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Filosofia_y_Ciencias_Sociales

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Nómadas
ISSN: 1578-6730
nomadas@cps.ucm.es
Universidad Complutense de Madrid
España
Reyes, Román
Filosofía y Ciencias Sociales
Nómadas, núm. 3, enero-junio, 2001
Universidad Complutense de Madrid
Madrid, España
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18100309
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Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
NÓMADAS. 3 | Enero- Junio.2 0 0 1 
Revista Crít ica de Ciencias Sociales y Jurídicas 
 
I SSN 1578-6730 | Depósito Legal: M-49227-2000 
 
 
FI LOSOFI A Y CI ENCI AS SOCI ALES - PHI LOSOPHY OF SOCI AL SCI ENCE 
PHI LOSOPHI E DER SOZI ALWI SSENSCHAFTEN | PHI LOSOPHI E DES 
SCI ENCES SOCI ALES 
 
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Facultad de Ciencias Polít icas y Sociología - Departam ento de Teoría 
Sociológica - Prof. Rom án Reyes 
 
M A T E R I A L E S 
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Los siguientes pre- textos no deben ser catalogados com o soportes 
canónicos, sin voluntad de pérdida. Han de ser considerados tan sólo 
com o lo que anunciam os: dis-culpas para la reflexión o m ateriales de 
t rabajo. La eventual fij ación o re-conversión en textos provisionalm ente 
estables depende de la voluntad de los lectores, de la part icular re-
escritura que para usos coyunturales les m erezca. No ot ra función 
cum ple el lenguaje. Com o no ot ra debe cum plir la palabra pronunciada y 
los nom bres asignados: los pre- textos han de des-velar, anunciar la vida 
que t ranscurre. Los textos, por el cont rar io, narran (dicen contar) una 
existencia pasada. 
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01. Las definiciones son barreras académ icas, filt ros- t ram pa, pre-
textos de las teorías, del m eta- lenguaje de la ciencia. Las definiciones 
t ienen, por tanto, una función inst rum ental: act ivan un proceso de 
explicación racional y legit im an a posterior i los correspondientes 
program as de invest igación. Las definiciones actúan tam bién com o 
referentes crít icos o singulares m ecanism os correctores del proceso de 
racionalización del conocim iento cient ífico: la vigilancia sobre program as 
( intereses subjet ivos de los diseñadores, intereses objet ivos del diseño o 
la tendencia a la est im ación ópt im a de su valor, e intereses subjet ivo-
objet ivos de las inst ituciones académ ico- invest igadoras y socio-
em presariales) ; sobre el desarrollo de los m ism os (uso adecuado y 
aplicación co- rrecta de las herram ientas teóricas y m etodológica) ; así 
com o sobre los actores-conductores del program a (viligancia 
exponencial o de segundo orden, sobre las posiciones de los sujetos que 
invest igan) . 
Las definiciones form an, en consecuencia, el corpus teórico-crít ico 
(acreditación racional y/ o legit im ación ét ica) de inst ituciones 
interm edias, tales com o los cent ros superiores de invest igación y los 
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departam entos universitar ios. Si las aplicam os a contextos docentes 
com o el que nos ocupa, las definiciones son asim ism o la dis-culpa de 
una program ación académ ica o de la redacción de un texto literar io (o 
m anual, porque cobra vida, se m ani-pula con su interpretación) , que no 
debería cum plir ot ra función que la de servir de inst rum ento crít ico para 
la t ransm isión de consensuados conocim ientos (corpus teórico 
t radicional) sobre agentes, circunstancias y consecuencias histór ico-
culturales (polít ico-sociales) y para la form ación en orden a adaptarlos o 
sust ituir los a la hora de explicar ot ras circunstancias o situaciones del 
m om ento presente. 
Nos hacem os im ágenes de las cosas, reducim os las cosas a la est ructura 
de nuest ro interés, que es la est ructura de ( los) lenguajes. El interés es 
interés de parte, es opción, tom a de posición, de regist ro. Conocer, por 
ello, la naturaleza de las cosas desde la m ost ración interesada de esas 
cosas. Ante la pregunta ¿qué es un filósofo? surge la incert idum bre: no 
hay respuesta concluyente. La naturaleza de un sujeto determ inado a 
conocer desde posiciones de interés cont radictor ias, es una naturaleza 
fraccionada. Prefer im os, en consecuencia, responder con ot ras 
preguntas: ¿para qué y por qué un conocim iento filosófico?. 
Si la pregunta por el sujeto de la filosofía es cont ra-dictor ia —se dice de 
sí y cont ra sí m ism a—, la pregunta por el objeto de la filosofía es in-
determ inada: la filosofía es lo in-definible por pr incipio. El oficio de 
filósofo es un recurrente decir (pre-decir / des-decir) de la vida, desde la 
experiencia. No puede a-partarse, situarse fuera del cam po a nom brar. 
De ahí la im posibilidad de universalizar el discurso filosófico. Los 
productos de la filosofía form an una especie de ontología-subjet iva. Pero 
el filósofo ha de seguir hablando sobre la vida. La vinculación o 
referencia a la ficción de vida de la que habla es una consecuencia del 
discurso filosófico que em plea. Ot ro t ipo de verificación (em pír ica) es 
im posible, porque la vida- real no es reduct ible a est ructuras ( lingüíst icas 
o culturales) que dicen representar (corresponder con) esa vida. 
02. ¡Cuánta gente indiferente m uere cada día! . Sólo regist ram os 
ausencias pro-clam adas. Porque el dolor (algo se est rem ece en la 
integridad de m i entorno, algo de m í se fragm enta y pierde, cuando 
alguien cercano desaparece) sólo se com parte si el dolor t iene nom bre y 
adem ás ese nom bre circula (es decir, si responde a la cuota pública de 
dolor a com part ir) . Las Ciencias Sociales nos cuentan lo que (nos)pasa 
( cóm o surge, cóm o se consolida, se convierte en fenóm eno, cóm o puede 
t ransform arse lo que (nos)ha sucedido ...) . Depende de los 
cuentacuentos (algunos hem os olvidado/ perdido la regla y ya no 
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sabem os contar cuentas) que el relato (nos)hable de lo que realm ente 
(nos)está sucediendo, o de lo que se supone (o se desea) que 
(nos)suceda. O que, al contarlo, nos dist raiga de lo que vivim os com o 
real. 
Pero el lenguaje jam ás con- funde: Las palabras m al aplicadas nos dan 
una con- fusa (deform ada) percepción de los objetos, una falsa idea 
( im agen, descripción) de su est ructura ónt ica. Las cosas seguirán 
estando ahí, si efect ivam ente son cosas para m í. At rapadas en la red de 
nuest ra existencia esperan la llegada de gestores m ás hum anos de los 
nom bres que adm inist ran. Uno ciertam ente se con- funde con las cosas 
cuando las consume (porque no habían sido previam ente in- form adas) , 
cuando las in-corpora al m undo de la vida pr ivada, cuando las sitúa en 
el espacio de interés preferente. La llam ada inter-acción, o la acción 
cóm plice de los individuos que diseñan a capricho espacios com unes de 
interés es garant ía de lo propio consum ido, de nuest ra part icular 
integridad. 
03. Las llam adas Ciencias Sociales y Hum anas, es decir, los estudios 
sobre el hom bre ( los seres hum anos que existen o han exist ido, sus 
form as de organización y huellas) contem plan una cierta dim ensión a-
rracional en su(s) com portam ientos. Que la piedra de su carne, sus 
casas y m onum entos, registra. O, al m enos, en los textos ( literar ios o 
plást icos) que los describen o interpretan. Las leyendas conservadas 
son, por eso, con- fusas. Porque esa m ateria ( los nom inados sujeto-
objetos de la histor ia) no puede ser in- form ada es incapaz de soportar 
nom bre alguno estable. Ni siquiera burlando regist ros e invocando la 
m etáfora. Se refugia uno entonces en una especie de m oderna ( laica, 
por tanto) m eta- física. Pero ésta, en sus variadas m anifestaciones de 
dependencia o religión, se convierte por curiosa t ransferencia en 
(psico) física social, en posiblidad inm anente, no en voluntar ism o 
t rascendental. Lo ot ro es sólo la tensión no resuelta, la tendencia o 
form a alternat iva de expansión y m ovilidad de nuest ros cuerpos en su 
com plej idad y proyección im aginable. 
La m eta- física es, por tanto, la ex- tensión in- tensa. Algo que sólo incide 
en nosot ros en la m edida que im -portam os supuestas est ructuras de 
com portam iento y estado ópt im os, m ás grat ificantes o com pensatorios. 
Fuente, es cierto, de m ovilidad y cam bio en tanto que referente 
deseado/ soñado despierto, u- topía. Cuando la adecuación del m edio a 
los propios intereses (es decir, los m odelos de producción cultural) 
refleja la (débil y m oldeable)est ructura m ental de los sujetos afectados. 
Nacen así los textos sagrados ( la necesidad de certezas, de estados de 
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norm alidad, de paradigm as con vigencia acreditada o im puesta) y, 
paralelam ente, el hierat ism o u ortodoxia de su unidim ensional 
interpretación. Los m odernos sacerdotes se llam an ahora profesores o 
periodistas. Los guardianes de los textos, previa y aleatoriam ente 
seleccionados, se llam an editor iales. Las bibliotecas regist ran este 
com plejo interés com o fenóm eno cultural de la época. Este com plicado 
fenóm eno se conoce com o polít ica cultural que nos rem ite obligatoria y 
excluyentem ente a una determ inada im agen del m undo y de la situación 
en él de los sujetos que lo pueblan, al m argen de los intereses 
inm ediatos (com prom iso socio-polít ico del intelectual) de los 
t ransm isores de textos y de sus m ás asiduos usuarios, ávidos de 
respuestas a preguntas con sent ido figurado o real, dem andadores de 
productos cuya carencia (asim ism o figurada o real) se acusa. 
04. Mirar es ir m ás allá de la apariencia de las cosas. La m irada 
pretende, pues, conseguir una descripción com prensiva de la realidad. 
Si catalogam os las m iradas en función del t ipo de conocim iento que 
aportan, aquellas que lo corr igen o aum entan se convierten en sistem as 
exponenciales de pensam iento y acción( teórico-crít ica) , lo que 
habitualm ente en el m edio académ ico se conoce com o ciencia. La 
m irada del cient ífico social necesita planos o pantallas para una 
descripción correcta de sus objetos: filt ros específicos de acreditación 
com o actor cualificado (quién puede m irar, cóm o debe hacerlo, por qué 
y para qué) y filt ros que legit im en los productos de la m irada (qué des-
vela, esto es, cóm o convendría que fuera esa poster ior m irada pública, 
generalizable, que corresponda a los objetos que la m irada describe) . 
Los filt ros son las determ inaciones de la teoría. Theorein es ver m ás allá 
de las posibilidades naturales del que observa interesadam ente. El 
conjunto de proposiciones que generan las diferentes posiciones ( las 
ciencias part iculares) de m irada se apuntalan, no obstante, en textos de 
específica y singular naturaleza. Los textos son así considerados 
sagrados, si son canónicos. Es la referencia habitual por la que optan los 
lectores sedentarios, que consideran vir tud suprem a la quietud. Esta 
voluntad de perm anencia en lo m ism o instaura el culto a la let ra. Son, 
por ello, genuinos textos literar ios, cuyos efectos inm ediatos no pueden 
ser ot ros que la norm alización e integración, la dom est icación por la 
palabra, legit im ando paralelam ente m ecanism os que eventualm ente 
sean em pleados para reducir cualquier resistencia que los dom est icables 
m uest ren, violentam ente, si es necesario. Bajo estas condiciones la 
m ovilidad es cont rolada, las m igraciones, escalam iento y asignación de 
lugar y función, int rafronteras. 
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Otros textos, por cont raposición, han de ser necesariam ente profanos, 
porque son crít icos. Son los textos de la m em oria que t ras sí arrast ran 
los nóm adas, seres in-quietos, por definición. El culto en este caso no es 
a la let ra, sino a su soporte, el cuerpo. Se convierten, por tanto, en 
textos plást icos, cuyos efectos no pueden ser ot ros que el desarraigo y 
la persecución. Son seguidos de cerca por los fieles de la let ra, ya que 
se m ueven sin cont rol. Su m ovilidad escapa al cont rol de los textos 
sagrados y de los sacerdotes que los invocan y veneran. Por eso la 
m igración de los nóm adas es t rans- fronter iza. Se sienten rotos y 
perdidos en sus espacios o vías de t ránsito, e inseguros respecto a las 
posibilidades de/ para burlar la voluntad de provisionalidad que 
m anifiestan los guardianes de terr itor ios. Sin em bargo, los e-m igrantes 
t raen consigo los textos de su m em oria, las huellas, las m arcas de la 
vida vivida en r iesgo, tensa. Nos hablan de una tensión genuinam ente 
hum ana, la tensión esencial. Por eso es tan com plicada la dis- tensión 
que buscan, porque es t ratada ( reprim ida) desde posiciones discursivas 
cerradas, fundadas en esos textos canónicos que, por serlo, es 
arr iesgado cuest ionar la bondad inherente a su estabilidad natural. 
05. Me propongo hablar de la relat ividad del conocim iento. Del 
fenóm eno, así com o de las consecuencias de su aparición para la 
naturaleza de nuest ros actos en la vida cot idiana. Y (se supone que) he 
de hacerlo en el espacio adecuado: son, deberían ser estas 
determ inaciones form ales (aula universitar ia, clase de filosofía y - -de 
las- - ciencias sociales) las condiciones pretendidam ente ópt im as que m e 
lo perm itan. Cuento para ello con un regist ro excluyente: los textos de 
la m em oria t ras la que oportunam ente los estudiantes se ocultan 
sim ulando perplej idad, cuando no ignorancia. Hablo del conocim iento en 
general para poder a cont inuación legit im ar m i discurso sobre el 
conocim iento cient ífico o exponencial. Es obvio que un estado de cosas 
se reafirm a en su singular idad si localizam os ot ro cont iguo que lo lim ita 
o excluye. Decim os entonces que tanto esos estados de cosas com o los 
textos que los describen están recíprocam ente condicionados: la 
vecindad de am bos supone una latente am enaza frente a la que 
conviene dotarse de secretos m ecanism os de defensa. Porque las 
posiciones son garantes de singular idad y porque, 
com plem entariam ente, los discursos de/ sobre los lugares ocupados son, 
a su vez, just ificaciones o resgist ros de presencias efect ivas. 
La relat ividad de am bos conocim ientos se t raduce en vigencia 
provisional de un oficio o posición ( los cient íficos y los ciudadanos) y en 
la no m enos provisionalidad del valor de los productos resultantes. 
Asim ism o las cam pos de observación/ invest igación (m ás pasiva, tal vez, 
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la pr im era; m ás interesada, sin duda, la ot ra) dependen de variables 
m últ iples, de difícil cont rol en su globalidad: no sólo son los intereses 
que solapan prior idades, sino, m ucho m ás grave aún, aquellos ot ros que 
se escapan al proceso (espontáneo o exponencial) a la hora de 
rentabilizar la ut ilidad de los correspondientes resultados:im ágenes de 
cosas o de estados de cosas inm ediatas, diagnóst ico y explicación de 
cosas o génesis y consolidación inestable de estados de cosas 
com plejos. De ahí que el conocim iento pueda ser entendido com o 
explicación inst rum ental o intento pactado de aproxim ación discursiva a 
hechos relevantes. De ahí tam bién que el fenóm eno epistem ológico 
resultante nos lleve a entender la relat ividad com o sim ple acotación de 
dom inios cont iguos. Por eso definim os el conocim iento posit ivo com o 
aprehensión racional de los objetos o de sus conjuntos. Los hechos 
sociales, en consecuencia, sólo podrán ser aprehendidos en la m edida 
que el acto de aprehensión se individualice ( condiciones subjet ivas de 
los observadores y determ inaciones objet ivas del proceso) , en la m edida 
que tal acto sea geográfica e histór icam ente des-contextuado. 
Podem os (y debem os) hablar entonces de las lim itaciones del 
conocim iento cient ífico-social, recordando que la epistem ología de 
dichos conocim ientos pone lím ites a los correspondientes quehaceres 
( los obstáculos) , es decir , que una verdad sólo puede ser reconocida 
com o el resultado form al de una polém ica, com o la superación de las 
barreras (cortes epistem ológicos) que un difícil acople conlleva: verdad-
vida en tando que ( ficción de) resolución de tensiones escaladas tales 
com o evidencia-duda, palabra-cosa, proposición-estado de cosas ... 
teoría- realidad. Esta es la razón por la que a m enudo entendem os la 
teoría com o discurso publicitar io de la polít ica, interpretada ésta com o 
com prom iso ciudadano, com o realidad inm ediata ... com o estados de 
opinión. 
De definir qué pueda ser el (o entenderse por) conocim iento cient ífico se 
vería uno en la incóm oda posición de aquel que bebe de las fuentes (el 
ver y/ para actuar ar istotélico) para form ular correctam ente la respuesta 
que corresponda, al t iem po que señale cuáles sean los elem entos que 
eluden la teoría, que obstaculizan una m irada diáfana, poco filt rada. Los 
elem entos que eluden teorías no son ot ros que ese conjunto de 
obstáculos espistem ológicos que hem os convenido en llam ar 
conocim iento espontáneo, es decir, esquem as m entales asum idos 
(evidencias) que im piden desvelar el genuino sent ido (extenso e 
intenso) de las cosas m ás cercanas. 
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Resum im os así tales lím ites atendiendo a diferentes niveles de 
contam inación: la subjet iva (desde Hum e hasta Bachelard/ Foucault o 
Piaget ) , la m etodolológica, en tanto que la contam inación es un serio 
obstáculo a superar ( los inst rum entos técnicos de aproxim ación racional 
son arte- factos, herram ientas o inst rum entos elaborados por los propios 
observadores: el diálogo con la m ateria es práct icam ente inexistente, 
las form as que se im pongan no respetan la singular idad de esa 
m ateria) . I ntereses y expectat ivas de sent ido, en tercer lugar: las 
lim itaciones subjet ivo-objet ivas del observador, y, por últ im o las 
condiciones o posibilidades de observación ( la situación) , esto es, la 
posición profesional y/ o polít ica de tales observadores. Son éstos los 
rasgos cent rales de una prim era reflexión sobre los lím ites que al 
conocim iento im pone cualquier sistem a vigente t ras el que pueda 
publicitarse una explicación plausible ( y una respuesta autorizada) de/ a 
los hechos que el cient ífico ha procesado, violando (cuest ionando) la 
estabilidad que el sent ido com ún dice garant izar. 
06. Cuando hablam os de espontaneidad no nos refer im os a t ipos de 
conocim ientos que se apuntalen en esquem as de pensam iento 
autónom os. Las llam adas pre-concepciones o pre- juicios son las huellas 
de un proceso anterior de socialización que han term inado por ser 
catalogadas com o canónicas o naturales, com o si la naturaleza hum ana 
fuese algo previo a los desarrollos posibles que los seres hum anos 
t ienen a su alcance. Es un problem a de elección, es cierto. Y los 
consecuentes r iesgos ( tam bién es cierto) se asum en librem ente. Pero la 
racionalidad de tales opciones está en función de una m eta- racionalidad, 
supuesto garante de la om ni-com prensión del espacio social de 
referencia. Son, digám oslo claram ente, determ inaciones básicas del 
conocim iento. Pero las pre-concepciones no son, ni pueden ser ot ra cosa 
que m odelos (culturales) de interpretación de sent ido y significado. De 
ahí que los hechos sociales que m erezcan la atención de los 
correspondientes expertos (m eta- lectores de acontecim ientos) son sólo 
representaciones de la realidad. Se t rata, por tanto, de hechos m udos. 
La servidum bre del analista social es, en consecuencia, la recurrente 
reducción de su oficio a la m era interpretación (y eventual 
representación) de los hechos. Aunque las interpretaciones no resuelvan 
por sí solas la disfunción vivida, regist rada com o desacople, patología 
que se explicita en com portam ientos tensos, objet ivables en conductas 
desviadas. 
Las preconcepciones son tan dispares com o diferentes sean las 
situaciones en las que los correspondientes sujetos se encuent ren. Sin 
em bargo, com o hem os afirm ado, son fuente de conocim iento, porque 
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posibilitan un m odelo (singular) de com prensión tendente al 
conocim iento (general) . Si es preciso, los discursos que dan cuenta del 
fin de un proceso (especialm ente si éste no ha podido concluirse según 
las previsiones inherentes a las posiciones de part ida, las definiciones o 
hipótesis de t rabajo) han de legit im arse invocando los textos de 
autoridades, ent re sí a m enudo excluyentes. Pero el lector acreditado, 
un analista con credibilidad reconocible, un cient ífico-social (si es 
posible, antes orgánico que crít ico) se ve obligado a rest r ingir 
(exigencias de su voluntad de sujeto) su adhesión a una determ inada 
posicion teórica, int roduciendo los peros que, en su m om ento, le 
posibilitarán el cam bio de est rategia, es decir , de bando (pandilla, grupo 
de presión) o part ido intelectual. 
07. La práct ica académ ico- invest igadora nos obliga a superar las 
tensiones de escuela (m ás visibles que invisibles) , solapando o 
excluyendo nom bres, teorías o textos. Esta exigencia de grupo ( la 
coherencia que se le supone a las com unidades cient íficas) no es, a m i 
m odo de ver, t raspolable: jam ás podría de ellos deducirse que debe, en 
consecuencia, cuest ionarse la superación de los estados de cosas en 
conflicto o la de las oportunas teorías sobre esos antagónicos estados de 
cosas. Las Ciencias Sociales ( los guardianes de sus disciplinas) , no 
obstante, ningún inconveniente encuent ran para aceptar com o 
apropiado el calificat ivo de realidad m etafísica cuando se nos rem ite a 
nuest ros específicos objetos de invest igación. 
Ser conscientes de estas lim itaciones es signo de nobleza: aceptar que 
la tensión se t raduce en pasión ( sufr im iento/ goce) cuando la fugacidad 
se im pone, incluida la precariedad del sujeto que se arr iesga a conocer. 
Es, a m i m odo de entender, el privilegio del teórico de la cultura, del 
crít ico social: tener conciencia de la relat ividad de las opiniones (de la 
relat ividad de los estados de aparente norm alidad del conocim iento) , 
por lo que no habrá ya lugar para el m iedo a perderlo todo, incluído su 
propio cuerpo (eficaz razón de superación de posturas antagónicas) , 
incluida la progresiva y posterior pérdida de la m em oria que esa 
est ructura soportara. Ni siquiera se plantea resolver la paradoja de su 
oficio, cuando éste se t raduce en práct ica docente: im posible 
com unicar/ t ransm it ir su verdad, porque el lector (de textos en soportes 
literarios, escénicos, plást icos o vir tuales) term ina dialogando con los 
soportes ( libros, funciones, escenarios, ciberespacio) , jam ás con las 
autores de los textos. La realidad, por eso, poco im porta al 
correspondiente cient ífico social, porque toda teoría, todo discurso noble 
(com o en Derecho, toda sentencia) no es ot ra cosa que ficción de 
verdad. 
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Llegado a este punto convendría aplicar resultados a los casos que nos 
ocupan. Y porque sólo es posible la adaptación de las cosas a sus 
correspondientes nom bres en vir tud de un consenso, es lógico que, 
nuevam ente haga filosofía del discurso (o sociología del lenguaje) si 
afirm o que las palabras cuando nom bran fingen siem pre realidades. 
Pero la ficción de realidad garant iza el intercam bio (porque se t rata de 
objetos definidos, acotados, adaptados a nuest ras rest r ingidas 
posibilidades) : hacer dejación de lo superfluo propio en beneficio de lo 
superfluo ajeno. El nom bre que corresponde al intercam bio finje a su 
vez la realidad de un hecho: el equilibrio o dis- tensión ( justa dist r ibución 
para el disfrute) en la com unidad de individuos (sujetos de derecho) y 
bienes (objetos at r ibuibles, apropiables, in-corporables a esos sujetos) . 
Los sujetos, por ot ra parte, eligen ent re opciones de com pentencia y 
representat ividad. Lo pr im ero reafirm a al autor en su deseo/ voluntad de 
part icipación o de gest ión. Lo segundo reafirm a a ese autor com o actor 
solidario, aceptando opciones alternat ivas com o com plem ento de sus 
lim itaciones. 
En m i reflexión precedente pudiera ocultarse un cierto sesgo 
epistem ológico relat ivista de afiliación husserliana, ya que, 
efect ivam ente, desarrolla la clásica fórm ula de Protágoras "el hom bre es 
la m edida de todas las cosas". Si bien, en m i caso, el hom bre entendido 
unas veces com o individuo ( relat ivism o individualista) , ot ras com o 
especie ( relat ivism o específico u ant ropom orfism o) , en ocasiones, com o 
especie que ciertos predicados rest r ingen (com unidad, raza, credo, 
época ...) y que pudiera sugerir un velado relat ivism o histor icista. En 
todo caso, he llegado al convencim iento de que el observador de/ en 
antagónicos sistem as de referencia ( teoria especial de la relat ividad) 
hum aniza la m edida que un inst rum ento neut ro pudiera hacer de los 
m ovim ientos de los objetos (cuerpos o puntos einsteinianos) detectados 
en los correspondientes sistem as. 
08. Es probable que nuest ra vida sea correctam ente interpretada si la 
definim os com o esa confusa respuesta que a diar io dam os a preguntas 
de las que ya hem os olvidado cóm o y cuándo fueron planteadas, desde 
qué posición y en qué fugaz secuencia ( instante) fueron form uladas. Se 
dice que la filosofía gana adeptos porque se aventura a escribir sobre 
aquello que tanto nos im porta y para lo que no term inam os de 
encont rar la respuesta adecuada: el amor y la am istad. Es por ello, a m i 
entender, correcto afirm ar que el hum anism o es el resultado de acoples 
en espacios neut rales, que el lenguaje escrito sanciona. Pero tam bién, 
de coincidencias o com plicidades ( tal vez, re-encuent ros con partes 
seccionadas, perdidas u olvidadas de nuest ro inabarcable e incom pleto 
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cuerpo, que el ot ro y/ o lo ot ro nos devuelve) en una difusa lejanía de la 
que ignoram os cuáles sean las posibilidades u opciones a nuest ro 
alcance. Las condiciones de regist ro o m edida nos son allí radicalm ente 
desconocidas, aunque soporten coyunturales nom bres que ant icipam os 
y de ent re los que nos arr iesgam os a re-definir el de dom est icación. 
Porque sólo en esos espacios (para el intercam bio) de la pr ivacidad m ás 
genuina es posible el reconocim iento de los m ensajes (y de los 
regalos/ productos que t ransportan) ocultos t ras un oscuro objeto del 
deseo que se llam a em isor o visitante. 
Cuando uno se aventura a fij ar en textos su m ás preciada paráfrasis 
inter ior (secretos m apas no- recorr idos, aunque pre- t razados) las 
posibilidades de defensa ante un posterior y eventual ataque se reducen 
considerablem ente, por lo que subyace a la escritura la voluntad no 
explícita del escritor de escribir para lectores cercanos, cuya recurrente 
presencia t raducim os por t ransparencia. Algo así com o aquello que se 
perseguía con una correspondencia (m anuscrita) ent re am igos o 
am antes, cuanto m ás fluida y frecuente, m ejor. El r itm o de la fluidez 
m arcaba el t ipo de ansiedad, la frecuencia era indicio de escasez, el 
resultado ( las cartas) la legit im ación de una recíproca apertura hacia lo 
nuevo, lo desconocido. Siendo im posible, com o lo era, saber quién y 
cóm o podría ser su im aginario receptor, lo const ruíam os a part ir del 
texto. Pero ello reforzaba el m isterio y su irreprim ible at racción. Lo 
im portante era establecer lazos de am istad tom ando com o pre- texto un 
soporte literar io. Term ina uno entonces no por enam orarse de lo 
inm ediato, sino (m ás irreverente y blasfem o aún) de lo totalm ente ot ro, 
lo lejano, por definición, no exento de una encubierta voluntad de 
objet ivar (m ás allá de espacios de reconocim iento propio) el no-
nom brable com pulsivo am or a sí m ismo, en tanto que explicitación en 
condiciones ot ras, todavía no existentes o siquiera no conscienciadas, 
aunque siem pre a punto de em erger. 
Pero si hablam os de hum anism o tendrem os que hacerlo desde la 
posición teórico-crít ica que se suscriba. Desde nuest ra eventualidad 
académ ico-discursiva, com o es la posibilidad que se nos brinda. Porque, 
sea o no una tendencia filosófica, por hum anism o cada uno (situado en 
un interesado punto de una nebulosa escala cuyos excluyentes polos se 
han llam ado individuo o persona) ha ido entendiendo aquello que m ejor 
representaba su correspondiente ideal hum ano, código de valores o 
form a de conciencia. El hum anism o (se ha dicho) es una com pleja 
concepción, pero tam bién un m étodo: rom per con todo absolut ism o, 
intelectualism o, con toda negación de variedad o espontaneidad de la 
experiencia. Es así com o podría interpretarse el pragm at ism o 
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angloam ericano de W. Jam es, que F.C.S. Schiller pretende superar , con 
m at ices en John Dewey y Peirce. Porque el hum anista del siglo XX (no el 
renacent ista, para quien hum anismo era sinónim o de recuperación de 
los clásicos grecolat inos) , antes que renunciar a la verdad y a la 
realidad, lucha por que éstas se enriquezcan reforzando el protagonism o 
de los correspondientes sujetos (hum anos) o, al m enos, para que, en 
vir tud de este regist ro, se reconozca la inagotable r iqueza de cualquier 
totalidad abierta. De ahí que el hum anism o, en tanto que perspect iva 
filosófica, anteponga el sím bolo a la reproducción, la aproxim ación a la 
exact itud y la plast icidad al r igor. 
09. Hasta 1932 no se publican los Manuscritos filosófio-económ icos de 
Marx. Ante la negat iva del est ructuralism o a conceder validez teórica al 
concepto del hom bre y si exceptuam os los Manifiestos Hum anistas (ant i-
idealista y naturalista el pr im ero, que en 1933 suscribe ent re ot ros 
Dewey; social- liberal el segundo, suscrito en 1974 por Sakharov, 
Skinner, Fr iedan, Hook, Monod, Myrdal y ot ros) los hum anism os 
contem poráneos (existencialistas, m arxistas, personalistas ...) form ulan, 
por ello, sus crít icas recíprocas apuntalándose en una lectura depurada 
del pensam iento de Marx, ya se t rate de la Escuela de Frankfurt , del 
propio Lévi-St rauss enfrentadoa Sart re, o de Althusser, que considera 
el hum anism o com o la respuesta conceptual (y em ot iva, al m ism o 
t iem po) a problem as de organización y com prom iso social. En textos 
m enos canónicos, sin em bargo, se fundam enta la crít ica que al 
hum anism o pastor il de Heidegger hace en la actualidad Sloterdij k. 
El existencialism o se ha definido com o la expresión literar ia de un 
generalizado sent im iento de tem or y desesperanza, cuando no de 
rebeldía ante situaciones lím ites (pr im era guerra m undial, cr isis del 
capitalism o, revolución bolchevique, burocracia, fascism o, frentes 
populares y m anipulación de la revolución cient ífico- técnica al servicio 
de intereses m onopolistas ...) . El llam ado paradój icam ente hum anism o 
cr ist iano ha supuesto el abandono de posiciones apologét icas en favor 
de una búsqueda de espacios de confluencia m ás eficaces, en diálogo 
con el hum anism o m arxista, por la conquista racional y dem ocrát ica de 
los objet ivos sociales que los ciudadanos se propusieran. 
El problem a consiste, sin em bargo, en la discusión sobre la posibilidad 
(encont rar cr iter ios de validez) del hum anism o socialista. Form as de 
hum anización de la naturaleza que pr im an los siguientes conjuntos 
sem ánt icos: autonom ía, realización hum ana o 
(auto)const itución/ definición en base a la libertad y el t rabajo. El 
pr incipio de dem arcación de Althusser parece que ha sido clave al 
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respecto: hay que separar ciencia (verdad, descripción real) de ideología 
( falsedad o conocim iento deform ado, en tanto que respuesta im aginaria 
que un deseo de realidad-ot ra fuerza) . La filosofía indica la línea de 
separación o ruptura, que, a m i entender, encubre un cierto idealism o 
de la naturaleza del que acusa el criter io de dem arcación neoposit iv ista. 
Porque, si bien todas las ciencias, por el hecho de serlo, son sociales, las 
ciencias llam adas form ales (y toda ciencia, en general) lo son en la 
m edida que hayan conseguido definir un cuerpo específico de 
conocim ientos, cuyos principios no induzcan a equívocos y que, a su 
vez, se apuntalen en una previa y constante determ inación de los 
problem as que pretenden resolver tanto com o de los m étodos que 
garant icen una resolución plausible de estos problem as. Una ideología, 
sin em bargo, es un conjunto de esquem as de pensam iento (y 
sent im ientos) que, por exclusión, se cataloga com o conocim iento 
deform ado o pseudoconocim iento, por t ratarse de respuestas 
im aginarias, que expresan m ás una voluntad o esperanza, que una 
descripción real de los objetos o estados de cosas a los que pretende 
rem it irnos. Probablem ente esta pre-definición esté cargada de 
cient ism o, aunque m i est rategia es, en este caso, part ir de lecturas 
ortodoxas de definiciones histór icam ente consensuadas para som eterlas 
a un proceso de credibilidad o verificación em pír ica. 
Podríam os afirm ar así que al hum anism o (a los hum anism os) le 
correspondería m ejor ser catalogado com o ideología, porque las 
categorías conceptuales en las que su(s) sistem a(s) se basa(n) se sitúan 
m ás acá o m ás allá de la producción teórica, tal com o se ent iende 
en/ para las ciencias part iculares. Esta deficiencia teórica, que los 
productos conceptuales del hum anism o encubren, lo sitúan, por tanto, 
m ás próxim o a la ideología que a la ciencia: sus recursos no son ot ra 
cosa que la t raducción de un deseo (en sus versiones conservadoras, 
reform istas o revolucionaras) , jam ás un conocim iento correcto de lo que 
pudiera entenderse por naturaleza humana y de todo aquello que no le 
es ajeno. 
10. Dam os prior idad a la palabra. La acción es sólo su efecto, sobre 
aquellos que dan y tom an la palabra y sobre los oyentes que la reciben. 
Los textos sagrados (es decir , aquellos que no haya fij ado hum ano 
alguno) regist ran este acontecim iento recordándonos (al leerlos con la 
devoción debida) que al pr incipio (un m ít ico or igen de las cosas) era la 
palabra y que esa palabra fundante era la m ostración, la form a que 
correspondía a lo-ot ro, lo que t rasciende a cualquier uso y al interés que 
t ras él se esconda. En función de ese pr incipio llegam os al lenguaje 
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sim ulando una llegada al m undo. Hem os aprendido a hablar una lengua 
que nos confunde al protegernos, descubriendo que los hom bres, al 
hablar, ocultam os la tensión latente, nuest ra t rágica cont radicción ent re 
la voluntad de perm anencia y el dest ino, que no es ot ro que el discurr ir , 
el cam bio. Es decir , esa ot ra tensa voluntad, ahora de suerte. Con la 
m irada perdida en un horizonte t ras el que se oculta la fortura y que se 
nos antoja inalcanzable, la palabra se convierte entonces en la voz que 
la sim ula (que la reduce a sim ple herram ienta) cuando la pronunciam os, 
supuestam ente en interés propio. Las form as fraudulentas (por 
singulares, por insolidarias) de uso (el habla) no estarían form alm ente 
perm it idas. 
Así, pues, los lectores iniciados en secretas (por cerradas) sociedades 
literar ias (com o cualquier m odelo al que nos rem itan los diferentes 
hum anism os) establecen lazos no- laicos de inconfesable dependencia de 
aquellos autores que nos rem iten obras m aest ras, cuya forzada vigencia 
consagra un determ inado corpus en/ para la correspondiente com unidad. 
Se im ponen, por tanto, lecturas obligator ias de obras de autores 
elevados a la categoría de m aest ros pensantes. Porque piensan un 
pensam iento exclusivo, porque representan (son) la conciencia 
intelectual de la nación. Leer correctam ente se convierte así en ( la) 
carta (de ciudadanía) , en la acreditación y solvencia m ínim a que 
garant ice la integración para la norm alización, en cr iter io excluyente de 
selección, no exento de com ponentes m ágicos o irracionales. Porque los 
textos no siem pre se nos ofrecen sobre idént icos soportes. A part ir de 
entonces ( la m ayoría de edad social) todo es exigible, de cualquer lector 
ortodoxo es legít im o esperar una recurrente legit im ación pública de un 
orden que, por pr incipio, ha de ser el m ejor de los posibles. A part ir de 
ahora es asim ism o legít im o violar fronteras, cuest ionar integridades: la 
im posición del m odelo, la invasión de terr itor ios colindantes, bajo 
form as m odernas de colonialism o ( reduct ibles al económ ico) , porque 
esos espacios se nos antojan infra-ordenados, no integrados, por tanto, 
en una especie de religión universal, que ahora se ha convenido en 
llam ar com unidad internacional. 
Porque la naturaleza hum ana no supone reconocer sólo que la am istad 
recíproca de los hom bres es su fundam ento, sino tam bién 
(especialm ente en los t iem pos post - (sobre)m odernos que nos 
corresponde) que esa predest inada proxim idad legit im a el eventual 
desencadenam iento de una violencia reprim ida. Se re- instaúra, de esta 
form a, la nostalgia y se proclam a la vigencia del hum anism o burgués: 
nuest ros clásicos son los clásicos, nuest ra lecturas son las lecturas, que 
no sólo se han de perpetuar en los espacios académ ico-docentes (socio-
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m ediát icos) dom ést icos. En vir tud de un confuso im perat ivo, se 
fundam enta una nueva form a de colonización cultural que al 
im poner/ im portar a ot ros regist ros cont iguos autores sagrados, obras 
universales y lecturas edificantes (pensam iento único) se garant iza una 
fluidez de intereses ajenos neut ralizando las eventuales resistencias. Se 
perm ite pues, bajo la disculpa de una protecciónde valores culturales, 
una t ransnacional colonicación polít ico- ideológica (el universo 
económ ico) olvidando que la coexistencia hum ana, a part ir del siglo XX 
ya no es tan ilust rada y sí m ás vir tual, ya no tan literar ia y sí m enos 
pacífica. Por lo que es legít im o hablar de una coexistencia post -
hum aníst ica. La form ación hum aníst ica precedente ha dejado de ser el 
fundam ento racional de la m acroeconom ía en su versión m ás m oderna 
de agresiva polít ica de globalización no tanto de los recursos, cuanto de 
los beneficios que su explotación supone para los paises (grupos o 
pandillas) globalizadores. Y ut ilizando para ello, si es preciso, eficaces 
(por violentos) m ecanism os de convicción, cínicam ente solapados t ras 
intervenciones hum anitar ias, bajo form a de agresión m ilitar y 
económ ica, a m enudo violando el ordenam iento legal internacional. 
11. La gente se engancha a la norm alidad (pública) porque neut raliza 
así r iesgos (pr ivados) . Riesgos de habla, en definit iva. Riesgos de 
interpretaciones desafortunadas, que hipotecan nuest ras m ás reales, 
por im ediatas, posiblidades. Las cuotas de audiencia ( term ina uno por 
escuchar aquello que sólo nos dem anda com plicidad delegada, no-
responsable) reflejan un peligroso estado de quietud que se im pone bajo 
una m ágica y eficaz fórm ula: grat ifica que ot ros se com prom etan y 
asum an el r iesgo de pensar (y hablar) en nom bre de una m ayoría cada 
vez m ás silenciosa que silenciada, porque ha hecho de la docilidad 
vir tud. La gente (com o en toda dictadura) prefiere fingir com prensión 
( sin previa explicación) y consum e, en consecuencia, espectáculo. 
Un com portam iento hum anista sería el de aquellos que creen actuar 
según el m odelo de acción al que invitan (seducen) los textos que leen. 
Los agentes norm alizadores (policía y profesores, especialm ente) se 
encargan de convert ir esa creencia en evidencia, esa est im ación de 
verdad en realidad discursiva. El hum anista sería, por tanto, aquel que 
(m ás allá de cualquier bien o m al m undanos) im pone el canon de lectura 
al t iem po que incluye en part iculares índices a autores y textos 
heterodoxos. 
Es, por ello, m ás cóm odo ( irresponsable y nauseabunda postura de 
intelectuales de salón, de pensadores orgánicos) ocuparse de sancionar 
cuál deba ser la idea correcta de hom bre (cóm o debería ser o haber sido 
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un hom bre posible) antes que del hom bre en tanto que hecho histór ico 
singular izado (Verwirklichung) , tal com o es (a m edio cam ino ent re lo 
uno y lo m ism o-ot ro) , tal com o se com porta en su m edio natural m ás 
inm ediato. Es m ás cóm odo, sencillam ente porque las form as y vivencias 
del dolor y la m iseria (de la opresión) se regist ran, se viven si es uno (y 
no la especie) quien las vive, jam ás hom ologable a un dolor o penuria 
pretendidam ente pública, colect iva, generalizable, difícilm ente 
encarnable. No puede dolernos, por tanto, ni España, ni Europa ... , sino 
aquellos que por la ocasión de haber nacido, residir en (o sim plem ente 
pasar por) España o Europa sienten que se resquebran sus 
fundam entos, que se atenta cont ra su dignidad en nombre de intereses 
que poco o nada t ienen en com ún con los intereses m ás inm ediatos del 
ser hum ano com o es, al m enos, el derecho a la subsistencia (m aterial y 
psíquica) en el día a día. Lum penciudadanía a quienes se condena al 
m ás radical de los olvidos: la pérdida de su propio y singular arraigo a 
t ravés del rapto de su propio y singular nom bre. Su pregresivo 
desclasam iento se pretende irónicam ente com pensar adjudicando 
derechos que dicen am parar las leyes de/ para m arginales, com o son las 
llam adas de ext ranjería. 
12. Siem pre ha sido m ás cóm odo hablar de la hum anidad, que 
refer irse a ese ciudadano concreto con el que a diar io pudiera uno 
haberse encont rado. Es, a nuest ro entender, por ello rentable, difundir 
una not icia sobre estados de cr isis, generalizar descriptores- t ipo del 
sufr im iento hum ano, sin reparar que su coste es superior a invert ir el 
esfuerzo y su t raducción en t rabajo intelectual, polít ico-diplom át ico y 
económ ico ... para con-vencer a ( reconocibles)actores (pseudo)pasivos 
de que sem ejantes situaciones pueden(deberían) ser err itor ializables/ 
singular izables (nom inables) . Situaciones de em ergencia de las que 
directa o indirectam ente sólo ellos son responsables y que, en 
consecuencia, se convierten en rentables fuentes de (sobre)m ovilidad. 
La econom ía m uest ra así una vez m ás su lado oscuro, su cont radicción: 
es pr im ero pornográfica/ oscena, para que pueda seguir siendo 
epidérm ica, globalizable. Ha de ser antes econom ía dom ést ica, libidinal, 
para que, a cont inuación, la casa m aterna se des-privat ice y se 
convierta en tem plo, en im agen sagrada, en econom ía de todos, en 
m acro- econom ía. Se soporta sobre est ructuras re-convert ibles de des-
hecho que fundan un equilibr io estable, un excluyente sistem a de 
intercam bio, com pet it ivam ente grat ificante. 
El m undo de la apariencia term ina así por convert irse en un m undo real, 
cosificado, reducido a las cosas que sean clasificables com o m undanas. 
Porque se sigue afirm ando que, al m enos en el hom bre, la existencia 
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precede a la esencia, ese m undo aún no es realm ente objeto, aunque sí 
objet ivable, situable en un eficaz plano de autoconform ación, 
autocom placencia. Merecedor de un nom bre. Ser, apariencia. Aparentar 
com o sim ulación o com o m ost ración. Most ración pasiva o forzada. 
Voluntaria o im puesta en uno u ot ro caso: La antesala de la 
objet ivación. Posibilidad de devenir objeto, devenir sí-m ism o. Asum ir, 
tom ar en préstam o, un nom bre com ún, aún no at r ibuído. Ser-apariencia 
/ Ser-aparente. Aparentar ser, aparentar para ser. Y ser efect ivam ente, 
sin que tal efect ividad presuponga agentes previos que t rafican con 
bienes. O deber ser, devenir. O devenir apariencia, tal vez. El silencio 
del ser: el gesto que oculta el nom bre, lo no desvelable, lo no epifánico. 
El silencio que re-cubre la palabra: lo no m ost rable, devenible. Cuando 
el ser no se aparece ni se oculta, el silencio deviene entonces 
apariencia. 
La not icia es not icia si circula. Las not icias son sólo juegos de nom bres 
que circulan. Las not icias que circulan ¿son solventes?. No lo sé. Creo, 
m ás bien, que son solubles y, en todo caso, cum plen una función di-
solvente. Fluyen por canales que liberan la energía que no se puede 
neut ralizar y que term ina derivando necesariam ente a ( la)m asa. Libre 
de los restos, la densidad, la com plej idad de un sistem a re-act iva así 
una nueva fluidez, una circular idad cont rolada, que sos- tenga cualquier 
econom ía. Y que, paralelam ente, su-merja cualquier lectura 
disidente/ crít ica que de ella pudiera hacerse. 
13. No nos reconocem os en im agen definit iva alguna e ignoram os las 
leyes de la sem ejanza. A nuest ra im agen(eros) y sem ejanza( thanatos) 
deseam os dem asiado pronto, o dem asiado tarde. Eu- thanasia. Siem pre 
se m uere bien, porque se m uere. La cuest ión es m orir a su t iem po y no 
m orir por nada ( la hum anidad ilust rada) ni por nadie (el hom bre 
rom ánt ico) . Morir , por uno m ism o. La vida no es polo de un par de 
opuestos que t iene com o referencia la m uerte para poder definirse(o-
ponerse, ser o-posición) . La m uerte no es t rascendencia, sino 
inm anencia. Uno vive con la m uerte. De lo cont rar io, sobre-vive. 
Reconocem os vida en objetos en m ovim iento: propia, si la energía le 
pertenece, pseudo-propia, si es gestor de laenergía ajena. Paradoja de 
lo obvio, si uno cam bia, no puede ser verdad. Pero si uno no cam bia, 
está m uerto. Moverse es des-plazarse, contar con un plano que perm ita 
el m ovim iento sin pérdida de lugar. El m ovim iento es físico: el actor se 
desplaza abandonando una determ inada posición. O m ental, el actor no 
abandona ninguna posición ( local, personal, cultural .. .) . Todo 
desplazam iento im plica re-conversión de actores y m edio. Se consum e 
energía, se agotan reservas, que no re- invierten en ot ras estabilidades. 
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Uno va agotando sus posibilidades de auto-determ inación: optar por una 
form a, cada vez m enos provisional. El deseo es cada vez m ás, deseo de 
regreso, de vuelta al or igen ... a casa. 
Cuando uno hace cosas está ocupado, explota sus posibilidades 
product ivas y creat ivas. Neut raliza la pre-ocupación asum iendo un 
r iesgo: la eventual in-ut ilidad de la acción. Cuando uno hace cosas 
quiere hacer dejación de sí m ism o, diluyéndose en lo ot ro, sin perder la 
singular idad: finge t rasparencia, aunque confunda deseos/ im ágenes con 
realidad. No asum e la función de actor; es el papel que representa. 
¿Qué está pasando?. ¿Por qué, cóm o es posible?. Pensar la inut ilidad de 
nuest ro t iem po. El siglo XX ha sido escenario de una guerra —en dos 
secuencia— por la dom inación del m undo en nom bre de unos pr incipios 
filosóficos. Así se ha cum plido la profecía de Nietzsche. Se dice que 
cuando uno está enam orado no puede m irar la cara de ot ra persona. La 
cara de ot ra persona es una ficción de conect iva, de t ránsito, de rost ro. 
Sólo se accede a lo ot ro con la com plicidad de ese/ eso ot ro. La cara del 
enam orado es una inter-dicción: no reconoce ni acepta ot ro vehículo de 
fluidez (gestos y palabras) em ot ivo/ vital que la cara com plem entaria de 
su am ado/ a, que no ve siquiera —¡el am or ciega!—, pero sabe m irar. 
Nuest ro cuerpo fij a los lím ites de lo real. Real es lo m anipulado por m í o 
para m í: todo lo que ha asum ido la form a de cuerpo, com pet it ivo o 
com plem entario. El efecto frontera no es ot ra cosa que el sueño de la 
t rascendencia totalm ente ot ra: poder estar aquí y en cualquier parte al 
m ism o t iem po. Pero ese jam ás fue un sueño que tom ara cuerpo en 
naturaleza hum ana alguna. Los dioses, de vez en cuando, nos 
confunden. Y caem os en la t ram pa, queriendo ser com o ellos. 
14. No hay punto de part ida. Punto de referencia út il para dar cuenta 
de algo. No sé si realm ente los puntos son sólo dis-culpas, pre- textos 
para legit im ar cualquier m ovim iento. No sé si m overse supone cam biar 
algo / cam biarse / forzar un cam bio cóm plice: poner una cosa en el sit io 
de ot ra, ponerse en su sit io, sust ituir una cosa por ot ra. Siem pre el 
m ism o círculo: posiciones sin determ inar, sin definir , las cosas habrán 
de ocupar su sit io. ¿Seguirían siendo las m ism as cosas si perdieran el 
sit io que ocupan?. No sé si puedo saber que no sé. No sé. 
Ut ilizo con cierta fr ivolidad el térm ino "real/ realm ente", confundiéndolo 
tal vez con certeza. Hay un aparente conflicto de órdenes, ónt ico/ lógico. 
No sé incluso si es sim ulación lo sustante (el orden) o lo accidental (el 
conflicto) . O las dos cosas, al m ism o t iem po. 
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Ut ilizo con no m enos fr ivolidad el térm ino "punto" , com o si ello m e 
ligit im ara a iniciar algo, a proyectar, a re-convert ir algo. ¿Qué es un 
punto?. ¿La sim ulación de un desarrollo, de un sistem a?. ¿Qué es 
desarrollo, por qué desarrollo y no com plej idad?. ¿Qué es sistem a?. ¿Por 
qué sistem a y no caos?. ¿Qué es orden, cóm o es un sistem a de cosas 
ordenadas?. ¿Qué orden?. ¿Qué cosas?. ¿Por qué cosas y no 
figuraciones?. ¿Por qué no tan sólo posibilidades de cosas y de 
figuraciones/ regist ros lim itados/ interesados de esas cosas?. 
El punto. ¿Cóm o se just ifica ese - - y no ot ro - - punto?. ¿Qué es la 
referencia?. ¿Una legit im ación a prior i, o una just ificación a posterior i?. 
¿Por qué referencia y no t rans- ferencia?. Y si en lugar de cosas sólo 
hubiera figuraciones, ¿por qué no t rans-parencias en lugar de t rans-
ferencias?. ¿Por qué no t rans-ducciones en lugar de con-ducciones?. 
¿Por qué la fluidez, la inter-acción, el inter-cam bio, ha de reconocerse 
m ás acá de las fronteras, ha de ser (pre)determ inada para estar en 
condiciones de afirm ar que algo está fluyendo, que hay fluidez o 
solvencia?. 
Hay cont radicción respecto a la im agen con la que uno debe 
ident ificarse: sim ular la disidencia es aceptar form as de disidencia 
organizable, posiciones de des-acople acoplables respecto a lo ot ro 
organizado y acoplado. O respecto a lo uno est ructurante, de form as y 
relaciones de form as, de posiciones de form as y posibilidades de 
observación. 
Pero la disidencia es fuente laica de hom ogeneización, hom ologación. Al 
m argen o desde el m argen, siem pre salvando la voluntad de sistem a. 
Resistente por naturaleza: hacer y sent irse haciendo com o y qué. El 
cóm o es la propia im agen, el qué la im agen de la com -placencia: 
sent irse sat is- fecho de haberse m ovido en una dirección co- rrecta, 
const ruct iva - - no, re-const ruct iva - - , que una m oldeable m ateria ha 
resist ido una m anipulación, anónim a, pero cóm plice, en tanto efecto de 
un oscuro conjunto de intereses recurrentes, oscuro objeto del deseo. 
Voluntad de sistem a / Voluntad de ruptura: Querer disfrutar lo 
inm ediato / Querer disfrutar lo de ot ra m anera. 
15. Era difícil para el Ciudadano M ( * ) sintonizar con la eufor ia que 
aquel día m ost raba Sabina. Tal vez porque Sabina siem pre fue un ser 
lábil, tanto com o seductor. O porque ese estado de ánim o le resultaba 
excesivam ente vulgar: cualquiera podía padecerlo, desapareciendo con 
la m ism a celer idad e im previsión que llegara. 
NÓMADAS. 3 | Enero- Junio.2 0 0 1 
Revista Crít ica de Ciencias Sociales y Jurídicas 
 
I SSN 1578-6730 | Depósito Legal: M-49227-2000 
 
 
Él, que había quem ado ya tantas banderas - - si bien guardaba una en 
secreto, cuyo tej ido el t iem po se había encargado de envejecer - - , no 
entendía cóm o se pudiera aún seguir tom ando part ido por algo o por 
alguien, ident ificándose con ese algo o asum iendo el r iesgo de 
responder por alguien. Y ut ilizando para ello - - tom ando com o disculpa 
una coyuntural celebración - - cierta com binación de colores y form as 
que los part idarios reproducían y agitaban, con fervor y em oción, con 
una profusión asom brosa. Y porque toda celebración im plica r iesgo, o es 
deport iva o no es celebración. 
Esas puntuales y grat ificantes rupturas en el t iem po, celebraciones 
r itualizadas, cuyo cerem onial se encargaban de hacer respetar los 
organizadores de celebraciones, son (pseudo)espacios de con-vivencia 
en libertad. Lo cot idiano, lo habitual, el t iem po histór ico, polít icam ente 
correcto, es de sobre-vivencia. Espacios de tolerancia vigilada, perm iten 
provisionalm ente esconder algo público, la re-presión perm it ida, y 
m ost rar la represión negada, lo oculto. 
Pero el Ciudadano M j am ás estuvo en estadio alguno, ni siquiera con 
una presencia vir tual. Y no poque los m edios no insist ieran lo suficiente 
para estar allí sin desplazarse. De canal en canal, saltaba de una a la 
m ism a im agen, por si alguna de las versiones hubiera olvidado el resto. 
Porque los restos, hablando de lo m ism o, es un deporte que no precisa 
de celebración alguna para que siga siendo el deporte m ás usual. 
El Ciudadano M j am ás iba a estar en estadios reconocibles, com o jam ás 
estuvo en Olim pia. Sencillam ente, porque no quería pertenecer alpart ido de Sabina. 
huellas de la palabra. Filosofía y Ciencias Sociales, Ed. Huerga & Fierro, 
Madrid 1998. ht tp: / / www.ucm .es/ info/ eurotheo/ palabra/

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