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La historia de las maras y pandillas en El Salvador

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La historia de las maras y pandillas en El Salvador
La historia de las maras y pandillas en El Salvador se remonta a la década de 1980, durante el período de la guerra civil en el país. En ese momento, muchos salvadoreños emigraron a los Estados Unidos para escapar del conflicto y buscar mejores oportunidades económicas. Muchos de estos emigrantes se establecieron en áreas urbanas de ciudades como Los Ángeles, California.
En este contexto, surgieron pandillas callejeras en los barrios marginales de Los Ángeles, donde muchos jóvenes salvadoreños se unieron a estas pandillas como una forma de protección y pertenencia en un entorno hostil y violento. Estas pandillas adoptaron nombres como la Mara Salvatrucha (MS-13) y la 18th Street Gang (también conocida como la Mara 18 o M-18), entre otras.
A medida que pasaba el tiempo, la violencia y el conflicto entre estas pandillas se intensificaron, y muchas de ellas se expandieron más allá de las fronteras de los Estados Unidos, incluyendo a El Salvador. A finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990, los gobiernos de los Estados Unidos deportaron a miles de pandilleros salvadoreños de vuelta a su país de origen, lo que contribuyó a la importación de la cultura de pandillas y la violencia asociada con ellas a El Salvador.
En El Salvador, las pandillas se involucraron en una amplia gama de actividades delictivas, incluyendo el tráfico de drogas, la extorsión, el robo, el secuestro y el homicidio. La violencia relacionada con las pandillas se convirtió en un problema grave en el país, contribuyendo a altas tasas de homicidios y a un clima de inseguridad generalizada.
A lo largo de los años, los gobiernos de El Salvador han implementado diversas estrategias para combatir las pandillas, incluyendo medidas de represión policial, programas de rehabilitación y reinserción social, así como iniciativas de prevención del crimen y la violencia. Sin embargo, el problema de las pandillas sigue siendo un desafío importante para el país, y su erradicación requerirá un enfoque integral que aborde no solo las manifestaciones de la violencia, sino también sus causas subyacentes, como la pobreza, la desigualdad social y la falta de oportunidades para los jóvenes.

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