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EL OCÉANO Y SUS RECURSOS. I. PANORAMA OCEÁNICO Autor: JUAN LUIS CIFUENTES LEMUS / PILAR TORRES-GARCÍA / MARCELA FRÍAS M. COMITÉ DE SELECCIÓN EDICIONES PRÓLOGO INTRODUCCIÓN NOTA I. LAS MARAVILLAS DEL MAR II. LAS DIMENSIONES DEL OCÉANO. .....DIFERENTES TIPOS DE MARES III. EL MAR TRIDIMENSIONAL IV. LA FECUNDIDAD EN EL OCÉANO. .....AFLUENCIA DE LA VIDA Y MANSIÓN DE BELLEZA V. LOS RAROS HABITANTES DE OCÉANO. .....MONSTRUOS Y DIOSES DEL MAR. FANTASÍAS Y REALIDADES VI. INVASIÓN DE LOS OCÉANOS POR EL HOMBRE. .....DEL REMO A LA ENERGÍA ATÓMICA VII. HISTORIA DEL ESTUDIO DE LOS OCÉANOS. .....DEL HOMBRE PRIMITIVO AL RENACIMIENTO VIII. LAS GRANDES APLICACIONES OCEÁNICAS DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX IX. LA ERA ACTUAL. SIGLO XX X. INQUIETUD DEL HOMBRE POR LA EXPLORACIÓN SUBMARINA. .....PENETRACIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO SUBMARINO XI. LA REVOLUCIÓN DE LA TÉCNICA EN LA INVESTIGACIÓN SUBMARINA XII. LA EXPLORACIÓN SUBMARINA EN LA BÚSQUEDA DE TESOROS Y PIEZAS ARQUEOLÓGICAS XIII. LAS CIENCIAS DEL MAR Y EL ESTUDIO ACTUAL DE LOS OCÉANOS APÉNDICE GLOSARIO BIBLIOGRAFÍA COMITÉ DE SELECCIÓN Dr. Antonio Alonso Dr. Gerardo Cabañas Dr. Juan Ramón de la Fuente Dr. Jorge Flores Valdés Dr. Leopoldo García-Colín Scherer Dr. Tomás Garza Dr. Gonzalo Halffter Dr. Raúl Herrera Dr. Jaime Martuscelli Dr. Héctor Nava Jaimes Dr. Manuel Peimbert Dr. Juan José Rivaud Dr. Julio Rubio Oca Dr. José Sarukhán Dr. Guillermo Soberón Coordinadora: María del Carmen Farías EDICIONES la ciencia/2 para todos Primera edición (La Ciencia desde México), 1986 Cuarta reimpresión, 1996 Segunda edición (La Ciencia para Todos), 1997 La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaria de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. D. R. © 1986 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V. D. R. © 1997 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Carretera Picacho-Ajusco 227, 14200 México, D.F. ISBN 968-16-5256-8 Impreso en México PRÓLOGO Fecunda idea es la publicación de El océano y sus recursos, primer libro de su índole en México ya que la extensión y variedad de sus costas, bañadas por los dos mayores océanos del planeta, le ofrecen valiosos tesoros, cuyo aprovechamiento total no podrá lograrse sin contarse con un cúmulo de conocimientos científicos sobre el tema. México, como se ha dicho, ha vivido "de espaldas al mar", dando mínima atención al debido aprovechamiento de sus recursos marinos. Y, desde luego, prácticamente ninguna a la investigación científica de sus variados recursos. Hace apenas seis lustros que se dieron, en 1923 y 1926, los primeros y más modestos pasos al respecto, promovidos por el más brillante biólogo que ha producido México, Alfonso L. Herrera, en la benemérita Dirección de Estudios Biológicos, que había fundado en 1915 y a cuyo frente se encontraba. En tal trabajo participó quien esto escribe, y que posteriormente inició, en 1934, la primera cátedra de hidrobiología y pesca en la Escuela Nacional de Agricultura. Para entonces ya existían algunos centros de investigación, que paulatinamente fueron creciendo en número. Y también planteles profesionales en que se formaban los nuevos investigadores. Los más activos eran la Facultad de Ciencias (UNAM) y la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (IPN). En la Facultad de Ciencias, desde 1962, el maestro Juan Luis Cifuentes tenía a su cargo — y la tiene aún— una cátedra de zoología de invertebrados, que con sus sólidos conocimientos y dinamismo no tardó en convertirse en polo de atracción para los alumnos que anhelaban formarse bajo las enseñanzas del brillante catedrático, quien en el periodo 1973-1977 fue designado director de la Facultad de Ciencias. Esta institución recibió entonces un notable impulso en sus diversas ramas, en un tiempo que puede ser considerado como la Edad de Oro del Departamento de Biología. Paralelamente a estos desarrollos, se había ido acumulando una abundante y sólida bibliografía especializada, de gran valor de consulta, para guiar las investigaciones marinas, pero faltaba una obra, escrita por mexicanos, que pudiera servir al lector deseoso de tener una visión panorámica de la materia. El océano y sus recursos viene hoy a llenar ese vacío. En esta serie de doce volúmenes, cuidadosamente equilibrados, se enfocan todos los ángulos de las investigaciones oceánicas, con especial referencia a los aspectos biológicos y muy particularmente a la pesca, que cada día va tomando mayor importancia en la economía mexicana. La solidez y autoridad de la obra la avala el nombre de sus autores: el maestro por antonomasia, Juan Luis Cifuentes, y dos de sus más brillantes discípulas y colaboradoras: la maestra en ciencias María del Pilar Torres García y la bióloga Marcela Frías Mondragón. Para mí, que he tenido la incomparable oportunidad de ver crecer la biología mexicana desde sus albores hace más de seis décadas, y que di mis primeros pasos de investigador en el campo de la hidrobiología, es una satisfacción y un honor que Juan Luis Cifuentes, mi discípulo de antaño y hoy brillante colega a quien tanto estimo, me haya honrado pidiéndome estas líneas, que con placer he redactado. ENRIQUE BELTRÁN INTRODUCCIÓN Tanto el cuerpo de los vegetales como el de los animales, incluyendo el del hombre, contienen una gran proporción de agua. Todo organismo vivo incluye agua en su estructura. El agua procede del mar. La vida proviene del mar. ¡Conozcamos el mar! En esta obra se pretende dar información, en forma amena y sencilla, que despierte el interés por el mar en sus múltiples facetas: como portentosa fuente de inspiración; como gala de grandeza y majestad de la naturaleza; como productor de las más hermosas mitologías desde los tiempos remotos y desde las fuentes de todas las culturas; como escaparate inacabable de bellezas; como origen y poseedor de una inmensa y deslumbrante flora y de una variadísima fauna; como misterioso guardián de secretos; como inspirador de mágicas fantasías, de sentimientos religiosos, de supersticioso temor, de gran respeto, de profundo reconocimiento por sus innumerables dones y beneficios, de profundo amor. Trataremos así de entonar un himno de esperanza y optimismo para el aprovechamiento racional de los recursos oceánicos, con el fin de mejorar la vida de nuestros pueblos, concentrándonos en nuestra realidad objetiva. Si emprendemos el camino mediante el estudio, la organización y el trabajo disciplinado, alcanzaremos tal meta. Seremos iluminados pero a la vez realistas. Conozcamos el mar! ¡Aceptemos y sepamos aprovechar sus dones! ¡Amemos al mar! NOTA La presente serie, dividida en doce volúmenes, "El océano y sus recursos", tiene básicamente el propósito de atraer la atención de los jóvenes que cursan la enseñanza media-básica y superior, y dar al público en general una información amena y en lengua clara sobre el maravilloso mundo que representan los océanos. Todo con el fin de despertar su interés por los fenómenos que se producen en la inmensidad de sus aguas, y sobre los recursos que el mar contiene. En este primer libro se describe, a grandes rasgos, las maravillas del mar; su inmensidad, su asombrosa fecundidad, y sus múltiples y, en numerosas ocasiones, raros habitantes. Cómo el hombre lo ha conquistado poco a poco, al luchar contra quien le parecía un enemigo y convertirlo en un gran colaborador; y lograr que el mar, en un principio considerando una limitación a su expansión, se convirtiera en útil vía de comunicaciones gracias a los barcos: primero, movidos a fuerza de brazo con la ayuda del remo; luego con la del viento y finalmente, con la del vapor, los hidrocarburos y la fisión nuclear. Asimismo se estudia la historia delos diversos océanos, su evolución, las técnicas de investigación y la penetración del hombre en el mundo submarino. Esta información introductoria permitirá adentramos en la ciencias del mar. LOS AUTORES I. LAS MARAVILLAS DEL MAR EL AGUA, elemento vital para el hombre desde la prehistoria, fue determinante para el desarrollo de sus formas de vida. Así, los primeros grupos humanos tuvieron que asentarse en las márgenes de ríos y lagos a fin de asegurar su sobrevivencia Antes de que se lograra aprovechar en mayor medida los inmensos recursos del mar, el progreso del hombre, siempre limitado, sólo fue posible junto a las concentraciones de agua dulce. Por consiguiente, el grado de adelanto de los pueblos puede conocerse según la calidad del río o del lago que les daba protección y vida. Así, junto a un río o lago raquíticos surgieron menores e inestables grados de adelanto, mientras que las fuentes de agua caudalosas, ricas y permanentes, favorecieron la evolución de más elevadas civilizaciones, poseedoras de una cultura que, caprichosamente, podríamos llamar fluvial o lacustre. Pero el hombre, en su inacabable aspiración de progreso y después de que logró el máximo desarrollo al amparo de ríos y lagos, buscó nuevos medios de adelanto y sólo los obtuvo en la medida en que se valió del mar hasta, en ciertos aspectos, dominarlo; es decir, cuando empezó a practicar la pesca de litoral, cuando empezó a ver al mar no como una limitación, sino como un gran camino hacia todas partes, cuando encontró en él un nexo de unión y no una barrera de separación, cuando encontró en el monstruo aparente a un poderoso servidor. Cuando descubrió que el mar es un amigo, desde el momento en que pudo trasladarse a todas partes y recibir los beneficios de la naturaleza, cuando supo que el mundo no es una inmensa planicie y cuando encontró que la inmensidad del mar es en mucho sujetable a voluntad, el hombre creció y, de un prisionero en la cárcel de sus montañas y sus mares, se convirtió en un ser libre y dueño del mundo. El mar reúne en su seno un cúmulo de maravillas que ha sido posible conocer mediante el estudio de los fenómenos geológicos que han sucedido a través del tiempo y que explican el origen y la distribución de los océanos en nuestra gran casa, que es la Tierra. Se hablará de uno de esos maravillosos fenómenos. Recorriendo millones de kilómetros, la energía de los rayos solares, transmitida en diversos grados y formas según la posición del planeta, en sus variantes de día y de noche, y de estaciones en el año, y por la rotación y translación de la Tierra, produce diversos climas, que varían de acuerdo con las épocas y las zonas. Este conjunto de fuerzas y movimientos ocasiona las mareas, así como corrientes de agua que, según su temperatura, son superficiales o profundas. Algunas de esas corrientes van del área central de la Tierra hacia los polos, otras al contrario, y algunas más bordean los continentes. Estas fuerzas y movimientos provocan también corrientes de aire que, dependiendo de la altura, la temperatura y la velocidad, se presentan como suave brisa, o en forma de demoledores y mortales tifones, huracanes, ciclones y tornados. La evaporación de las aguas de los mares, producida por el calor del Sol, forma las nubes, que son el atemperante de todos los climas y que llevan su mensaje de vida a manera de lluvias hacia la morada del hombre, que son las tierras. Figura 1.Fenómenos que acontecen en el océano En las aguas de los mares abundan sustancias de gran utilidad, pero aún falta encontrar la forma práctica de obtenerlas y utilizarlas. Es asombroso, por ejemplo, saber que en una hectárea de mar hay más oro que en una hectárea de una rica mina terrestre. Nuestro amigo gigantesco nos tiene guardados petróleo, piedras preciosas, metales y sustancias químicas muy útiles. La flora y la fauna del mar forman fantásticos jardines multicolores e integran tanto el prodigioso mundo microscópico, de raras figuras geométricas, como los imponentes colosos, todos de una hermosura incomparable. Al recordar el aprovechamiento de sus especies, de las cuales el mar es inmenso pero no inagotable productor, se observa el prodigioso orden natural de una escala, o mejor dicho, de una pirámide de seres vivientes llamada por los científicos cadena de alimentación, la cual está constituida por animales tan pequeños y elementales que parecen encontrarse entre los linderos del mundo vegetal y el animal, y que sin embargo son la base fundamental para la existencia de todos los seres con vida. También los majestuosos ejemplares de muchas toneladas forman esa cadena, que ha permitido estudiar las formas de vida y de lucha entre todas las especies. Con base en estas cadenas de alimentación, el hombre aprovecha infinidad de productos: esponjas, algas, peces y ostras, entre otros tesoros que el mar le ofrece para su subsistencia, y ha creado la industria pesquera, que cuenta con medios de captura, cultivo, distribución y mercadeo. Estos factores han dado origen al actual desarrollo del área pesquera y han permitido contar con mayores perspectivas de progreso. No obstante, en virtud de que el hombre busca cada vez aprovechar un mayor número de recursos marinos, es preciso advertir que la explotación de los mismos debe realizarse racionalmente para no agotarlos. En un principio, el hombre aprovechaba sin preocupación alguna los productos de la flora y de la fauna terrestre por medio de la recolección y de la cacería. Sin embargo, conforme han aumentado la población y las necesidades, el aprovechamiento de la flora y la fauna ha tenido que desarrollarse hasta llegar a las más perfeccionadas técnicas de la agricultura y la ganadería, aunque también ha tenido que normarse. Desgraciadamente, en lo que se refiere al mar, se ha llegado a la captura indiscriminada, a la extracción sin normas. Pero mundialmente se ha entendido ya que es preciso respetar las leyes de la naturaleza para no agotar las especies, y se han fomentado diversos programas de cultivo, tanto de fauna como de flora, a fin de garantizar la supervivencia y el incremento de tales recursos, que, por lo demás, son una importante ayuda en la lucha actual por producir alimentos para todos. Figura 2.Cadena de alimentación Durante el desarrollo de la humanidad, el mar ha servido como vía de comunicación, ya que el hombre aprendió a aprovechar las características del océano para mover sus embarcaciones, lo que trajo como consecuencia el intercambio cultural y comercial entre los pueblos. El mar nos proporciona también hermosísimos paisajes, y en los lugares del mundo en donde éstos se encuentran se han establecido centros de esparcimientos y de paseo. Además, el mar ha servido de escenario deportivo: en sus aguas se realizan competencias a remo, regatas, veleros y yates, así como variadas y espectaculares pruebas de natación y buceo. Ante todas esas maravillas marinas ha nacido una visión futurista: el hombre, no conforme con tener al mar solamente como un inmenso vivero y como vía de comunicación, quiere convertirlo en un lugar que pueda ser habitado permanentemente. Con ese propósito se están haciendo ya pruebas y experimentos Para poder aprovechar todas las riquezas oceánicas debemos conocer y respetar las leyes que las protegen. De esta manera se evitará el rompimiento del orden de la naturaleza, y los recursos seguirán siendo, indefinidamente, fuentes no agotadas de alimentos, medicinas, materias primas y de placer para el género humano. II. LAS DIMENSIONES DEL OCÉANO. DIFERENTES TIPOS DE MARES LOS océanos, conformados por grandes extensiones de agua salada, cubren las tres cuartas partes de la superficie de la Tierra. Para los antiguos habitantes del planeta, el mar fue, durante cientos de años, un lugar impenetrable y hasta cierto punto hostil. Según la tradición bíblica, Dios empleó barro para crearal hombre, y se supone que, a partir de esta creencia, se le dio el nombre de Tierra al planeta que habitamos. A lo largo del tiempo, el hombre empezó a conocer el mar conforme se atrevía a realizar cortas navegaciones, motivado por afanes de aventura o por la necesidad de buscar alimento. Así comenzó también a darse cuenta de la verdadera dimensión de los océanos y, años después, descubrió que ocupan una mayor extensión en la Tierra que los continentes. Lo anterior ha llevado a muchos pensadores a proponer que el nombre Tierra sea cambiado por el de Agua, Mar, Planeta Acuático u Oceanía. Sin embargo, dichas propuestas no han prosperado. Gracias a la tecnología moderna se pueden apreciar mejor estas proporciones de agua y tierra en nuestro planeta, que ha sido observado desde los satélites artificiales. El comandante Frank Borman, cuando viajaban en la cápsula Apolo VIII, que se encontraba a 380000 kilómetros de distancia del globo, exclamó: "¡La Tierra parece una gema azul sobre seda negra!" Tal expresión se comprende, pues la escena que vio el astronauta estaba dominada por los océanos. Los continentes, tierras que emergen por su altura, son sumamente pequeños en comparación con las profundas depresiones de la corteza terrestre, que son llenadas por las aguas océanicas. Se ha dicho que, en los abismos del Océano Pacífico occidental, el fondo del mar se aproxima al núcleo en fusión de nuestro planeta. Cuando la Tierra se encontraba en formación y toda su materia estaba en estado cambiante, el mar la abarcaba en absoluto y no permitía que sobresaliera ninguna cumbre terrestre; sin embargo, cuando se presentaron fenómenos como las glaciaciones, las aguas se fueron concentrando hasta dejar superficies al descubierto donde quedaron las huellas del oleaje sobre las rocas, depósitos de agua salada y multitud de esqueletos y conchas. CUADRO 1 Área total del planeta 510 millones Km2 Continentes 139 millones Km2 Islas e (± 2500 km) islotes 11 millones Km2 150 millones Km2 - 30 % Océeanos (profundidad + 200 m) 332 millones Km2 Zona costera (Plataforma continental) 28 millones Km2 360 millones Km2 - 70 % Estos continentes emergidos de los mares han llegado a ocupar 139 millones de kilómetros cuadrados que, sumados a los 11 millones constituidos por las islas grandes —que tienen una longitud de más de 2 500 kilómetros— y los islotes de menor dimensión, alcanzan un total de 150 millones de kilómetros cuadrados, que representan el 30 por ciento de la superficie terrestre. En cambio, los océanos, con profundidades mayores de 200 metros, abarcan 332 millones de kilómetros cuadrados, y el agua que se encuentra sobre la plataforma continental, considerada de cero a 200 metros, cubre 28 millones; o sea que el total de área cubierta por agua marina es de 360 millones de kilómetros cuadrados —de los 510 millones que conforman la totalidad del planeta—, que representan el 70 por ciento de la superficie de la Tierra. Las aguas oceánicas tienen una profundidad media de 4 kilómetros, y alcanzan hasta 11 kilómetros de profundidad en los grandes abismos del Océano Pacífico, como la Fosa de las Marianas, que tienen una profundidad de 11 034 metros y una longitud de 2 550 kilómetros, y cuya dimensión es superior a las más altas montañas terrestres, como la del Everest, que alcanza 8 800 metros. El volumen de las tierras emergidas es inferior al de las sumergidas. Si los materiales de las montañas rellenaran los valles y los bajos niveles, la tierra firme alcanzaría solamente una altura uniforme de 700 metros. Si lo mismo sucediera con las tierras sumergidas, si todas ellas se situaran en un nivel uniforme, la profundidad de los mares sería de 3.5 kilómetros. Si en este momento la superficie de la esfera terrestre se volviera plana y los hielos de los polos se licuaran, la Tierra quedaría totalmente cubierta por una masa de agua de 2.4 kilómetros de profundidad y a la cual se le ha dado el nombre de "nivel medio del planeta". La distribución actual de la tierra emergida y de los océanos no es regular, ya que, mientras los continentes se adelgazan hacia el sur, los océanos se ensanchan en ese mismo punto. Por lo tanto, los continentes se acumulan principalmente en el Hemisferio Norte —ocupado por toda Europa, una buena parte de África, toda Asia, América del Norte, América Central y una parte de América del Sur—, donde la proporción de tierra es de 40 por ciento, contra 60 por ciento de mar. El Hemisferio Sur, con 80 por ciento de agua, es en consecuencia eminentemente océanico; el resto de las porciones continentales, como Oceanía, la otra parte de África y de América del Sur, así como todo el Continente Antártico, ocupan sólo el 20 por ciento de dicho hemisferio. Figura 3. Comparación del Monte Everest con la Fosa de las Marianas. Los continentes se extienden en dirección norte-sur, con una repartición de tierras y mares completamente irregular. En algunas áreas el mar avanza tierra adentro, semejando grandes laberintos, y en otras se han formado rosarios de islas, algunos de los cuales alcanzan grandes dimensiones, constituyendo los archipiélagos. En otros lugares, son las masas continentales las que invaden cientos de millas en el dominio océanico formando penínsulas. CUADRO 2 Hemisferio norte Océanos 155 millones Km2 - 60 % Continentes 100 millones Km2 - 40 % Hemisferio sur Océanos 206 millones Km2 - 80 % Continentes 49 millones Km2 - 20%t Con esta caprichosa distribución, el océano se ha resguardado en el espacio de su propia grandiosidad, y el hombre, por su pequeñez ante él, se ha visto obligado a dominarlo por etapas. Como con todas las cosas que utiliza, el hombre ha clasificado los océanos valiéndose de límites arbitrarios que le han permitido establecer una jerarquía lógica para el conocimiento y conquista de sus aguas. Los factores utilizados para definir esa jerarquía son diversos. Entre ellos se pueden nombrar la proximidad de las costas, su aislamiento y su tamaño, así como la distribución y extensión geográfica de las plataformas continentales y de las regiones abisales. Esto permite hacer una primera diferenciación entre océanos y mares. Los términos mar y océano se emplean a menudo como sinónimos para referirse a las extensiones de agua salada. Sin embargo, desde el punto de vista geográfico, un mar es una masa de agua sustancialmente menor que un océano. En la Antigüedad, antes de que se iniciaran las grandes travesías marítimas, se conocían siete superficies de agua. Convencidos de que no existían otras, los navegantes adoptaron la expresión Siete Mares, que se refiere a los mares conocidos por los mahometanos antes del siglo XV: el Mar Mediterráneo, el Mar Rojo, el Mar de África Occidental, el Mar Africano Oriental, el Mar de China, el Golfo Pérsico y el Océano Índico. Esa idea se mantuvo durante mucho tiempo, y comenzó a cambiar cuando se iniciaron las grandes expediciones oceánicas, que fueron descubriendo otras zonas que recibieron nuevos nombres. Así se fue perdiendo el viejo concepto de los Siete Mares y, en la actualidad, según los datos aportados por la Oficina Hidrográfica Internacional, existen 54 mares distribuidos en cinco grandes océanos. Los océanos han sido divididos —de manera convencional y utilizando un criterio geográfico que en realidad no existe— en Océano Glacial Ártico, Océano Atlántico, Océano Pacífico, Océano Índico y Océano Glacial Antártico. Debemos subrayar que el océano, considerado en su conjunto, abarca toda la Tierra como un inmenso manto de agua jamás interrumpido, aunque parecería que los continentes también tratan de hacerlo, pues sus puntas principales avanzan, como son, hacia el sur, el Cabo de Buena Esperanza, en África; el Cabo de Hornos, en Chile, y Tasmania, al sur de Australia; hacia el norte, el Cabo Chelyuskin, en la Unión Soviética;el Cabo Norte, en Noruega, y el Cabo Bathurst, en Canadá. Todas ellas reciben el nombre de finisterres. Estas puntas son menos destacadas en la región antártica, en donde las pocas que existen se encuentran cubiertas por hielo, lo que las hace inaccesibles e inhóspitas. En consecuencia, se puede decir que por todos lados reina el majestuoso océano. Figura 4. Distribución de los océanos. La continuidad del océano sólo se ve ligeramente interrumpida por lo cambiante de los climas, que van desde las temperaturas bajas e implacables, que forman los hielos polares —paisajes marmóreos de altas dimensiones—, hasta las templadas de las regiones tropicales, en donde la calma atmosférica deja tersa la superficie del océano, que parece entonces un espejo. Figura 5. Región antártica. Al desplazarnos desde los polos hacia el ecuador se va encontrando, sobre cualquier punto del océano que se observe, una gran variedad de climas que lo hacen cambiar de humor, volviéndolo cruel —cuando provoca enormes oleajes— o tierno y lánguido —cuando manifiesta una gran calma—, determinando que sean de diversas características la flora y la fauna que habitan en cada región del océano. Sin embargo, estos cambios climáticos no son tan fuertes como en los continentes. El océano no tolera saltos bruscos de calor y frío; por ejemplo, la helada penumbra polar es sustituida lentamente por la cegadora luz tropical. Lo anterior se puede comprobar si observamos que desde el Círculo Polar Antártico, lugar donde abundan los icebergs o hielos polares, hasta el Ecuador, existe una distancia de 6 600 kilómetros, y que, sin embargo, el aumento en calor es de sólo 30ºC. Esta uniformidad climática permite que en las islas y en las zonas costeras bañadas por el océano exista una armonía bienhechora entre todos los seres vivos —vegetales, animales y el hombre mismo—, e incluso llega a caracterizar los climas de la tierra cuando se establece la relación océano-atmósfera. Todo parece inconmensurable en el dominio oceánico. Por ejemplo, las regiones abisales superan en extensión a las plataformas continentales, que no ocupan más del 15 por ciento de la superficie total del fondo. Las costas están normalmente alejadas unas de otras, existen pocas islas, y las dimensiones de los océanos son amplias, como las del Atlántico, que forma una majestuosa avenida de 13 500 kilómetros de largo y 1 080 kilómetros de ancho, desde los mares polares del norte a los del sur. En esta inmensidad oceánica se encuentran periodos muy largos de calma, pero también se hallan fuertes temporales, que maduran durante los procesos de acumulación de la energía que se produce en todo el planeta. Cuando los temporales llegan a estallar, se puede decir que el océano monta en cólera, tanto en la superficie como en el fondo. Estas perturbaciones reciben nombres muy variados: borrascas, ciclones, tifones, etcétera. Como se observa, la actividad océanica está reglamentada por fuerzas sobre las cuales ningún poder humano es capaz de imponerse. Por eso se le ha calificado de Océano Rey. Los mares son, por otra parte, porciones determinadas en los océanos; tienen dimensiones menores que éstos y, según sus características, han recibido diferentes nombres, aunque tal nomenclatura es completamente arbitraria y se utiliza indistintamente sin gran precisión. Sin embargo, los mares se pueden clasificar en tres grandes grupos: Mares cerrados o interiores. Se encuentran aislados de los océanos y de otros mares, por lo que están desligados completamente de la vida oceánica. No obstante, por la característica de sus aguas saladas se les considera mares. Su existencia es difícil y se mantiene gracias a los ríos que anfluyen a ellos; están sometidos, pues, a la variación de las crecientes, que les ofrecen su caudal. Su salinidad es muy variable: disminuye durante las lluvias, mientras que en época de secas se incrementa por la evaporación. Algunos de estos mares llegan a quedar aislados en las altas mesetas continentales, como el Lago Salado de Utah, en Estados Unidos, y el Urmía, en los limites de Armenia, los cuales tienen poca profundidad, además de que sus aguas están situadas a altitudes de 100 metros sobre el nivel del mar. En cambio, otros mares cerrados, como el Caspio, ubicado entre la Unión Soviética e Irán, y el Muerto, entre Jordania e Israel, tienen sus aguas bajo el nivel del mar —el primero a 26 metros, y el segundo a 394—, por lo que sus aguas se han transformado en grandes depósitos de sales de sodio, bromo y cloro, de tal manera que en sus orillas sólo se encuentra una vegetación muy escasa. Mares litorales. Se encuentran aislados en el borde de los océanos, formando grandes escotaduras en los costados de los continentes. Sus límites están definidos por puntas avanzadas de las tierras que los rodean, y pueden estar subdivididos en áreas caracterizadas por los accidentes costeros. Reciben el nombre de golfos, bahías y ensenadas, entre otros. El comportamiento de estos mares no es autónomo, pues está determinado por el de los océanos, que los somete a una perpetua servidumbre: les imponen sus mareas, sus calmas y sus furias. También son influenciados por la tierra, que les envía tempestades, así como el caudal de los ríos. Estos mares son más abundantes en el Hemisferio Norte, como el Mar del Norte, en Europa, y el Mar de Siberia Oriental, en la Unión Soviética. Dentro de la categoría de los golfos, los cuales tienen una dimensión mayor a la de los mares litorales, se pueden citar algunos: el Golfo de California y el Golfo de México, en América; el Golfo Pérsico y el de Bengala, en Asia, y el Golfo de Guinea, en África. Mares continentales. Poseen características singulares, ya que las tierras no los han podido cerrar por completo. Además, como se encuentran casi aislados, presentan regímenes de salinidad y temperatura muy especiales. Uno de los mares continentales más importantes es el Mediterráneo —limitado por los continentes europeo y africano—, que apenas hace contacto con el Océano Atlántico, por el Estrecho de Gibraltar, formando un sistema, ya que contiene seis diferentes "mares": el de Liguria, el Tirreno el Adriático, el Jónico, el Egeo y el de Mármara, de modo que uno puede navegar por varios meses en esas aguas sin aventurarse siquiera en el océano. Figura 6. Mares cerrados. Figura 7. Mares, litorales y golfos. Estos mares, aunque son poco influenciados por el océano, tienen largas épocas de calma —de seis meses de duración que se ven interrumpidas repentinamente por tempestades de gran intensidad durante los otros seis meses del año. Otros mares continentales más pequeños que el Mediterráneo son el Mar Rojo, limitado por África y Asia, y el Mar Negro, por Europa y Asia, en el que se encuentra el minúsculo Mar de Azov. La inmensidad de las aguas oceánicas constituye un conjunto maravilloso en profundidad y grandeza, el cual posee una fecundidad y hermosura que se traducen en la "afluencia de vida y mansión de belleza" III. EL MAR TRIDIMENSIONAL APROXIMADAMENTE hay 300 veces más espacio habitable en el océano que en los continentes e islas. Quienes vivimos en ellos estamos limitados por una delgada capa de atmósfera que apenas tiene unos cuantos metros de grosor. Toda la gama de la vida terrestre es asombrosamente pequeña, comparada con la que se encuentra en el mar. Estamos distribuidos en un mundo de dos dimensiones, y sólo algunos organismos, como los insectos y las aves, pueden elevarse con sus propios medios, de manera temporal. El hombre, para separarse de la tierra, emplea medios artificiales, como los aeroplanos y los cohetes, aunque lo hace durante poco tiempo, mientras que las criaturas del mar se mueven con libertad en un ambiente que no sólo es ancho y largo, sino increíblemente profundo. Figura 8. Mares continentales. Los científicos han estudiado la relación existenteentre las diversas zonas donde se aprecian descensos que parten de la costa hacia las profundidades oceánicas. Por ejemplo, observaron que, desde la playa, esos descensos son lentos y llegan a alcanzar los abismos, pero también descubrieron que en toda esta gama de profundidades cambia el tipo y número de seres vivos que las habitan. Figura 9. Perfil oceánico. A partir de esas observaciones, los propios científicos dividieron el fondo del mar en tres zonas: la plataforma continental, situada a lo largo de la costa; el declive o talud continental, donde el lecho marino declina más rápidamente, y los grandes fondos oceánicos o regiones abisales, en donde se forman las fosas y barrancos. De la costa hacia mar adentro se llega a la plataforma continental, que es la orilla de los continentes y está formada por fajas de tierras sumergidas a lo largo de las costas y cubiertas por aguas poco profundas. En este lugar se establece la llamada provincia nerítica. La región más elevada de la plataforma continental, llamada plataforma costera o litoral, es la zona más próxima a la tierra y esté limitada por los niveles máximos y mínimos que alcanzan las mareas, por lo que también ha recibido el nombre de región intermareal. Aquí son más intensos los efectos de la erosión marina y se produce frecuentemente una superficie más o menos plana, debida a la destrucción lenta provocada por el mar en las orillas de los continentes e islas. Las aguas de la plataforma continental son penetradas por los rayos del Sol, que crean un favorable ambiente para la vida vegetal y animal. En esa zona poco profunda existe una gran diversidad de seres vivos, por lo que allí se han establecido las mejores zonas pesqueras, como la de los grandes bancos de Terranova y los del Mar de Noruega, ubicados en las frías aguas del hemisferio norte, en donde abundan los enormes bancos de peces; también está la Sonda de Campeche y el Bajo de Yucatán, en las cálidas aguas del Golfo de México, donde existe una gran riqueza en camarones. Casi toda la pesca comercial en el mundo se realiza en las aguas de las plataformas continentales, lo que justifica la importancia pesquera y alimentaria de las mismas. En dichas zonas también existen grandes reservas de energéticos, como el petróleo, así como numerosos recursos que son utilizados para la fabricación de medicamentos, razón por la cual esas aguas tienen un amplio significado político y socioeconómico para los países. La extensión y características de la plataforma continental en cada lugar de la Tierra son muy diversas. Por regla general, las plataformas continentales del mundo se inclinan mar adentro con suavidad y descienden aproximadamente un metro por cada milla náutica �¬ m—, o sea que, si alguna de ellas se extiende 200 millas de la playa, el agua tendrá una profundidad aproximada de 200 metros. A propósito de lo anterior, es importante aclarar lo siguiente: Se ha establecido que una plataforma continental termina precisamente hasta 200 metros mar adentro. Sin embargo, ese límite —llamado límite batimétrico— es puramente convencional, pues recientes estudios han permitido comprobar que es muy variable. Por ejemplo, frente al delta de Mississippi, la plataforma termina a 100 metros de profundidad, mientras que en las costas de Florida concluye hasta los 700 metros. Por ello, la medida de 200 metros no puede tomarse como un criterio para definir su límite. Hay regiones, como en las aguas de las costas de California o en la acantilada costa cantábrica, en las que prácticamente no hay plataforma y la tierra desciende a las profundidades del mar con una rapidez sorprendente. No obstante, en la mayor parte de las costas las plataformas tienen sólo de 60 a 80 kilómetros de anchura y sí alcanzan profundidades de unos 200 metros. En otros lugares, la superficie de estas plataformas se prolonga en grandes distancias. Un ejemplo, típico es el de Rusia. Allí, a lo largo de la costa del Océano Ártico, la plataforma se extiende 1 200 kilómetros, y es casi tan grande a lo largo de las costas de China y Siberia, en el Pacífico. En la costa del Sahara hay regiones en las que es preciso navegar más de 120 kilómetros para pasar de 50 a 100 metros de profundidad. La pretendida forma plana que se le ha dado a cada plataforma continental es el resultado de estudios superficiales del problema. Las numerosas medidas batimétricas con que se cuentan han demostrado que en esas zonas existen relieves muy accidentados, como cuencas intermedias que forman depresiones muy profundas, además de cañones submarinos de paredes verticales o inclinadas. Los cañones submarinos, ubicados casi siempre con dirección perpendicular a la costa, tienen profundidades muy variables, de entre 80 o 90 metros, descendiendo hasta los 1 500 o 2 000 metros. Su trazado es ligeramente sinuoso, y sus perfiles longitudinal y transversal son extraordinariamente abruptos. La extensión de las plataformas continentales de todo el mundo es de aproximadamente 30 millones de kilómetros cuadrados, y ocupan entre el 7.6 y 8.3 por ciento de la superficie total del fondo marino, cuya dimensión es de 352.7 millones de kilómetros cuadrados. Cuadro 3. Extensión de los océanos Océano Ártico 14 500 000 Km2 Océano Atlántico 50 000 000Km2 Océano Índico 42 000 000Km2 Océano Antártico 85 000 000Km2 Océano Pacífico 127 000 000Km2 Mares mediterráneos 34 200 000Km2 _________________ Total 352 700 000Km2 El punto de descenso a los abismos se inicia de manera repentina al final de cada plataforma continental, es decir, el suave declive se convierte en un descenso sorprendentemente brusco: la profundidad del agua aumenta instantáneamente, la vida vegetal desaparece en forma gradual debido a que la luz del Sol no llega a simas tan profundas, y los animales sobreviven a base del alimento que les cae desde las aguas superficiales. Esta zona del declive recibe el nombre de talud continental; al estudiar con detalle su perfil longitudinal, se comprueba que su pendiente no es continua, sino que existe una serie de escalones a distintas profundidades. Por ejemplo, el talud continental de la costa de Gibraltar desciende bruscamente formando escalones a 550, 700, 1 500 y 3 800 metros. En el área donde se inician los taludes continentales, que constituyen las grandes paredes del fondo marino, el agua tiene una profundidad de sólo 200 metros, pero unos cuantos kilómetros mar adentro, ésta se incrementa a 3 000, 6 000 y aun a 9 000 metros. Algunos taludes descienden casi en línea recta, de tal manera que la profundidad del mar aumenta todavía más bruscamente. A lo largo de las costas de Florida, en el Golfo de México, el declive es tan pronunciado que el fondo se encuentra a un kilómetro y medio, tan sólo a 3 kilómetros de distancia horizontal. En otros sitios, la proporción del descenso es de un kilómetro y medio por cada 6 u 8 kilómetros mar adentro. A sólo 200 kilómetros de la costa, el talud puede alcanzar profundidades de más de 700 metros antes de llegar a los abismos. Los taludes continentales marcan los verdaderos límites entre los dominios terrestres y marinos. Se puede considerar, pues, que allí termina la tierra y comienza la zona oceánica. Más allá de esos taludes está el profundo reino de los abismos, frío, oscuro y habitado por extrañísimos seres que viven en condiciones desconocidas para el hombre. Esa gran profundidad marina empieza en el borde continental, que se encuentra situado en la parte inferior de los taludes y marca el principio del dominio oceánico. Desde el punto de vista morfológico, es difícil definir el borde, pues en algunos casos tienen la forma de un surco muy profundo que limita tajantemente al talud —como una fosa que se encuentra en Puerto Rico y que alcanza 8 000 metros de hondura—, y en otros se presenta como una saliente poco inclinada, llamada glacis, que da continuidad altalud y lo enlaza con las llanuras abisales. En los bordes se mezclan los sedimentos de origen continental, producidos por la acción erosiva del mar y arrastrados a través del talud, con los del océano, que pueden ser tanto orgánicos como inorgánicos. Figura 10. Cuencas oceánicas. Formas planas. Como se mencionó ya, al terminar el talud continental se encuentran los grandes fondos oceánicos, acerca de los cuales existen numerosas incógnitas, ya que los datos que poseen los científicos sobre estas profundidades son relativamente escasos y aislados. La topografía de esos abismos es sumamente compleja. Si se pudieran desaguar las cuencas oceánicas, se observaría un terreno tan escabroso como el que domina las regiones montañosas de los continentes. Dichas cuencas —algunas de más de 4000 metros de profundidad—, que abarcan en conjunto la mitad de la superficie de nuestro planeta, están limitadas por cadenas de montañas, surcadas a su vez de profundos valles y fosas abismales. El maravilloso panorama de las profundidades oceánicas está formado por un variado terreno que presenta llanuras, cordilleras, altas montañas marinas, empinados cañones, asombrosas trincheras y hendiduras. Para ser estudiadas, las formas submarinas pueden reducirse en tres grandes grupos: Formas planas, conformadas por la mayor parte de las cuencas oceánicas, como la Cuenca Noroccidental de Australia, la Cuenca del Pacífico Central y las Cuencas Brasileña y Argentina en el Atlántico Sur. Formas salientes, que pueden ser de dos tipos: unas forman cordilleras de gran extensión y longitud que, según sus características y relieve, se denominan dorsales (ridges) o macizos (rises). El más espectacular de éstas es el Dorsal Atlántico, qué recorre en toda su longitud Oceáno Atlántico, desde el Ártico hasta el Antártico, formando una gigantesca S con innumerables fracturas transversales y limitada a los lados por numerosas cuencas y fosas. El otro tipo lo constituyen montañas marinas aisladas que, de acuerdo con su estructura, se les denomina pitones o picos submarinos. Estas formas son de origen volcánico, como los pitones de Vema, el Wüst y el Meteor, ubicados en el Oceáno Atlántico, al sur de África. También están los Guyots, montes con forma de cono truncado que alcanzan una altura cercana a los 3 000 metros y cuyas cimas, casi planas, llegan a medir hasta 15 kilómetros de diámetro. Uno de los temas al que se le presta mayor atención en la investigación oceanográfica es el origen de los guyots. Dos de ellos, el Gran Banco Meteor, localizado frente a las Islas Canarias en el borde Dorsal del Atlántico Central, y el Ob y Lena, en el Océano Índico, son los que más han despertado el interés de los científicos. Formas deprimidas. Son las menos conocidas. Se trata de accidentes de terreno de características muy distintas, como las fosas, las fallas y los cañones. Entre esas formas destacan las fosas con las mayores profundidades. Son estrechas, largas y generalmente arqueadas. Abundan en el Océano Pacífico, y se concentran principalmente en la región asiática de éste, en donde se encuentra la Fosa de las Marianas, que alcanza 11 034 metros y es considerada por algunos científicos como la mayor del mundo, pues otros aseguran que el fondo de la Trinchera de Mindanao se localiza a 11 500 metros. En los otros océanos las fosas escasean. En el Índico sólo se halla la de Java, y en el sur del Atlántico las de Puerto Rico y Sandwich. El fondo del océano está integrado por restos de organismos y de rocas depositados como sedimentos desde tiempos remotos. En determinados lugares esos restos llegan a sobrepasar los 3 500 metros de espesor como resultado de su acumulación constante durante miles de millones de años. Se ha calculado que la velocidad promedio de depósito en los fondos oceánicos es de unos cuantos milímetros cada mil años. Figura 11. Dorsales, pitones y guyots. Formas salientes. Cuadro 4. Fosas oceánicas Fosas Profundidad (metros) Longitud (kilómetros) Marianas 11 034 2 550 Filipinas 10 479 1 400 Japón 10 230 1 500 Puerto Rico 8 385 1 500 Sandwich 8 250 2 200 Java 7 450 4 500 Los documentos donde se describe la constitución de los fondos oceánicos reciben el nombre de batilitológricas y forman parte de las cartas oceanográficas que se elaboraron a raíz de la propuesta del príncipe de Mónaco cuando se redacto la Carta Internacional de los Océanos, de lectura indispensable para toda persona que desee trabajar en ellos. La vida en las profundidades oceánicas es menos abundante que en el resto del mar, pero posee particularidades muy especiales que apenas se están empezando a estudiar y comprender. Seguramente, esta cuestión es uno de los mayores retos al que se enfrentan los estudiosos del océano. Uno de los últimos descubrimientos en torno a la vida en esos lugares fue el llamado Oasis Viviente, situado alrededor de las "chimeneas" que se hallan cerca de la Fosa de América Central, en la entrada del Golfo de California, en donde habitan organismos a una profundidad de 2 700 metros: De las chimeneas sale una columna de humo negro que alcanza 50 metros de altura, 25 metros de circunferencia y temperaturas de más de 350ºC. Cuando este humo se mezcla con el agua del mar, que en esas profundidades alcanza entre 2 y 3ºC de temperatura, los minerales que contiene se precipitan, produciendo remolinos en su base. Los organismos que se concentran precisamente alrededor de las chimeneas activas tienen características muy particulares, como su gran tamaño. Figura 12. Fosas oceánicas. Formas deprimidas. Basta todo esto para comprender la serie de interrogantes que se pueden plantear para el conocimiento del relieve submarino de los océanos, y que sólo pueden ser resueltas, parcialmente, gracias al interés y dedicación de los investigadores. Hasta ahora, con la tecnología con que se cuenta, sólo se ha podido echar una ojeada a los abismos, cuyos secretos apenas están comenzando a ceder ante nuestra curiosidad, aunque en épocas venideras, con el uso de nuevos equipos, las investigaciones de las profundidades oceánicas revelarán aún más maravillas. IV. LA FECUNDIDAD EN EL OCÉANO. AFLUENCIA DE LA VIDA Y MANSIÓN DE BELLEZA CUANDO se observa el océano desde la costa se aprecian también sus aguas: inquietas y desgarradas por la espuma, mansamente onduladas, verdes y azuladas y que, alegres, llegan encabritándose a las arenas de la playa. En ocasiones, cuando se tornan plomizas o negras, rompen violentas contra el acantilado. Este paisaje, caracterizado por su dinamismo, representa la hermosura cambiante de las aguas oceánicas, a la que se suma el rumor de las brisas o el ronquido de los vendavales. Además de toda esta majestuosidad, el océano aporta la mayor fuente de recursos naturales existente en nuestro planeta. Los recursos naturales son todos aquellos agentes o componentes geológicos, materiales químicos, organismos y asociaciones biológicas que forman parte de la naturaleza y brindan al hombre posibilidades de vida y bienestar, además de que son la base de la riqueza y de la economía de varios países. Pueden ser clasificados en inorgánicos (no renovables) y orgánicos (renovables). Entre los no renovables se encuentran la corteza del planeta, que forma el suelo en los continentes y el fondo en los mares; los minerales metálicos, el carbón, el petróleo y el gas natural, entre otros. Su característica es que precisamente no se pueden renovar, por lo que el hombre tiene que establecer un régimen racional y prudente de explotación para no agotarlos, encaminando las investigaciones al descubrimiento de nuevos depósitos o yacimientos. Entre los renovables se tiene a los seres vivos y a las comunidades que forman, los cuales son utilizados por el hombre para su beneficio. Con el objeto de aprovechar racionalmente este tipo de recursos, se debe favorecerlas posibilidades de reproducción y, al mismo tiempo, cuidar que la explotación y el consumo no rebasen esta capacidad reproductora. También se debe evitar que otros fenómenos, algunos de ellos naturales, destruyan a esos seres vivos más rápidamente de lo que se reproducen. La contaminación y el aumento de animales depredadores, por ejemplo, son perjudiciales para tales organismos. Como resultado del aumento de la población humana a finales del siglo XIX, se generó un desarrollo industrial que trajo como consecuencia el incremento en el uso de los recursos naturales terrestres, al grado de que algunos de ellos se agotaron, por lo que en el presente siglo el interés del hombre se ha enfocado a los recursos oceánicos. La potencialidad que el océano ofrece al hombre en recursos naturales es enorme, pero no ilimitada. El océano es una mina que concentra a todos los elementos y compuestos identificados por la química. Por ejemplo, uno de los compuestos de mayor importancia para el hombre, la sal, proviene del océano, de donde se extraen 130 millones de toneladas anuales. En el océano también existen metales, desde los más comunes hasta los de valor muy elevado, como el oro. Se dice que en una milla cúbica de agua de mar puede haber 25 toneladas de este metal. Incluso, se afirma que hay tal cantidad de oro en el océano que, si se repartiera entre los habitantes del planeta, a cada uno le correspondería una proporción equivalente a más de 30 millones de pesos. Sin embargo, no ha sido posible rescatar toda esta riqueza, ya que los actuales sistemas para extraer oro del mar son incosteables. Aparte de estos elementos y compuestos inorgánicos, en los mares existen grandes cantidades de materia orgánica. Ambos tipos de materia, por medio de los ciclos bioquímicos, favorecen la vida en el océano, que por ello es el foco vital de mayor importancia en la Tierra. En él conviven tal cantidad de seres que apenas tienen espacio para desplazarse, y que constituyen la verdadera riqueza del océano. En consecuencia, el hombre podrá contar indefinidamente con los recursos renovables si los explota de manera racional. En la inmensidad del océano, desde sus litorales hasta las grandes profundidades, se albergan una flora y una fauna tan variadas que, si se comparan con las terrestres, éstas resultan extraordinariamente pobres. Los organismos oceánicos están representados por miles de especies vegetales y animales, que a su vez contienen miles de millones de individuos. Entre las especies marinas existen diminutos organismos, que miden de una a varias micras —es decir, milésimas de milímetro—, por 1o que son casi invisibles, y que luchan por defender su existencia. Por otra parte, están las moles de decenas de toneladas, como los cachalotes, las ballenas, los calamares gigantes, los elefantes marinos, etcétera. Figura 13. Diversidad animal en el océano. En la vida animal del mar hay una gran diversidad de formas: están los radiolarios, con su esqueleto de vidrio; los copépodos, de caprichosas formas; los cangrejos, que tienen resistentes corazas córneas; las delicadas medusas, cuya apariencia es acuosa; los elegantes moluscos, que exhiben sus distinguidas conchas, y los peces, con su extensa variedad de color, diseño y dimensión. Es muy difícil precisar la magnitud de la vida en el océano. Por ejemplo, los peces se mueven de un lado a otro en bancos inmensos en busca de mejores condiciones de vida, y son perseguidos por otros organismos cuya voracidad produce significativas disminuciones de especies, como las orcas, los tiburones, los delfines y, desde el aire, las aves marinas. El que más aprovecha esta abundancia es el hombre, que llena sus redes con tal cantidad que a veces corren el riesgo de rasgarse. Sin embargo, resulta sorprendente ver con qué rapidez los peces capturados son sustituidos por otros durante la etapa de reproducción, así como el hecho de que encuentren su sustento en miles de millones de vegetales y animales microscópicos, formando las cadenas de alimentación y la reserva del océano. Estos organismos diminutos, que se hallan en toda gota de agua que se saque del mar, pueden ser vistos en el maravilloso mundo que nos muestra el microscopio. Así, se encuentran formas extrañas que presentan características muy diferentes a las de los seres que estamos acostumbrados a observar, y las cuales han hecho titubear a los propios hombres de ciencia, quienes no han podido definir si muchas de ellas son vegetales o animales, o si constituyen un grupo aparte. Junto con esas excéntricas criaturas se encuentran los curiosos estados juveniles o larvarios de pólipos, caracoles, cangrejos, camarones, erizos, estrellas de mar y peces, estados que son muy diferentes a las formas adultas de estas especies. Figura 14. Pescadores sacando una red de arrastre. Toda esta inmensidad de organismos microscópicos puede estar condenada, por su escaso tamaño, a ser ignorada por aquellos que no son naturalistas. No obstante, esos seres utilizan muchos trucos para hacerse notar; por ejemplo, algunos producen gotas de grasa que, cuando se reúnen en gran cantidad con las de otras multitudes de organismos, dan al mar el aspecto de un caldo aceitoso durante el día; por la noche, estas grandes masas grasosas se transforman en maravillosas zonas fosforescentes, debido a un curioso fenómeno llamado bioluminiscencia. La abundancia de estos seres suele incrementarse a raíz del aumento de la temperatura y de los nutrientes en el medio. En ese caso, la fecundidad de los microorganismos, de por sí intensa, se multiplica en tal forma que el mar adquiere un determinado matiz, provocado por la conjunción de las coloraciones de cada uno de esos organismos. Este fenómeno se puede comparar con el de la sangre, cuyo color se debe al pigmento existente en cada uno de los millones de glóbulos rojos que la forman. Así, el océano llega a tomar tonalidades rojizas, azulosas, verdosas y hasta metálicas, dependiendo del tipo de microorganismo y, por supuesto, de su abundancia. El ojo humano puede distinguir otra clase de seres marinos, cuya talla alcanza varios centímetros, como los camarones y los ostiones, que también se encuentran en gran número. No obstante, dicho número está sujeto a un control natural, determinado sobre todo por la mortalidad que se genera entre estas especies cuando luchan por ganar mayor espacio y alimento. Por ejemplo, un ostión hembra produce un millón y medio de huevecillos, de los cuales sólo tres llegan al estado adulto en condiciones naturales. Como se ve, aquí se establece un control de su fecundidad desmedida. Según los minuciosos cálculos del científico Lull, si todos los descendientes de una ostra sobrevivieran, después de cuatro generaciones alcanzarían una descomunal cifra de 66 seguida por 33 ceros (66 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000), y la masa de sus conchas formaría una esfera ocho veces mayor que el volumen de la Tierra. En el océano se hallan también los animales más corpulentos de cuantos viven en el planeta. En el fondo de las aguas marinas nadan calamares gigantes, cuyo cuerpo mide 6 metros de longitud y sus brazos llegan a tener más de 18 metros de largo. Las ballenas representan a los verdaderos gigantes del reino animal, pues su cuerpo alcanza en ocasiones más de 25 metros y un peso de 160 toneladas, comparable al de 20 elefantes o 200 bueyes. El océano está poblado en toda la extensión de sus aguas, y no queda algún rincón de él en que falte la alegre presencia de los seres vivos. Estas y otras maravillas, como los matices, tamaños, formas y colores, hacen del mar una mansión de belleza. Por si fuera poco, y en virtud de que alberga a las más hermosas criaturas, el océano se convierte en el acuario del mundo. Figura 15. Gota de agua de mar mostrando su maravilloso mundo microscópico. Si se pudiera hacer un rápido recorrido desde los litoraleshasta los fondos oceánicos, se daría uno cuenta de la majestuosidad de este mundo oceánico. Cuando el hombre llega a una playa, nunca imagina que frente a él exista tal afluencia de vida y diversidad de belleza. Tan sólo la arena que pisa contiene multitud de pequeños seres, entre los que destacan los foraminíferos y diminutos moluscos, así como cangrejos de cuerpo casi transparente que cavan rápidamente sus hoyos para escapar de sus perseguidores. En la zona litoral del océano se concentra la mayor diversidad de especies, pues en ese lugar se presentan diferentes condiciones de ambiente y, por lo tanto, pueden encontrarse organismos que se adaptan a las aguas cálidas o frías y a la alta o baja salinidad, o los que buscan las rocas azotadas por las olas, o los cienos depositados en aguas tranquilas. Esa variedad existe también gracias a que la cantidad de alimentos en los litorales es mayor que en el resto del océano. En ellos abundan sales minerales que sirven de nutrientes a los vegetales verdes, con los que éstos pueden realizar la síntesis de materia orgánica, utilizando además la luz solar, que en esta zona alcanza su máxima intensidad. Esta materia orgánica formada por los vegetales verdes constituye el alimento tanto para ellos como para los demás organismos que se encuentran en el área. Allí se localizan los bosquecillos de algas policromadas, que dan forma a los estratos de colores según los pigmentos que ellas presenten. Por ejemplo, la parte más profunda de los grandes acantilados adquiere una coloración rojiza debida a la presencia de algas rojas (rodofíceas) y pardas (feofíceas). Hacia la superficie dominan los matices verdeazulosos producidos por las algas azules (cianofíceas) y las verdes (clorofíceas), y en la parte mas superficial predominan los tonos verdes, provocados por estas últimas. En los fondos arenosos de la zona litoral, a una profundidad determinada por el alcance de la luz, se concentran las algas de mayor tamaño, como los sargazos, y las fanerógamas marinas, como la Thalassia, que forman grandes praderas o matorrales submarinos, donde viven los vegetales y se oculta un sinnúmero de animales. Figura 16. Bosquecillo de algas. Figura 17. Esponja de vidrio o regadera de Filipinas. Figura 18. Colonia de esponjas. Los animales marinos también van a conferir a la zona litoral del océano sus características de belleza. En los fondos de las aguas tropicales existen infinidad de esponjas, cuyos esqueletos, a veces cristalinos, dan el aspecto de una cesta de vidrio, como la Euplectella, llamada también Regadera de Filipinas y que es de extraordinaria hermosura. Otras esponjas poseen tonalidades que recuerdan los cuadros policrómicos, y la forma ordenada en que construyen sus colonias hacen pensar que los arquitectos se inspiraron en ellas para diseñar los conjuntos de edificios multifamiliares. Las anémonas, animales que también son llamados flores de mar, cubren grandes áreas de los fondos rocosos y arenosos de los litorales. Son muy conocidas en las costas de todo el mundo, especialmente en las de los mares cálidos, donde viven especies muy vistosas. Los antiguos naturalistas les dieron el nombre de zoofitos, dada su semejanza con los vegetales. A esta relación alude también el nombre científico de la clase a la que pertenecen, Ántozoos, que significa animales-flores. Cuando se observa a los moluscos, grupo cuyos representantes son los caracoles, las lapas y los ostiones, entre otras muchas especies, se puede admirar su belleza, la variedad de sus formas, colores y tamaños de sus conchas. La pulida y brillante concha de la Cyprea, por ejemplo, está adornada con colores muy vivos, y debido a que parece una pieza de cerámica se le llama también caracol de porcelana. Algunas de las conchas que cubren el cuerpo de los moluscos son de gran tamaño, como las tridacnas o taclobos, que son muy comunes en los mares de las Filipinas; miden 2 metros de diámetro y pesan 200 kilogramos, y son utilizadas en las iglesias como pilas bautismales. En los fondos marinos se arrastran las delgadas estrellas del mar, llamadas ofiúridos, que sorprenden por la regularidad de la forma de su cuerpo —conformada por una simetría pentámera—, del cual parten cinco delicados brazos que, en ocasiones, están bellamente decorados. Debido a la coordinación y delicadeza de sus movimientos, se les ha dado el nombre de bailarinas de mar. Por su diversidad y belleza, los peces son, sin discusión, los reyes del océano. Sus cuerpos, sus aletas y su cola, sin perder en un solo momento sus rasgos y características, son modelados por la naturaleza de mil modos diferentes y caprichosos, proporcionándoles atractivos colores. Uno de los peces que más llama la atención es el hipocampo o caballito de mar, pues el macho, que recuerda a los canguros, carga los huevecillos en su vientre abultado y, después, las crías. Otros peces tienen formas y colores especiales que los hace parecerse a las rocas, como el pez piedra. También existen unos que inflan su cuerpo para protegerse, como el pez globo. Más allá del litoral, y a medida que aumentan las profundidades, puede hallarse aún una variedad infinita de especies: pólipos bellísimos, extraordinarios cangrejos parecidos a los que vivieron en otras épocas, grandes árboles de coral de tonos diferentes, como los rojos o los negros, y muchos animales más que vienen a ser la inspiración tanto de científicos como de soñadores. En los a veces insondables abismos del mar se desarrollan las más extrañas criaturas, seres de raras contexturas y de formas monstruosas, como es el caso de los peces que tienen órganos fosforescentes y enormes y dentados maxilares. Por mucho tiempo se pensó que en los grandes fondos del océano no había vida. En la actualidad, ésta ha sido descubierta en aguas muy profundas. Durante la expedición danesa del Galathea se encontraron esponjas y anémonas a 10 190 metros de profundidad en la Fosa de las Filipinas, donde, a 11 000 metros, la vida está representada por bacterias. Resulta magnífico el espectáculo que proporciona el fulgor de las ondas del mar, y la abundancia que éste encierra es maravillosa. Emoción profunda siente el espíritu ante las realidades del océano, que son superiores a toda fantasía. Sin embargo, los científicos han encuadrado y canalizado esa emoción para estudiar las leyes que rigen a esta fabulosa creación de la naturaleza: el mar. Figura 19. Seres de los abismos. V. LOS RAROS HABITANTES DE OCÉANO. MONSTRUOS Y DIOSES DEL MAR. FANTASÍAS Y REALIDADES LOS fenómenos que se desarrollan en el océano, tanto los de origen físico-químico como biológico, siempre han estimulado la imaginación de los hombres, y en todas las latitudes y épocas han sido motivo de las interpretaciones más fantásticas. De allí la multiplicidad, y a menudo la contradicción de las leyendas y creencias marinas. Desde tiempos remotos, el mar ha sido un lugar misterioso, insondable y desconocido para la humanidad. La historia antigua afirmaba que la extensión del mar era tan inmensa que llegaba hasta el lejano país de los muertos, y que estaba habitada por criaturas terroríficas y monstruosas. No es mucho lo que conoce la ciencia contemporánea acerca de los habitantes del océano. La gran diversidad en forma y tamaño de los seres marinos ha permitido crear toda clase de historias y leyendas sobre monstruos, las cuales han dado origen a un sinnúmero de fantasías. La vida en el mar nos depara, aún hoy, sorpresas y narraciones fantásticas que sólo comienzan a descifrarse mediante la investigación sistemática del océano. El hombre siempre ha considerado que la inmensidad del mar está poblada por una fauna de fantasía. Los "monstruos legendarios" nacen entonces al calor del temor o de una imaginación desbordada ante tantas maravillas que los ojos humanos pueden contemplar en el océano. Como señalanalgunos científicos, "los griegos llenaron al Mare nostrum de las más variadas criaturas. Monstruos y deidades formaban la más animada población de las aguas del mar. Nereidas, oceánidas y gorgonas, en formación con sirenas y tritones, constituyen el brillante desfile, que da su mayor esplendor a la corte de Poseidón y Anfitrite". Uno de los mitos griegos más bellos es el de las sirenas, en el que se conjugan la mujer y el mar, dos elementos que desde tiempos inmemoriales son motivo de alabanzas y leyendas para el hombre. Según la mitología griega, las sirenas eran las hijas de Calíope y de Aqueleo, compañeras de Proserpina y víctimas del furor de Ceres, quien las transformó precisamente en monstruos marinos en virtud de que no opusieron resistencia al rapto de aquella. Estas mujeres oceánicas poseían los más dulces y terribles atributos femeninos: la belleza y la crueldad, o el amor y la perdición. Estas mujeres-pez son una constante mitológica de todos los pueblos marítimos, y su forma ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Para Ovidio, esas desdichadas criaturas que fueron a esconder sus monstruosos cuerpos en unas rocas situadas entre Capri e Italia eran aves de plumaje rojizo con cara de virgen. Apolonio de Rodas aseguraba que tenían busto de mujer y cuerpo de ave marina. La historia de las sirenas griegas, sin saber cómo, se transformó en la de pez-mujer u ondina con cola de pescado y esbelto cuerpo femenino. Tirso de Molina las describe así: "la mitad mujeres y peces la mitad." En el gran poema épico La Odisea, del poeta griego Homero (siglo IX a. C.), obra monumental de la antigüedad clásica, se narran las aventuras de Ulises y sus hombres ante las terribles y maléficas sirenas, cuyo canto fascinaba a cuantos lo oían. "Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos [...] al ser hechizados por las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo." Este hechizo fue burlado por Ulises, quien, por consejo de Circe, tapó con cera los oídos de los remeros, mientras él se hacía atar de pies y manos del mástil para resistir el efecto fascinador del canto de las sirenas, quienes, para tentarlo, le ofrecieron el conocimiento de todas las cosas. Después de haber sido burladas por Ulises, las sirenas se precipitaron en el mar para convertirse en peñascos. Aún hoy se les conoce con el nombre de siremusas. La leyenda de las sirenas se popularizó rápidamente; se extendió por toda Europa y llegó incluso a territorios muy alejados, como la India, Rusia y Japón, pasando después a América. Algunas de las historias las representaban crueles, como la de Ulises, y otras las describían dulces y amorosas, como en el caso de Ondina, que según el relato apareció en la costa de Francia. Figura 20. Hombres-pez. Como se ve, el mito se ha extendido en el tiempo y en el espacio. La sirena, ambigua deidad del mar, es dueña del horror de la muerte, pero también de un incansable amor. Muchos hombres del mar tienen aún la esperanza de encontrar algún día una sirena, a pesar de que la ciencia haya demostrado la inexistencia de las mismas. Las sirenas no son los únicos personajes mitológicos marinos con características humanas, ya que tienen un paralelo simétrico con Tritón, hijo del dios Poseidón, "el de la cabellera azul" y de la diosa Anfitrite quienes rodean al dios de los mares y son mitad humanos, mitad peces, con larga cabellera flotante y gran cola cubierta de escamas. Los tritones, que han recibido diferentes nombres, como hombre-pez u hombre marino, gozaban de fama por su sabiduría y dones adivinatorios, y su labor principal consistía en escoltar a los dioses marinos más poderosos al tiempo que soplaban sus bellas caracolas. La leyenda de los tritones, descritos en las obras de Plinio, Gesner y otros autores, se extendió también por toda Europa, y pasó a la orilla del Atlántico apareciendo en América, en donde el ambiente era propicio para darle crédito. Incluso, algunos autores pensaban que esas leyendas eran patrimonio de las culturas nativas. La creencia en el hombre-pez y las sirenas se conserva aún entre la gente de mar que siempre está relatando nuevas historias. Una posible explicación al respecto desde el punto de vista científico es que estas leyendas pudieron tener su origen en el aspecto de ciertas focas del Mediterráneo. * Además, la imaginación de los griegos dotó a su mitología de otras criaturas marinas de forma humana, con lo cual aquellos hombres demostraban el gran amor y respeto que sentían por el océano. Dichas criaturas son las ninfas del mar, las nereidas y las oceánidas. Las ninfas del mar, cuyas largas trenzas adornadas con conchas llegaban hasta sus hermosos y diminutos pies, eran la representación de un ser marino amable, inspirador de poetas. Las nereidas, 50 hermanas hijas de Nereo, habitaban el Mar Egeo, cantaban con voz melodiosa y bailaban alrededor de su padre. A pesar de que eran deidades menores, los griegos les construyeron altares ante los que depositaban ofrendas. Las más célebres fueron Anfitrite, Tetis y Galatea. Las oceánidas, hijas de Océano y Tetis, en número de por lo menos 13 000, tenían semejanza con las nereidas. Eran alegres, bondadosas y cuidaban a los marinos durante sus travesías con tanto afecto y dedicación que llegaban a enamorarse de ellas. Aristóteles (384-322 a. C.), que puede ser considerado padre de la historia natural, y en especial de la zoología, y cuyos escritos constituyen una enciclopedia del saber antiguo que perduró hasta el Renacimiento —algunos de sus conocimientos son válidos en la actualidad—, tampoco pudo escapar de la tentación de crear fantasías sobre la vida en el mar. Pensaba que los corales, a los que llamaron korallion, que significa adorno del mar, tenían su origen en una planta marina que crecía "entre las horrísonas serpientes de la cabeza de Medusa". A las medusas, animales de cuerpo transparente en forma de sombrilla, las nombraba pulmones del mar, pues creía que el océano respiraba por medio de ellos debido a sus rítmicos movimientos natatorios. Estas leyendas y tradiciones de los griegos permanecieron durante 16 siglos, y cambiaron según las épocas y los países a los que se extendieron. Algunas de ellas lograron ser aclaradas a partir del conocimiento que se fue obteniendo acerca de los animales marinos, aunque ciertas especies siguieron prestándose a confusión. Los pulpos y calamares, por el aspecto poco grato de su cuerpo blando, sus brazos viscosos y musculosos provistos de pegajosas ventosas, han dado origen a numerosas leyendas y fábulas. Así, siguen vigentes hasta nuestros días los relatos llenos de colorido que hace Víctor Hugo en Los trabajadores del mar, o las feroces luchas de los secuaces del capitán Nemo, audaz y enigmático piloto del Nautilus, contra el gigantesco pulpo que nos describe Julio Verne en su novela 20 000 leguas de viaje submarino. Figura 21. Medusa. En muchas leyendas de los pueblos marinos y pescadores figura el pulpo como uno de los más importantes y tenebrosos personajes. Su extraño aspecto ha despertado cierta antipatía y repulsión, no exentos de respeto y temor. Son muchas las narraciones sobre pulpos colosales que arrastran a los abismos del mar, ayudados por sus potentes brazos, navíos y bergantines de los que no queda rastro alguno. Durante siglos se creyó en la existencia del kraken, calamar o pulpo gigante, de una milla o más de longitud. Se dice que cuando asomaban sus lomos a la superficie del mar, parecían más unas islas que seres vivientes. Se cuenta también que con sus largos brazos podían aprisionar a los navíos para engullirlos. Esta leyenda llegó a influir en el naturalista sueco Linneo, creador de la taxonomía científica, quien en una de las primeras ediciones de su obraSystema naturae, en la que clasifica a los animales, describe a un calamar de enormes proporciones con el nombre de Sepia micromicrocosmus, basándose en las historias que le contaron los fantasiosos hombres de mar. Los mitos forjados en torno a la presencia de pulpos colosales en el mar tenían sus bases en el considerable tamaño que algunas especies de cefalópodos alcanzan, y sobre todo en la existencia real de ciertos calamares gigantes, como el Architeuthis, que vive en la costa atlántica de Norteamérica, en una extensa zona que abarca de las Bermudas a Terranova, y que ocasionalmente es arrastrado por las tormentas hasta las costas de Europa. Esos calamares fueron desconocidos por los científicos durante siglos; sólo se sabía de ellos por los relatos de los pescadores, quienes solían encontrar trozos de tentáculos de hasta 10 metros de longitud en el estómago de los cachalotes o en las orillas de las playas. No fue sino hasta el periodo de 1871 a 1876 cuando una veintena de Architeuthis aparecieron en la playa de Thimble Tickle, en Terranova, lo que permitió que el naturalista Addison Verril los estudiara. El mayor de ellos medía, desde el extremo de la cola hasta la boca, de 8 a 10 metros. Sus brazos alcanzaban casi 20 metros de largo y tenía el grosor del cuerpo de un hombre. Estaba dotado de poderosas ventosas, la circunferencia de su cuerpo medía 2 metros y su peso se calculó en varias toneladas. Figura 22. Pulpo hundiendo un barco. Los científicos han comprobado que estos grandes cefalópodos habitan las partes más profundas del océano y que sólo por accidente alcanzan la superficie. Se encuentran repartidos en diversas regiones oceánicas, muy separadas unas de otras, y parece que son un alimento muy apreciado por los cachalotes, con los que libran titánicas batallas. Las marcas en forma de disco encontradas en los lomos de algunos cachalotes constituyen la evidencia de estas luchas. Así pues, se sabe que los calamares succionan el pigmento de la piel de estos animales. Indudablemente, fueron la fuerza y dimensiones de estas especies lo que hizo pensar que, si alguna de ellas llegaba a aferrarse al casco de un bergantín de tres palos, era capaz de hacerlo zozobrar. Muchos navegantes, sorprendidos por los violentos movimientos de los grandes calamares, que excepcionalmente se debaten en la superficie del mar, llegaron a creer que los tentáculos que veían eran serpientes marinas, ilusión posible a cierta distancia, sobre todo con la imaginación un poco exaltada. No es posible hablar de monstruos marinos sin mencionar a las "serpientes del mar" y a los "dragones" que, según las creencias, habitaban las oquedades y las cavernas costeras, haciendo más peligrosas las rompientes del oleaje. Los relatos sobre estos fantásticos animales se repiten desde tiempo inmemorial, e incluso han sido tomados en cuenta por algunos naturalistas de renombre. En los mares de todo el mundo, desde el ártico hasta el trópico, se ha hablado de la existencia de esas serpientes. Tales versiones provienen desde la antigua Grecia y Roma, y sería un error pensar que, en la actualidad, la gente ya no cree en esos monstruos. Olaüs Magnus, obispo de Bergen en 1600, cuenta en una de sus obras que, según los marinos que navegaban en aguas de Noruega, entre las rocas y en las cavernas de la costa vivía una serpiente de 70 metros de largo y 10 metros de grosor; dotada de una larga melena, de ojos como llamas, y cubierta por afiladas escamas de color negruzco. Acostumbraba, decían, perseguir a las embarcaciones, y se elevaba como una columna para barrer con los marineros de cubierta y devorarlos. Una versión más reciente es la de Erik Pontopiddan, de la Universidad de Copenhague, quien asegura haber visto en 1752 a una serpiente de 20 a 30 metros de longitud, negra y lisa, tan gruesa como el cuerpo de un hombre y provista de una especie de crin en la cabeza. Estos mitos han llegado a interesar de tal forma a ciertos naturalistas que, incluso, han discutido seriamente la posibilidad de que ese hipotético animal exista. No es de extrañarse, por consiguiente, que los zoólogos comenzaran a tomar en serio la existencia de estos animales, a los que clasificaron aun con el nombre científico de Megophias megophias. Oudemans, en 1892, publicó en Londres un singular libro que reúne 162 relatos de supuestas apariciones del discutido Megophias ocurridas entre 1522 y 1890. Se dice que la tripulación del yate Valhalla encontró, el año de 1905, una serpiente de mar cuya silueta fue dibujada. El último reporte relacionado con hallazgos de Megophias fue hecho en 1925, en aguas de Australia, por el naturalista Jaillard. Quizá la leyenda contemporánea más famosa sea la del monstruo de Loch Ness, llamado cariñosamente Nessie, que supuestamente vive en el Lago de Ness, al norte de Escocia. Se considera que es un Plesiosauro, reptil acuático que vivió durante el Jurásico Temprano y que aparentemente habita en las profundidades del lago. El primer reporte sobre su supuesta existencia data del año 565, y hasta 1969 fue observado 251 veces, habiéndose hecho descripciones detalladas de él, pero siempre con base en fotografías muy borrosas, que bien podrían ser de algún otro animal. A la fecha se han realizado numerosas expediciones, sin haberse obtenido pruebas concluyentes sobre su existencia. Por otra parte, hay referencias sobre supuestos unicornios que eran tan corpulentos como una ballena; de acuerdo con las leyendas, cuando se encolerizaban podían perforar el casco de una embarcación. Figura 23. Monstruo escocés de Loch Ness. La única especie que parece unicornio es el narval macho, de la familia de los cetáceos, pues uno de sus dientes, de duro marfil, crece tanto que le sale de la boca. Actualmente se han descubierto restos de serpientes prehistóricas en los depósitos de los mares del terciario primitivo de África (en Egipto), Europa y América del Norte. No se han obtenido esqueletos completos, sino sólo vértebras cuyo tamaño ha permitido estimar que esas especies medían más o menos 12 metros de longitud. Los paleontólogos no han podido comprobar que las serpientes de los mares primitivos hayan alcanzado los extraordinarios tamaños mencionados con anterioridad. En efecto, en los mares viven serpientes, pero éstas son semejantes en forma y dimensión a las que habitan en los continentes, con la única diferencia de que su cola está comprimida lateralmente, por lo que pueden utilizarla como remo. Estos animales abundan en el Océano Índico, en las costas orientales en África, específicamente en el litoral de Madagascar, y en diversas áreas del Pacífico tropical. Su veneno es muy tóxico, pero su mordedura es poco dolorosa. Algunos peces, por la forma y características de su cuerpo, también han sido inspiradores de diversas leyendas, como los hipocampos o caballitos de mar, que dieron origen a la creencia de que el carro de Neptuno era arrastrado por caballos con dos patas y cola de pez. Las mantarrayas, peces muy conocidos, son inconfundibles debido a que su cabeza, tronco y primer par de aletas constituyen una sola unidad, de aspecto romboidal aplastado. En ambos lados de la cabeza llevan un par de prolongaciones, a manera de cuernos, y en la región posterior poseen una cola en forma de látigo, que es muy flexible y termina en punta. Se les ha llamado diablos de mar, y posiblemente son las especies que Aldovrandi nombró, en el siglo XVI, dragones de mar. El diablo de mar siempre ha causado gran temor entre los habitantes de las costas, y hasta se afirma que ataca fieramente al hombre, aunque esto no es cierto. En la actualidad, las mantarrayas son comúnmente atrapadas por las redes de los barcos arrastreros. Algunos pescadores venden "peces diablo" a los turistas. Sin embargo, no se trata de mantarrayas, sino de una especie perteneciente a la familia de éstas llamada pez guitarra, a
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