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Revista de la Facultad 
de Trabajo Social – uner
Año xiv, número 20
febrero de 2014
Propietario:
Universidad Nacional 
de Entre Ríos, Facultad 
de Trabajo Social 
·· STAFF ··
Directora
Mg. Sandra Marcela Arito
Coordinación general:
Secretaría de Extensión 
e Investigación
Producción general y diseño: 
Área de Comunicación Institucional
FTS – UNER
Comité de referato:
Dr. Santiago Álvarez
Mg. María del Carmen Castells
Prof.ª Susana Celman
Dr.ª Elsa Susana Emmanuele
Dr.ª Mercedes Escalada
Dr. Arturo Fernádez
Mg. Sandra Gerlero
Lic. Mirta Giaccaglia
Dr.ª Susana Mallo Reynal
Dr. Eduardo Rinesi
Dr.ª Mónica Rosenfeld
Dr.ª Ana Rosato
Dr.ª Margarita Rozas Pagaza
Impresión:
Imprenta Italia
Italia 115, Paraná, Entre Ríos.
Contacto:
Facultad de Trabajo Social – uner
La Rioja 6, (e3100aob) Paraná · 
Entre Ríos · Argentina
Tel./Fax: (0343) 4310189
publicaciones@fts.uner.edu.ar
Las notas firmadas representan 
la opinión de los autores y no 
necesariamente la de Utopías. 
Ley 11723
Registro de Propiedad
Intelectual en trámite
issn 1515-6893
Domicilio legal:
Eva Perón 24, (3260) Concepción 
del Uruguay · Entre Ríos · Argentina
Sumario
Editorial / 3 
La producción de conocimientos y las perspectivas epistemoló-
gicas en Trabajo Social / Nora Das Biaggio / 5
Democracia, subjetividad y verdad. Algunos aportes de Michel 
Foucault y Giorgio Agamben / Beatriz Norma Dávilo / 10
Consultores políticos y la política mediatizada / 
Abelardo Del Prado / 23
Tendencias mayoritarias del sistema electoral de Entre Ríos, 
1983 – 2011 / Elías Manuel Fernández / 34
Campo y sistema: algunas notas para evitar confusiones / 
Carlos Iglesias / 44
Acerca del concepto «mundo de la vida»: una aproximación 
desde el Trabajo Social / Silvana Martínez y Juan Omar Agüero / 55
 
2
Autoridades
Decana: Mg. Sandra Marcela Arito
Vicedecana: Lic. Carmen Inés Lera
Secretaria Académica: Lic. M.ª Mónica Jacquet
Secretario de Extensión e Investigación: Lic. Diego Julián Gantus
Secretario Económico Financiero: Lic. Sergio Darío Dalibón
Editorial
3
Una vez más la utopía vuelve a estar presente en esta conjunción de autores 
que reflexionan sobre la disciplina que los atraviesan: el Trabajo Social, la 
Ciencia Política, la Sociología. Lo hacen desde el lugar que cada uno ocupa en 
el campo de las ciencias sociales: el de investigadores atentos que comparten 
con los lectores su visión crítica del mundo que los rodea, con miradas atrave-
sadas por la búsqueda de un conocimiento diverso, plural y democrático. 
En ese camino, como reconocida trabajadora social, además de docente e 
investigadora en el ámbito académico, Nora Das Biaggio nos sitúa en el eje de 
la discusión sobre las distintas corrientes que han atravesado y atraviesan la 
producción de conocimiento en el campo al que pertenece y sobre todo ponien-
do énfasis en el estado del arte actual en la disciplina del Trabajo Social. En la 
multiplicidad de miradas y enfoques, es necesario reconocer las limitaciones 
de cada una para dar lugar a la reflexión y a la luminosidad del entramado so-
cial, dejando ver que el mismo está compuesto por luchas de poder, conflictos, 
violencia, maltrato y otras problemáticas que no pueden quedar al margen si 
de lo que hablamos es de la cuestión social. 
Beatriz Dávilo realiza un recorrido sobre cómo se ha dado el vínculo entre de-
mocracia y verdad en el marco de la historia de la subjetividad. En su artículo, 
la autora nos introduce en el pensamiento de Michel Foucault y Giorgio Agam-
ben, quienes discuten teóricamente sobre los modos en que la sociedad burgue-
sa ha procesado dicha relación, proponiendo a los lectores una aproximación a 
cómo se ha construido la verdad en la historia y democracia occidentales. 
Abelardo Del Prado en un trabajo que evoca la mediatización de la política, 
nos acerca a las representaciones que los analistas políticos realizan sobre su 
profesión. En este marco también nos sitúa en el surgimiento de los analistas 
y la importancia que éstos cobran en este nuevo escenario, tomando como re-
ferencia a destacados consultores de nuestro país. 
Por su parte, y como un destacado aporte y en un análisis detallado sobre 
cómo el sistema político electoral favorece la permanencia del bipartidismo 
en nuestra provincia y dificulta la aparición de nuevos actores políticos, Elías 
Fernández toma como caso el sistema electoral de Entre Ríos en el período que 
va desde 1983 hasta el 2011 a partir de la teoría del politólogo francés Marice 
Duverger.
Asimismo, Carlos Iglesias nos introduce en las nociones de campo y sis-
tema, conceptos fundamentales en la teoría de Pierre Bourdieu y Niklas 
Luhmann respectivamente. En su artículo, el autor realiza un recorrido por 
las obras de ambos pensadores para marcar las diferencias que separan a una 
posición teórica de la otra para concluir en una defensa de determinados pos-
tulados luhmannianos, si se quiere cuestionados por el sociólogo francés. 
Por último, Silvana Martínez y Juan Agüero nos introducen en la expresión 
mundo de la vida y, de este modo, dan cuenta de la implicancia del Trabajo Social 
en el mundo de los sujetos y la vinculación entre ambos. Para los autores es 
un concepto clave desde donde abordar las problemáticas sociales y que sin 
Editorial
 
4
embargo —dicen— no ha tenido un gran desarrollo teórico ni metodológico. 
Además nos sitúa en las emociones, los sentimientos, las experiencias más 
vívidas que son la expresión no del mundo externo como algo ya dado sino por 
todo aquello que se desprende del mundo de la vida: el sentido mismo de la 
vida humana.
Dicen ellos que la importancia del trabajo social radica en poder trabajar en 
un marco de paridad con el otro. No se trata de ubicarlo en una posición de in-
ferioridad, no se trata de «intervenir en» sino de construir espacios de libertad 
con todo lo que ello implica. Es decir, ir en pos de la conformación de espacios 
donde existen momentos de diálogos pero también de lucha, resistencia, te-
niendo en cuenta la complejidad del campo social. Œ
 
Mg. Sandra Marcela Arito
Decana
La producción de conocimientos y las perspectivas epistemológicas en Trabajo Social / Nora Das Biaggio 5
La producción de conocimientos y las perspectivas 
epistemológicas en Trabajo Social
Comienzo este artículo con la convicción de que hablamos lenguajes que nos 
atraviesan como disciplina, que no están clarificados, no están compartidos; o 
nos ubicamos en diferentes visiones que no terminan de dar coherencia a una 
posición en la que medianamente haya acuerdo.
En el área Trabajo Social de la Facultad de Trabajo Social (UNER), hemos so-
metido a discusión las diferentes perspectivas epistemológicas (positivismo, 
funcionalismo, marxismo, fenomenología, constructivismo, género) presen-
tes en el proceso de producción de conocimiento desde el Trabajo Social.
Lejos de complejizar la mirada acerca de los diferentes posicionamientos 
surge una especie de hiato que es preciso volver a pensar. 
Insistimos en nuestra preocupación por la consolidación de la disciplina, 
dado que se asiste a una suerte de explosión de producciones; que sin embargo 
guardan una falta de diálogo que intente consignar un estado del arte en la 
producción del Trabajo Social.
Es allí donde aparece nuevamente la necesidad de clarificar qué entende-
mos por perspectivas, por qué hablamos de perspectivismos en las ciencias so-
ciales y cuales de ellas guardan relación con el modo como comprendemos lo 
social.
Desde Trabajo Social la comprensión de lo social es inherente a la posibili-
dad de intervención.
Si lo social es irreductible a un hecho social, dado que no existe consta-
tación de «hechos sociales como cosas», parafraseando a Durkheim, sino 
perspectivas, puntos de vista, mediante los cuales es posible hacer hablar esa 
relación entre sujeto cognoscente y realidad, es preciso poder nombrar esas 
formas discursivas, relacionales en que es posible establecer el conocimiento, 
haciendo uso siempre de los límitesde cada perspectiva. Para ello sugerimos 
tener en cuenta la posición de Nietzsche (en Guervós, 2001), que lo plantea 
como una exigencia corporal imprescindible, dado que exige para el sujeto 
una experiencia corporal en el que queda circunscripto, conculcado. Mediante 
una metáfora, «estamos todos dentro de una tela araña, de la cual solo pode-
mos captar lo que se deje coger», es por tanto esa experiencia corporal interac-
tiva en que el sujeto puede producir.
El alcance de la mirada, mediante «ojos penetrantes o débiles», da cuen-
ta que toda experiencia de conocimiento entrama, la vivencia, lo relacional y 
hace hincapié en el alcance de la mirada de quien conoce. 
Breves recorridos
En la Facultad de Trabajo Social (UNER), hemos sido tributarias de la discu-
sión sobre la sistematización como metodología de conocimiento de la realidad 
donde funda la intervención Trabajo Social. Su discusión epistemológica acer-
ca de la necesidad de otorgar alto valor a la teoría fue cediendo paso a la nece-
sidad de la investigación en Trabajo Social, desplazando la mirada ahora hacia 
Datos de la autora:
Magister en Sociedad y el Poder 
desde un Enfoque de Género, 
docente e investigadora, Facul-
tad de Trabajo Social (UNER). 
Nora Das Biaggio
 
6
otras formas de conocer no exigidas por la perentoriedad de la intervención. 
Dicha discusión se realizó en los albores de la democracia y el debate acerca de 
la relación entre totalidad y particularidad nos encontró en veredas distintas 
a quienes bregábamos por modos más complejos de conocer para intervenir.
Retomamos los postulados de Cristina González (2009: 27) quien señala los 
consensos alcanzados en el campo profesional, admitiendo que subyace la 
idea de distinción existente entre metodologías de investigación y metodolo-
gías de intervención profesional. 
Uno de los aspectos sobre los que se logra consenso es aquel que desecha el 
traslado sin mediaciones conceptuales adecuadas de la metodología de la investi-
gación tradicional al proceso de las practicas profesionales, que las convierte en una 
secuencia de etapas que, por un lado, no se condice con la lógica de los procesos de 
resolución de problemas y, por el otro, tiende a obstaculizar la horizontalidad de las 
relaciones entre profesionales y sujetos.
Por otro lado, la misma González retoma las ideas en términos de consen-
sos diciendo que
 […] la metodología de investigación social convencional no es el único camino 
para investigar. Como expresara Teresa Matus, una consecuencia sustantiva que 
aporta el estudio de la epistemología contemporánea al Trabajo Social es la impo-
sibilidad de existencia de un método único o de etapas que habría que cumplir en 
todas las formas que tuviera la investigación […] dicha perspectiva no permite dife-
renciar investigación de positivismo. Su resultado es un acotamiento metodológico 
a esa matriz y la adopción de instancias universales. (2009: 27) 
Algunas clarificaciones
Como vemos, la necesidad de hablar de consensos nos habilita a sostener que 
hay posiciones encontradas, que disputan sentidos en un campo, que de todos 
modos otorga legitimidad a esa disputa. Es así que queda planteado que en 
Trabajo Social hay muchas y diferentes perspectivas, epistemológicas y teóri-
cas que disputan su modo de comprender.
La necesidad de clarificar desde qué posición o mirada se sostiene la for-
mulación de interrogantes o preguntas para la investigación es lo que podría 
hacer converger ciertas tradiciones en el campo de la investigación como nece-
sarias de ser legitimadas.
Retomando a González decimos 
Es importante aclarar que las metodologías de intervención no están separadas 
de las metodologías de investigación ni tampoco de las teorías que nutren la carac-
terización de las instituciones y las organizaciones sociales, de los sujetos o de los 
La producción de conocimientos y las perspectivas epistemológicas en Trabajo Social / Nora Das Biaggio 7
problemas sociales. Lo que debe unir a unas y otras son las preguntas y categorías 
formuladas y construidas a partir de la reflexión sobre los problemas, los sujetos, las 
organizaciones, y las prácticas sociales (dentro de las cuales se encuentran las prác-
ticas profesionales) desde el campo de intervención del Trabajo Social. (2009: 26)
Pero además de nuestra autora, otras en diferentes períodos se han encar-
gado de señalar la necesaria articulación entre investigación e intervención. 
Por ejemplo, Acevedo, Torcigliani, González Saibene han hablado y publicado 
sobre la relación investigación intervención, haciendo hincapié en la necesi-
dad de retroalimentación mutua. Una señala el camino de la producción de 
conocimientos mientras que la otra construye la intervención en lo social.
Entonces volvemos al inicio de nuestro planteo: para investigar no hay un 
solo método, hay perspectivas desde las que mirar los problemas, los interro-
gantes y esas perspectivas son una formidable manera de iluminar un sector 
de lo real, en tanto se ensombrece u opaca otros. Por tanto, mas que hablar 
de formas de conocer es preciso consensuar que hay modos de aproximación a 
lo real que implican limitaciones y potencialidades devenidas de cada una de 
ellas y que fundan modos de nombrar lo real sin concesiones a las formas de 
intervenir.
La discusión de las diferentes perspectivas epistemológicas guarda relación 
con la disputa discursiva por el modo de nombrar, devenida en necesidad de 
elucidación.
Entonces, más allá de que formulamos dudas acerca de la convergencia de 
perspectivas, más bien nos inclinamos a pensar que cada perspectiva ilumina 
un sector de lo real y con ello prioriza determinadas líneas de intervención.
Como todo conocimiento es situacional, emergente de un tiempo histórico 
es que discutimos con aquellas posiciones estructuralistas que dejan por fuera 
de su foco de análisis las nuevas formas subjetivas de expresión de la contem-
poraneidad. 
Mas precisamente nos referimos a la opacidad del concepto cuestión social 
para dar cuenta de fenómenos como incesto, abuso sexual infantil, pues si 
bien en toda formación histórica el peso de la cultura cae como paradigma 
imprescindible de ser mirado, las formaciones capitalistas y la relación capital 
trabajo se muestran impertinentes, o mejor insuficientes, para explicar las 
formas de subjetivación en que grandes sectores de la realidad hoy acceden a 
la condición humana.
No podría sostenerse que la perspectiva teórico-epistemológica marxista 
pudiera dar cabida a la emergencia de la subjetivación de sujetos en la contem-
poraneidad, vía la explicación de las fuerzas de un conglomerado de ejército de 
reserva, o más bien, que solo la concepción de mercancía pudiera dar respues-
ta a la comprensión del arrasamiento subjetivo de la niña. Si bien todo proceso 
de subjetivación se da en el marco más amplio de las relaciones de producción, 
no alcanzan a explicar éstas el modo como se metamorfosea la subjetividad. 
 
8
Si bien no es cuestionable que toda formación histórica eleve una mirada a 
los modos de producción, a la relación entre clases sociales, a la configuración 
del ejército de reserva. No es posible aplicar estas categorías teóricas a la com-
prensión de la emergencia del fenómeno del incesto, por ejemplo.
Entonces decimos que es preciso tener herramientas complejas para mirar 
lo social, y tal como plantea Hugo Zemelman, el pensar epistémico debe dar 
lugar a los interrogantes, y esos interrogantes deben potencializar las pregun-
tas que puedan iluminar un sector de lo real.
Las diferentes perspectivas pueden, a modo de caleidoscopio, permitirnos 
nombrar desde diferentes lugares formaciones que no son monolíticas sino 
sometidas a disputas. Es decir que las diferentes perspectivas se encuentran 
habilitadas para algunas preguntas que ponen de relieve, dependiendo de su 
tradición, la formulación que aporte. Lo cual constituye una ventaja y una li-
mitación porque no se puede formular en términosde interrogantes devenidos 
de concepciones positivistas conjuntamente con concepciones constructivis-
tas porque parten de supuestos básicos subyacentes diferentes y mutuamente 
excluyentes. Por tanto, se impone una selectividad de la perspectiva teórica 
epistemológica desde la que formulamos los interrogantes de conocimiento.
Desde ya que las perspectivas de género se muestran mas permeables a la 
disputa por la nominación del incesto como fenómeno en que hoy grandes 
conglomerados sociales están sometidos a subjetivación. Estas perspectivas 
nos permiten comprender las relaciones intergeneracionales en que el incesto 
es una marca subjetiva. Entre otros aportes las perspectivas de género permi-
ten comprender el carácter relacional del poder y las cuotas de posesión que 
terminan explicando conformaciones subjetivas.
Por tanto, las perspectivas más que empobrecer la mirada, permiten desta-
car aristas del fenómeno que si no fuere tomado, quedaría oculto, secundariza-
do o negado. En especial bregamos por una formación sólida que permita com-
prender la relación teórico–epistemológica con la producción de conocimiento.
Por lo tanto, no es posible tener una relación de linealidad entre modo de 
comprender y modo de intervenir pero ambas se retroalimentan. La investi-
gación señala comprensivamente la intervención y ésta dirige la prioridad en 
la línea de investigación. Del modo como se amalgamen ambas devendrá una 
intervención social fundada. Œ
Referencias bibiliográficas
De Santiago Guervós, Luis (2001). «Las ilusiones del conocimiento: Perspectivismo e 
interpretación». Revista Thémata Nº 27. España: Universidad de Sevilla.
González, Cristina (2009). «Algunas reflexiones sobre la producción de conocimien-
to». En: La investigación en Trabajo Social, Volumen VII. Edición post-Jornadas. Paraná, 
Entre Ríos: Facultad de Trabajo Social (UNER). 
La producción de conocimientos y las perspectivas epistemológicas en Trabajo Social / Nora Das Biaggio 9
Lenarduzzi, Zulma (organizadora) (2010). Figuras de la madre y fondos de lo materno. Sub-
jetividad y poder en situaciones de incesto paterno filial. Buenos Aires: Librería de Mujeres 
Editoras. 
Lera, Carmen Inés (compiladora) (2009). Apuntes sobre trabajo social. Construyendo el 
oficio. Paraná, Entre Ríos: Editorial Fundación La Hendija. 
Zemelman, Hugo (2001). «Pensar Teórico. Pensar epistémico». Documento de circu-
lación interna. Cátedra Trabajo Social y Construcción Disciplinar. Consultado en 
URL: <www.http://ipecal.net/publicaciones.html>.
 
10
Este artículo se propone reflexionar en torno al modo en que se ha planteado 
una pregunta que, según señala Michel Foucault en El gobierno de sí y de los otros, 
subtiende todo el pensamiento político occidental: ¿puede la democracia so-
portar la verdad? En esta línea, se intentará, desde la perspectiva de Michel 
Foucault y Giorgio Agamben, problematizar el vínculo que se establece entre 
democracia, subjetividad y verdad. Este análisis nos permitirá hacer visibles 
los esquemas de veridicción en los que están inscriptas las tematizaciones so-
bre la democracia, especialmente en el liberalismo, y las proyecciones polí-
ticas que se despliegan a partir de esta relación; así como también delinear 
algunas alternativas teórico-metodológicas para revisar el tratamiento que el 
pensamiento occidental le ha dado a la compleja relación entre democracia y 
verdad. 
Introducción
Quizá pueda parecer extraño que yo […] no me atreva en público a subir a la tri-
buna del pueblo y dar consejos a la ciudad […]. En efecto, sabed bien, atenienses, 
que si yo hubiera intentado anteriormente realizar actos políticos, habría muerto 
hace tiempo y no os habría sido útil a vosotros ni a mí mismo. Y no os irritéis conmi-
go porque digo la verdad. En efecto, no hay hombre que pueda conservar la vida, si 
se opone noblemente a vosotros o a cualquier otro pueblo y si trata de impedir que 
sucedan en la ciudad muchas cosas injustas e ilegales.
Este conocido pasaje de la Apología de Sócrates, que Michel Foucault toma para 
analizar la parrhesía o decir veraz (2010: 87-130), sintetiza claramente uno de los 
problemas clave en el tratamiento que el pensamiento político occidental le 
ha dado a la democracia: ¿puede la democracia soportar la verdad? (2008: 158). 
Foucault señala que la filosofía clásica, que se auto-representa como discurso 
de la verdad, desplaza su ámbito y su destinatario desde la polis hacia el alma 
del príncipe en el momento en que cree detectar que en la democracia, donde 
todos pueden hablar según su voluntad, no es posible distinguir el discurso 
verdadero del falso, el bien del mal, lo justo de lo injusto. La parrhesia se con-
vierte en el elemento de identidad de una buena politeia, al mismo tiempo que 
se estabilizan, según Foucault, tres principios que aparecen como orientado-
res del mundo político: principio cuantitativo de escansión de la unidad de 
la ciudad que traza en ésta una línea divisoria entre los pocos y los muchos; 
principio del isomorfismo ético cuantitativo que plantea que los pocos son vir-
tuosos mientras que los muchos no lo son; principio de la transitividad políti-
ca, que establece que lo que quieren los pocos que son virtuosos es bueno para 
todo el cuerpo político mientras que lo que quieren los muchos, que no son 
virtuosos, es malo para todos (2010: 60-63). 
Estos principios abonan un estereotipo destinado a permanecer durante 
siglos en muchas vertientes de la filosofía política occidental, y que Foucault 
Datos de la autora:
Licenciada y profesora en 
Historia, maestro en Ciencias 
Sociales, doctora en Historia, 
docente de la Facultad de Tra-
bajo Social (UNER) y de la Facul-
tad de Ciencia Política y Relacio-
nes Internacionales (UNR). 
Beatriz Norma Dávilo
Democracia, subjetividad y verdad.
Algunos aportes de Michel Foucault y Giorgio Agamben 
11Democracia, subjetividad y verdad / Beatriz Dávilo
presenta en estos términos: lo verdadero en el orden del discurso político no 
puede decirse en la forma de la democracia entendida como derecho de todos 
a hablar; la verdad no puede decirse en un campo político caracterizado por la 
indiferenciación de los sujetos hablantes (2010: 66).
Uno de los problemas de la democracia, entonces, se relaciona con su capa-
cidad de funcionar como dispositivo epistemológico, a partir de una pregunta 
que se ha hecho jugar de manera negativa o positiva según los casos: ¿es posi-
ble tomar la opinión de la mayoría como un indicador de verdad? 
En este sentido, este artículo se propone inscribir el vínculo entre democra-
cia y verdad en el marco de la historia de la subjetividad, o, como diría Fou-
cault, de la relación de los individuos con la verdad —una relación sumamente 
fértil para el análisis de las múltiples articulaciones entre política y subjetivi-
dad en Occidente— (2002: 245). A partir de los aportes de Foucault y de Giorgio 
Agamben, se podrá problematizar el lazo que se ha tejido con frecuencia entre 
democracia y verdad, y señalar algunas líneas teórico-metodológicas para des-
plegar una genealogía del tratamiento que ese lazo ha recibido en el pensa-
miento occidental moderno y contemporáneo.
¿Por qué situar las reflexiones en torno a la democracia 
en el marco de una historia de la subjetividad?
En el curso de 1982 dictado en el Collège de France, «La hermenéutica del suje-
to», Foucault aborda la historia de la subjetividad a partir de los modos en que, 
históricamente, se ha desplegado el vínculo de los individuos con la verdad 
—en particular la verdad de sí mismos—, a través del análisis de las tecnolo-
gías del yo. Para acceder a la verdad a través de estas tecnologías «[…] es preciso 
que el sujeto se modifique, se transforme, se desplace, se convierta, en cierta 
medida y hasta cierto punto, en distinto de sí mismo» (2002: 33). 
La verdad que está en juego aquí es una verdad íntima, la verdad del pro-
pio ser, que emergería a través de diversos modos de experimentacióndel sí 
mismo —por ejemplo, el registro de las acciones personales a través de la escri-
tura de sí, o la relación con un maestro de verdad—1 en un proceso que impulsa 
transformaciones subjetivas, o, para ser más precisos, transformaciones en su 
condición del individuo que lo vuelven un sujeto. 
Un planteo similar se presenta en «El sujeto y el poder», donde Foucault 
señala que la tarea a la que está abocada su investigación es el estudio de las 
formas a través de las cuales los seres humanos se convierten a sí mismos en 
sujetos. En ese marco —dice—, ha escogido el dominio de la sexualidad para 
ver de qué manera los hombres y mujeres han aprendido a reconocerse como 
sujetos éticos. Y en este campo, según Foucault, reaparece la cuestión de la 
verdad, aunque aquí se trata de una verdad cuyo descubrimiento, en muchas 
ocasiones, se le impone al sujeto; una verdad sobre sí que está obligado a cono-
cer y reconocer y hacer que los otros reconozcan (2001a: 242-245).
1. Foucault apela a esta idea 
de escritura de sí en diversos 
momentos del curso de 1982, 
pero la presentación más siste-
mática se presenta en un artícu-
lo de los Dits et écrits (1994: 417-
427). El tratamiento que hace 
Foucault de la relación de los 
jóvenes discípulos con un maes-
tro que transmite los modos de 
acceso a la verdad tiene como 
referencia escrita el trabajo de 
Marcel Detienne (1967: pássim).
 
12
Estos desarrollos foucaultianos invitan a interrogarse acerca de la posibili-
dad de indagar las formas en que los seres humanos se convierten a sí mismos 
en sujetos en el dominio de la política. En este sentido, el análisis de los modos 
en que ha sido tematizada y conceptualizada la democracia muestra cómo, a 
partir de una cierta relación con la verdad, los individuos han aprendido tam-
bién a reconocerse como sujetos políticos: en la relación de los individuos con 
la verdad de sí, y en la interpelación por la verdad de los otros y la verdad o la 
naturaleza del orden político, la democracia queda inscripta en el problema de 
la búsqueda del régimen más propicio para que las personas encuentren lo que 
son y lo que pueden ser.
En los dos últimos cursos que dicta Foucault en el Collège de France —«El 
gobierno de sí y de los otros» y la continuación de éste, que lleva por título 
«El coraje de la verdad»— se sugiere que, desde Platón en adelante, podemos 
encontrar en el pensamiento político occidental una línea de reflexión que 
propone que la posibilidad de encontrar la verdad sobre sí mismo está liga-
da a cierta verdad o esencia de la política. En este contexto, la democracia es 
evaluada, y en algunos casos incluso enjuiciada, a partir de su relación con la 
verdad, más específicamente en su capacidad de habilitar un espacio para que 
tanto los individuos como el orden político puedan dar cuenta de la verdad de 
su ser. En la República, Platón resalta una tensión inherente a la democracia 
que concierne al ser y el parecer, a lo que es y a lo que muestra. Esta tensión 
surge de uno de los elementos constitutivos de la polis democrática: la isegoría 
como igualdad en el acceso a la palabra, que permite que cualquiera hable no 
para decir la verdad, sino lo que el pueblo quiere oír, porque el pueblo «despre-
cia como inútil al que no sabe lisonjear sus deseos» (488 b, c, d). La democracia 
pondría así en circulación un discurso que no estaría estructurado en torno a 
la verdad sino a las apariencias, que no sería filosofía, sino retórica.
Desde entonces, podría decirse que la verdad, como sostiene Foucault, se 
ha convertido en un principio de exclusión (2011: 23), que en el orden político 
se vuelve una línea de demarcación que permite establecer quiénes pueden 
participar en el mundo político y quiénes no, o al menos quiénes pueden ha-
cerlo con legítimo derecho. Esta cuestión se vuelve crucial en el marco de los 
procesos políticos de la Modernidad, que amplían el espacio de la participa-
ción política: a partir de los experimentos revolucionarios de fines del siglo 
xviii que ensayan alternativas frente al régimen monárquico, la democracia 
ha sido juzgada en función de su capacidad para permitirles a los individuos 
encontrar la verdad de su ser y, en consecuencia, el sustrato esencial sobre el 
que descansa su estatuto de sujetos políticos. 
¿De qué manera se pondría a prueba, entonces, esa capacidad de la demo-
cracia? En la posibilidad de constituirse en un espacio propicio para que los 
hombres experimenten sus atributos de racionalidad y titularidad de dere-
chos, en un escenario que apela a su consentimiento como piedra angular del 
edificio político. 
13Democracia, subjetividad y verdad / Beatriz Dávilo
En este marco, del mismo modo en que la verdad ha funcionado como la 
barrera que distingue el cuerdo del loco, el sano del enfermo, el hombre ho-
nesto del delincuente, también lo hace en relación a quién puede ser ciuda-
dano y quién no. En este sentido, la verdad que se le requiere al sujeto de la 
democracia moderna está articulada a la percepción clara de su propio ser y de 
las características del entorno social en el que está inmerso. La verdad sobre 
sí mismo está instalada de manera paradojal en el reconocimiento de su con-
dición jurídica de plena titularidad de derechos pero, al mismo tiempo, en la 
aceptación de las condiciones que le impone la vida en sociedad. Esto implica 
que el sujeto político se recorta sobre el perfil de una voluntad adulta norma-
lizada y por lo tanto capaz de obedecer. La verdad del entorno que el sujeto 
político, entonces, debe reconocer es el poder de la realidad y la realidad del 
poder (2005: 224-5).
La capacidad de obedecer y la posibilidad de reconocer el poder de la reali-
dad y la realidad del poder definen un paradigma de subjetividad al que está 
asociada la democracia como concepto y como ámbito de la experiencia polí-
tica. Si la historia de la subjetividad en el occidente moderno es la historia de 
cómo los hombres y mujeres intentan explorar la verdad de sí en relación a sí 
mismos y a los demás, la democracia es una de las tecnologías políticas que 
se hilvanan en esa historia. De manera similar al rol que Foucault señala en 
la confesión o el psicoanálisis en tanto tecnologías individuales e individuali-
zantes, podría abordarse la democracia como tecnología política que articula 
una dimensión individual y una colectiva. Las caracterizaciones de la demo-
cracia aparecen así articuladas con la preocupación por encontrar el régimen 
político más apto para elevar la autonomía personal de los hombres y mujeres 
a través de una forma de articulación colectiva que potencie esa autonomía y a 
la vez la inscriba en la lógica del vínculo comunitario.2
En la democracia, entonces, lo que se pondría en juego es la posibilidad de 
producir un tipo de identificación subjetiva por la cual los hombres y muje-
res se definen a sí mismos como titulares de derechos, pero al mismo tiempo 
aceptan que el ejercicio de esos derechos debe ser compatible con la conviven-
cia social. Sin embargo, el itinerario de la democracia como concepto y como 
experiencia política se presenta problemático: en el escenario en que surge 
la posibilidad de construir un orden democrático, no todos los individuos se 
muestran racionales a la hora de hacer valer sus derechos, ni capaces de obe-
decer y aceptar el poder de la realidad y la realidad del poder. Así, la demo-
cracia necesita producir un tipo de sujeto que a la vez presupone. Y en este 
sentido, la historia de la democracia puede ser abordada en la perspectiva de 
una historia del despliegue de un conjunto de tecnologías —por ejemplo, el 
sufragio, la multiplicación de los espacios que vehiculizan la expresión de la 
opinión, el resguardo de ámbito privado sustraído a la dinámica de lo públi-
co— que se expanden a medida que se generaliza ese modelo de subjetividad.
2. Esta articulación entre la 
dimensión individual y la co-
lectiva ha sido cuestionada en 
muchas ocasiones, señalándo-
se la tensión entrela vertiente 
democrático-republicana y la 
vertiente liberal que alimentan 
el modelo de las democracias 
contemporáneas. Ya en relación 
a la obra de Rousseau muchos 
comentaristas han puesto de 
relieve que ante el poder de la 
«voluntad general» se quiebra 
la voluntad individual, e incluso 
los filósofos que se han inscripto 
a sí mismos en la tradición 
rousseauniana han asumido la 
complejidad de estos planteos 
(Cassirer, 2007 [1932]: 68-75). 
En cuanto a las tensiones 
entre la tradición liberal y la 
republicano-democrática, se 
pueden ver, para citar trabajos 
ubicados en perspectivas 
claramente diferentes, las 
producciones de Chantal Mouffe 
(2003) y Norberto Bobbio (1985).
 
14
Liberalismo y democracia: gubernamentalidad, 
subjetividad y verdad
La verdad que se le reclama a la democracia no puede ser escindida de un régi-
men de veridicción —es decir, de un conjunto de criterios de demarcación de lo 
verdadero y lo falso— más amplio, que rige tanto las formaciones epistémicas 
como las políticas. La democracia, entonces, queda inscripta en un régimen 
de veridicción forjado en la Modernidad, y estructurado en torno a dos crite-
rios íntimamente ligados: la existencia de un sujeto transparente a sí mismo 
y las posibilidades ofrecidas por el orden político para que los seres humanos 
se conviertan a sí mismos en sujetos encontrando la verdad sobre sí mismos.
Es interesante remarcar, además, que las preocupaciones en torno a la de-
mocracia como régimen posible comienzan a desarrollarse en el mismo con-
texto de emergencia de las ciencias humanas. De manera que podría pensarse 
que los regímenes políticos de la Modernidad, y en particular la democracia, 
están atravesados por la misma apuesta que las ciencias humanas asumen: 
despojar al hombre, como dice Foucault, «de todo lo que pueda ocultarlo a sus 
propios ojos» (1968: 258). Esta imagen, que supondría un saber que se impone 
a un sujeto de conocimiento ya dado, debería ser desmontada —en lo que re-
fiere a la producción tanto de un campo cognitivo como de un campo político— 
para mostrar «[…] cómo se produce, a través de la historia, un sujeto que no 
está dado definitivamente, que no es aquello a partir de lo cual la verdad se da 
en la historia» sino que es fundado y vuelto a fundar a cada instante al interior 
mismo de esa verdad desplegada en la historia (2001b: 5).
Así, el estudio de la democracia está marcado por un doble desafío: el de una 
genealogía de la verdad y una genealogía del sujeto en relación a la política.
En relación a la verdad, cabe resaltar, como dice Foucault, que Occidente 
ha sido dominado por el gran mito de que la verdad nunca pertenece al poder. 
Las luchas políticas, en general, han tratado de partir el campo, oponiendo 
una verdad sin poder a un poder sin verdad (2001b: 25-6). Y esto ha fijado lo 
que Foucault denominaría una «dramática del discurso», es decir una pues-
ta en escena del acontecimiento de enunciación que se muestra afectando al 
enunciador, que sería el vocero de una verdad que se pretende despojada de 
poder (2008: 266), pero que al mismo tiempo se utiliza como arma de disputa.
Esta dramática del discurso pone en acto lo que aparece como un gesto de 
coraje mediante el cual el que enuncia la verdad del régimen se pone en juego 
a sí mismo, asume un riesgo, sosteniendo esa verdad sin poder frente a un 
poder sin verdad. En este sentido, es interesante analizar cómo en Occiden-
te —en principio— la política ha sido evaluada, desde una supuesta posición 
de exterioridad por la filosofía, pero además por lo que se presenta como un 
saber que es ajeno al campo político. Desde esa exterioridad, la filosofía, el 
derecho, la economía, entre otros saberes, proponen su lugar en relación a la 
política —como diría Foucault— diciéndole no, marcándole sus errores, y re-
15Democracia, subjetividad y verdad / Beatriz Dávilo
clamando para sí una manifestación de verdad (2008: 294) considerada ajena 
a aquella.
Dice Foucault que desde Platón en adelante la filosofía se ha asignado a sí 
misma no un rol en la política sino un rol en relación a la política, puesto que su 
preocupación es la cuestión del sujeto en la política (2008: 295). Este planteo 
podría aplicarse, en general, a los saberes que asumen la tarea de interrogar 
a la política desde afuera, adjudicándose el rol de identificar la virtud de un 
régimen con la capacidad de habilitar para los hombres y mujeres mecanis-
mos que les permitan acceder a la verdad sobre sí mismos en su condición de 
sujetos políticos, abriendo así el camino para la exploración de la verdad de la 
política.3 En este sentido, frases ya vulgarizadas y pasibles de las más diversas 
interpretaciones, como «educar al soberano» o «el pueblo nunca se equivoca», 
dan cuenta de una similar inscripción del régimen político en la lógica de opo-
sición entre verdad y error.
En el caso de la democracia representativa, el régimen de verdad y error en 
el que se inscribe, dado su contexto de surgimiento, es el mismo que define 
también el umbral del liberalismo como racionalidad gubernamental. Hacia 
fines del siglo xviii y primeras décadas del xix se forja ese nuevo principio de 
«gobernar lo menos posible» que parte del supuesto que, dado que desde la es-
fera de las instituciones políticas siempre se corre el riesgo de gobernar dema-
siado, se debe buscar en el mercado el indicador de cuánto se puede y se debe 
gobernar. La gubernamentalidad liberal, entonces, encuentra en el mercado 
un régimen de veridicción que le muestra no el límite legítimo sino el límite 
verdadero —en términos de utilidad pública— de la práctica gubernamental, 
y en la economía política un saber y un conjunto de tecnologías que sostienen 
la práctica del gobierno. En este sentido, como dice Foucault, si bien el Estado 
de derecho y la democracia no fueron forzosamente liberales, ni el liberalismo 
fue necesariamente democrático o apegado a las formas de derecho, en la prác-
tica se produce, a partir de comienzos del siglo xix, el encuentro factual entre 
liberalismo y democracia (2007: 363). Podría decirse que la democracia le da 
forma institucional a la gubernamentalidad liberal, estableciendo un régimen 
político para ésta. Si la gubernamentalidad liberal hace de la libertad su prin-
cipal tecnología de gobierno, uno de los ámbitos en los que esa libertad se pone 
en acto es en la elección de quienes van a conducir las instituciones políticas.
Sin embargo, siguiendo a Foucault, la medida fáctica de libertad que pone 
en juego el liberalismo responde más a una práctica gubernamental consumi-
dora de derechos, que a los principios abstractos de titularidad natural de los 
mismos, que subyacen a muchos de los experimentos políticos de la moderni-
dad. En este marco, ¿cuál es la verdad que debe soportar el régimen democrá-
tico-liberal? La tensión entre el sujeto de interés que supone el liberalismo y el 
sujeto de derecho que supone la democracia.
El itinerario del pensamiento liberal en relación al problema del sujeto y el 
gobierno está marcado por la inquietud que produce suponer que la conviven-
3. Aquí cabe aclarar que no 
introducimos la distinción entre 
la política y lo político que la 
idea de una «verdad de la políti-
ca» parecería introducir, por dos 
motivos. En primer lugar, en 
los autores analizados, no hay 
coincidencia sobre esta distin-
ción y las posiciones de ambos 
en relación a esta cuestión 
requerirían en sí mismas una 
reflexión cuidadosa. Foucault, 
por ejemplo, critica explícita-
mente el uso del concepto de 
«lo político» porque, sostiene, 
enmascara el conjunto de 
problemas específicos que son 
los inherentes al juego político 
como campo de experiencias 
(2008: 146). Agamben, por su 
parte, si bien se acerca a Fou-
cault en tanto identifica una de 
sus líneas de indagación como 
una arqueología del poder, 
recurre a la pareja conceptual 
«lo teológico-lo político» para 
mostrar la vacuidad del poder, 
su carencia de fundamento, y 
señalar queambas dimensiones 
se estructuran en torno a la 
gloria, ya se trate de la gloria 
del fasto religioso como la 
del espectáculo democrático 
(2008: 252-6). En segundo 
lugar, creemos que en el 
abordaje de las críticas en torno 
a los experimentos democrá-
ticos la noción de «política» 
como campo de experiencia 
se ajusta más adecuadamente 
a la inquietud por encontrar 
los rasgos del régimen político 
que acercan o alejan, según el 
caso, a los hombres y mujeres 
de la posibilidad de encontrar 
la verdad sobre sí mismos.
 
16
cia social descansa en un insumo humano que en principio parece poco afín a 
ella: el homo economicus, individuo egoísta y calculador, que busca minimizar el 
dolor y maximizar el placer y los beneficios.
Ahora bien, tal como se interroga Foucault, el homo economicus, ¿era un «áto-
mo de libertad» frente a todas las condiciones, todas las empresas, todas las le-
gislaciones, todas las prohibiciones de un gobierno posible? ¿O era ya un cierto 
tipo de sujeto que justamente permitía a un arte de gobernar regularse según 
el principio de la economía, en los dos sentidos del término: economía como 
economía política, y economía en cuanto restricción, autolimitación, fruga-
lidad del gobierno? (2007: 363). El homo economicus tematizado en el Nacimiento 
de la biopolítica da cuenta del giro político que le ha dado Foucault a la cuestión, 
planteada en Las palabras y las cosas, sobre el modo en que el sujeto vivo, produc-
tivo y hablante puede ser objetivado a través del análisis de la producción de 
vida, riquezas y significado en la episteme moderna (1968: 258). 
Si en Las palabras y las cosas se muestra cómo el hombre, a través de la econo-
mía como disciplina científica, puede reconocerse en su condición de produc-
tor de riqueza, en Nacimiento de la biopolítica se analiza cómo en el homo economicus, 
ubicado en el corazón de la práctica gubernamental, se hace transparente la 
conciencia epistemológica de su condición de sujeto político —un tipo de su-
jeto político cuyo lazo con los demás se funda en el interés egoísta— (2007: 
20), puesto que encuentra en la convivencia con los demás la posibilidad de 
perseguir sus propios fines. 
De la misma manera, entonces, en que el Estado en la Modernidad, como 
dice Foucault, solo existe para sí independientemente de la relación que se 
establezca con otros sistemas como el de la naturaleza o el de la religión (2007: 
63), así también el sujeto político presupuesto por este Estado acepta someter-
se a la lógica de la ley respondiendo a metas que sólo le competen a sí mismo, 
más allá de la red de vínculos sociales y políticos en el que quede inscripto. 
En este sentido, el Estado moderno liberal, organizado según la lógica de la 
democracia representativa, aparecería como el correlato institucional de una 
determinada manera de gobernar cuyas principales características serían re-
currir a la libertad como tecnología gubernamental y al interés del homo econo-
micus como motor o motivador.
Es tal vez en esta imposibilidad —reconocida por el liberalismo— de pensar 
el grado cero de la construcción política a partir de la socialización de los va-
lores cívicos, donde podemos buscar la moderna articulación entre democra-
cia y nuda vida que señala Agamben. Si el átomo del orden político es el homo 
economicus, ¿qué otro elemento podrían tener común los individuos egoístas y 
calculadores de la sociedad liberal y capitalista, más que la nuda vida?
Así pues, si hay algo que caracterice a la democracia moderna con respecto a la 
clásica, es que se presenta desde el principio como una reivindicación y una libera-
ción de la zoe, es que trata constantemente de transformar la nuda vida misma en 
17Democracia, subjetividad y verdad / Beatriz Dávilo
una forma de vida y de encontrar, por así decirlo, el bios de la zoe. De aquí también 
su aporía específica, que consiste en aventurar la libertad y la felicidad de los hom-
bres en el lugar mismo –la nuda vida– que sellaba su servidumbre. Detrás del largo 
proceso de antagonismo que conduce al reconocimiento de los derechos y de las li-
bertades formales, se encuentra una vez más el cuerpo del hombre sagrado con su 
doble soberano, su vida insacrificable y sin embargo expuesta a que cualquiera se 
la quite. Adquirir conciencia de esta aporía no significa desvalorizar las conquistas 
y los esfuerzos de la democracia, sino atreverse a comprender de una vez por todas 
por qué, en el momento mismo en que parecía haber vencido definitivamente a sus 
adversarios y haber llegado a su apogeo, se ha revelado de forma inesperada incapaz 
de salvar de una ruina sin precedentes a esa zoe a cuya liberación y a cuya felicidad 
había dedicado todos sus esfuerzos. (Agamben, 1998: 154)
La reivindicación de la nuda vida en las democracias burguesas conduciría 
al primado de lo privado sobre lo público y de las libertades individuales sobre 
los lazos colectivos. En el modelo político que supone que el orden es la expre-
sión de una voluntad colectiva que se manifiesta a través de la ley, es esta ley 
la que define la doble identidad, pública y privada, de los individuos. Pero en 
la gubernamentalidad liberal estructurada según el régimen de la democracia 
representativa, se supone que los individuos ya son algo, y deben seguir sién-
dolo a pesar de la acción estatal. En este modelo, entonces, la nuda vida es el 
umbral que comparten los hombres y mujeres en la perspectiva de las institu-
ciones estatales; una nuda vida que, como dice Agamben, es un producto del 
poder y no un dato natural, es un supuesto que éste construye para definir un 
umbral de intervención, transformando la política en biopolítica (2007: 18). 
En este sentido, es interesante remarcar que al hacer ingresar al individuo-
especie en la agenda de la política moderna lo que se ubica en su centro es, 
como dice Agamben, la nuda vida del ciudadano. 
A partir de la población, ese gran descubrimiento de la política del siglo 
xviii según Foucault, se ponen en juego dos cuestiones centrales para las de-
mocracias modernas. Por un lado, en la «población» como objeto de la acción 
política se conjuga lo que Foucault plantea ya en Las palabras y las cosas: la objeti-
vación del hombre como cuerpo biológico y como productor de bienes, en una 
dimensión colectiva que implica la consideración de sus ciclos naturales, sus 
capacidades productivas, sus potencialidades. Aquí aparece la noción de bio-
política, pensada como una estrategia tendiente a producir la vida, a «hacer 
vivir y dejar morir» por oposición a la lógica de la soberanía, que se expresaba 
según Foucault en la frase «hacer morir y dejar vivir». Pero además el concepto 
de «población» define un colectivo compatible con la idea liberal de la sociedad 
integrada por individuos calculadores y maximizadores de beneficio, un colec-
tivo con un nivel de articulación minimalista, si se quiere, que les plantea a 
los hombres un compromiso mucho más diluido con las referencias cívicas —
en este sentido un colectivo ligado a la noción de «bien común», por ejemplo, 
 
18
tan caro a la tradición del republicanismo clásico sería más difícil de conciliar 
con esa lógica—.
Siguiendo a Agamben, podría decirse que cuando la democracia moderna 
instala a la biopolítica en el núcleo de las estrategias estatales, deja en sus-
penso la posibilidad de pensar en la producción de una identidad cívica que 
exprese la dimensión cualitativa de la vida en comunidad. En ese contexto, el 
debilitamiento de las referencias a valores sustantivos de la vida cívica parece 
suplirse con la espectacularidad de los regímenes democráticos contemporá-
neos, a los que les cabe, según Agamben (2008: 11), la identificación entre po-
der y gloria como arcano central del poder:
[…] la función de las aclamaciones y la Gloria, en la forma moderna de la opinión 
pública y del consenso, está todavía en el centro de los dispositivos políticos de las 
democracias contemporáneas. Si los media son tanimportantes en las democracias 
modernas no se debe, en efecto, sólo a que ellos permiten el control y el gobierno de 
la opinión pública, sino también, y sobre todo, a que administran y otorgan la gloria, 
aquel aspecto aclamativo y doxológico del poder que en la modernidad parecía ha-
ber desaparecido. 
En este rasgo aclamativo y espectacular de las democracias modernas, al 
que refiere Agamben, reaparece, creemos, el problema de la verdad. Fijada a 
una dimensión procedimental que obtura la posibilidad de expresar la identi-
dad cívica de los ciudadanos —cuando no renuncia explícitamente a ello—, la 
democracia no ha cesado de buscar un sustituto que releve el derrumbe de los 
indicadores de certeza —certeza sobre la condición de los ciudadanos, sobre el 
sentido imputado al consentimiento, sobre la fidelidad de la representación.
En este marco, se han expandido los intentos de suplir los déficits de una 
participación siempre precaria y una representación en la que la relación entre 
la parte y el todo no deja de implicar un salto en el vacío. Tales serían los casos 
de la multiplicación de las ágoras virtuales en la web, o incluso de las reales 
en la proliferación de espacios que pretenden detentar una lógica asamblea-
ria. Pero estos experimentos aparecerían como un giro continuo que no logra 
resolver el problema planteado por Jean-Jacques Rousseau y Carl Schmitt: que 
la verdadera democracia es aclamación, el grito de rechazo o aprobación de la 
mesa reunida, según lo propone Schmitt (Agamben, 2008: 301). 
Si «pueblo» es un concepto que sólo se vuelve existente en la esfera de la pu-
blicidad, si el pueblo produce la publicidad con su presencia, y por lo tanto no 
puede ser representado porque tiene que estar presente (Agamben, 2008: 442), 
¿es posible, en las democracias contemporáneas, acceder a la verdad del régi-
men político expresada en la voz del sujeto político sobre el que éstas pretenden 
sostenerse, esto es, el pueblo?; y en todo caso, ¿cuáles serían los mecanismos?
En este sentido, cabría preguntarse si la excepción soberana no descansa, 
en buena medida, en los desencuentros entre democracia y verdad, en las 
19Democracia, subjetividad y verdad / Beatriz Dávilo
dificultades imputadas a la democracia en la tarea de permitir a los sujetos 
que encuentren la verdad sobre sí mismos y de canalizar esa verdad a través 
de las instituciones políticas. ¿No podría la excepción ser analizada también 
como una respuesta a la imposibilidad de la democracia de expresar la ver-
dad? Incluso podría decirse, junto con Agamben, que, de la misma manera 
que la excepción no está ni dentro ni fuera del orden jurídico sino que define 
las condiciones que el derecho requiere para su propia existencia (1998: 29), 
tampoco está ni del lado de la verdad ni del error sino que pretende definir las 
condiciones en que verdad y error pueden ser predicados respecto del régimen 
político. En este contexto, el problema clave de los regímenes representativos 
no es cómo gobernar en la democracia, sino cómo gobernar la democracia, en 
tanto la puesta en marcha del mecanismo democrático parece disparar fuerzas 
que podrían no contenerse o descontrolarse. Por otro lado, la excepción, dice 
Agamben, crea y garantiza la situación de la que el derecho tiene necesidad 
para su propia vigencia, estableciendo la implicación originaria de la vida en 
la esfera del derecho, y la estructuración normal de las relaciones de la vida, 
de la que la ley tiene necesidad (1998: 39-40).
La implicación originaria de la vida en el derecho se articula también con el 
vínculo paradojal que Occidente ha establecido entre política y verdad, puesto 
que se enmarca en la proliferación de un conjunto de saberes que van de la 
economía a la gestión y administración de la vida, propio del Estado moder-
no. Sin embargo, frente a esos saberes que apuntan a la organización insti-
tucional del régimen, el problema de la verdad en la democracia se mantiene 
vigente cuando de lo que se trata es de las tensiones ligadas a los discursos, 
representaciones e imaginarios, las demandas y reivindicaciones, de quienes 
se supone que contribuyen a forjar sus cimientos —el pueblo, los ciudadanos, 
etc.—. Y esto es así porque la verdad que no pueden soportar las democracias 
representativas efectivamente existentes es la del demos, la de los más que 
tienen menos —ya sea que este «menos» sea evaluado en la perspectiva del 
capital económico, social o simbólico—. 
En las democracias representativas, donde algunos disputan entre sí la po-
sibilidad de constituirse en la voz de todos, cuando el demos pretende hablar 
—incluso a través del mecanismo más estabilizado de estos regímenes, esto 
es, el sufragio— lo que dice es atravesado por un principio de sospecha: no sabe 
lo que vota, o lo hace engañado, o seducido por cuestiones que contaminan 
una supuesta «pureza» de la política que sólo unos pocos son capaces de ver. 
Pero, como dice Jacques Rancière (2006: 90):
[…] la pretendida pureza de lo político no es sino la pureza de una distribución de 
los términos, de una situación dada de las relaciones entre formas sociales del poder 
de la riqueza y formas de privatización estatal del poder de todos. 
 
20
Tal vez sería interesante pensar, en relación al vínculo entre la supuesta 
pureza de lo político y la democracia, lo que plantea Agamben en torno al lazo 
anudado entre vida y derecho: que en el núcleo central de ese vínculo lo que 
hay es un lugar vacío. Igualmente podríamos decir que en lo que se ha buscado 
como núcleo esencial de la democracia, donde se ha esperado encontrar «su 
verdad», lo que hay es una ficción que intenta disimular el lugar vacío que el 
régimen político no cesa de bordear (2010: 13). 
A modo de conclusión: problemas y perspectivas en el análisis 
del vínculo entre subjetividad, verdad y gubernamentalidad 
democrática
Si bien toda la historia del pensamiento occidental registra la preocupación 
por la relación entre la esencia del régimen político y la dimensión constitu-
tiva, más íntima, del sujeto, la Modernidad ubica esta cuestión en el centro 
del debate en tanto que es a partir de entonces que se abren las fronteras de la 
participación política. En este contexto se produce un doble movimiento de 
conceptualización en el plano teórico y de operativización en el campo político 
de la noción de un sujeto que, si bien es naturalmente titular de derechos, 
debe poder encontrar, en el espacio de la política, los puntos de apoyo que le 
permitan desenvolver plenamente esta condición en los límites dibujados tan-
to por el consentimiento como por la autoridad. 
Esta producción del sujeto político moderno, el ciudadano titular de dere-
chos, está inscripta en el problema de la gubernamentalidad. En este sentido, 
la democracia es una tecnología de gobierno en la que se pone en juego tanto 
la gubernamentalidad de los hombres como la gubernamentalidad del siste-
ma. ¿Cómo se gobierna la democracia, entonces? En buena parte de las teorías 
modernas la verdad sigue funcionando como indicador a la vez epistemológico 
y axiológico de las características de la democracia. Una buena democracia se 
gobierna con la verdad; la esencia de la democracia estaría en su capacidad de 
soportar la verdad. El problema es que los regímenes democráticos existentes 
parecen tener dificultades con la verdad. En las críticas dirigidas a ellos, por 
izquierda y por derecha, la cuestión de la verdad es un tema clave, y cada una, 
desde su perspectiva, suele identificar una verdad que la democracia no podría 
soportar. Para la posición libertaria de Robert Nozick, por ejemplo, la verdad 
que no puede soportar la democracia es la que hace visible que no hay ningún 
sustento de derecho para hacer efectiva la igualdad a través de mecanismos 
redistributivos. Según Nozick, si los bienes son adquiridos «apropiadamente» 
no hay nada que justifique un rol redistributivo del Estado (1988: 226). Para el 
marxismo, es la verdad de lacondición de clase que atraviesa los conflictos del 
régimen político, irreductibles a la ficción de la igualdad jurídica: «el derecho 
de la libertad es el derecho de la propiedad privada», como dice Karl Marx (2005 
[1844]: 39). Para Jacques Rancière, en cambio, el «escándalo democrático» es 
21Democracia, subjetividad y verdad / Beatriz Dávilo
la mera existencia de un régimen que diferencia entre gobernantes y gober-
nados, que desvanece el principio de igualdad que, se supone, articula a la 
democracia (2006: 75).
El abordaje del tratamiento que el pensamiento occidental le ha dado al vín-
culo entre democracia y verdad, entonces, podría inscribirse en la línea que 
esboza Foucault en la entrevista publicada con el título «Verdad, individuo y 
poder» y en el curso «El gobierno de sí y de los otros». Foucault define allí una 
«historia del pensamiento» que transita un estrecho sendero entre la historia 
social y los análisis formalistas. Para él, en torno al hombre analizado en su 
condición de ser pensante, puede decirse que «la forma en que piensa está re-
lacionada con la sociedad, la política, la economía, la historia, y también está 
relacionada con categorías muy generales y universales, y con estructuras for-
males». Pero, dice Foucault, el pensamiento es algo distinto de las relaciones 
sociales, y al mismo tiempo no está completamente analizado por las catego-
rías de la lógica (1990: 141). ¿Cómo se podría caracterizar, entonces, al pen-
samiento, desde esta perspectiva? Como el hogar de las experiencias posibles 
(2008: 4). El pensamiento no sería teoría ni representación; sería el punto en el 
que se articulan reflexión y experiencia, y a partir del cual los hombres y muje-
res pueden concebir otros modos de vida e intentar hacerlos efectivos. En este 
sentido, en una línea similar a la propuesta de Foucault de analizar las formas 
en las que se experimenta el sí mismo en relación a la locura, la enfermedad o 
la sexualidad, podría indagarse cómo ha ocurrido esto en relación a la política.
Para reconstruir esa historia tanto Foucault como Agamben nos ofrecen 
instrumentos valiosos. Agamben nos muestra esa historia a partir de la opera-
tivización de la noción de derechos naturales en el campo político. Desde esta 
perspectiva podemos hacer visible el modo en que los hombres y mujeres son 
subjetivados en relación a la portación de derechos, tanto por sí mismos como 
por los regímenes políticos. Foucault, por su parte, nos ofrece una genealogía 
del vínculo entre gobierno de sí y gubernamentalización del Estado: puesto 
que el gobierno es el poder que va del sí mismo al sí mismo, la democracia, en 
el marco de la gubernamentalidad liberal, se vuelve posible cuando el sistema 
político puede asentarse en esas tecnologías que habilitan un sujeto autogo-
bernado. Œ
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23Consultores políticos y la política mediatizada / Abelardo Del Prado
Abstract
El presente artículo tiene como objetivo presentar o dar cuenta de las represen-
taciones sociales comunes a los consultores políticos que trabajan en nuestro 
país. Más específicamente, la sistematización de los discursos que ellos mis-
mos realizan sobre su profesión y la política actual. Para tal fin, se leyeron y 
analizaron obras escritas de tres reconocidos consultores políticos que traba-
jan en nuestro país: Santiago Nieto, Jaime Durán Barba y Gustavo Martínez 
Pandiani. 
La línea de investigación presentada aquí comenzó con la tesina de grado de 
quien escribe y continúa como un proyecto en el Centro de Investigaciones en 
Mediatizaciones, perteneciente a la Universidad Nacional de Rosario (unr).
Introducción
Muchos son los estudios que teorizan sobre los cambios en las democracias 
occidentales a partir de la gran incidencia de los medios masivos de comuni-
cación. En este contexto, la literatura sobre el tema demuestra que se ha dado 
un cambio de paradigma en las sociedades democráticas contemporáneas, ge-
nerando una variedad de conceptualizaciones que dan cuenta de ello: videode-
mocracia (Bobbio, 1990), democracia audiovisual (Verón, 1992), democracia de 
audiencia (Manin, 1995), mediocracia (Castell, 1999; Mayer, 2003), sociedad 
mediática (Priess, 2002).
Este cambio en la naturaleza de la política trae consigo una serie de cam-
bios en la forma en que se desenvuelve el juego democrático en las sociedades 
occidentales. Así, según los autores mencionados, lo que impera en el campo 
de la política es la lógica mediática, y junto a ella la imposición del tiempo y 
las reglas de la misma, generando asimismo una progresiva hiperpersonali-
zación y espectacularización de la política (Bobbio, 1990; Manin, 1995; Edel-
man, 2002). 
En este contexto de mediatización de lo político, el escenario público se en-
cuentra cada día más dominado por especialistas en medios y expertos en opi-
nión pública. De esta manera, la profesionalización de la política es la conse-
cuencia lógica por la que los actores políticos desean controlar la presentación 
y la efectividad de sus mensajes en los nuevos tiempos. Es así como surge la 
industria de la consultoría (Priess, 2002) y de ella los profesionales del marke-
ting y la comunicación política, encontrándose la misma en plena expansión 
en nuestro país, existiendo alrededor de quince posgrados específicos en la 
materia (inclusive nuestra unidad académica cuenta con una especialización 
en comunicación política), diversos congresos y jornadas (como la IV Cumbre 
Mundial en Comunicación Política realizada en mayo en Buenos Aires) y múl-
tiples foros de discusión (todo marketing político, campañas y elecciones, red 
de marketing político en español, etc.). 
Consultores políticos y la política mediatizada
Abelardo Del Prado
Datos del autor:
Licenciado en Ciencia Política, 
becario del Conicet, docen-
te de la Facultad de Trabajo 
Social (UNER), investigador en 
el Centro de Investigaciones 
en Mediatizaciones (UNR). 
 
24
El presente artículo intenta describir cómo se ven los consultores políticos 
a sí mismos. Para ello se recurre a la perspectiva de un mensajesituado (Charau-
deau, Maingueneau, 2005), donde se entiende a los mensajes como una cons-
trucción deliberada y dirigida a alguien en una situación particular; siendo el 
discurso una relación entre enunciador y enunciatario, no entendidos como 
sujetos empíricos sino como las representaciones en el texto de quien lleva ade-
lante el discurso, el enunciador, y de quienes son sus destinatarios, los enun-
ciatarios. 
Este un primer intento de replicar desde una perspectiva crítica los discur-
sos que ellos mismos realizan sobre su profesión y la política actual. 
La información planteada o recolectada en esta investigación se obtuvo de 
la lectura y análisis de libros producidos por profesionales que se dedican a la 
consultoría política. El criterio de selección de estas fuentes está basado en la 
selección de bibliografía cuya autoría es producida por líderes de marketing 
político de nuestro país, entendiendo por los mismos, a profesionales de la 
disciplina que son referencia teórica, y que además, tienen impacto directo 
en la actividad político partidaria, por ser reconocidos asesores de diversos 
políticos.
La mediatización de la política
En diferentes trabajos se ha investigado la consolidación de la mediatización 
de lo social, es decir, del proceso que lleva a que el sentido de las prácticas so-
ciales se estructure en relación directa con la existencia de los medios (Verón, 
1997). En el caso de la actividad política, el espacio mediático se convierte en 
el terreno de producción y legitimación de acontecimientos políticos, esto es 
lo que puede entenderse como mediatización de la política. Los estudios sobre este 
fenómeno se han agrupado en dos grandes conjuntos, aquellos enfocados en 
los medios y otros en los cambios en las instituciones políticas. 
Los que indagaron sobre el rol de los medios de comunicación social se cen-
traron, en gran parte, en los efectos políticos de los mismos: el poder o no de los 
medios de fijar la agenda pública; las imposiciones de las lógicas del mercado a 
las empresas periodísticas y su poder de censura; la imposición del fast-thinking 
en detrimento de la argumentación; el predominio de la primicia y lo extraor-
dinario por sobre la cotidianeidad; la homogenización de la oferta de informa-
ción; la creación de problemas, masificación y simplificación de los mismos; la 
retro circulación de la información entre los mismos medios; el predominio de 
la imagen por sobre la palabra escrita; la monopolización de la información y 
junto a ello la capacidad de movilización social y notoriedad pública; etc., son 
líneas de investigación empírica llevadas a cabo (Menéndez, 2009). 
Por otra parte, el otro grupo de investigaciones se ha enfocado en el cambio 
de la naturaleza de la representación política y por tanto en la relación entre 
dirigentes políticos y ciudadanía representada. Uno de los principales trabajos 
25Consultores políticos y la política mediatizada / Abelardo Del Prado
en este sentido es el presentado por Bernard Manin quien, en el marco de su 
estudio sobre la metamorfosis de la representación, sostuvo que en las poliar-
quías contemporáneas la mediación que los partidos políticos establecen entre 
dirigentes y ciudadanos está siendo desplazada por la mediatización, lo que 
lleva a que «la democracia de partidos esté siendo reemplazada por una demo-
cracia de audiencia» (Manin, 1995: 267). 
Por otra parte, Isidoro Cheresky (2004), Inés Pousadela (2006) y Hugo Qui-
roga (2010) también abordaron los cambios que la mediatización produce en la 
vinculación entre los dirigentes y ciudadanos en el escenario político nacional 
reciente. Los autores coinciden en subrayar la influencia del proceso en el pro-
fundo debilitamiento de las identidades y tradiciones partidarias nacionales 
que viene acaeciendo desde fines de la década pasada, en la personalización 
del vínculo entre dirigentes y ciudadanos, y en la cada vez mayor relevancia 
que viene adquiriendo la agenda mediática en la agenda pública de los actores 
políticos nacionales. 
Ahora bien, habiendo señalado muy brevemente cómo ha sido estudiado 
desde la academia se verá cómo lo entienden los consultores en cuestión.
La nueva política
Los consultores reconocen que ha existido, durante las últimas tres décadas, 
una serie de hechos que ha cambiado a la sociedad, pero sobre todo la forma de 
hacer política. Es lo que ellos denominan nueva política y si se habla de ella, en 
primer lugar, debe hablarse de la TV. Es notorio el lugar asignado a ésta en el 
discurso de los consultores, quienes consideran que la misma se ha convertido 
en el centro de la política cotidiana. Para ellos, la pantalla chica viene a suplir 
de manera categórica el lugar que otrora ocupaba el partido de masas, tanto 
para difundir a los candidatos como para tomar decisiones. La televisión es 
para el candidato el único lugar y momento para tomar contacto con todos los 
electores. 
Para Gustavo Martínez Pandiani (2004) actualmente la competencia por el 
poder se caracteriza por la centralidad comunicativa de la política, y ello está fuerte-
mente signado por el paradigma televisivo que le imponen a la política las lógicas 
de audiovisualización, espectacularización, personalización y marketiniza-
ción de la actividad político- partidaria. 
La centralidad la imagen y el sonido conjuntas es definitoria para hacer la 
distinción entre la forma moderna de hacer política y aquella que no lo es. En 
ella se incluyen por ejemplo: publicidad, conferencias, entrevistas, debates, 
apariciones en shows no políticos, operativos de prensa, gacetillas y todo otro 
medio que implique difusión en medios masivos de comunicación en formato 
audiovisual. La separación entre los medios de la vieja política y la nueva po-
lítica, para los consultores se debe a que « […] las formas modernas de comu-
nicación política evitan el contacto físico con los votantes e intentan apelar a 
 
26
la simulación de contacto virtual entre el candidato y su electorado» (Martínez 
Pandiani, 2004: 111). 
Hoy las imágenes dominan nuestro mundo, y el ejemplo cabal de ello es la 
generalización gradual del lenguaje ideográfico, con los símbolos de Internet, 
del control remoto, etcétera. Se ha dado una gran revolución en los medios 
de comunicación y, por tanto, existen consecuencias directas en las formas 
de hacer campañas electorales y comunicación gubernamental, consecuen-
cias que deben ser tenidas en cuentas para actuar eficazmente. Frente a este 
nuevo paradigma, los políticos nostálgicos se resisten a abandonar el discurso 
de barricada y miran con resignación una nueva forma del decir político: el 
mensaje vía imagen. Prueba de la falta de adaptación de los dirigentes es que 
la publicidad se ha adaptado a los cambios operados en la población en casi 
todos los órdenes de la vida, menos en lo político. Durán Barba y Nieto (2010) 
sostienen que la publicidad política es, cuando menos, anticuada: sigue re-
produciendo viejos patrones, desde hace décadas, carece de sensualidad y hu-
mor. Precisamente lo que la gente pide según sus puntos de vista.
Los consultores no entienden la reticencia de ciertos sectores a adaptarse 
a los cambios en la comunicación. Ellos tienen en claro y profesan que la am-
pliación de la democracia y el desarrollo de las comunicaciones están íntima-
mente unidos: la democracia de masas nació y se desarrolló con los periódicos 
y el culto a la palabra. Hoy las palabras se encuentran en crisis y con ella las 
formas de hacer política que ella posibilitaba. 
En su obra más nueva Durán Barba y Nieto (2010) dedican todo un capítulo 
a «los cambios que se han dado en la política». Los autores enumeran los si-
guientes: 
– De la agenda de las elites, a la agenda de los electores: los consultores sostienen 
que actualmente en todos los órdenes de la vida, se ha dado una invasión de 
los gustos y costumbres de la «gente común» y, por tanto, en política la masa 
de electores impone su agenda. Todos los días en lamisma se informa lo que 
ocurre en la televisión y, además, se obtiene información de forma directa lo 
que se trasmite en Internet, celulares, Facebook y Twitter. Cuando se diseña 
una campaña se apunta a  ellos. Son las masas las que definen la elección. 
Se dirigen más a los electores desinformados que a los politizados. Los in-
telectuales y grupos sofisticados tienen generalmente puntos de vista muy 
rígidos.
– De palabras que transmitían ideas a imágenes que transmiten sentimientos: La políti-
ca es pasión, no racionalidad como antes se creía. De este modo, se apela a 
formatos audiovisuales, tal como lo dijera Martínez Pandiani, para motivar, 
informar y persuadir electores.
– Del viejo al nuevo espectáculo: Se deja entendido que la política se trató siem-
pre de una puesta en escena, antes con los rituales y movilizaciones masivas, 
ahora con la tv. No cambio mucho, sino más  bien que los que deciden que 
espectáculo les entretiene más son las masas, no los militantes, porque ahora 
27Consultores políticos y la política mediatizada / Abelardo Del Prado
por ejemplo «los grandes actos de cierre de campaña con grandes discursos y 
reiterativos no entretienen a nadie» (Durán Barba, Nieto, 2010: 74).
- De la intuición a las encuestas: antes se solía confiar en la sabiduría del líder, 
y ciegamente se seguían sus opiniones y posiciones. Las campañas se hacían 
siguiendo los gustos y opiniones de las elites. Actualmente los verdaderos es-
tadistas se proponen metas y usan las estadísticas para ver que piensan los 
electores a manera de diálogo. 
 - De la comunicación partidista a la publicidad: se ha terminado la época de la 
comunicación y mensajes intrapartidarios. Ahora se debe presentar atrac-
tivamente al líder, utilizando las herramientas de la publicidad que son un 
poderoso amplificador cuando son utilizadas como se deben, con adecuada 
investigación y estrategia.
Para ellos, pensar que en política el tiempo debe detenerse, es simplemen-
te un error. Entienden que la vieja política sólo ha quedado en la mente de los 
dirigentes y analistas, que creen que la única política es la antigua, y que todo 
lo demás es vacío y banal. «A la mayoría de los electores les interesa más el 
resultado de un partido de fútbol que el de una elección» (Durán Barba, Nieto, 
2010: 56).
Una objeción reiterada que se hacen los consultores es que no debería ha-
blarse más de ideología. Es de necios insistir con la vieja visión ideológica, 
cuando a más del setenta por ciento de los ciudadanos no le interesa o siquiera 
entienden la división entre izquierda y derecha. 
En América Latina, la izquierda no es  revolucionaria y la derecha no es tan 
conservadora. Las contradicciones no son patrimonio de la izquierda, resulta 
que ahora el liberalismo es de derecha, de conservadores, y existen marxistas 
creyentes. Desde el punto de vista teórico la confusión es total. Frente a ello, 
«[…] las viejas formas de denominar la ideología han caducado y las nuevas 
ideologías se formaran acorde integren la vida cotidiana contemporánea» (Du-
rán Barba, Nieto, 2006: 316). El peronismo, por ejemplo, no tiene una posición 
definida en el espectro ideológico, sino que oscila entre lo que se llamaría iz-
quierda y derecha. Por tanto, no queda mucho espacio para hablar de ideolo-
gía hoy en día. 
Los partidos son casas vacías salvo para las elecciones. Los dirigentes van y 
vienen entre un partido y otro, cuando no crean uno ad hoc para la elección. 
En ese contexto la lealtad a los partidos son más fuertes en las poblaciones 
ancianas y rurales. Esto no significa que los partidos hayan desaparecido. En 
muchos de nuestros países aún tiene importancia la campaña electoral. Espe-
cialmente en los países grandes, los partidos son aparatos indispensables para 
movilizar a los electores.
Nada de esto, resaltan los consultores, significa que deba desproveerse de 
todo sentido y contenido a la política, donde la publicidad parece reemplazar 
al debate político «[...] es indispensable hacer un gran esfuerzo intelectual 
para debatir sobre contenidos que tengan que ver con la posibilidad de que 
 
28
nuestras sociedades progresen o regresen al pasado» (Durán Barba, Nieto, 
2010: 61). 
Finalmente, para ellos es totalmente lógico y entendible que la participa-
ción ciudadana en campañas sea motivada por intereses personales. Así, los 
electores votan, en su gran mayoría, por la creencia en que el candidato pueda 
o no satisfacer una necesidad. Desde sus puntos de vista, los políticos demo-
cráticos están para dialogar con el elector, escuchar a la gente y canalizar sus 
necesidades, sueños y temores. Son lo que Santiago Nieto y Jaime Durán Barba 
(2010) llaman utopías de corto plazo, las cuales son tan infinitas como las necesi-
dades de los electores. Pero además de utilitarios, los autores sostienen que la 
gente siente en su voto la participación y que tienen un pedacito de poder que 
debería servirles para algo. 
Esta visión utilitaria de la política hace que el discurso ético vaya perdiendo 
profundidad. Además ponen en crisis y cuestionan la existencia de militan-
tes. La gente que participa activamente en una elección suele ser pagada o se 
le ha prometido algo a cambio.
Los integrados: consultores políticos en primera persona
Frente a este nuevo escenario mediatizado es interesante ver cómo se entien-
den a ellos mismos. Respecto a esto, los enunciadores analizados, los consul-
tores políticos, construyen su discurso desde las experiencias que han vivido, 
de múltiples discusiones con políticos, investigadores y académicos. Nos se-
ñalan que el conocimiento vertido y divulgado en sus publicaciones es la siste-
matización de esas experiencias, como también de evidencia empírica lograda 
en innumerables encuestas y grupos focales que han hecho durante años en 
toda Latinoamérica. En el caso de Durán Barba y Nieto, ellos rescatan también 
las conversaciones con otros consultores como Joseph Napolitan, Mora y Arau-
jo, Doris Capurro, Dick Morris, etcétera.
De esta manera, el posicionamiento que logran de sí mismos, es una posi-
ción dual. Aquí, consideramos que la siguiente cita demuestra el espíritu de 
sus discursos: «Logramos este conocimiento […] trabajando en dos mundos 
que cada día se separan más, el de la política formal y el de los electores comu-
nes» (Durán Barba, Nieto, 2006: 23). Estas palabras están presentes constan-
temente en los textos: ellos pertenecen a ambos mundos, al del conocimiento 
y al de la experiencia cotidiana, desde ese lugar exponen. Desde ese lugar le-
gitiman su discurso.
En esta línea argumentativa, se sigue en que los consultores apelan a una 
legitimidad dual. Ellos se diferencian de los teóricos de las ciencias sociales, ya 
que entienden que no pueden usar conceptos lejanos a la realidad —con un 
alto grado de abstracción—. Sostienen que deben resolver las cosas de manera 
rápida y eficaz, en tiempos acotados, —no hay tiempo para ver bibliografía 
ni estados del arte—, como también que toda reflexión por hacer debe poseer 
apoyo empírico en la consultoría. 
29Consultores políticos y la política mediatizada / Abelardo Del Prado
Durán Barba y Nieto (2010), para diferenciarse de los académicos, hacen 
una lectura crítica de la ciencia política, la juzgan como poco efectiva para 
entender la realidad de los procesos electorales y de la comunicación de los go-
biernos con la gente en América Latina. Llaman a la reflexión a los cientistas 
políticos, recomendando revisar y reescribir la teoría producida, al menos en 
materia electoral, ya que la actual democracia de masas, los electores no se 
comportan como lo habían previsto en sus textos. Para graficar esto, apelan a 
comparar las profesiones con los productos de una y otra; teniendo en cuenta 
que para ellos los textos académicos son largos, complejos y difíciles de enten-
der: «En general los consultores tienden a ver los esfuerzos académicos como 
una pérdida de tiempo y los académicos ven la tarea de los consultores

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