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Filosofía de la Ciencia física 
y Filosofía de la realidad física 
El ,extraordinario desarrollo de las Ciencias durante estos últi-
mos decenios y el gran éxito que han conseguido sus aplicaciones 
técnicas, han producido unas consecuencias muy curiosas. 
Por una parte, los mismos autores de Ciencia Natural, se han 
sentido impulsados a justificar racionalmente sus estructuras, con 
conatos de Filosofía más o menos logrados. 
Por otra parte, es tan grande la hipnosis que produce en todo 
investigador su propio objeto formal (la red con que quiere a¡pre-
hender la realidad) que fácilmente imagina que ya no existe aquello 
que ha escapado a través de sus mallas demasiado anchas, es decir, 
como si lo sensible en cuanto sensible, pudiese contener toda la 
realidad y toda explicación racional sobre ella, sin entrever la nece-
sidad de justificar lo sensible por los principios metasensibles, me-
tafísicos, que son precisamente el objeto de la Filosofa de la realidad 
física. 
Se han publicado recientemente dos libros que tienen el gran inte-
rés de ofrecernos dos intentos realizados en nuestros días. El prime-
ro de ellos, de J. M. Aubert, intenta un concordismo entre Filoso-
fía y Ciencia Física, a base de dar nombres filosóficos a realidades 
físicas. El segundo, de Henry Margenau, más bien pretende decir 
al físico que necesita de la Metafísica, pero quedándose en un primer 
estadio de fundamentación, cuya suficiencia es lo que le discutirá el 
filósofo. 
Para entablar y ahondar en este debate científico-filosófico, vamos 
a presentar a continuación los rasgos más esenciales de las dos pu-
blicaciones. 
l. Algunas sugerencias sobre el objeto de la Física de Aristóteles 
Es 1.-M. Aubert el autor de la obra titulada Filosofía de la Na-
turaleza ( 1 ). El autor se ha propuesto el laudable esfuerzo de tomar 
(1) AUBERT, J.-M.: Filosofía de la Naturaleza. Propedéutica para una 
visión cristiana del mundo. «Curso de Filosofía Tomista», n. 4. Barcelo-
na, Editorial Herder 1970; 428 pág., 14 x 21'5 cms. 
ESPIRITU 20 (1971) 34-49 
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 35 
los datos de las ciencias físico-químicas, para integrarlos dentro de 
la filosofía que entronque con la tradición de Aristóteles y Santo 
Tomás. 
Dos disertaciones contiene su obra: en la primera hace un re-
cuento de datos históricos; en la segunda elabora el trabajo propia-
mente filosófico de ella. Pero más que «Filosofía de la naturaleza» es 
propiamente un ensayo de filosofar sobre Filosofía de la naturaleza. 
Empieza la primera disertación exponiendo la Física de Aristó-
teles, no con una exégesis sistemática del estagirita, sino seleccio-
nando puntos que después le servirán para la segunda disertación. 
A pesar del esfuerzo que se nota en el autor por penetrar e inter-
pretar bien al estagirita, librándolo de tantas nociones tergiversadas 
y superficialidades como se le han atribuido al exponerlo, no obstan-
te tengo la impresión de que lo más fundamental de la concepción 
aristotélica, el punto de vista en que éste se coloca, le ha pasado 
desapercibido. 
No puede fundarse racional y coherentemente la realidad existen-
cial, individual, movible que nos ofrecen los sentidos, si todo lo que 
nuestros juicios, ciencias, pensamiento dicen de este objeto, se que-
dase ceñido a lo sensible en cuanto sensible (o si se prefiere, se podría 
decir: a lo experimentable en cuanto experimentable, que al fin los 
aparatos de experimentación y medición no son más que sentidos 
perfeccionados y que expresan los datos con relación a un patrón-
unidad de medición). Pero la intuición fundamental de Platón, de 
explicar lo sensible por lo metasensible, Ideas separadas, es precisa-
mente lo que da pie a la intuición fundamental aristotélica: estos 
principios metasensibles del sensible, no son principios «separados» 
de lo material, sino son aquello que sin adecuarse totalmente con lo 
sensible existente, se da «con lo sensible». Son el objeto de las eide 
y principios constitutivos del cuerpo natural existente sensiblemen-
te. Querer explicar lo sensible por principios meramente sensibles, 
es precisamente lo que hacen las que llamamos ciencias naturales; 
y no está mal si no pretenden darse como explicación última o sufi-
ciente, sino la única que se puede alcanzar en su grado de penetración 
u objeto formal. Pero de esto precisamente se trata y ahí nace la 
problemática aristotélica: como no puede hallarse en la zona de lo 
sensible en cuanto sensible, ningún objeto universal, ningún objeto 
necesario, entonces si se busca la fundamentación última o se cae 
en un escepticismo de lo puramente movible; o se cae en un plato-
nismo de Ideas separadas (o números separados) que no explican 
cómo rigen la realidad sensible existente; o se va a la concepción 
aristotélica de principios metasensibles que se traducen, se extien-
den espacio-temporalmente en lo sensible. 
Lo que ha dado frecuentemente ocasión a la equivocada interpre-
tación de la Física de Aristóteles (como también al De Anima) ha sido 
que hasta distinguiendo cuidadosamente las dos clases de saber 
-Ciencia y Filosofía- por su diverso objeto formal (o grado de 
36 JUAN ROIG GIRONELLA, S. l. 
abstracción o de penetración en la realidad) no obstante en su tiem-
po estaba tan poco desarrollada la ciencia positiva propiamente di-
cha, que englobaba en una misma obra las conclusiones que perte-
necen a ambas disciplinas, de modo semejante a como por ejemplo 
en nuestro siglo se llamaba «Psicología experimental» a lo que úni-
camente podría llamarse «Filosofía» en cuanto suministraba datos 
para pasar de aquí a la «Psicología racional» o propiamente filo-
sófica, pero de ningún modo como si la primera pudiese llamarse en 
rigor Filosofía. 
Si no fuese tal como decimos la concepción aristotélica, ¿ con qué 
derecho pasaría a la noción de Primer Moviente «inmóvil» y «sepa-
rado», colofón de su Física, si su saber pretendiese meramente ex-
plicar racionalmente lo sensible en cuanto sensible? Si colocase este 
Primer Moviente como un dato más de lo sensiblemente dado, ya no 
sería «separado», ni «inmóvil» y estaría tan necesitado como io dc:-
más, de la explicación que con él se pretende dar. Interpretar los 
otros principies metasensibles (ya por deducción racional, pero más 
próximos: potencia-acto, en este caso, materia-forma) al modo de las 
ciencias naturales, dentro de lo sensiblemente perceptib?e, es caer 
en el mismo error de interpretación. 
Que en la Edad Media se cometió frecuentemente este error de 
interpretación, y que por ahí al descubrirse los fallos de observación 
de la «Física-ciencia natural» aristotélica, se involucrase bajo el mismo 
descrédito su «Física-ciencia filosófica», es precisamente lo que ma-
nifiesta este error fundamental de interpretación. 
¿Es entonces Metafísica la Física filosófica de Aristóteles? En 
cuanto a algo ( es decir, en cuanto a que llega a principios metasensi-
bles) lo es; si por lo demás no lo es, -es decir, si no es Metafísica-
sólo se debe a que al tratar de estos principios metasensibles, se ciñe 
a una clase de ellos: a los principios que explican el existente ma-
terial, sensible, en incesante cambio. Precisamente por ello dice Aris-
tóteles que por ejemplo no toca al Físico combatir de raíz el relativis-
mo heraclitano (Phys. libr. I, cap 1) que sería llevar la discusión 
hasta la noción de «ser» (totalmente prescindida de toda materia) 
que como correlato exigirá la fundamentación no digo ya en un Pri-
mer Moviente Inmóvil ( = Física, libros VII y VIII) sino en tal Primer 
Moviente Inmóvil que sea no-material, Pensamiento puro ( = Meta-
física). 
La exposición que se hace de la Física de Sto. Tomás, nos parece 
que adolece de la misma confusión fundamental que hay en el con-
junto de la interpretación de Aristóteles. 
Da la impresión el autor, de que se mueve más a sus anchas cuan-
do expone el pensamiento científico renacentista y moderno. Explica 
bien el paso a la «matematización de la naturaleza», aunque quizá 
exageralos rasgos: el renacimiento desarrolló más esta matematiza-
ción; pero la matematización radical de lo sensible en cuanto porta-
dor de números y esencias matemáticas estaba bien claro desde Pi-
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 37 
tágoras, Platón ( especialmente en el último período de la Academia) 
y en general en todo el pensamiento helénico; hasta en lo tocante a 
la geometría. Véase por ejemplo, cuántas veces en Aristóteles sale 
la mención del «curvo» (o sujeto portador de la forma «curvatura») 
y del «chato» ( o sujeto portador de la «rectitud») de modo que la 
contradicción está en que «la curvatura» se cambie en «rectitud» (la 
forma: si existiese como tal forma, o no se distinguiese del sujeto ma-
terial existente portador de ella); pero no hay contradicción precisa-
mente porque el existente sensible es tal que en medio del cambio 
puede permanecer sujeto de la predicación universal científica, de 
modo que «lo curvo» (no la curvatura) se cambie en «lo recto» (no 
la rectitud). 
Sobre todo interesa en el autor su exposición de la evolución del 
pensamiento científico de los siglos XIX y XX. Expone bien la flo-
ración y caída del positivismo, la del mecanismo cartesiano; y sobre 
todo el avance fabuloso del siglo XX: la relatividad de Einstein, la 
teoría de los cuantos y la mecánica ondulatoria. 
La parte más endeble está precisamente en el intento de filosofar 
a partir de estos datos que previamente ha amontonado; porque no 
procede como quien empieza por plantearse el problema filosófico 
para pasar desde ahí a ver si las ciencias experimentales lo resuelven 
( o si eventualmente contradicen en algo las implicaciones racionales 
y filosóficas que antiguamente se dieron para resolverlo); sino que 
el autor se lanza a una especie de «concordismo», el cual emplea una 
terminología filosófica, pero vaciada casi totalmente del antiguo con-
tenido que le daba razón de ser. Algo semejante a lo que ya hizo por 
ejemplo Leibniz, cuando descubriendo «la force vive», corrigió el 
mecanismo cartesiano mediante su dinamismo ( ¡profundamente me-
canicista!) llamando «forma» a la «fuerza» y «materia de la «exten-
sión cuantitativa» del cuerpo cartesiano. Evidentemente se puede 
usar esta terminología, como cualquier otra; pero no tiene nada que 
ver con la materia y la forma aristotélicas. 
Si nos fijamos en pormenores, discutiremos bastantes puntos. Por 
ejemplo, que la «lógica relacional» no sea «predicativa» (pág. 261 ). La 
lógica relacional, «en cuanto relacional» no es predicativa; pero o se 
admite o se rechaza, o se afirma o se niega predicativamente; se atri-
buye o no se atribuye a su último objeto predicativamente; con lo 
cual vuelve en un estadio más lejano y profundo el mismo problema, 
del que la lógica, colocada en un estadio más alto de formalización, 
había «prescindido» sintácticamente, sin eliminarlo «semántica-
mente». 
Le discutiría también que «el ente científico es un ente de razón» 
(pág. 271). Aun cuando cita a Suárez (pág .275), no dice esto Suárez 
(véase mi estudio en «Pensamiento» (11 (1955) 285-302). Los asertos 
matemáticos (que no son contradictorios); los asertos físico-químicos 
(no contradictorios) no son entes de razón por el mero hecho de ser 
«universales» de alta abstracción, antes al contrario caen bajo la am-
38 JUAN ROIG GIRONELLA, S. I. 
plitud del «ser»; tanto lo «existente» como las «meras esencias» 
abstracción lejana de lo existente son «ser». Sería ente de razón u~ 
universal (o esencia) si se entendiese en cuanto universal, pues en 
esta intención ni existe ni tiene aptitud más o menos lejana para 
existir lo expresado por él. Pero por ser «ser real», no se implica que 
sea ya «existente» lo próximamente significado por él. 
También rechazaría la afirmación del autor: «Aristóteles y Sto. To-
más englobaban en la Filosofía las Matemáticas y la Física». Es ver-
dadera la cita que da (pág. 287) de este clásico texto del libro E de 
la Metafísica, donde efectivamente así suenan las palabras de Aristó-
teles. Pero precisamente en este texto, como se ve por todo el con-
texto precedente, Aristóteles habla del «saber» especulativo como 
contrapuesto a práctico u operativo, aunque tome para el «saber» es-
peculativo la palabra Filosofía, ya que en su tiempo estaba tan poco 
desarrollada la ciencia positiva que entraba en ella como parte de su 
objeto material (de modo semejante a como ya hemos notado antes 
a propósito del De Anima). 
Me parece todavía más dudosa la elaboración filosófica del autor 
en el punto central, que es una interpretación de la teoría potencia-
acto, como en función de «materia-estructura», de modo que la «in-
dividualidad indeterminada» equivalga a «potencialidad» y a «mate-
ria»; mientras que la «estructura determinante» a «acto» o «forma» 
(pág. 320 ss.). Ahí está latente el equívoco que señalábamos antes, 
precisamente al no advertir que la intención fundamental aristotélica 
está en notar que no se basta racionalmente lo sensible en cuanto 
sensible, sino que es preciso recurrir a principios metasensibles. Si 
éstos son a su vez sensibles, ya darán ciencia, pero ciencia natural; 
sólo en cuanto sean metasensibles ( o se estudien en sus implicaciones 
metasensibles) plantearán el problema filosófico. 
Pongamos, para sugerirlo una sencilla pregunta a modo de ejem-
plo: quiero explicarme qué es lo que en la experiencia vulgar llamo 
«agua». Ciertamente penetro más allá de la experiencia vulgar, si doy 
razón de ella diciendo que está compuesta por H20: es su estructura. 
Todavía podré penetrar en la estructura de esta estructura, explicán-
dome qué es H a base de estudiar el átomo; penetraré más en el 
átomo si lo explico como compuesto por ejemplo por su núcleo y un 
electrón: podré penetrar más en esta estructura, si explico el núcleo 
a base de un protrón y un neutrón, etc., y así indefinidamente. Todo 
esto está muy bien, pero no me resuelve el problema radical, filosófi-
co: estas «estructuras» (o «leyes» que las expresan) ¿de qué son es-
tructuras o leyes universales y necesarias? ¿Están como esencias se-
paradas, al modo platónico, o como esencias distintas universales en 
lo sensible al modo husserliano? Es inconcebible. ¿Se identifican en 
su ser existencial con lo sensible mudable? Entonces ¿por qué no se 
mudan al mudarse constantemente lo sensiblemente dado? ¿por qué 
la constancia y semejanza con que se repiten entre unos y otros? Este 
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 39 
es el problema filosófico. Pero este problema queda sencillamente 
intacto: ni se ha abordado. 
Ya se ve qué habremos de decir, según esto, cuando expone el 
autor la noción de «substancia». Además se confunden ahí nociones 
fundamentalmente diversas: que sea objetivo el concepto de substan-
cia, y que sean múltiples específicamente las substancias, o cambio 
substancial, como dice citando a Büchel (pág. 350) .Al metafísico, no 
le interesa ni le preocupa que alguien pudiera concebir la realidad 
del cosmos inorgánico como un campo electromagnético único, con 
diversidad de potencial en cada núcleo: habría una sola substancia, 
accidentalmente diversa en la multiplicidad de su extensión: pero se 
requeriría que esta realidad fuese «substancial», es decir, no se basta 
lo sensible en cuanto sensible para dar razón de sí. Viene luego en 
otro estadio ulterior el planteamiento de si la diversidad es substan-
cial o accidental (véase mi Curso, n. 461, n. 449 ss) .. Aunque a decir 
verdad las razones que a veces alegan los científicos para negar cam-
bio substancial si se pasase de oro a mercurio por simple cambio de 
órbita de un electrón, etc. estas razones, si probasen, también habrían 
de decir que el propio «yo» no es una substancia específicamente di-
versa, pues en cuanto compuesto por un coprincipio material, está 
constantemente desintegrándose e integrándose, sin que se destruya 
su especificidad substancial. Hasta hablando de un modo general de 
todo viviente (pág. 401 ss.) dudo mucho que pueda esta exposición 
satisfacer a uncrítico de formación filosófica. 
A pesar de las dudas que hemos sugerido, no vaya a creerse que 
tenemos en poco el interesante trabajo de J.-M. Aubert. Para muchos, 
tan habituados al objeto formal de las ciencias, que ni siquiera en-
trevén el planteamiento filosófico, las explicaciones que ahí se dan, 
serán suficientes. Además, como texto, es una buena introducción 
propedéutica. Y por último, sólo el intento de acercarse a la proble-
mática filosófica con ocasión de las nuevas dimensiones de la cien-
cia moderna, ya es laudable, abre caminos, cuya solución no es tan 
fácil como pudiera parecer, ya que casi nadie la aborda. 
II. Física que pugna por llegar a Filosofía 
Al leer el título de la obra de Henry Margenau me asaltó una 
duda (2). Porque parece que en él se toman en pie de igualdad dos 
cosas muy diversas: la realidad física y la ciencia física sobre esta 
realidad. ¿De qué se hace aquí Filosofía? ¿De la realidad física o de 
la Ciencia sobre esta realidad? ¿O quizá ya esto indique que se to-
men como equivalentes las dos expresiones porque el autor vaya a 
identificar la realidad física con lo que la Ciencia física nos diga 
(2) MARGENAD, H.: La Naturaleza de la realidad física. Una filosofía 
de la Física moderna. Madrid, Editorial Tecnos 1970. 
40 JUAN ROIG GIRONELLA, S. l. 
sobre ella? Vamos a examinarlo, porque ya sería de gran interés y 
grandes consecuencias. 
En el prólogo las primeras palabras parecen indicar que se va a 
hacer Filosofía de la Ciencia física: «Hemos escrito este libro con el 
profundo convencimiento de que las personas dedicadas al cultivo 
de la teoría física pueden sacar provecho de la reflexión filosófica 
acerca del significado de sus investigaciones»: es decir, la reflexión 
filosófica ayudará al físico a buscar el significado o el sentido de 
sus investigaciones. Ya están superados el empirismo radical, el ma-
tematismo u operacionismo escueto y el realismo acrítico: la Ciencia 
física toma hoy día tales vuelos, que se impone que filosofe sobre 
sí misma para dar un sentido a sus asertos científicos. Así culmina-
rá en una «epistemología» que sea a su vez «culminación de méto-
dos largo tiempo presentes en la ciencia natural»: es decir, que la 
Ciencia física lleva en sí misma métodos que, según el autor, han de 
desembocar en una Filosofía. Lo cual dice algo más: viene a decir 
que será una Filosofía hecha con los método latentes en la misma 
Ciencia natural. ¿Una Filosofía hecha con los métodos de la Ciencia 
natural? Vamos a ver cuál será. 
Los primeros tres capítulos «versan sobre problemas filosóficos 
tradicionales» (pág. 11). En efecto: «En este volumen sólo haremos 
un intento de iluminar la realidad física» (pág. 14). Pero «ser» ¿qué 
sentido puede tener para quien se ponga a filosofar tomando como 
medio los métodos exclusivos (y superficiales, añadamos) de la Cien-
cia física? No va a tener sentido para él la palabra «ser» si no la 
identifica con la «realidad física». Y esto es efectivamente lo que 
dice: «La única alternativa a denegar el significado a la palabra ser 
es identificarla con realidad; o por lo menos, eso es lo que haremos 
aquí» (pág. 16) (pero adviértase que para el autor «realidad» se 
toma en el sentido de lo físicamente comprobable). Y así, ya sin más 
prueba, queda eliminada desde el prinicpio toda problemática -y 
toda autofundamentación- que no estén enmarcadas dentro de «rea-
lidad física». 
Más aún, hasta «la existencia»: «El término existencia lo trata-
remos de forma análoga. Dejando aparte su legítimo y perfectamen-
te definido uso en las matemáticas y la lógica, de cuyo examen pres-
cindimos en este libro, vamos a tomar existencia y realidad como si-
nónimos» (pág. 16). 
Con esto cuando los filósofos se han preguntado: «¿qué perma-
nece en medio de lo no-permanente, para que podamos mantener per-
manente el mismo enunciado o ley sobre la realidad existente?» 
tendrán desde el comienzo una respusta que viene a significar esto: 
identificando ser con lo físicamente comprobable, y lo físicamente 
comprobable con el enunciado científico sobre ello, cambia el ser 'Y 
la realidad, con la misma Ciencia: «De hecho, este conocimiento 
puebla el mundo de entidades cuya vida puede ser larga o corta: los 
elementos griegos, el flogisto, el éter, y ahora el electrón y otras 
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 41 
partículas llamadas elementales, ¿han de ser rechazados como com-
ponentes de la realidad debido al transitorio papel que desempeñan 
en las teorías físicas?» (pág. 16). Hablo por ejemplo del árbol que 
tengo ante mi ventana: «el árbol, por muy real que sea, crecerá, 
cambiará con las estaciones» y «también cambia con el tiempo nues-
tro conocimiento de lo real»; pero así como no rechazamos que exis-
ta el árbol, «¿han de ser rechazados como componentes de la realidad 
(los elementos de los griegos, el flogisto, el éter, el electrón, etc.) de-
bido al transitorio papel que desempeñan en las teorías físicas?» 
(pág. 16). 
¡No sé si el filósofo quedará muy convencido con esto! Si viene 
a mi despacho un padre de familia, D. José, presentándome a su hijo 
Antonio, para que le diga qué tal chico es, echaré mano de las leyes 
científicas que me dan la caracterología, los tests, el behaviour: 
enunciaré asertos, pronunciaré leyes: «temperamento leptosomático; 
test de inteligencia con coeficiente 120; reacción emotiva ante un 
excitante de intensidad 30 ... D. José, esto es su hijo Antonio. Y ad-
vierta, que cuando cambie la Ciencia y se haya superado la sistema-
tización de Kretschmer, que lo llamaría leptosomático y la Ciencia 
nos dé la sistematización de Sheldon que lo llamaría cerebrotónico 
o bien ectomorfo y venga otra formulación de la Ciencia, así tam-
bién irá cambiando y creciendo el pequeño Antonio: sólo así tendrá 
cierta permanencia para ser Antonio, ¿comprende? Ya puede mar-
charse». Si D. José se retirase ante el científico psicólogo que dijese 
que esto es su hijo Antonio existiendo, y nada más, pero pensando 
que no está convencido de la opinión filosófica del psicólogo, ¿que-
daría más convencido de que el científico físico hiciese sobre su hijo 
algo parecido? 
No obstante no se crea que el autor después de haber echado así 
tan fácilmente el telón sobre la pregunta de la «permanencia» de la 
realidad, ya no tenga nada más que añadir. En el capítulo siguiente 
deja entrever que no está muy seguro de sí mismo, porque pregun-
tándose qué maneras hay de «realidad», dice: «la ciencia nos dirá 
qué cosas son reales, péro rehusará decirnos qué es la realidad» 
(cap. 2, p. 23). «La causa de todo esto estriba, naturalmente, en que 
no se trata de un problema físico, sino metafísico, pese al hecho 
de que nos estamos ocupando de la realidad física. Negar la pre-
sencia -es más, la necesaria presencia- de elementos metafísicos 
en cualquier ciencia es cegarse a lo evidente, si bien el fomento de 
tal ceguera se ha convertido en nuestros tiempos en una empresa su-
mamente alambicada» (c .2, p. 23). 
Al leer esta declaración ocurre al filósofo que quizá el autor efec-
tivamente admitirá la dimensión metafísica, dimensión que formu-
laríamos en este momento, así, para abreviar: «la realidad no se 
agota con lo inmediatamente dado ante los sentidos, sino que es 
más profunda que lo sensible, tiene raíces meta-sensibles, en una zona 
que naturalmente se traduce o manifiesta por lo sensible, pero que 
42 JUAN ROIG GIRONELLA, S. I. 
como tal, como metasensible, no es comprobable con métodos y 
aparatos de comprobación experimental, sino que podemos deducir, 
inferir racionalmente a partir de la experiencia, por ejemplo, mi 
«yo», no es meramente el conjunto de radiaciones sonoras, visuales, 
de peso que ejerzo, etc., ni meramente el conjunto de actos de pen-
sar, que tengo en este momento, de oír después, de sentir mañana, 
etc., sino aquello existente «en sí», que se traduce espacio-temporal-
mente en la zona sensible con todas estas manifestaciones mías. A 
través de estas manifestaciones precisamentees como conocemos 
qué es este sujeto «en sí»: conocemos el genio de Beethoven, como 
aquel sujeto que existiendo en sí, se va traduciendo espacio-tempo-
ralmente con tales melodías, con tales ritmos, con tales variaciones, 
etc., sensiblemente perceptibles. 
Por tanto, para nosotros sería actitud que llamamos positivista 
y empirista, 1.0 la que reduce toda la realidad a lo sensiblemente dado 
en cuanto sensiblemente dado; 2.0 de modo que si llega a admitir 
«cierta» trascendencia (por ejemplo la de las leyes científicas), no 
llega a inferir, como fundamentación última requerida por un pensa-
miento coherente, la zona metasensible en que estriba lo sensible. 
Precisamente esta trascendencia ulterior, plena, digamos, si se 
quiere: la que fundamenta racionalmente la fundamentación cientí-
fica del cosmos sensiblemente dado, es la que cuando da la noción 
de «causa» no se limitará a considerar la causa como «mero» condi-
cionamiento o mera implicación, sino que llega al estrato de justi-
ficación racional que da la razón suficiente de la especificación o 
perfección del condicionado, es decir, la noción metafísica de causa, 
que no contradice en nada a la noción científica, pero la rebasa con 
un sentido más pleno, llegando por ejemplo a las nociones de causas 
«material» y «formal», o sea «potencia» y «acto». 
Entonces, sí, no se ha de escamotear el problema del porqué de 
la regularidad, de la necesidad, de la universalidad de los asertos 
científicos sobre el cosmos; no se ha de encubrir -como si fuern 
sin sentido- la radicación metasensible de lo sensible, que nos 
aparece por ejemplo cuando cualquier hombre sincero se negará a 
admitir que su propio «yo» no sea más que una convergencia de zona 
periférica; no se ha de esquivar el planteamiento del problema del re-
lativismo, que halla su justificación en la zona de ilimitación abso-
luta del «ser». 
El correlato «existencial» de esta absolutez «esencial» o enuncia-
tiva, exigirá explicar la potencia por el acto hasta el Acto Puro -el 
camino seguido por Aristóteles y Sto. Tomás en la Metafísica- que 
con su absoluta Necesidad, autofundante y omnifundante, no sólo 
da la satisfacción racional que nuestro pensamiento exige y halla 
en la Metafísica, sino que desbordará hasta la zona Etica o Moral, 
la del Derecho, de modo general la de los «Valores». 
Por el contrario, cuando el autor de la obra que examinamos, em-
plea la palabra «Metafísica», la toma en un sentido que ofrece lapo-
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 43 
sibilidad de equívoco o engaño. Porque para él ya no sería «empi-
rista» (por tanto ya no sería anti-metafísico) aquel que admitiese 
solamente la «trascendencia» en aquel grado más elemental o cien-
tífico que es el de las leyes, estructuras y teorías físico-matemáticas 
(cap. 2, pág. 24). 
Siguiendo en esta dirección el autor cree descubrir (en realidad 
ya es muy antiguo este descubrimiento) que un objeto, por ejemplo 
este árbol que está ahí, como árbol, no me es algo «inmediatamen-
te» dado. 
En realidad en nuestra Filosofía llevaríamos más lejos que él 
este «descubrimiento», pues no sólo no es algo inmediatamente dado 
el árbol (ya que se sobrepone la percepción a la sensación; y una 
es la sensación con un ángulo de visión muy ancho de macrocosmos 
y otra con un ángulo pequeño de microcosmos o de microfísica), 
sino hasta el primer dato, no es algo inmediatamente dado. Por la 
razón de que el conocimiento sensible es precisamente el cruce, 
la simbiosis de «algo» que nos viene del existente como distinto de 
la facultad y de «alguna» receptividad de la facultad, como la melodía 
que capta un radioreceptor se da con la sintonía de la longitud de 
onda del emisor y la longitud de onda del receptor. Es conocida la 
fórmula de Aristóteles: «sensibile in actu et sentiens in actu idem 
sunt». Pero precisamente en la actuación, y de ambos, se dará la 
sensación. 
Para conocer una piedra, nos dice Aristóteles, no hay que suponer 
que la piedra entra en nosotros (sería el «inmediatismo» ). A los 
influjos provenientes de la realidad reaccionará la facultad forman-
do en sí un intermediario, llamado «species» con que conocerá la 
piedra. Por tanto no es inmediato el proceso de la sensación. No 
obstante a través de este intermedio nos viene efectivamente un 
mensaje de lo que existe físicamente en sí. 
¿Independientemente de nosotros? El autor ataca lo que sería una 
actitud de radical separación entre la realidad existente y sujeto 
conocedor: «Esto nos lleva a preguntarnos si no deberá impugnarse, 
igualmente, por ventura, la relación espectador-universo antes de que 
la filosofía pueda seguir adelante» (c. 3, p. 44). Nuestra Filosofía 
le contestaría que en algo tiene razón y en algo no la tiene. Tiene 
razón contra la Filosofía de Kant, que poniendo unas formas mera-
mente a priori meramente de la facultad cognoscitiva, darían como 
resultante del influjo objetivo sobre la facultad sensible algo sola-
mente subjetivo o totalmente heterogéneo con la cosa en sí. En esto 
sí que daríamos razón a Margenau. Pero por otro lado no se la da-
ríamos: no puede él propugnar, convincentemente que sean radical-
mente heterogéneos la naturaleza de nuestra facultad y la de la cosa 
física en sí existente (pues pueden ambos provenir de un principio 
más alto productor de ambos, Dios, que da a ambos una fundamental 
semejanza); con lo cual la aprioridad de la facultad y la «actualidad» 
(o acción de la cosa) coinciden, de modo que por esta comunidad 
44 JUAN ROIG GIRONELLA, S. l. 
de ambos, facultad conocedora y cosa en sí, podemos a través de la 
sensación verdaderamente conocer «algo» de lo existente en sí; como 
a través de la longitud ae onda del radioreceptor, coincidente con 
la longitud de onda del radioemisor, puedo captar la melodía emitida 
sin que aquellas mismas ondas sonoras emitidas a mil kEómetros 
lejos, sean las que entren en mi habitación. 
Habiendo expuesto estas nociones previas con las que ha filtrado 
algo que será su Metafísica o Filosofía de la realidad física, dedica 
el autor tres capítulos a examinar cuáles son estos elementos rema-
nentes: la Metafísica que introduce en su Física (capítulos 4 a 6). 
Se parte de lo dado, los «datos» hacia la formación de lo que él 
llama «construcción interpretativa» (y que es la pieza fundamental 
de toda su concepción). Tanto será para él «construcción interpre· 
tativa» lo que llamamos «árbol» expresado por un concepto univer-
sal, como lo que es percepción macrofísica, como lo sería la teoría 
atómica sobre él. Hay reglas de correspondencia entre la construc-
ción interpretativa y el dato primero: por ejemplo entre el color 
rojo que percibo y atribuirle la longitud de onda de 6.800 unidades 
angstrom: la expresión construcción interpretativa «es completa-
mente sinónima a la de concepto» (c. 4, p. 73). 
Ahora bien, ¿qué «requisitos metafísicos» -dice- se requerirán 
para estas construcciones interpretativas? Este capítulo, el 5.0 , con-
tiene el meollo de sus principios «metafísicos». 
Sin pretender hacer «un anáiisis completo de los principios me-
tafísicos utilizados en las ciencias deductivas» no obstante «se pro-
pone, simplemente enumerarlos y mostrarlos en funcionamiento» 
(c. 5, p. 83). Estos principios son seis: A) Requisito de fertilidad ló-
gica: es decir, que las construcciones interpretativas deben «obede-
cer a leyes lógicas» (p. 83); B) Requisito de las vinculaciones múl-
tiples: la vinculación entre todos los elementos dará la Ciencia físi-
ca: datos elementales, definición, medida, entre .experiencia senso-
rial y construcción interpretativa, etc.; C) Requisito de permanencia 
y estabilidad: un complejo de datos sensibles se relaciona con los 
objetos de un modo «no sólo probable» (p. 90) sino cierto (pero 
téngase presente de qué manera hablará de lo cierto al final, p. 419); 
D) Requisito de a,mpliabilidad de las construciones interpretativas: 
por ejemplo, de la formulación de Galileo sobre la caída de los ob-
jetos, se pasó a la de Newtony de ésta a la de Einstein; E) Requ;sito 
de Causalidad: pero nótese que emplea la palabra «causalidad» no 
en el sentido aristotélico (p. 95), que sería el que, según indicamos 
antes, sería verdaderamente metafísico, sino en el sentido univoco o 
lógico-matemático de la mera implicación: Cpq; F) Requisito de 
elegancia y sencillez. 
El último requisito de la «metafísica» de Margenau se da en el 
capítulo 6, titulado «confirmación empírica» (p. 101). Es decir: ¿no 
empezó el problema epistemológico con la acusación de ser una 
«ficción» el arranque empírico experimental de que se parte, porque 
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 45 
«el árbol» que el hombre vulgar cree percibir, no es ante la Ciencia 
física más que un conjunto de elementos microfísicos? Entonces, 
¿cuál será el proceso de «validación» de una construcción interpre-
tativa? Así responde: «Los procesos de validación, al conjugarse con 
los requisitos metafísicos examinados en el capítulo anterior, crean 
el conocimiento científico» (p. 104 ). Así termina Margenau lo que 
cree ser como el núcleo metafísico. 
Examinemos brevemente su contenido. El requisito A) sujeta 
todo el proceso de investigaci5n a la Lógica. Pero ¿por qué? ¿con 
qué derecho debe ser formalizable matemáticamente todo dato pri-
mero, en cuanto a todo? No lo ha demostrado. O sea, ¿por qué el 
método cuantitativo ( el lógico-matemático) ha de captar toda la 
hondura del ser? Toda la problemática filosófica queda echada de 
lado con una ingenuidad realmente asombrosa. Si lo asienta como 
mero postulado, sin razón demostrativa, es un aserto gratuito, que 
lo mismo que afirmarse, puede negarse. Si lo asienta por la razón 
de que mediante él tiene éxito al elaborar la Ciencia física, entonces 
se deducirá de ahí que su validez está implicada por lo que física-
mente se admita, pero no implica que sea justificable filosóficamente, 
como pretende, para hacer Filosofía de la Ciencia o de la realidad 
física. Nuestra Filosofía parte, sí, del dato «primero» (que sea lla-
mado tal, algo primero en el macrocosmos o en el microcosmos, al 
fin vendrá a ser igual: pues tambi6n un sentido perfeccionado, como 
son los aparatos científicos de la microfísica y sus mediciones con 
un patrón elegido, no son más que «sentidos perfeccionados», si se 
quiere decir así: pero sentidos): en todo caso, sin reducir su raigam-
bre ontológica a lo meramente cuantitativo y periférico. 
Precisamente porque Margenau no parte de una base ontológica, 
sino dando una consistencia propia independiente al proceso de la 
formalización lógica, se ciñe a decir: «la experiencia no puede de-
mostrar ni refutar directamente la ley de tercio excluso» (p. 84 ). 
Efectivamente, si tomo una matriz trivalente no vale el principio 
ApNq. Pero de aquí no se deduce que pueda negar este principio 
ontológico: porque en una lógica trivalente valdrá el principio de 
«cuarto excluso»; en otra tetravalente, el principio de «quinto exclu-
so» etc.; y aun entonces, en cualquiera de estos casos, afirmaré 
cualquiera de estas deducciones bivalentemente: es decir, «si tomo 
la matriz trivalente, debe valer -y digo esto bivalentemente- el 
principio de cuarto excluso». ¿Por qué esta necesidad, que rige 
profundamente todo el proceso de formulación lógica del tan «odioso 
ser» de la Metafísica plenamente tal, que el autor sencillamente 
ha ignorado, creyendo que con ello ya la había suprimido? 
En cuanto al requisito B), ¿por qué se han de dar estas «vincu-
laciones múltiples» entre Naturaleza y construcción interpretativa? 
Si dice que sólo es «probable» que se den, pero que quizá dentro 
de un minuto podrían no darse, entonces toda su Ciencia física ela-
borada sobre una base meramente probable, no será más que una 
46 JUAN ROIG GIRONELLA, S. I. 
probabilidad, que no excluye que dentro de un minuto pueda ser 
todo al revés. Pero ni siquiera podría dar como «cierta» esta «proba-
bilidad». Es decir, lógicamente debería ser escéptico. Si no llega ahí, 
se debe a que afortunadamente los científicos a veces, cuando se 
ponen a filosofar son lo bastante superficiales e ingenuos para no 
llegar a aquellas consecuencias que deberían destruir la misma Cien-
cia física que con su microfilosofía pretendían justificar. 
No sale mejor fundado el tercer requisito C), de permanencia y 
estabilidad. ¿Por qué los datos iniciales de la construcción inter-
pretativa «árbol» serán hoy «los mismos» que fueron hace un minuto, 
si vuelvo a hacer todo el complicado engranaje de mediciones físi-
cas, deducciones matemáticas, comprobaciones de «validación», etc.? 
Si dice que «porque estoy acostumbrado a verlo así», no hace más 
que apelar a la «costumbre» del empirista Hume, el gran escéptico 
del s. xvrn. Pero su Filosofía no va más lejos. 
Y precisamente ahí está la raíz verdaderamente metafísica que 
sin que él lo advierta se ha colado por la red de método matemati-
zante con que procede el físico-filósofo: sus mallas son tan anchas, 
que su red no lo abarca todo; el método cuantitativo, quiere ex-
plicar todo lo cualitativo cuantitativamente, pero esto es absurdo. 
Sería como reducir la sinfonía de Beethoven a la tinta puesta sobre 
el pentágrama; o la composición del cuadro de Velázquez, Las Me-
ninas a ser una yuxtaposición de tal pintura de este bote mediante 
una pincelada, a otra raya de pintura de otro bote, a otra pincelada ... 
Sí, así se hizo el cuadro de Velázquez, pero ¿solamente hubo esto? 
Pues ¡hágalo usted! Se le ha escapado todo el contenido «causal» 
en sentido aristotélico, por reducirlo al mero tipo formalizado Cpq. 
Si lo hace, por el contrario, reduciendo la verdadea causalidad a la 
mera expresión formalizada, consecuentemente llegará a no poder 
atribuir a la realidad más que una permanencia meramente «puta-
tiva» (c. 15, p. 260), bien próxima a la del escéptico. 
Del requisito E), de causalidad, ya no nos será preciso añadir 
nada. Algo expuse sobre esto en mi comunicación acerca de la no-
ción de Causa, en Actes du JI Congres de l'Union lnternationale de 
Philosophie des Sciences, Zürich 1954 (Neuchatel, Suisse, 1955; vol. II, 
Physique, Mathématiques, p. 82-85). A este estudio me remito, para 
no tener que repetir que una mera vinculación de condicionante con 
condicionado tomada como expresión lógica Cpq, no abarca toda 
vinculación condicionante, ni explica en muchas el porqué más que 
en un estadio superficial, el ci.e la Ciencia, sin llegar al porqué de 
estos porqués, precisamente lo que cae dentro de la problemática 
metafísica. 
Con esto ya se ve que en esta obra el problema propiamente me-
tafísico, sencillamente queda intacto, aunque el autor crea hacer 
Filosofía y Metafísica. 
Terminada esta parte que el autor llama filosófica, empieza su ex-
posición de Ciencia física, que abarca el cap. 7 al 14. Se nota inme-
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 47 
diatamente que aquí se desenvuelve a sus anchas, con dominio de la 
Física y de la tan adorada Matemática: espacio-tiempo; sistemas, 
observables y estados; sistemas discretos; sistemas continuos; ter-
modinámica; las definiciones en la Ciencia; probabilidad; mecánica 
estadística. 
Hasta en estas páginas propiamente científicas, nos interesaría dis-
cutir muchos puntos. Por ejemplo, si la destrucción de la noción de 
espacio «absoluto» o de tiempo «absoluto» como algo «real» ha sido 
un descubrimiento de ahora o si ya era ya conocida desde siglos 
atrás (aunque, claro está, sin que sacasen las implicaciones de orden 
físico de las concepciones einsteinianas). 
La crítica que hace el autor de la concepción de Kant (c. 7, 
p. 138-143) es muy interesante. La concepción filosófica de Kant sobre 
el espacio y el tiempo es un trasposición filosófica de la Física de 
Newton, hoy enteramente superada. El autor toma las palabras del 
texto de Kant y va mostrando lo endeble de cada una de sus razo-
nes. No se acopla la concepción relativista einsteiniana con la no-
ción de espacio absoluto y tiempo absoluto. 
Al llegar aquí, intercala el autor un capítulo,el 15, «Primer esbo-
zo de la realidad», que es filosófico; aunque en realidad no es más 
que la conclusión que ha de seguirse lógicamente de las premisas 
que anteriormente ha tomado, que según hemos visto era su méto-
do dentista de filosofar, que en realidad no llega al nivel meta-
físico. 
Para explicar el porqué de la universalidad y necesidad del pen-
samiento con sus leyes científicas, se requiere como contrapartida 
que haya en la realídad existencial algo que «permanezca» (lo que 
hemos llamado antes, principios metasensibles del sensible); pero 
como él queda meramente cerrado dentro de lo físico-sensible, a lo 
que ha reducido la misma noción de ser y de existencia, consecuen-
temente ahora se ve constreñido a atribuir a la realidad sensible 
existente una permanencia meramente «putativa» (pág. 270; 278). 
De modo semajante habrá de decir que la realidad de los otros «yo» 
queda reducida a la de una mera «construcción interpretativa» (pá-
gina 271), sin más hondura ontológica. Habiendo creído que terciaba 
en el debate entre nominalis·mo y realismo, en realidad ha quedado 
nominalista para toda noción metasensible (ser, substancia, causa, 
etc.) pero ultrarrealista para todo lo físico-matemático, hipostati-
zando en cierta manera sus contenidos. 
Los seis capítulos siguientes, del 15 al 20, ni son meramente físicos, 
ni meramente filosóficos: se entrecruzan constantemente los dos pun-
tos de vista. Por ejemplo, sobre la Causalidad. Quien niegue -como 
nosotros- de la formulación unívoca, formalizada, de la Causalidad 
como totalmente equivalente a la función Cpq, que sea la única ex-
presión de la Causalidad, nunca dirá que sea «el triángulo la causa 
del hecho de que la suma de sus ángulos sea 180 grados» (c. 19, p. 351) 
48 JUAN ROIG GIRONELLA, S. I. 
como el autor dice (3). Tampoco intercambiaríamos la Finalidad por 
una mera inversión del proceso de Causalidad eficiente (c. 19, p. 379), 
si no es por presuponer gratuitamente que el «objeto formal» de la 
Matemática capta cuantitativamente todo lo cualitativo en cuanto 
cualiativo, digámoslo así. Ni resolveríamos tan fácilmente, como el 
autor cree resolver la cuestión de los «indiscernibles de Leibniz» 
(c. 20, p. 396), que no tiene ciertamente el sentido que el físico puede 
concebir, sino metafísico. 
El último capítulo, el 21, también es una consecuencia de lo ante-
rior, pero en él pretende ya dar una visión del mundo, a través de 
este tamiz físico-matemáti~o que ha tomado como método para fi-
losofar. Al filósofo no le bastaría contentarse con «postulados» epis-
temológicos (c. 21, p. 403) sin certeza metafísica; ni le satisfaría el 
círculo que parece implicado en el método del autor: por un lado 
niega toda consistencia existencial al dato del sentido (porque no 
existe un árbol, como árbol, sino como traducción en el macrocos-
mos de elementos del microcosmos, ya no le da existencialidad: en 
realidad la tiene radicalmente, en lo importado causativamente), pero 
por otro lado admite con toda naturalidad el dato primero captado 
por los instrumentos (pero el filósofo hallará precisamente ahí toda 
la problemática de la sensación), dato que enlazado con la verifica-
ción y estructuración científica tomará como lo único existencial 
(pero el filósofo, dará existencialidad al dato primero y en cambio 
a la construcción científica, se la dará sólo radical, fundamental, no 
como si se hipostatizase constituyendo la realidad). 
¿Qué captará cada uno de nosotros cuando vuelve la mente a sí 
mismo y dice «yo»? «La totalidad de las construcciones interpreta-
tivas enlazadas por esta regla de la Naturaleza, unidas en una gran 
abstracción, forma nuestro yo» (c. 21 p. 409). ¿De veras? Entonces 
sí que en vez de decir como Descartes «pienso, luego existo», habría-
mos de decir, «pienso, luego no existo». No creo que muchos estén 
dispuestos a admitir sinceramente que su propio «yo» no sea nada 
más que el enlace de «construcciones interpretativas» verificado por 
una ley de la Naturaleza física. 
«¿Por qué, entonces, ha de molestarse el científico en tratar 
de ir más allá de él (de este mundo-construcción física)?» (c. 21, 
p. 409). Desde luego si el científico se limita a hacer Ciencia física, 
a avanzar en su zona superficial de enlazar un dato sensible con otro 
sensible que lo condiciona, sin preguntarse el porqué de sus por-
qués; si el científico se dirige a construir máquinas con una técnica 
muy desarrollada, etc., para esto ciertamente no ha de molestarse 
(3) Observo: es cierto que los escolásticos antiguos llamaban al Tér-
mino medio del Silogismo «causa» de la conclusión. Y como en Aristó-
teles, hay expresiones semejantes en Sto. Tomás y los otros escolásticos. 
Pero con un sentido muy distinto, que ahora no podemos exponer, y que 
no se opone a lo que hemos dicho. 
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FÍSICA 49 
tratando de ir «más allá». Pero en cuanto el científico se dé cuenta 
de que antes que científico es hombre; o en cuanto quiera ponerse 
a hacer Filosofía, es decir, a cumplir con las exigencias racionales 
dando un porqué a sus porqués hasta un estrato que corte el pro-
ceso, ciertamente habrá de ir más allá. Con una Metafísica subrep-
ticia, ni puede autofundarse como científico, ni su Ciencia en última 
instancia, ni resolver los grandes problemas como son el rechazo 
del escepticismo, la justificación de la verdad absoluta, la existen-
cia de Dios. 
Para fundar una Etica, no tendrá que recurrir a decir, como Mar-
genau, que «no existe norma objetiva alguna de validez ética» (c. 21, 
p. 418): por el contrario el filósofo podrá hallar normas objetivas de 
validez ética universal. Tampoco se verá constreñido a arrumbar a 
una zona que no esté en lo cierto «una absoluta certidumbre o san-
ción divina» (c. 21, p. 418) sino que justificará esta última, y la pri-
mera (la «absoluta certidumbre») en la medida en que el hombre 
es capaz de ello. Tampoco admitirá el filósofo que como disculpa pa-
rezca ahora rebajar también la certeza de los mismos asertos mate-
máticos ( cuando en realidad en toda la obra los ha tomado como 
indiscutibles): «Así, los postulados de la aritmética no son seguros, 
ni verdaderos, ya que existen muchos ejemplos de nuestra más sen-
cilla experiencia que los violan completamente: una nube en el cielo 
más otra nube no siempre hacen dos nubes» (c. 21, p. 419). Bueno, 
esto no necesita contestación. 
Comprendo muy bien la desazón que ha de experimentar el cien-
tífico cuando algunas veces se topa con algunos filósofos -hoy día 
muy de moda- en los cuales no es precisamente el rigor metódico 
lo que descuella. Pero otros procedemos de la antigua tradición aris-
totélico-tomista (y añadiría con gusto: prolongada por Suárez), tra-
dición que durante siglos ha ido sistematizando de un modo coheren-
te el pensamiento sobre el misterio humano del ser. Estos, creo 
que tienen a su disposición muchas cosas que decir al físico que 
filosofa. Y hasta diré que lamento que cuando los físicos quieren 
adentrarse en los campos filosóficos para dar a la Ciencia un com-
plemento racional «en profundidad», que no suplen avanzando pro-
digiosamente «en horizontalidad», manifiesten que conocen muy poco 
lo que nuestra Filosofía les podría aportar y que les ayudaría hasta 
para su misma labor de científicos. 
Pero téngase en cuenta que la nube de prejuicios que el científico 
moderno halla a su alrededor contra la Filosofía es tal, que tener la 
valentía de Margenau, que se ha atrevido a hablar de Filosofía de la 
Ciencia física ya es de considerable valor. 
Si a esto se añadiesen interesantes observaciones y precisiones 
que el autor aporta en muchos sitios de su obra, entonces el juicio 
final sobre ella, no le escatimaría reconocerle muchos méritos, a 
pesar de las críticas en que hemos insistido antes; y un juicio más 
benévolo y laudatorio de él, estaría más próximo a la realidad. 
Juan ROIG GIRONELLA

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