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J.-D. Nasio (comp.) Introducción a las obras de: FREUD • FERENCZI GRODDECK • KLEIN Grupo: Psicología Subgrupo: Psicoanálisis Lacaniano Editorial Gedisa ofrece los siguientes títulos sobre PSICOANALISIS LACANIANO pertenecientes a sus diferentes colecciones y series (Grupo “Psicología”) Juan David Nasio (comp.) Grandes Psicoanalistas, vol I. Introducción a las obras de Freud, Ferenczi, Groddeck y Ai. Klein Jo£l Dor Introducción a la lectura de Locan. 2. La estructura del sujeto Dominique y Psicoanálisis. Una cita con Gérard Miller el síntoma Juan David Nasio Cinco lecciones sobre ¡a teoría de Jacques Locan Juan David Nasio La mirada en psicoanálisis Octave Mannoni Un intenso y permanente asombro Juan David Nasio Enseñanza de 7 conceptos cruciales del psicoanálisis Odile Bernard-Desoria El caso Pelo de Zanahoria Joél Dor Estructura y perversiones F. Dolto y El niño del espejo- El trabajo Juan David Nasio psicoterapéutico Marc Augé y otros El objeto en psicoanálisis Maud Mannoni Un saber que no se sabe JofcL Dor Introducción a la lectura de Lacan, voL I. El inconsciente estructurado como lenguaje (sigue en póg. 237) GRANDES PSICOANALISTAS J.-D. Nasio Compilador VOLUMEN I Introducción a las obras de S. FREUD S. FERENCZI G. GRODDECK M. KLEIN Obra colectiva, con las contribuciones de J.-D. Nasio, L. Le Vaguerése, B. This y M.-C. Thomas Titulo del original en francés: Introduction awc oeuvres de Freud • Ferenczl • Groddecfc • Klein. Publicado por Éditlons Payot & Rivages © 1994 Éditlons Payot & Rivages Traducción: Viviana Ackerman Revisión técnica: Margarita N. Mlzrqjl 1“ edición, febrero de 1996. Barcelona Derechos para todas las ediciones en castellano © by Editorial Gedlsa S.A. Muntaner 460, entlo., 1* Tel. 201 60 00 08006 - Barcelona. Esparta ISBN: 84-7432-592-7 (O.C.) ISBN: 84-7432-587-0 (T. I) Depósito legal: B-48068-2005 (I) E.U. Impreso en Publidisa Queda prohibida la reproducción total o pardal por cualquier medio de Impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma. Nota liminar * Introducción a la obra de FREUD Extractos de la obra de S. Freud Biografía de Sigmund Freud Selección bibliográfica * Introducción a la obra de FERENCZI Extractos de la obra de S. Ferenczi Biografía de Sándor Ferenczi Selección bibliográfica * Introducción a la obra de GRODDECK Extractos de la obra de G. Groddeck Biografía de Georg Groddeck Selección bibliográfica * Introducción a la obra de Melanie KLEIN Extractos de la obra de M. Klein Biografía de Melanie Klein Selección bibliográfica * Nota liminar He aquí, reunidos por primera vez, en dos volúmenes, a los grandes autores del psicoanálisis. Nuestra intención es presen tar lo esencial de la vida y obra de cada uno de estos pioneros que marcaron nuestra manera de pensar y practicar el análisis, nuestro lenguaje y, en términos más generales, la cultura de hoy. Hemos concebido estos libros como instrumentos de traba jo en los que cada capítulo, dedicado a uno de los siete grandes psicoanalistas, propone al lector una presentación de su bio grafía, una exposición clara y rigurosa de las ideas fundamen tales de su obra, fragmentos escogidos de ésta, un cuadro cronológico de los acontecimientos decisivos de su existencia y, finalmente, una selección bibliográfica. Estos diferentes enca bezamientos permitirán al lector ingresar en el libro por la puerta que más le interese. La presente introducción aspira a suscitarle el deseo y el afán de ir a consultar directamente los textos originales. Los psicoanalistas que colaboraron en estos dos volúmenes colectivos se esforzaron en destacar las especificidades de las obras estudiadas. Se aplicaron no sólo a exponer una teoría sino, sobre todo, a hacer revivir el alma de cada autor, los deseos y conflictos que moldearon su estilo y distinguieron su produc ción más allá de los conceptos. Al redactar su contribución, cada colaborador lo hizo impregnado no sólo por el contenido de la obra en examen, sino también por la imagen interior del autor considerado. Estos volúmenes tienen como destinatarios tanto al estu diante deseoso de contar con un dossier completo sobre cada una de las grandes figuras del psicoanálisis, como al psicoana lista confirmado que —a semejanza de Freud— no cesa de retomar a los fundamentos de la teoría. Recordemos los múlti ples textos en los que Freud vuelve, en efecto, a los fundamentos de su doctrina para despejar lo esencial de ésta, tal como lo hizo, 9 por ejemplo, en su último ensayo, el Esquema del psicoanálisis, escrito a la edad de 82 años. ¿Qué es lo que entonces ocurre? Con la escritura de su Esquema, Freud inventa también nuevos conceptos. El retomo a los fundamentos suele dar como resul tado, pues, la inesperada gestación de lo inédito. La enseñanza se toma investigación, y el saber antiguo, verdad nueva. El principio que ha guiado incesantemente nuestro trabajo de transmisión del psicoanálisis puede resumirse en una fórmula: procuremos decir bien lo que ya se dijo y tendremos la suerte, quizás, de decir algo nuevo. Con este espíritu concebimos los presentes volúmenes. * Cada uno de los capítulos que se leerán a continuación constituye la versión sumamente modificada, y escrita, de una conferencia pronunciada por el colaborador respectivo en el marco de la Enseñanza de 7 grandes corrientes del psicoanáli sis, ciclo de conferencias organizado por los Seminarios Psico- analíticos de París y que tuvo lugar entre diciembre de 1991 y junio de 1992. J. -D. N. 10 Introducción a la obra de FREUD J. -D. NASIO Esquema de la lógica del pensamiento freudiano * Definiciones del inconsciente Definición del inconsciente desde el punto de vista descriptivo Definición del inconsciente desde el punto de vista sistemático Definición del inconsciente desde el punto de vista dinámico El concepto de represión Definición del inconsciente desde el punto de vista económico Definición del inconsciente desde el punto de vista ético * El sentido sexual de nuestros actos * El concepto psicoanalítico de sexualidad Necesidad, deseo y amor * Los tres principales destinos de las pulsiones sexuales: represión, sublimación y fantasma. El concepto de narcisismo * Las fases de la sexualidad infantil y el complejo de Edipo Observación sobre el Edipo del varón: el rol esencial del padre * Pulsiones de vida y pulsiones de muerte. El deseo activo del pasado * La transferencia es un fantasma cuyo objeto es el inconsciente del psicoanalista La aceptación de procesos psíquicos inconscientes, el reconocimiento de la doctrina de la resistencia y de la represión, la consideración de la sexualidad y del complejo de Edipo, son los contenidos principales del psicoanálisis y los fundamentos de su teoría, y quien no esté en condiciones de adherir a todos esos principios no debería contarse entre los psicoanalistas. S. Freud Un siglo —¡y qué siglo!— nos separa de Freud, de aquel día en que decidió abrir su consultorio en Viena y redactar la primera obra fundadora del psicoanálisis, La interpretación de los sueños. Un siglo es mucho tiempo; mucho tiempo para la historia, para la ciencia y para las técnicas. Mucho para la vida. Y, sin embargo, es muy poco para nuestra joven ciencia, el psicoaná lisis. Reconozco que el psicoanálisis no progresa a la manera de los avances científicos y sociales. Se ocupa de cosas simples, muy simples, que son también inmensamente complejas. Se ocupa del amor y del odio, del deseo y de la ley, del sufrimiento y del placer, de nuestros actos de palabra, de nuestros sueños y fantasmas. El psicoanálisis se ocupa de las cosas simples y complejas, pero eternamente actuales. Se ocupa de estas cues tiones no sólo por medio de un pensamiento abstracto, de una teoría, que he de considerar en el presente capítulo, sino también a través de la experiencia humana de unarelación 15 concreta entre dos partenaires, analista y analizante, expues tos mutuamente a la incidencia del uno en el otro.1 Pero un siglo, insisto, es mucho. Y en el curso de estos cien años, los problemas tratados por el psicoanálisis a menudo han sido designados y conceptualizados bajo diferentes formas. En efecto, la experiencia siempre única de cada cura analítica le impone al analista que se compromete en ella que repiense, una y otra vez, la teoría que justifica su práctica. No obstante, el hilo inalterable de los principios fundamentales del psicoanálisis atraviesa el siglo, ordena las singularidades del pensamiento analítico y asegura el rigor al legitimar el trabajo del psicoana lista. Ahora bien, ¿cuál es ese hilo que asegura semejante continuidad?, ¿cuáles son los fundamentos de la obra freudiana? Estos fundamentos han sido comentados, resumidos y refir mados en innumerables ocasiones. ¿Cómo, entonces, transmi tírselos a ustedes de una manera novedosa? ¿Cómo hablar de Freud en la actualidad? He optado por presentarles mi lectura de la obra freudiana a partir de una pregunta que me obsesionó durante estos últimos días, mientras escribía este texto. Me pregunté sin cesar qué era lo que me asombraba más en Freud, lo que de él vivía en mí, en el trabajo con mis analizantes, en la reflexión teórica que orienta mi escucha, y en el deseo que me anima de transmitir y de hacer existir el psicoanálisis tal como existe en este instante en que ustedes están leyendo estas páginas. Lo que más me asombra en Freud, lo que en su obra me remite a mí mismo y lo que, por ende, comunica así a la obra su actualidad vigente, no es su teoría, de la que, empero, he de hablarles, ni siquiera su método, que aplico en mi práctica. No. Lo que me seduce cuando leo a Freud, cuando pienso en él y lo hago vivir, es su fuerza, su locura, su fuerza loca y genial de querer captar en el otro las causas de sus actos, el querer encontrar la fuente que anima a un ser. Sin duda Freud es ante todo una voluntad, un deseo obstinado de saber; pero su genialidad está en otra parte. La genialidad es algo diferente de la voluntad o el deseo. La genialidad de Freud es haber com prendido que, para captar las causas secretas que animan a un ser, que animan a ese otro que sufre y a quien escuchamos, en 16 primer lugar y por sobre todo, hay que descubrir esas causas en uno mismo, rehacer en sí —conservando al mismo tiempo el contacto con el otro que está enfrente— el camino que va de nuestros propios actos a sus causas. La genialidad no reside entonces en el deseo de develar un enigma, sino en prestar el yo a ese deseo, en hacer de nuestro yo el instrumento capaz de acercarse al origen velado del sufrimiento de quien habla. La voluntad de descubrir, tan tenaz en Freud, conjugada con esa modestia excepcional de comprometer su yo para conseguirlo, es lo que admiro tanto y de lo que jamás podré dar cuenta cabalmente con palabras y conceptos. El genio freudiano no se explica ni se transmite y, sin embargo, no puede seguir siendo la gracia inaudita del fundador. No, el genio freudiano es el salto que todo analista está llamado a realizar en él mismo cada vez que escucha verdaderamente a su analizante. # Esquema de la lógica del pensamiento freudidno Freud nos ha dejado una obra inmensa—fue, como sabemos, un trabajador infatigable—y toda su doctrina está marcada por su deseo de descubrir el origen del sufrimiento del otro sirvién dose de su propio yo. Por consiguiente, voy a tratar de presentar les lo esencial de esta doctrina, los fundamentos de la teoría freudiana, sin olvidar que no deja de ser una tentativa incesan temente renovada de decir lo que nos mueve, de decir lo indeci ble. Toda la obra freudiana es, al respecto, una inmensa respues ta, una respuesta inacabada a la pregunta: ¿Cuál es la causa de nuestros actos? ¿Cómo funciona nuestra vida psíquica? Querría justamente hacerles entender lo esencial del fun cionamiento mental tal como lo encara el psicoanálisis y tal como queda confirmado cuando el psicoanalista está con su paciente. En efecto, la concepción freudiana de la vida mental puede formalizarse en un esquema lógico elemental que surge a partir de una relectura de los textos de Freud. A medida que hemos tratado de acercamos más al centro de la teoría en lugar de aprehenderla desde afuera, la hemos visto transfigurarse. 17 Primeramente se redujo la complejidad. Y luego, las diferentes partes se han imbricado unas en otras para ordenarse final mente en un sencillo mapa de sus relaciones. Si consigo trans mitirles este esquema, entonces habré cumplido plenamente mi propósito de introducirlos en la obra de Freud, pues este esquema retoma sorprendentemente la lógica implícita e inter na del conjunto de los textos freudianos. Desde el Proyecto para una psicología para neurólogos, publicado en 1895, hasta su última obra, Compendio del psicoanálisis, escrita en 1938, Freud no cesa de reproducir espontáneamente, a veces sin saberlo, en un cuasi automatismo del pensamiento, el mismo esquema de base expresado según diversas variantes. Lo que intentaré exponerles ahora es justamente esta lógica. Procederemos de la manera siguiente: comenzaré por cons truir con ustedes este esquema elemental, y lo iré modificando progresivamente a medida que desarrollemos los temas princi pales que son el inconsciente, la represión, la sexualidad, el complejo de Edipo y la transferencia en la cura analítica. * Volvamos a nuestro esquema de base. ¿En qué consiste? Para responder, necesito, primero, recordarles que es una versión corregida de un modelo conceptual del llamado arco reflejo, modelo conceptual ya clásico utilizado por la neurofi- siología del siglo xix, a fin de dar cuenta de la circulación del flujo nervioso. Me interesa aclarar lo antes posible que el modelo del arco reflejo sigue siendo todavía un paradigma fundamental de la neurología moderna. El esquema neurológico del arco reflejo es muy simple y bien conocido (figura 1). Tiene dos extremos: el de la izquierda, el polo sensorial donde el sujeto percibe la excitación, es decir la inyección de una cantidad “x” de energía, por ejemplo cuando recibe un ligero golpe de martillo para reflejos en la rodilla. El de la derecha, el polo motor, transforma la energía recibida en una respuesta inmediata del cuerpo: en nuestro ejemplo, la pierna reacciona inmediatamente por medio de un movimiento reflejo de extensión. Entre ambos extremos se instala así una 18 tensión que aparece con la excitación y desaparece con la descarga producida por la respuesta motriz. Por lo tanto, el principio que regula este trayecto en forma de arco es muy claro: recibirla energía, transformarla en acción y, consecuentemen te, disminuir la tensión del circuito. Trayecto del arco □ Excitación externa Acción real: descarga externa Polo sensorial Polo motor Figura 1 Esquema del arco reflqjo 19 Creemos que [el principio del placer] siempre está provocado por una tensión displacentera y que toma una dirección tal que su resultado final coincide con una disminución de esta tensión, es decir con una prevención del displacer o con una producción de placer. S. Freud Apliquemos ahora este mismo esquema reflejo al funcio namiento del psiquismo. Muy bien: el psiquismo está igualmen te gobernado por el principio que apunta a reabsorber la excitación y a bajar la tensión, con la salvedad de que el psi quismo —ya lo veremos— escapa justamente a este principio. En efecto, en la vida psíquica la tensión no se agota jamás. Mientras vivimos estamos constantemente bajo tensión psíqui ca. Este principio de disminución de la tensión, que debemos considerar más bien como una tendencia y jamás como una realización efectiva, lleva en psicoanálisis el nombre de princi pio del displacer-placer. ¿Por qué llamarlo así, “displacer- placer”? ¿Y por qué afirmar que el psiquismo está siempre bajo tensión?Para responder, retomemos los dos extremos del arco reflejo, pero esta vez imaginando que se trata de dos polos del aparato psíquico mismo, inmerso en la realidad exterior. La frontera del aparato separa, pues, un adentro de un afuera que lo rodea (figura 2). * En el polo izquierdo, extremo sensorial, podemos situar dos características propias del psiquismo: a) La excitación siempre es de origen interno y jamás 20 externo. Se trate de una excitación procedente de una fuente interna, como por ejemplo el shock provocado por la vista de un violento accidente automovilístico, se trate de una excitación procedente de una fuente corporal, de una necesidad como el hambre, la excitación sigue siendo intrapsíquica, puesto que tanto el shock externo como las necesidades interiores crean una huella psíquica a la manera de un sello impreso en cera. En una palabra, la fuente de la excitación endógena es una huella, una idea, una imagen o, para utilizar el término adecua do: un representante ideacional cargado de energía, aún lla mado representante de las pulsiones. Término—el de pulsión— que volveremos a encontrar a menudo en el presente capítulo. b) Segunda característica: Dicho representante, cargado una primera vez, tiene la particularidad de permanecer tan duraderamente excitado, a la manera de una batería, que todo intento del aparato psíquico para reabsorber la excitación y suprimir la tensión está condenado al fracaso. Ahora bien, esta estimulación ininterrumpida mantiene en el aparato un nivel elevado de tensión vivida dolorosamente por el sujeto como un llamado permanente a la descarga. Es esa tensión penosa que el aparato psíquico trata de abolir en vano, sin conseguirlo jamás verdaderamente, lo que Freud denomina displacer. Tenemos así un estado de displacer efectivo e inevi table, y, en las antípodas, un estado hipotético de placer abso luto que se podría obtener si el aparato lograra liberar inmedia tamente toda la energía y eliminar la tensión. Precisemos bien el sentido de cada una de estas dos palabras: displacer significa mantenimiento o aumento de la tensión, y placer, supresión de la tensión. No obstante, no olvidemos que el estado de tensión displacentero y penoso no es otra cosa que la llama vital de nuestra actividad mental; displacer, tensión y vida permane cen para siempre inseparables. Por consiguiente, en el psiquismo, la tensión no desaparece jamás por completo, expresión que puede traducirse del si guiente modo: en el psiquismo, el placer absoluto no se obtiene jamás. Pero, ¿por qué la tensión resulta siempre opresiva y el placer absoluto no se alcanza jamás? Por tres razones. Ustedes 21 ya conocen la primera: la fuente psíquica de la excitación es a tal punto inagotable que la tensión se reactiva eternamente. La segunda razón concierne al polo derecho de nuestro esquema. El psiquismo no puede operar como el sistema nervioso y resolver la excitación por medio de una acción motriz inmedia ta, capaz de evacuar la tensión. No, el psiquismo no puede responder a la excitación más que por medio de una metáfora de la acción, una imagen, un pensamiento o una palabra que represente a la acción concreta que habría permitido la descar ga completa de la energía. En el psiquismo, toda respuesta está inevitablemente mediatizada por una representación que sólo puede operar una descarga parcial. Así como hemos situado en el polo izquierdo el representante psíquico de la pulsión (exci tación pulsional continua), ubicamos en el polo derecho el representante psíquico de una acción. Por ende, el aparato psíquico queda sometido a una tensión irreductible: en la puerta de entrada, el flujo de las excitaciones es constante y excesivo; a la salida, no hay más que un simulacro de respuesta, una respuesta virtual que opera solamente una descarga par cial. Pero aún hay una tercera razón, la más importante y la más interesante para nosotros, que explica por qué el psiquismo siempre está en tensión. Consiste en la intervención de un factor decisivo que Freud denomina represión. Antes de expli car el concepto de la represión, necesito precisar que entre el representante-excitación y el representante-acción se extien de una red de muchos otros representantes que entretejen la trama de nuestro aparato. La energía que afluye y circula de izquierda a derecha, de la excitación a la descarga, atraviesa necesariamente esa red intermediaria. Con todo, la energía no circula de la misma manera entre todos los representantes (figura 2). 22 1 I 1 k I ft, •< wA P o1 6fe te’3/ .2*s. 0) T3 -Sc O! O GI<N E-g :í* «i** v fe«a o 1 <u T3 ssr H Si nos figuramos la represión como una barra que separa nuestro esquema en dos partes, la red intermedia se divide del siguiente modo: algunos representantes, que reunimos como un grupo mayoritario situado a la izquierda de la barra, están muy cargados de energía y se conectan de tal modo que forman la vía más corta y más rápida para intentar llegar a la descarga. A veces, se organizan a la manera de un racimo y hacen confluir toda la energía en un solo representante (condensación); en otras ocasiones, se enlazan uno detrás del otro en fila india para dejar fluir la energía más fácilmente (desplazamiento).* Algunos otros representantes de la red —que vamos a reunir como un grupo más restringido situado a la derecha de la barra— están igualmente cargados de energía y tratan también de liberarse de ella, pero en una descarga lenta y controlada. Estos últimos se oponen a la descarga rápida deseada por el primer grupo mayoritario de representantes. Entonces se instala un conflicto entre ambos grupos: uno que quiere conseguir inmediatamente el placer de una descarga total: el placer aquí es soberano; y el otro grupo que se opone a esta locura, recuerda las exigencias de la realidad e incita a la moderación: la realidad aquí es soberana. El principio que gobierna este segundo grupo de representantes se denomina Principio de realidad. El primer grupo constituye el sistema inconsciente que, por lo tanto, tiene la misión de descargar más rápidamente la tensión y de tratar de alcanzar el placer absoluto. Este sistema • Esta visión económica del movimiento y de la distribución de la energía puede traducirse en una visión “semiótica" según la cual la energía que inviste una representación corresponde a la significación de la represen tación. Decir que una representación está cargada de energía equivale a decir que una representación es significante, portadora de significación. Así, el mecanismo de la condensación de la energía corresponde a la figura de la metonimia, en la cual una sola representación concentra todas las significaciones, y el mecanismo del desplazamiento, a la figura de la metáfora, según la cual las representaciones ven atribuirse, una por una, sucesivamen te, todas las significaciones. Observemos, por otro lado, que para La can dicha relación está invertida: la condensación es el resorte de la metáfora; y el desplazamiento, el resorte de la metonimia. 24 tiene las características siguientes: está compuesto exclusiva mente de representantes de pulsión, como si el representante del polo izquierdo se hubiera desmultiplicado en muchos otros. Freud los denomina “representaciones inconscientes”. Tam bién las llama “representaciones de cosa" porque consisten en imágenes (acústicas, visuales o táctiles) de cosa o de restos de cosas impresas en el inconsciente. Las representaciones de cosa son de naturaleza principalmente visual y proporcionan la materia con la cual se modelan los sueños, y sobre todo los fantasmas. Agreguemos que esas imágenes o huellas mnémicas sólo se denominan “representaciones” a condición de ser in vestidas de energía. Por consiguiente, un representante psí quico es la conjunción de una huella imaginada (huella dejada por la inscripción de fragmentos de cosas o acontecimientos reales) y de la energía que anima esa huella.Las representacio nes inconscientes de cosa no respetan las imposiciones de la razón, de la realidad o del tiempo: el inconsciente no tiene edad. No responden sino a una exigencia: buscar instantáneamente el placer absoluto. Con esta finalidad, el sistema inconsciente funciona según los mecanismos de condensación y desplaza miento destinados a favorecer una circulación fluida de la energía. Se la designa energía libre ya que circula con toda movilidad, habiendo pocos escollos en la red inconsciente. El segundo grupo de representantes constituye igualmente un sistema, el sistema inconsciente-preconsciente. Este grupo también busca el placer, pero, a diferencia del inconsciente, tiene la misión de redistribuir la energía —energía ligada— y de hacerla fluir lentamente de acuerdo con las indicaciones del Principio de realidad. Los representantes de esta red se deno minan “representaciones preconscientes y representaciones conscientes”. Las primeras son representaciones-palabra; recubren diferentes aspectos de la palabra tales como su ima gen acústica cuando la palabra es pronunciada, su imagen gráfica o aun su imagen gestual de escritura. En cuanto a las representaciones conscientes, cada una de ellas está compuesta por una representación de cosa pegada a la representación de la palabra que designa dicha cosa. La imagen acústica de una palabra, por ejemplo, se asocia a una imagen mnémica visual de 25 la cosa para asignarle un nombre, marcar su cualidad específi ca y, así, hacerla consciente. Subrayémoslo: los dos sistemas buscan la descarga, es decir el placer; pero mientras que el primero tiende al placer absoluto y sólo obtiene, tal como lo veremos, un placer parcial, el segundo, por su lado, aspira a obtener y consigue un placer atemperado. Una vez planteadas estas cuestiones, ahora estamos en condiciones de preguntamos: ¿qué es la represión? Entre las definiciones posibles, propondré la siguiente: “la represión es un espesamiento de energía, una capa protectora de energía que impide el pasaje de los contenidos inconscientes hacia el preconsciente. Ahora bien, esta censura no es infalible: algunos elementos reprimidos pasan del otro lado, irrumpen brusca mente en la conciencia bajo una forma disfrazada y sorprenden al sujeto incapaz de identificar su origen inconsciente. Por tanto aparecen en la conciencia, pero permaneciendo incomprensi bles y enigmáticos para el sujeto. Estas exteriorizaciones deformadas del inconsciente consi guen entonces descargar una parte de la energía pulsional, descarga que procura un placer sólo parcial y sustitutivo, habida cuenta del ideal perseguido de una satisfacción comple ta e inmediata que habría sido obtenida por una hipotética descarga total. La otra parte de la energía pulsional, la que no ha franqueado la represión, permanece confinada en el incons ciente y realimenta sin cesar la tensión penosa. Habíamos dicho que el aparato psíquico tenía la función de disminuir la tensión y provocar la descarga de energía. Sabien do ahora que la estimulación endógena es ininterrumpida, que la respuesta siempre es incompleta, que la represión aumenta la tensión obligándola a encontrar expresiones desviadas, pode mos en consecuencia concluir que existen diferentes tipos de descarga que procuran placer: • Una descarga hipotética, inmediata y total que provocaría 26 un placer absoluto. Esta descarga plena se parece bastante al caso de la desaparición de la tensión cuando hay una respuesta motriz del cuerpo. Para el psiquismo, como ya sabemos, esta solución ideal es imposible. No obstante, cuando abordemos el tema de la sexualidad, veremos hasta qué punto este ideal de un placer absoluto sigue siendo la referencia insoslayable de las pulsiones sexuales. • Una descarga mediata y controlada por la actividad intelectual (pensamiento, memoria, juicio, atención, etc.), que procura un placer atemperado. • Y finalmente, una descarga mediata y parcial obtenida cuando la energía y los contenidos del inconsciente franquean la barrera de la represión. Esta descarga genera un placer parcial y sustitutivo inherente a las formaciones del inconsciente. Estos tres tipos de placeres están representados en \a figura 2 de la página 23. * Antes de retomar y resumir nuestro esquema del funciona miento psíquico, necesitamos establecer algunas precisiones importantes respecto de la significación de la palabra “placer” y de la función de la represión. A propósito del placer, destaque mos que la satisfacción parcial y sustitutiva ligada a las forma ciones del inconsciente no es sentida necesariamente por el sujeto como una sensación agradable de placer. Suele suceder incluso que esta satisfacción sea vivida paradójicamente como un displacer, hasta como un sufrimiento padecido por el sujeto presa de síntomas neuróticos o de conflictos afectivos. Pero entonces, ¿por qué utilizar el término “placer” para calificar el carácter penoso de la manifestación de una pulsión? Porque, en rigor, la noción freudiana de placer debe entenderse en el sentido económico de “disminución de la tensión”. Es el sistema inconsciente el que, por medio de una descarga parcial, encon traría placer al aliviar la tensión. Por tanto, ante un síntoma que hace sufrir, debemos discernir claramente el sufrimiento experimentado por el paciente del placer no experimentado por el inconsciente. 27 Volvamos ahora al papel que cumple la represión y plantee mos el problema siguiente: ¿por qué tiene que haber represión? ¿Por qué es necesario que el yo se oponga a las solicitaciones de una pulsión que sólo pide satisfacerse y liberar así la tensión displacentera que reina en el inconsciente? ¿Por qué poner obstáculos a la descarga liberadora de la presión inconsciente? ¿Cuál es la ñnalidad de la represión? El objetivo de la represión no es tanto evitar el displacer que reina en el inconsciente como evitar el riesgo extremo que corre el yo de satisfacer entera y directamente la exigencia pulsional. En efecto, la satisfacción inmediata y total de la presión pulsional destruiría, por su desmesura, el equilibrio del aparato psíquico. Por ende, existen dos tipos de satisfacciones pulsionales. Una, total, que el yo idealiza como un placer absoluto, pero que evita —gracias a la represión—como un exceso destructivo.2 La otra satisfacción es una satisfacción parcial, moderada y exenta de peligros, que el yo está dispuesto a tolerar. * Ahora podemos resumir en pocas palabras el esquema lógico que atraviesa en filigrana la obra de Freud y, al hacerlo, definir el inconsciente. Remitámonos a la figura 3 y hagámonos la pregunta: ¿cómo funciona el psiquismo? Lo esencial de la lógica del funcionamiento psíquico conside rado desde el punto de vista de la circulación de la energía se resume entonces en cuatro tiempos: Primer tiempo: excitación continua de la fuente y mo vimiento de la energía en busca de una descarga comple ta jamás alcanzada -» Segundo tiempo', la barrera de la represión se opone al movimiento de energía —> Tercer tiempo: la parte de energía que no franquea la barrera permanece confinada en el inconsciente y retroactúa en la fuente de excitación -» Cuarto tiempo: la parte de energía que franquea la barrera de la represión se exterioriza bajo la forma del placer parcial inherente a las formaciones del inconsciente. 28 Tenemos entonces cuatro tiempos: la presión constante del inconsciente, el obstáculo que se le opone, la energía que queda y la energía que pasa. Este es el esquema que me gustaría proponerles, pidiéndoles que lo pongan a prueba en su lectura de los textos freudianos. Tal vez comprueben ustedes hasta qué punto Freud razona conforme a esta lógica esencial de los cuatro tiempos.3 29 os w £ 8.3 < „ «2 S ✓ • *-S # i (M XSX O os E-« 55 W O < Definiciones del inconsciente Abordemos ahora el inconsciente según los diferentes pun tos de vista establecidos por Freud, teniendo encuenta vocablos concretos que designan los dos extremos del esquema: la fuente de la excitación (tiempo 1) y las formaciones exteriores del inconsciente (tiempo 4). Cada uno de estos extremos tomará un nombre diferente según la perspectiva y la terminología con las cuales Freud define el inconsciente. □ Definición del inconsciente desde el punto de vista des criptivo. — Si encaramos el inconsciente desde afuera, es decir desde el punto de vista descriptivo de un observador, yo mismo por ejemplo respecto de mis propias manifestaciones incons cientes o respecto de las manifestaciones emanadas del in consciente del otro, percibiremos sus ramificaciones. El incons ciente, por su lado, permanece supuesto como un proceso oscuro e incognoscible en el origen de esas manifestaciones. Un si\jeto comete un lapsus, por ejemplo, y concluimos inmediatamente: “su inconsciente habla”. Pero nada explicamos sobre el proceso que subyace a este acto; el inconsciente nos es inaccesible. Y aun cuando desconociéramos la naturaleza del incons ciente, nos queda por saber cómo situar sus ramificaciones. Entre la infinita variedad de las expresiones y de los comporta mientos humanos, ¿cuál identificar como un acto surgido del inconsciente? ¿Cuándo podemos afirmar: aquí hay inconscien te? Las formaciones del inconsciente se nos presentan como actos inesperados que surgen bruscamente en nuestro cons ciente y superan nuestras intenciones y nuestro saber conscien te. Estos actos pueden ser conductas comunes como, por ejem plo, los actos fallidos, los olvidos, los sueños y aun la aparición súbita de tal o cual idea, incluso la invención improvisada de un poema o de un concepto abstracto, o aun manifestaciones patológicas que hacen sufrir, como los síntomas neuróticos o psicóticos. Pero, ya sean normales o patológicos, las ramificacio nes del inconsciente siempre son actos sorprendentes y enigmá ticos para la conciencia del sujeto y del psicoanalista. A partir de estas producciones psíquicas terminales y observables, su ponemos la existencia de un proceso inconsciente oscuro y 31 activo que actúa en nosotros, sin que lo sepamos en el momento mismo. Nos encontramos cara a cara con el inconsciente frente a un fenómeno que se cumple independientemente de nosotros y que sin embargo determina lo que somos. En presencia de un acto no intencional, postulamos la existencia del inconsciente, no sólo como la causa de ese acto, sino también como la cualidad esencial, la esencia misma del psiquismo, el psiquismo mismo. Lo consciente no sería entonces más que un epifenómeno, un efecto secundario del proceso psíquico inconsciente. “Hay que ver en el inconsciente —nos dice Freud— el fondo de toda vida psíquica. Lo inconsciente es parecido a un gran círculo que encerraría al consciente como a un círculo más pequeño (...) El inconsciente es lo psíquico mismo y su realidad esencial.”4 □ Definición del inconsciente desde el punto de vista siste mático. — Ya hemos definido el inconsciente como un sistema al abordar la estructura de la red de las representaciones. Des- de esta perspectiva, la fuente de excitación se denomina repre sentación de cosa y los productos terminales son manifestacio nes deformadas del inconsciente. El sueño es el mejor ejemplo. □ Definición del inconsciente desde el punto de vista dinámi co. El concepto de represión La teoría de la represión es el pilar en el que se basa el edificio del psicoanálisis. S. Freud Si ahora definimos al inconsciente desde el punto de vista dinámico, es decir desde el punto de vista de la lucha entre el impulso que presiona y la represión que obstaculiza, la fuente de excitación se nombra entonces como el conjunto de los representantes reprimidos, y las producciones terminales son escapes incognoscibles del inconsciente sustraídos a la acción de la represión.6 Estos derivados de lo reprimido se denominan retornos de los reprimido, ramificaciones de lo reprimido o aun ramificaciones del inconsciente. Ramificaciones en el sentido de jóvenes brotes del inconsciente que, pese a la capa protectora 32 de la represión, estallan disfrazados en la superficie de la conciencia. Los ejemplos más frecuentes de estas ramificacio nes deformadas de lo reprimido son los síntomas neuróticos. Pienso en ese analizante que, al volante de su auto, es asaltado súbitamente por la imagen obsesiva de una escena en la cual se ve atropellar deliberadamente a una anciana que cruza la calle. Esta idea fija que se le impone, que lo hace sufrir y que muchas veces le impide utilizar el vehículo, se revelará, en el curso del análisis, como la ramificación consciente y disimulada del representante reprimido del amor incestuoso hacia la madre. Por lo tanto, la representación inconsciente “amor incestuoso” ha franqueado la barrera de la represión para aparecer en la conciencia transformada en su contrario: una imagen obsesiva de “impulso asesino”. Destaquemos que estas apariciones conscientes de lo repri mido, estos retornos de lo reprimido, pueden concebirse también como soluciones de compromiso en el conflicto que opone el movimiento de lo reprimido hacia la conciencia y la represión que lo rechaza. “Solución de compromiso” significa que el retor no de lo reprimido es un producto mixto compuesto en parte por lo reprimido y en parte por un elemento consciente que lo enmascara. Dicho de otro modo, el retomo de lo reprimido es un disfraz consciente de lo reprimido, pero incapaz, no obstante, de enmascararlo por completo. Así, en nuestro ejemplo, la figura de la víctima, encamada en la anciana, deja entrever, bajo los rasgos de una mujer mayor, la figura reprimida de la madre. Otra ilustración de las huellas visibles de lo reprimido en el retomo de lo reprimido es propuesta por Freud en ocasión de su comentario de un célebre grabado de Feliciano Rops. En él, el artista representa el caso de un asceta quien, para alejar la tentación de la carne (lo reprimido), se refugia a los pies de Cristo (represión) y ve surgir con estupor la imagen de una mujer desnuda crucificada (retomo de lo reprimido como solu ción de compromiso) en lugar de Cristo. El retomo de lo reprimi do es aquí una transacción entre la mujer desnuda (parte visible de lo reprimido) y la cruz que la sostiene (represión). Agreguemos por otra parte que las ramificaciones del incons ciente, una vez que han llegado a la conciencia, pueden sufrir 33 una nueva acción de la represión que los remite al inconsciente (represión llamada secundaria o represión retroactiva). Una palabra más para justificar la definición de la represión que hemos adelantado antes como una capa protectora de energía que impide el pasaje de los contenidos inconscientes hacia el preconsciente.* En efecto, Freud jamás renunció a considerar a la represión como un juego complejo de movimien tos de energía. Juego destinado por un lado a contener y a fijar en el recinto del inconsciente las representaciones reprimidas y, por el otro, a llevar al inconsciente las representaciones fugitivas que habían arribado al preconsciente o a la conciencia después de haber desbaratado la vigilancia de la represión. Por consiguiente, Freud distingue dos géneros de represión, una represión primaria que contiene y fija las representaciones reprimidas en el terreno del inconsciente, y una represión secundaria que reprime —en el sentido literal de hacer retroce der— en el sistema inconsciente a las ramificaciones precons cientes de lo reprimido. La represión primaria, la más primitiva, es no sólo una fijación de las representaciones reprimidas en el terreno de lo inconsciente, sino un tabique energético que el preconsciente y el consciente levantan contra la presión de energía libre que procede del inconsciente. Este tabique se llama “contra-inves tidura”, es decir investidura contraria que el sistema precons ciente/consciente opone a los intentos de investidura de la presión inconsciente.El segundo modo de represión, cuyo objetivo es remitir la ramificación a su lugar de origen, es también un movimiento de * Los “elementos reprimidos" que pasan a través de la barrera de la represión pueden serla representación, munida de su carga energética, o bien (lo que privilegia Freud) la carga Bola, desligada de la representación. Más adelante examinaremos la primera eventualidad, la del pasaje a lo consciente de la representación investida de su carga. En cuanto a la segunda eventua lidad, la del pasaje de la carga sola, Freud entrevé cuatro destinos posibles: permanecer totalmente reprimida; pasar la barrera y transmutarse en angustia fóbica; pasar la barrera y convertirse en perturbaciones somáticas en la histeria, o inclusive pasar la barrera y transformarse en angustia mo ral en la obsesión. 34 energía, pero más complejo. En cuanto a lo esencial, se resume en las dos operaciones siguientes centradas en torno de la ramificación consciente o preconsciente de lo reprimido: • En primer lugar, retraimiento de la carga preconsciente- consciente de energía ligada que la ramificación había adquiri do durante su estadía en el preconsciente o en el consciente. • Una vez aligerada de la carga preconsciente-consciente, y viendo reactivada su antigua carga inconsciente, la ramifica ción se ve entonces atraída, como imantada, por las otras representaciones inconscientes fijadas para siempre en el siste ma inconsciente por la represión primaria. La ramificación fugitiva regresa entonces al hogar del inconsciente. □ Definición del inconsciente desde el punto de vista econó mico. — Si ahora emprendemos la definición del inconsciente desde el punto de vista económico, el que hemos adoptado para desarrollar nuestro esquema, la fuente de excitación se llama representante de pulsiones, y las producciones terminales del inconsciente son fantasmas o, más exactamente, comporta mientos afectivos y elecciones amorosas inexplicadas, que sir ven de base a los fantasmas. Enseguida explicaré la naturale za de estos fantasmas, cuya localización tópica en nuestro esquema plantea, empero, el siguiente problema. Los fantas mas pueden no sólo aparecer en la conciencia —como acabamos de decirlo— en su carácter de producciones terminales del inconsciente tales como lazos afectivos irracionales o, incluso, más particularmente, como ensueños diurnos y formaciones delirantes; también pueden permanecer enterrados y reprimi dos en el inconsciente, adquiriendo entonces el estatuto de re presentaciones inconscientes de cosa. Pero los fantasmas tam bién pueden desempeñar el papel de defensas del yo contra la presión inconsciente. Es decir que un fantasma puede tanto tomar el rol de una ramificación preconsciente de lo reprimido, de un contenido inconsciente reprimido o hasta de una defensa represora. En nuestro esquema, localizamos el fantasma tanto más acó de la barrera de la represión (tiempo 1) como en el nivel de la barrera (tiempo 2), o incluso, más allá de ella (tiempo 4). 35 □ Definición del inconsciente desde el punto de vista ético. — Si, finalmente, definimos el inconsciente desde el punto de vista ético, lo llamaremos deseo. El deseo es el movimiento de una intención inconsciente que aspira a una finalidad, la de la satisfacción absoluta. Las producciones terminales del incons ciente deben considerarse aquí como realizaciones parciales del deseo o, si se quiere, como satisfacciones parciales y sustitutivas del deseo, habida cuenta de la satisfacción ideal, jamás alcan zada. Calificamos como ética a esta definición del inconsciente en la medida en que asimilamos el movimiento energía -» descarga a la tendencia del inconsciente a hacerse escuchar y a hacerse reconocer como un Otro. Etica asimismo, en la medida en que conferimos a la finalidad ideal del deseo un valor: el valor insuperable de un bien superior, de un Soberano Bien que el psicoanálisis denomina incesto. En el fondo, el deseo es siempre deseo de incesto. Volveremos máB adelante sobre la cuestión. * Después de haber mostrado el funcionamiento del aparato psíquico según la lógica de un esquema espacial, les he propues to una visión descriptiva, sistemática, dinámica, económica y ética del inconsciente, pero todo ello quedaría incompleto si no inscribimos nuestro aparato en la dimensión del tiempo ni lo incluimos en el universo del prójimo. Hay dos factores que enmarcan la vida psíquica: el tiempo y los otros (figura 4). En primer lugar el tiempo, pues el funcionamiento psíquico no cesa de renovarse a lo largo de la historia de un sujeto, al punto de escapar a la medida del tiempo. El inconsciente está por fuera del tiempo, es decir, es perpetuo en el tiempo histórico. Silencio so aquí, reaparece allá y no desfallece jamás. Trátese de hacerlo callar: inmediatamente revivirá y rebrotará en nuevas mani festaciones. Por ende, cualquiera sea la edad, el inconsciente sigue siendo un proceso inconteniblemente activo e inagotable en 8us producciones. Tenga uno dos días de vida u ochenta y tres años, persevera en su impulso y consigue siempre hacerse escuchar. Pero aún nos queda por comprender que la vida psíquica 36 está sumergida en el mundo del prójimo, en el mundo de aquellos a quienes estamos ligados por el lenguíye, por fantas mas y afectos. Nuestro psiquismo prolonga necesariamente el psiquismo del otro con quien estamos en relación. Las fuentes de nuestras excitaciones son las huellas que deja en nosotros el impacto del deseo del otro, de aquel o aquellos que nos conside ran objeto de su deseo. Como si la flecha del tiempo 4 del esquema del aparato psíquico del otro retomara, para estimu larla, la fuente de excitación de nuestro propio aparato. Y, a la inversa, como si nuestras propias producciones reavivaran a su vez el deseo del otro. Detengámonos en la figura 4. 37 sy 3s a>ñ o>#/ o/i oay 3 -, ./:• in CUI 7 / ’B. 2(X 00 1 5Q § CJa>IIo .9 ^ 4) ,g ■Si l¡ I Tf el l «.gE 3 „ ® m II3 2II4 <u/ Ioi 3 T3 5 I aV 3 8 .9 T3 ao r 1y* O- 3 El sentido sexual de nuestros actos Ahora estamos en condiciones de formular la premisa fun dadora del psicoanálisis. Nuestros actos, los que se nos escapan, no sólo están determinados por un proceso inconsciente, sino sobre todo tienen un sentido. Vehiculizan un mensaje y quieren decir otra cosa que lo que muestran de buenas a primeras. Antes de Freud, los actos más inesperados pasaban por ser actos anodinos. Hoy, con Freud, suponer un sentido a las conductas y a las palabras que nos superan se ha vuelto un gesto habitual. Basta cometer un lapsus para sonreír en seguida, para ruborizarse a veces, creyéndose traicionado por la revela ción de un deseo, de un sentido hasta ese momento velado. Pero, ¿qué es un sentido? ¿Qué es el sentido de un acto? La significación de un acto involuntario reside en el hecho de que es el sustituto de un acto ideal, de una acción imposible que, teóricamente, habría debido producirse pero que no tuvo lugar. Cuando el psicoanalista interpreta y devela la significación de un sueño, por ejemplo, ¿qué está haciendo sino mostrar que el sueño, como acto, es el sustituto de otro acto que no ha salido a la luz; que lo que es, es el sustituto de lo que no ha sido. Por consiguiente, nuestros actos involuntarios tienen un sentido. Pero, ¿cómo calificar este sentido? ¿Cuál es el tenor del sentido oculto de nuestros actos? La respuesta a esta pregunta enuncia el gran descubrimiento del psicoanálisis. ¿Qué dice este último? Que la significación de nuestros actos es una significación sexual. Pero, ¿por qué sexual? Remitámonos a la figura 5 y veamos de qué naturaleza es la fuente originaria de la tendencia pulsional, y de qué naturaleza es la finalidad ideal a la cual esta tendencia aspira, rae refiero a la acción ideal e imposible que no tuvo lugar, y de la cual nuestros actos son sustitutos. El sentido de nuestros actos es un sentido sexual porque la fuente y la finalidadde esas tendencias son sexuales. La fuente es un re presentante pulsional cuyo contenido representativo correspon de a una región del cuerpo muy sensible y excitable, llamada zona erógena. En cuanto a la finalidad, siempre ideal, es el pla cer perfecto de una acción perfecta, de una perfecta unión entre dos sexos, cuyo incesto encarnaría la figura mítica y universal. 39 El concepto psicoanalltico de sexualidad Estas tendencias, que aspiran al ideal imposible de una satisfacción sexual absoluta, nacen en la representación de una zona erógena del cuerpo, chocan contra la represión y se exteriorizan finalmente por medio de los actos sustitutos del imposible6 acto incestuoso. Esas tendencias se denominan pulsiones sexuales. Las pulsiones sexuales son múltiples, pue blan el territorio del inconsciente y su existencia se remonta lejos en nuestra historia, desde el estado embrionario, para no cesar sino con la muerte. Sus manifestaciones más notables aparecen durante los cinco primeros años de la infancia. Freud descompone la pulsión sexual en cuatro elementos. Dejando de lado la fuente de donde surge (zona erógena), la fuerza que la mueve y la finalidad que la atrae, la pulsión se sirve de un objeto por medio del cual trata de conseguir su finalidad ideal. Este objeto puede ser una cosa o una persona: a veces uno mismo, a veces otra persona, pero siempre es un objeto fantasmatizado más que real. Esto es importante para comprender que los actos sustitutos a través de los cuales se expresan las pulsiones sexuales (una palabra inesperada, un gesto involuntario o lazos afectivos que no hemos elegido) son actos moldeados sobre la base de los fantasmas y organizados en tomo de un objeto fantasmatizado. Pero debo agregar aún un elemento esencial que caracteriza a estas pulsiones: el placer particular que procuran. No el placer absoluto al que aspiran, sino el placer limitado que obtienen: un placer parcial calificado de sexual. Ahora bien, ¿qué es el placer sexual? Y más generalmente, ¿qué es la sexualidad? Desde el punto de vista del psicoanálisis, la sexualidad humana no se reduce al contacto de los órganos genitales de dos personas ni a la estimulación de sensaciones genitales. No, el concepto de “sexual” adquiere en psicoanálisis una acepción mucho más amplia que la de “genital”. Son los niños y los perversos quienes mostraron a Freud la vasta extensión de la idea de sexualidad. Denominaremos sexual a toda conducta que, a partir de una región erógena del cuerpo (boca, ano, ojos, voz, piel...), y apoyán dose en un fantasma, procura cierto tipo de placer. ¿Qué placer? 40 Un placer que entraña dos aspectos. En primer término, su diferencia radical con ese otro placer procurado por la satisfac ción de una necesidad ñsiológica (comer, eliminar, dormir...). El placer de mamar del lactante, por ejemplo, el placer emanado de la succión, corresponde, desde el punto de vista psicoanalí- tico, a un placer sexual que no se confunde con el alivio de satisfacer el hambre. Alivio y placer siguen estando asociados, por cierto, pero el placer sexual de la succión pronto llegará a ser una satisfacción buscada por sí misma fuera de la necesidad natural. El sujeto disfrutará succionando, independientemente de toda sensación de hambre. Segundo aspecto: el placer sexual —muy distinto por lo tanto del placer funcional—, polarizado en tomo de una zona erógena, obtenido gracias a la mediación de un objeto fantasmatizado (y no de un objeto real), se volverá a encontrar entre los diferentes placeres de las caricias prelimi nares del coito mismo. Para seguir con nuestro ejemplo, el placer de la succión se prolongará bajo la forma de placer de besar el cuerpo del ser amado. □ Necesidad, deseo y amor. — Para situar mejor la distan cia entre placer funcional y placer sexual, detengámonos un instante y deñnamos claramente las nociones de necesidad, deseo y amor. La necesidad es la exigencia de un órgano cuya satisfacción se cumple realmente con un objeto concreto (el alimento por ejemplo), y no con un fantasma. El placer de bienestar que se desprende no es en modo alguno sexual. El deseo, en cambio, es una expresión de la pulsión sexual o, mejor aún, la pulsión sexual misma cuando le atribuimos una intencionalidad orientada hacia lo absoluto del incesto y la vemos contentarse con un objeto fantasmatizado encamado en la persona de un otro deseante. A diferencia de la necesidad, el deseo nace de una zona erógena del cuerpo y se satisface parcialmente con un fantasma cuyo objeto es un otro deseante. Así, el vínculo con el otro equivale al vínculo con un objeto fantasmatizado, polarizado alrededor de un órgano erógeno particular. Finalmente, el amor es también un vínculo con el otro, pero de manera global y sin el soporte de una zona erógena definida. Por supuesto, estos tres estados se imbrican y se confunden en toda relación amorosa. 41 Pero, ¿por qué estas zonas erógenas no obtienen más que un placer limitado? Y además, ¿por qué se conforman con objetos fantasmatizados y no con objetos concretos y reales? Para responder, remitámonos a la figura 5. Las pulsiones sexuales sólo obtienen un placer parcial y sustituto, porque es el único placer que pudieron lograr en reñida lucha después de haber sido arrancadas a las defensas del yo. ¿Qué defensas? En primer lugar, la represión. Ahora bien, la represión es igualmente, a su manera, una fuerza o, mejor aún, una pulsión. ¿Esto querría decir que habría dos grupos de pulsiones opuestas: el grupo de las que tienden a la descarga y el grupo de las que se le oponen? Sí, ésta es justamente la primera teoría de las pulsiones propuesta por Freud en los comienzos de su obra y hasta 1915, cuando introduce el concepto del narcisismo. Pronto veremos cuál es la segunda teoría formulada después de esta fecha pero, por el momento, distingamos dos tendencias pulsionales anta gónicas: las pulsiones sexuales reprimidas y las pulsiones re presoras del yo.* Las primeras buscan el placer sexual absoluto, mientras que las segundas se le oponen. El resultado de este conflicto consiste precisamente en ese placer derivado y parcial que hemos denominado placer sexual. Los tres principales destinos de las pulsiones sexuales: represión, sublimación y fantasma. El concepto de narcisismo. Si ustedes han conseguido apropiarse de la lógica en cuatro tiempos del funcionamiento psíquico, admitirán fácilmente que el destino de las pulsiones sexuales siempre es el mismo: están condenadas a encontrar siempre, en el camino hacia su finali dad ideal, la oposición de las pulsiones del yo, es decir el obstáculo de la represión. Pero, amén de la represión, el yo * Con esta expresión, "pulsiones represoras del yo”, reducimos el vasto campo de las pulsiones del yo a su aspecto esencial. Estudiar de manera exhaustiva el dominio de las pulsiones del yo excedería los límites del presente trabajo. 42 3 3-2f IW 3CJ Ja? a.íí g •a ¡tga *32m »i! U| 1311 !li QZ O y52 J• • • «a s 8 § ■ail!«< oí 8'E« I!y / ■ ■ ■ t*4 II< o. >,t •5 II// í 8 4* 4- «1 1 J ll c•oaiMa-Kam-OZ |cop«-3»-ag-<o^oz| fc.-<Z(-<ooa<« cIa 81 le- Q, 'O M g o Oí H 55w Q ■< • o -I opone otras dos obstrucciones a las pulsiones sexuales: la sublimación y el fantasma. □ La sublimación. — El primero de estos escollos consiste en desviar el trayecto de la pulsión cambiando su finalidad: esta maniobra se denomina sublimación y consiste en el reem plazo de la finalidad sexual ideal (incesto) por otra ñnalidad no sexual con valor social. Las realizaciones culturales y artísti cas, las relaciones de ternura entre padres e hijos, los senti mientos de amistad en la pareja, son todas expresiones sociales de las pulsiones sexuales desviadas de su finalidad virtual. □ El fantasma. — La otra barrera impuesta por el yo es más complicada, pero comprender su mecanismo nos permitirá explicar por qué los objetos con los cuales la pulsión obtieneplacer sexual son objetos fantasmatizados y no reales. Este otro obstáculo que el yo opone a las pulsiones sexuales consiste no en un cambio de finalidad, como era el caso de la sublimación, sino en un cambio de objeto. En lugar de un objeto real, el yo instala un objeto fantasmatizado, como si, para detener el impulso de la pulsión sexual, el yo contentara a la pulsión engañándola con la ilusión de un objeto fantasmatizado. Pero, ¿cómo logra el yo efectuar esta jugarreta? Para trans formar el objeto real en un objeto fantasmatizado, debe incorpo rar primero adentro de él el objeto real hasta transformarlo en fantasma. Tomemos un ejemplo y descompongamos artificial mente esta astucia del yo en seis etapas. 1. Imaginemos una relación afectiva con una persona que nos atrae y a la que amamos. Sin distinguir necesidad, deseo y amor, preocupémonos del estatuto de dicha persona, cuando se transforma de objeto real en objeto fantasmatizado. Suponga mos primeramente que esta persona sea el objeto real hacia el cual se orienta la pulsión sexual. 2. Nosotros (es decir el yo) amamos a esta persona hasta incorporarla adentro de nosotros haciendo de ella una parte de nosotros mismos. 3. Así, nos identificamos con el ser amado que está en 44 nosotros, y lo tratamos con un amor más poderoso aún que el que le teníamos cuando era real. 4. Entonces, la persona amada deja de estar afuera y vive en el interior de nosotros como un objeto fantasmatizado que mantiene y reaviva constantemente la pulsión sexual. Así, la persona real ya sólo existe para nosotros bajo la forma de un fantasma, aun cuando conjuntamente sigamos reconociéndole una existencia autónoma en el mundo. Por consiguiente, cuan do amamos, amamos siempre a un ser hecho con la materia del fantasma y referido a ese otro ser real que reconocemos en el afuera. 5. La relación amorosa, fundada así en un fantasma que calma la sed de la pulsión, procura entonces ese placer parcial que hemos caliñcado de sexual. 6. Amaremos u odiaremos a nuestro prójimo según el modo que tenemos de querer u odiar, en nuestro interior, a su doble fantasmatizado. Todas nuestras relaciones afectivas, y en par ticular la relación que se establece entre el paciente y su psicoanalista —amor de transferencia—, todas estas relaciones están estrechamente vinculadas con los moldes del fantasma; fantasma que moviliza la actividad de las pulsiones sexuales y procura placer. □ El concepto de narcisismo. — No obstante, en las secuen cias que acabamos de recortar, no hemos situado el gesto esencial del yo que le permite transformar el objeto real en objeto fantasmatizado. ¿Cuál es ese gesto? Es una torsión del yo que se denomina narcisismo. El narcisismo es el estado singu lar del yo cuando —a fin de incorporar el objeto real y de transformarlo en fantasma— toma el lugar de objeto sexual y se hace amar y desear por la pulsión sexual. Como si el yo, para domar la pulsión, la desviara de su finalidad ideal y la engañara diciéndole: ‘‘Ya que buscas un objeto para conseguir tus finali dades sexuales, ven... ¡sírvete de mí!” La dificultad teórica del concepto de narcisismo es comprender que las pulsiones sexua les y el yo —identificado con el objeto fantasmatizado— consti tuyen dos partes de nosotros mismos. El yo-pulsión sexual ama al yo-objeto. Es así como podemos formular: el yo-pulsión se 45 ama a sí mismo como objeto sexual. El narcisismo no se deñne en modo alguno como un simple retorno sobre sí en un “amarse a sí mismo”, sino en un “amarse a sí mismo como objeto sexual*: el yo-pulsión sexual ama al yo-objeto sexual. El amor narcisista del yo por él mismo, en tanto objeto sexual, está en la base de la constitución de todos los fantasmas. Por consiguiente, se puede concluir que la materia de los fantasmas es siempre e inevita blemente el yo. Resumamos pues los principales destinos de las pulsiones sexuales: ser reprimidas, sublimadas o inclusive engañadas por un fantasma. * Las fases de la sexualidad infantil y el complejo de Edipo Pero las pulsiones sexuales se remontan muy lejos en la infancia. Tienen una historia que escande el desarrollo de nuestro cuerpo de niño. Su evolución comienza con el nacimien to y culmina entre los tres y los cinco años con la aparición del complejo de Edipo, que marca el vínculo del niño con el proge nitor del sexo opuesto y su hostilidad hacia el del mismo sexo. La resolución de este complejo conducirá al niño a encontrar su identidad de hombre o de mujer. La mayor parte de los aconte cimientos acaecidos durante esos primeros años de la vida están afectados por el olvido, honramiento que Freud denomina amnesia infantil. Podemos delimitar brevemente tres fases en la historia de las pulsiones sexuales infantiles. Tres fases que se distinguen según el predominio de la zona erógena: la fase oral, en la cual la zona dominante es la boca, la fase anal, en la que es el ano el que prevalece, y la fase fálica, con la primacía del órgano geni tal masculino. * 46 La fase oral abarca los seis primeros meses del lactante; la boca es la zona erógena predominante y procura al bebé no sólo la satisfacción de alimentarse, sino sobre todo el placer de succionar, es decir de poner en movimiento los labios, la lengua y el paladar en una alternancia ritmada. Cuando se emplea la expresión “pulsión oral” o “placer oral”, hay que descartar toda relación exclusiva con la comida. El placer oral es fundamen talmente placer de ejercer una succión sobre un objeto que se tiene en la boca o que se lleva a la boca y que obliga a la cavidad bucal a contraerse y relajarse sucesivamente. Para el lactante —como lo hemos visto— , este logro de placer al margen de la saciedad debe calificarse como sexual. El objeto de la pulsión oral no es por lo tanto la leche que ingiere como alimento, sino el flujo de leche caliente que excita la mucosa, o incluso el pezón del seno materno, el chupete, y luego, algún tiempo después, una parte del propio cuerpo, en general los dedos y sobre todo el pulgar, que son todos objetos reales que permiten mantener el movimiento cadenciado de la succión. Todos ellos son objetos pretextos que sostienen los fantasmas. Cuando observamos a un niño chupándose el pulgar, bien aplicado contra la cavidad del paladar, con la mirada soñadora, deducimos que en ese momento está sintiendo —psicoanalíticamente hablando— un intenso placer sexual. No olvidemos que el vínculo con los objetos reales es ante todo un vínculo con objetos fantasmati- zados. Así, el pulgar real que el niño succiona es en verdad un objeto fantasmatizado que está acariciando, es decir él mismo (narcisismo). Agreguemos que existe aún una fase oral tardía que comienza hacia el sexto mes de vida con la aparición de los primeros dientes. El placer sexual de morder, a veces con rabia, completa el placer de la succión. * La fase anal se desarrolla en el curso del segundo y tercer año. El orificio anal es la zona erógena dominante, y las heces constituyen el objeto real que da pábulo al objeto fantasmatizado de las pulsiones anales. De la misma manera como habíamos distinguido el placer de comer del placer sexual de succión, aquí debemos separar el placer funcional de defecar acompañado del 47 alivio propio de una necesidad corporal, del placer sexual de retener las heces y eyectarlas bruscamente. La excitación sexual de la mucosa anal está provocada ante todo por un ritmo particular del esfínter anal cuando se contrae para retener y se dilata para evacuar. * Originariamente, sólo hemos conocido objetos sexuales: el psicoanálisis nos muestra que cierta gente, a la que meramente creemos respetar y estimar, para nuestro inconsciente puede continuar siendo un objeto sexual S. Freud La fase fúlica precede al estado final del desarrollo sexual, es decir a la organización genital definitiva. Entre la fase fálica, que se extiende desde los tres a los cinco años, y la organizacióngenital propiamente dicha, que aparece durante la pubertad, se intercala un período llamado “de latencia” durante el cual las pulsiones sexuales serán inhibidas. En el curso de la fase fálica, el órgano genital masculino 1 pene— desempeña un papel dominante. Freud considera que, para la niña, el clítoris es un atributo fálico, fuente de excitación. A la manera de las otras fases, el objeto real se halla en la base del objeto fantasmatizado. Aquí, el pene y el clítoris sólo son los soportes concretos y reales de un objeto fantasma- tizado llamado falo.7 En cuanto al placer sexual, resulta de las caricias masturbatorias y de los contactos rítmicos de las partes genitales, tan rítmicos como podían serlo los movimientos alternados de la succión respecto del placer oral y de la reten ción/expulsión respecto del placer anal. Al comienzo de esta fase, tanto el niño como la niña creen que todos los seres humanos tienen o deberían tener “un falo”. Así, la diferencia de los sexos hombre/mujer es percibida por el niño como una oposición poseedor del falo/privado del falo (castrado). Luego, niña y varón seguirán una vía diferente hasta su identidad sexual definitiva. Estas vías divergen por que el objeto (falo) con el cual se satisface la pulsión fálica toma 48 en uno y otra una forma diferente. Para el niño, el objeto de la pulsión, es decir el falo, es la persona de la madre, o más bien la madre fantasmatizada y algunas veces, curiosamente —va mos a verlo— el propio padre. Para la niña, el objeto es primero la madre fantasmatizada, y luego, en un segundo momento, el padre. El niño entra en el Edipo y se pone a manipular el pene, mientras se entrega simultáneamente a fantasmas ligados a la madre. Y luego, bajo el efecto combinado de la amenaza de castración proferida por el padre y de la angustia provocada por la percepción del cuerpo femenino privado de falo, el varón renuncia por fin a poseer al objeto-madre. El afecto en tomo del cual el Edipo masculino se organiza, culmina y se desanuda, es la angustia’, la angustia llamada de castración, es decir el miedo a ser privado de la parte del cuerpo que el varón considera, a esa edad, como la más estimada: el pene, cuyo fantasma se denomi na “falo”. En la niña, el pasaje de la madre al padre es más complicado. El acontecimiento principal durante el Edipo femenino es la decepción que siente la niña al comprobar la falta de un falo del que no obstante creía estar dotada. Este sentimiento de decep ción, en el que se confunden el rencor y la nostalgia, tomará la forma acabada del afecto de la envidia: la envidia del pene. Pene —no lo olvidemos—cuyo fantasma es el falo. El afecto alrededor del cual gravita el Edipo femenino no es, por ende, la angustia, como para el varón, sino la envidia. Envidia del pene que pronto se convertirá en deseo de tener un hijo del padre y, más adelante, una vez que la niña se ha hecho miyer, deseo de tener un hijo del hombre elegido. Precisemos, no obstante, que Freud, mucho más tarde completó la teoría de la castración en la niña, al reconocer que la envidia no era la única respuesta a la castración que ella cree definitivamente realizada en razón de la falta de pene. Existe también en la mujer otro afecto diferente del de la envidia, el de la angustia. Una angustia que ha de ser comprendida como el temor no de perder el pene/falo que jamás ha tenido, sino de perder ese otro “falo” inestimable que es el amor procedente del objeto amado. La angustia de castración en la mujer no es otra, entonces, que la angustia de perder el amor del ser amado. En una palabra, los dos afectos principales que 49 decidirán la salida del Edipo femenino son la envidia del pene y la angustia de la pérdida del amor. Observación acerca del Edipo del varón: el rol esencial del padre Querría disipar aquí un malentendido frecuente que con cierne al Edipo del varón y en particular al rol que en él de sempeña el padre. Generalmente, como acabamos de hacerlo nosotros mismos, ponemos el acento en el vínculo del niño con la madre como objeto sexual y en el odio hacia el padre. Ahora bien, sin renegar de esta configuración clásica del Edipo, Freud ha privilegiado tanto la relación del varón con el padre, que no dudaremos en hacer del padre —y no de la madre— el personaje principal del Edipo masculino. He aquí el argumento. En la primera etapa de la formación del Edipo, reconocemos dos tipos de vinculación afectiva del varón: un vínculo deseante con la madre considerada como objeto sexual y, sobre todo, un vínculo con el padre tomado como modelo a ser imitado. El varón convierte a su padre en un ideal que él mismo querría alcanzar. El lazo con la madre —objeto sexual— no es otro que un impulso de deseo, mientras que el lazo con el padre —objeto ideal— se basa en un sentimiento de amor producido por la identificación con un ideal. Estos dos sentimientos, deseo de la madre y amor por el padre, nos dice Freud, wse acercan uno al otro, terminan por encontrarse y es de este encuentro de donde resulta el complejo de Edipo normar.8 Pero veamos, ¿qué sucede en este encuentro? Ahora el varón se siente molesto por la presencia de la persona del padre, que obstaculiza su impulso deseante hacia la madre. La identificación amorosa con el padre ideal se transforma entonces en una actitud hostil y termina por derivar en una identificacón con el padre en tanto hombre de la madre. Ahora el niño aspira a reemplazar al padre junto a la madre, tomada como objeto sexual. Seguramente, todos estos afectos hacia el padre se cruzan y se combinan en una mezcla de ternura por el ideal, de animosidad hacia el intruso y de envidia de la posesión de ios atributos del hombre. Empero, puede aun ocurrir que el Edipo dé un giro en una 50 curiosa inversión. El verdadero Edipo invertido —expresión muy utilizada y pocas veces bien comprendida— consiste en un cambio radical del estatuto del objeto-padre: el padre aparece a los ojos del varón como un objeto sexual deseable. Todo ha cambiado. De objeto ideal que suscitaba la admiración, la ternura y el amor, el padre se ha vuelto ahora un objeto sexual que excita el deseo. Antes, el padre era lo que se quería ser, un ideal; ahora el padre es lo que se querría tener, un objeto sexual. En pocas palabras, para el varón el padre se presenta bajo tres figuras diferentes: amado como un ideal, odiado como un rival y deseado como un objeto sexual. Lo que nos interesaba desta car es lo siguiente: lo esencial del Edipo masculino son las vi cisitudes de la relación del varón respecto del padre y no —como se tiende a creer generalmente— respecto de la madre. * Una palabra más para subrayar las particularidades de la fase fálica, tan esencial en relación con las fases anteriores, ya que de su salida dependerá la futura identidad sexual del niño ya adulto. He aquí los aspectos para retener. Señalemos en primer lugar que, en esta fase, el objeto fantasmatizado de la pulsión no se apoya, como antes, en una parte del cuerpo del individuo, como el pulgar o los excrementos, sino en una persona. El objeto fantasmatizado de la pulsión (falo) toma la figura de una madre o de un padre presa de los deseos y de las pulsiones. Así, durante la fase fálica, la madre es percibida por el varón a través del fantasma de una madre deseante. Destaquemos todavía que en el transcurso de esta fase, el niño hace por primera vez la experiencia de perder el objeto de la pulsión, no tanto como consecuencia de una evolución natural como por los estadios precedentes (destete por ejemplo), sino en respuesta a una obligación inevitable. El niño pierde al objeto- madre para someterse a la ley universal de la prohibición del incesto. Ley que el padre ordena al niño que respete b£yo pena de privarlo del pene. Señalemos finalmente que la fase fálica es la única que concluye mediante la resolución de una elección decisiva: el 51 sujeto deberá elegir entre salvar unaparte de su cuerpo propio o salvar el objeto de la pulsión. Esta alternativa equivale, en definitiva, a elegir una forma u otra de falo: ya sea el pene, ya sea la madre. El varón tendrá que decidir entre preservar su cuerpo de la amenaza de castración, es decir preservar el pene, o conservar el objeto de la pulsión, es decir a la madre. Debe elegir entre salvar el pene y renunciar a la madre, o no renunciar a la madre, pero entonces sacrificar el pene. Sin duda, la salida normal consiste en renunciar al objeto y salvar la integridad de su persona. El amor narcisista prevalece por sobre el amor objetal. Esta alternativa que presento como el drama que habría vivido un niño mítico es en verdad la misma alternativa que atravesamos todos en ciertos momentos de nuestra existencia, cuando estamos obligados a tomar decisiones donde lo que está en juego es perder lo que nos es más caro. Entonces, para preservar el ser, lo que abandonamos es el objeto. Pulsiones de vida y pulsiones de muerte. El deseo activo del pasado Les había anunciado que Freud había modificado su prime ra teoría de las pulsiones en la que opone las pulsiones represo ras del yo a las pulsiones sexuales. El motivo principal ha sido el descubrimiento del narcisismo. En efecto, recordemos que, para engañar a las pulsiones, el yo se ha vuelto un objeto sexual fantasmatizado: ya no hay que establecer distinciones entre un supuesto objeto sexual exterior y real, sobre el cual recaería la libido de las pulsiones, y el yo. El objeto sexual exterior, el objeto sexual fantasmatizado y el yo son una sola y única cosa que llamamos objeto de la pulsión. Desde este punto de vista, se puede afirmar: el yo se ama a sí mismo como objeto de pulsión. Pero si la libido de las pulsiones sexuales puede referirse a este objeto único que es el yo, entonces no cabe ya reconocerle al yo una voluntad defensiva y represora contra las llamadas pulsiones sexuales. Por consiguiente, las pulsiones del yo des aparecen de la teoría de Freud, y con ellas la dicotomía entre 52 opuestas pulsiones del yo/pulsiones sexuales. Freud propone entonces reagruparlos movimientos libidinales, dirigidos tanto hacia el yo como hacia los objetos sexuales exteriores, bajo el término único pulsiones de vida, oponiéndolo al término pulsio nes de muerte. El objetivo de las pulsiones de vida es el vínculo libidinal, es decir el anudamiento de los lazos, por intermedio de la libido, entre nuestro psiquismo, nuestro cuerpo, los seres y las cosas. Las pulsiones de vida tienden a investir todo libidi- nalmente y a mantener la cohesión de las partes de la sustancia viva. En cambio, las pulsiones de muerte aspiran al desanuda miento, al desprendimiento de la libido de los objetos, y al retorno ineluctable del ser vivo a la tensión cero, al estado inorgánico. En este sentido, precisemos que la “muerte” que controla estas pulsiones no siempre es sinónimo de destrucción, de guerra o de agresión. Las pulsiones de muerte representan la tendencia del ser vivo a encontrar la calma en la muerte, el reposo y el silencio. También pueden ser el origen de las manifestaciones humanas más mortíferas cuando la tensión trata de aliviarse en el mundo exterior. No obstante, cuando las pulsiones de muerte no salen al exterior son profundamente benéñcas. Observemos que ambos grupos de pulsiones actúan no sólo concertadamente, sino que comparten un rasgo común. Me gustaría detenerme en este aspecto porque este rasgo constitu ye un concepto absolutamente nuevo, un salto en el pensamien to freudiano. ¿Cuál es el rasgo común a las pulsiones de vida y de muerte? ¿Cuál es este concepto nuevo? Más allá de su diferencia, la pulsión de vida, así como la de muerte, aspiran a restablecer un estado anterior en el tiempo. Ya sea la pulsión de vida que busca aumentar la tensión, o la pulsión de muerte que aspira a la calma y al retorno a cero, ambas tienden a reproducir y a repetir una situación pasada, ya sea agradable o desagrada ble, placentera o displacentera, sin tensión o con tensión. Nuestra vida y la vida de aquellos que nos hablan, los pacientes, muestran que tendemos muchas veces a repetir nuestros fraca sos y sufrimientos con una fuerza en ocasiones más potente que la que nos conduce a descubrir los acontecimientos agradables. Tal es el caso del soldado traumatizado por la guerra que no 53 puede evitar volver a ver en sueños, repetitivamente, el acon tecimiento traumático de la bomba que explotó junto a él. En suma, el nuevo concepto introducido por Freud con la segunda teoría de las pulsiones es el de la compulsión a la repetición en el tiempo. La exigencia de repetir el pasado es más fuerte que la exigencia de buscar en el futuro el acontecimiento placentero. La compulsión a repetir es una pulsión primera y fundamental, la pulsión de las pulsiones; ya no se trata de un principio que orienta sino de una tendencia que exige regresar hacia atrás, volver a encontrar aquello que ya ha tenido lugar. El deseo activo del pasado, aun cuando el pasado haya sido malo para el yo, se explica por esta compulsión a retomar lo que no ha sido acabado, con la voluntad de completarlo. Habíamos demos trado que los actos involuntarios eran los sustitutos de una acción ideal e inacabada. Por tanto, la compulsión a la repeti ción sería el deseo de retomar al pasado y concluir sin escollos y sin rodeos la acción que se había revelado imposible, como si las pulsiones inconscientes no se resignaran jamás a ser conde nadas a la represión. Por consiguiente, podemos afirmar que la pulsión a repetir en el tiempo es más irresistible aún que la de encontrar placer. La tendencia conservadora propia de las dos pulsiones —la de volver hacia atrás— prevalece sobre la otra tendencia también conservadora regida por el principio del placer: la de volver a encontrar un estado sin tensiones. Por lo tanto, Freud considera la compulsión a la repetición como una fuerza que sobrepasa los límites del principio del placer, que va más allá de la búsqueda del placer. Sin embargo, la dicotomía pulsional vida-muerte sigue regulada por la acción conjugada de estos dos principios decisivos del funcionamiento mental: volver al pasado y encon trar el placer. La transferencia es un fantasma cuyo objeto es el inconsciente del psicoanalista Ahora debo concluir. Querría hacerlo pidiéndoles que en tren en el consultorio del psicoanalista y que reconozcan en él 54 que la relación del paciente con el analista también puede comprenderse como una expresión de la vida pulsional. Desde el cariño más apasionado hasta la hostilidad más obstinada, la relación analítica toma todas sus particularidades de los fan tasmas que soportan y han soportado las relaciones afectivas que el analizante ya ha vivido en el pasado. Es el fenómeno de la transferencia. Precisemos bien que el vínculo transferencia! con el analista no es la mera reproducción en el presente de los lazos afectivos y deseantes del pasado. La transferencia es, ante todo, la realización de los mismos fantasmas que se expresaban antaño b^jo la forma de los primeros lazos afectivos. En conse cuencia, hay que comprender que la transferencia no es la repetición de una relación antigua, sino la actualización de un fantasma. El manejo de la transferencia requiere de parte del analista no sólo una gran destreza y experiencia, sino una constante actividad de autopercepción de sí mismo. El instrumento del psicoanalista no es sólo el saber, sino ante todo su propio inconsciente, único medio del que dispone para captar el incons ciente del paciente. Si en el complejo de Edipo el objeto de la pulsión fálica es el deseo de la madre, deberíamos sostener que, en la transferencia, el objeto de la pulsión analítica —llamé moslo así— es el inconsciente del psicoanalista. Esta singular disponibilidad «del analista, que le permite actuar con su inconsciente pero también exponerse al incons ciente del otro,
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