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Grandes psicoanalistas 1, Introducción a las obras de S Freud, S Ferenczi, G Groddeck, M Klein (Juan David Nasio) (Z-Library)

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J.-D. Nasio (comp.)
Introducción a las obras de:
FREUD • FERENCZI 
GRODDECK • KLEIN
Grupo: Psicología 
Subgrupo: Psicoanálisis Lacaniano
Editorial Gedisa ofrece 
los siguientes títulos sobre
PSICOANALISIS LACANIANO
pertenecientes a sus diferentes 
colecciones y series 
(Grupo “Psicología”)
Juan David Nasio (comp.) Grandes Psicoanalistas, vol I.
Introducción a las obras de Freud, 
Ferenczi, Groddeck y Ai. Klein
Jo£l Dor Introducción a la lectura de
Locan. 2. La estructura del sujeto
Dominique y Psicoanálisis. Una cita con 
Gérard Miller el síntoma
Juan David Nasio Cinco lecciones sobre ¡a teoría de
Jacques Locan
Juan David Nasio La mirada en psicoanálisis
Octave Mannoni Un intenso y permanente asombro
Juan David Nasio Enseñanza de 7 conceptos cruciales
del psicoanálisis
Odile Bernard-Desoria El caso Pelo de Zanahoria 
Joél Dor Estructura y perversiones
F. Dolto y El niño del espejo- El trabajo
Juan David Nasio psicoterapéutico
Marc Augé y otros El objeto en psicoanálisis
Maud Mannoni Un saber que no se sabe
JofcL Dor Introducción a la lectura de 
Lacan, voL I. El inconsciente 
estructurado como lenguaje
(sigue en póg. 237)
GRANDES
PSICOANALISTAS
J.-D. Nasio
Compilador
VOLUMEN I
Introducción a las obras de
S. FREUD 
S. FERENCZI 
G. GRODDECK 
M. KLEIN
Obra colectiva, con las contribuciones de
J.-D. Nasio, L. Le Vaguerése, B. This 
y M.-C. Thomas
Titulo del original en francés: Introduction awc oeuvres de Freud • 
Ferenczl • Groddecfc • Klein.
Publicado por Éditlons Payot & Rivages 
© 1994 Éditlons Payot & Rivages
Traducción: Viviana Ackerman
Revisión técnica: Margarita N. Mlzrqjl
1“ edición, febrero de 1996. Barcelona
Derechos para todas las ediciones en castellano
© by Editorial Gedlsa S.A. 
Muntaner 460, entlo., 1* 
Tel. 201 60 00 
08006 - Barcelona. Esparta
ISBN: 84-7432-592-7 (O.C.)
ISBN: 84-7432-587-0 (T. I) 
Depósito legal: B-48068-2005 (I) E.U.
Impreso en Publidisa
Queda prohibida la reproducción total o pardal por cualquier medio de 
Impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o 
cualquier otro idioma.
Nota liminar
*
Introducción a la obra de FREUD
Extractos de la obra de S. Freud 
Biografía de Sigmund Freud 
Selección bibliográfica
*
Introducción a la obra de FERENCZI
Extractos de la obra de S. Ferenczi 
Biografía de Sándor Ferenczi 
Selección bibliográfica
*
Introducción a la obra de GRODDECK
Extractos de la obra de G. Groddeck 
Biografía de Georg Groddeck 
Selección bibliográfica
*
Introducción a la obra de Melanie KLEIN
Extractos de la obra de M. Klein 
Biografía de Melanie Klein 
Selección bibliográfica
*
Nota liminar
He aquí, reunidos por primera vez, en dos volúmenes, a los 
grandes autores del psicoanálisis. Nuestra intención es presen­
tar lo esencial de la vida y obra de cada uno de estos pioneros que 
marcaron nuestra manera de pensar y practicar el análisis, 
nuestro lenguaje y, en términos más generales, la cultura de 
hoy. Hemos concebido estos libros como instrumentos de traba­
jo en los que cada capítulo, dedicado a uno de los siete grandes 
psicoanalistas, propone al lector una presentación de su bio­
grafía, una exposición clara y rigurosa de las ideas fundamen­
tales de su obra, fragmentos escogidos de ésta, un cuadro 
cronológico de los acontecimientos decisivos de su existencia y, 
finalmente, una selección bibliográfica. Estos diferentes enca­
bezamientos permitirán al lector ingresar en el libro por la 
puerta que más le interese. La presente introducción aspira a 
suscitarle el deseo y el afán de ir a consultar directamente los 
textos originales.
Los psicoanalistas que colaboraron en estos dos volúmenes 
colectivos se esforzaron en destacar las especificidades de las 
obras estudiadas. Se aplicaron no sólo a exponer una teoría 
sino, sobre todo, a hacer revivir el alma de cada autor, los deseos 
y conflictos que moldearon su estilo y distinguieron su produc­
ción más allá de los conceptos. Al redactar su contribución, cada 
colaborador lo hizo impregnado no sólo por el contenido de la 
obra en examen, sino también por la imagen interior del autor 
considerado.
Estos volúmenes tienen como destinatarios tanto al estu­
diante deseoso de contar con un dossier completo sobre cada 
una de las grandes figuras del psicoanálisis, como al psicoana­
lista confirmado que —a semejanza de Freud— no cesa de 
retomar a los fundamentos de la teoría. Recordemos los múlti­
ples textos en los que Freud vuelve, en efecto, a los fundamentos 
de su doctrina para despejar lo esencial de ésta, tal como lo hizo,
9
por ejemplo, en su último ensayo, el Esquema del psicoanálisis, 
escrito a la edad de 82 años. ¿Qué es lo que entonces ocurre? Con 
la escritura de su Esquema, Freud inventa también nuevos 
conceptos. El retomo a los fundamentos suele dar como resul­
tado, pues, la inesperada gestación de lo inédito. La enseñanza 
se toma investigación, y el saber antiguo, verdad nueva. El 
principio que ha guiado incesantemente nuestro trabajo de 
transmisión del psicoanálisis puede resumirse en una fórmula: 
procuremos decir bien lo que ya se dijo y tendremos la suerte, 
quizás, de decir algo nuevo. Con este espíritu concebimos los 
presentes volúmenes.
*
Cada uno de los capítulos que se leerán a continuación 
constituye la versión sumamente modificada, y escrita, de una 
conferencia pronunciada por el colaborador respectivo en el 
marco de la Enseñanza de 7 grandes corrientes del psicoanáli­
sis, ciclo de conferencias organizado por los Seminarios Psico- 
analíticos de París y que tuvo lugar entre diciembre de 1991 y 
junio de 1992.
J. -D. N.
10
Introducción
a la obra
de
FREUD
J. -D. NASIO
Esquema de la lógica del pensamiento freudiano
*
Definiciones del inconsciente
Definición del inconsciente desde el punto de vista descriptivo 
Definición del inconsciente desde el punto de vista sistemático 
Definición del inconsciente desde el punto de vista dinámico 
El concepto de represión
Definición del inconsciente desde el punto de vista económico 
Definición del inconsciente desde el punto de vista ético
*
El sentido sexual de nuestros actos
*
El concepto psicoanalítico de sexualidad 
Necesidad, deseo y amor
*
Los tres principales destinos de las pulsiones sexuales: 
represión, sublimación y fantasma.
El concepto de narcisismo
*
Las fases de la sexualidad infantil 
y el complejo de Edipo
Observación sobre el Edipo del varón: 
el rol esencial del padre
*
Pulsiones de vida y pulsiones de muerte. 
El deseo activo del pasado
*
La transferencia es un fantasma cuyo objeto es 
el inconsciente del psicoanalista
La aceptación de procesos psíquicos inconscientes, 
el reconocimiento de la doctrina de la resistencia y de la represión, 
la consideración de la sexualidad y del complejo de Edipo, 
son los contenidos principales del psicoanálisis 
y los fundamentos de su teoría,
y quien no esté en condiciones de adherir a todos esos principios 
no debería contarse entre los psicoanalistas.
S. Freud
Un siglo —¡y qué siglo!— nos separa de Freud, de aquel día 
en que decidió abrir su consultorio en Viena y redactar la 
primera obra fundadora del psicoanálisis, La interpretación de 
los sueños.
Un siglo es mucho tiempo; mucho tiempo para la historia, 
para la ciencia y para las técnicas. Mucho para la vida. Y, sin 
embargo, es muy poco para nuestra joven ciencia, el psicoaná­
lisis. Reconozco que el psicoanálisis no progresa a la manera de 
los avances científicos y sociales. Se ocupa de cosas simples, 
muy simples, que son también inmensamente complejas. Se 
ocupa del amor y del odio, del deseo y de la ley, del sufrimiento 
y del placer, de nuestros actos de palabra, de nuestros sueños y 
fantasmas. El psicoanálisis se ocupa de las cosas simples y 
complejas, pero eternamente actuales. Se ocupa de estas cues­
tiones no sólo por medio de un pensamiento abstracto, de una 
teoría, que he de considerar en el presente capítulo, sino 
también a través de la experiencia humana de unarelación
15
concreta entre dos partenaires, analista y analizante, expues­
tos mutuamente a la incidencia del uno en el otro.1
Pero un siglo, insisto, es mucho. Y en el curso de estos cien 
años, los problemas tratados por el psicoanálisis a menudo han 
sido designados y conceptualizados bajo diferentes formas. En 
efecto, la experiencia siempre única de cada cura analítica le 
impone al analista que se compromete en ella que repiense, una 
y otra vez, la teoría que justifica su práctica. No obstante, el hilo 
inalterable de los principios fundamentales del psicoanálisis 
atraviesa el siglo, ordena las singularidades del pensamiento 
analítico y asegura el rigor al legitimar el trabajo del psicoana­
lista. Ahora bien, ¿cuál es ese hilo que asegura semejante 
continuidad?, ¿cuáles son los fundamentos de la obra freudiana? 
Estos fundamentos han sido comentados, resumidos y refir­
mados en innumerables ocasiones. ¿Cómo, entonces, transmi­
tírselos a ustedes de una manera novedosa? ¿Cómo hablar de 
Freud en la actualidad?
He optado por presentarles mi lectura de la obra freudiana 
a partir de una pregunta que me obsesionó durante estos 
últimos días, mientras escribía este texto. Me pregunté sin 
cesar qué era lo que me asombraba más en Freud, lo que de él 
vivía en mí, en el trabajo con mis analizantes, en la reflexión 
teórica que orienta mi escucha, y en el deseo que me anima de 
transmitir y de hacer existir el psicoanálisis tal como existe en 
este instante en que ustedes están leyendo estas páginas. Lo 
que más me asombra en Freud, lo que en su obra me remite a 
mí mismo y lo que, por ende, comunica así a la obra su 
actualidad vigente, no es su teoría, de la que, empero, he de 
hablarles, ni siquiera su método, que aplico en mi práctica. No. 
Lo que me seduce cuando leo a Freud, cuando pienso en él y lo 
hago vivir, es su fuerza, su locura, su fuerza loca y genial de 
querer captar en el otro las causas de sus actos, el querer 
encontrar la fuente que anima a un ser. Sin duda Freud es ante 
todo una voluntad, un deseo obstinado de saber; pero su 
genialidad está en otra parte. La genialidad es algo diferente de 
la voluntad o el deseo. La genialidad de Freud es haber com­
prendido que, para captar las causas secretas que animan a un 
ser, que animan a ese otro que sufre y a quien escuchamos, en
16
primer lugar y por sobre todo, hay que descubrir esas causas en 
uno mismo, rehacer en sí —conservando al mismo tiempo el 
contacto con el otro que está enfrente— el camino que va de 
nuestros propios actos a sus causas. La genialidad no reside 
entonces en el deseo de develar un enigma, sino en prestar el yo 
a ese deseo, en hacer de nuestro yo el instrumento capaz de 
acercarse al origen velado del sufrimiento de quien habla. La 
voluntad de descubrir, tan tenaz en Freud, conjugada con esa 
modestia excepcional de comprometer su yo para conseguirlo, 
es lo que admiro tanto y de lo que jamás podré dar cuenta 
cabalmente con palabras y conceptos. El genio freudiano no se 
explica ni se transmite y, sin embargo, no puede seguir siendo 
la gracia inaudita del fundador. No, el genio freudiano es el 
salto que todo analista está llamado a realizar en él mismo cada 
vez que escucha verdaderamente a su analizante.
#
Esquema de la lógica del pensamiento freudidno
Freud nos ha dejado una obra inmensa—fue, como sabemos, 
un trabajador infatigable—y toda su doctrina está marcada por 
su deseo de descubrir el origen del sufrimiento del otro sirvién­
dose de su propio yo. Por consiguiente, voy a tratar de presentar­
les lo esencial de esta doctrina, los fundamentos de la teoría 
freudiana, sin olvidar que no deja de ser una tentativa incesan­
temente renovada de decir lo que nos mueve, de decir lo indeci­
ble. Toda la obra freudiana es, al respecto, una inmensa respues­
ta, una respuesta inacabada a la pregunta: ¿Cuál es la causa de 
nuestros actos? ¿Cómo funciona nuestra vida psíquica?
Querría justamente hacerles entender lo esencial del fun­
cionamiento mental tal como lo encara el psicoanálisis y tal 
como queda confirmado cuando el psicoanalista está con su 
paciente. En efecto, la concepción freudiana de la vida mental 
puede formalizarse en un esquema lógico elemental que surge 
a partir de una relectura de los textos de Freud. A medida que 
hemos tratado de acercamos más al centro de la teoría en lugar 
de aprehenderla desde afuera, la hemos visto transfigurarse.
17
Primeramente se redujo la complejidad. Y luego, las diferentes 
partes se han imbricado unas en otras para ordenarse final­
mente en un sencillo mapa de sus relaciones. Si consigo trans­
mitirles este esquema, entonces habré cumplido plenamente 
mi propósito de introducirlos en la obra de Freud, pues este 
esquema retoma sorprendentemente la lógica implícita e inter­
na del conjunto de los textos freudianos. Desde el Proyecto para 
una psicología para neurólogos, publicado en 1895, hasta su 
última obra, Compendio del psicoanálisis, escrita en 1938, 
Freud no cesa de reproducir espontáneamente, a veces sin 
saberlo, en un cuasi automatismo del pensamiento, el mismo 
esquema de base expresado según diversas variantes. Lo que 
intentaré exponerles ahora es justamente esta lógica.
Procederemos de la manera siguiente: comenzaré por cons­
truir con ustedes este esquema elemental, y lo iré modificando 
progresivamente a medida que desarrollemos los temas princi­
pales que son el inconsciente, la represión, la sexualidad, el 
complejo de Edipo y la transferencia en la cura analítica.
*
Volvamos a nuestro esquema de base. ¿En qué consiste? 
Para responder, necesito, primero, recordarles que es una 
versión corregida de un modelo conceptual del llamado arco 
reflejo, modelo conceptual ya clásico utilizado por la neurofi- 
siología del siglo xix, a fin de dar cuenta de la circulación del 
flujo nervioso. Me interesa aclarar lo antes posible que el 
modelo del arco reflejo sigue siendo todavía un paradigma 
fundamental de la neurología moderna.
El esquema neurológico del arco reflejo es muy simple y bien 
conocido (figura 1). Tiene dos extremos: el de la izquierda, el 
polo sensorial donde el sujeto percibe la excitación, es decir la 
inyección de una cantidad “x” de energía, por ejemplo cuando 
recibe un ligero golpe de martillo para reflejos en la rodilla. El 
de la derecha, el polo motor, transforma la energía recibida en 
una respuesta inmediata del cuerpo: en nuestro ejemplo, la 
pierna reacciona inmediatamente por medio de un movimiento 
reflejo de extensión. Entre ambos extremos se instala así una
18
tensión que aparece con la excitación y desaparece con la 
descarga producida por la respuesta motriz. Por lo tanto, el 
principio que regula este trayecto en forma de arco es muy claro: 
recibirla energía, transformarla en acción y, consecuentemen­
te, disminuir la tensión del circuito.
Trayecto del arco
□
Excitación
externa
Acción real: 
descarga externa
Polo sensorial Polo motor
Figura 1
Esquema del arco reflqjo
19
Creemos que [el principio del placer] siempre está 
provocado por una tensión displacentera 
y que toma una dirección tal que su resultado final 
coincide con una disminución de esta tensión, 
es decir con una prevención del displacer 
o con una producción de placer.
S. Freud
Apliquemos ahora este mismo esquema reflejo al funcio­
namiento del psiquismo. Muy bien: el psiquismo está igualmen­
te gobernado por el principio que apunta a reabsorber la 
excitación y a bajar la tensión, con la salvedad de que el psi­
quismo —ya lo veremos— escapa justamente a este principio. 
En efecto, en la vida psíquica la tensión no se agota jamás. 
Mientras vivimos estamos constantemente bajo tensión psíqui­
ca. Este principio de disminución de la tensión, que debemos 
considerar más bien como una tendencia y jamás como una 
realización efectiva, lleva en psicoanálisis el nombre de princi­
pio del displacer-placer. ¿Por qué llamarlo así, “displacer- 
placer”? ¿Y por qué afirmar que el psiquismo está siempre bajo 
tensión?Para responder, retomemos los dos extremos del arco 
reflejo, pero esta vez imaginando que se trata de dos polos del 
aparato psíquico mismo, inmerso en la realidad exterior. La 
frontera del aparato separa, pues, un adentro de un afuera que 
lo rodea (figura 2).
*
En el polo izquierdo, extremo sensorial, podemos situar dos 
características propias del psiquismo:
a) La excitación siempre es de origen interno y jamás
20
externo. Se trate de una excitación procedente de una fuente 
interna, como por ejemplo el shock provocado por la vista de un 
violento accidente automovilístico, se trate de una excitación 
procedente de una fuente corporal, de una necesidad como el 
hambre, la excitación sigue siendo intrapsíquica, puesto que 
tanto el shock externo como las necesidades interiores crean 
una huella psíquica a la manera de un sello impreso en cera. 
En una palabra, la fuente de la excitación endógena es una 
huella, una idea, una imagen o, para utilizar el término adecua­
do: un representante ideacional cargado de energía, aún lla­
mado representante de las pulsiones. Término—el de pulsión— 
que volveremos a encontrar a menudo en el presente capítulo.
b) Segunda característica: Dicho representante, cargado 
una primera vez, tiene la particularidad de permanecer tan 
duraderamente excitado, a la manera de una batería, que todo 
intento del aparato psíquico para reabsorber la excitación y 
suprimir la tensión está condenado al fracaso.
Ahora bien, esta estimulación ininterrumpida mantiene en 
el aparato un nivel elevado de tensión vivida dolorosamente 
por el sujeto como un llamado permanente a la descarga. Es esa 
tensión penosa que el aparato psíquico trata de abolir en vano, 
sin conseguirlo jamás verdaderamente, lo que Freud denomina 
displacer. Tenemos así un estado de displacer efectivo e inevi­
table, y, en las antípodas, un estado hipotético de placer abso­
luto que se podría obtener si el aparato lograra liberar inmedia­
tamente toda la energía y eliminar la tensión. Precisemos bien 
el sentido de cada una de estas dos palabras: displacer significa 
mantenimiento o aumento de la tensión, y placer, supresión de 
la tensión. No obstante, no olvidemos que el estado de tensión 
displacentero y penoso no es otra cosa que la llama vital de 
nuestra actividad mental; displacer, tensión y vida permane­
cen para siempre inseparables.
Por consiguiente, en el psiquismo, la tensión no desaparece 
jamás por completo, expresión que puede traducirse del si­
guiente modo: en el psiquismo, el placer absoluto no se obtiene 
jamás. Pero, ¿por qué la tensión resulta siempre opresiva y el 
placer absoluto no se alcanza jamás? Por tres razones. Ustedes
21
ya conocen la primera: la fuente psíquica de la excitación es a 
tal punto inagotable que la tensión se reactiva eternamente. La 
segunda razón concierne al polo derecho de nuestro esquema. 
El psiquismo no puede operar como el sistema nervioso y 
resolver la excitación por medio de una acción motriz inmedia­
ta, capaz de evacuar la tensión. No, el psiquismo no puede 
responder a la excitación más que por medio de una metáfora de 
la acción, una imagen, un pensamiento o una palabra que 
represente a la acción concreta que habría permitido la descar­
ga completa de la energía. En el psiquismo, toda respuesta está 
inevitablemente mediatizada por una representación que sólo 
puede operar una descarga parcial. Así como hemos situado en 
el polo izquierdo el representante psíquico de la pulsión (exci­
tación pulsional continua), ubicamos en el polo derecho el 
representante psíquico de una acción. Por ende, el aparato 
psíquico queda sometido a una tensión irreductible: en la 
puerta de entrada, el flujo de las excitaciones es constante y 
excesivo; a la salida, no hay más que un simulacro de respuesta, 
una respuesta virtual que opera solamente una descarga par­
cial.
Pero aún hay una tercera razón, la más importante y la más 
interesante para nosotros, que explica por qué el psiquismo 
siempre está en tensión. Consiste en la intervención de un 
factor decisivo que Freud denomina represión. Antes de expli­
car el concepto de la represión, necesito precisar que entre el 
representante-excitación y el representante-acción se extien­
de una red de muchos otros representantes que entretejen la 
trama de nuestro aparato. La energía que afluye y circula de 
izquierda a derecha, de la excitación a la descarga, atraviesa 
necesariamente esa red intermediaria. Con todo, la energía no 
circula de la misma manera entre todos los representantes
(figura 2).
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Si nos figuramos la represión como una barra que separa 
nuestro esquema en dos partes, la red intermedia se divide del 
siguiente modo: algunos representantes, que reunimos como un 
grupo mayoritario situado a la izquierda de la barra, están muy 
cargados de energía y se conectan de tal modo que forman la vía 
más corta y más rápida para intentar llegar a la descarga. A 
veces, se organizan a la manera de un racimo y hacen confluir 
toda la energía en un solo representante (condensación); en 
otras ocasiones, se enlazan uno detrás del otro en fila india para 
dejar fluir la energía más fácilmente (desplazamiento).*
Algunos otros representantes de la red —que vamos a 
reunir como un grupo más restringido situado a la derecha de 
la barra— están igualmente cargados de energía y tratan 
también de liberarse de ella, pero en una descarga lenta y 
controlada. Estos últimos se oponen a la descarga rápida 
deseada por el primer grupo mayoritario de representantes. 
Entonces se instala un conflicto entre ambos grupos: uno que 
quiere conseguir inmediatamente el placer de una descarga 
total: el placer aquí es soberano; y el otro grupo que se opone a 
esta locura, recuerda las exigencias de la realidad e incita a la 
moderación: la realidad aquí es soberana. El principio que 
gobierna este segundo grupo de representantes se denomina 
Principio de realidad.
El primer grupo constituye el sistema inconsciente que, por 
lo tanto, tiene la misión de descargar más rápidamente la 
tensión y de tratar de alcanzar el placer absoluto. Este sistema
• Esta visión económica del movimiento y de la distribución de la 
energía puede traducirse en una visión “semiótica" según la cual la energía 
que inviste una representación corresponde a la significación de la represen­
tación. Decir que una representación está cargada de energía equivale a decir 
que una representación es significante, portadora de significación.
Así, el mecanismo de la condensación de la energía corresponde a la 
figura de la metonimia, en la cual una sola representación concentra todas las 
significaciones, y el mecanismo del desplazamiento, a la figura de la metáfora, 
según la cual las representaciones ven atribuirse, una por una, sucesivamen­
te, todas las significaciones. Observemos, por otro lado, que para La can dicha 
relación está invertida: la condensación es el resorte de la metáfora; y el 
desplazamiento, el resorte de la metonimia.
24
tiene las características siguientes: está compuesto exclusiva­
mente de representantes de pulsión, como si el representante 
del polo izquierdo se hubiera desmultiplicado en muchos otros. 
Freud los denomina “representaciones inconscientes”. Tam­
bién las llama “representaciones de cosa" porque consisten en 
imágenes (acústicas, visuales o táctiles) de cosa o de restos de 
cosas impresas en el inconsciente. Las representaciones de cosa 
son de naturaleza principalmente visual y proporcionan la 
materia con la cual se modelan los sueños, y sobre todo los 
fantasmas. Agreguemos que esas imágenes o huellas mnémicas 
sólo se denominan “representaciones” a condición de ser in­
vestidas de energía. Por consiguiente, un representante psí­
quico es la conjunción de una huella imaginada (huella dejada 
por la inscripción de fragmentos de cosas o acontecimientos 
reales) y de la energía que anima esa huella.Las representacio­
nes inconscientes de cosa no respetan las imposiciones de la 
razón, de la realidad o del tiempo: el inconsciente no tiene edad. 
No responden sino a una exigencia: buscar instantáneamente 
el placer absoluto. Con esta finalidad, el sistema inconsciente 
funciona según los mecanismos de condensación y desplaza­
miento destinados a favorecer una circulación fluida de la 
energía. Se la designa energía libre ya que circula con toda 
movilidad, habiendo pocos escollos en la red inconsciente.
El segundo grupo de representantes constituye igualmente 
un sistema, el sistema inconsciente-preconsciente. Este grupo 
también busca el placer, pero, a diferencia del inconsciente, 
tiene la misión de redistribuir la energía —energía ligada— y 
de hacerla fluir lentamente de acuerdo con las indicaciones del 
Principio de realidad. Los representantes de esta red se deno­
minan “representaciones preconscientes y representaciones 
conscientes”. Las primeras son representaciones-palabra; 
recubren diferentes aspectos de la palabra tales como su ima­
gen acústica cuando la palabra es pronunciada, su imagen 
gráfica o aun su imagen gestual de escritura. En cuanto a las 
representaciones conscientes, cada una de ellas está compuesta 
por una representación de cosa pegada a la representación de 
la palabra que designa dicha cosa. La imagen acústica de una 
palabra, por ejemplo, se asocia a una imagen mnémica visual de
25
la cosa para asignarle un nombre, marcar su cualidad específi­
ca y, así, hacerla consciente.
Subrayémoslo: los dos sistemas buscan la descarga, es decir 
el placer; pero mientras que el primero tiende al placer absoluto 
y sólo obtiene, tal como lo veremos, un placer parcial, el 
segundo, por su lado, aspira a obtener y consigue un placer 
atemperado.
Una vez planteadas estas cuestiones, ahora estamos en 
condiciones de preguntamos: ¿qué es la represión? Entre las 
definiciones posibles, propondré la siguiente: “la represión es 
un espesamiento de energía, una capa protectora de energía 
que impide el pasaje de los contenidos inconscientes hacia el 
preconsciente. Ahora bien, esta censura no es infalible: algunos 
elementos reprimidos pasan del otro lado, irrumpen brusca­
mente en la conciencia bajo una forma disfrazada y sorprenden 
al sujeto incapaz de identificar su origen inconsciente. Por tanto 
aparecen en la conciencia, pero permaneciendo incomprensi­
bles y enigmáticos para el sujeto.
Estas exteriorizaciones deformadas del inconsciente consi­
guen entonces descargar una parte de la energía pulsional, 
descarga que procura un placer sólo parcial y sustitutivo, 
habida cuenta del ideal perseguido de una satisfacción comple­
ta e inmediata que habría sido obtenida por una hipotética 
descarga total. La otra parte de la energía pulsional, la que no 
ha franqueado la represión, permanece confinada en el incons­
ciente y realimenta sin cesar la tensión penosa.
Habíamos dicho que el aparato psíquico tenía la función de 
disminuir la tensión y provocar la descarga de energía. Sabien­
do ahora que la estimulación endógena es ininterrumpida, que 
la respuesta siempre es incompleta, que la represión aumenta 
la tensión obligándola a encontrar expresiones desviadas, pode­
mos en consecuencia concluir que existen diferentes tipos de 
descarga que procuran placer:
• Una descarga hipotética, inmediata y total que provocaría
26
un placer absoluto. Esta descarga plena se parece bastante al 
caso de la desaparición de la tensión cuando hay una respuesta 
motriz del cuerpo. Para el psiquismo, como ya sabemos, esta 
solución ideal es imposible. No obstante, cuando abordemos el 
tema de la sexualidad, veremos hasta qué punto este ideal de un 
placer absoluto sigue siendo la referencia insoslayable de las 
pulsiones sexuales.
• Una descarga mediata y controlada por la actividad 
intelectual (pensamiento, memoria, juicio, atención, etc.), que 
procura un placer atemperado.
• Y finalmente, una descarga mediata y parcial obtenida 
cuando la energía y los contenidos del inconsciente franquean la 
barrera de la represión. Esta descarga genera un placer parcial 
y sustitutivo inherente a las formaciones del inconsciente.
Estos tres tipos de placeres están representados en \a figura 
2 de la página 23.
*
Antes de retomar y resumir nuestro esquema del funciona­
miento psíquico, necesitamos establecer algunas precisiones 
importantes respecto de la significación de la palabra “placer” 
y de la función de la represión. A propósito del placer, destaque­
mos que la satisfacción parcial y sustitutiva ligada a las forma­
ciones del inconsciente no es sentida necesariamente por el 
sujeto como una sensación agradable de placer. Suele suceder 
incluso que esta satisfacción sea vivida paradójicamente como 
un displacer, hasta como un sufrimiento padecido por el sujeto 
presa de síntomas neuróticos o de conflictos afectivos. Pero 
entonces, ¿por qué utilizar el término “placer” para calificar el 
carácter penoso de la manifestación de una pulsión? Porque, en 
rigor, la noción freudiana de placer debe entenderse en el 
sentido económico de “disminución de la tensión”. Es el sistema 
inconsciente el que, por medio de una descarga parcial, encon­
traría placer al aliviar la tensión. Por tanto, ante un síntoma 
que hace sufrir, debemos discernir claramente el sufrimiento 
experimentado por el paciente del placer no experimentado por 
el inconsciente.
27
Volvamos ahora al papel que cumple la represión y plantee­
mos el problema siguiente: ¿por qué tiene que haber represión? 
¿Por qué es necesario que el yo se oponga a las solicitaciones de 
una pulsión que sólo pide satisfacerse y liberar así la tensión 
displacentera que reina en el inconsciente? ¿Por qué poner 
obstáculos a la descarga liberadora de la presión inconsciente? 
¿Cuál es la ñnalidad de la represión? El objetivo de la represión 
no es tanto evitar el displacer que reina en el inconsciente como 
evitar el riesgo extremo que corre el yo de satisfacer entera y 
directamente la exigencia pulsional. En efecto, la satisfacción 
inmediata y total de la presión pulsional destruiría, por su 
desmesura, el equilibrio del aparato psíquico. Por ende, existen 
dos tipos de satisfacciones pulsionales. Una, total, que el yo 
idealiza como un placer absoluto, pero que evita —gracias a la 
represión—como un exceso destructivo.2 La otra satisfacción es 
una satisfacción parcial, moderada y exenta de peligros, que el 
yo está dispuesto a tolerar.
*
Ahora podemos resumir en pocas palabras el esquema lógico 
que atraviesa en filigrana la obra de Freud y, al hacerlo, definir 
el inconsciente. Remitámonos a la figura 3 y hagámonos la 
pregunta: ¿cómo funciona el psiquismo?
Lo esencial de la lógica del funcionamiento psíquico conside­
rado desde el punto de vista de la circulación de la energía se 
resume entonces en cuatro tiempos:
Primer tiempo: excitación continua de la fuente y mo­
vimiento de la energía en busca de una descarga comple­
ta jamás alcanzada -» Segundo tiempo', la barrera de la 
represión se opone al movimiento de energía —> Tercer 
tiempo: la parte de energía que no franquea la barrera 
permanece confinada en el inconsciente y retroactúa en 
la fuente de excitación -» Cuarto tiempo: la parte de 
energía que franquea la barrera de la represión se 
exterioriza bajo la forma del placer parcial inherente a 
las formaciones del inconsciente.
28
Tenemos entonces cuatro tiempos: la presión constante del 
inconsciente, el obstáculo que se le opone, la energía que queda 
y la energía que pasa. Este es el esquema que me gustaría 
proponerles, pidiéndoles que lo pongan a prueba en su lectura 
de los textos freudianos. Tal vez comprueben ustedes hasta qué 
punto Freud razona conforme a esta lógica esencial de los 
cuatro tiempos.3
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Definiciones del inconsciente
Abordemos ahora el inconsciente según los diferentes pun­
tos de vista establecidos por Freud, teniendo encuenta vocablos 
concretos que designan los dos extremos del esquema: la fuente 
de la excitación (tiempo 1) y las formaciones exteriores del 
inconsciente (tiempo 4). Cada uno de estos extremos tomará un 
nombre diferente según la perspectiva y la terminología con las 
cuales Freud define el inconsciente.
□ Definición del inconsciente desde el punto de vista des­
criptivo. — Si encaramos el inconsciente desde afuera, es decir 
desde el punto de vista descriptivo de un observador, yo mismo 
por ejemplo respecto de mis propias manifestaciones incons­
cientes o respecto de las manifestaciones emanadas del in­
consciente del otro, percibiremos sus ramificaciones. El incons­
ciente, por su lado, permanece supuesto como un proceso oscuro 
e incognoscible en el origen de esas manifestaciones. Un si\jeto 
comete un lapsus, por ejemplo, y concluimos inmediatamente: 
“su inconsciente habla”. Pero nada explicamos sobre el proceso 
que subyace a este acto; el inconsciente nos es inaccesible.
Y aun cuando desconociéramos la naturaleza del incons­
ciente, nos queda por saber cómo situar sus ramificaciones. 
Entre la infinita variedad de las expresiones y de los comporta­
mientos humanos, ¿cuál identificar como un acto surgido del 
inconsciente? ¿Cuándo podemos afirmar: aquí hay inconscien­
te? Las formaciones del inconsciente se nos presentan como 
actos inesperados que surgen bruscamente en nuestro cons­
ciente y superan nuestras intenciones y nuestro saber conscien­
te. Estos actos pueden ser conductas comunes como, por ejem­
plo, los actos fallidos, los olvidos, los sueños y aun la aparición 
súbita de tal o cual idea, incluso la invención improvisada de un 
poema o de un concepto abstracto, o aun manifestaciones 
patológicas que hacen sufrir, como los síntomas neuróticos o 
psicóticos. Pero, ya sean normales o patológicos, las ramificacio­
nes del inconsciente siempre son actos sorprendentes y enigmá­
ticos para la conciencia del sujeto y del psicoanalista. A partir 
de estas producciones psíquicas terminales y observables, su­
ponemos la existencia de un proceso inconsciente oscuro y
31
activo que actúa en nosotros, sin que lo sepamos en el momento 
mismo. Nos encontramos cara a cara con el inconsciente frente 
a un fenómeno que se cumple independientemente de nosotros 
y que sin embargo determina lo que somos. En presencia de un 
acto no intencional, postulamos la existencia del inconsciente, 
no sólo como la causa de ese acto, sino también como la cualidad 
esencial, la esencia misma del psiquismo, el psiquismo mismo. 
Lo consciente no sería entonces más que un epifenómeno, un 
efecto secundario del proceso psíquico inconsciente. “Hay que 
ver en el inconsciente —nos dice Freud— el fondo de toda vida 
psíquica. Lo inconsciente es parecido a un gran círculo que 
encerraría al consciente como a un círculo más pequeño (...) El 
inconsciente es lo psíquico mismo y su realidad esencial.”4
□ Definición del inconsciente desde el punto de vista siste­
mático. — Ya hemos definido el inconsciente como un sistema 
al abordar la estructura de la red de las representaciones. Des- 
de esta perspectiva, la fuente de excitación se denomina repre­
sentación de cosa y los productos terminales son manifestacio­
nes deformadas del inconsciente. El sueño es el mejor ejemplo.
□ Definición del inconsciente desde el punto de vista dinámi­
co. El concepto de represión
La teoría de la represión 
es el pilar en el que se basa 
el edificio del psicoanálisis.
S. Freud
Si ahora definimos al inconsciente desde el punto de vista 
dinámico, es decir desde el punto de vista de la lucha entre el 
impulso que presiona y la represión que obstaculiza, la fuente 
de excitación se nombra entonces como el conjunto de los 
representantes reprimidos, y las producciones terminales son 
escapes incognoscibles del inconsciente sustraídos a la acción 
de la represión.6 Estos derivados de lo reprimido se denominan 
retornos de los reprimido, ramificaciones de lo reprimido o aun 
ramificaciones del inconsciente. Ramificaciones en el sentido de 
jóvenes brotes del inconsciente que, pese a la capa protectora
32
de la represión, estallan disfrazados en la superficie de la 
conciencia. Los ejemplos más frecuentes de estas ramificacio­
nes deformadas de lo reprimido son los síntomas neuróticos. 
Pienso en ese analizante que, al volante de su auto, es asaltado 
súbitamente por la imagen obsesiva de una escena en la cual se 
ve atropellar deliberadamente a una anciana que cruza la calle. 
Esta idea fija que se le impone, que lo hace sufrir y que muchas 
veces le impide utilizar el vehículo, se revelará, en el curso del 
análisis, como la ramificación consciente y disimulada del 
representante reprimido del amor incestuoso hacia la madre. 
Por lo tanto, la representación inconsciente “amor incestuoso” 
ha franqueado la barrera de la represión para aparecer en la 
conciencia transformada en su contrario: una imagen obsesiva 
de “impulso asesino”.
Destaquemos que estas apariciones conscientes de lo repri­
mido, estos retornos de lo reprimido, pueden concebirse también 
como soluciones de compromiso en el conflicto que opone el 
movimiento de lo reprimido hacia la conciencia y la represión 
que lo rechaza. “Solución de compromiso” significa que el retor­
no de lo reprimido es un producto mixto compuesto en parte por 
lo reprimido y en parte por un elemento consciente que lo 
enmascara. Dicho de otro modo, el retomo de lo reprimido es un 
disfraz consciente de lo reprimido, pero incapaz, no obstante, de 
enmascararlo por completo. Así, en nuestro ejemplo, la figura de 
la víctima, encamada en la anciana, deja entrever, bajo los 
rasgos de una mujer mayor, la figura reprimida de la madre. 
Otra ilustración de las huellas visibles de lo reprimido en el 
retomo de lo reprimido es propuesta por Freud en ocasión de su 
comentario de un célebre grabado de Feliciano Rops. En él, el 
artista representa el caso de un asceta quien, para alejar la 
tentación de la carne (lo reprimido), se refugia a los pies de 
Cristo (represión) y ve surgir con estupor la imagen de una 
mujer desnuda crucificada (retomo de lo reprimido como solu­
ción de compromiso) en lugar de Cristo. El retomo de lo reprimi­
do es aquí una transacción entre la mujer desnuda (parte visible 
de lo reprimido) y la cruz que la sostiene (represión).
Agreguemos por otra parte que las ramificaciones del incons­
ciente, una vez que han llegado a la conciencia, pueden sufrir
33
una nueva acción de la represión que los remite al inconsciente 
(represión llamada secundaria o represión retroactiva).
Una palabra más para justificar la definición de la represión 
que hemos adelantado antes como una capa protectora de 
energía que impide el pasaje de los contenidos inconscientes 
hacia el preconsciente.* En efecto, Freud jamás renunció a 
considerar a la represión como un juego complejo de movimien­
tos de energía. Juego destinado por un lado a contener y a fijar 
en el recinto del inconsciente las representaciones reprimidas 
y, por el otro, a llevar al inconsciente las representaciones 
fugitivas que habían arribado al preconsciente o a la conciencia 
después de haber desbaratado la vigilancia de la represión. Por 
consiguiente, Freud distingue dos géneros de represión, una 
represión primaria que contiene y fija las representaciones 
reprimidas en el terreno del inconsciente, y una represión 
secundaria que reprime —en el sentido literal de hacer retroce­
der— en el sistema inconsciente a las ramificaciones precons­
cientes de lo reprimido.
La represión primaria, la más primitiva, es no sólo una 
fijación de las representaciones reprimidas en el terreno de lo 
inconsciente, sino un tabique energético que el preconsciente y 
el consciente levantan contra la presión de energía libre que 
procede del inconsciente. Este tabique se llama “contra-inves­
tidura”, es decir investidura contraria que el sistema precons­
ciente/consciente opone a los intentos de investidura de la 
presión inconsciente.El segundo modo de represión, cuyo objetivo es remitir la 
ramificación a su lugar de origen, es también un movimiento de
* Los “elementos reprimidos" que pasan a través de la barrera de la 
represión pueden serla representación, munida de su carga energética, o bien 
(lo que privilegia Freud) la carga Bola, desligada de la representación. Más 
adelante examinaremos la primera eventualidad, la del pasaje a lo consciente 
de la representación investida de su carga. En cuanto a la segunda eventua­
lidad, la del pasaje de la carga sola, Freud entrevé cuatro destinos posibles: 
permanecer totalmente reprimida; pasar la barrera y transmutarse en 
angustia fóbica; pasar la barrera y convertirse en perturbaciones somáticas 
en la histeria, o inclusive pasar la barrera y transformarse en angustia mo­
ral en la obsesión.
34
energía, pero más complejo. En cuanto a lo esencial, se resume 
en las dos operaciones siguientes centradas en torno de la 
ramificación consciente o preconsciente de lo reprimido:
• En primer lugar, retraimiento de la carga preconsciente- 
consciente de energía ligada que la ramificación había adquiri­
do durante su estadía en el preconsciente o en el consciente.
• Una vez aligerada de la carga preconsciente-consciente, y 
viendo reactivada su antigua carga inconsciente, la ramifica­
ción se ve entonces atraída, como imantada, por las otras 
representaciones inconscientes fijadas para siempre en el siste­
ma inconsciente por la represión primaria. La ramificación 
fugitiva regresa entonces al hogar del inconsciente.
□ Definición del inconsciente desde el punto de vista econó­
mico. — Si ahora emprendemos la definición del inconsciente 
desde el punto de vista económico, el que hemos adoptado para 
desarrollar nuestro esquema, la fuente de excitación se llama 
representante de pulsiones, y las producciones terminales del 
inconsciente son fantasmas o, más exactamente, comporta­
mientos afectivos y elecciones amorosas inexplicadas, que sir­
ven de base a los fantasmas. Enseguida explicaré la naturale­
za de estos fantasmas, cuya localización tópica en nuestro 
esquema plantea, empero, el siguiente problema. Los fantas­
mas pueden no sólo aparecer en la conciencia —como acabamos 
de decirlo— en su carácter de producciones terminales del 
inconsciente tales como lazos afectivos irracionales o, incluso, 
más particularmente, como ensueños diurnos y formaciones 
delirantes; también pueden permanecer enterrados y reprimi­
dos en el inconsciente, adquiriendo entonces el estatuto de re­
presentaciones inconscientes de cosa. Pero los fantasmas tam­
bién pueden desempeñar el papel de defensas del yo contra la 
presión inconsciente. Es decir que un fantasma puede tanto 
tomar el rol de una ramificación preconsciente de lo reprimido, 
de un contenido inconsciente reprimido o hasta de una defensa 
represora. En nuestro esquema, localizamos el fantasma tanto 
más acó de la barrera de la represión (tiempo 1) como en el nivel 
de la barrera (tiempo 2), o incluso, más allá de ella (tiempo 4).
35
□ Definición del inconsciente desde el punto de vista ético. 
— Si, finalmente, definimos el inconsciente desde el punto de 
vista ético, lo llamaremos deseo. El deseo es el movimiento de 
una intención inconsciente que aspira a una finalidad, la de la 
satisfacción absoluta. Las producciones terminales del incons­
ciente deben considerarse aquí como realizaciones parciales del 
deseo o, si se quiere, como satisfacciones parciales y sustitutivas 
del deseo, habida cuenta de la satisfacción ideal, jamás alcan­
zada. Calificamos como ética a esta definición del inconsciente 
en la medida en que asimilamos el movimiento energía -» 
descarga a la tendencia del inconsciente a hacerse escuchar y a 
hacerse reconocer como un Otro. Etica asimismo, en la medida 
en que conferimos a la finalidad ideal del deseo un valor: el valor 
insuperable de un bien superior, de un Soberano Bien que el 
psicoanálisis denomina incesto. En el fondo, el deseo es siempre 
deseo de incesto. Volveremos máB adelante sobre la cuestión.
*
Después de haber mostrado el funcionamiento del aparato 
psíquico según la lógica de un esquema espacial, les he propues­
to una visión descriptiva, sistemática, dinámica, económica y 
ética del inconsciente, pero todo ello quedaría incompleto si no 
inscribimos nuestro aparato en la dimensión del tiempo ni lo 
incluimos en el universo del prójimo. Hay dos factores que 
enmarcan la vida psíquica: el tiempo y los otros (figura 4). En 
primer lugar el tiempo, pues el funcionamiento psíquico no cesa 
de renovarse a lo largo de la historia de un sujeto, al punto de 
escapar a la medida del tiempo. El inconsciente está por fuera 
del tiempo, es decir, es perpetuo en el tiempo histórico. Silencio­
so aquí, reaparece allá y no desfallece jamás. Trátese de hacerlo 
callar: inmediatamente revivirá y rebrotará en nuevas mani­
festaciones. Por ende, cualquiera sea la edad, el inconsciente 
sigue siendo un proceso inconteniblemente activo e inagotable 
en 8us producciones. Tenga uno dos días de vida u ochenta y 
tres años, persevera en su impulso y consigue siempre hacerse 
escuchar.
Pero aún nos queda por comprender que la vida psíquica
36
está sumergida en el mundo del prójimo, en el mundo de 
aquellos a quienes estamos ligados por el lenguíye, por fantas­
mas y afectos. Nuestro psiquismo prolonga necesariamente el 
psiquismo del otro con quien estamos en relación. Las fuentes 
de nuestras excitaciones son las huellas que deja en nosotros el 
impacto del deseo del otro, de aquel o aquellos que nos conside­
ran objeto de su deseo. Como si la flecha del tiempo 4 del 
esquema del aparato psíquico del otro retomara, para estimu­
larla, la fuente de excitación de nuestro propio aparato. Y, a la 
inversa, como si nuestras propias producciones reavivaran a 
su vez el deseo del otro. Detengámonos en la figura 4.
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El sentido sexual de nuestros actos
Ahora estamos en condiciones de formular la premisa fun­
dadora del psicoanálisis. Nuestros actos, los que se nos escapan, 
no sólo están determinados por un proceso inconsciente, sino 
sobre todo tienen un sentido. Vehiculizan un mensaje y quieren 
decir otra cosa que lo que muestran de buenas a primeras. 
Antes de Freud, los actos más inesperados pasaban por ser 
actos anodinos. Hoy, con Freud, suponer un sentido a las 
conductas y a las palabras que nos superan se ha vuelto un gesto 
habitual. Basta cometer un lapsus para sonreír en seguida, 
para ruborizarse a veces, creyéndose traicionado por la revela­
ción de un deseo, de un sentido hasta ese momento velado.
Pero, ¿qué es un sentido? ¿Qué es el sentido de un acto? La 
significación de un acto involuntario reside en el hecho de que es 
el sustituto de un acto ideal, de una acción imposible que, 
teóricamente, habría debido producirse pero que no tuvo lugar. 
Cuando el psicoanalista interpreta y devela la significación de 
un sueño, por ejemplo, ¿qué está haciendo sino mostrar que el 
sueño, como acto, es el sustituto de otro acto que no ha salido a 
la luz; que lo que es, es el sustituto de lo que no ha sido. Por 
consiguiente, nuestros actos involuntarios tienen un sentido. 
Pero, ¿cómo calificar este sentido? ¿Cuál es el tenor del sentido 
oculto de nuestros actos? La respuesta a esta pregunta enuncia 
el gran descubrimiento del psicoanálisis. ¿Qué dice este último? 
Que la significación de nuestros actos es una significación 
sexual. Pero, ¿por qué sexual? Remitámonos a la figura 5 y 
veamos de qué naturaleza es la fuente originaria de la tendencia 
pulsional, y de qué naturaleza es la finalidad ideal a la cual esta 
tendencia aspira, rae refiero a la acción ideal e imposible que no 
tuvo lugar, y de la cual nuestros actos son sustitutos. El sentido 
de nuestros actos es un sentido sexual porque la fuente y la 
finalidadde esas tendencias son sexuales. La fuente es un re­
presentante pulsional cuyo contenido representativo correspon­
de a una región del cuerpo muy sensible y excitable, llamada 
zona erógena. En cuanto a la finalidad, siempre ideal, es el pla­
cer perfecto de una acción perfecta, de una perfecta unión entre 
dos sexos, cuyo incesto encarnaría la figura mítica y universal.
39
El concepto psicoanalltico de sexualidad
Estas tendencias, que aspiran al ideal imposible de una 
satisfacción sexual absoluta, nacen en la representación de una 
zona erógena del cuerpo, chocan contra la represión y se 
exteriorizan finalmente por medio de los actos sustitutos del 
imposible6 acto incestuoso. Esas tendencias se denominan 
pulsiones sexuales. Las pulsiones sexuales son múltiples, pue­
blan el territorio del inconsciente y su existencia se remonta 
lejos en nuestra historia, desde el estado embrionario, para no 
cesar sino con la muerte. Sus manifestaciones más notables 
aparecen durante los cinco primeros años de la infancia.
Freud descompone la pulsión sexual en cuatro elementos. 
Dejando de lado la fuente de donde surge (zona erógena), la 
fuerza que la mueve y la finalidad que la atrae, la pulsión se 
sirve de un objeto por medio del cual trata de conseguir su 
finalidad ideal. Este objeto puede ser una cosa o una persona: 
a veces uno mismo, a veces otra persona, pero siempre es un 
objeto fantasmatizado más que real. Esto es importante para 
comprender que los actos sustitutos a través de los cuales se 
expresan las pulsiones sexuales (una palabra inesperada, un 
gesto involuntario o lazos afectivos que no hemos elegido) son 
actos moldeados sobre la base de los fantasmas y organizados 
en tomo de un objeto fantasmatizado.
Pero debo agregar aún un elemento esencial que caracteriza 
a estas pulsiones: el placer particular que procuran. No el placer 
absoluto al que aspiran, sino el placer limitado que obtienen: un 
placer parcial calificado de sexual. Ahora bien, ¿qué es el placer 
sexual? Y más generalmente, ¿qué es la sexualidad? Desde el 
punto de vista del psicoanálisis, la sexualidad humana no se 
reduce al contacto de los órganos genitales de dos personas ni 
a la estimulación de sensaciones genitales. No, el concepto de 
“sexual” adquiere en psicoanálisis una acepción mucho más 
amplia que la de “genital”. Son los niños y los perversos quienes 
mostraron a Freud la vasta extensión de la idea de sexualidad. 
Denominaremos sexual a toda conducta que, a partir de una 
región erógena del cuerpo (boca, ano, ojos, voz, piel...), y apoyán­
dose en un fantasma, procura cierto tipo de placer. ¿Qué placer?
40
Un placer que entraña dos aspectos. En primer término, su 
diferencia radical con ese otro placer procurado por la satisfac­
ción de una necesidad ñsiológica (comer, eliminar, dormir...). El 
placer de mamar del lactante, por ejemplo, el placer emanado 
de la succión, corresponde, desde el punto de vista psicoanalí- 
tico, a un placer sexual que no se confunde con el alivio de 
satisfacer el hambre. Alivio y placer siguen estando asociados, 
por cierto, pero el placer sexual de la succión pronto llegará a ser 
una satisfacción buscada por sí misma fuera de la necesidad 
natural. El sujeto disfrutará succionando, independientemente 
de toda sensación de hambre. Segundo aspecto: el placer sexual 
—muy distinto por lo tanto del placer funcional—, polarizado 
en tomo de una zona erógena, obtenido gracias a la mediación 
de un objeto fantasmatizado (y no de un objeto real), se volverá 
a encontrar entre los diferentes placeres de las caricias prelimi­
nares del coito mismo. Para seguir con nuestro ejemplo, el 
placer de la succión se prolongará bajo la forma de placer de 
besar el cuerpo del ser amado.
□ Necesidad, deseo y amor. — Para situar mejor la distan­
cia entre placer funcional y placer sexual, detengámonos un 
instante y deñnamos claramente las nociones de necesidad, 
deseo y amor. La necesidad es la exigencia de un órgano cuya 
satisfacción se cumple realmente con un objeto concreto (el 
alimento por ejemplo), y no con un fantasma. El placer de 
bienestar que se desprende no es en modo alguno sexual. El 
deseo, en cambio, es una expresión de la pulsión sexual o, mejor 
aún, la pulsión sexual misma cuando le atribuimos una 
intencionalidad orientada hacia lo absoluto del incesto y la 
vemos contentarse con un objeto fantasmatizado encamado en 
la persona de un otro deseante. A diferencia de la necesidad, el 
deseo nace de una zona erógena del cuerpo y se satisface 
parcialmente con un fantasma cuyo objeto es un otro deseante. 
Así, el vínculo con el otro equivale al vínculo con un objeto 
fantasmatizado, polarizado alrededor de un órgano erógeno 
particular. Finalmente, el amor es también un vínculo con el 
otro, pero de manera global y sin el soporte de una zona erógena 
definida. Por supuesto, estos tres estados se imbrican y se 
confunden en toda relación amorosa.
41
Pero, ¿por qué estas zonas erógenas no obtienen más que un 
placer limitado? Y además, ¿por qué se conforman con objetos 
fantasmatizados y no con objetos concretos y reales? Para 
responder, remitámonos a la figura 5. Las pulsiones sexuales 
sólo obtienen un placer parcial y sustituto, porque es el único 
placer que pudieron lograr en reñida lucha después de haber 
sido arrancadas a las defensas del yo. ¿Qué defensas? En primer 
lugar, la represión. Ahora bien, la represión es igualmente, a su 
manera, una fuerza o, mejor aún, una pulsión. ¿Esto querría 
decir que habría dos grupos de pulsiones opuestas: el grupo de 
las que tienden a la descarga y el grupo de las que se le oponen? 
Sí, ésta es justamente la primera teoría de las pulsiones 
propuesta por Freud en los comienzos de su obra y hasta 1915, 
cuando introduce el concepto del narcisismo. Pronto veremos 
cuál es la segunda teoría formulada después de esta fecha pero, 
por el momento, distingamos dos tendencias pulsionales anta­
gónicas: las pulsiones sexuales reprimidas y las pulsiones re­
presoras del yo.* Las primeras buscan el placer sexual absoluto, 
mientras que las segundas se le oponen. El resultado de este 
conflicto consiste precisamente en ese placer derivado y parcial 
que hemos denominado placer sexual.
Los tres principales destinos de las pulsiones sexuales: 
represión, sublimación y fantasma. El concepto de 
narcisismo.
Si ustedes han conseguido apropiarse de la lógica en cuatro 
tiempos del funcionamiento psíquico, admitirán fácilmente que 
el destino de las pulsiones sexuales siempre es el mismo: están 
condenadas a encontrar siempre, en el camino hacia su finali­
dad ideal, la oposición de las pulsiones del yo, es decir el 
obstáculo de la represión. Pero, amén de la represión, el yo
* Con esta expresión, "pulsiones represoras del yo”, reducimos el vasto 
campo de las pulsiones del yo a su aspecto esencial. Estudiar de manera 
exhaustiva el dominio de las pulsiones del yo excedería los límites del 
presente trabajo.
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opone otras dos obstrucciones a las pulsiones sexuales: la 
sublimación y el fantasma.
□ La sublimación. — El primero de estos escollos consiste 
en desviar el trayecto de la pulsión cambiando su finalidad: 
esta maniobra se denomina sublimación y consiste en el reem­
plazo de la finalidad sexual ideal (incesto) por otra ñnalidad no 
sexual con valor social. Las realizaciones culturales y artísti­
cas, las relaciones de ternura entre padres e hijos, los senti­
mientos de amistad en la pareja, son todas expresiones sociales 
de las pulsiones sexuales desviadas de su finalidad virtual.
□ El fantasma. — La otra barrera impuesta por el yo es más 
complicada, pero comprender su mecanismo nos permitirá 
explicar por qué los objetos con los cuales la pulsión obtieneplacer sexual son objetos fantasmatizados y no reales. Este otro 
obstáculo que el yo opone a las pulsiones sexuales consiste no en 
un cambio de finalidad, como era el caso de la sublimación, sino 
en un cambio de objeto. En lugar de un objeto real, el yo instala 
un objeto fantasmatizado, como si, para detener el impulso de 
la pulsión sexual, el yo contentara a la pulsión engañándola con 
la ilusión de un objeto fantasmatizado.
Pero, ¿cómo logra el yo efectuar esta jugarreta? Para trans­
formar el objeto real en un objeto fantasmatizado, debe incorpo­
rar primero adentro de él el objeto real hasta transformarlo en 
fantasma. Tomemos un ejemplo y descompongamos artificial­
mente esta astucia del yo en seis etapas.
1. Imaginemos una relación afectiva con una persona que 
nos atrae y a la que amamos. Sin distinguir necesidad, deseo y 
amor, preocupémonos del estatuto de dicha persona, cuando se 
transforma de objeto real en objeto fantasmatizado. Suponga­
mos primeramente que esta persona sea el objeto real hacia el 
cual se orienta la pulsión sexual.
2. Nosotros (es decir el yo) amamos a esta persona hasta 
incorporarla adentro de nosotros haciendo de ella una parte de 
nosotros mismos.
3. Así, nos identificamos con el ser amado que está en
44
nosotros, y lo tratamos con un amor más poderoso aún que el 
que le teníamos cuando era real.
4. Entonces, la persona amada deja de estar afuera y vive en 
el interior de nosotros como un objeto fantasmatizado que 
mantiene y reaviva constantemente la pulsión sexual. Así, la 
persona real ya sólo existe para nosotros bajo la forma de un 
fantasma, aun cuando conjuntamente sigamos reconociéndole 
una existencia autónoma en el mundo. Por consiguiente, cuan­
do amamos, amamos siempre a un ser hecho con la materia del 
fantasma y referido a ese otro ser real que reconocemos en el 
afuera.
5. La relación amorosa, fundada así en un fantasma que 
calma la sed de la pulsión, procura entonces ese placer parcial 
que hemos caliñcado de sexual.
6. Amaremos u odiaremos a nuestro prójimo según el modo 
que tenemos de querer u odiar, en nuestro interior, a su doble 
fantasmatizado. Todas nuestras relaciones afectivas, y en par­
ticular la relación que se establece entre el paciente y su 
psicoanalista —amor de transferencia—, todas estas relaciones 
están estrechamente vinculadas con los moldes del fantasma; 
fantasma que moviliza la actividad de las pulsiones sexuales y 
procura placer.
□ El concepto de narcisismo. — No obstante, en las secuen­
cias que acabamos de recortar, no hemos situado el gesto 
esencial del yo que le permite transformar el objeto real en 
objeto fantasmatizado. ¿Cuál es ese gesto? Es una torsión del yo 
que se denomina narcisismo. El narcisismo es el estado singu­
lar del yo cuando —a fin de incorporar el objeto real y de 
transformarlo en fantasma— toma el lugar de objeto sexual y 
se hace amar y desear por la pulsión sexual. Como si el yo, para 
domar la pulsión, la desviara de su finalidad ideal y la engañara 
diciéndole: ‘‘Ya que buscas un objeto para conseguir tus finali­
dades sexuales, ven... ¡sírvete de mí!” La dificultad teórica del 
concepto de narcisismo es comprender que las pulsiones sexua­
les y el yo —identificado con el objeto fantasmatizado— consti­
tuyen dos partes de nosotros mismos. El yo-pulsión sexual ama 
al yo-objeto. Es así como podemos formular: el yo-pulsión se
45
ama a sí mismo como objeto sexual. El narcisismo no se deñne 
en modo alguno como un simple retorno sobre sí en un “amarse 
a sí mismo”, sino en un “amarse a sí mismo como objeto sexual*: 
el yo-pulsión sexual ama al yo-objeto sexual. El amor narcisista 
del yo por él mismo, en tanto objeto sexual, está en la base de la 
constitución de todos los fantasmas. Por consiguiente, se puede 
concluir que la materia de los fantasmas es siempre e inevita­
blemente el yo.
Resumamos pues los principales destinos de las pulsiones 
sexuales: ser reprimidas, sublimadas o inclusive engañadas 
por un fantasma.
*
Las fases de la sexualidad infantil y el complejo de 
Edipo
Pero las pulsiones sexuales se remontan muy lejos en la 
infancia. Tienen una historia que escande el desarrollo de 
nuestro cuerpo de niño. Su evolución comienza con el nacimien­
to y culmina entre los tres y los cinco años con la aparición del 
complejo de Edipo, que marca el vínculo del niño con el proge­
nitor del sexo opuesto y su hostilidad hacia el del mismo sexo. 
La resolución de este complejo conducirá al niño a encontrar su 
identidad de hombre o de mujer. La mayor parte de los aconte­
cimientos acaecidos durante esos primeros años de la vida 
están afectados por el olvido, honramiento que Freud denomina 
amnesia infantil.
Podemos delimitar brevemente tres fases en la historia de 
las pulsiones sexuales infantiles. Tres fases que se distinguen 
según el predominio de la zona erógena: la fase oral, en la cual 
la zona dominante es la boca, la fase anal, en la que es el ano el 
que prevalece, y la fase fálica, con la primacía del órgano geni­
tal masculino.
*
46
La fase oral abarca los seis primeros meses del lactante; la 
boca es la zona erógena predominante y procura al bebé no sólo 
la satisfacción de alimentarse, sino sobre todo el placer de 
succionar, es decir de poner en movimiento los labios, la lengua 
y el paladar en una alternancia ritmada. Cuando se emplea la 
expresión “pulsión oral” o “placer oral”, hay que descartar toda 
relación exclusiva con la comida. El placer oral es fundamen­
talmente placer de ejercer una succión sobre un objeto que se 
tiene en la boca o que se lleva a la boca y que obliga a la cavidad 
bucal a contraerse y relajarse sucesivamente. Para el lactante 
—como lo hemos visto— , este logro de placer al margen de la 
saciedad debe calificarse como sexual. El objeto de la pulsión 
oral no es por lo tanto la leche que ingiere como alimento, sino 
el flujo de leche caliente que excita la mucosa, o incluso el pezón 
del seno materno, el chupete, y luego, algún tiempo después, 
una parte del propio cuerpo, en general los dedos y sobre todo 
el pulgar, que son todos objetos reales que permiten mantener 
el movimiento cadenciado de la succión. Todos ellos son objetos 
pretextos que sostienen los fantasmas. Cuando observamos a 
un niño chupándose el pulgar, bien aplicado contra la cavidad 
del paladar, con la mirada soñadora, deducimos que en ese 
momento está sintiendo —psicoanalíticamente hablando— un 
intenso placer sexual. No olvidemos que el vínculo con los 
objetos reales es ante todo un vínculo con objetos fantasmati- 
zados. Así, el pulgar real que el niño succiona es en verdad un 
objeto fantasmatizado que está acariciando, es decir él mismo 
(narcisismo). Agreguemos que existe aún una fase oral tardía 
que comienza hacia el sexto mes de vida con la aparición de los 
primeros dientes. El placer sexual de morder, a veces con rabia, 
completa el placer de la succión.
*
La fase anal se desarrolla en el curso del segundo y tercer 
año. El orificio anal es la zona erógena dominante, y las heces 
constituyen el objeto real que da pábulo al objeto fantasmatizado 
de las pulsiones anales. De la misma manera como habíamos 
distinguido el placer de comer del placer sexual de succión, aquí 
debemos separar el placer funcional de defecar acompañado del
47
alivio propio de una necesidad corporal, del placer sexual de 
retener las heces y eyectarlas bruscamente. La excitación 
sexual de la mucosa anal está provocada ante todo por un ritmo 
particular del esfínter anal cuando se contrae para retener y se 
dilata para evacuar.
*
Originariamente, sólo hemos conocido objetos sexuales: 
el psicoanálisis nos muestra que cierta gente, 
a la que meramente creemos respetar y estimar, 
para nuestro inconsciente puede continuar siendo un objeto sexual
S. Freud
La fase fúlica precede al estado final del desarrollo sexual, 
es decir a la organización genital definitiva. Entre la fase fálica, 
que se extiende desde los tres a los cinco años, y la organizacióngenital propiamente dicha, que aparece durante la pubertad, se 
intercala un período llamado “de latencia” durante el cual las 
pulsiones sexuales serán inhibidas.
En el curso de la fase fálica, el órgano genital masculino 
1 pene— desempeña un papel dominante. Freud considera 
que, para la niña, el clítoris es un atributo fálico, fuente de 
excitación. A la manera de las otras fases, el objeto real se halla 
en la base del objeto fantasmatizado. Aquí, el pene y el clítoris 
sólo son los soportes concretos y reales de un objeto fantasma- 
tizado llamado falo.7 En cuanto al placer sexual, resulta de las 
caricias masturbatorias y de los contactos rítmicos de las partes 
genitales, tan rítmicos como podían serlo los movimientos 
alternados de la succión respecto del placer oral y de la reten­
ción/expulsión respecto del placer anal.
Al comienzo de esta fase, tanto el niño como la niña creen 
que todos los seres humanos tienen o deberían tener “un falo”. 
Así, la diferencia de los sexos hombre/mujer es percibida por el 
niño como una oposición poseedor del falo/privado del falo 
(castrado). Luego, niña y varón seguirán una vía diferente 
hasta su identidad sexual definitiva. Estas vías divergen por­
que el objeto (falo) con el cual se satisface la pulsión fálica toma
48
en uno y otra una forma diferente. Para el niño, el objeto de la 
pulsión, es decir el falo, es la persona de la madre, o más bien 
la madre fantasmatizada y algunas veces, curiosamente —va­
mos a verlo— el propio padre. Para la niña, el objeto es primero 
la madre fantasmatizada, y luego, en un segundo momento, el 
padre. El niño entra en el Edipo y se pone a manipular el pene, 
mientras se entrega simultáneamente a fantasmas ligados a la 
madre. Y luego, bajo el efecto combinado de la amenaza de 
castración proferida por el padre y de la angustia provocada por 
la percepción del cuerpo femenino privado de falo, el varón 
renuncia por fin a poseer al objeto-madre. El afecto en tomo del 
cual el Edipo masculino se organiza, culmina y se desanuda, es 
la angustia’, la angustia llamada de castración, es decir el miedo 
a ser privado de la parte del cuerpo que el varón considera, a esa 
edad, como la más estimada: el pene, cuyo fantasma se denomi­
na “falo”.
En la niña, el pasaje de la madre al padre es más complicado. 
El acontecimiento principal durante el Edipo femenino es la 
decepción que siente la niña al comprobar la falta de un falo del 
que no obstante creía estar dotada. Este sentimiento de decep­
ción, en el que se confunden el rencor y la nostalgia, tomará la 
forma acabada del afecto de la envidia: la envidia del pene. Pene 
—no lo olvidemos—cuyo fantasma es el falo. El afecto alrededor 
del cual gravita el Edipo femenino no es, por ende, la angustia, 
como para el varón, sino la envidia. Envidia del pene que pronto 
se convertirá en deseo de tener un hijo del padre y, más 
adelante, una vez que la niña se ha hecho miyer, deseo de tener 
un hijo del hombre elegido. Precisemos, no obstante, que Freud, 
mucho más tarde completó la teoría de la castración en la niña, 
al reconocer que la envidia no era la única respuesta a la 
castración que ella cree definitivamente realizada en razón de 
la falta de pene. Existe también en la mujer otro afecto diferente 
del de la envidia, el de la angustia. Una angustia que ha de ser 
comprendida como el temor no de perder el pene/falo que jamás 
ha tenido, sino de perder ese otro “falo” inestimable que es el 
amor procedente del objeto amado. La angustia de castración en 
la mujer no es otra, entonces, que la angustia de perder el amor 
del ser amado. En una palabra, los dos afectos principales que
49
decidirán la salida del Edipo femenino son la envidia del pene 
y la angustia de la pérdida del amor.
Observación acerca del Edipo del varón: 
el rol esencial del padre
Querría disipar aquí un malentendido frecuente que con­
cierne al Edipo del varón y en particular al rol que en él de­
sempeña el padre. Generalmente, como acabamos de hacerlo 
nosotros mismos, ponemos el acento en el vínculo del niño con 
la madre como objeto sexual y en el odio hacia el padre. Ahora 
bien, sin renegar de esta configuración clásica del Edipo, Freud 
ha privilegiado tanto la relación del varón con el padre, que no 
dudaremos en hacer del padre —y no de la madre— el personaje 
principal del Edipo masculino. He aquí el argumento. En la 
primera etapa de la formación del Edipo, reconocemos dos tipos 
de vinculación afectiva del varón: un vínculo deseante con la 
madre considerada como objeto sexual y, sobre todo, un vínculo 
con el padre tomado como modelo a ser imitado. El varón 
convierte a su padre en un ideal que él mismo querría alcanzar. 
El lazo con la madre —objeto sexual— no es otro que un impulso 
de deseo, mientras que el lazo con el padre —objeto ideal— se 
basa en un sentimiento de amor producido por la identificación 
con un ideal. Estos dos sentimientos, deseo de la madre y amor 
por el padre, nos dice Freud, wse acercan uno al otro, terminan 
por encontrarse y es de este encuentro de donde resulta el 
complejo de Edipo normar.8 Pero veamos, ¿qué sucede en este 
encuentro? Ahora el varón se siente molesto por la presencia de 
la persona del padre, que obstaculiza su impulso deseante hacia 
la madre. La identificación amorosa con el padre ideal se 
transforma entonces en una actitud hostil y termina por derivar 
en una identificacón con el padre en tanto hombre de la madre. 
Ahora el niño aspira a reemplazar al padre junto a la madre, 
tomada como objeto sexual. Seguramente, todos estos afectos 
hacia el padre se cruzan y se combinan en una mezcla de 
ternura por el ideal, de animosidad hacia el intruso y de envidia 
de la posesión de ios atributos del hombre.
Empero, puede aun ocurrir que el Edipo dé un giro en una
50
curiosa inversión. El verdadero Edipo invertido —expresión 
muy utilizada y pocas veces bien comprendida— consiste en un 
cambio radical del estatuto del objeto-padre: el padre aparece a 
los ojos del varón como un objeto sexual deseable. Todo ha 
cambiado. De objeto ideal que suscitaba la admiración, la 
ternura y el amor, el padre se ha vuelto ahora un objeto sexual 
que excita el deseo. Antes, el padre era lo que se quería ser, un 
ideal; ahora el padre es lo que se querría tener, un objeto sexual. 
En pocas palabras, para el varón el padre se presenta bajo tres 
figuras diferentes: amado como un ideal, odiado como un rival 
y deseado como un objeto sexual. Lo que nos interesaba desta­
car es lo siguiente: lo esencial del Edipo masculino son las vi­
cisitudes de la relación del varón respecto del padre y no —como 
se tiende a creer generalmente— respecto de la madre.
*
Una palabra más para subrayar las particularidades de la 
fase fálica, tan esencial en relación con las fases anteriores, ya 
que de su salida dependerá la futura identidad sexual del niño 
ya adulto. He aquí los aspectos para retener. Señalemos en 
primer lugar que, en esta fase, el objeto fantasmatizado de la 
pulsión no se apoya, como antes, en una parte del cuerpo del 
individuo, como el pulgar o los excrementos, sino en una 
persona. El objeto fantasmatizado de la pulsión (falo) toma la 
figura de una madre o de un padre presa de los deseos y de las 
pulsiones. Así, durante la fase fálica, la madre es percibida por 
el varón a través del fantasma de una madre deseante.
Destaquemos todavía que en el transcurso de esta fase, el 
niño hace por primera vez la experiencia de perder el objeto de 
la pulsión, no tanto como consecuencia de una evolución natural 
como por los estadios precedentes (destete por ejemplo), sino en 
respuesta a una obligación inevitable. El niño pierde al objeto- 
madre para someterse a la ley universal de la prohibición del 
incesto. Ley que el padre ordena al niño que respete b£yo pena 
de privarlo del pene.
Señalemos finalmente que la fase fálica es la única que 
concluye mediante la resolución de una elección decisiva: el
51
sujeto deberá elegir entre salvar unaparte de su cuerpo propio 
o salvar el objeto de la pulsión. Esta alternativa equivale, en 
definitiva, a elegir una forma u otra de falo: ya sea el pene, ya sea 
la madre. El varón tendrá que decidir entre preservar su cuerpo 
de la amenaza de castración, es decir preservar el pene, o 
conservar el objeto de la pulsión, es decir a la madre. Debe elegir 
entre salvar el pene y renunciar a la madre, o no renunciar a la 
madre, pero entonces sacrificar el pene. Sin duda, la salida 
normal consiste en renunciar al objeto y salvar la integridad de 
su persona. El amor narcisista prevalece por sobre el amor 
objetal. Esta alternativa que presento como el drama que habría 
vivido un niño mítico es en verdad la misma alternativa que 
atravesamos todos en ciertos momentos de nuestra existencia, 
cuando estamos obligados a tomar decisiones donde lo que está 
en juego es perder lo que nos es más caro. Entonces, para 
preservar el ser, lo que abandonamos es el objeto.
Pulsiones de vida y pulsiones de muerte. El deseo activo 
del pasado
Les había anunciado que Freud había modificado su prime­
ra teoría de las pulsiones en la que opone las pulsiones represo­
ras del yo a las pulsiones sexuales. El motivo principal ha sido 
el descubrimiento del narcisismo. En efecto, recordemos que, 
para engañar a las pulsiones, el yo se ha vuelto un objeto sexual 
fantasmatizado: ya no hay que establecer distinciones entre un 
supuesto objeto sexual exterior y real, sobre el cual recaería la 
libido de las pulsiones, y el yo. El objeto sexual exterior, el objeto 
sexual fantasmatizado y el yo son una sola y única cosa que 
llamamos objeto de la pulsión. Desde este punto de vista, se 
puede afirmar: el yo se ama a sí mismo como objeto de pulsión.
Pero si la libido de las pulsiones sexuales puede referirse a 
este objeto único que es el yo, entonces no cabe ya reconocerle 
al yo una voluntad defensiva y represora contra las llamadas 
pulsiones sexuales. Por consiguiente, las pulsiones del yo des­
aparecen de la teoría de Freud, y con ellas la dicotomía entre
52
opuestas pulsiones del yo/pulsiones sexuales. Freud propone 
entonces reagruparlos movimientos libidinales, dirigidos tanto 
hacia el yo como hacia los objetos sexuales exteriores, bajo el 
término único pulsiones de vida, oponiéndolo al término pulsio­
nes de muerte. El objetivo de las pulsiones de vida es el vínculo 
libidinal, es decir el anudamiento de los lazos, por intermedio de 
la libido, entre nuestro psiquismo, nuestro cuerpo, los seres y 
las cosas. Las pulsiones de vida tienden a investir todo libidi- 
nalmente y a mantener la cohesión de las partes de la sustancia 
viva. En cambio, las pulsiones de muerte aspiran al desanuda­
miento, al desprendimiento de la libido de los objetos, y al 
retorno ineluctable del ser vivo a la tensión cero, al estado 
inorgánico. En este sentido, precisemos que la “muerte” que 
controla estas pulsiones no siempre es sinónimo de destrucción, 
de guerra o de agresión. Las pulsiones de muerte representan 
la tendencia del ser vivo a encontrar la calma en la muerte, el 
reposo y el silencio. También pueden ser el origen de las 
manifestaciones humanas más mortíferas cuando la tensión 
trata de aliviarse en el mundo exterior. No obstante, cuando las 
pulsiones de muerte no salen al exterior son profundamente 
benéñcas.
Observemos que ambos grupos de pulsiones actúan no sólo 
concertadamente, sino que comparten un rasgo común. Me 
gustaría detenerme en este aspecto porque este rasgo constitu­
ye un concepto absolutamente nuevo, un salto en el pensamien­
to freudiano. ¿Cuál es el rasgo común a las pulsiones de vida y 
de muerte? ¿Cuál es este concepto nuevo? Más allá de su 
diferencia, la pulsión de vida, así como la de muerte, aspiran a 
restablecer un estado anterior en el tiempo. Ya sea la pulsión de 
vida que busca aumentar la tensión, o la pulsión de muerte que 
aspira a la calma y al retorno a cero, ambas tienden a reproducir 
y a repetir una situación pasada, ya sea agradable o desagrada­
ble, placentera o displacentera, sin tensión o con tensión. 
Nuestra vida y la vida de aquellos que nos hablan, los pacientes, 
muestran que tendemos muchas veces a repetir nuestros fraca­
sos y sufrimientos con una fuerza en ocasiones más potente que 
la que nos conduce a descubrir los acontecimientos agradables. 
Tal es el caso del soldado traumatizado por la guerra que no
53
puede evitar volver a ver en sueños, repetitivamente, el acon­
tecimiento traumático de la bomba que explotó junto a él.
En suma, el nuevo concepto introducido por Freud con la 
segunda teoría de las pulsiones es el de la compulsión a la 
repetición en el tiempo. La exigencia de repetir el pasado es más 
fuerte que la exigencia de buscar en el futuro el acontecimiento 
placentero. La compulsión a repetir es una pulsión primera y 
fundamental, la pulsión de las pulsiones; ya no se trata de un 
principio que orienta sino de una tendencia que exige regresar 
hacia atrás, volver a encontrar aquello que ya ha tenido lugar. 
El deseo activo del pasado, aun cuando el pasado haya sido malo 
para el yo, se explica por esta compulsión a retomar lo que no ha 
sido acabado, con la voluntad de completarlo. Habíamos demos­
trado que los actos involuntarios eran los sustitutos de una 
acción ideal e inacabada. Por tanto, la compulsión a la repeti­
ción sería el deseo de retomar al pasado y concluir sin escollos 
y sin rodeos la acción que se había revelado imposible, como si 
las pulsiones inconscientes no se resignaran jamás a ser conde­
nadas a la represión.
Por consiguiente, podemos afirmar que la pulsión a repetir 
en el tiempo es más irresistible aún que la de encontrar placer. 
La tendencia conservadora propia de las dos pulsiones —la de 
volver hacia atrás— prevalece sobre la otra tendencia también 
conservadora regida por el principio del placer: la de volver a 
encontrar un estado sin tensiones. Por lo tanto, Freud considera 
la compulsión a la repetición como una fuerza que sobrepasa los 
límites del principio del placer, que va más allá de la búsqueda 
del placer. Sin embargo, la dicotomía pulsional vida-muerte 
sigue regulada por la acción conjugada de estos dos principios 
decisivos del funcionamiento mental: volver al pasado y encon­
trar el placer.
La transferencia es un fantasma cuyo objeto es el 
inconsciente del psicoanalista
Ahora debo concluir. Querría hacerlo pidiéndoles que en­
tren en el consultorio del psicoanalista y que reconozcan en él
54
que la relación del paciente con el analista también puede 
comprenderse como una expresión de la vida pulsional. Desde 
el cariño más apasionado hasta la hostilidad más obstinada, la 
relación analítica toma todas sus particularidades de los fan­
tasmas que soportan y han soportado las relaciones afectivas 
que el analizante ya ha vivido en el pasado. Es el fenómeno de 
la transferencia. Precisemos bien que el vínculo transferencia! 
con el analista no es la mera reproducción en el presente de los 
lazos afectivos y deseantes del pasado. La transferencia es, ante 
todo, la realización de los mismos fantasmas que se expresaban 
antaño b^jo la forma de los primeros lazos afectivos. En conse­
cuencia, hay que comprender que la transferencia no es la 
repetición de una relación antigua, sino la actualización de un 
fantasma.
El manejo de la transferencia requiere de parte del analista 
no sólo una gran destreza y experiencia, sino una constante 
actividad de autopercepción de sí mismo. El instrumento del 
psicoanalista no es sólo el saber, sino ante todo su propio 
inconsciente, único medio del que dispone para captar el incons­
ciente del paciente. Si en el complejo de Edipo el objeto de la 
pulsión fálica es el deseo de la madre, deberíamos sostener que, 
en la transferencia, el objeto de la pulsión analítica —llamé­
moslo así— es el inconsciente del psicoanalista.
Esta singular disponibilidad «del analista, que le permite 
actuar con su inconsciente pero también exponerse al incons­
ciente del otro,

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