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Recursos oceano

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EL OCÉANO Y SUS RECURSOS. I. PANORAMA 
OCEÁNICO 
 
 
Autor: JUAN LUIS CIFUENTES LEMUS / PILAR TORRES-GARCÍA / MARCELA 
FRÍAS M. 
 
 
COMITÉ DE SELECCIÓN 
EDICIONES 
PRÓLOGO 
INTRODUCCIÓN 
NOTA 
I. LAS MARAVILLAS DEL MAR 
II. LAS DIMENSIONES DEL OCÉANO. 
.....DIFERENTES TIPOS DE MARES 
III. EL MAR TRIDIMENSIONAL 
IV. LA FECUNDIDAD EN EL OCÉANO. 
.....AFLUENCIA DE LA VIDA Y MANSIÓN DE BELLEZA 
V. LOS RAROS HABITANTES DE OCÉANO. 
.....MONSTRUOS Y DIOSES DEL MAR. FANTASÍAS Y 
REALIDADES 
VI. INVASIÓN DE LOS OCÉANOS POR EL HOMBRE. 
.....DEL REMO A LA ENERGÍA ATÓMICA 
VII. HISTORIA DEL ESTUDIO DE LOS OCÉANOS. 
.....DEL HOMBRE PRIMITIVO AL RENACIMIENTO 
VIII. LAS GRANDES APLICACIONES OCEÁNICAS DE LOS 
SIGLOS XVIII Y XIX 
IX. LA ERA ACTUAL. SIGLO XX 
X. INQUIETUD DEL HOMBRE POR LA EXPLORACIÓN 
SUBMARINA. 
.....PENETRACIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO SUBMARINO 
XI. LA REVOLUCIÓN DE LA TÉCNICA EN LA INVESTIGACIÓN 
SUBMARINA 
XII. LA EXPLORACIÓN SUBMARINA EN LA BÚSQUEDA DE 
TESOROS Y PIEZAS ARQUEOLÓGICAS 
XIII. LAS CIENCIAS DEL MAR Y EL ESTUDIO ACTUAL DE LOS 
OCÉANOS 
APÉNDICE 
GLOSARIO 
BIBLIOGRAFÍA 
COMITÉ DE SELECCIÓN 
 
Dr. Antonio Alonso 
Dr. Gerardo Cabañas 
Dr. Juan Ramón de la Fuente 
Dr. Jorge Flores Valdés 
Dr. Leopoldo García-Colín Scherer 
Dr. Tomás Garza 
Dr. Gonzalo Halffter 
Dr. Raúl Herrera 
Dr. Jaime Martuscelli 
Dr. Héctor Nava Jaimes 
Dr. Manuel Peimbert 
Dr. Juan José Rivaud 
Dr. Julio Rubio Oca 
Dr. José Sarukhán 
Dr. Guillermo Soberón 
Coordinadora: 
María del Carmen Farías 
EDICIONES 
 
la ciencia/2 para todos 
Primera edición (La Ciencia desde México), 1986 
Cuarta reimpresión, 1996 
Segunda edición (La Ciencia para Todos), 1997 
La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura 
Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los 
auspicios de la Secretaria de Educación Pública y del Consejo Nacional 
de Ciencia y Tecnología. 
D. R. © 1986 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V. 
D. R. © 1997 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA 
Carretera Picacho-Ajusco 227, 14200 México, D.F. 
ISBN 968-16-5256-8 
Impreso en México 
 
PRÓLOGO 
 
Fecunda idea es la publicación de El océano y sus recursos, primer libro de su 
índole en México ya que la extensión y variedad de sus costas, bañadas por los dos 
mayores océanos del planeta, le ofrecen valiosos tesoros, cuyo aprovechamiento 
total no podrá lograrse sin contarse con un cúmulo de conocimientos científicos 
sobre el tema. 
México, como se ha dicho, ha vivido "de espaldas al mar", dando mínima atención 
al debido aprovechamiento de sus recursos marinos. Y, desde luego, prácticamente 
ninguna a la investigación científica de sus variados recursos. Hace apenas seis 
lustros que se dieron, en 1923 y 1926, los primeros y más modestos pasos al 
respecto, promovidos por el más brillante biólogo que ha producido México, 
Alfonso L. Herrera, en la benemérita Dirección de Estudios Biológicos, que había 
fundado en 1915 y a cuyo frente se encontraba. En tal trabajo participó quien esto 
escribe, y que posteriormente inició, en 1934, la primera cátedra de hidrobiología y 
pesca en la Escuela Nacional de Agricultura. 
Para entonces ya existían algunos centros de investigación, que paulatinamente 
fueron creciendo en número. Y también planteles profesionales en que se formaban 
los nuevos investigadores. Los más activos eran la Facultad de Ciencias (UNAM) y 
la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (IPN). 
En la Facultad de Ciencias, desde 1962, el maestro Juan Luis Cifuentes tenía a su 
cargo — y la tiene aún— una cátedra de zoología de invertebrados, que con sus 
sólidos conocimientos y dinamismo no tardó en convertirse en polo de atracción 
para los alumnos que anhelaban formarse bajo las enseñanzas del brillante 
catedrático, quien en el periodo 1973-1977 fue designado director de la Facultad de 
Ciencias. Esta institución recibió entonces un notable impulso en sus diversas 
ramas, en un tiempo que puede ser considerado como la Edad de Oro del 
Departamento de Biología. 
Paralelamente a estos desarrollos, se había ido acumulando una abundante y sólida 
bibliografía especializada, de gran valor de consulta, para guiar las investigaciones 
marinas, pero faltaba una obra, escrita por mexicanos, que pudiera servir al lector 
deseoso de tener una visión panorámica de la materia. El océano y sus recursos 
viene hoy a llenar ese vacío. En esta serie de doce volúmenes, cuidadosamente 
equilibrados, se enfocan todos los ángulos de las investigaciones oceánicas, con 
especial referencia a los aspectos biológicos y muy particularmente a la pesca, que 
cada día va tomando mayor importancia en la economía mexicana. 
La solidez y autoridad de la obra la avala el nombre de sus autores: el maestro por 
antonomasia, Juan Luis Cifuentes, y dos de sus más brillantes discípulas y 
colaboradoras: la maestra en ciencias María del Pilar Torres García y la bióloga 
Marcela Frías Mondragón. 
Para mí, que he tenido la incomparable oportunidad de ver crecer la biología 
mexicana desde sus albores hace más de seis décadas, y que di mis primeros pasos 
de investigador en el campo de la hidrobiología, es una satisfacción y un honor que 
Juan Luis Cifuentes, mi discípulo de antaño y hoy brillante colega a quien tanto 
estimo, me haya honrado pidiéndome estas líneas, que con placer he redactado. 
ENRIQUE BELTRÁN 
 
INTRODUCCIÓN 
 
Tanto el cuerpo de los vegetales como el de los animales, incluyendo el del hombre, 
contienen una gran proporción de agua. Todo organismo vivo incluye agua en su 
estructura. El agua procede del mar. La vida proviene del mar. ¡Conozcamos el mar! 
En esta obra se pretende dar información, en forma amena y sencilla, que despierte el 
interés por el mar en sus múltiples facetas: como portentosa fuente de inspiración; 
como gala de grandeza y majestad de la naturaleza; como productor de las más 
hermosas mitologías desde los tiempos remotos y desde las fuentes de todas las 
culturas; como escaparate inacabable de bellezas; como origen y poseedor de una 
inmensa y deslumbrante flora y de una variadísima fauna; como misterioso guardián 
de secretos; como inspirador de mágicas fantasías, de sentimientos religiosos, de 
supersticioso temor, de gran respeto, de profundo reconocimiento por sus 
innumerables dones y beneficios, de profundo amor. 
Trataremos así de entonar un himno de esperanza y optimismo para el 
aprovechamiento racional de los recursos oceánicos, con el fin de mejorar la vida de 
nuestros pueblos, concentrándonos en nuestra realidad objetiva. Si emprendemos el 
camino mediante el estudio, la organización y el trabajo disciplinado, alcanzaremos 
tal meta. Seremos iluminados pero a la vez realistas. 
Conozcamos el mar! ¡Aceptemos y sepamos aprovechar sus dones! ¡Amemos al mar! 
 
NOTA 
 
La presente serie, dividida en doce volúmenes, "El océano y sus recursos", tiene 
básicamente el propósito de atraer la atención de los jóvenes que cursan la enseñanza 
media-básica y superior, y dar al público en general una información amena y en 
lengua clara sobre el maravilloso mundo que representan los océanos. Todo con el fin 
de despertar su interés por los fenómenos que se producen en la inmensidad de sus 
aguas, y sobre los recursos que el mar contiene. 
En este primer libro se describe, a grandes rasgos, las maravillas del mar; su 
inmensidad, su asombrosa fecundidad, y sus múltiples y, en numerosas ocasiones, 
raros habitantes. Cómo el hombre lo ha conquistado poco a poco, al luchar contra 
quien le parecía un enemigo y convertirlo en un gran colaborador; y lograr que el 
mar, en un principio considerando una limitación a su expansión, se convirtiera en 
útil vía de comunicaciones gracias a los barcos: primero, movidos a fuerza de brazo 
con la ayuda del remo; luego con la del viento y finalmente, con la del vapor, los 
hidrocarburos y la fisión nuclear. 
Asimismo se estudia la historia delos diversos océanos, su evolución, las técnicas de 
investigación y la penetración del hombre en el mundo submarino. Esta información 
introductoria permitirá adentramos en la ciencias del mar. 
LOS AUTORES 
 
I. LAS MARAVILLAS DEL MAR 
 
EL AGUA, elemento vital para el hombre desde la prehistoria, fue determinante para el 
desarrollo de sus formas de vida. Así, los primeros grupos humanos tuvieron que 
asentarse en las márgenes de ríos y lagos a fin de asegurar su sobrevivencia 
Antes de que se lograra aprovechar en mayor medida los inmensos recursos del mar, 
el progreso del hombre, siempre limitado, sólo fue posible junto a las concentraciones 
de agua dulce. Por consiguiente, el grado de adelanto de los pueblos puede conocerse 
según la calidad del río o del lago que les daba protección y vida. 
Así, junto a un río o lago raquíticos surgieron menores e inestables grados de 
adelanto, mientras que las fuentes de agua caudalosas, ricas y permanentes, 
favorecieron la evolución de más elevadas civilizaciones, poseedoras de una cultura 
que, caprichosamente, podríamos llamar fluvial o lacustre. 
Pero el hombre, en su inacabable aspiración de progreso y después de que logró el 
máximo desarrollo al amparo de ríos y lagos, buscó nuevos medios de adelanto y sólo 
los obtuvo en la medida en que se valió del mar hasta, en ciertos aspectos, dominarlo; 
es decir, cuando empezó a practicar la pesca de litoral, cuando empezó a ver al mar 
no como una limitación, sino como un gran camino hacia todas partes, cuando 
encontró en él un nexo de unión y no una barrera de separación, cuando encontró en 
el monstruo aparente a un poderoso servidor. 
Cuando descubrió que el mar es un amigo, desde el momento en que pudo trasladarse 
a todas partes y recibir los beneficios de la naturaleza, cuando supo que el mundo no 
es una inmensa planicie y cuando encontró que la inmensidad del mar es en mucho 
sujetable a voluntad, el hombre creció y, de un prisionero en la cárcel de sus 
montañas y sus mares, se convirtió en un ser libre y dueño del mundo. 
El mar reúne en su seno un cúmulo de maravillas que ha sido posible conocer 
mediante el estudio de los fenómenos geológicos que han sucedido a través del 
tiempo y que explican el origen y la distribución de los océanos en nuestra gran casa, 
que es la Tierra. Se hablará de uno de esos maravillosos fenómenos. 
Recorriendo millones de kilómetros, la energía de los rayos solares, transmitida en 
diversos grados y formas según la posición del planeta, en sus variantes de día y de 
noche, y de estaciones en el año, y por la rotación y translación de la Tierra, produce 
diversos climas, que varían de acuerdo con las épocas y las zonas. Este conjunto de 
fuerzas y movimientos ocasiona las mareas, así como corrientes de agua que, según 
su temperatura, son superficiales o profundas. Algunas de esas corrientes van del área 
central de la Tierra hacia los polos, otras al contrario, y algunas más bordean los 
continentes. Estas fuerzas y movimientos provocan también corrientes de aire que, 
dependiendo de la altura, la temperatura y la velocidad, se presentan como suave 
brisa, o en forma de demoledores y mortales tifones, huracanes, ciclones y tornados. 
La evaporación de las aguas de los mares, producida por el calor del Sol, forma las 
nubes, que son el atemperante de todos los climas y que llevan su mensaje de vida a 
manera de lluvias hacia la morada del hombre, que son las tierras. 
 
Figura 1.Fenómenos que acontecen en el océano 
En las aguas de los mares abundan sustancias de gran utilidad, pero aún falta 
encontrar la forma práctica de obtenerlas y utilizarlas. Es asombroso, por ejemplo, 
saber que en una hectárea de mar hay más oro que en una hectárea de una rica mina 
terrestre. Nuestro amigo gigantesco nos tiene guardados petróleo, piedras preciosas, 
metales y sustancias químicas muy útiles. 
La flora y la fauna del mar forman fantásticos jardines multicolores e integran tanto el 
prodigioso mundo microscópico, de raras figuras geométricas, como los imponentes 
colosos, todos de una hermosura incomparable. 
Al recordar el aprovechamiento de sus especies, de las cuales el mar es inmenso pero 
no inagotable productor, se observa el prodigioso orden natural de una escala, o mejor 
dicho, de una pirámide de seres vivientes llamada por los científicos cadena de 
alimentación, la cual está constituida por animales tan pequeños y elementales que 
parecen encontrarse entre los linderos del mundo vegetal y el animal, y que sin 
embargo son la base fundamental para la existencia de todos los seres con vida. 
También los majestuosos ejemplares de muchas toneladas forman esa cadena, que ha 
permitido estudiar las formas de vida y de lucha entre todas las especies. 
Con base en estas cadenas de alimentación, el hombre aprovecha infinidad de 
productos: esponjas, algas, peces y ostras, entre otros tesoros que el mar le ofrece 
para su subsistencia, y ha creado la industria pesquera, que cuenta con medios de 
captura, cultivo, distribución y mercadeo. Estos factores han dado origen al actual 
desarrollo del área pesquera y han permitido contar con mayores perspectivas de 
progreso. No obstante, en virtud de que el hombre busca cada vez aprovechar un 
mayor número de recursos marinos, es preciso advertir que la explotación de los 
mismos debe realizarse racionalmente para no agotarlos. 
En un principio, el hombre aprovechaba sin preocupación alguna los productos de la 
flora y de la fauna terrestre por medio de la recolección y de la cacería. Sin embargo, 
conforme han aumentado la población y las necesidades, el aprovechamiento de la 
flora y la fauna ha tenido que desarrollarse hasta llegar a las más perfeccionadas 
técnicas de la agricultura y la ganadería, aunque también ha tenido que normarse. 
Desgraciadamente, en lo que se refiere al mar, se ha llegado a la captura 
indiscriminada, a la extracción sin normas. Pero mundialmente se ha entendido ya 
que es preciso respetar las leyes de la naturaleza para no agotar las especies, y se han 
fomentado diversos programas de cultivo, tanto de fauna como de flora, a fin de 
garantizar la supervivencia y el incremento de tales recursos, que, por lo demás, son 
una importante ayuda en la lucha actual por producir alimentos para todos. 
 
Figura 2.Cadena de alimentación 
Durante el desarrollo de la humanidad, el mar ha servido como vía de comunicación, 
ya que el hombre aprendió a aprovechar las características del océano para mover sus 
embarcaciones, lo que trajo como consecuencia el intercambio cultural y comercial 
entre los pueblos. 
El mar nos proporciona también hermosísimos paisajes, y en los lugares del mundo 
en donde éstos se encuentran se han establecido centros de esparcimientos y de paseo. 
Además, el mar ha servido de escenario deportivo: en sus aguas se realizan 
competencias a remo, regatas, veleros y yates, así como variadas y espectaculares 
pruebas de natación y buceo. 
Ante todas esas maravillas marinas ha nacido una visión futurista: el hombre, no 
conforme con tener al mar solamente como un inmenso vivero y como vía de 
comunicación, quiere convertirlo en un lugar que pueda ser habitado 
permanentemente. Con ese propósito se están haciendo ya pruebas y experimentos 
Para poder aprovechar todas las riquezas oceánicas debemos conocer y respetar las 
leyes que las protegen. De esta manera se evitará el rompimiento del orden de la 
naturaleza, y los recursos seguirán siendo, indefinidamente, fuentes no agotadas de 
alimentos, medicinas, materias primas y de placer para el género humano. 
 
II. LAS DIMENSIONES DEL OCÉANO. 
DIFERENTES TIPOS DE MARES 
 
LOS océanos, conformados por grandes extensiones de agua salada, cubren las tres 
cuartas partes de la superficie de la Tierra. 
Para los antiguos habitantes del planeta, el mar fue, durante cientos de años, un lugar 
impenetrable y hasta cierto punto hostil. 
Según la tradición bíblica, Dios empleó barro para crearal hombre, y se supone que, a 
partir de esta creencia, se le dio el nombre de Tierra al planeta que habitamos. 
A lo largo del tiempo, el hombre empezó a conocer el mar conforme se atrevía a 
realizar cortas navegaciones, motivado por afanes de aventura o por la necesidad de 
buscar alimento. Así comenzó también a darse cuenta de la verdadera dimensión de 
los océanos y, años después, descubrió que ocupan una mayor extensión en la Tierra 
que los continentes. 
Lo anterior ha llevado a muchos pensadores a proponer que el nombre Tierra sea 
cambiado por el de Agua, Mar, Planeta Acuático u Oceanía. Sin embargo, dichas 
propuestas no han prosperado. 
Gracias a la tecnología moderna se pueden apreciar mejor estas proporciones de agua 
y tierra en nuestro planeta, que ha sido observado desde los satélites artificiales. El 
comandante Frank Borman, cuando viajaban en la cápsula Apolo VIII, que se 
encontraba a 380000 kilómetros de distancia del globo, exclamó: "¡La Tierra parece 
una gema azul sobre seda negra!" Tal expresión se comprende, pues la escena que vio 
el astronauta estaba dominada por los océanos. 
Los continentes, tierras que emergen por su altura, son sumamente pequeños en 
comparación con las profundas depresiones de la corteza terrestre, que son llenadas 
por las aguas océanicas. Se ha dicho que, en los abismos del Océano Pacífico 
occidental, el fondo del mar se aproxima al núcleo en fusión de nuestro planeta. 
Cuando la Tierra se encontraba en formación y toda su materia estaba en estado 
cambiante, el mar la abarcaba en absoluto y no permitía que sobresaliera ninguna 
cumbre terrestre; sin embargo, cuando se presentaron fenómenos como las 
glaciaciones, las aguas se fueron concentrando hasta dejar superficies al descubierto 
donde quedaron las huellas del oleaje sobre las rocas, depósitos de agua salada y 
multitud de esqueletos y conchas. 
CUADRO 1 
 
 
Área total del planeta 510 millones Km2 
 
Continentes 139 millones Km2 
Islas e (± 2500 km) 
islotes 
11 millones Km2 
150 millones Km2 - 30 % 
 
Océeanos (profundidad + 200 
m) 
332 millones Km2 
Zona costera (Plataforma 
continental) 
28 millones Km2 
360 millones Km2 - 70 % 
 
 
Estos continentes emergidos de los mares han llegado a ocupar 139 millones de 
kilómetros cuadrados que, sumados a los 11 millones constituidos por las islas 
grandes —que tienen una longitud de más de 2 500 kilómetros— y los islotes de 
menor dimensión, alcanzan un total de 150 millones de kilómetros cuadrados, que 
representan el 30 por ciento de la superficie terrestre. 
En cambio, los océanos, con profundidades mayores de 200 metros, abarcan 332 
millones de kilómetros cuadrados, y el agua que se encuentra sobre la plataforma 
continental, considerada de cero a 200 metros, cubre 28 millones; o sea que el total de 
área cubierta por agua marina es de 360 millones de kilómetros cuadrados —de los 
510 millones que conforman la totalidad del planeta—, que representan el 70 por 
ciento de la superficie de la Tierra. 
Las aguas oceánicas tienen una profundidad media de 4 kilómetros, y alcanzan hasta 
11 kilómetros de profundidad en los grandes abismos del Océano Pacífico, como la 
Fosa de las Marianas, que tienen una profundidad de 11 034 metros y una longitud de 
2 550 kilómetros, y cuya dimensión es superior a las más altas montañas terrestres, 
como la del Everest, que alcanza 8 800 metros. 
El volumen de las tierras emergidas es inferior al de las sumergidas. Si los materiales 
de las montañas rellenaran los valles y los bajos niveles, la tierra firme alcanzaría 
solamente una altura uniforme de 700 metros. Si lo mismo sucediera con las tierras 
sumergidas, si todas ellas se situaran en un nivel uniforme, la profundidad de los 
mares sería de 3.5 kilómetros. 
Si en este momento la superficie de la esfera terrestre se volviera plana y los hielos de 
los polos se licuaran, la Tierra quedaría totalmente cubierta por una masa de agua de 
2.4 kilómetros de profundidad y a la cual se le ha dado el nombre de "nivel medio del 
planeta". 
La distribución actual de la tierra emergida y de los océanos no es regular, ya que, 
mientras los continentes se adelgazan hacia el sur, los océanos se ensanchan en ese 
mismo punto. Por lo tanto, los continentes se acumulan principalmente en el 
Hemisferio Norte —ocupado por toda Europa, una buena parte de África, toda Asia, 
América del Norte, América Central y una parte de América del Sur—, donde la 
proporción de tierra es de 40 por ciento, contra 60 por ciento de mar. El Hemisferio 
Sur, con 80 por ciento de agua, es en consecuencia eminentemente océanico; el resto 
de las porciones continentales, como Oceanía, la otra parte de África y de América 
del Sur, así como todo el Continente Antártico, ocupan sólo el 20 por ciento de dicho 
hemisferio. 
 
Figura 3. Comparación del Monte Everest con la Fosa de las Marianas. 
Los continentes se extienden en dirección norte-sur, con una repartición de tierras y 
mares completamente irregular. En algunas áreas el mar avanza tierra adentro, 
semejando grandes laberintos, y en otras se han formado rosarios de islas, algunos de 
los cuales alcanzan grandes dimensiones, constituyendo los archipiélagos. En otros 
lugares, son las masas continentales las que invaden cientos de millas en el dominio 
océanico formando penínsulas. 
CUADRO 2 
 
Hemisferio norte 
 
Océanos 155 millones Km2 - 60 % 
Continentes 100 millones Km2 - 40 % 
Hemisferio sur 
Océanos 206 millones Km2 - 80 % 
Continentes 49 millones Km2 - 20%t 
 
Con esta caprichosa distribución, el océano se ha resguardado en el espacio de su 
propia grandiosidad, y el hombre, por su pequeñez ante él, se ha visto obligado a 
dominarlo por etapas. Como con todas las cosas que utiliza, el hombre ha clasificado 
los océanos valiéndose de límites arbitrarios que le han permitido establecer una 
jerarquía lógica para el conocimiento y conquista de sus aguas. 
Los factores utilizados para definir esa jerarquía son diversos. Entre ellos se pueden 
nombrar la proximidad de las costas, su aislamiento y su tamaño, así como la 
distribución y extensión geográfica de las plataformas continentales y de las regiones 
abisales. Esto permite hacer una primera diferenciación entre océanos y mares. 
Los términos mar y océano se emplean a menudo como sinónimos para referirse a las 
extensiones de agua salada. Sin embargo, desde el punto de vista geográfico, un mar 
es una masa de agua sustancialmente menor que un océano. 
En la Antigüedad, antes de que se iniciaran las grandes travesías marítimas, se 
conocían siete superficies de agua. Convencidos de que no existían otras, los 
navegantes adoptaron la expresión Siete Mares, que se refiere a los mares conocidos 
por los mahometanos antes del siglo XV: el Mar Mediterráneo, el Mar Rojo, el Mar 
de África Occidental, el Mar Africano Oriental, el Mar de China, el Golfo Pérsico y el 
Océano Índico. Esa idea se mantuvo durante mucho tiempo, y comenzó a cambiar 
cuando se iniciaron las grandes expediciones oceánicas, que fueron descubriendo 
otras zonas que recibieron nuevos nombres. 
Así se fue perdiendo el viejo concepto de los Siete Mares y, en la actualidad, según 
los datos aportados por la Oficina Hidrográfica Internacional, existen 54 mares 
distribuidos en cinco grandes océanos. 
Los océanos han sido divididos —de manera convencional y utilizando un criterio 
geográfico que en realidad no existe— en Océano Glacial Ártico, Océano Atlántico, 
Océano Pacífico, Océano Índico y Océano Glacial Antártico. 
Debemos subrayar que el océano, considerado en su conjunto, abarca toda la Tierra 
como un inmenso manto de agua jamás interrumpido, aunque parecería que los 
continentes también tratan de hacerlo, pues sus puntas principales avanzan, como son, 
hacia el sur, el Cabo de Buena Esperanza, en África; el Cabo de Hornos, en Chile, y 
Tasmania, al sur de Australia; hacia el norte, el Cabo Chelyuskin, en la Unión 
Soviética;el Cabo Norte, en Noruega, y el Cabo Bathurst, en Canadá. Todas ellas 
reciben el nombre de finisterres. Estas puntas son menos destacadas en la región 
antártica, en donde las pocas que existen se encuentran cubiertas por hielo, lo que las 
hace inaccesibles e inhóspitas. En consecuencia, se puede decir que por todos lados 
reina el majestuoso océano. 
 
Figura 4. Distribución de los océanos. 
La continuidad del océano sólo se ve ligeramente interrumpida por lo cambiante de 
los climas, que van desde las temperaturas bajas e implacables, que forman los hielos 
polares —paisajes marmóreos de altas dimensiones—, hasta las templadas de las 
regiones tropicales, en donde la calma atmosférica deja tersa la superficie del océano, 
que parece entonces un espejo. 
 
Figura 5. Región antártica. 
Al desplazarnos desde los polos hacia el ecuador se va encontrando, sobre cualquier 
punto del océano que se observe, una gran variedad de climas que lo hacen cambiar 
de humor, volviéndolo cruel —cuando provoca enormes oleajes— o tierno y lánguido 
—cuando manifiesta una gran calma—, determinando que sean de diversas 
características la flora y la fauna que habitan en cada región del océano. 
Sin embargo, estos cambios climáticos no son tan fuertes como en los continentes. El 
océano no tolera saltos bruscos de calor y frío; por ejemplo, la helada penumbra polar 
es sustituida lentamente por la cegadora luz tropical. 
Lo anterior se puede comprobar si observamos que desde el Círculo Polar Antártico, 
lugar donde abundan los icebergs o hielos polares, hasta el Ecuador, existe una 
distancia de 6 600 kilómetros, y que, sin embargo, el aumento en calor es de sólo 
30ºC. 
Esta uniformidad climática permite que en las islas y en las zonas costeras bañadas 
por el océano exista una armonía bienhechora entre todos los seres vivos —vegetales, 
animales y el hombre mismo—, e incluso llega a caracterizar los climas de la tierra 
cuando se establece la relación océano-atmósfera. 
Todo parece inconmensurable en el dominio oceánico. Por ejemplo, las regiones 
abisales superan en extensión a las plataformas continentales, que no ocupan más del 
15 por ciento de la superficie total del fondo. Las costas están normalmente alejadas 
unas de otras, existen pocas islas, y las dimensiones de los océanos son amplias, 
como las del Atlántico, que forma una majestuosa avenida de 13 500 kilómetros de 
largo y 1 080 kilómetros de ancho, desde los mares polares del norte a los del sur. 
En esta inmensidad oceánica se encuentran periodos muy largos de calma, pero 
también se hallan fuertes temporales, que maduran durante los procesos de 
acumulación de la energía que se produce en todo el planeta. Cuando los temporales 
llegan a estallar, se puede decir que el océano monta en cólera, tanto en la superficie 
como en el fondo. Estas perturbaciones reciben nombres muy variados: borrascas, 
ciclones, tifones, etcétera. 
Como se observa, la actividad océanica está reglamentada por fuerzas sobre las cuales 
ningún poder humano es capaz de imponerse. Por eso se le ha calificado de Océano 
Rey. 
Los mares son, por otra parte, porciones determinadas en los océanos; tienen 
dimensiones menores que éstos y, según sus características, han recibido diferentes 
nombres, aunque tal nomenclatura es completamente arbitraria y se utiliza 
indistintamente sin gran precisión. Sin embargo, los mares se pueden clasificar en tres 
grandes grupos: 
Mares cerrados o interiores. Se encuentran aislados de los océanos y de otros mares, 
por lo que están desligados completamente de la vida oceánica. No obstante, por la 
característica de sus aguas saladas se les considera mares. Su existencia es difícil y se 
mantiene gracias a los ríos que anfluyen a ellos; están sometidos, pues, a la variación 
de las crecientes, que les ofrecen su caudal. Su salinidad es muy variable: disminuye 
durante las lluvias, mientras que en época de secas se incrementa por la evaporación. 
Algunos de estos mares llegan a quedar aislados en las altas mesetas continentales, 
como el Lago Salado de Utah, en Estados Unidos, y el Urmía, en los limites de 
Armenia, los cuales tienen poca profundidad, además de que sus aguas están situadas 
a altitudes de 100 metros sobre el nivel del mar. 
En cambio, otros mares cerrados, como el Caspio, ubicado entre la Unión Soviética e 
Irán, y el Muerto, entre Jordania e Israel, tienen sus aguas bajo el nivel del mar —el 
primero a 26 metros, y el segundo a 394—, por lo que sus aguas se han transformado 
en grandes depósitos de sales de sodio, bromo y cloro, de tal manera que en sus 
orillas sólo se encuentra una vegetación muy escasa. 
Mares litorales. Se encuentran aislados en el borde de los océanos, formando grandes 
escotaduras en los costados de los continentes. Sus límites están definidos por puntas 
avanzadas de las tierras que los rodean, y pueden estar subdivididos en áreas 
caracterizadas por los accidentes costeros. Reciben el nombre de golfos, bahías y 
ensenadas, entre otros. El comportamiento de estos mares no es autónomo, pues está 
determinado por el de los océanos, que los somete a una perpetua servidumbre: les 
imponen sus mareas, sus calmas y sus furias. También son influenciados por la tierra, 
que les envía tempestades, así como el caudal de los ríos. 
Estos mares son más abundantes en el Hemisferio Norte, como el Mar del Norte, en 
Europa, y el Mar de Siberia Oriental, en la Unión Soviética. 
Dentro de la categoría de los golfos, los cuales tienen una dimensión mayor a la de 
los mares litorales, se pueden citar algunos: el Golfo de California y el Golfo de 
México, en América; el Golfo Pérsico y el de Bengala, en Asia, y el Golfo de Guinea, 
en África. 
Mares continentales. Poseen características singulares, ya que las tierras no los han 
podido cerrar por completo. Además, como se encuentran casi aislados, presentan 
regímenes de salinidad y temperatura muy especiales. Uno de los mares continentales 
más importantes es el Mediterráneo —limitado por los continentes europeo y 
africano—, que apenas hace contacto con el Océano Atlántico, por el Estrecho de 
Gibraltar, formando un sistema, ya que contiene seis diferentes "mares": el de 
Liguria, el Tirreno el Adriático, el Jónico, el Egeo y el de Mármara, de modo que uno 
puede navegar por varios meses en esas aguas sin aventurarse siquiera en el océano. 
 
Figura 6. Mares cerrados. 
 
 
Figura 7. Mares, litorales y golfos. 
Estos mares, aunque son poco influenciados por el océano, tienen largas épocas de 
calma —de seis meses de duración que se ven interrumpidas repentinamente por 
tempestades de gran intensidad durante los otros seis meses del año. 
Otros mares continentales más pequeños que el Mediterráneo son el Mar Rojo, 
limitado por África y Asia, y el Mar Negro, por Europa y Asia, en el que se encuentra 
el minúsculo Mar de Azov. 
La inmensidad de las aguas oceánicas constituye un conjunto maravilloso en 
profundidad y grandeza, el cual posee una fecundidad y hermosura que se traducen en 
la "afluencia de vida y mansión de belleza" 
 
III. EL MAR TRIDIMENSIONAL 
 
APROXIMADAMENTE hay 300 veces más espacio habitable en el océano que en los 
continentes e islas. Quienes vivimos en ellos estamos limitados por una delgada capa 
de atmósfera que apenas tiene unos cuantos metros de grosor. 
Toda la gama de la vida terrestre es asombrosamente pequeña, comparada con la que 
se encuentra en el mar. Estamos distribuidos en un mundo de dos dimensiones, y sólo 
algunos organismos, como los insectos y las aves, pueden elevarse con sus propios 
medios, de manera temporal. El hombre, para separarse de la tierra, emplea medios 
artificiales, como los aeroplanos y los cohetes, aunque lo hace durante poco tiempo, 
mientras que las criaturas del mar se mueven con libertad en un ambiente que no sólo 
es ancho y largo, sino increíblemente profundo. 
 
Figura 8. Mares continentales. 
Los científicos han estudiado la relación existenteentre las diversas zonas donde se 
aprecian descensos que parten de la costa hacia las profundidades oceánicas. Por 
ejemplo, observaron que, desde la playa, esos descensos son lentos y llegan a alcanzar 
los abismos, pero también descubrieron que en toda esta gama de profundidades 
cambia el tipo y número de seres vivos que las habitan. 
 
Figura 9. Perfil oceánico. 
A partir de esas observaciones, los propios científicos dividieron el fondo del mar en 
tres zonas: la plataforma continental, situada a lo largo de la costa; el declive o talud 
continental, donde el lecho marino declina más rápidamente, y los grandes fondos 
oceánicos o regiones abisales, en donde se forman las fosas y barrancos. 
De la costa hacia mar adentro se llega a la plataforma continental, que es la orilla de 
los continentes y está formada por fajas de tierras sumergidas a lo largo de las costas 
y cubiertas por aguas poco profundas. En este lugar se establece la llamada provincia 
nerítica. La región más elevada de la plataforma continental, llamada plataforma 
costera o litoral, es la zona más próxima a la tierra y esté limitada por los niveles 
máximos y mínimos que alcanzan las mareas, por lo que también ha recibido el 
nombre de región intermareal. Aquí son más intensos los efectos de la erosión marina 
y se produce frecuentemente una superficie más o menos plana, debida a la 
destrucción lenta provocada por el mar en las orillas de los continentes e islas. 
Las aguas de la plataforma continental son penetradas por los rayos del Sol, que crean 
un favorable ambiente para la vida vegetal y animal. En esa zona poco profunda 
existe una gran diversidad de seres vivos, por lo que allí se han establecido las 
mejores zonas pesqueras, como la de los grandes bancos de Terranova y los del Mar 
de Noruega, ubicados en las frías aguas del hemisferio norte, en donde abundan los 
enormes bancos de peces; también está la Sonda de Campeche y el Bajo de Yucatán, 
en las cálidas aguas del Golfo de México, donde existe una gran riqueza en 
camarones. 
Casi toda la pesca comercial en el mundo se realiza en las aguas de las plataformas 
continentales, lo que justifica la importancia pesquera y alimentaria de las mismas. En 
dichas zonas también existen grandes reservas de energéticos, como el petróleo, así 
como numerosos recursos que son utilizados para la fabricación de medicamentos, 
razón por la cual esas aguas tienen un amplio significado político y socioeconómico 
para los países. 
La extensión y características de la plataforma continental en cada lugar de la Tierra 
son muy diversas. Por regla general, las plataformas continentales del mundo se 
inclinan mar adentro con suavidad y descienden aproximadamente un metro por cada 
milla náutica �¬ m—, o sea que, si alguna de ellas se extiende 200 millas de la playa, 
el agua tendrá una profundidad aproximada de 200 metros. 
A propósito de lo anterior, es importante aclarar lo siguiente: Se ha establecido que 
una plataforma continental termina precisamente hasta 200 metros mar adentro. Sin 
embargo, ese límite —llamado límite batimétrico— es puramente convencional, pues 
recientes estudios han permitido comprobar que es muy variable. Por ejemplo, frente 
al delta de Mississippi, la plataforma termina a 100 metros de profundidad, mientras 
que en las costas de Florida concluye hasta los 700 metros. Por ello, la medida de 200 
metros no puede tomarse como un criterio para definir su límite. 
Hay regiones, como en las aguas de las costas de California o en la acantilada costa 
cantábrica, en las que prácticamente no hay plataforma y la tierra desciende a las 
profundidades del mar con una rapidez sorprendente. No obstante, en la mayor parte 
de las costas las plataformas tienen sólo de 60 a 80 kilómetros de anchura y sí 
alcanzan profundidades de unos 200 metros. 
En otros lugares, la superficie de estas plataformas se prolonga en grandes distancias. 
Un ejemplo, típico es el de Rusia. Allí, a lo largo de la costa del Océano Ártico, la 
plataforma se extiende 1 200 kilómetros, y es casi tan grande a lo largo de las costas 
de China y Siberia, en el Pacífico. En la costa del Sahara hay regiones en las que es 
preciso navegar más de 120 kilómetros para pasar de 50 a 100 metros de profundidad. 
La pretendida forma plana que se le ha dado a cada plataforma continental es el 
resultado de estudios superficiales del problema. Las numerosas medidas batimétricas 
con que se cuentan han demostrado que en esas zonas existen relieves muy 
accidentados, como cuencas intermedias que forman depresiones muy profundas, 
además de cañones submarinos de paredes verticales o inclinadas. 
Los cañones submarinos, ubicados casi siempre con dirección perpendicular a la 
costa, tienen profundidades muy variables, de entre 80 o 90 metros, descendiendo 
hasta los 1 500 o 2 000 metros. Su trazado es ligeramente sinuoso, y sus perfiles 
longitudinal y transversal son extraordinariamente abruptos. 
La extensión de las plataformas continentales de todo el mundo es de 
aproximadamente 30 millones de kilómetros cuadrados, y ocupan entre el 7.6 y 8.3 
por ciento de la superficie total del fondo marino, cuya dimensión es de 352.7 
millones de kilómetros cuadrados. 
Cuadro 3. Extensión de los océanos 
 
Océano Ártico 14 500 000 Km2 
 
Océano Atlántico 50 000 000Km2 
Océano Índico 42 000 000Km2 
Océano Antártico 85 000 000Km2 
Océano Pacífico 127 000 000Km2 
Mares mediterráneos 34 200 000Km2 
 _________________ 
Total 352 700 000Km2 
 
El punto de descenso a los abismos se inicia de manera repentina al final de cada 
plataforma continental, es decir, el suave declive se convierte en un descenso 
sorprendentemente brusco: la profundidad del agua aumenta instantáneamente, la 
vida vegetal desaparece en forma gradual debido a que la luz del Sol no llega a simas 
tan profundas, y los animales sobreviven a base del alimento que les cae desde las 
aguas superficiales. 
Esta zona del declive recibe el nombre de talud continental; al estudiar con detalle su 
perfil longitudinal, se comprueba que su pendiente no es continua, sino que existe una 
serie de escalones a distintas profundidades. Por ejemplo, el talud continental de la 
costa de Gibraltar desciende bruscamente formando escalones a 550, 700, 1 500 y 3 
800 metros. 
En el área donde se inician los taludes continentales, que constituyen las grandes 
paredes del fondo marino, el agua tiene una profundidad de sólo 200 metros, pero 
unos cuantos kilómetros mar adentro, ésta se incrementa a 3 000, 6 000 y aun a 9 000 
metros. 
Algunos taludes descienden casi en línea recta, de tal manera que la profundidad del 
mar aumenta todavía más bruscamente. A lo largo de las costas de Florida, en el 
Golfo de México, el declive es tan pronunciado que el fondo se encuentra a un 
kilómetro y medio, tan sólo a 3 kilómetros de distancia horizontal. En otros sitios, la 
proporción del descenso es de un kilómetro y medio por cada 6 u 8 kilómetros mar 
adentro. A sólo 200 kilómetros de la costa, el talud puede alcanzar profundidades de 
más de 700 metros antes de llegar a los abismos. 
Los taludes continentales marcan los verdaderos límites entre los dominios terrestres 
y marinos. Se puede considerar, pues, que allí termina la tierra y comienza la zona 
oceánica. Más allá de esos taludes está el profundo reino de los abismos, frío, oscuro 
y habitado por extrañísimos seres que viven en condiciones desconocidas para el 
hombre. 
Esa gran profundidad marina empieza en el borde continental, que se encuentra 
situado en la parte inferior de los taludes y marca el principio del dominio oceánico. 
Desde el punto de vista morfológico, es difícil definir el borde, pues en algunos casos 
tienen la forma de un surco muy profundo que limita tajantemente al talud —como 
una fosa que se encuentra en Puerto Rico y que alcanza 8 000 metros de hondura—, y 
en otros se presenta como una saliente poco inclinada, llamada glacis, que da 
continuidad altalud y lo enlaza con las llanuras abisales. 
En los bordes se mezclan los sedimentos de origen continental, producidos por la 
acción erosiva del mar y arrastrados a través del talud, con los del océano, que pueden 
ser tanto orgánicos como inorgánicos. 
 
Figura 10. Cuencas oceánicas. Formas planas. 
Como se mencionó ya, al terminar el talud continental se encuentran los grandes 
fondos oceánicos, acerca de los cuales existen numerosas incógnitas, ya que los datos 
que poseen los científicos sobre estas profundidades son relativamente escasos y 
aislados. 
La topografía de esos abismos es sumamente compleja. Si se pudieran desaguar las 
cuencas oceánicas, se observaría un terreno tan escabroso como el que domina las 
regiones montañosas de los continentes. Dichas cuencas —algunas de más de 4000 
metros de profundidad—, que abarcan en conjunto la mitad de la superficie de 
nuestro planeta, están limitadas por cadenas de montañas, surcadas a su vez de 
profundos valles y fosas abismales. 
El maravilloso panorama de las profundidades oceánicas está formado por un variado 
terreno que presenta llanuras, cordilleras, altas montañas marinas, empinados 
cañones, asombrosas trincheras y hendiduras. 
Para ser estudiadas, las formas submarinas pueden reducirse en tres grandes grupos: 
Formas planas, conformadas por la mayor parte de las cuencas oceánicas, como la 
Cuenca Noroccidental de Australia, la Cuenca del Pacífico Central y las Cuencas 
Brasileña y Argentina en el Atlántico Sur. 
Formas salientes, que pueden ser de dos tipos: unas forman cordilleras de gran 
extensión y longitud que, según sus características y relieve, se denominan dorsales 
(ridges) o macizos (rises). El más espectacular de éstas es el Dorsal Atlántico, qué 
recorre en toda su longitud Oceáno Atlántico, desde el Ártico hasta el Antártico, 
formando una gigantesca S con innumerables fracturas transversales y limitada a los 
lados por numerosas cuencas y fosas. 
El otro tipo lo constituyen montañas marinas aisladas que, de acuerdo con su 
estructura, se les denomina pitones o picos submarinos. Estas formas son de origen 
volcánico, como los pitones de Vema, el Wüst y el Meteor, ubicados en el Oceáno 
Atlántico, al sur de África. También están los Guyots, montes con forma de cono 
truncado que alcanzan una altura cercana a los 3 000 metros y cuyas cimas, casi 
planas, llegan a medir hasta 15 kilómetros de diámetro. Uno de los temas al que se le 
presta mayor atención en la investigación oceanográfica es el origen de los guyots. 
Dos de ellos, el Gran Banco Meteor, localizado frente a las Islas Canarias en el borde 
Dorsal del Atlántico Central, y el Ob y Lena, en el Océano Índico, son los que más 
han despertado el interés de los científicos. 
Formas deprimidas. Son las menos conocidas. Se trata de accidentes de terreno de 
características muy distintas, como las fosas, las fallas y los cañones. Entre esas 
formas destacan las fosas con las mayores profundidades. Son estrechas, largas y 
generalmente arqueadas. Abundan en el Océano Pacífico, y se concentran 
principalmente en la región asiática de éste, en donde se encuentra la Fosa de las 
Marianas, que alcanza 11 034 metros y es considerada por algunos científicos como 
la mayor del mundo, pues otros aseguran que el fondo de la Trinchera de Mindanao 
se localiza a 11 500 metros. 
En los otros océanos las fosas escasean. En el Índico sólo se halla la de Java, y en el 
sur del Atlántico las de Puerto Rico y Sandwich. 
El fondo del océano está integrado por restos de organismos y de rocas depositados 
como sedimentos desde tiempos remotos. En determinados lugares esos restos llegan 
a sobrepasar los 3 500 metros de espesor como resultado de su acumulación constante 
durante miles de millones de años. Se ha calculado que la velocidad promedio de 
depósito en los fondos oceánicos es de unos cuantos milímetros cada mil años. 
 
Figura 11. Dorsales, pitones y guyots. Formas salientes. 
Cuadro 4. Fosas oceánicas 
 
Fosas 
Profundidad 
(metros) 
Longitud 
(kilómetros) 
 
Marianas 11 034 2 550 
Filipinas 10 479 1 400 
Japón 10 230 1 500 
Puerto Rico 8 385 1 500 
Sandwich 8 250 2 200 
Java 7 450 4 500 
 
 
Los documentos donde se describe la constitución de los fondos oceánicos reciben el 
nombre de batilitológricas y forman parte de las cartas oceanográficas que se 
elaboraron a raíz de la propuesta del príncipe de Mónaco cuando se redacto la Carta 
Internacional de los Océanos, de lectura indispensable para toda persona que desee 
trabajar en ellos. 
La vida en las profundidades oceánicas es menos abundante que en el resto del mar, 
pero posee particularidades muy especiales que apenas se están empezando a estudiar 
y comprender. Seguramente, esta cuestión es uno de los mayores retos al que se 
enfrentan los estudiosos del océano. 
Uno de los últimos descubrimientos en torno a la vida en esos lugares fue el llamado 
Oasis Viviente, situado alrededor de las "chimeneas" que se hallan cerca de la Fosa de 
América Central, en la entrada del Golfo de California, en donde habitan organismos 
a una profundidad de 2 700 metros: De las chimeneas sale una columna de humo 
negro que alcanza 50 metros de altura, 25 metros de circunferencia y temperaturas de 
más de 350ºC. Cuando este humo se mezcla con el agua del mar, que en esas 
profundidades alcanza entre 2 y 3ºC de temperatura, los minerales que contiene se 
precipitan, produciendo remolinos en su base. Los organismos que se concentran 
precisamente alrededor de las chimeneas activas tienen características muy 
particulares, como su gran tamaño. 
 
Figura 12. Fosas oceánicas. Formas deprimidas. 
Basta todo esto para comprender la serie de interrogantes que se pueden plantear para 
el conocimiento del relieve submarino de los océanos, y que sólo pueden ser 
resueltas, parcialmente, gracias al interés y dedicación de los investigadores. 
Hasta ahora, con la tecnología con que se cuenta, sólo se ha podido echar una ojeada 
a los abismos, cuyos secretos apenas están comenzando a ceder ante nuestra 
curiosidad, aunque en épocas venideras, con el uso de nuevos equipos, las 
investigaciones de las profundidades oceánicas revelarán aún más maravillas. 
 
IV. LA FECUNDIDAD EN EL OCÉANO. 
AFLUENCIA DE LA VIDA Y MANSIÓN DE 
BELLEZA 
 
CUANDO se observa el océano desde la costa se aprecian también sus aguas: inquietas 
y desgarradas por la espuma, mansamente onduladas, verdes y azuladas y que, 
alegres, llegan encabritándose a las arenas de la playa. En ocasiones, cuando se 
tornan plomizas o negras, rompen violentas contra el acantilado. Este paisaje, 
caracterizado por su dinamismo, representa la hermosura cambiante de las aguas 
oceánicas, a la que se suma el rumor de las brisas o el ronquido de los vendavales. 
Además de toda esta majestuosidad, el océano aporta la mayor fuente de recursos 
naturales existente en nuestro planeta. 
Los recursos naturales son todos aquellos agentes o componentes geológicos, 
materiales químicos, organismos y asociaciones biológicas que forman parte de la 
naturaleza y brindan al hombre posibilidades de vida y bienestar, además de que 
son la base de la riqueza y de la economía de varios países. Pueden ser clasificados 
en inorgánicos (no renovables) y orgánicos (renovables). 
Entre los no renovables se encuentran la corteza del planeta, que forma el suelo en 
los continentes y el fondo en los mares; los minerales metálicos, el carbón, el 
petróleo y el gas natural, entre otros. Su característica es que precisamente no se 
pueden renovar, por lo que el hombre tiene que establecer un régimen racional y 
prudente de explotación para no agotarlos, encaminando las investigaciones al 
descubrimiento de nuevos depósitos o yacimientos. 
Entre los renovables se tiene a los seres vivos y a las comunidades que forman, los 
cuales son utilizados por el hombre para su beneficio. Con el objeto de aprovechar 
racionalmente este tipo de recursos, se debe favorecerlas posibilidades de 
reproducción y, al mismo tiempo, cuidar que la explotación y el consumo no 
rebasen esta capacidad reproductora. También se debe evitar que otros fenómenos, 
algunos de ellos naturales, destruyan a esos seres vivos más rápidamente de lo que 
se reproducen. La contaminación y el aumento de animales depredadores, por 
ejemplo, son perjudiciales para tales organismos. 
Como resultado del aumento de la población humana a finales del siglo XIX, se 
generó un desarrollo industrial que trajo como consecuencia el incremento en el uso 
de los recursos naturales terrestres, al grado de que algunos de ellos se agotaron, por 
lo que en el presente siglo el interés del hombre se ha enfocado a los recursos 
oceánicos. 
La potencialidad que el océano ofrece al hombre en recursos naturales es enorme, 
pero no ilimitada. 
El océano es una mina que concentra a todos los elementos y compuestos 
identificados por la química. Por ejemplo, uno de los compuestos de mayor 
importancia para el hombre, la sal, proviene del océano, de donde se extraen 130 
millones de toneladas anuales. 
En el océano también existen metales, desde los más comunes hasta los de valor 
muy elevado, como el oro. Se dice que en una milla cúbica de agua de mar puede 
haber 25 toneladas de este metal. Incluso, se afirma que hay tal cantidad de oro en 
el océano que, si se repartiera entre los habitantes del planeta, a cada uno le 
correspondería una proporción equivalente a más de 30 millones de pesos. Sin 
embargo, no ha sido posible rescatar toda esta riqueza, ya que los actuales sistemas 
para extraer oro del mar son incosteables. 
Aparte de estos elementos y compuestos inorgánicos, en los mares existen grandes 
cantidades de materia orgánica. Ambos tipos de materia, por medio de los ciclos 
bioquímicos, favorecen la vida en el océano, que por ello es el foco vital de mayor 
importancia en la Tierra. En él conviven tal cantidad de seres que apenas tienen 
espacio para desplazarse, y que constituyen la verdadera riqueza del océano. En 
consecuencia, el hombre podrá contar indefinidamente con los recursos renovables 
si los explota de manera racional. 
En la inmensidad del océano, desde sus litorales hasta las grandes profundidades, se 
albergan una flora y una fauna tan variadas que, si se comparan con las terrestres, 
éstas resultan extraordinariamente pobres. Los organismos oceánicos están 
representados por miles de especies vegetales y animales, que a su vez contienen 
miles de millones de individuos. 
Entre las especies marinas existen diminutos organismos, que miden de una a varias 
micras —es decir, milésimas de milímetro—, por 1o que son casi invisibles, y que 
luchan por defender su existencia. Por otra parte, están las moles de decenas de 
toneladas, como los cachalotes, las ballenas, los calamares gigantes, los elefantes 
marinos, etcétera. 
 
Figura 13. Diversidad animal en el océano. 
En la vida animal del mar hay una gran diversidad de formas: están los radiolarios, 
con su esqueleto de vidrio; los copépodos, de caprichosas formas; los cangrejos, 
que tienen resistentes corazas córneas; las delicadas medusas, cuya apariencia es 
acuosa; los elegantes moluscos, que exhiben sus distinguidas conchas, y los peces, 
con su extensa variedad de color, diseño y dimensión. 
Es muy difícil precisar la magnitud de la vida en el océano. Por ejemplo, los peces 
se mueven de un lado a otro en bancos inmensos en busca de mejores condiciones 
de vida, y son perseguidos por otros organismos cuya voracidad produce 
significativas disminuciones de especies, como las orcas, los tiburones, los delfines 
y, desde el aire, las aves marinas. El que más aprovecha esta abundancia es el 
hombre, que llena sus redes con tal cantidad que a veces corren el riesgo de 
rasgarse. 
Sin embargo, resulta sorprendente ver con qué rapidez los peces capturados son 
sustituidos por otros durante la etapa de reproducción, así como el hecho de que 
encuentren su sustento en miles de millones de vegetales y animales microscópicos, 
formando las cadenas de alimentación y la reserva del océano. 
Estos organismos diminutos, que se hallan en toda gota de agua que se saque del 
mar, pueden ser vistos en el maravilloso mundo que nos muestra el microscopio. 
Así, se encuentran formas extrañas que presentan características muy diferentes a 
las de los seres que estamos acostumbrados a observar, y las cuales han hecho 
titubear a los propios hombres de ciencia, quienes no han podido definir si muchas 
de ellas son vegetales o animales, o si constituyen un grupo aparte. 
Junto con esas excéntricas criaturas se encuentran los curiosos estados juveniles o 
larvarios de pólipos, caracoles, cangrejos, camarones, erizos, estrellas de mar y 
peces, estados que son muy diferentes a las formas adultas de estas especies. 
 
Figura 14. Pescadores sacando una red de arrastre. 
Toda esta inmensidad de organismos microscópicos puede estar condenada, por su 
escaso tamaño, a ser ignorada por aquellos que no son naturalistas. No obstante, 
esos seres utilizan muchos trucos para hacerse notar; por ejemplo, algunos producen 
gotas de grasa que, cuando se reúnen en gran cantidad con las de otras multitudes 
de organismos, dan al mar el aspecto de un caldo aceitoso durante el día; por la 
noche, estas grandes masas grasosas se transforman en maravillosas zonas 
fosforescentes, debido a un curioso fenómeno llamado bioluminiscencia. 
La abundancia de estos seres suele incrementarse a raíz del aumento de la 
temperatura y de los nutrientes en el medio. En ese caso, la fecundidad de los 
microorganismos, de por sí intensa, se multiplica en tal forma que el mar adquiere 
un determinado matiz, provocado por la conjunción de las coloraciones de cada uno 
de esos organismos. Este fenómeno se puede comparar con el de la sangre, cuyo 
color se debe al pigmento existente en cada uno de los millones de glóbulos rojos 
que la forman. Así, el océano llega a tomar tonalidades rojizas, azulosas, verdosas y 
hasta metálicas, dependiendo del tipo de microorganismo y, por supuesto, de su 
abundancia. 
El ojo humano puede distinguir otra clase de seres marinos, cuya talla alcanza 
varios centímetros, como los camarones y los ostiones, que también se encuentran 
en gran número. No obstante, dicho número está sujeto a un control natural, 
determinado sobre todo por la mortalidad que se genera entre estas especies cuando 
luchan por ganar mayor espacio y alimento. Por ejemplo, un ostión hembra produce 
un millón y medio de huevecillos, de los cuales sólo tres llegan al estado adulto en 
condiciones naturales. Como se ve, aquí se establece un control de su fecundidad 
desmedida. Según los minuciosos cálculos del científico Lull, si todos los 
descendientes de una ostra sobrevivieran, después de cuatro generaciones 
alcanzarían una descomunal cifra de 66 seguida por 33 ceros (66 000 000 000 000 
000 000 000 000 000 000 000), y la masa de sus conchas formaría una esfera ocho 
veces mayor que el volumen de la Tierra. 
En el océano se hallan también los animales más corpulentos de cuantos viven en el 
planeta. En el fondo de las aguas marinas nadan calamares gigantes, cuyo cuerpo 
mide 6 metros de longitud y sus brazos llegan a tener más de 18 metros de largo. 
Las ballenas representan a los verdaderos gigantes del reino animal, pues su cuerpo 
alcanza en ocasiones más de 25 metros y un peso de 160 toneladas, comparable al 
de 20 elefantes o 200 bueyes. 
El océano está poblado en toda la extensión de sus aguas, y no queda algún rincón 
de él en que falte la alegre presencia de los seres vivos. Estas y otras maravillas, 
como los matices, tamaños, formas y colores, hacen del mar una mansión de 
belleza. Por si fuera poco, y en virtud de que alberga a las más hermosas criaturas, 
el océano se convierte en el acuario del mundo. 
 
Figura 15. Gota de agua de mar mostrando su maravilloso mundo 
microscópico. 
Si se pudiera hacer un rápido recorrido desde los litoraleshasta los fondos 
oceánicos, se daría uno cuenta de la majestuosidad de este mundo oceánico. 
Cuando el hombre llega a una playa, nunca imagina que frente a él exista tal 
afluencia de vida y diversidad de belleza. Tan sólo la arena que pisa contiene 
multitud de pequeños seres, entre los que destacan los foraminíferos y diminutos 
moluscos, así como cangrejos de cuerpo casi transparente que cavan rápidamente 
sus hoyos para escapar de sus perseguidores. 
En la zona litoral del océano se concentra la mayor diversidad de especies, pues en 
ese lugar se presentan diferentes condiciones de ambiente y, por lo tanto, pueden 
encontrarse organismos que se adaptan a las aguas cálidas o frías y a la alta o baja 
salinidad, o los que buscan las rocas azotadas por las olas, o los cienos depositados 
en aguas tranquilas. 
Esa variedad existe también gracias a que la cantidad de alimentos en los litorales 
es mayor que en el resto del océano. En ellos abundan sales minerales que sirven de 
nutrientes a los vegetales verdes, con los que éstos pueden realizar la síntesis de 
materia orgánica, utilizando además la luz solar, que en esta zona alcanza su 
máxima intensidad. Esta materia orgánica formada por los vegetales verdes 
constituye el alimento tanto para ellos como para los demás organismos que se 
encuentran en el área. 
Allí se localizan los bosquecillos de algas policromadas, que dan forma a los 
estratos de colores según los pigmentos que ellas presenten. Por ejemplo, la parte 
más profunda de los grandes acantilados adquiere una coloración rojiza debida a la 
presencia de algas rojas (rodofíceas) y pardas (feofíceas). Hacia la superficie 
dominan los matices verdeazulosos producidos por las algas azules (cianofíceas) y 
las verdes (clorofíceas), y en la parte mas superficial predominan los tonos verdes, 
provocados por estas últimas. 
En los fondos arenosos de la zona litoral, a una profundidad determinada por el 
alcance de la luz, se concentran las algas de mayor tamaño, como los sargazos, y las 
fanerógamas marinas, como la Thalassia, que forman grandes praderas o matorrales 
submarinos, donde viven los vegetales y se oculta un sinnúmero de animales. 
 
Figura 16. Bosquecillo de algas. 
 
Figura 17. Esponja de vidrio o regadera de Filipinas. 
 
Figura 18. Colonia de esponjas. 
Los animales marinos también van a conferir a la zona litoral del océano sus 
características de belleza. En los fondos de las aguas tropicales existen infinidad de 
esponjas, cuyos esqueletos, a veces cristalinos, dan el aspecto de una cesta de 
vidrio, como la Euplectella, llamada también Regadera de Filipinas y que es de 
extraordinaria hermosura. 
Otras esponjas poseen tonalidades que recuerdan los cuadros policrómicos, y la 
forma ordenada en que construyen sus colonias hacen pensar que los arquitectos se 
inspiraron en ellas para diseñar los conjuntos de edificios multifamiliares. 
Las anémonas, animales que también son llamados flores de mar, cubren grandes 
áreas de los fondos rocosos y arenosos de los litorales. Son muy conocidas en las 
costas de todo el mundo, especialmente en las de los mares cálidos, donde viven 
especies muy vistosas. Los antiguos naturalistas les dieron el nombre de zoofitos, 
dada su semejanza con los vegetales. A esta relación alude también el nombre 
científico de la clase a la que pertenecen, Ántozoos, que significa animales-flores. 
Cuando se observa a los moluscos, grupo cuyos representantes son los caracoles, las 
lapas y los ostiones, entre otras muchas especies, se puede admirar su belleza, la 
variedad de sus formas, colores y tamaños de sus conchas. La pulida y brillante 
concha de la Cyprea, por ejemplo, está adornada con colores muy vivos, y debido a 
que parece una pieza de cerámica se le llama también caracol de porcelana. 
Algunas de las conchas que cubren el cuerpo de los moluscos son de gran tamaño, 
como las tridacnas o taclobos, que son muy comunes en los mares de las Filipinas; 
miden 2 metros de diámetro y pesan 200 kilogramos, y son utilizadas en las iglesias 
como pilas bautismales. 
En los fondos marinos se arrastran las delgadas estrellas del mar, llamadas 
ofiúridos, que sorprenden por la regularidad de la forma de su cuerpo —conformada 
por una simetría pentámera—, del cual parten cinco delicados brazos que, en 
ocasiones, están bellamente decorados. Debido a la coordinación y delicadeza de 
sus movimientos, se les ha dado el nombre de bailarinas de mar. 
Por su diversidad y belleza, los peces son, sin discusión, los reyes del océano. Sus 
cuerpos, sus aletas y su cola, sin perder en un solo momento sus rasgos y 
características, son modelados por la naturaleza de mil modos diferentes y 
caprichosos, proporcionándoles atractivos colores. 
Uno de los peces que más llama la atención es el hipocampo o caballito de mar, 
pues el macho, que recuerda a los canguros, carga los huevecillos en su vientre 
abultado y, después, las crías. Otros peces tienen formas y colores especiales que 
los hace parecerse a las rocas, como el pez piedra. También existen unos que inflan 
su cuerpo para protegerse, como el pez globo. 
Más allá del litoral, y a medida que aumentan las profundidades, puede hallarse aún 
una variedad infinita de especies: pólipos bellísimos, extraordinarios cangrejos 
parecidos a los que vivieron en otras épocas, grandes árboles de coral de tonos 
diferentes, como los rojos o los negros, y muchos animales más que vienen a ser la 
inspiración tanto de científicos como de soñadores. En los a veces insondables 
abismos del mar se desarrollan las más extrañas criaturas, seres de raras contexturas 
y de formas monstruosas, como es el caso de los peces que tienen órganos 
fosforescentes y enormes y dentados maxilares. 
Por mucho tiempo se pensó que en los grandes fondos del océano no había vida. En 
la actualidad, ésta ha sido descubierta en aguas muy profundas. Durante la 
expedición danesa del Galathea se encontraron esponjas y anémonas a 10 190 
metros de profundidad en la Fosa de las Filipinas, donde, a 11 000 metros, la vida 
está representada por bacterias. 
Resulta magnífico el espectáculo que proporciona el fulgor de las ondas del mar, y 
la abundancia que éste encierra es maravillosa. Emoción profunda siente el espíritu 
ante las realidades del océano, que son superiores a toda fantasía. Sin embargo, los 
científicos han encuadrado y canalizado esa emoción para estudiar las leyes que 
rigen a esta fabulosa creación de la naturaleza: el mar. 
 
Figura 19. Seres de los abismos. 
 
 
 
V. LOS RAROS HABITANTES DE OCÉANO. 
MONSTRUOS Y DIOSES DEL MAR. 
FANTASÍAS Y REALIDADES 
 
LOS fenómenos que se desarrollan en el océano, tanto los de origen físico-químico 
como biológico, siempre han estimulado la imaginación de los hombres, y en todas 
las latitudes y épocas han sido motivo de las interpretaciones más fantásticas. De allí 
la multiplicidad, y a menudo la contradicción de las leyendas y creencias marinas. 
Desde tiempos remotos, el mar ha sido un lugar misterioso, insondable y desconocido 
para la humanidad. La historia antigua afirmaba que la extensión del mar era tan 
inmensa que llegaba hasta el lejano país de los muertos, y que estaba habitada por 
criaturas terroríficas y monstruosas. 
No es mucho lo que conoce la ciencia contemporánea acerca de los habitantes del 
océano. La gran diversidad en forma y tamaño de los seres marinos ha permitido 
crear toda clase de historias y leyendas sobre monstruos, las cuales han dado origen a 
un sinnúmero de fantasías. 
La vida en el mar nos depara, aún hoy, sorpresas y narraciones fantásticas que sólo 
comienzan a descifrarse mediante la investigación sistemática del océano. 
El hombre siempre ha considerado que la inmensidad del mar está poblada por una 
fauna de fantasía. Los "monstruos legendarios" nacen entonces al calor del temor o de 
una imaginación desbordada ante tantas maravillas que los ojos humanos pueden 
contemplar en el océano. 
Como señalanalgunos científicos, "los griegos llenaron al Mare nostrum de las más 
variadas criaturas. Monstruos y deidades formaban la más animada población de las 
aguas del mar. Nereidas, oceánidas y gorgonas, en formación con sirenas y tritones, 
constituyen el brillante desfile, que da su mayor esplendor a la corte de Poseidón y 
Anfitrite". 
Uno de los mitos griegos más bellos es el de las sirenas, en el que se conjugan la 
mujer y el mar, dos elementos que desde tiempos inmemoriales son motivo de 
alabanzas y leyendas para el hombre. 
Según la mitología griega, las sirenas eran las hijas de Calíope y de Aqueleo, 
compañeras de Proserpina y víctimas del furor de Ceres, quien las transformó 
precisamente en monstruos marinos en virtud de que no opusieron resistencia al rapto 
de aquella. Estas mujeres oceánicas poseían los más dulces y terribles atributos 
femeninos: la belleza y la crueldad, o el amor y la perdición. 
Estas mujeres-pez son una constante mitológica de todos los pueblos marítimos, y su 
forma ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Para Ovidio, esas desdichadas 
criaturas que fueron a esconder sus monstruosos cuerpos en unas rocas situadas entre 
Capri e Italia eran aves de plumaje rojizo con cara de virgen. Apolonio de Rodas 
aseguraba que tenían busto de mujer y cuerpo de ave marina. 
La historia de las sirenas griegas, sin saber cómo, se transformó en la de pez-mujer u 
ondina con cola de pescado y esbelto cuerpo femenino. Tirso de Molina las describe 
así: "la mitad mujeres y peces la mitad." 
En el gran poema épico La Odisea, del poeta griego Homero (siglo IX a. C.), obra 
monumental de la antigüedad clásica, se narran las aventuras de Ulises y sus hombres 
ante las terribles y maléficas sirenas, cuyo canto fascinaba a cuantos lo oían. "Aquel 
que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni 
a sus hijos [...] al ser hechizados por las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una 
pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos 
cuya piel se va consumiendo." 
Este hechizo fue burlado por Ulises, quien, por consejo de Circe, tapó con cera los 
oídos de los remeros, mientras él se hacía atar de pies y manos del mástil para resistir 
el efecto fascinador del canto de las sirenas, quienes, para tentarlo, le ofrecieron el 
conocimiento de todas las cosas. Después de haber sido burladas por Ulises, las 
sirenas se precipitaron en el mar para convertirse en peñascos. Aún hoy se les conoce 
con el nombre de siremusas. 
La leyenda de las sirenas se popularizó rápidamente; se extendió por toda Europa y 
llegó incluso a territorios muy alejados, como la India, Rusia y Japón, pasando 
después a América. Algunas de las historias las representaban crueles, como la de 
Ulises, y otras las describían dulces y amorosas, como en el caso de Ondina, que 
según el relato apareció en la costa de Francia. 
 
Figura 20. Hombres-pez. 
Como se ve, el mito se ha extendido en el tiempo y en el espacio. La sirena, ambigua 
deidad del mar, es dueña del horror de la muerte, pero también de un incansable 
amor. Muchos hombres del mar tienen aún la esperanza de encontrar algún día una 
sirena, a pesar de que la ciencia haya demostrado la inexistencia de las mismas. 
Las sirenas no son los únicos personajes mitológicos marinos con características 
humanas, ya que tienen un paralelo simétrico con Tritón, hijo del dios Poseidón, "el 
de la cabellera azul" y de la diosa Anfitrite quienes rodean al dios de los mares y son 
mitad humanos, mitad peces, con larga cabellera flotante y gran cola cubierta de 
escamas. 
Los tritones, que han recibido diferentes nombres, como hombre-pez u hombre 
marino, gozaban de fama por su sabiduría y dones adivinatorios, y su labor principal 
consistía en escoltar a los dioses marinos más poderosos al tiempo que soplaban sus 
bellas caracolas. 
La leyenda de los tritones, descritos en las obras de Plinio, Gesner y otros autores, se 
extendió también por toda Europa, y pasó a la orilla del Atlántico apareciendo en 
América, en donde el ambiente era propicio para darle crédito. Incluso, algunos 
autores pensaban que esas leyendas eran patrimonio de las culturas nativas. 
La creencia en el hombre-pez y las sirenas se conserva aún entre la gente de mar que 
siempre está relatando nuevas historias. Una posible explicación al respecto desde el 
punto de vista científico es que estas leyendas pudieron tener su origen en el aspecto 
de ciertas focas del Mediterráneo. * 
Además, la imaginación de los griegos dotó a su mitología de otras criaturas marinas 
de forma humana, con lo cual aquellos hombres demostraban el gran amor y respeto 
que sentían por el océano. Dichas criaturas son las ninfas del mar, las nereidas y las 
oceánidas. 
Las ninfas del mar, cuyas largas trenzas adornadas con conchas llegaban hasta sus 
hermosos y diminutos pies, eran la representación de un ser marino amable, 
inspirador de poetas. Las nereidas, 50 hermanas hijas de Nereo, habitaban el Mar 
Egeo, cantaban con voz melodiosa y bailaban alrededor de su padre. A pesar de que 
eran deidades menores, los griegos les construyeron altares ante los que depositaban 
ofrendas. Las más célebres fueron Anfitrite, Tetis y Galatea. Las oceánidas, hijas de 
Océano y Tetis, en número de por lo menos 13 000, tenían semejanza con las 
nereidas. Eran alegres, bondadosas y cuidaban a los marinos durante sus travesías con 
tanto afecto y dedicación que llegaban a enamorarse de ellas. 
Aristóteles (384-322 a. C.), que puede ser considerado padre de la historia natural, y 
en especial de la zoología, y cuyos escritos constituyen una enciclopedia del saber 
antiguo que perduró hasta el Renacimiento —algunos de sus conocimientos son 
válidos en la actualidad—, tampoco pudo escapar de la tentación de crear fantasías 
sobre la vida en el mar. Pensaba que los corales, a los que llamaron korallion, que 
significa adorno del mar, tenían su origen en una planta marina que crecía "entre las 
horrísonas serpientes de la cabeza de Medusa". A las medusas, animales de cuerpo 
transparente en forma de sombrilla, las nombraba pulmones del mar, pues creía que el 
océano respiraba por medio de ellos debido a sus rítmicos movimientos natatorios. 
Estas leyendas y tradiciones de los griegos permanecieron durante 16 siglos, y 
cambiaron según las épocas y los países a los que se extendieron. Algunas de ellas 
lograron ser aclaradas a partir del conocimiento que se fue obteniendo acerca de los 
animales marinos, aunque ciertas especies siguieron prestándose a confusión. 
Los pulpos y calamares, por el aspecto poco grato de su cuerpo blando, sus brazos 
viscosos y musculosos provistos de pegajosas ventosas, han dado origen a numerosas 
leyendas y fábulas. Así, siguen vigentes hasta nuestros días los relatos llenos de 
colorido que hace Víctor Hugo en Los trabajadores del mar, o las feroces luchas de 
los secuaces del capitán Nemo, audaz y enigmático piloto del Nautilus, contra el 
gigantesco pulpo que nos describe Julio Verne en su novela 20 000 leguas de viaje 
submarino. 
 
Figura 21. Medusa. 
En muchas leyendas de los pueblos marinos y pescadores figura el pulpo como uno 
de los más importantes y tenebrosos personajes. Su extraño aspecto ha despertado 
cierta antipatía y repulsión, no exentos de respeto y temor. Son muchas las 
narraciones sobre pulpos colosales que arrastran a los abismos del mar, ayudados por 
sus potentes brazos, navíos y bergantines de los que no queda rastro alguno. 
Durante siglos se creyó en la existencia del kraken, calamar o pulpo gigante, de una 
milla o más de longitud. Se dice que cuando asomaban sus lomos a la superficie del 
mar, parecían más unas islas que seres vivientes. Se cuenta también que con sus 
largos brazos podían aprisionar a los navíos para engullirlos. 
Esta leyenda llegó a influir en el naturalista sueco Linneo, creador de la taxonomía 
científica, quien en una de las primeras ediciones de su obraSystema naturae, en la 
que clasifica a los animales, describe a un calamar de enormes proporciones con el 
nombre de Sepia micromicrocosmus, basándose en las historias que le contaron los 
fantasiosos hombres de mar. 
Los mitos forjados en torno a la presencia de pulpos colosales en el mar tenían sus 
bases en el considerable tamaño que algunas especies de cefalópodos alcanzan, y 
sobre todo en la existencia real de ciertos calamares gigantes, como el Architeuthis, 
que vive en la costa atlántica de Norteamérica, en una extensa zona que abarca de las 
Bermudas a Terranova, y que ocasionalmente es arrastrado por las tormentas hasta las 
costas de Europa. 
Esos calamares fueron desconocidos por los científicos durante siglos; sólo se sabía 
de ellos por los relatos de los pescadores, quienes solían encontrar trozos de 
tentáculos de hasta 10 metros de longitud en el estómago de los cachalotes o en las 
orillas de las playas. No fue sino hasta el periodo de 1871 a 1876 cuando una veintena 
de Architeuthis aparecieron en la playa de Thimble Tickle, en Terranova, lo que 
permitió que el naturalista Addison Verril los estudiara. El mayor de ellos medía, 
desde el extremo de la cola hasta la boca, de 8 a 10 metros. Sus brazos alcanzaban 
casi 20 metros de largo y tenía el grosor del cuerpo de un hombre. Estaba dotado de 
poderosas ventosas, la circunferencia de su cuerpo medía 2 metros y su peso se 
calculó en varias toneladas. 
 
Figura 22. Pulpo hundiendo un barco. 
Los científicos han comprobado que estos grandes cefalópodos habitan las partes más 
profundas del océano y que sólo por accidente alcanzan la superficie. Se encuentran 
repartidos en diversas regiones oceánicas, muy separadas unas de otras, y parece que 
son un alimento muy apreciado por los cachalotes, con los que libran titánicas 
batallas. Las marcas en forma de disco encontradas en los lomos de algunos 
cachalotes constituyen la evidencia de estas luchas. Así pues, se sabe que los 
calamares succionan el pigmento de la piel de estos animales. 
Indudablemente, fueron la fuerza y dimensiones de estas especies lo que hizo pensar 
que, si alguna de ellas llegaba a aferrarse al casco de un bergantín de tres palos, era 
capaz de hacerlo zozobrar. 
Muchos navegantes, sorprendidos por los violentos movimientos de los grandes 
calamares, que excepcionalmente se debaten en la superficie del mar, llegaron a creer 
que los tentáculos que veían eran serpientes marinas, ilusión posible a cierta distancia, 
sobre todo con la imaginación un poco exaltada. 
No es posible hablar de monstruos marinos sin mencionar a las "serpientes del mar" y 
a los "dragones" que, según las creencias, habitaban las oquedades y las cavernas 
costeras, haciendo más peligrosas las rompientes del oleaje. Los relatos sobre estos 
fantásticos animales se repiten desde tiempo inmemorial, e incluso han sido tomados 
en cuenta por algunos naturalistas de renombre. 
En los mares de todo el mundo, desde el ártico hasta el trópico, se ha hablado de la 
existencia de esas serpientes. Tales versiones provienen desde la antigua Grecia y 
Roma, y sería un error pensar que, en la actualidad, la gente ya no cree en esos 
monstruos. 
Olaüs Magnus, obispo de Bergen en 1600, cuenta en una de sus obras que, según los 
marinos que navegaban en aguas de Noruega, entre las rocas y en las cavernas de la 
costa vivía una serpiente de 70 metros de largo y 10 metros de grosor; dotada de una 
larga melena, de ojos como llamas, y cubierta por afiladas escamas de color negruzco. 
Acostumbraba, decían, perseguir a las embarcaciones, y se elevaba como una 
columna para barrer con los marineros de cubierta y devorarlos. 
Una versión más reciente es la de Erik Pontopiddan, de la Universidad de 
Copenhague, quien asegura haber visto en 1752 a una serpiente de 20 a 30 metros de 
longitud, negra y lisa, tan gruesa como el cuerpo de un hombre y provista de una 
especie de crin en la cabeza. 
Estos mitos han llegado a interesar de tal forma a ciertos naturalistas que, incluso, han 
discutido seriamente la posibilidad de que ese hipotético animal exista. 
No es de extrañarse, por consiguiente, que los zoólogos comenzaran a tomar en serio 
la existencia de estos animales, a los que clasificaron aun con el nombre científico de 
Megophias megophias. Oudemans, en 1892, publicó en Londres un singular libro que 
reúne 162 relatos de supuestas apariciones del discutido Megophias ocurridas entre 
1522 y 1890. 
Se dice que la tripulación del yate Valhalla encontró, el año de 1905, una serpiente de 
mar cuya silueta fue dibujada. El último reporte relacionado con hallazgos de 
Megophias fue hecho en 1925, en aguas de Australia, por el naturalista Jaillard. 
Quizá la leyenda contemporánea más famosa sea la del monstruo de Loch Ness, 
llamado cariñosamente Nessie, que supuestamente vive en el Lago de Ness, al norte 
de Escocia. Se considera que es un Plesiosauro, reptil acuático que vivió durante el 
Jurásico Temprano y que aparentemente habita en las profundidades del lago. 
El primer reporte sobre su supuesta existencia data del año 565, y hasta 1969 fue 
observado 251 veces, habiéndose hecho descripciones detalladas de él, pero siempre 
con base en fotografías muy borrosas, que bien podrían ser de algún otro animal. A la 
fecha se han realizado numerosas expediciones, sin haberse obtenido pruebas 
concluyentes sobre su existencia. 
Por otra parte, hay referencias sobre supuestos unicornios que eran tan corpulentos 
como una ballena; de acuerdo con las leyendas, cuando se encolerizaban podían 
perforar el casco de una embarcación. 
 
Figura 23. Monstruo escocés de Loch Ness. 
La única especie que parece unicornio es el narval macho, de la familia de los 
cetáceos, pues uno de sus dientes, de duro marfil, crece tanto que le sale de la boca. 
Actualmente se han descubierto restos de serpientes prehistóricas en los depósitos de 
los mares del terciario primitivo de África (en Egipto), Europa y América del Norte. 
No se han obtenido esqueletos completos, sino sólo vértebras cuyo tamaño ha 
permitido estimar que esas especies medían más o menos 12 metros de longitud. Los 
paleontólogos no han podido comprobar que las serpientes de los mares primitivos 
hayan alcanzado los extraordinarios tamaños mencionados con anterioridad. 
En efecto, en los mares viven serpientes, pero éstas son semejantes en forma y 
dimensión a las que habitan en los continentes, con la única diferencia de que su cola 
está comprimida lateralmente, por lo que pueden utilizarla como remo. Estos 
animales abundan en el Océano Índico, en las costas orientales en África, 
específicamente en el litoral de Madagascar, y en diversas áreas del Pacífico tropical. 
Su veneno es muy tóxico, pero su mordedura es poco dolorosa. 
Algunos peces, por la forma y características de su cuerpo, también han sido 
inspiradores de diversas leyendas, como los hipocampos o caballitos de mar, que 
dieron origen a la creencia de que el carro de Neptuno era arrastrado por caballos con 
dos patas y cola de pez. 
Las mantarrayas, peces muy conocidos, son inconfundibles debido a que su cabeza, 
tronco y primer par de aletas constituyen una sola unidad, de aspecto romboidal 
aplastado. En ambos lados de la cabeza llevan un par de prolongaciones, a manera de 
cuernos, y en la región posterior poseen una cola en forma de látigo, que es muy 
flexible y termina en punta. Se les ha llamado diablos de mar, y posiblemente son las 
especies que Aldovrandi nombró, en el siglo XVI, dragones de mar. 
El diablo de mar siempre ha causado gran temor entre los habitantes de las costas, y 
hasta se afirma que ataca fieramente al hombre, aunque esto no es cierto. En la 
actualidad, las mantarrayas son comúnmente atrapadas por las redes de los barcos 
arrastreros. 
Algunos pescadores venden "peces diablo" a los turistas. Sin embargo, no se trata de 
mantarrayas, sino de una especie perteneciente a la familia de éstas llamada pez 
guitarra, a

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