sin la ayuda de la divina 
revelación: en el mundo material como tal, no hay nada malo. 
En ocasiones, una falsa oposición entre “espíritu” y “materia” ha 
llevado a la gente a equiparar estaúltima con el mal, como si el mal 
fuera algo natural y no debido a la libre elección de la voluntad 
humana. La religión bíblica no tiene nada que ver con esta forma de 
determinismo, que puede terminar justificando cualquier tipo de 
conducta depravada y hacer una monstruosidad tanto del universo 
como de Dios. Como dijo uno de los sabios de Israel: “Dios hizo recto 
- 11 -
al hombre, pero ellos se buscan muchas complicaciones” (Eclesiastés 
7,29). El universo material es bueno porque es la creación de un Dios 
bueno: es su reflejo. Del mismo modo, reconocemos una cosa como 
justa u honesta, en la medida en que refleja la naturaleza de su Creador. 
Hablamos de Dios como “espíritu” y no como materia. ¿Qué 
queremos decir precisamente con esto? “Dios es espíritu, y los que lo 
veneran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Juan 4,24). Sí, Dios es 
sobre todo espiritual, aunque también hay otros espíritus, y el alma del 
hombre también es espiritual. 
Al comienzo del Génesis leemos que “el espíritu de Dios aleteaba 
sobre las aguas” (Génesis 1,2) del caos a partir del que organizó el 
mundo visible. Desde el momento en que “espíritu” significa “aliento” 
o “viento”, tenemos aquí una imagen del poder creador de Dios 
soplando sobre los elementos desorganizados de la creación como un 
poderoso viento. “Espíritu” es una palabra bíblica común para la vida o 
la causa de la vida, ya que la respiración es ante todo el signo de la vida. 
“Yo voy a hacer que un espíritu penetre en ustedes, y vivirán”, Dios le 
dice a Israel que en el exilio se estaba deteriorando” (Ezequiel 37,5). 
Dado que toda vida proviene de Dios, Él, por encima de todo, es 
espíritu y habitualmente se le llama espíritu. Por supuesto, no fue sino 
hasta la revelación del Nuevo Testamento cuando se dio a conocer que 
el Espíritu de Dios es una Persona distinta relacionada con otros en la 
naturaleza divina. A lo largo del periodo del Antiguo Testamento, “el 
espíritu de Dios” significa simplemente Dios mismo, especialmente 
porque Él es dador de vida. 
Espíritu y materia 
Por lo tanto, el espíritu siempre se ha distinguido de la materia. 
Cuando decimos que lo material no es malo, puesto que es creación de 
Dios, no decimos sin embargo que sea perfecto. Más bien, lo material 
depende de lo espiritual para existir. El universo material refleja a su 
Creador, porque Él ha enviado Su espíritu para darle vida. 
- 12 -
Cuanto menos esté un ser compuesto de materia - mientras más 
espiritual sea en este sentido - más perfecto será. Así es con Dios. A 
pesar de que la Biblia habla con tanta frecuencia de Dios en términos 
humanos, su “brazo” o “mano”, por ejemplo, para significar el ejercicio 
de su poder, también deja perfectamente claro que se trata de figuras 
expresivas del discurso diseñadas para hacer las cosas más comprensibles 
mediante el uso de comparaciones familiares. Dios es espíritu puro, en 
Él no hay nada material. 
Cuando el profeta Isaías quiso transmitir a su pueblo la 
impotencia de sus enemigos en comparación con el Dios todopoderoso, 
a quien veneraban, dijo: “Los egipcios son hombres y no dioses, sus 
caballos son carne y no espíritu” (Isaías 31,3). Pueden emplearse 
términos humanos para describir a Dios, pero sabemos que Él es 
siempre muy diferente del hombre, y su espiritualidad esencial es la 
base de dicha diferencia. 
¿Es el mismo espíritu al que se hace referencia cuando se habla de 
la Biblia como Escritura “inspirada”? Sí, por supuesto. Así como el 
espíritu de Dios da vida a todas las cosas, también provoca que agentes 
humanos lleven a cabo acciones que están por encima de sus facultades 
naturales; en otras palabras, es el principio de las actividades vitales 
especiales. “El espíritu del Señor está sobre mí”, dice el Profeta, para 
“proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros” 
(Isaías 61,1). Quiere decir que se le ha dado el don de la profecía, de 
hablar en nombre de Dios antes que del suyo. 
Del mismo modo, la Biblia dice que “toda la Escritura está 
inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argumentar, para 
corregir y para educar en la justicia” (2 Timoteo 3,16). Lo que se 
traduce como “inspirada por Dios” significa, literalmente, “exhalada 
por Dios” o “producida por el espíritu de Dios”, es decir, que se produjo 
mediante un acto divino especial que la hace diferente de todos los 
demás escritos, tanto la palabra de Dios, como la palabra del hombre. 
- 13 -
¿Qué es la inspiración? 
La Biblia no nos habla mucho sobre la naturaleza de la 
inspiración, solo nos dice que es un hecho. Así como son verdad tantas 
otras cosas que Dios ha dado a conocer, el hecho de la inspiración debe 
ser objeto de nuestro pensamiento y continua contemplación en el 
proceso de lo que llamamos “teología”. 
La teología, que literalmente significa “la ciencia de Dios”, es más 
comprensible si se define como “la ciencia de la fe”. Es deber del 
hombre, como ser racional, no sólo aceptar y creer la verdad que Dios 
ha dado a conocer en la revelación, sino también tratar de comprenderla 
en la medida en que le sea posible. Digo “en la medida en que le sea 
posible”, ya que gran parte de la revelación divina se compone de 
verdades que nuestra mente creada no puede comprender totalmente, y 
por supuesto, es la razón por la que debe sernos revelada. Se llaman 
“misterios”, puesto que aunque los aceptemos como hechos de la 
autoridad de Dios que se revela, en muchos detalles siguen siendo un 
misterio. En su bondad, mediante la fe, Dios nos ha permitido entrar 
en la esfera de su divino conocimiento en la medida en que sea una 
posibilidad para nosotros. 
La inspiración es uno de estos misterios. Conocemos el hecho: la 
Biblia, que obviamente es obra de muchas mentes humanas, también es 
de un modo muy especial una expresión de la mente divina. Es la 
palabra de Dios. ¿Mediante qué proceso tuvo lugar? No lo sabemos 
exactamente, pero de alguna manera Dios se sirvió de los autores 
humanos para escribir lo que Él deseó que se escribiera, y que se 
escribiera en la forma en que Él pretendía. Pongo de relieve el hecho de 
que se trata de autores humanos que Él usó, no sólo del cuerpo de seres 
humanos. Es decir, si queremos saber qué significa la palabra inspirada 
de Dios, debemos interpretar la mente humana inspirada que la 
produjo: sólo de este modo Dios nos dio la palabra de las Escrituras. 
Debido a que es la palabra de Dios, sabemos que no nos puede enseñar 
el error. Pero sabemos también que fue producida por autores humanos 
que escribieron como cualquier otro autor humano lo hace y que, por 
- 14 -
este motivo, no estaban necesariamente conscientes de que eran 
escritores inspirados por Dios. 
II 
EL HOMBRE, COMO ÉL ERA 
Hemos visto algo de lo que nos enseña la revelación sobre la 
naturaleza de Dios, especialmente como Él se retrata en la historia de la 
creación del Génesis. La misma fuente también nos dice algo acerca de 
la naturaleza del hombre. 
La Biblia dice que Dios creó al hombre “a su imagen y 
semejanza”. Puesto que Dios no posee cuerpo como nosotros, “imagen 
y semejanza” difícilmente pueden referirse a cualquier aspecto exterior. 
Por otra parte, si hay algo de lo que el hombre bíblico estaba seguro, 
era de la imposibilidad de representar a Dios de cualquier forma 
material: la Ley de Moisés prohibía que nadie lo intentara (Éxodo 20,5). 
No, obviamente, en la mente del autor bíblico, la semejanza del 
hombre con Dios consiste en algo más. Intentemos ver lo que era. 
En primer lugar, debemos tener en cuenta que en el primer 
capítulo del Génesis, la creación del hombre se describe al último, en 
un lugar de especial énfasis, y que explícitamente dice que el hombre 
ha de tener dominio sobre el resto de la creación. Por otra parte, se 
representa a Dios aconsejándose poéticamente a sí mismo antes de 
proceder a este acto final de la creación - “Hagamos al hombre” – para 
enfatizar una vez más su especial importancia. Por lo tanto, al menosen 
parte, es lo que el autor del Génesis pensaba cuando dijo que el hombre 
es como Dios. Al igual que Dios, el hombre posee un lugar de 
supremacía en su propio orden. Así como Dios es supremo sobre todas 
las cosas, así también el hombre es supremo sobre la creación visible, 
que se hizo para él. Mediante el mismo simbolismo fue creado 
totalmente diferente del resto de los animales de la creación, a pesar de 
que compartan la condición de criaturas. 
- 15 -
Esta misma verdad se revela incluso con mayor fuerza en el 
segundo capítulo del Génesis, otra historia de la creación en la que se 
sigue otro orden de acontecimientos, salvo por el esquema de seis días 
del capítulo uno. El inspirado autor del Génesis combina esta segunda 
historia de la creación con la primera, ya que introduce la historia de la 
Caída del hombre en el capítulo tres, al que volveremos más adelante. 
En esta historia (que inicia en el versículo 4), la creación del 
hombre se representa como si tuviera lugar antes de la creación de los 
animales, y casi inmediatamente vemos la razón. En efecto, el autor 
retrata a todos los animales de la tierra desfilando ante el hombre para 
que pueda dar nombre a cada uno de ellos. Una vez más, esto significa 
su dominio sobre la creación y revela, al mismo tiempo y de manera 
sorprendente, que “no encontró ayuda semejante a él”. Queda claro que 
el hombre y las bestias son por completo diferentes. Sólo al final Dios 
le brinda una “ayuda semejante a él cuando crea a la mujer”, hueso de 
sus huesos y carne de su carne”. 
Las dos historias de la Creación 
De este modo vemos por qué esta segunda historia de la creación 
separó la creación del hombre y la mujer, mientras que la primera 
historia los había creado al mismo tiempo: “Y Dios creó al hombre a su 
imagen...los creó hombre y mujer”. (Génesis 1,27). Las creaciones 
separadas que se describen en una segunda historia, no sólo revelan 
mejor la naturaleza humana distinta de toda la creación que comparten 
el hombre y la mujer, sino que el autor también utiliza la historia para 
ilustrar la verdad de que la institución del matrimonio monógamo y 
estable se deriva de la propia naturaleza del hombre: “Por eso el hombre 
deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser 
una sola carne” (Génesis 2,24). 
Si nos preguntamos por qué el hombre es semejante a Dios, lo 
que lo constituye como capaz de participar en el dominio del mundo, 
no tendremos ninguna dificultad para determinar que se trata de la 
naturaleza espiritual del hombre, la que tiene en común con Dios, su 
intelecto y su libre albedrío. Que el hombre, a pesar de que puede ser 
- 16 -
una criatura de carne, es también una criatura pensante y con voluntad, 
es una verdad evidente que se encuentra prácticamente en todas las 
páginas de la Biblia. 
¿Qué se entiende cuando la Biblia retrata al hombre moldeado 
por Dios con arcilla del suelo y con el aliento de la vida que le ha 
soplado Dios en la nariz (Génesis 2:7)? El “aliento de vida” del que 
habla aquí el texto, significa simplemente la vida misma, la que el 
hombre comparte en común con el resto de los animales (ver Eclesiastés 
3,9). En traducciones más antiguas de la Biblia se puede leer 
prácticamente en este versículo del Génesis que, como resultado del 
aliento de vida “el hombre se convirtió en un alma viviente”. Sin 
embargo, la palabra traducida como “alma” significa nada más y nada 
menos que “un ser viviente”, por lo que se encuentra en la mayoría de 
las versiones modernas de la Biblia. La Biblia tiene una forma menos 
científica que nosotros de analizar la naturaleza del hombre, así como 
una terminología mucho menos sofisticada. Sin embargo, no estamos 
falseando su significado cuando utilizamos el lenguaje que nos es 
familiar para hablar del alma espiritual del hombre, su intelecto y su 
voluntad. 
Por supuesto, habrán notado que el lenguaje de esta segunda 
historia de la creación es también un poco menos sofisticada que la 
primera historia. Aquí Dios se representa mucho más en lo que los 
teólogos llaman forma “antropomórfica”, es decir, se le describe con 
rasgos humanos. En lugar de crear simplemente por el acto de su 
voluntad, como en la primera historia, aquí Él “moldea” al hombre de 
arcilla, “sopla” en su nariz, “planta” un jardín, y así sucesivamente. 
Dios es una persona 
Desde cierto punto de vista, ésta es una forma más primitiva de 
hablar sobre Dios. Por otra parte, el autor tuvo un muy buen propósito 
al emplear estas figuras retóricas. A través de éstas se pone de 
manifiesto la profunda verdad de que Dios es en realidad una persona, 
alguien que tiene un interés genuino en el mundo y en el hombre que 
Él creó, alguien a quien el hombre puede encontrar en la oración y en 
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las acciones de su vida cotidiana. Una vez más, podemos decir que en el 
mundo antiguo, esta concepción de Dios, fuera de la Biblia, era 
prácticamente desconocida. 
Tiende a evitarse el lenguaje de este tipo ya que nuestro 
pensamiento acerca de Dios se vuelve más filosófico o científico. 
Sabemos - y el hombre bíblico también lo sabía - que no se puede 
describir adecuadamente la misteriosa realidad del Ser divino que está 
tan por encima de nosotros. Sin embargo, si vamos a pensar y a hablar 
de Dios, no importa cuán científico sea nuestro conocimiento, 
descubrimos que no siempre puede evitarse por completo este lenguaje. 
Lo hace incomprensible para nosotros en los únicos términos que 
reconocemos fácilmente, que son los de nuestra propia experiencia 
humana. 
Lo que es figurativo acerca de la historia funciona de la misma 
forma para el hombre que para Dios. La Biblia no nos enseña que el 
primer hombre fuera realmente moldeado en arcilla y que la primera 
mujer se haya formado a partir de una costilla del hombre. Como hemos 
visto, el propósito de la descripción de la creación de la mujer es 
eminentemente religioso, para insistir en el hecho de que ella comparte 
con el hombre la misma naturaleza humana; “hecha a su imagen y 
semejanza”, por así decirlo. Tampoco es que la Biblia se preocupe 
realmente por la “mecánica” de la creación del hombre. La figura del 
hombre como extraído de la tierra destaca, por supuesto, su humildad 
en comparación con Dios. ¡Cuán más maravilloso que el Creador se 
interesara en alguien de origen tan humilde! 
No, la Biblia no tiene nada que decir acerca del proceso físico 
mediante el cual fue creado el hombre, o acerca del tiempo que pudo 
haber tomado, del mismo modo que no dice nada acerca de las vastas 
eras durante las que el universo estuvo en formación. Se trata de 
preguntas que nunca se les habrían ocurrido a los autores inspirados de 
la Biblia. Les interesan las verdades reveladas sobre Dios y el hombre, 
así como sus mutuas relaciones sobre las que la ciencia natural no tiene 
manera de saber. 
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El papel de la ciencia 
La ciencia puede analizar químicamente al hombre y medir su 
inteligencia comparándola con la de otros animales. Lo puede clasificar 
de muchas maneras. Pero tampoco puede confirmar o negar el 
importante hecho que la revelación nos dice acerca del hombre: que fue 
hecho a imagen y semejanza de Dios, que tiene en él una chispa de lo 
divino. La verificación de tal hecho está simplemente fuera de la 
competencia de la ciencia, razón por la que no tiene sentido objetar 
que la posesión del alma espiritual del hombre “no es científica”. Por 
supuesto que no es científica, la ciencia no puede medir un alma 
espiritual, del mismo modo que no puede pesar una idea o diseccionar 
un pensamiento. 
Pero no es más anticientífico que antirreligioso clasificar 
científicamente al hombre como un animal o examinar la estructura 
física de su cuerpo desde el punto de vista de su composición química. 
Para el estudio del hombre, ambos enfoques son totalmente legítimos 
e importantes. El Génesis se insertó en el enfoque no científico para 
decirnos lo que la ciencia nunca podrá decirnos acerca del hombre.Dentro de lo razonable, la religión no pone obstáculos para que 
aceptemos lo que la ciencia tiene que decir acerca de la evolución 
biológica del hombre a partir de una cierta forma de vida inferior. Digo 
“dentro de lo razonable”, no para sugerir que exista algo irracional 
acerca de la teoría científica de la evolución como generalmente se 
propone hoy; de hecho, parece que hay un gran número de razones que 
nos impulsan a aceptarla. Sólo quiero decir que debemos reconocer las 
limitaciones de la ciencia. Puede compararse una forma de vida con 
otra, y encontrar el probable origen de una en otra, únicamente en el 
ámbito de lo que es posible medir y analizar. No es posible, por 
ejemplo, pronunciarse sobre el origen del alma humana, la que, de 
acuerdo a la religión, hace del hombre lo que es. 
Por lo tanto, a condición de que el punto de vista científico sea 
aceptado por lo que es y no como un sustituto de lo que solo la 
revelación nos puede decir, no hay nada censurable en ello. Tanto la 
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religión como la filosofía sensata nos convencen de que el alma humana 
sólo puede provenir directamente de Dios, ya que no existe nada en la 
vida de los animales capaz de producirla. Pero Dios ciertamente podría 
haber preparado el cuerpo humano como un espacio adecuado para tal 
fin mediante un proceso de evolución. Esto no afecta en absoluto el 
hecho de que Él es el Creador del hombre. 
Hemos hablado todo el tiempo del “hombre”, es decir, de la 
humanidad. Pero el Génesis habla de la creación de un hombre, ¿No es 
así? En otras palabras, de la historia de Adán y Eva. ¿Forma parte 
también de la enseñanza de la Biblia el hecho de que la humanidad 
comienza con un hombre y una mujer? Actualmente se oye decir a 
menudo que la historia bíblica de Adán y Eva es una imagen mítica del 
origen de la raza humana. 
Creo que aquí debemos hacer algunas distinciones. Sin duda los 
autores inspirados de la Biblia pensaron que la humanidad había 
comenzado a partir de un solo par de primeros padres; está claro que no 
tenían razón para pensar de otro modo. En realidad, en la primera 
historia de la creación esto no queda suficientemente claro, ya que se 
limita a decir: “Dios creó al hombre a su imagen...los creó hombre y 
mujer”. Así como aquí “el hombre” se refiere a los dos sexos, también 
podría referirse a toda la raza humana; también se emplea el vocablo 
para designar a un individuo masculino. 
Sin embargo, en la segunda historia de la creación, y 
especialmente en la historia de la Caída del hombre que sigue, queda 
claro que se cuenta la historia desde el punto de vista de un solo 
hombre y una sola mujer. Es evidente que el autor no pretende saber 
sus nombres, es decir, cómo se llamaban uno a otro. “Adán” no es más 
que el vocablo hebreo de “hombre” y “Eva” deriva de una raíz hebrea 
que significa “vida”. 
Sin embargo, decir que los autores bíblicos presuponían que la 
humanidad comenzó a partir de un solo hombre y una sola mujer, no es 
lo mismo que decir que es lo que la Biblia enseña. No tenían ningún 
propósito obvio para hacerlo, y sería difícil demostrar que en efecto, 
intentaban enseñar tales detalles sobre el origen de la raza humana. No 
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obstante, como veremos en un momento, lo que sí nos enseña, es que el 
pecado y el mal fueron introducidos en el mundo a través del libre 
albedrío del hombre, en contra de la intención de Dios en su creación. 
Por otra parte, no sólo en el Génesis, sino también a lo largo de toda la 
Biblia, se enseña que toda la humanidad se ha visto envuelta en el 
pecado (ver Génesis 8,21, Romanos 3,9), y que un hombre es 
responsable por el hecho de que todos los hombres se hayan convertido 
en pecadores (Romanos 5,12). Esta es la doctrina revelada del “pecado 
original”. Los teólogos siempre han entendido que esto significa que el 
pecado fue transmitido de generación en generación, y que por la tanto 
la revelación supone que todo pecado humano proviene de uno “a través 
del cual el pecado entró en el mundo”. De este modo, cualquiera que 
haya sido su inicio en la creación, parece que la raza humana actual 
tiene al menos un ancestro común. Esta es la conclusión que el Papa Pío 
XII expone en 1950 a la Iglesia en una carta encíclica. 
III 
DIOS CONOCIDO 
Hemos señalado continuamente que el conocimiento de Dios que 
llega a través de la revelación es superior a lo que podríamos saber solo 
mediante la razón. ¿Qué podríamos saber exactamente acerca de Dios 
únicamente por nosotros mismos? 
Una vez más, de acuerdo con el testimonio de la historia, debemos 
distinguir entre lo que el hombre podría averiguar y lo que de hecho 
sabe. Creo que no resulta demasiado difícil ver la razón de esta 
distinción. Está bien decir que, bajo circunstancias ideales, ciertos 
hechos se encuentran dentro de los logros racionales del hombre. 
Cuando decimos esto, nos limitamos a decir que los hechos no son de 
una naturaleza tal que sea imposible conocerlos mediante un intelecto 
creado. 
Sin embargo, las “circunstancias ideales” presuponen una serie de 
factores que en la práctica, no siempre se verifican. Por un lado, 
presuponen que una determinada persona tenga el tiempo y los medios 
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para dedicar sin obstáculos su tiempo libre al proceso de pensar en estas 
verdades. Obviamente, la mayoría de la gente no dispone de este 
tiempo ni de los medios. Es lamentable, pero cierto, que la sociedad 
solo puede mantener a un número limitado de filósofos. Por otro lado, 
las “circunstancias ideales” presuponen que una persona emplee 
correctamente su razón, sin dejarse llenar de pensamientos ociosos o 
inútiles, que esté pensando realmente y no permitiendo que lo arrastren 
sus emocione. Una vez más, es lamentable que esta condición no 
siempre esté presente. Hay mucha gente equivocada en este mundo, a 
menudo bien intencionada, pero equivocada. Esto le dará una idea de 
por qué hablaba del Dios conocido por la razón como del “Dios de los 
filósofos”. Existe una gran diferencia entre lo que el hombre, como 
hombre, puede saber, y lo que el hombre, como hombre, realmente sabe. 
Pero si Dios creó al hombre con la capacidad de conocerlo, ¿por 
qué para el hombre común y corriente es tan difícil lograrlo? 
¡Seguramente Dios fue capaz de crear la mente del hombre para que 
pueda conocerlo! 
En primer lugar, cuando ahora tratamos con el hombre y su 
habilidad para conocer a Dios, tratamos con el hombre caído; le resulta 
más difícil emplear correctamente su razón de lo que le resultaría si no 
hubiera existido el pecado original. En segundo lugar, desde el 
principio, Dios nunca tuvo la intención de que el hombre viviera 
simplemente en su estado natural, ni tampoco lo dejó ahí. El hombre 
ha estado y está destinado por Dios a un fin sobrenatural, que no está 
en contradicción con la razón, sino que va mucho más allá de ella. 
La razón y la fe 
No tengo la intención de exagerar las dificultades que enfrenta el 
hombre para llegar a un conocimiento natural de Dios y de su voluntad 
moral. Cuando hablo de las dificultades, es para explicar el hecho de 
que puede haber diferencias de opinión sobre el tema, incluso entre 
personas de muy buena voluntad. Lo que puede convencer a una 
persona puede no convencer a otra; lo que puede estar claro para una, 
puede no estar tan claro para otra. 
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Además, son estas dificultades las que explican por qué la religión 
natural de ciertos hombres, incluso muy brillantes, tan a menudo ha 
sido inadecuada o incluso ha estado mal orientada. Pero naturalmente, 
no quiero decir que la razón no nos pueda llevar a ninguna parte en el 
conocimiento de Dios y de su ley. Puede llevarnos lejos, aunque no lo 
suficiente. Como creo que ya lo he explicado, puede resultar 
particularmente valiosa para arrojar luz sobre lo que hemos aprendido 
a través de la revelación, mostrando cómo se relaciona con todo lo que 
sabemos mediante la experiencia. Al señalar las lagunas en nuestro 
conocimiento que solo la revelación puedellenar, de alguna forma 
también nos prepara para el conocimiento revelado. Su mejor valor se 
ve cuando trabaja en paralelo con la revelación, porque no se oponen 
entre sí. 
Tenemos un ejemplo en la idea de que muchos tienen de Dios 
como Creador. Esto parece ser una creencia tan universal entre las 
personas de todos los tiempos y lugares que debe ser sin duda el 
resultado del razonamiento humano. 
Incidentalmente, este hecho de que hombres aislados unos de 
otros en tiempo y lugar casi siempre parezcan llegar básicamente a las 
mismas conclusiones sobre los hechos fundamentales de la vida y la 
verdad, es probablemente la mejor prueba de todo lo que es la raza 
humana, del hecho de que el hombre tiene una naturaleza común que 
lo diferencia del resto de la creación. La ciencia es una con la revelación, 
por supuesto, al aceptar que los hombres son hombres, cualquiera que 
sea la diferencia en el color de su piel o en otras de sus características 
físicas o culturales. 
Sí, podemos hablar de un “Dios de los filósofos”, pero con una 
precisión aún mayor debemos hablar de un “ateísmo de los filósofos”. 
Con esto quiero decir que el ateísmo no es algo natural en el hombre. 
Era simplemente inaudito en el mundo antiguo. No es necesario decir 
que no estoy de acuerdo en que el ateísmo es una actitud adoptada por 
los hombres razonables o reflexivos, en nuestros días o en otra época. 
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Conocer a Dios a través de la razón 
Es mucho más probable que sea la actitud que adopte la mitad de 
la gente con poca educación o autodidacta, que demasiado a menudo es 
lo mismo, es la actitud de alguien que ha tropezado con algunos hechos 
que le son nuevos y que por lo tanto imagina que deben ser nuevos para 
todos, hechos que crean problemas que su mente no puede resolver y 
por tanto concluye que no tienen solución. 
La gran mayoría de la humanidad, desde los albores de la historia 
humana hasta nuestros días, en cualquier parte del mundo en que haya 
estado o pueda encontrarse, siempre ha considerado más razonable creer 
en Dios que intentar dar explicaciones sobre sí misma y sobre el mundo 
que lo rodea sin Dios. Aunque no siempre ha sacado las mejores 
conclusiones o las más consistentes de este hecho, el hecho mismo sigue 
siendo la prueba de que es un rasgo humano, según nos lo enseña la 
historia, de que al menos en las cosas realmente importantes, la 
mayoría de la gente tiene más tendencia a tener razón que a estar 
equivocada. 
En el orden político, el desarrollo de la idea de la democracia se 
basa en esta experiencia. Los hombres pueden cometer muchos errores, 
y puede demostrarse que lo hacen, pero la mente del hombre existe para 
llegar a la verdad, y en un asunto como éste es más fácil aceptar que la 
gran mayoría ha visto la verdad que concluir que la han visto solo unos 
pocos que disienten de la mayoría. 
Si hay una cosa que hacemos por instinto y que también nos 
enseñan nuestras primeras experiencias, es preguntar el “porqué” de las 
cosas. Nos negamos a creer que las cosas puedan sencillamente suceder, 
sabemos que para todo efecto debe haber alguna causa. Toda la ciencia, 
por supuesto, se basa en este principio. La música que escucho es un 
arreglo de sonidos agradables unidos por alguna mente inteligente; los 
libros que leo se componen de palabras acomodadas por alguien que 
tenía algo que deseaba decir. Nadie sería capaz de convencerme de que 
una gran sinfonía coral de Beethoven se realizó por casualidad cuando 
un grupo de músicos se sentó y empezó a tocar al azar. Nadie sería capaz 
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de convencerlo de que estas páginas que está leyendo son el resultado 
de alguien que agitó una caja llena de caracteres solo para ver cómo 
quedarían las letras. 
Debe existir una primera causa 
No solo todo efecto tiene una causa, sino que también debe haber 
una causa que sea suficiente para explicarla. Nuestra razón nos lo dice. Se 
trata solo de una conclusión elemental de la razón humana, por lo 
tanto, cuando insistimos en que este gran universo en el que vivimos y 
del cual formamos parte, también debe haber sido causado por alguien. 
Algunos han aceptado que todo debe tener una causa. Sin 
embargo, han señalado que las causas y efectos de la naturaleza son 
“incorporados”, por así decirlo. Por ejemplo, los animales respiran 
oxígeno y exhalan dióxido de carbono. El dióxido de carbono, a su vez, 
es absorbido por la vida vegetal, la que despide oxígeno. Así pues, 
existe un continuo ciclo que se explica a sí mismo. No hay necesidad de 
que Dios esté continuamente creando oxígeno para que respiremos. 
Sí, pero, ¿quién inició el ciclo la primera vez? Lo que se describe 
puede reproducirlo cualquiera de nosotros a escala limitada. Por 
ejemplo, cualquier persona que tenga peces de colores en un acuario 
sabe que, o bien tiene que cambiar continuamente el agua del tanque 
a medida que los peces consuman el oxígeno, o puede “incorporar” el 
suministro de oxígeno colocando plantas en el tanque. Pero debe 
colocar las plantas: no se crean de la nada solo porque son necesarias. El 
ciclo del carbono y del oxígeno es un efecto en sí mismo que exige una 
causa suficiente para explicarlo. 
Cuanto más nos dice la ciencia acerca de los maravillosos 
mecanismos de la naturaleza, más se demuestra la necesidad de una 
explicación de todo. Vivimos en una época en la que la tecnología 
humana ha alcanzado proporciones asombrosas. Nosotros - es decir, 
aquellos de nosotros que somos expertos en estas cosas - podemos armar 
un cohete capaz de volar a la Luna y caer en un área predeterminada en 
un plazo determinado casi a una fracción de segundo. Podemos oprimir 
- 25 -
el botón de una computadora y en pocos segundos tener la respuesta a 
una pregunta matemática que podría haber mantenido a una serie de 
matemáticos ocupados por el resto de su vida. 
Pero obviamente, sería una persona con mentalidad muy simple 
si pensara que el cohete y la computadora se explican debido a su 
causalidad “incorporada”. Alguien debió calcular la trayectoria del 
cohete y en qué momento debía despegar en relación con la posición de 
la tierra y la luna en un momento dado. La computadora debió ser 
construida y “programada” por matemáticos expertos que la utilizan 
simplemente como una herramienta, una extensión de sus propias 
mentes y facultades físicas. Y sin embargo estos inventos humanos, por 
complicados que sean, nunca podrán acercarse a la complejidad de una 
sola célula de la vida vegetal o animal, la vida que vemos 
continuamente a nuestro alrededor. 
No, no se explica el universo señalando simplemente cuán 
intrincado es su buen orden; más bien, lo hacemos de la forma más 
difícil de explicar. No se explica simplemente buscando un efecto a 
través de la serie de causas; por el contrario, si debe tener algún sentido, 
solo estamos posponiendo lo que debe ser su explicación última. 
En otras palabras, no importa cuán atrás vayamos para explicar 
una cosa por otra, finalmente debemos llegar a alguna causa, que no fue 
causada por ninguna otra cosa. Es lo que nuestra mente nos dice si 
llevamos nuestro argumento lo suficientemente lejos. Para agregar la 
causa de la causa, incluso si tuviéramos la capacidad de contarlas una 
por una, sencillamente nos llevaría a través de tantos miles y millones 
de años que su número aturdiría nuestra imaginación. Pero ahí, al 
principio de todo, deberíamos seguir haciéndonos la pregunta: ¿”Qué 
lo inició todo”? O más bien, “¿quién lo desencadenó todo?”, ya que 
todo este increíble y complejo orden apunta a una inteligencia con un 
propósito y una concepción, igual que la computadora apunta hacia el 
ser inteligente que la diseñó. 
A este Principio, esta Causa No Causada que sola puede resolver 
el enigma de la existencia, a este Ser Supremo y la Inteligencia que lo 
concibió y lo diseñó, le llamamos Dios. Este es el “Dios de los 
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filósofos”. Como dije antes, a partir de esta forma de razonamiento 
aislada, no hemos podido saber grancosa acerca de Dios. Podemos 
razonar acerca de su existencia, su autosuficiencia, poder e inteligencia. 
Podríamos suponer algo acerca de sus propósitos en la creación. Pero, 
cuanto más lejos llevemos nuestras conclusiones de lo único que la 
razón nos dice que es absolutamente cierto, también podríamos razonar 
de manera equivocada. 
Por lo tanto, para conocer a Dios de manera adecuada, y 
conocernos a nosotros mismos de manera adecuada en relación con 
Dios, Él debe entrar en nuestro mundo y dársenos a nosotros. Así, el 
conocimiento de Dios que tenemos a través de la revelación, del cual ya 
hemos hablado, no está en contradicción con el conocimiento que 
podemos tener mediante la razón, pero ciertamente va mucho más allá 
de ella. 
Pero, ¿por qué motivos aceptaríamos este conocimiento revelado? 
Si va más allá del conocimiento natural, aún así debe ser razonable, ¿no? 
Debe ser razonable aunque no llegamos a él mediante la razón. 
Puesto que el hombre es un ser racional, todo lo que haga, incluyendo 
la aceptación de la revelación, debe ser un acto razonable si está 
actuando de acuerdo a la naturaleza que Dios le dio. 
IV 
LA RAZÓN Y LA REVELACIÓN 
La aceptación de la revelación es un acto de fe. Es decir, es una 
aceptación de verdades no necesariamente porque nosotros mismos 
veamos o conozcamos la evidencia de estas verdades, sino porque 
aceptamos la veracidad del único que hace que se conozcan las verdades. 
Toda nuestra vida se basa en la fe, la fe natural, totalmente aparte de 
cualquier cuestión de fe sobrenatural en Dios. Cuando subo a un avión 
para viajar de un lugar a otro, estoy haciendo un acto de fe en un gran 
número de personas. Estoy profesando mi fe en la capacidad del piloto, 
en la estructura de la aeronave, en todas las leyes físicas (que confieso 
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que no comprendo) que permiten que algo que pesa tantas toneladas se 
deslice con seguridad a través del aire. Por supuesto que no es una fe 
ciega, porque tengo bases razonables para todas estas suposiciones. Sin 
embargo, es fe, porque no puedo comprobar ni verificar por mí mismo 
en cada caso las evidencias de la forma en que puedo comprobar que dos 
y dos son cuatro. 
Del mismo modo, no lo sé, pero creo que en Arabia Saudita hay 
una ciudad llamada La Mecca, un lugar en el que nunca he estado o es 
posible que nunca vaya. Lo creo porque puedo encontrarla en el atlas, 
puedo leer lo que escriben las personas que han estado ahí, e incluso 
ver las fotografías que dicen que tomaron de la ciudad. Debo aceptar la 
palabra de las personas que hicieron los atlas e imprimieron las 
fotografías. Una vez más, se trata de una fe razonable - no sería 
razonable no tener esta fe - pero sigue siendo la fe. 
La fe es razonable 
Al aceptar la revelación creo por palabra de Dios no sólo en 
verdades que no conoceré personalmente, sino también en las verdades 
que nunca podré averiguar por mí mismo. Esta fe también debe ser 
razonable. Es decir, debo tener una razón para mi creencia de que Dios, 
el Creador y Autor de la verdad, se ha revelado. Debo tener una razón 
para aceptar como revelación de Dios las enseñanzas bíblicas de las que 
hablaba antes. El simple hecho de que estén en la Biblia no prueba que 
sean verdad para alguien que no acepte la Biblia como la palabra de 
Dios. 
Como católico, creo que la Biblia contiene la palabra de Dios 
porque es la enseñanza de la Iglesia y acepto a la Iglesia como la 
continuidad en este mundo de la palabra de Jesucristo, la última y más 
completa revelación de Dios como hombre. Debo tener razones para 
esta fe. Otros folletos hablan de estas razones cuando se debate acerca 
de la Persona de Jesús y de la Iglesia que fundó. 
Quiero destacar que no sólo los cristianos están obligados a tener 
una fe razonable. Como mencioné antes, si debemos vivir en este 
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mundo, es indispensable algún tipo de fe. Algunos de nuestros actos de 
fe son razonables y algunos no lo son; quién de nosotros no ha 
descubierto en un momento determinado que ha creído en algo 
incorrecto o en la persona equivocada y, ¿con qué frecuencia no nos 
hemos reprochado el habernos confiado tontamente? 
En cuanto al compromiso más fundamental de todos los que 
pueda tenerse, la fe a la que uno dedica la vida y por la que se vive, es 
obviamente por la que se debe actuar de manera razonable por encima 
de todo. Aquí, no se trata de fe o de falta de fe, se trata más bien de 
una cuestión de qué fe. El llamado no creyente en realidad tiene su 
propia fe, aunque no sea una fe en el Dios cristiano. 
Creo que mi fe en el Dios cristiano es razonable, y por otro lado 
me parece que muchas fes no cristianas son totalmente irracionales y 
contrarias a toda evidencia histórica. Hay quienes, por ejemplo, me 
dicen que si el hombre fuera abandonado a sí mismo y no se le 
molestara con pensamientos de Dios y de la religión, si se le diera un 
buen gobierno y suficiente alimento, forjaría una utopía en la tierra en 
la que florecerían la justicia y todas las demás virtudes. A la luz de la 
historia de la humanidad, una creencia de este tipo realmente requiere 
de la fe que mueve montañas. 
El significado del sufrimiento 
Para que la fe sea razonable, debe brindarme una interpretación 
razonable de la vida. La naturaleza sola no puede hacerlo. Para ilustrar 
lo que quiero decir, me gustaría citar un fragmento de un libro que 
aborda un aspecto de la revelación divina. La cita es de Robert Hugh 
Benson en Christ in the Church, en la que el autor aborda un problema 
que turba con frecuencia a la gente dentro y fuera de la Iglesia, el del 
sufrimiento y su significado: 
“El conjunto de la naturaleza existe sobre la base del principio del 
sufrimiento vicario y el rechazo del cristianismo debido a la doctrina 
de la expiación es un rechazo de la propia Naturaleza por lo mismo. 
Renegar del Cristianismo en arrogante repudio de la ‘injusticia’ de los 
- 29 -
dogmas del Dolor que éste predica, y buscar la paz y la tranquilidad en 
el canto de los pájaros y el florecimiento de las flores es, casi 
literalmente, saltar de la cacerola al fuego. Porque en todo caso, la 
cacerola representa un intento de utilizar el fuego de manera 
inteligente, y el fuego, si no se usa, es sinónimo de destrucción. El 
Cristianismo por lo menos sugiere un intento de enfrentar los hechos y 
de esforzarse por interpretarlos; la Naturaleza ofrece los hechos mismos 
sin ningún tipo de interpretación. El alcaudón crucifica su alimento 
vivo; las flores florecen en la corrupción; los petirrojos matan a sus 
padres; toda la vida llega con dolores de parto y sólo existe en términos 
de la muerte. El hombre se alimenta de animales, los animales de 
plantas y las plantas de minerales. Nos guste o no, son hechos. Y en 
última instancia, el Cristianismo nos anima a hacerles frente, y decir 
que mediante la destrucción los minerales pasan a la vida de las plantas; 
las plantas a los animales, los animales a los humanos. El Cristianismo 
va aún más allá y completa el ciclo dándonos razón para creer que el 
hombre, mediante el sufrimiento, se eleva y asciende incluso a ser 
“partícipe de la Naturaleza Divina”, de la que todo procede. Entonces, 
si estos hechos son contrarios a nuestra idea de justicia, es mejor 
corregir nuestras ideas de justicia, porque son sencillamente falsas para 
la vida, ya sea la de la religión o la de la naturaleza”. 
La Ley natural 
¿Se encuentra también en la Ley moral esta relación entre la razón 
y la revelación? La mayoría de la gente está de acuerdo en la existencia 
de una ley natural, aunque la llame de diferentes formas y en ocasiones 
llegue a conclusiones diferentes sobre la misma. La ley natural no 
significa nada más ni nada menos que el hombre es capaz de reconocer 
que algunas cosas están bien y que algunas otras están mal, sin importar 
lo que otros puedan decir al respecto, sin importar lo que las leyes 
humanas puedan hacer de ellas. Como tal, la ley natural es la base de la 
conciencia delhombre: su juicio moral de que está actuando 
correctamente. Es, de hecho, la base de nuestras leyes sociales. Citando 
a Blackstone, el gran jurista que formuló la jurisprudencia de la 
tradición anglosajona, la ley natural es “el vínculo de todo el mundo en 
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todos los países, y en todo momento”, y por lo tanto, “no hay leyes 
humanas válidas que lo contradigan”. 
La ley natural es la ley de la naturaleza del hombre, es decir, de su 
razón. Una planta no toma la decisión de crecer en un lugar o en otro o 
de tal manera; crece de acuerdo con las leyes de la naturaleza que le han 
sido impuestas. También un animal actúa de acuerdo a su naturaleza 
cuando sigue sus instintos para alimentarse y reproducirse entre otras 
cosas. Sólo el hombre tiene razones que lo guían y la libertad para 
decidir si va a actuar de manera razonable o no. Cuando actúa de 
manera razonable, está siguiendo la ley de su propia naturaleza, la ley 
natural. 
Sabe, por ejemplo, que está mal cometer un asesinato, porque la 
razón le dice que este acto viola el derecho de otro ser racional para 
gobernar su vida mediante la razón y el libre albedrío que reconoce en 
sí mismo. Sabe que es malo robar la propiedad de otro, porque la razón 
le dice que únicamente mediante el respeto a la posesión imperturbable 
de sus bienes, puede haber una sociedad estable. Sabe que el adulterio 
está mal porque ataca el bienestar de la familia, que es la unidad básica 
de la sociedad. Mentir es malo, ya que abusa de la facultad atribuida 
para la comunicación humana, que se convertiría en un imposible a 
menos que tuviéramos el derecho de suponer que nuestros semejantes 
nos están diciendo la verdad. Y así sucesivamente. Las conclusiones 
como éstas son la base de las leyes por las que se rige el hombre en todas 
las sociedades y en todo momento en la historia. 
La razón también es capaz de distinguir entre estas leyes, de decir 
qué es más importante en un caso determinado o qué tiene prioridad: 
una persona puede haber perdido su derecho a la vida, por ejemplo, si 
está tratando de privar a otro de su vida o está actuando para destruir a 
la sociedad. La razón, por el mismo principio que determina que una 
cosa es buena o mala, también puede determinar el grado en que es 
correcto e incorrecto. Obviamente, algunos actos son más contrarios 
que otros a la naturaleza racional del hombre. 
Este reconocimiento de lo que es justo y razonable, lo que está de 
acuerdo con la naturaleza del hombre, es en sí mismo otro 
- 31 -
reconocimiento de la existencia de Dios. Admitimos un orden moral, 
porque vemos que el hombre y el mundo en el que vive existen para 
algún orden y propósito. Por lo tanto, no son solo su propia explicación, 
sino que han recibido una guía de su Creador. Es la razón por la que 
cuando alguien se quita la vida, actúa en contra de su naturaleza, 
porque esa vida no puede utilizarla de ninguna forma contraria al 
propósito para el que se le otorgó. 
La mayoría de las cosas mencionadas, que generalmente se 
reconocen como algo malo, están prohibidas por las leyes de la sociedad 
civilizada. 
La Ley humana 
En cuanto a las afirmaciones básicas de la naturaleza del hombre 
sobre su vida moral, entre la gente existe un acuerdo general que afirma 
que se han convertido en las leyes de todos los pueblos. La sociedad 
organizada define como crímenes las violaciones a estos principios, 
actos que castiga la sociedad como tal. Al menos, determinará estos 
actos como delitos bajo determinadas circunstancias. No tomará en 
cuenta una mentira “privada” de un individuo a otro, pero castigará el 
falso testimonio, es decir, una mentira de alguien que se ha colocado 
públicamente en posición de decir la verdad. Tal acto es antisocial y por 
lo tanto, es malo. 
Incluso si los gobiernos y otras autoridades públicas no hubieran 
promulgado leyes humanas, incluso si un hombre se encontrara aislado 
en un desierto o perdido en una isla remota apartado de todos los 
demás, aún así estaría atado a la ley de su naturaleza que es la base de 
las leyes humanas. De hecho, a menudo podemos ver esta verdad 
ejemplificada en la conducta de aquellos que con frecuencia pueden 
escapar de las consecuencias de sus crímenes en lo que se refiere al 
castigo de la sociedad, sin embargo, el remordimiento los impulsa a 
entregarse al castigo. Está claro que no sucede siempre, porque el 
remordimiento puede suprimirse del mismo modo que puede actuarse 
en contra de nuestra naturaleza de muchas otras formas. Sin embargo, 
ocurre con suficiente frecuencia como para que podamos ver en ello la 
- 32 -
verdad de que el hombre mismo es su propio juez mucho antes de que 
sea juzgado por nadie más. 
Esto es lo que llamamos “conciencia”, el juicio moral que aplica 
el hombre a las acciones que está a punto de realizar o que ya ha 
realizado, por el que determina si son correctas o incorrectas. La 
conciencia no es una voz misteriosa o un instinto, es un ejercicio de la 
naturaleza racional del hombre. 
La Ley Natural y la Revelación 
En todo caso, esto pone de relieve el hecho de que la ley natural 
no es suficiente para dar al hombre una forma de vida en su estado 
actual. Es buena en la medida de su alcance, pero no llega lo 
suficientemente lejos. Así como necesitamos que se nos diga un gran 
número de cosas acerca de Dios que nunca podríamos saber por 
nosotros mismos, así también necesitamos que la revelación nos diga 
un gran número de cosas acerca de la voluntad moral de Dios. A la luz 
de esta revelación, también podemos ver mucho más claramente 
algunos mandamientos de la ley natural que teóricamente podríamos 
haber encontrado por nosotros mismos, pero que en la práctica, nunca 
encontraríamos. Dado que la ley natural es la ley de la naturaleza del 
hombre, puede comprenderse adecuadamente sólo cuando la naturaleza 
del hombre se comprende adecuadamente, y para esto necesitamos la 
luz de la revelación. 
V 
EL HOMBRE, TAL COMO ES 
Las enseñanzas de la revelación sobre el pecado original son la 
clave de muchos de los enigmas de la existencia humana. Recordemos 
que vimos que la revelación tenía mucho que decirnos sobre la 
naturaleza del hombre que en parte, la experiencia humana puede 
confirmar fácilmente. El hombre fue creado a la “imagen y semejanza” 
de Dios, distinto del resto de la creación. Dios lo destinó a gobernar el 
universo visible, a dominarlo y utilizarlo para los buenos propósitos con 
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los que Dios creó el mundo. Todo esto está de acuerdo con la naturaleza 
del hombre, tal como lo conocemos. 
Pero la segunda historia de la creación (Génesis 2), nos dice 
ciertas cosas que no concuerdan con el hombre como lo conocemos. 
Leemos, por ejemplo, que “los dos, el hombre y la mujer, estaban 
desnudos, pero no se avergonzaban “ (Génesis 2,25). Por obvias razones, 
no vemos en la desnudez una condición en la que los hombres y las 
mujeres puedan asociarse habitualmente. Si bien es cierto que la norma 
de la modestia puede diferir de una generación a otra y de un lugar a 
otro, y aunque a veces también podamos encontrar exageraciones, como 
la laxitud, aún así todas las personas razonables están de acuerdo en el 
hecho de que la modestia en sí misma es una necesidad para que exista 
una sociedad civilizada. El apetito sexual es uno de los los impulsos 
humanos más fuertes y su control y ejercicio adecuados son el deber no 
sólo de los hombres y las mujeres, sino también de la sociedad. La 
sociedad civilizada siempre ha mostrado que la ropa es una necesidad 
para el ejercicio de este control. 
El Árbol de la Vida. 
Leemos también sobre algunas otras condiciones en las que vivía 
el hombre y que no son las experiencias que tenemos. Una de ellas está 
representada por el “árbol de la vida”, que estaba disponible para el 
hombre en el jardín en el que Dios lo colocó (Génesis 2,9). Incluso 
aunque no tuviéramos mayor información, sin duda supondríamos que 
este autor quiso decir que el hombre no estaba sujeto ala muerte, que 
tenía en sus manos la inmortalidad natural. Sabemos de hecho que el 
tema de un “árbol de la vida” o “planta de la vida” estaba bastante 
generalizado en los cuentos populares del mundo en el que vivió el 
autor del Génesis, al igual que temas similares en leyendas posteriores; 
recordemos la “fuente de la juventud”, que supuestamente trajo a Ponce 
de León a Estados Unidos. 
¿Pero nos enseña el autor inspirado que el hombre fue creado 
inmortal? Aquí parece haber dicho algo que realmente contradice 
nuestra experiencia sobre el hombre. Si hay algo de lo que todos 
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estamos bastante seguros, aunque a menudo no nos guste pensar en 
ello, es de nuestra muerte. El cuerpo del hombre está en un estado de 
deterioro progresivo y mientras más envejecemos, más conscientes 
estamos ello. Literalmente, “comenzamos a morir desde que nacemos”. 
Y, por supuesto, en esta historia Dios también le dice al hombre: 
“polvo eres y en polvo te convertirás” (Génesis 3,19). Pero éste no es el 
final de la historia, cuando está a punto de expulsarlo del jardín. Esta 
historia de un Jardín del Edén, ¿es sólo una forma primitiva del autor 
para ubicar el principio de la creación en algún lugar de Mesopotamia? 
No, es más que esto. Es simbólico, es cierto, pero su propósito no 
era ubicar literalmente ningún lugar en esta tierra. En primer lugar, la 
“geografía” del pasaje es imposible incluso para los estándares ya 
desaparecidos de la antigüedad; en Génesis 2,10-14, el autor no está 
describiendo un lugar en Mesopotamia ni en ninguna otra parte, a 
pesar de que algunos de los nombres son mesopotámicos. Más bien, 
recurre a algunos símbolos que entonces eran de uso común para 
significar que, en primer lugar, al hombre a quien Dios había creado se 
le habían otorgado desde el principio ciertas prerrogativas por encima 
de lo que por naturaleza le correspondía y, en segundo lugar, que el 
hombre perdió estos privilegios debido a su pecado de desobediencia 
deliberada. 
El significado del matrimonio 
¿Debemos deducir de esto que no habría ni muerte ni 
sufrimiento, y no se usarían nuestras facultades sexuales, si no hubiera 
existido el pecado original? Más bien, ¿no pondría esto a la institución 
del matrimonio en una extraña posición? 
Las revelaciones no dicen que no habría existido el matrimonio. 
El matrimonio, como condición natural del hombre, se menciona en la 
segunda historia de la creación antes de que surja la cuestión del pecado 
(Génesis 2,23-24), y ya se había mostrado como la bendición de Dios 
en la primera historia de la creación (Génesis 1,28). El matrimonio no 
es una consecuencia del pecado, sino de un buen estado de vida que 
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Dios quiso, tanto para perpetrar la raza humana, como para el 
establecimiento de la relación familiar que es un reflejo de la intimidad 
en la que Él ha deseado vivir con la humanidad. 
De hecho, es tan bueno que se ha convertido en un sacramento de 
la Iglesia y San Pablo puede comparar el matrimonio cristiano con la 
vida común compartida por Cristo y su Iglesia (Efesios 5:30-32). Lo 
que no habría tenido lugar sin el pecado original es el abuso o mal uso, 
no sólo del apetito sexual, sino también de otros deseos de nuestra 
naturaleza que, aunque buenos en sí mismos, si se permiten y no se 
controlan mediante la razón, pueden llevar a conducirnos como seres 
humanos peores que animales. La embriaguez, la gula y la avaricia, 
entre otros, son también los resultados de ceder a lo que llamamos 
nuestra concupiscencia. 
Los trastornos de este tipo, así como la muerte, los dolores y los 
sufrimientos físicos que la acompañan, son lo que el pecado introdujo 
al mundo. También presuponen que para el hombre no es tan fácil usar 
su razón y ejercer adecuadamente su libre albedrío, como hubiera sido 
el caso de no haber existido el pecado original. Después de todo, el 
pecado no es sólo la violación de alguna regla arbitraria que no tiene 
nada que ver con el carácter del hombre. 
No puede cometerse pecado sin violentar la propia naturaleza, 
alejándola de su curso adecuado y enviándola por caminos secundarios. 
Para nuestro pesar, sabemos esto cuando pecamos. Lo que hoy es cierto 
del pecado, lo era también entonces. El hombre pecó, y como resultado, 
el hombre es diferente de lo que era. Sigue siendo hombre en todos sus 
elementos esenciales, tanto la revelación como la razón nos lo dicen. 
Sin embargo, ha perdido los dones que Dios, en su bondad, le otorgó a 
su naturaleza. 
Cómo le habría ido al hombre de no haber existido el pecado 
original, no podemos saberlo detalladamente. Sin embargo, tenemos 
mucha más información acerca del don de la gracia, del don de la 
amistad íntima de Dios del que hablaba antes. Porque es un don que el 
hombre, a través de la misericordia de Dios, puede recibir y recibe 
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nuevamente, un regalo que Él ha hecho posible gracias a la obra de la 
redención o la reconciliación del hombre con Dios. 
El destino del hombre 
Este destino sobrenatural en sí mismo es Dios, no sólo como la 
meta de la existencia natural del hombre, sino como Él es en sí mismo. 
Lo que esto significa plenamente, incluso ahora no podemos saberlo, ya 
que se encuentra fuera del alcance de la experiencia y la comprensión 
del hombre. “Lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello 
que Dios preparó para los que lo aman” (1 Corintios 2,9). 
VI 
LA AMISTAD DE DIOS: PERDIDA Y RESTAURADA 
Este don de la gracia es el de la amistad de Dios a la que, como 
he dicho antes, el hombre como criatura no tiene derecho a aspirar. Es 
un don que nos hace hijos de Dios (ver Juan 1,12), lo que obviamente 
no somos, como simples criaturas, así como no puedo llamar hijo a algo 
que he hecho con las manos. Porque Dios no puede ni amar lo que es 
malo ni tener como hijo lo que es ajeno a Él, se habla del don de la 
gracia como gracia “santificadora”, es decir, un don que nos constituye 
en santos, dignos de la amistad de Dios. La historia del Génesis nos lo 
dice mediante la descripción de la amistad y la intimidad que existe 
entre Dios y el hombre antes del pecado original; como recordarán, es 
después de este pecado, cuando “el hombre y su mujer se esconden del 
Señor Dios” ( Génesis 3,8). El Nuevo Testamento nos habla mucho más 
sobre la naturaleza de la gracia, que los hombres han restaurado - a 
aquellos que están dispuestos a recibirla — a través de Jesucristo. 
“Por un solo hombre entró el pecado al mundo, y por el pecado 
la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos 
pecaron...Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la 
falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don 
conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron 
derramados mucho más abundantemente sobre todos. Por 
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consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de 
todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los 
hombres la justificación que conduce a la Vida. 19 Y de la misma 
manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se 
convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos 
se convertirán en justos” (Romanos 5,12, 15, 18-19). 
El pecado original 
El mayor resultado y el más desastroso del pecado original, fue la 
pérdida de esta gracia, que tanto le costó a nuestro Señor Jesús restaurar 
para el hombre. 
¿Cuál fue la naturaleza del pecado original del hombre? La Biblia 
dice que Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento del bien y el 
mal, lo que Dios les había prohibido hacer. ¿Fue sólo la violación de una 
orden arbitraria? 
Sin duda podemos estar seguros de que no fue sólo la violación de 
una prohibición arbitraria, aunque esto sea todo de lo que podamos 
estar seguros. No sabemos cuál fue la naturaleza exacta del pecado 
original del hombre, y es casi seguro que el escritor inspirado del 
Génesis no sabía más que nosotros al respecto. Es evidente que fue un 
pecado de orgullo y desobediencia.Naturalmente, el “árbol del 
conocimiento del bien y del mal” equivale al “árbol de la vida”. Para el 
hombre bíblico, “conocimiento” significa preeminentemente el 
conocimiento de la experiencia: cuando el autor continúa diciendo, “El 
hombre se unió a Eva, su mujer” (Génesis 4,1), se refiere a la 
experiencia sexual. Por lo tanto aquí, comer del árbol del conocimiento 
del bien y del mal indica una experiencia del bien y del mal, es decir, 
experimentar el orden moral del bien y del mal haciendo algo dentro de 
ese orden, lo que en las circunstancias que sabemos es algo malo. ¿Qué 
era? El texto no lo especifica. 
Sin embargo, cuando nuestros primeros padres lo vieron, “el árbol 
era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir 
discernimiento” (Génesis 3,6). Es siempre el camino de la tentación. El 
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pecado nos parece tan atractivo aquí y ahora, que podemos olvidar lo 
que pueden ser sus terribles consecuencias; preferimos lo bueno que 
tenemos en las manos, a lo único bueno que, como sabemos, finalmente 
importa. Las palabras del tentador en esta historia es también objeto de 
un estudio de la psicología de la tentación. Primero distorsiona el 
mandato divino: “Dios dijo, ‘no coman de él ni lo toquen’ (Génesis 
3,1). Entonces niega su validez: “Dios sabe muy bien que cuando 
ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, 
conocedores del bien y del mal” (3,5). 
La naturaleza del pecado 
“Serán como Dios”. En cierto sentido esto describe lo que el 
pecador trata de hacer al cometer cualquier pecado. El hombre ya había 
sido creado como Dios de la forma en que Dios lo había destinado a ser, 
y había sido admitido en amistad con Dios. Pero ahora, por su cuenta, 
como dueño de su propio destino, debe ser como Dios, como quería ser, 
es decir, independiente de Dios, un dios para sí mismo. 
Como quiera que sea, el acto se realizó, y desde entonces la 
humanidad nunca ha sido igual. “Entonces se abrieron los ojos de los 
dos y descubrieron que estaban desnudos. El hombre y su mujer se 
escondieron del Señor Dios” (3, 7-8). 
Ahora empezamos a comprender lo que significan los castigos 
que se representan mediante Dios visitando al hombre como 
consecuencia del pecado. Poco antes dije, “el pecado no puede 
cometerse sin violentar su propia naturaleza”. El dolor y el sufrimiento 
que siguen en la historia de la humanidad, no son realmente un acto de 
venganza divina. Son más bien los males que el hombre ha creado para 
sí mismo. 
También podría agregar que mientras el hecho del pecado 
original se nos dio a conocer a través de la revelación, y mientras 
muchas de sus circunstancias siguen siendo necesariamente un misterio 
para nosotros, a pesar de todo, corresponde en gran parte a mucho de lo 
que la historia y la experiencia nos enseñan acerca del hombre. 
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El hombre es un enigma 
El hombre siempre ha sido un enigma para los filósofos que lo han 
estudiado. Es una criatura que puede, literalmente, escalar las alturas 
más sublimes y casi de inmediato, hundirse en las profundidades más 
bajas. Es capaz de crear gran poesía, música y arte, es capaz de logros 
científicos que denotan una mente sutil y profunda, de actos 
desinteresados que lo ennoblecen mientras ennoblece a otros. También 
es capaz de la máxima degradación, de los actos más viles que cualquier 
bestia pudiera realizar, de la completa degeneración del alma. 
Algunos observadores del hombre han mostrado gran optimismo 
respecto a sus perspectivas: han depositado su confianza en el hombre, 
sólo para ver su confianza traicionada una y otra vez y todas sus 
ilusiones destrozadas. Otros han estado igualmente equivocados al 
adoptar una actitud totalmente pesimista, una falta total de esperanza 
sobre la existencia de cualquier bien en la humanidad, que obviamente, 
ha sido contradicha por muchos factores de la historia humana. 
Gilbert K. Chesterton, un gran convertido a la fe católica, 
escribió que fue cuando escuchó por primera vez la doctrina del pecado 
original, cuando todos los hechos aparentemente incongruentes que 
sabía sobre el hombre, comenzaron a acomodarse como piezas de un 
rompecabezas chino. Esto explica tanto lo bueno como lo malo en el 
hombre: creado bueno y destinado a un gran propósito que él mismo 
interrumpió; frustrado en sus mejores aspiraciones; capaz de perderlo 
todo en el camino o de crear su regreso a las estrellas. 
Aún quedan muchas preguntas. Una de ellas, aunque tal vez no 
sea demasiado importante, se refiere a la figura de la serpiente en la 
historia de la Caída del hombre. ¿Quién se supone que es? Seguramente 
el autor bíblico no tenía la intención de decirnos que hubo un tiempo 
en el que las serpientes caminaban y hablaban. En esta historia la 
serpiente parece ser mucho más lista que el hombre y la mujer con 
quienes trata. Sin embargo, en la historia del Génesis la única criatura 
inteligente de que se habla, es del hombre. 
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Sin duda el autor del Génesis intentó personificar el poder del 
mal por medio de la figura de la serpiente, que representa 
sistemáticamente como un ser sumamente inteligente. Mucho más 
tarde, otro escritor inspirado pondría la misma enseñanza en un 
lenguaje que nos es más familiar: “Dios creó al hombre para que fuera 
incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la 
envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen 
a él tienen que padecerla” (Sabiduría 2, 23-24). Así también, en el 
Nuevo Testamento: “El hombre que peca procede del demonio, porque 
el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se 
manifestó para destruir las obras del demonio” (1 Juan 3,8). 
¿Existen los ángeles? 
La historia del Génesis no se extiende sobre la creación o la 
existencia de los ángeles, ya que sólo le preocupa la creación visible que 
forma parte del hombre y que ha sido colocada bajo su dominio. Más 
aún, el Antiguo Testamento tuvo conocimiento poco a poco sobre la 
existencia de un orden angelical, a medida que Dios consideró adecuado 
revelar este conocimiento. Sin embargo, tanto el Antiguo como el 
Nuevo Testamento, no dejan duda alguna de la existencia de los 
ángeles, y también se da alguna información acerca de lo que hacen. La 
palabra “ángel”, originalmente significa “mensajero”, y es así como se 
les suele representar en las Escrituras, como mensajeros o ministros 
mediante los que Dios gobierna el universo y a veces lidia con el 
hombre. Los Salmos le dicen al hombre que confía en Dios: “Porque él 
te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos” 
(Salmo 91,11). Estos textos son la base de nuestra creencia en los 
ángeles de la guarda. 
A pesar de que nosotros - y la Biblia - por lo general describimos 
a los ángeles con forma humana, sabemos que los ángeles son lo que 
llamamos “espíritus puros”, es decir, solo espíritus, sin cuerpo, del 
mismo modo que Dios es puramente espiritual. Con el fin de indicar la 
diferencia entre ellos y el hombre, el artista suele representarlos con alas 
o de alguna otra forma extraordinaria, aunque es evidente que no tienen 
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alas y tampoco tienen cuerpo. Igual que el hombre, son seres 
inteligentes, pero a diferencia del hombre, son inteligencias puras. Son 
por lo tanto, criaturas de Dios, una etapa superior a la del hombre como 
criatura. 
También se nos dice que tanto a los ángeles como al hombre, 
Dios los puso a prueba y algunos de ellos, como el hombre, cayeron. Los 
ángeles caídos se conocen como demonios. A su líder lo conocemos 
como el diablo (palabra que significa “atacante”) o por el nombre 
propio de Satanás (que significa “adversario”); a veces usamos las 
mismas palabras para designar todo el orden del mal. Porque así como 
Dios usa a los ángeles como sus agentes en el mundo, los demonios son 
los ministros del mal, que intentan provocar la frustración de los 
buenos planes de Dios. “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno 
que fue preparado

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