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Controla	tu	ira	neil	anderson	pdf	gratis
Controla	tu	ira	de	Neil	T.	Anderson	y	Rich	Miller	Supera	los	resentimientos	sin	resolver,	las	emociones	abrumadoras	y	las	mentiras	que	hay	tras	la	ira.	En	este	libro,	aprenderás	cómo	Dios	puede	liberarte	de	las	fortalezas	de	la	ira,	el	enojo	y	la	falta	de	perdón,	de	modo	que	puedas	descansar	en	la	presencia	de	Jesús	y	andar	en	el	poder	del	Espíritu
Santo.	Controla	tu	ira	ayuda	a	los	lectores	a	evaluar	su	propio	nivel	de	ira,	dar	los	pasos	apropiados	para	mitigar	la	capacidad	destructora	de	la	ira	y	depender	del	poder	y	la	sabiduría	de	Jesús	con	objeto	de	regular	sus	emociones	Want	more?	Advanced	embedding	details,	examples,	and	help!	Loading	documents	preview...	Controla	tu	ira	Publicado	por
Editorial	Unilit	Miami,	Fl	33172	Derechos	reservdos	©	2013	Reservados	todos	los	derechos.	megerepitudi	Ninguna	porción	ni	parte	de	esta	obra	se	puede	reproducir,	ni	guardar	en	un	sistema	de	almacenamiento	de	información,	ni	transmitir	en	ninguna	forma	por	ningún	medio	(electrónico,	mecánico,	de	fotocopias,	grabación,	etc.)	sin	el	permiso
previo	de	los	editores.	Toda	reproducción	de	cualquiera	de	los	contenidos	de	este	libro	en	cualquier	forma	sin	el	permiso	adecuado	está	terminantemente	prohibida.	ISBN:	978-0-7899-5737-5	www.unilitebooks.com	www.dpztechnology.com	Dedicatoria	El	ataque	terrorista	del	11	de	septiembre	de	2001	al	Centro	Mundial	del	Comercio	y	al	Pentágono
se	produjo	mientras	estábamos	realizando	la	corrección	de	estilo	final	de	este	libro.	Sentimos	profundamente,	como	muchos	en	el	mundo	entero,	la	sacudida	que	produjo	esta	terrible	tragedia.	muwavucedopoha	Los	habitantes	de	los	Estados	Unidos	reaccionaron	sin	dar	crédito	a	sus	ojos,	y	se	preguntaron	cómo	era	posible	que	nos	pasara	esto	a
nosotros,	que	somos	una	nación	que	ama	la	paz.	Sin	embargo,	lo	que	llevaba	la	intención	de	desalentarnos	y	destruirnos	tomó	un	giro	diferente.	Sacó	a	la	superficie	un	heroico	espíritu	de	fraternidad,	y	reveló	que	la	iglesia	sigue	siendo	el	alma	de	la	nación.	Esos	deplorables	actos	de	violencia	causaron	una	justa	indignación	que	llevó	a	nuestro	país	a
unirse	contra	un	terrorismo	impío.	
Este	acto	de	guerra	evidencia	que	en	este	planeta	se	libra	una	batalla	continua	entre	el	bien	y	el	mal.	gohagejugole	La	batalla	no	es	entre	cristianos	y	musulmanes,	ni	tampoco	es	entre	los	Estados	Unidos	y	el	mundo	árabe.	beyi	No	obstante,	aunque	sea	triste	decirlo,	en	parte	nuestra	ira	ante	estos	acontecimientos	no	es	justa,	y	ha	sacado	a	flote	lo
peor	de	nuestra	intolerancia	y	de	nuestros	odios.	En	el	momento	de	escribir	estas	líneas,	no	sabemos	qué	acción	va	a	llevar	a	cabo	nuestro	país	para	buscar	justicia,	pero	oramos	que	busquemos	justicia,	y	no	venganza.	yifumoma	También	oramos	que	nuestra	respuesta	no	brote	del	orgullo,	sino	de	la	humildad.	fagoxudijimixi	Es	momento	de
humillarnos,	apartarnos	de	nuestros	caminos	centrados	en	nosotros	mismos	y	orar.	Podríamos	hallarnos	al	borde	de	un	conflicto	mundial,	o	podríamos	estar	presenciando	el	comienzo	de	un	avivamiento	también	mundial.	Tal	vez	ambas	cosas.	wokinu	Pero	si	se	acerca	un	avivamiento,	«¡Señor,	que	comience	por	nosotros!».	Dedicamos	este	libro	a	los
policías	y	bomberos	que	dieron	su	vida	para	que	otras	personas	pudieran	vivir.	bowawajawa	Está	dedicado	a	las	inocentes	víctimas	que	iban	en	aviones	comerciales	usados	como	armas	de	guerra.	
Está	dedicado	al	recuerdo	de	las	madres	y	los	padres,	los	hermanos	y	las	hermanas	que	perdieron	su	vida	aquella	trágica	mañana	en	Nueva	York,	Pensilvania	y	Washington,	D.	C.	Por	último,	está	dedicado	a	todos	los	que	sirven	en	las	fuerzas	armadas,	y	se	enfrentan	a	la	posibilidad	de	morir	por	su	país	y	por	la	causa	de	la	justicia	y	la	libertad.	
Sin	embargo,	lo	que	llevaba	la	intención	de	desalentarnos	y	destruirnos	tomó	un	giro	diferente.	Sacó	a	la	superficie	un	heroico	espíritu	de	fraternidad,	y	reveló	que	la	iglesia	sigue	siendo	el	alma	de	la	nación.	fiju	Esos	deplorables	actos	de	violencia	causaron	una	justa	indignación	que	llevó	a	nuestro	país	a	unirse	contra	un	terrorismo	impío.	Este	acto
de	guerra	evidencia	que	en	este	planeta	se	libra	una	batalla	continua	entre	el	bien	y	el	mal.	bazamiki	La	batalla	no	es	entre	cristianos	y	musulmanes,	ni	tampoco	es	entre	los	Estados	Unidos	y	el	mundo	árabe.	No	obstante,	aunque	sea	triste	decirlo,	en	parte	nuestra	ira	ante	estos	acontecimientos	no	es	justa,	y	ha	sacado	a	flote	lo	peor	de	nuestra
intolerancia	y	de	nuestros	odios.	En	el	momento	de	escribir	estas	líneas,	no	sabemos	qué	acción	va	a	llevar	a	cabo	nuestro	país	para	buscar	justicia,	pero	oramos	que	busquemos	justicia,	y	no	venganza.	También	oramos	que	nuestra	respuesta	no	brote	del	orgullo,	sino	de	la	humildad.	Es	momento	de	humillarnos,	apartarnos	de	nuestros	caminos
centrados	en	nosotros	mismos	y	orar.	
Podríamos	hallarnos	al	borde	de	un	conflicto	mundial,	o	podríamos	estar	presenciando	el	comienzo	de	un	avivamiento	también	mundial.	Tal	vez	ambas	cosas.	Pero	si	se	acerca	un	avivamiento,	«¡Señor,	que	comience	por	nosotros!».	Dedicamos	este	libro	a	los	policías	y	bomberos	que	dieron	su	vida	para	que	otras	personas	pudieran	vivir.	Está	dedicado
a	las	inocentes	víctimas	que	iban	en	aviones	comerciales	usados	como	armas	de	guerra.	Está	dedicado	al	recuerdo	de	las	madres	y	los	padres,	los	hermanos	y	las	hermanas	que	perdieron	su	vida	aquella	trágica	mañana	en	Nueva	York,	Pensilvania	y	Washington,	D.	C.	Por	último,	está	dedicado	a	todos	los	que	sirven	en	las	fuerzas	armadas,	y	se
enfrentan	a	la	posibilidad	de	morir	por	su	país	y	por	la	causa	de	la	justicia	y	la	libertad.	La	libertad	siempre	ha	costado	un	precio;	costó	la	vida	de	Jesús	para	que	nosotros	tuviéramos	vida	y	libertad	en	Él.	
En	esto	hemos	conocido	el	amor,	en	que	él	puso	su	vida	por	nosotros;	también	nosotros	debemos	poner	nuestras	vidas	por	los	hermanos.	1	Juan	3:16	Neil	y	Rich	Septiembre	de	2001	Contenido	Una	epidemia	de	ira	Primera	parte:	Cómo	actúa	en	ti	la	ira	1.	
Controla	tu	ira	Publicado	por	Editorial	Unilit	Miami,	Fl	33172	Derechos	reservdos	©	2013	Reservados	todos	los	derechos.	Ninguna	porción	ni	parte	de	esta	obra	se	puede	reproducir,	ni	guardar	en	un	sistema	de	almacenamiento	de	información,	ni	transmitir	en	ninguna	forma	por	ningún	medio	(electrónico,	mecánico,	de	fotocopias,	grabación,	etc.)	sin
el	permiso	previo	de	los	editores.	Toda	reproducción	de	cualquiera	de	los	contenidos	de	este	libro	en	cualquier	forma	sin	el	permiso	adecuado	está	terminantemente	prohibida.	celonivosi	
Controla	tu	ira	ayuda	a	los	lectores	a	evaluar	su	propio	nivel	de	ira,	dar	los	pasos	apropiados	para	mitigar	la	capacidad	destructora	de	la	ira	y	depender	del	poder	y	la	sabiduría	de	Jesús	con	objeto	de	regular	sus	emociones	Want	more?	Advanced	embedding	details,	examples,	and	help!	Loading	documents	preview...	Controla	tu	ira	Publicado	por
Editorial	Unilit	Miami,	Fl	33172	Derechos	reservdos	©	2013	Reservados	todos	los	derechos.	Ninguna	porción	ni	parte	de	esta	obra	se	puede	reproducir,	ni	guardar	en	un	sistema	de	almacenamiento	de	información,	ni	transmitir	en	ninguna	forma	por	ningún	medio	(electrónico,	mecánico,	de	fotocopias,	grabación,	etc.)	sin	el	permiso	previo	de	los
editores.	Toda	reproducción	de	cualquiera	de	los	contenidos	de	este	libro	en	cualquier	forma	sin	el	permiso	adecuado	está	terminantemente	prohibida.	
ISBN:	978-0-7899-5737-5	www.unilitebooks.com	www.dpztechnology.com	Dedicatoria	El	ataque	terrorista	del	11	de	septiembre	de	2001	al	Centro	Mundialdel	Comercio	y	al	Pentágono	se	produjo	mientras	estábamos	realizando	la	corrección	de	estilo	final	de	este	libro.	Sentimos	profundamente,	como	muchos	en	el	mundo	entero,	la	sacudida	que
produjo	esta	terrible	tragedia.	gezonibosegogu	
Los	habitantes	de	los	Estados	Unidos	reaccionaron	sin	dar	crédito	a	sus	ojos,	y	se	preguntaron	cómo	era	posible	que	nos	pasara	esto	a	nosotros,	que	somos	una	nación	que	ama	la	paz.	Sin	embargo,	lo	que	llevaba	la	intención	de	desalentarnos	y	destruirnos	tomó	un	giro	diferente.	
https://uploads-ssl.webflow.com/64f844eebbb31cf4265b308f/6523bc1b1b687388fa6ef67d_rogasefonudusewuv.pdf
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Ninguna	porción	ni	parte	de	esta	obra	se	puede	reproducir,	ni	guardar	en	un	sistema	de	almacenamiento	de	información,	ni	transmitir	en	ninguna	forma	por	ningún	medio	(electrónico,	mecánico,	de	fotocopias,	grabación,	etc.)	sin	el	permiso	previo	de	los	editores.	Toda	reproducción	de	cualquiera	de	los	contenidos	de	este	libro	en	cualquier	forma	sin
el	permiso	adecuado	está	terminantemente	prohibida.	ISBN:	978-0-7899-5737-5	www.unilitebooks.com	www.dpztechnology.com	Dedicatoria	El	ataque	terrorista	del	11	de	septiembre	de	2001	al	Centro	Mundial	del	Comercio	y	al	Pentágono	se	produjo	mientras	estábamos	realizando	la	corrección	de	estilo	final	de	este	libro.	Sentimos	profundamente,
como	muchos	en	el	mundo	entero,	la	sacudida	que	produjo	esta	terrible	tragedia.	Los	habitantes	de	los	Estados	Unidos	reaccionaron	sin	dar	crédito	a	sus	ojos,	y	se	preguntaron	cómo	era	posible	que	nos	pasara	esto	a	nosotros,	que	somos	una	nación	que	ama	la	paz.	
Sin	embargo,	lo	que	llevaba	la	intención	de	desalentarnos	y	destruirnos	tomó	un	giro	diferente.	Sacó	a	la	superficie	un	heroico	espíritu	de	fraternidad,	y	reveló	que	la	iglesia	sigue	siendo	el	alma	de	la	nación.	Esos	deplorables	actos	de	violencia	causaron	una	justa	indignación	que	llevó	a	nuestro	país	a	unirse	contra	un	terrorismo	impío.	Este	acto	de
guerra	evidencia	que	en	este	planeta	se	libra	una	batalla	continua	entre	el	bien	y	el	mal.	La	batalla	no	es	entre	cristianos	y	musulmanes,	ni	tampoco	es	entre	los	Estados	Unidos	y	el	mundo	árabe.	No	obstante,	aunque	sea	triste	decirlo,	en	parte	nuestra	ira	ante	estos	acontecimientos	no	es	justa,	y	ha	sacado	a	flote	lo	peor	de	nuestra	intolerancia	y	de
nuestros	odios.	En	el	momento	de	escribir	estas	líneas,	no	sabemos	qué	acción	va	a	llevar	a	cabo	nuestro	país	para	buscar	justicia,	pero	oramos	que	busquemos	justicia,	y	no	venganza.	También	oramos	que	nuestra	respuesta	no	brote	del	orgullo,	sino	de	la	humildad.	
Es	momento	de	humillarnos,	apartarnos	de	nuestros	caminos	centrados	en	nosotros	mismos	y	orar.	Podríamos	hallarnos	al	borde	de	un	conflicto	mundial,	o	podríamos	estar	presenciando	el	comienzo	de	un	avivamiento	también	mundial.	Tal	vez	ambas	cosas.	Pero	si	se	acerca	un	avivamiento,	«¡Señor,	que	comience	por	nosotros!».	Dedicamos	este	libro
a	los	policías	y	bomberos	que	dieron	su	vida	para	que	otras	personas	pudieran	vivir.	Está	dedicado	a	las	inocentes	víctimas	que	iban	en	aviones	comerciales	usados	como	armas	de	guerra.	Está	dedicado	al	recuerdo	de	las	madres	y	los	padres,	los	hermanos	y	las	hermanas	que	perdieron	su	vida	aquella	trágica	mañana	en	Nueva	York,	Pensilvania	y
Washington,	D.	C.	Por	último,	está	dedicado	a	todos	los	que	sirven	en	las	fuerzas	armadas,	y	se	enfrentan	a	la	posibilidad	de	morir	por	su	país	y	por	la	causa	de	la	justicia	y	la	libertad.	La	libertad	siempre	ha	costado	un	precio;	costó	la	vida	de	Jesús	para	que	nosotros	tuviéramos	vida	y	libertad	en	Él.	En	esto	hemos	conocido	el	amor,	en	que	él	puso	su
vida	por	nosotros;	también	nosotros	debemos	poner	nuestras	vidas	por	los	hermanos.	1	Juan	3:16	Neil	y	Rich	Septiembre	de	2001	Contenido	Una	epidemia	de	ira	Primera	parte:	Cómo	actúa	en	ti	la	ira	1.	Ira:	una	cuestión	de	vida	o	muerte	2.	Metas	y	anhelos	3.	Airaos,	mas	no	pequéis	4.	Fortalezas	mentales	5.	Esquemas	carnales	de	la	ira	Segunda
parte:	Cómo	actúan	en	ti	la	gracia	y	el	perdón	6.	Maravillosa	gracia	7.	
Gracia	para	vivir	8.	La	necesidad	de	perdonar	9.	Perdonemos	de	corazón	Tercera	parte:	Cómo	actúa	en	ti	el	poder	de	Dios	10.	Destruyamos	las	fortalezas	de	ira:	Primera	parte	11.	Destruyamos	las	fortalezas	de	ira:	Segunda	parte	Notas	Una	nota	de	los	autores	Al	relatar	las	historias	y	los	testimonios	reales	que	hay	a	lo	largo	de	todo	el	libro,	hemos
cambiado	los	nombres	para	proteger	la	identidad	y	la	privacidad	de	las	personas.	Para	facilitar	la	lectura,	por	lo	general	no	nos	hemos	distinguido	el	uno	del	otro	en	cuanto	a	autoría	o	experiencias,	y	preferimos	usar	el	«yo»	y	el	«nosotros»,	en	vez	de	«yo	(Rich)»	y	«yo	(Neil)».	Las	excepciones	son	las	ilustraciones	que	se	refieren	a	nuestras	familias.
Una	epidemia	de	ira	El	mundo	tiene	un	problema	serio	y	creciente	en	cuanto	a	la	ira,	y	los	Estados	Unidos	no	son	la	excepción.	
Una	encuesta	reciente	realizada	por	el	U.	S.	News	revela	que	«una	amplia	mayoría	de	los	estadounidenses	sienten	que	su	país	ha	ido	más	allá	de	todo	límite	anterior	en	cuanto	a	malos	modales.	Nueve	de	cada	diez	estadounidenses	piensan	que	la	grosería	se	ha	convertido	en	un	serio	problema,	y	cerca	de	la	mitad	considera	que	es	algo	en	extremo
grave.	El	setenta	y	ocho	por	ciento	dice	que	este	problema	ha	empeorado	en	los	diez	últimos	años»1.	En	los	centros	de	trabajo	de	los	Estados	Unidos,	más	de	dos	millones	de	personas	al	año	son	víctimas	de	la	delincuencia,	y	el	setenta	y	cinco	por	ciento	de	estos	casos	son	simples	asaltos.	Los	trabajadores	de	entre	treinta	y	cinco	y	cuarenta	y	nueve
años	de	edad	son	los	blancos	más	comunes,	y	cada	año	el	treinta	y	siete	por	ciento	de	ellos	son	víctimas	de	la	violencia	en	el	trabajo.	Desde	1994	hasta	1996,	los	negocios	clasificaban	la	violencia	en	los	centros	de	trabajo	como	la	primera	de	sus	preocupaciones2.	¿Por	qué	somos	tan	iracundos?	¿Por	qué	nuestras	oficinas	y	negocios	se	han	convertido
en	sementeras	de	ira?	Leslie	Charles,	en	su	libro	Why	Is	Everyone	So	Cranky?	[«¿Por	qué	todo	el	mundo	es	tan	irritable?»],	escribe:	«La	gente	dice	que	trabajar	ya	no	es	tan	divertido	como	solía	ser.	No	tienen	tiempo.	Siempre	están	atrasados.	Siempre	los	ponen	en	alguna	situación	difícil.	Se	les	indica	que	se	muevan	en	una	cierta	dirección,	y	después
se	les	dice	que	den	media	vuelta	y	se	muevan	en	otra»3.	Un	artículo	reciente	de	un	periódico	describía	este	cuadro	acerca	de	un	trabajador	de	oficina:	Uno	está	atascado	en	medio	del	tránsito,	lo	cual	hace	que	llegue	tarde	al	trabajo	por	tercera	vez	en	una	semana.	Al	entrar	por	la	puerta,	pasa	junto	a	un	compañero	de	trabajo	al	que	no	soporta,	el	cual
le	dirige	una	sonrisa	hipócrita,	junto	con	el	comentario	de	«Llegaste	tarde».	Sigue	caminando,	pero	la	ira	que	está	comenzando	a	hervir	debajo	de	la	superficie	comienza	a	subir.Cuando	llega	a	su	escritorio,	se	encuentra	un	montón	de	trabajo	que	le	espera,	y	su	jefe	quiere	que	lo	haga	lo	antes	posible.	Piensa	en	tomarse	una	taza	de	café,	y	entonces
nota	que	alguien	se	llevó	hasta	la	última	gota,	y	no	se	tomó	la	molestia	de	volver	a	llenar	la	cafetera.	Ya	se	siente	como	si	le	fuera	a	estallar	la	cabeza.	Se	siente	bien	irritado,	y	ni	siquiera	son	las	nueve	de	la	mañana	todavía4.	Una	encuesta	Gallup	reciente	indica	que	cuarenta	y	nueve	por	ciento	de	los	encuestados	se	enojan	en	el	trabajo,	y	uno	de	cada
seis	se	enoja	tanto	que	siente	ganas	de	golpear	a	alguien5.	Por	otro	lado,	una	encuesta	que	realizó	Access	Atlanta	por	la	Internet	reveló	que	el	sesenta	y	siete	por	ciento	de	los	que	respondieron	se	habían	enojado	tanto	en	el	trabajo,	que	habían	pensado	en	abofetear	a	un	compañero.	Escapar	de	un	ambiente	hostil	así	retirándonos	a	la	paz	y	la
seguridad	de	nuestro	hogar	no	parece	ser	la	respuesta.	Los	expertos	en	el	campo	de	la	violencia	doméstica	creen	que	el	número	de	casos	de	violencia	en	el	hogar	asciende	a	unos	cuatro	millones	al	año.	El	treinta	por	ciento	de	las	mujeres	de	los	Estados	Unidos	informan	que	su	esposo	o	amigo,	en	un	momento	u	otro,	ha	abusado	físicamente	de	ellas6.
De	hecho,	de	los	cuatrocientos	cincuenta	mil	millones	de	dólares	que	cuesta	el	delito	cada	año,	cerca	de	la	tercera	parte	tiene	que	ver	con	violencia	doméstica	y	maltrato	de	menores.	Por	ejemplo,	en	1995,	los	servicios	de	protección	a	menores	confirmaron	cerca	de	un	millón	de	casos	de	maltratos	a	niños7.	
Y	aquí	no	se	incluyen	los	millones	de	incidentes	de	explosiones	de	ira,	palabras	llenas	de	odio	y	miradas	furiosas,	como	tampoco	los	incontables	casos	de	descuidos	y	maltratos	que	no	se	reportan.	Si	se	puede	medir	el	carácter	de	una	nación	por	la	forma	en	que	trata	a	los	jóvenes,	los	enfermos	y	los	ancianos,	los	Estados	Unidos	no	saldrían	bien
parados.	
Los	casos	reportados	de	maltratos	a	ancianos	aumentaron	en	un	ciento	seis	por	ciento	desde	1986	hasta	1994,	según	el	Centro	Nacional	contra	el	Abuso	de	Ancianos.	
El	total	de	incidentes	va	desde	un	millón	hasta	dos	millones	anuales,	aunque	tal	vez	solo	se	reporte	uno	de	cada	catorce	casos8.	Tanto	si	se	manifiestan	en	una	violencia	y	en	unos	malos	tratos	abiertos,	como	si	lo	hacen	por	medio	de	una	hostilidad	y	un	abandono	encubierto,	está	claro	que	la	ira,	la	impaciencia,	la	frustración,	la	falta	de	respeto	y	los
malos	modales	se	han	convertido	en	parte	de	la	personalidad	estadounidense.	Tanto	si	se	trata	de	ira	al	conducir	el	auto,	como	si	es	ira	en	un	avión,	ira	en	la	tienda	de	víveres	o	ira	en	los	eventos	deportivos,	la	ira	se	ha	vuelto	de	repente	«nuestra	ira».	Y	somos	demasiados	los	que	sentimos	que	nuestra	ira	es	justificada.	En	un	artículo	reciente	de	USA
Today,	una	maestra	de	escuela	primaria	es	probable	que	hablara	por	muchas	personas	cuando	dijo:	Si	has	tenido	que	estar	metido	en	unas	autopistas	que	han	estado	congestionadas	año	tras	año,	su	ira	pudiera	parecer	racional.	Ahora	somos,	¿cuántos,	doscientos	sesenta	millones?	
Nuestros	caminos	no	fueron	construidos	para	recibir	un	número	tan	grande	de	personas.	Los	estacionamientos	de	los	supermercados	están	repletos.	Es	difícil	entrar	a	un	banco.	El	aeropuerto	le	indica	a	uno	que	llegue	hora	y	media	antes	de	la	salida	de	su	vuelo.	Los	estacionamientos	son	carísimos.	La	aglomeración	de	personas	se	ha	convertido	en
parte	de	la	sociedad	en	general,	y	eso	contribuye	a	crear	la	sensación	de	que	«todo	da	lo	mismo»9.	¿De	veras?	¿Tenemos	el	derecho	de	sentirnos	enojados?	¿Tenemos	buenas	razones	para	sentirnos	enojados?	Casi	a	diario	aparece	en	los	periódicos	alguna	nueva	manifestación	de	ira.	En	la	Florida,	un	entrenador	de	pelota	de	una	escuela	secundaria	le
rompe	de	un	golpe	la	quijada	a	un	árbitro	en	una	disputa	acerca	de	una	jugada.	Dos	compradores	se	golpean	por	quién	merece	el	primer	lugar	en	la	fila	de	una	caja	que	acaba	de	abrir.	En	California,	un	conductor	enojado	saca	de	un	tirón	un	perro	del	vehículo	que	chocó	con	su	auto	y	lanza	al	animal	hacia	el	tránsito	que	viene	en	dirección	contraria.
El	perro	muere,	y	el	hombre	es	sentenciado	a	tres	años	de	cárcel.	En	Reading,	Massachusetts,	un	padre	enfadado	golpea	al	entrenador	de	hockey	de	unos	jóvenes	hasta	dejarlo	inconsciente.	El	entrenador,	Michael	Costin,	muere	dos	días	después.	El	padre	se	declara	«inocente»	en	el	juicio	ante	la	acusación	de	homicidio	sin	premeditación.	Un
jovencito	de	quince	años	se	cansa	de	que	sus	compañeros	de	clase	lo	humillen,	y	les	dispara	en	su	escuela	secundaria	de	un	barrio	residencial	en	San	Diego.	Mueren	dos	y	quedan	trece	heridos.	¿Es	justificado	que	convirtamos	nuestra	sociedad	en	una	repetición	instantánea	del	Show	de	Jerry	Springer?	(Lo	curioso	es	que	un	día	después	de	haber
escrito	nosotros	lo	anterior,	se	ordenó	el	arresto	de	Ralf	Panitz	por	haber	asesinado	a	su	exesposa.	Ambos	se	habían	estado	insultando	en	el	Show	de	Jerry	Springer	a	principios	de	esa	misma	semana)10.	Tal	vez	mostremos	nuestro	desacuerdo	con	la	cabeza	mientras	los	muros	del	decoro	se	vienen	abajo	con	estrépito	y	los	estallidos	públicos	de	ira	se
convierten	en	algo	normal,	pero	lo	cierto	es	que	la	ira	no	tiene	nada	de	nueva.	Tampoco	lo	tiene	la	sensación	de	sentir	que	nuestra	ira	está	justificada.	Hace	cerca	de	dos	mil	ochocientos	años,	Jonás,	el	profeta	renuente,	se	sentó	en	el	puesto	de	espectador	que	se	había	hecho	él	mismo	a	las	afueras	de	la	ciudad	de	Nínive,	con	la	esperanza	de	ver	el
castigo	que	enviaría	Dios.	Aunque	solo	fuera	eso,	Jonás	estaba	preparado	para	tener	su	buena	sesión	de	autocompasión,	y	los	únicos	huéspedes	invitados	eran	«yo,	mí	y	conmigo».	El	profeta	estaba	enojado	porque	la	gente	de	Nínive	se	había	arrepentido	al	escuchar	su	predicación,	y	sabía	que	Dios	(¡a	diferencia	de	él	mismo!)	es	«clemente	y	piadoso,
tardo	en	enojarse,	y	de	grande	misericordia,	y	que	se	arrepiente	del	mal»	(Jonás	4:2).	Él	quería	que	la	ciudad	quedara	destruida,	pero	al	parecer,	Dios	se	inclinaba	más	a	perdonar	a	sus	habitantes	si	se	arrepentían.	
Así	que	Jonás	se	enojó.	Entonces	el	Señor	le	hizo	una	pregunta;	la	misma	que	nosotros	nos	tenemos	que	hacer:	«¿Haces	tú	bien	en	enojarte	tanto?»	(Jonás	4:4).	Jonás	trató	de	ignorar	la	cuestión	que	Dios	le	estaba	señalando,	y	Dios	decidió	darle	al	profeta	una	lección	objetiva.	He	aquí	el	resto	de	la	historia:	Y	preparó	Jehová	Dios	una	calabacera,	la
cual	creció	sobre	Jonás	para	que	hiciese	sombra	sobre	su	cabeza,	y	le	librase	de	su	malestar;	y	Jonás	se	alegró	grandemente	por	la	calabacera.	Pero	al	venir	el	alba	del	día	siguiente,	Dios	preparó	un	gusano,	el	cual	hirió	la	calabacera,	y	se	secó.	Y	aconteció	que	al	salir	el	sol,	preparó	Dios	un	recio	viento	solano,	y	el	sol	hirió	a	Jonás	en	la	cabeza,	y	se
desmayaba,	y	deseaba	la	muerte,	diciendo:	Mejor	sería	para	mí	la	muerte	que	la	vida.	
Entonces	dijo	Dios	a	Jonás:	¿Tanto	te	enojas	por	la	calabacera?	Y	él	respondió:	Mucho	me	enojo,	hasta	la	muerte.	Y	dijo	Jehová:	Tuviste	tú	lástima	de	la	calabacera,	en	la	cual	no	trabajaste,	ni	tú	la	hiciste	crecer;	que	en	espacio	de	una	noche	nació,	y	en	espacio	de	otra	noche	pereció.	¿Y	no	tendré	yo	piedad	de	Nínive,	aquella	gran	ciudad	donde	hay
más	de	ciento	veinte	mil	personas	que	no	saben	discernir	entre	su	mano	derecha	y	su	mano	izquierda,	y	muchos	animales?	(Jonás	4:6-11)	Como	sucede	hoy	con	la	mayor	parte	de	la	gente,	el	estado	de	humor	de	Jonás	se	basaba	en	las	circunstancias.	Cuando	Dios	«preparó»	la	calabacera	para	que	le	diera	sombra,	Jonás	se	alegró.	Cuando	Dios
«preparó»	al	gusano	y	al	recio	viento	solano,	se	sintió	enojado	y	afligido.	Cuando	las	cosas	iban	como	Jonás	quería,	su	ira	estaba	bajo	control.	
Pero	no	hizo	falta	mucho	para	que	estallara	de	nuevo.	Jonás	tenía	motivos	para	estar	enojado	con	los	ninivitas,	pues	lo	que	hacían	los	convertía	en	merecedores	del	castigo	divino.	Sin	embargo,	no	estaba	dispuesto	a	manifestarles	bondad	y	misericordia,	ni	siquiera	después	de	que	se	arrepintieron.	Le	molestó	que	Dios	hubiera	decidido	perdonarlos.	Por
último,	estaba	furioso	contra	Dios	porque	le	había	quitadosu	sombrilla	de	playa	y	había	subido	la	temperatura	del	termostato.	Jonás	era	un	hombre	iracundo,	y	estaba	convencido	de	que	tenía	derecho	a	serlo,	aunque	aquello	lo	matara.	Raíces	de	la	ira	Dios	reveló	que	a	Jonás	le	importaban	más	su	comodidad	y	el	bienestar	de	una	planta	que	las	almas
de	un	pueblo.	Al	igual	que	Jonás,	hoy	en	día	muchos	creyentes	están	atascados	en	su	ira	y,	como	consecuencia,	llevan	una	vida	de	aflicción.	Una	madre	nos	escribía	diciendo:	Ahora	que	están	en	esto,	pudieran	pensar	en	escribir	un	libro	para	adolescentes	amargados.	A	través	de	los	años,	la	amargura	de	mi	hija	de	dieciséis	años	la	ha	ido	alejando	de
Cristo	para	lanzarla	hacia	la	cultura	pop.	Su	irónica	situación	existe,	según	me	parece,	en	muchos	hogares	donde	han	predominado	los	valores	de	la	escuela,	la	iglesia	y	la	familia.	En	su	caso,	la	situación	le	presentaba	un	dilema.	Si	escogía	a	Cristo,	nunca	«encajaría»	entre	sus	compañeros.	Si	escogía	la	cultura	pop,	pondría	en	peligro	sus	relaciones
en	el	hogar	y	con	este	Dios	«distante»	al	que	«de	todas	maneras	no	le	importo,	porque	no	me	da	lo	que	quiero».	Así	que	se	mantuvo	firme	en	su	amargado	desafío.	En	el	hogar,	actúa	con	enojo.	En	la	escuela,	está	decidida	a	volverse	más	dura	y	más	difícil	para	que	no	le	hagan	daño.	Al	pensar	en	el	pasado,	veo	que	yo	no	tenía	idea	alguna	acerca	de	las
raíces	de	amargura,	y	las	consecuencias	que	trae	una	manera	de	pensar	equivocada.	Por	fuera,	daba	la	impresión	de	que	teníamos	la	situación	bajo	control.	Sin	embargo,	se	presentaron	etapas	críticas	de	amargura	que	no	tuvimos	las	herramientas	necesarias	para	verlas	ni	enfrentarlas.	Ahora	estamos	interviniendo	notablemente	en	su	vida	como
padres.	Tenemos	la	esperanza	de	que	todavía	no	sea	demasiado	tarde.	Sin	duda	alguna,	su	amargura	ha	destruido	casi	por	completo	su	relación	con	su	padre	y	conmigo,	ha	hecho	que	interactúe	socialmente	de	una	manera	poco	saludable	con	sus	compañeros,	y	ha	dañado	seriamente	su	relación	con	Dios.	Sentimos	todo	esto	como	si	estuviéramos
metidos	en	una	olla	de	presión,	pero	lo	interesante	es	que,	al	que	no	sabe	nada,	le	parece	una	niña	«buena»	de	«buena	familia».	Los	jovencitos	«buenos»	pueden	llevar	dentro	una	amargura	bien	enraizada	y	capaz	de	destruir.’	El	apóstol	Pablo	nos	advirtió	que	en	los	últimos	días	se	presentarían	tiempos	«peligrosos»	y	«difíciles»	(NVI).	Hay	otra
traducción	que	habla	de	que	«en	los	últimos	tiempos	va	a	ser	muy	difícil	ser	cristiano»	(La	Biblia	al	Día).	Cuando	leemos	esta	lamentable	letanía	de	una	vida	que	transcurre	atada	a	una	raíz	de	ira	egocéntrica,	nos	parece	estar	leyendo	los	titulares	del	periódico	de	hoy:	Porque	habrá	hombres	amadores	de	sí	mismos,	avaros,	vanagloriosos,	soberbios,
blasfemos,	desobedientes	a	los	padres,	ingratos,	impíos,	sin	afecto	natural,	implacables,	calumniadores,	intemperantes,	crueles,	aborrecedores	de	lo	bueno,	traidores,	impetuosos,	infatuados,	amadores	de	los	deleites	más	que	de	Dios.	(2	Timoteo	3:2-4)	USA	Today	lo	expresa	de	esta	manera:	«Los	sociólogos	más	distinguidos	afirman	que	la	nación	se
halla	en	medio	de	una	epidemia	de	ira	que,	en	sus	formas	más	suaves	es	inquietante,	y	en	sus	formas	peores	se	vuelve	mortal.	Esta	epidemia	sacude	a	los	que	estudian	las	tendencias	de	la	sociedad	y	a	los	padres	que	temen	que	la	nación	haya	caído	en	un	precipicio	cultural»11.	Un	padre	lo	expresó	muy	bien	cuando	dijo:	«Hemos	perdido	una	buena
parte	de	lo	que	mantenía	[unida]	a	nuestra	sociedad.	Hemos	perdido	nuestro	respeto	por	los	demás.	El	ejemplo	que	les	estamos	dando	a	nuestros	jovencitos	es	terrible»12.	Este	sentimiento	oculto	de	hostilidad	y	falta	de	respeto	que	corre	por	nuestra	nación,	quedó	captada	en	un	artículo	que	escribió	Alan	Sipress	para	el	Washington	Post:	La	violencia
vehicular	ha	llegado	a	esto.	En	medio	de	la	agitada	vida	de	muchos	habitantes	de	Washington,	ya	no	hay	tiempo	para	la	muerte.	
En	el	pasado,	los	autos	se	echaban	a	un	lado	para	permitir	que	pasaran	los	cortejos	fúnebres.	Ahora,	lo	normal	es	que	los	conductores	interrumpan	los	cortejos	en	las	intersecciones,	en	lugar	de	permitir	que	continúen	con	el	semáforo	en	rojo,	y	se	dedican	a	entrar	y	salir	del	desfile,	en	lugar	de	detenerse,	según	afirman	los	directores	de	funerarias	y	la
policía.	Estas	acciones	suelen	ir	acompañadas	de	bocinazos,	malas	palabras	y	gestos	repugnantes13.	Al	parecer,	este	sintomático	alejamiento	del	respeto	y	la	cortesía	más	elemental	hacia	una	ira	egocéntrica	se	ha	venido	a	producir	solo	en	los	últimos	cinco	o	diez	años.	
Alguien	lo	explica	así:	«La	manera	en	que	uno	trata	a	sus	muertos	dice	algo	acerca	de	su	nivel	de	civilización.	Las	tradiciones	del	pasado	se	han	perdido,	y	está	claro	que	el	respeto	que	se	debería	tener	con	los	cortejos	fúnebres	ya	no	existe»14.	El	más	elemental	respeto	por	los	vivos	tampoco	aparece	por	ninguna	parte.	Los	conductores	que	se	acercan
demasiado	al	auto	que	va	delante,	se	les	meten	delante	sin	haber	espacio,	y	hasta	atacan	a	otros	conductores,	no	están	viendo	a	los	demás	como	prójimos	que	deben	amar	tanto	como	a	sí	mismos.	Se	han	convertido	en	oponentes,	obstáculos	e	incluso	enemigos.	Aunque	las	circunstancias	agravantes	hacen	peor	la	ira	en	los	Estados	Unidos,	la	Biblia
señala	con	claridad	que	la	raíz	de	todo	este	problema	se	halla	en	el	corazón	del	ser	humano:	Y	llamando	[Jesús]	a	sí	a	toda	la	multitud,	les	dijo:	Oídme	todos,	y	entended:	Nada	hay	fuera	del	hombre	que	entre	en	él,	que	le	pueda	contaminar;	pero	lo	que	sale	de	él,	eso	es	lo	que	contamina	al	hombre	[…]	Porque	de	dentro,	del	corazón	de	los	hombres,
salen	los	malos	pensamientos,	los	adulterios,	las	fornicaciones,	los	homicidios,	los	hurtos,	las	avaricias,	las	maldades.	(Marcos	7:14-15,	21-22)	La	ira	divide	y	mata	La	ira	es	una	enfermedad	del	corazón	que	puede	llegar	a	matar.	
En	nuestro	ministerio	directo	con	la	gente,	casi	todas	las	personas	sin	excepción,	están	pasando	por	problemas	con	una	amargura	sin	resolver.	A	partir	de	lo	que	hemos	observado,	podemos	decir	que	el	problema	de	la	amargura	y	la	falta	de	perdón	podría	muy	bien	ser	el	problema	más	extendido	y	debilitador	que	existe	en	el	cuerpo	de	Cristo	hoy.	La
epidemia	de	ira	que	hay	en	los	Estados	Unidos	ha	infectado	ferozmente	también	a	la	iglesia.	Nuestro	adversario,	el	diablo,	trata	de	dividir	para	vencer.	Trata	de	dividir	el	corazón	del	ser	humano,	porque	un	hombre	de	doble	ánimo	es	inconstante	en	todos	sus	caminos	(Santiago	1:8).	Ataca	a	un	matrimonio,	a	una	familia	o	a	una	iglesia,	porque	toda
«casa	dividida	contra	sí	misma,	no	permanecerá»	(Mateo	12:25).	Hasta	los	grupos	humanos	y	las	naciones	mismas	son	presa	fácil	de	las	estrategias	de	Satanás,	porque	«todo	reino	dividido	contra	sí	mismo,	es	asolado»	(Lucas	11:17).	La	exhortación	de	Pablo	a	la	iglesia	de	Éfeso	presenta	un	fuerte	contraste	con	el	espíritu	de	resentimiento,	hostilidad	y
furia	tan	evidente	en	las	culturas	humanas.	Esto	es	lo	que	les	escribe:	Por	lo	cual,	desechando	la	mentira,	hablad	verdad	cada	uno	con	su	prójimo;	porque	somos	miembros	los	unos	de	los	otros.	Airaos,	pero	no	pequéis;	no	se	ponga	el	sol	sobre	vuestro	enojo,	ni	deis	lugar	al	diablo	[…]	Ninguna	palabra	corrompida	salga	de	vuestra	boca,	sino	la	que	sea
buena	para	la	necesaria	edificación,	a	fin	de	dar	gracia	a	los	oyentes.	Y	no	contristéis	al	Espíritu	Santo	de	Dios,	con	el	cual	fuisteis	sellados	para	el	día	de	la	redención.	Quítense	de	vosotros	toda	amargura,	enojo,	ira,	gritería	y	maledicencia,	y	toda	malicia.	Antes	sed	benignos	unos	con	otros,	misericordiosos,	perdonándoos	unos	a	otros,	como	Dios
también	os	perdonó	a	vosotros	en	Cristo.	(Efesios	4:25-27,	29-32)	Todas	las	tardes	el	sol	se	oculta	sobre	la	amargura	no	resuelta	de	millones	de	seres	humanos.	Esta	amargura	envenena	el	alma	y	pudre	la	cultura.	El	diablo	se	siente	satisfecho,	y	el	Espíritu	Santo	de	Dios	se	entristece.	He	aquí	una	historia	personal	típica	de	un	hombre	que	luchaba	con
una	amargura	perenne	que	no	había	resuelto:	He	luchado	con	la	ira	toda	mi	vida,	desde	que	era	un	niño	de	corta	edad.	Mis	compañeros	siempre	se	metían	conmigo,	y	mi	padre	criticabasiempre	todo	lo	que	yo	hacía.	He	mejorado	mucho.	Sin	embargo,	me	parece	que	sigue	habiendo	en	mi	mente	alguna	fortaleza	de	amargura.	Me	enojo	mucho	si
alguien	me	trata	mal	o	me	falta	al	respeto,	en	especial	si	se	trata	de	un	miembro	de	mi	familia.	No	me	aferro	al	resentimiento	tanto	tiempo	como	antes,	pero	todavía	parece	haber	algún	bloqueo	en	el	proceso	de	perdonar.	Reacciono	con	tanta	rapidez	en	mis	arranques	de	ira	que	ni	siquiera	me	doy	cuenta	de	dónde	proceden	ni	por	qué	aparecen.	Mi
esposa	me	dice	que	me	enojo	«para	sentirme	feliz»,	como	si	tuviéramos	un	control	directo	de	esa	forma	sobre	nuestros	sentimientos.	Sé	que	el	problema	está	en	mi	mente,	pero	los	pensamientos	negativos	parecen	estar	tan	enterrados	que	ni	siquiera	sé	dónde	se	encuentran.	Ore	que	Dios	me	revele	las	raíces	de	esta	esclavitud.	Por	la	gracia	de	Dios,
este	libro	es	un	intento	nuestro	por	lograr	precisamente	eso:	examinar	el	fenómeno	de	la	amargura,	sacar	al	aire	tus	raíces	y	proporcionar	una	manera	de	permitirle	a	Jesús	que	te	libere	de	su	controladora	influencia.	Se	puede	resolver	la	ira	La	ira	nunca	desaparecerá	por	completo	de	nuestra	vida	mientras	estemos	aquí	y	no	en	el	cielo.	Tampoco
debería	hacerlo.	Hay	su	momento	y	su	lugar	para	una	amargura	bajo	control.	
La	ira	es	sierva	nuestra	cuando	llevamos	una	vida	liberada	en	Cristo.	En	cambio,	es	la	dueña	en	una	vida	derrotada.	Si	lo	que	queremos	es	enojarnos	y	no	pecar,	necesitamos	ser	como	Cristo,	y	enojarnos	con	el	pecado	Necesitamos	ir	más	allá	del	«manejo	de	la	ira»,	que	solo	es	un	medio	de	impedir	que	nuestra	ira	estalle	en	una	forma	de	conducta
airada	que	sea	destructiva	para	nosotros	mismos	o	para	otras	personas.	La	meta	es	resolver	las	cuestiones	personales	y	espirituales	que	se	hallan	tras	la	ira,	y	descubrir	el	fruto	del	Espíritu,	que	es	«amor,	gozo,	paz,	paciencia,	benignidad,	bondad,	fe,	mansedumbre	y	templanza»	(Gálatas	5:22-23).	
Los	que	están	vivos	y	libres	en	Cristo	no	manejan	la	conducta	destructiva,	sino	que	la	vencen.	«No	seas	vencido	de	lo	malo,	sino	vence	con	el	bien	el	mal»,	escribió	Pablo	en	Romanos	12:21.	Suena	bien,	¿no	es	así?	Tal	vez	te	suene	demasiado	bueno	para	ser	cierto.	
Quizá	has	tenido	que	luchar	toda	la	vida	con	la	ira,	sin	haber	tenido	mucho	éxito	en	cuanto	a	vencer	el	dominio	que	tiene	sobre	ti.	O,	a	lo	mejor,	estás	viviendo	con	un	hijo	que	explota	por	cualquier	cosa.	Quizá	lleves	en	el	cuerpo	las	cicatrices	de	una	ira	desenfrenada.	O	por	lo	menos,	las	llevas	en	el	alma.	Te	queremos	ofrecer	una	esperanza.	En
Jeremías	32:17,	el	profeta	declara:	«¡Oh	Señor	Jehová!	he	aquí	que	tú	hiciste	el	cielo	y	la	tierra	con	tu	gran	poder,	y	con	tu	brazo	extendido,	ni	hay	nada	que	sea	difícil	para	ti».	Si	Dios	puede	crear	y	controlar	un	universo	tan	inmenso,	¿no	va	a	ser	capaz	de	controlar	tu	ira,	y	darte	el	poder	necesario	para	enfrentarte	a	la	ira	de	los	que	te	rodean?	No
hay	razón	para	creer	que	eres	un	caso	desesperado;	una	excepción	a	la	regla.	Pablo	escribe:	«El	Dios	de	esperanza	os	llene	de	todo	gozo	y	paz	en	el	creer,	para	que	abundéis	en	esperanza	por	el	poder	del	Espíritu	Santo»	(Romanos	15:13).	¿Qué	quieres	en	verdad?	Por	otra	parte,	tal	vez	lo	opuesto	sea	lo	cierto.	A	lo	mejor,	te	gusta	la	ira.	Con	ella
consigues	lo	que	quieres	y	cuando	lo	quieres.	Aprendiste	a	controlar	a	la	gente	con	tus	explosiones	de	ira	cuando	eras	niño,	y	la	técnica	te	ha	dado	resultado.	Te	has	vuelto	todo	un	experto.	En	lugar	de	dar	patadas	contra	el	suelo,	levantas	la	voz	(¡y	mucho!),	miras	de	frente	y	amenazas.	La	gente	te	tiene	miedo,	y	te	gusta	ese	momento	de	poder	y	de
control.	O	a	lo	mejor	piensas	que	la	ira	es	un	medio	de	protegerte	para	que	no	te	vuelvan	a	maltratar.	Es	cierto:	la	ira	te	podrá	dar	de	momento	lo	que	quieres.	Pero	la	ira	carnal	nunca	te	dará	lo	que	de	veras	necesitas	o	deseas,	porque	«la	ira	del	hombre	no	obra	la	justicia	de	Dios»,	como	nos	dice	Santiago	(1:20).	Algunas	de	las	personas	más
inseguras	de	la	tierra	son	las	que	controlan	y	maltratan	con	su	ira.	El	uso	de	la	ira	y	el	sexo	como	porras	para	apalear,	oprimir	y	manipular	a	los	demás	revela	una	enfermedad	del	alma	que	solo	Cristo	puede	vencer.	
Por	tanto,	ya	sea	que	alguien	te	haya	dado	este	libro	(lo	cual	tal	vez	te	ha	enojado),	o	que	lo	hayas	tomado	por	decisión	propia,	te	tenemos	una	buena	noticia.	Jesucristo	vino	para	libertarte	del	control	de	la	ira.	Vino	para	que	tuvieras	vida,	y	la	tuvieras	en	mayor	abundancia	(Juan	10:10).	Él	nos	ha	prometido	paz,	pero	no	como	la	paz	que	da	el	mundo,
basada	en	la	existencia	de	circunstancias	favorables	(Juan	14:27).	Es	una	paz	mental	y	emotiva	que	llega	tan	adentro	y	es	tan	fuerte	que	sobrepasa	toda	comprensión	humana	(Filipenses	4:6-7).	Las	circunstancias	negativas	que	harían	caer	en	la	desesperación	a	una	persona	normal	las	puede	superar	el	Príncipe	de	paz	que	habita	en	nosotros.	Esa
poderosa	paz	puede	reinar	de	tal	manera	en	nuestra	vida	que	el	apóstol	Pablo	la	describe	diciendo	que	«el	Dios	de	paz»	está	con	nosotros	(Filipenses	4:9).	La	presencia	de	Dios	llena	nuestra	vida	de	amor,	paciencia	y	bondad	donde	antes	solo	había	hostilidad,	resentimiento	y	furia.	Confiamos	en	que,	en	lo	más	profundo	de	tu	ser,	esto	sea	lo	que	de
veras	quieres	en	la	vida.	Deja	que	Dios	te	moldee	En	las	próximas	páginas,	vamos	a	ver	primero	la	ira	en	general,	y	cómo	funcionan	en	conjunto	nuestro	cuerpo,	nuestra	alma	y	nuestro	espíritu.	Después	examinaremos	la	batalla	por	el	control	de	la	mente,	y	descubriremos	de	qué	forma	podemos	evitar	que	las	emociones	nos	controlen	decidiéndonos	a
creer	en	la	verdad	y	concentrándonos	en	ella.	Veremos	cómo	hemos	desarrollado	fortalezas	mentales,	y	examinaremos	diversos	esquemas	carnales*	de	la	ira.	Después	veremos	la	gracia	de	Dios,	que	nos	ofrece	perdón	y	una	vida	nueva	en	Cristo.	El	viaje	hacia	la	liberación	con	respecto	a	nuestro	pasado	comienza	cuando	aprendemos	a	perdonar	de
corazón.	A	continuación	aprenderemos	a	permitir	que	Jesús,	manso	y	humilde,	viva	en	nosotros	y	a	través	de	nosotros	en	el	poder	del	Espíritu	Santo.	
No	nos	basta	con	saber	qué	hacer;	necesitamos	poder	para	hacerlo.	Esa	energía	espiritual	solo	procede	del	Espíritu	de	Dios.	Y	en	los	capítulos	finales,	resumiremos	lo	que	hemos	aprendido,	y	hablaremos	de	la	forma	de	destruir	las	fortalezas	de	ira.	¿Es	posible	ser	libre	de	una	ira	controladora?	La	respuesta	es	un	resonante	«¡Sí!».	¿Va	a	ser	un	proceso
sin	dolor?	Es	probable	que	no.	¿Valdrá	la	pena?	Por	supuesto,	tú	mismo	vas	a	tener	que	llegar	a	esa	conclusión.	
Un	día,	Dios	le	dijo	al	profeta	Jeremías	que	fuera	a	la	casa	del	alfarero.	Le	prometió	que	allí	le	hablaría.	
Jeremías	hizo	lo	que	Dios	le	había	indicado,	y	vio	al	alfarero	moldeando	algo	en	la	rueda.	«Y	la	vasija	de	barro	que	él	hacía	se	echó	a	perder	en	su	mano;	y	volvió	y	la	hizo	otra	vasija,	según	le	pareció	mejor	hacerla»	(Jeremías	18:4).	¿Cuál	es	la	moraleja	de	esta	historia?	¿Por	qué	quiso	Dios	que	Jeremías	viera	a	aquel	hombre	trabajando	habilidosamente
en	su	oficio?	
«Entonces	vino	a	mí	palabra	de	Jehová,	diciendo:	¿No	podré	yo	hacer	de	vosotros	como	este	alfarero,	oh	casa	de	Israel?	dice	Jehová.	
He	aquí	que	como	el	barro	en	la	mano	del	alfarero,	así	sois	vosotros	en	mi	mano,	oh	casa	de	Israel»	(Jeremías	18:5-6).	Encontramos	un	eco	de	este	pasaje	en	la	segunda	epístola	de	Pablo	a	Timoteo,	donde	escribe:	Pero	en	una	casa	grande,	no	solamente	hay	utensilios	de	oro	y	de	plata,	sino	también	de	madera	y	de	barro;	y	unos	son	para	usos	honrosos,
y	otros	para	usos	viles.	Así	que,	si	alguno	se	limpia	de	estas	cosas,	será	instrumento	para	honra,	santificado,	útil	al	Señor,	y	dispuesto	para	toda	buena	obra.	(2	Timoteo	2:20-21)	No	hay	mayor	honor,	no	hay	mayor	privilegio	ni	gozo	más	grande	que	permitir	que	el	Maestro	nos	moldee	como	a	Él	le	parezca.	
Fuimos	hechos	para	ser	apartados,	y	útiles	para	el	Maestro.	Pero	antes,	el	ser	humano	se	debe	purificar	de	todo	lo	que	deshonra,	incluyendo	la	amargura	que	le	hierve	en	el	corazón.	¿Quieres	unirte	a	nosotros	en	esta	oración?	
Amado	Padre	celestial,	eres	un	Dios	santo,	y	me	has	llamado	a	ser	santo,	a	serapartado	para	que	me	uses.	
Al	igual	que	tú,	puedo	enojarme.	Pero	a	diferencia	de	ti,	puedo	usar	incorrectamente	ese	enojo.	Tú	me	has	llamado	a	la	libertad,	pero	me	has	dicho	que	no	use	mi	libertad	como	una	oportunidad	para	la	carne.	Lo	que	debo	hacer	es	servir	a	los	demás	con	amor.	Te	ruego	que	me	abras	los	ojos	para	que	comprenda	cuál	es	la	fuente	de	la	ira	y	la	amargura
que	hay	en	mi	alma.	Libérame	de	mi	pasado,	para	que	este	no	tenga	dominio	alguno	sobre	mí.	Lléname	de	tu	Santo	Espíritu,	para	que	pueda	llevar	una	vida	justa	llena	de	paciencia,	bondad	y	dominio	propio.	
Te	doy	gracias	porque	eres	bondadoso	y	misericordioso,	lento	para	la	ira	y	abundante	en	misericordia	y	en	verdad.	Oro	en	el	nombre	del	manso	y	humilde	Jesús,	amén.	*	A	través	del	libro	vamos	a	utilizar	la	expresión	«esquemas	carnales»	para	referirnos	a	cualquier	hábito	que	hayamos	desarrollado	al	tratar	de	enfrentarnos	a	la	vida	y	satisfacer
nuestras	necesidades,	apoyándonos	en	nuestros	propios	recursos	humanos,	y	no	en	los	de	Cristo.	Básicamente,	un	esquema	carnal	es	una	manifestación	de	autosuficiencia.	PRIMERA	PARTE	Cómo	actúa	en	ti	la	ira	1	Ira:	una	cuestión	de	vida	o	muerte	Ira:	Ácido	que	le	puede	hacer	más	daño	a	la	vasija	que	lo	contiene	que	a	cualquier	cosa	sobre	la	que
se	derrame.	Julio	estaba	tratando	de	terminar	otro	agitado	día	en	la	oficina.	Su	hijo	tenía	un	juego	de	la	Liga	Menor	de	pelota	a	las	cinco	y	media,	y	le	había	prometido	que	estaría	presente,	ya	que	las	exigencias	del	trabajo	le	habían	impedido	estar	en	los	tres	juegos	anteriores.	
Julio	era	un	vendedor	de	seguros	altamente	motivado,	que	había	ganado	el	premio	al	vendedor	del	año	durante	tres	años	seguidos.	Su	afán	por	ir	ascendiendo	en	la	corporación	muchas	veces	entraba	en	conflicto	con	sus	convicciones	cristianas	en	cuanto	a	ser	un	buen	esposo	y	padre,	pero	no	le	era	difícil	racionalizar	su	ética	de	trabajo.	Los	premios	al
rendimiento,	los	sueldos	más	sustanciosos	y	las	comisiones	más	abundantes	habían	hecho	posible	que	su	familia	tuviera	un	nivel	de	vida	más	alto	y	se	pudiera	permitir	mejores	vacaciones.	Al	final	de	la	tarde	de	trabajo,	las	llamadas	de	última	hora	lo	irritaban	mientras	se	apresuraba	a	salir	por	la	puerta.	¿Por	qué	la	gente	siempre	tiene	que	llamar	en	el
último	minuto?,	se	preguntaba.	Miró	el	reloj	mientras	entraba	con	su	auto	en	el	tránsito	atascado	de	la	hora	pico.	Tenía	el	tiempo	justo	para	llegar,	siempre	que	las	autopistas	colaboraran.	Mientras	se	trataba	de	abrir	paso	hacia	la	carrilera	más	rápida,	otro	auto	se	le	coló	por	delante	de	manera	abrupta.	«¡Estúpido	idiota!	¿Dónde	están	los	policías
cuando	uno	los	necesita?».	El	tránsito	fue	haciéndose	cada	vez	más	lento,	hasta	ir	paso	a	paso,	y	Julio	se	encontró	atascado	detrás	de	un	gran	camión	que	le	bloqueaba	la	visión,	y	que	hacía	que	su	carrilera	fuera	más	lenta	que	las	de	los	otros	dos	lados.	Mientras	se	aferraba	al	timón,	gritó	enojado:	«¡No	deberían	permitir	que	los	camiones	fueran	por
otras	carrileras	que	no	fueran	la	de	la	derecha!».	La	respuesta	del	cuerpo	a	la	ira	¿Qué	estaba	pasando	dentro	del	cuerpo	de	Julio	en	respuesta	a	todas	esas	circunstancias	frustrantes?	
Los	pensamientos	y	sentimientos	que	corrían	desbocados	por	su	corteza	cerebral	izquierda	ya	les	habían	enviado	una	señal	a	las	neuronas	del	hipotálamo,	en	un	lugar	más	profundo	del	cerebro.	El	sistema	de	emergencia	del	hipotálamo,	al	activarse,	había	estimulado	a	los	nervios	del	sistema	simpático	para	que	estrecharan	las	arterias	que	llevaban	la
sangre	a	la	piel,	los	riñones	y	los	intestinos	de	Julio.	Al	mismo	tiempo,	el	cerebro	había	enviado	a	las	glándulas	suprarrenales	una	señal	para	que	bombearan	grandes	cantidades	de	adrenalina	y	de	cortisol	en	su	torrente	sanguíneo.	Allí	sentado	en	su	auto	detrás	del	camión,	los	músculos	se	le	pusieron	tensos,	el	corazón	le	latió	con	mayor	frecuencia	y
le	subió	la	presión	arterial.	En	un	estado	así,	su	sangre	se	habría	coagulado	con	mayor	rapidez,	de	producirse	una	lesión.	Los	músculos	situados	a	la	salida	de	su	estómago	apretaban	tanto,	que	nada	podía	dejar	su	tubo	digestivo.	Esto	le	causaba	espasmos,	que	a	su	vez	le	producían	dolores	abdominales.	La	sangre	era	dirigida	desde	la	piel,	que	sentía
fría	y	húmeda,	hacia	los	músculos,	a	fin	de	facilitar	una	reacción	de	«pelea	o	huida».	Como	aquellos	pensamientos	de	ira	continuaban,	el	aumento	en	los	latidos	de	su	corazón	había	hecho	que	bombeara	hacia	el	torrente	sanguíneo	mucha	más	sangre	de	la	que	necesitaba	para	estar	allí	sentado	en	el	auto.	Su	cuerpo	estaba	preparado	para	saltar	a	la
acción,	pero	no	había	ningún	lugar	adonde	ir.	Se	sintió	tentado	a	soltar	un	poco	de	vapor	bajando	el	cristal	de	la	ventanilla	y	diciéndole	a	alguien	lo	que	pensaba	de	él,	o	a	tocar	el	claxon,	pero	sabía	que	no	serviría	de	nada.	La	adrenalina	liberada	estaba	estimulando	las	células	adiposas	de	Julio	para	que	vaciaran	su	contenido	en	el	torrente	sanguíneo.	
Esto	le	proporcionaría	más	energía	todavía	en	el	caso	de	que	la	situación	exigiera	una	acción	inmediata.	
Sin	embargo,	todo	lo	que	podía	hacer	Julio	era	permanecer	allí,	furioso	por	la	situación	del	tránsito,	mientras	que	el	hígado	le	convertía	la	grasa	en	colesterol.	No	tenía	nadie	con	quién	pelear,	ni	ningún	lugar	hacia	donde	huir.	Se	sentía	atrapado.	Con	el	tiempo,	el	colesterol	que	se	forma	de	la	grasa	que	no	se	usa	en	su	torrente	sanguíneo	se	acumulará
y	formará	una	placa	dentro	de	sus	arterias	que	comenzará	a	bloquear	el	movimiento	de	la	sangre.	Si	continúa	la	lucha	de	Julio	con	la	ira,	un	día	se	podría	cerrar	por	completo	la	llegada	de	sangre	a	una	parte	de	su	corazón.	Y	Julio	sería	una	estadística:	uno	más	en	el	medio	millón	de	estadounidenses	que	sufren	cada	año	un	ataque	al	corazón.	Una	de
estas	personas	fue	el	famoso	psicólogo	John	Hunter,	quien	«sabía	lo	que	la	ira	le	podía	hacer	al	corazón:	“El	primer	sinvergüenza	que	me	enoje	me	va	a	matar”.	Poco	tiempo	después,	en	una	reunión	de	médicos,	uno	de	los	oradores	hizo	unas	afirmaciones	que	enfurecieron	a	Hunter.	Cuando	se	puso	en	pie	para	atacar	amargamente	al	orador,	la	ira	le
causó	una	contracción	tan	fuerte	de	los	vasos	sanguíneos	del	corazón	que	cayó	muerto»1.	La	ira	mata	de	otras	maneras	también.	Es	trágico	que	con	demasiada	frecuencia	la	ira	domina	a	la	persona	y	saca	lo	peor	en	ella,	en	especial	cuando	los	celos	se	mezclan.	Proverbios	27:4	dice:	«Cruel	es	la	ira,	e	impetuoso	el	furor;	mas	¿quién	podrá	sostenerse
delante	de	la	envidia?».	
Lo	mismo	si	la	violencia	escoge	como	arma	un	auto,	como	si	escoge	un	avión,	un	explosivo,	un	arma	de	fuego,	un	germen	o	una	sustancia	química,	su	amenaza	trae	de	punta	los	nervios	de	esta	nación.	Y	ese	temor	muchas	veces	se	manifiesta	en	forma	de	furia.	
De	hecho,	cada	vez	se	va	haciendo	más	evidente	una	oculta	corriente	de	hostilidad	en	los	Estados	Unidos	y	alrededor	del	mundo.	Son	demasiados	los	que	se	hallan	ya	en	el	punto	de	ebullición	y,	¿quién	sabe	cuándo	la	provocación	más	insignificante	los	va	a	lanzar	a	una	furia	de	consecuencias	mortales?	¿O	quién	sabe	cuándo	la	calculada	hostilidad	de
los	terroristas	va	a	estallar	en	forma	de	una	destrucción	masiva,	aquí	o	en	otra	nación?	De	cualquiera	de	las	dos	formas,	la	ira	puede	matar.	El	papel	que	desempeña	la	personalidad	En	mi	primer	pastorado,	uno	de	los	miembros	más	prósperos	de	esa	iglesia	me	dio	un	libro	y	me	dijo:	«Debe	leer	este	libro,	porque	creo	que	lo	va	a	necesitar».	El	libro	era
Type	A	Behavior	and	Your	Heart,	por	Meyer	Friedman	y	Ray	Rosenman.	El	hombre	que	me	dio	el	libro,	un	ingeniero	altamente	motivado	de	la	IBM,	me	explicó	que	él	tenía	una	personalidad	del	tipo	A,	y	sospechaba	que	yo	también	la	tenía.	Después	de	leer	el	libro,	vi	algunos	aspectos	de	mi	personalidad	que	sí	eran	del	tipo	A.	(Prediqué	un	mensaje
unas	semanas	más	tarde	titulado	«Jesús	era	del	tipo	B»).	Friedman	y	Rosenman	son	dos	cardiólogos	que	comenzaron	a	notar	que	ciertos	tipos	de	personalidad	tenían	mayor	tendencia	a	problemas	cardíacos.	A	los	que	trabajaban	de	sol	a	sol	subían	los	escalones	de	dos	en	dos,	se	tomaban	poco	tiempo	libre	y	se	sentían	motivadosa	lograr	sus	metas	los
clasificaron	como	del	tipo	A.	
Son	los	grandes	triunfadores	de	este	mundo,	orientados	hacia	las	tareas,	motivados	por	el	logro	de	sus	metas.	Las	personas	del	tipo	B	viven	con	mayor	sosiego,	no	se	dejan	motivar	tanto,	y	quizá	tengan	un	interés	mayor	en	las	relaciones2.	Estas	observaciones	han	tenido	un	profundo	efecto	en	nuestra	sociedad.	No	solo	estas	clasificaciones	de	las
personalidades	en	tipo	A	y	tipo	B	se	conocen	muy	bien,	sino	que	los	autores	comenzaron	un	verdadero	diluvio	de	investigaciones	sobre	las	enfermedades	psicosomáticas.	Antes	de	la	publicación	de	su	obra,	no	se	consideraba	que	el	estrés	fuera	una	de	las	cosas	que	más	contribuían	a	las	enfermedades	del	corazón,	al	cáncer	y	a	otras	enfermedades
graves.	Hoy	se	considera	que	el	estrés	es	una	de	las	grandes	causas	de	enfermedades	mortales.	Redford	y	Virginia	Williams,	en	su	libro	Anger	Kills,	adaptaron	la	labor	de	Friedman	y	Rosenman	al	problema	de	la	ira.	En	su	investigación,	demuestran	cómo	los	que	poseen	una	personalidad	hostil	son	más	propensos	a	las	enfermedades	coronarias.
Durante	muchos	años,	los	investigadores,	los	terapeutas	y	los	centros	de	estudios	superiores	han	usado	el	MMPI	(siglas	del	inglés	de	«Inventario	Multifásico	de	Personalidad	de	Minnesota»)	para	evaluar	a	sus	clientes	y	estudiantes.	Puesto	que	se	han	conservado	los	resultados	de	muchos	de	estos	exámenes,	se	han	podido	comparar	muchos	años	más
tarde	con	la	salud	física	de	los	que	se	hicieron	los	exámenes.	Los	esposos	Williams,	junto	con	otros	colegas,	lograron	aislar	ciertas	respuestas	al	MMPI	que	reflejaban	actitud	de	desconfianza	hacia	los	demás,	frecuencia	en	experimentar	sentimientos	de	ira,	y	expresión	declarada	de	suspicacia	en	una	conducta	agresiva.	De	esta	forma	resumen	sus
hallazgos:	1.	Las	personas	hostiles	—las	que	presentan	un	alto	nivel	de	desconfianza,	ira	y	agresividad—	tienen	un	riesgo	mayor	de	desarrollar	enfermedades	mortales	que	las	personas	menos	hostiles.	2.	Al	alejar	de	sí	a	los	demás,	o	al	no	percibir	el	apoyo	que	podrían	obtener	en	sus	contactos	sociales,	las	personas	hostiles	se	podrían	estar	privando	de
los	beneficios	del	apoyo	social	en	cuanto	a	mejorar	la	salud	y	aliviar	el	estrés.	3.	
La	activación	más	rápida	de	su	reacción	de	huir	o	pelear,	en	combinación	con	una	reacción	relativamente	débil	del	sistema	nervioso	parasimpático	para	lograr	la	vuelta	a	la	calma,	constituye	un	mecanismo	biológico	que	quizá	contribuya	a	los	problemas	de	salud	que	afligen	a	las	personas	hostiles.	4.	Las	personas	hostiles	también	tienen	una	tendencia
mayor	a	dedicarse	a	una	serie	de	formas	de	conducta	arriesgadas	—comer	más,	consumir	más	bebidas	alcohólicas,	fumar—	que	les	podrían	dañar	la	salud3.	El	cuerpo,	la	mente	y	la	ira	Las	personas	sí	mueren	de	enfermedades	psicosomáticas,	lo	cual	indica	que	en	nuestro	cuerpo	están	pasando	más	cosas	que	una	simple	reacción	a	la	vida	en	el	plano
físico.	También	debemos	tener	en	cuenta	lo	que	no	es	físico:	el	alma.	Para	comprender	cómo	interactúan	entre	sí	el	cuerpo	y	el	alma,	pensemos	en	la	forma	en	que	Dios	nos	creó	a	su	imagen.	Veamos	el	diagrama	que	aparece	en	la	siguiente	página:	En	la	creación	original,	Dios	formó	a	Adán	y	Eva	del	polvo	de	la	tierra	y	sopló	en	ellos	el	aliento	de	vida.
Esta	unión	del	aliento	divino	y	del	polvo	de	la	tierra	es	lo	que	constituía	la	vida	física	y	espiritual	que	poseían	Adán	y	Eva.	Todo	ser	humano	está	compuesto	de	una	persona	interna	y	una	persona	externa.	En	otras	palabras,	somos	materiales	e	inmateriales.	Nuestra	persona	externa,	o	parte	material,	es	nuestro	cuerpo.	Por	medio	de	los	cinco	sentidos
del	cuerpo	nos	relacionamos	con	el	mundo	que	nos	rodea.	
La	persona	interior,	o	parte	inmaterial,	está	formada	por	el	alma	y	el	espíritu.	Por	haber	sido	creados	a	imagen	de	Dios,	tenemos	la	capacidad	de	pensar,	sentir	y	decidir	(alma),	y	también	de	tener	comunión	con	Dios	(espíritu).	Porque	somos	sus	obras	«formidables,	maravillosas»	(Salmo	139:14),	es	de	sentido	común	el	pensar	que	Dios	haya	creado	a
la	persona	exterior	para	que	trabaje	junto	con	la	persona	interior,	como	por	ejemplo,	el	caso	del	cerebro	y	la	mente.	Su	correlación	es	evidente,	pero	son	fundamentalmente	distintos.	El	cerebro	es	como	una	computadora	orgánica,	y	cuando	nos	llegue	la	muerte	física,	volverá	al	polvo.	En	esos	momentos,	si	somos	creyentes	nacidos	de	nuevo,
estaremos	presentes	con	el	Señor,	pero	no	estaremos	allí	sin	una	mente,	porque	la	mente	forma	parte	del	alma,	la	persona	interior.	
Usando	la	analogía	de	la	computadora,	si	el	cerebro	es	la	máquina,	la	mente	es	la	programación.	En	nuestra	vida	terrenal,	ni	el	soporte	físico	ni	la	programación	sirven	de	nada	si	no	están	funcionando	los	dos.	Y	como	explicaremos	más	adelante,	el	cerebro	no	puede	funcionar	de	ninguna	otra	forma	que	la	forma	en	que	está	programado.	
El	cerebro	es	el	centro	del	sistema	nervioso	central,	que	incluye	también	la	espina	dorsal.	Del	sistema	nervioso	central	salen	las	ramas	del	sistema	nervioso	periférico,	que	tiene	dos	canales	diferentes.	Uno	de	los	canales	es	el	sistema	nervioso	somático.	Ese	sistema	es	el	que	regula	los	movimientos	de	los	músculos	y	del	esqueleto.	
Es	el	que	está	controlado	por	nuestra	voluntad.	En	otras	palabras,	siempre	que	tengamos	la	salud	física	adecuada,	podemos	tomar	la	decisión	mental	de	mover	nuestros	miembros,	sonreír	y	hablar.	Claro,	el	sistema	nervioso	somático	recibe	órdenes	de	nuestra	voluntad.	No	hacemos	nada	sin	pensarlo	primero.	La	respuesta	de	la	acción	al	pensamiento
puede	ser	tan	rápida	que	apenas	estemos	conscientes	de	la	secuencia,	pero	esta	siempre	se	produce.	(Aunque	se	producen	movimientos	musculares	involuntarios	cuando	el	sistema	se	deteriora,	como	es	el	caso	de	la	enfermedad	de	Parkinson).	El	otro	canal	es	el	sistema	nervioso	autónomo,	que	regula	todas	nuestras	glándulas	y	trabaja	junto	con
nuestras	emociones.	No	tenemos	un	control	directo	del	funcionamiento	de	nuestras	glándulas	por	medio	de	nuestra	voluntad.	De	la	misma	manera,	no	tenemos	un	control	volitivo	directo	de	nuestras	emociones,	entre	ellas	el	sentimiento	de	enojo.	Nuestra	voluntad	no	puede	hacer	que	nos	caiga	bien	una	persona	por	la	que	sentimos	animadversión.
Podemos	tomar	la	decisión	de	ser	amables	con	esa	persona,	aunque	no	nos	caiga	bien,	pero	no	nos	podemos	decir	que	dejemos	de	sentir	animadversión	hacia	ella,	porque	no	nos	es	posible	manejar	así	nuestras	emociones.	Sin	embargo,	cuando	reconocemos	que	estamos	enojados,	podemos	controlar	la	forma	en	que	vamos	a	expresar	esa	ira.	
Podemos	mantener	nuestra	conducta	dentro	de	ciertos	límites,	porque	eso	es	algo	sobre	lo	cual	nuestra	voluntad	tiene	control.	Y	ciertamente	tenemos	control	sobre	lo	que	pensamos	y	creemos,	y	eso	es	lo	que	controla	lo	que	hacemos	y	la	forma	en	que	nos	sentimos.	Control	de	lo	que	pensamos	Podemos	hacer	algo	parecido	cuando	hablamos	con	una
persona	enojada.	Si	le	decimos	que	no	debería	estar	enojada,	produciremos	en	ella	sensación	de	culpa,	haremos	que	tome	una	posición	defensiva	(racionalización)	o	lograremos	que	reaccione	con	violencia	contra	nosotros.	Pero	sí	podemos	animarla	a	dominar	su	conducta.	Por	ejemplo,	le	podemos	decir:	«Sé	que	estás	enojado	en	estos	momentos,	pero
no	tienes	por	qué	tomarla	con	otras	personas,	ni	tampoco	contra	ti.	¿Por	qué	no	sales	un	momento?	Cuando	te	hayas	calmado,	regresa	y	hablamos».	Sin	embargo,	tendrías	más	éxito	si	le	dijeras	que	dejara	de	enojarse	al	igual	que	ella	si	tratara	de	mantener	funcionando	su	sistema	nervioso	autónomo.	Es	importante	que	comprendamos	que	lo	que	está
causando	este	tipo	de	respuesta	del	sistema	nervioso	autónomo	no	es	el	cerebro,	ni	tampoco	es	el	cerebro	el	que	está	causando	que	nos	sintamos	airados.	Es	la	mente,	y	la	forma	en	que	ha	sido	programada.	Tampoco	son	las	circunstancias	de	la	vida	ni	las	demás	personas	las	que	nos	hacen	enojar.	La	forma	en	que	percibimos	a	esas	personas	y	esos
sucesos,	y	cómo	los	interpretamos,	es	lo	que	determina	si	vamos	a	perder	la	compostura	o	no.	Y	esa	es	una	función	de	nuestra	mente,	y	de	la	forma	en	que	está	programada.	Apliquemoseste	razonamiento	al	problema	del	estrés.	Cuando	las	presiones	de	la	vida	comienzan	a	aumentar,	nuestro	cuerpo	trata	de	adaptarse.	Nuestras	glándulas
suprarrenales	lanzan	hormonas	al	torrente	sanguíneo	que	nos	capacitan	para	estar	a	la	altura	del	problema.	Si	la	presión	persiste	demasiado,	el	estrés	se	convierte	en	desasosiego,	el	sistema	deja	de	funcionar	bien	y	nos	enfermamos.	Pero,	¿por	qué	algunas	personas	reaccionan	de	manera	positiva	ante	el	estrés	y	otras	se	enferman?	
¿Será	que	algunas	tienen	mejores	glándulas	suprarrenales	que	las	demás?	Es	cierto	que	hay	quienes	son	físicamente	capaces	de	manejar	las	cosas	mejor	que	otros,	pero	esa	no	es	la	diferencia	primordial.	La	diferencia	se	encuentra	en	la	mente	y	no	en	el	cuerpo.	Las	creencias	y	la	ira	Supongamos	que	los	dos	socios	de	un	negocio	encuentran	un
contratiempo.	Acaban	de	perder	un	contrato	que	pensaban	que	los	llevaría	a	un	nuevo	nivel	de	prosperidad.	Uno	de	los	socios,	que	no	es	creyente,	ve	esto	como	una	crisis	financiera.	Esperaba	que	aquel	nuevo	contrato	lo	hiciera	triunfar	en	la	vida,	y	se	convirtieran	en	realidad	muchas	de	sus	metas.	Pero	sus	sueños	quedaron	hechos	añicos.	Reacciona
con	ira	ante	todos	los	que	tratan	de	consolarlo,	y	llama	a	su	abogado,	para	ver	si	puede	iniciar	un	litigio	contra	la	compañía	que	rompió	con	el	contrato.	El	otro	socio	es	cristiano,	y	cree	que	el	verdadero	éxito	en	la	vida	consiste	en	convertirse	en	la	persona	que	Dios	quería	que	fuera	cuando	lo	creó.	Tiene	fe	en	que	Dios	le	suplirá	todo	lo	que	necesite.
Por	tanto,	esta	pérdida	produce	en	él	un	impacto	muy	pequeño.	Experimenta	algo	de	desilusión,	pero	no	se	enoja	porque	ve	ese	contratiempo	temporal	como	una	oportunidad	de	confiar	en	Dios.	Uno	de	los	dos	socios	se	encuentra	estresado	y	furioso,	mientras	que	el	otro	está	experimentando	muy	poco	estrés	y	muy	poca	ira.	¿Puede	tener	la	fe	en	Dios
esa	clase	de	efecto	en	nosotros?	Claro	que	sí,	porque	en	nuestro	ejemplo,	la	diferencia	se	encuentra	en	los	sistemas	de	creencias	de	los	dos	socios,	y	no	en	su	capacidad	física.	En	la	literatura	sapiencial	leemos:	«Cual	es	su	pensamiento	en	su	corazón,	tal	es	él»	(Proverbios	23:7).	La	forma	en	que	nos	comportamos	brota	del	depósito	de	lo	que	creemos.
¿En	qué	piensas?	La	ira	no	se	produce	en	un	vacío.	Como	todas	nuestras	emociones,	es	ante	todo	un	producto	de	nuestra	vida	mental.	Supongamos	que	andas	de	compras	un	día,	y	alguien	te	tumba	de	repente	y	te	cae	encima.	No	tienes	la	menor	idea	de	por	qué	lo	ha	hecho.	Si	lo	primero	que	piensas	es	que	esa	persona	es	descuidada	o	abusiva,	lo	más
probable	es	que	te	enojes.	Tu	sistema	nervioso	responderá	de	inmediato,	y	capacitará	a	tu	cuerpo	para	que	reacciones	huyendo	o	peleando.	
Si	tus	sentidos	externos	te	indican	que	esa	persona	es	un	ladrón	armado,	el	chorro	de	adrenalina	que	recibirás	en	tu	torrente	sanguíneo	de	inmediato	te	preparará	para	que	huyas	o	te	protejas.	Si	tus	sentidos	externos	captan	que	solo	se	trata	de	unos	chiquillos	que	estaban	jugando	sin	que	nadie	los	supervisara,	te	sentirás	inclinado	a	sacártelos	de
encima,	sacudirte	el	polvo	y	regañarlos	por	ser	tan	descuidados.	Cualquiera	que	sea	el	caso,	tu	ira	es	una	respuesta	natural	a	la	forma	en	que	tu	mente	interpreta	los	datos	que	recogen	tus	cinco	sentidos.	Supongamos	que	tu	pensamiento	inicial	se	dirige	a	la	otra	persona,	y	no	a	ti	mismo.	Tal	vez	te	preguntes	qué	le	ha	sucedido	que	te	ha	caído	encima.
Es	posible	que	te	sientas	enojado,	o	al	menos	sorprendido,	hasta	que	tus	sentidos	externos	te	den	datos	nuevos	importantes.	Entonces	te	das	cuenta	de	que	esa	persona	está	en	problemas,	y	tu	enojo	se	convierte	enseguida	en	compasión,	y	esto	causa	que	grites	por	ayuda.	Pero	al	examinar	las	cosas	con	mayor	detenimiento,	te	das	cuenta	de	que	esa
persona	está	borracha,	y	ha	quedado	inconsciente.	Ahora	te	sientes	enojado,	y	te	sacas	de	encima	a	la	persona	con	unas	fuerzas	que	no	sabías	que	tenías.	Por	tanto,	la	forma	en	que	sientes	depende	de	los	datos	que	recibes	y	la	forma	en	que	tu	mente	los	interpreta.	Los	sentimientos	se	ajustan	a	las	creencias	Esto	trae	a	colación	otro	concepto
importante.	Si	lo	que	creemos	no	está	de	acuerdo	con	la	verdad,	lo	que	sentimos	tampoco	va	a	estar	de	acuerdo	con	la	realidad.	
Supongamos	que	un	hombre,	en	su	enojo,	abre	de	golpe	la	puerta	de	la	oficina	de	su	jefe	y	le	dice:	«¡Le	exijo	que	me	diga	por	qué!».	Su	jefe,	sorprendido,	no	puede	comprender	por	qué	se	siente	enojado.	Sin	que	él	lo	sepa,	ha	estado	circulando	un	rumor	según	el	cual	va	a	haber	que	anular	algunos	ascensos	recientes,	y	el	hombre	dio	por	sentado	que
el	suyo	sería	uno	de	ellos.	
Los	rumores	eran	totalmente	falsos,	pero	el	empleado	estaba	furioso	porque	creía	que	eran	ciertos.	Cuando	el	jefe	logró	que	se	calmara,	pudo	convencer	al	empleado	descontento	que	no	había	sucedido	tal	cosa.	El	hombre	dejó	de	estar	enojado	con	su	jefe,	pero	es	muy	posible	que	se	sintiera	algo	enojado	consigo	mismo…	y	con	la	gente	que	hizo
circular	el	rumor.	No	son	los	sucesos	mismos	los	que	inician	nuestras	respuestas	fisiológicas.	Tampoco	son	las	glándulas	suprarrenales	las	que	dan	inicio	a	la	liberación	de	la	adrenalina.	Lo	que	sucede	es	que	nuestros	cinco	sentidos	recogen	los	sucesos	externos,	y	los	envían	en	forma	de	señal	a	nuestro	cerebro.	Entonces	la	mente	interpreta	esos
datos	y	toma	decisiones,	y	eso	es	lo	que	determina	la	señal	que	va	desde	el	cerebro	y	el	sistema	nervioso	central	hasta	el	sistema	nervioso	periférico.	El	cerebro	no	puede	funcionar	sino	en	la	forma	en	que	lo	programe	la	mente.	Por	eso	la	renovación	de	nuestra	mente	nos	transforma	(Romanos	12:2).	Prográmate	para	una	renovación	La	forma	en	que
está	programada	nuestra	mente	se	nota	en	nuestro	sistema	de	creencias,	el	cual	es	reflejo	de	nuestros	valores	y	nuestras	actitudes	ante	la	vida.	Veamos	de	nuevo	a	Julio,	el	vendedor	estrella.	Él	tenía	ciertas	creencias	acerca	de	sí	mismo,	de	la	vida	y	de	las	cosas	que	valoraba.	
Es	muy	probable	que	sintiera	que	su	valor	como	persona	se	hallaba	atado	mayormente	a	su	carrera.	Creía	que	tendría	éxito	si	le	iba	bien	en	el	trabajo	y	que	fracasaría	si	no	le	iba	bien.	También	tenía	creencias	con	respecto	a	sí	mismo:	era	vendedor	y	de	los	buenos.	Pero	además	era	padre,	y	sostenía	ciertos	valores	cristianos	en	cuanto	a	lo	que	es	ser
un	buen	padre.	Aquella	tarde	no	quería	retractarse	de	lo	prometido	y	perderse	el	juego	de	su	hijo.	Pero	tampoco	quería	perder	un	par	de	llamadas	tardías	que	pudieran	afectar	sus	ventas.	¿Qué	era	primero,	vendedor	o	padre?	Julio	tomó	aquella	tarde	unas	decisiones	que	tuvieron	un	profundo	efecto	sobre	la	forma	en	que	se	sintió.	Habría	podido
escribir	la	hora	del	juego	de	su	hijo	en	su	calendario,	y	darle	la	misma	importancia	que	daba	a	sus	citas	de	negocios.	Entonces	habría	podido	salir	más	temprano	y	evitar	todo	aquel	exceso	de	tránsito.	Su	secretaria	solo	habría	tenido	que	decirles	a	quienes	lo	llamaran	que	tenía	una	cita	importante	a	la	que	no	podía	faltar,	pero	que	procuraría	hablar
con	ellos	al	día	siguiente.	En	realidad,	no	era	el	atasco	del	tránsito	lo	que	lo	había	enojado,	sino	el	efecto	acumulado	de	las	decisiones	equivocadas	que	había	tomado	aquel	día.	Cuando	yo	asistí	a	mi	primera	clase	para	el	doctorado	hace	ya	años,	era	el	único	que	profesaba	ser	cristiano	entre	todos	los	que	se	matricularon.	La	instructora	había	sido
monja	y	le	encantaba	hacer	galas	de	su	liberación	con	respecto	a	la	iglesia.	Creo	que	sentía	un	deleite	especial	por	el	hecho	de	tener	en	su	clase	a	un	«reverendo»	al	que	pudiera	poner	en	apuros	de	vez	en	cuando.	Vi	esto	como	un	desafío	a	mi	fe,	y	me	sentí	encantado	de	aceptarlo.	Cuando	se	acercaba	el	final	del	semestre,	se	nos	pidió	que	le
habláramos	a	la	clase	de	nuestros	ensayos	de	fin	de	curso.	Yo	dije	que	estaba	haciendo	un	ensayo	acerca	de	la	manera	de	manejar	el	enojo.	Otra	estudiante	de	doctorado	protestó:	«Usted	no	puede	hacer	un	ensayo	sobre	el	manejo	del	enojo».	Le	pregunté:	«¿Por	qué	no?».	«Porque	usted	nunca	se	enoja».	
Al	parecer,	ella	habría	respondido	de	manera	airada	a	algunas	de	las	saetas	que	se	me	lanzaban	enclase.	No	podía	creer	que	yo	fuera	a	escoger	el	enojo	como	tema	del	ensayo,	y	me	lo	recordó	varias	veces.	Le	aseguré	que	hay	ocasiones	en	que	yo	también	me	enojo.	Nuestras	diferencias	se	aclararon	más	cuando	llegó	el	final	del	semestre.	Ella	y	su
hermano,	que	también	asistía	a	esa	clase,	eran	miembros	de	una	secta.	Y	las	diferencias	entre	nuestros	sistemas	de	creencias	se	fueron	haciendo	cada	vez	más	evidentes	a	medida	que	ellos	eran	probados	por	fuego.	Lo	que	creemos	sí	afecta	a	la	forma	en	que	reaccionamos	ante	las	circunstancias	de	la	vida.	
Si	nuestra	identidad	y	nuestra	seguridad	se	centran	en	nuestra	relación	eterna	con	Dios,	las	cosas	de	la	vida,	que	son	temporales,	van	a	causar	en	nosotros	un	impacto	mucho	menor.	A	medida	que	seamos	conformados	a	la	imagen	de	Dios,	nos	iremos	convirtiendo	en	un	poco	menos	tipo	A,	y	un	poco	más	como	Jesús.	Si	es	ese	tu	deseo,	te	invito	a
unirte	a	nosotros	en	oración	con	respecto	a	esto.	Padre	celestial,	te	agradezco	que	me	hayas	hecho	de	manera	formidable,	maravillosa.	Es	asombroso	que	hayas	hecho	que	mi	espíritu,	mi	alma	y	mi	cuerpo	estén	tan	entretejidos	e	interconectados.	Pero	esa	verdad	me	presenta	también	una	grave	advertencia.	Puedo	ver	cómo	mis	percepciones	correctas
o	incorrectas	de	la	realidad	han	afectado	negativamente	mis	emociones.	Y	cómo	perder	los	estribos	me	hace	daño	físico	a	mí	y	daña	emocionalmente	a	otras	personas.	
Solo	tú,	Señor	Jesús,	dándome	tu	vida	por	medio	de	mi	espíritu,	puedes	vencer	esta	lucha	que	llevo	por	dentro.	Pero	quiero	que	tú	ganes,	para	poder	asemejarme	más	a	ti.	Esto	lo	pido	en	tu	nombre,	Jesús.	
Amén.	2	Metas	y	anhelos	No	te	enojes	porque	no	puedes	hacer	a	los	demás	como	tú	quisieras	que	ellos	fueran,	puesto	que	tampoco	te	puedes	hacer	a	ti	mismo	como	tú	quisieras	ser.	
Tomás	de	Kempis	Era	una	noche	apacible,	y	en	la	casa	de	los	Miller	había	llegado	la	hora	de	la	cena.	Como	de	costumbre,	mi	esposa	Shirley	había	preparado	todo	un	banquete.	Yo	estaba	listo	para	relajarme,	disfrutar	de	la	cena	y	tal	vez	impartirle	algunos	pensamientos	profundos	a	mi	familia.	Pero	de	repente,	el	llanto	de	mi	hijo	Brian,	que	entonces
solo	tenía	un	año	de	edad,	y	se	sentía	cansado	y	enojado,	destrozó	la	idílica	atmósfera	hogareña.	Molesto	por	el	momento	tan	inoportuno	en	que	había	comenzado	a	llorar,	me	fui	donde	Brian	estaba	sentado,	lo	levanté	de	mala	manera,	y	le	grité	un	«¡No!»	en	su	misma	cara.	No	solo	se	puso	incómodo,	sino	también	asustado,	y	comenzó	a	llorar	más	alto
todavía.	Y	yo	me	puse	más	enojado	todavía.	Echando	chispas,	lo	volví	a	poner	donde	estaba,	y	me	marché	enojado	a	la	mesa	para	comenzar	a	cenar.	Después	de	un	instante,	observé	que	Shirley	no	estaba	comiendo.	Claro,	¿cómo	iba	a	comer	sabiendo	que	Brian	se	sentía	tan	mal?	Caminó	hasta	el	lugar	de	la	sala	donde	él	estaba	sentado,	lo	tranquilizó
con	delicadeza	y	lo	trajo	con	ella	a	la	cocina	para	la	cena.	Aquella	comida	terminó	sin	ningún	otro	incidente.	Alrededor	de	una	hora	más	tarde,	yo	estaba	relajado	en	el	sofá	frente	al	televisor,	y	nuestra	hija	Michelle	(que	entonces	tenía	tres	años)	entró	a	la	habitación.	Yo	apenas	la	vi	con	el	rabillo	del	ojo,	porque	estaba	muy	absorto	con	la	televisión.	—
Papi,	no	te	debes	enojar	así	con	Brian	—me	dijo	con	firmeza.	Básicamente	tratando	de	ignorarla,	murmuré	algo	así:	—Sí,	mi	amor.	Es	cierto.	Está	bien.	
Claro,	los	que	tienen	hijas	saben	que	no	hay	ningún	ser	creado	sobre	la	tierra	que	pueda	ser	al	mismo	tiempo	tan	dulce	y	tan	mandón	como	una	niñita	de	tres	años.	Michelle	no	pensaba	darse	por	vencida.	—¡Papi!	¡No	te	debes	enojar	así	con	Brian!	Su	tono	de	voz	era	más	insistente,	y	captó	mi	atención…	y	también	la	captó	el	Espíritu	de	Dios.
Sintiendo	convicción	por	mi	pecado	de	ira,	le	dije:	—Tienes	toda	la	razón,	cariño.	Papi	hizo	mal.	No	me	debo	enojar	así	con	Brian.	Voy	a	tratar	de	no	volverlo	a	hacer.	¿Está	bien?	Satisfecha	por	haber	aclarado	las	cosas,	asintió	para	indicar	su	aprobación,	y	me	dijo:	—¡Está	bien!	—y	se	marchó	con	aires	de	triunfo.	Una	mirada	a	mi	enojo	Pero	el	Señor
solo	estaba	comenzando	a	obrar	en	mí.	Movido	por	el	dolor	que	sentía	al	haber	sido	tan	pesado	con	Brian,	oré:	«Señor,	¿por	qué	me	enojé	tanto	con	Brian?».	
Todo	lo	que	yo	había	querido	era	una	agradable	y	tranquila	cena	en	la	que	todos	mis	hijos	se	comportaran	bien,	como	es	debido.	
Pero	Brian	no	cooperó,	y	me	enojé	cuando	aquella	noche	las	cosas	no	salieron	como	yo	quería.	El	Señor	me	recordó	que	el	fruto	del	Espíritu	es	dominio	propio,	no	dominio	del	cónyuge	ni	del	hijo.	Al	tratar	de	controlar	airadamente	a	otros	para	lograr	mis	propósitos,	o	satisfacer	mi	deseo	de	estar	tranquilo,	no	había	actuado	en	amor.	Eso	no	era	todo	lo
que	el	Señor	me	quería	decir.	Así	que	le	pregunté	en	oración:	¿Por	qué	me	puse	más	enojado	todavía	cuando	le	dije	aquel	«¡No!»	a	Brian,	y	lo	que	logré	fue	que	comenzara	a	llorar	más	alto	todavía?	Entonces	el	Señor	puso	convicción	en	mí	con	respecto	a	la	falsa	creencia	de	que	yo	podía	persuadir	a	cualquiera	sobre	mi	punto	de	vista	y	lograr	que
hiciera	lo	que	a	mí	me	parecía	correcto.	Eso	no	solo	es	arrogante,	sino	que	es	inútil	también,	en	especial	con	un	niño	de	un	año	que	no	razona	todavía,	y	que	está	gritando.	Me	sentí	humillado,	confesé	mi	pecado	y	rechacé	verbalmente	mis	falsas	creencias	y	la	consiguiente	ira.	Yo	había	creído	que	mi	éxito	como	padre,	y	mi	sentido	de	valor	como
persona	dependían	de	otros	a	los	que	no	tenía	el	derecho	ni	la	capacidad	de	controlar.	
Según	Jesús,	el	gozo	de	vivir	no	depende	de	que	nos	salgamos	con	la	nuestra,	sino	de	que	hagamos	la	voluntad	de	nuestro	Padre	celestial:	«Si	guardareis	mis	mandamientos,	permaneceréis	en	mi	amor;	así	como	yo	he	guardado	los	mandamientos	de	mi	Padre,	y	permanezco	en	su	amor.	Estas	cosas	os	he	hablado,	para	que	mi	gozo	esté	en	vosotros,	y
vuestro	gozo	sea	cumplido»	(Juan	15:10-11).	Definamos	la	ira	Todos	podemos	recordar	momentos	en	los	cuales	reaccionamos	de	una	manera	pobre	ante	las	situaciones	de	la	vida,	y	sucumbimos	ante	la	ira.	Hemos	visto	que	nuestra	personalidad	y	nuestro	temperamento	tienen	algo	que	ver	con	nuestra	manera	de	reaccionar.	Hay	personas	que	tienden
a	ser	más	relacionales,	y	son	más	calmadas	por	naturaleza.	Otras	tienen	una	orientación	mayor	hacia	las	tareas,	y	a	ser	más	motivadas.	La	mayoría	de	nosotros	nos	hallamos	en	algún	punto	entre	ambos	extremos.	Según	el	Dr.	J.	R.	Averill,	el	noventa	por	ciento	de	las	personas	reprimen	su	ira	en	su	interior,	al	mismo	tiempo	que	reaccionan
exteriormente	de	una	manera	pasiva	y	sumisa1.	Esta	«mayoría	silenciosa»	en	realidad	es	la	que	acumula	más	la	ira,	pero	hace	poco	al	respecto2.	Ahora	bien,	la	expresión	de	la	ira	no	está	relacionada	solo	con	nuestro	temperamento,	sino	que	también	está	relacionada	con	lo	que	creemos	en	el	momento	mismo	en	que	reaccionamos	ante	los	demás,	y
ante	las	situaciones	de	la	vida.	Según	la	Baker	Encyclopedia	of	Psychology,	la	ira	es:	una	intensa	reacción	emocional,	expresada	a	veces	de	manera	directa	en	una	conducta	abierta	y	a	veces	permanece	como	un	sentimiento	que	queda	mayormente	sin	expresar…	Estar	enojado	es	estar	emocionalmente	listo	para	agredir3.	El	diccionario	Webster’s	New
World	presenta	esta	definición	de	la	ira:	Sentimiento	que	puede	resultar	de	una	lesión,	un	maltrato,	una	oposición,	etc.;	por	lo	general	se	manifiesta	en	las	ganas	de	golpear	algo	o	alguien;	furia,	indignación,	rabia,	cólera.	Las	dos	palabras	griegas	del	Nuevo	Testamento	que	se	traducen	con	mayor	frecuencia	como	«ira»	y	como	«enojo»	son	orge	y
thumos.	El	Vine	Diccionario	Expositivo	del	Antiguo	y	del	Nuevo	Testamento	da	una	explicación	sobre	la	diferencia	entre	estas	dos	palabras:	Thumos,	ira,	enojo.	Se	tiene	que	distinguir	de	orge	en	que	thumos	indica	una	condición	más	agitada	de	los	sentimientos,	una	explosión	de	ira	debida	a	la	indignación	interna;	en	tanto	que	orge	sugiere	una
condición	mas	fija	o	permanente	de	la	mente,	frecuentemente	con	vistas	a	tomar	venganza.	Orge	es	menos	súbita	en	su	aparición	que	thumos,	pero	más	duradera	en	su	naturaleza.[…]	Thumos	puede	que	llegue	a	la	venganza,	aunqueno	necesariamente	la	incluya.	
Su	característica	es	que	se	inflama	súbitamente	y	que	se	apaga	pronto,	aunque	ello	no	suceda	en	cada	caso4.	En	el	Nuevo	Testamento,	la	palabra	griega	thumos	aparece	dieciocho	veces;	siete	de	ellas	en	el	Apocalipsis,	para	referirse	a	la	ira	de	Dios.	En	todas	las	demás	ocasiones	en	que	se	usa	thumos	en	el	Nuevo	Testamento	se	usa	en	sentido	malo5.
De	hecho,	el	thumos,	traducido	en	diversas	versiones	como	«explosiones	de	ira»,	«arranques	de	cólera»	o	«ataques	de	furia»,	es	una	de	las	obras	de	la	carne	que	se	mencionan	en	Gálatas	5:20.	El	apóstol	Pablo	nos	advierte	en	Efesios	4:31:	«Quítense	de	vosotros	toda	amargura,	enojo	[thumos],	ira	[orge]».	Aunque	la	ira	sea	una	emoción	humana
natural,	está	claro	que	los	que	hemos	creído	en	Cristo	no	tenemos	razón	alguna	para	albergar	una	ira	carnal	en	el	corazón.	De	no	ser	así,	¿por	qué	habló	Pablo	con	tanta	firmeza	de	la	necesidad	que	tenemos	de	librarnos	de	toda	forma	de	ira?	¿Qué	nos	hace	airarnos?	¿Y	qué	es	lo	que	hace	que	nos	enojemos?	Hay	quienes	se	enojan	porque	ven	las
injusticias	de	la	vida.	Esta	indignación	es	justificada,	y	es	similar	a	la	ira	de	Dios	que	las	Escrituras	mencionan	más	veces	que	la	ira	de	la	humanidad.	La	ira	santa	se	convierte	en	una	poderosa	fuerza	motivadora	para	corregir	las	injusticias	sociales.	Hay	también	quienes	se	enojan	porque	la	vida	no	les	va	como	querrían	que	fuera,	y	no	están	logrando	lo
que	desean.	Esto	revela	esquemas	carnales,	mecanismos	de	defensa,	o	fortalezas	mentales	y	espirituales	que	son	consecuencias	de	una	vida	independiente	de	Dios	dentro	de	un	mundo	caído.	(Explicaremos	estas	cosas	con	mayor	detalle	en	los	capítulos	4	y	5).	Esta	clase	de	ira	se	ha	convertido	en	parte	permanente	del	carácter	de	esas	personas,	y	sale
a	la	superficie	a	la	menor	provocación.	Esto	es	cierto	sobre	todo	en	quienes	se	hallan	atrapados	en	la	esclavitud	de	la	ira.	En	esas	personas,	la	ira	es	la	manifestación	de	problemas	más	profundos	que	nunca	se	han	resuelto	en	Cristo.	Entre	ellos	están	el	rechazo,	la	culpa,	la	vergüenza,	el	temor,	el	bochorno,	la	confusión,	la	frustración,	la	humillación,	el
fracaso,	la	sensación	de	estar	atrapado,	o	de	ser	usado,	controlado,	traicionado	o	malentendido.	
Los	estados	físicos	como	el	dolor	agudo	o	crónico,	la	fatiga	y	las	enfermedades	nos	dejan	emocionalmente	exhaustos,	y	con	menor	capacidad	para	controlar	la	ira.	Muchas	veces	las	personas	que	sufren	tratan	de	medicarse	ellas	mismas.	El	mal	uso	de	las	bebidas	alcohólicas,	las	drogas	recetadas	y	las	drogas	ilegales	para	tratar	de	embotar	los
sufrimientos	de	la	vida	se	ha	vuelto	endémico.	Pero	con	demasiada	frecuencia	estas	cosas	abren	una	verdadera	caja	de	Pandora	de	emociones	imprevisibles	e	iras	violentas.	Una	de	las	características	del	alma	humana	es	la	de	tratar	de	librarse	del	dolor.	Si	me	siento	airado	porque	me	veo	atrapado	o	controlado	en	mis	relaciones	con	alguien,	voy	a
expresar	esa	ira	en	algún	lugar	y	de	alguna	forma.	Tal	vez	la	dirija	a	la	persona	que	me	controla,	a	una	persona	inocente	que	no	tiene	nada	que	ver,	o	incluso	a	mí	mismo.	Si	estoy	luchando	con	la	ira	por	la	culpa	que	siento,	y	no	estoy	dispuesto	a	llevar	esa	culpa	a	la	cruz,	soy	un	candidato	de	primera	para	culpar	con	ira	a	los	demás.	
La	ira	sin	resolver	siempre	halla	una	víctima:	«El	hombre	iracundo	levanta	contiendas,	y	el	furioso	muchas	veces	peca»	(Proverbios	29:22).	Las	raíces	de	la	ira	en	la	niñez	Hay	quien	ha	dicho	que	los	niños	son	los	mejores	observadores	del	mundo,	pero	los	peores	intérpretes	del	mundo.	Por	consiguiente,	son	los	más	propensos	a	recoger	y	guardar	en	su
memoria	la	ira	de	sus	padres	(los	cuales	es	muy	probable	que	hicieran	lo	mismo	cuando	eran	niños).	El	fruto	de	la	ira	de	los	padres	contiene	semillas	de	rechazo	que	muchas	veces	quedan	sembradas	en	los	hijos	durante	sus	primeros	años	de	vida.	Y	muchos	hijos	no	esperan	a	ser	adultos	para	expresar	su	ira.	Son	demasiados	los	casos	en	que	se
siembran	más	semillas	amargas	de	rechazo	a	lo	largo	de	la	adolescencia	hasta	que	el	joven	queda	abrumado	ante	un	mundo	que	es	hostil	y	cruel.	En	días	recientes	hemos	visto	cómo	esas	semillas	de	ira	producen	un	fruto	mortal	y	trágico	al	estallar	la	violencia	en	los	adolescentes.	Para	un	niño,	su	«mundo»	consiste	primordialmente	en	su	hogar.	Los
que	crecen	en	un	ambiente	donde	se	les	alimenta	con	una	dieta	continua	de	rechazo	abierto,	el	mensaje	es	vivo	y	claro:	No	vales	nada,	no	sirves	para	nada,	eres	un	estúpido	sin	esperanza,	sucio	e	indeseado.	No	los	aman,	y	ellos	lo	saben.	Ese	rechazo	produce	una	ira	profundamente	asentada	en	su	interior,	o	una	fuerte	furia	en	el	corazón	del	niño
rechazado.	Pero	el	rechazo	también	puede	ser	encubierto,	escondido	detrás	de	las	paredes	de	un	ambiente	familiar	con	las	apariencias	de	ser	saludable.	Bill	Gillham,	en	su	libro	Lifetime	Guarantee,	explica	la	diferencia	entre	el	rechazo	abierto	y	el	encubierto:	En	el	caso	de	la	persona	que	es	abiertamente	rechazada,	todas	las	cartas	están	sobre	la
mesa,	y	cuando	llegan	los	años	de	la	adolescencia,	la	mayoría	de	los	hijos	ven	muy	bien	que	se	les	está	rechazando.	En	cambio,	en	el	caso	del	rechazo	encubierto,	la	mayor	parte	de	los	niños	nunca	llegan	a	discernir	lo	que	les	está	sucediendo.	El	rechazo	va	penetrando	en	su	personalidad	como	una	neblina	que	se	va	formando	con	lentitud	sin	que	la
puedan	identificar,	y	mucho	menos	describir	a	otra	persona.	Sin	embargo,	los	resultados	emocionales	son	los	mismos	en	ambas	formas	de	rechazo,	así	que	es	posible	que	el	que	es	rechazado	de	manera	solapada	diga:	«Siento	como	que	nadie	me	quiere»,	mientras	que	el	jovencito	rechazado	de	manera	abierta	diría:	«Sé	que	nadie	me	quiere»6.	Gillham
pasa	después	a	explicar	las	numerosas	formas	en	que	se	puede	presentar	el	rechazo	encubierto.	Una	de	ellas	es	el	perfeccionismo:	los	padres	imponen	a	sus	hijos	las	mismas	expectativas	irreales	que	han	tenido	acerca	de	ellos	mismos.	Los	chicos	que	se	ven	atrapados	en	este	sistema	aprenden	que	nunca	son	suficientemente	buenos.	Cuando	alguien
ignora	a	sus	hijos	y	no	pasa	momentos	con	ellos,	les	está	enviando	el	mensaje	de	que	valen	menos	que	las	demás	personas	y	que	las	cosas.	No	es	de	extrañarse	que	lleguen	a	considerarse	inútiles.	Cuando	se	compara	de	manera	desfavorable	a	un	hijo	con	otra	persona,	o	se	le	pone	en	ridículo,	este	puede	pensar	que	no	es	digno	de	que	lo	quieran,	que
es	una	persona	inaceptable	y	que	no	vale	nada.	Si	no	llega	hasta	él	la	gracia	de	Dios,	esas	etiquetas	pegadas	al	alma	lo	pueden	dejar	marcado	para	el	resto	de	su	vida.	El	exceso	de	indulgencia	puede	hacer	que	cuando	crezcan	se	sientan	enojados	con	un	mundo	que	no	dobla	la	rodilla	ante	sus	exigencias.	La	protección	excesiva	puede	estar
comunicándoles	que	son	personas	débiles,	que	no	están	preparados	para	enfrentarse	al	mundo.	Con	todo,	es	probable	que	la	fuente	más	frecuente	del	rechazo	encubierto	sea	la	aceptación	basada	en	la	actuación	del	niño.	Se	trata	de	una	aceptación	que	depende	de	otras	cosas.	Es	un	amor	condicional	que	se	expresa	de	formas	como	estas:	«Te
amaremos	cuando…»	o	«Te	amaremos	si…».	Es	la	fuerza	que	motiva	a	muchas	personas	que	se	esfuerzan.	
Es	el	ceño	fruncido	de	la	madre	que	ve	los	notables	e	ignora	los	sobresalientes	en	las	calificaciones	de	su	hijo.	Es	la	palmada	llena	de	orgullo	que	le	da	en	la	espalda	el	padre	cuando	anota	un	tanto	en	un	juego,	y	la	mirada	de	disgusto	que	pone	cuando	comete	un	error.	
Es	el	gozo	que	se	nota	en	los	ojos	de	unos	padres	cuando	el	hijo	anuncia	que	ha	decidido	estudiar	medicina,	y	la	falta	de	aprobación	que	expresan	cuando	decide	dedicarse	a	la	música7.	Cualquiera	que	sea	la	forma	en	que	se	exprese,	la	aceptación	basada	en	el	desempeño	no	es	aceptación.	Es	un	rechazo,	y	como	todos	los	rechazos,	puede	causar	que
un	hijo	sienta	ira,	y	le	parezca	que	no	vale,	que	nadie	lo	quiere.	Como	reacción,	algunos	lucharán	por	ganarse	la	aceptación	de	los	demás	y	demostrar	que	valen	mucho.	Se	sienten	impulsados	a	combatir	su	situación	hasta	derrotarla,	y	en	el	proceso	es	frecuente	que	se	conviertan	en	verdaderos	tiranos.	Otros

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