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LA PRIMAVERA, LA CANARICULTURA DE CANTO Y UNA “FÁBULA PERSONAL”
Atahualpa Fernandez[footnoteRef:1] [1: Membro do Ministério Público da União/MPU/MPT/Brasil (Fiscal/Public Prosecutor); Doutor (Ph.D.) Filosofía Jurídica, Moral y Política/ Universidad de Barcelona/España; Postdoctorado (Postdoctoral research) Teoría Social, Ética y Economia/ Universitat Pompeu Fabra/Barcelona/España; Mestre (LL.M.) Ciências Jurídico-civilísticas/Universidade de Coimbra/Portugal; Postdoctorado (Postdoctoral research)/Center for Evolutionary Psychology da University of California/Santa Barbara/USA; Postdoctorado (Postdoctoral research)/ Faculty of Law/CAU- Christian-Albrechts-Universität zu Kiel/Schleswig-Holstein/Deutschland; Postdoctorado (Postdoctoral research) Neurociencia Cognitiva/ Universitat de les Illes Balears-UIB/España; Especialista Direito Público/UFPa./Brasil; Profesor Honorífico (Associate Professor) e Investigador da Universitat de les Illes Balears, Cognición y Evolución Humana / Laboratório de Sistemática Humana/ Evocog. Grupo de Cognición y Evolución humana (Human Evolution and Cognition Group)/Unidad Asociada al IFISC (CSIC-UIB)/Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos/UIB/España;  Independent Investigator and Theoretician.] 
“Ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”. Mark Twain
La primavera está en el aire, ha llegado la nueva temporada de cría y, una vez más, mi mente mendeliana no deja de recordarme que los genes son el último grito. Dotado de la capacidad suficiente para aplicar y controlar la magia de la biología molecular a mis canarios, recurro a mi experiencia en genética para que las neuronas (o redes neuronales) de una parte del cerebro de mis nuevos canarios sean una copia (aunque aproximada y/o mejorada) del gen (o genes “transmitidos”) de sus padres. Esas neuronas, que controlan cada uno de los diminutos movimientos que se producen en el órgano vocal, fabricarán una cantidad anormalmente similar de proteína codificada por ese gen -o genes - paterno, una proteína que forma parte de un receptor de un neurotransmisor que desempeñará un papel esencialmente análogo en los procesos de aprendizaje, memoria y desarrollo del canto de mi nuevo canario. Imagino que al amable lector/a le parecerá algo difícil de conseguir, pero francamente no es para tanto.
Además, esto sí que es hacer ciencia con mayúscula: unos padres con canto extraordinario (porque lo dijo el cerebro sesgado de uno o algunos primates humanos – recordemos lo que nos dicen las neurociencias: que la irremediable distorsión intrínseca de la observación y la percepción humana es siempre subjetiva, selectiva y temporal), unas técnicas y métodos logrados por la certeza subjetiva adquirida de una larga práctica como criador, una cuidadosa selección y cruce de (súper) parejas con “buena genética”, unas rigurosas combinaciones y/o compensaciones arbitrarias según el tipo de canto de los padres, endogamia, exogamia, etc…etc. La suerte, el azar o lo que los biólogos evolutivos llaman procesos estocásticos resultan ser, en mi caso, de poco peso. 
Tampoco importa (i) que la inexorable relación entre genes y ambiente sea fundamental para explicar cualquier rasgo fenotípico futuro de mis nuevos canarios, (ii) que lo que hace que cada uno de mis pájaros sea un ser único en este mundo biológico deriva de una mezcla inigualable de genes y entorno, (iii) que la ilusoria manipulación controlada y selectiva de los genes sea algo tremendamente difícil (pero que forma parte del mundo de los sitios web y de los incontables consejos de los “expertos” en el tema[footnoteRef:2]), (iv) que manipular el ambiente puede ser algo bastante más sencillo (lo aprendimos muy bien en la época en que a nuestras madres no les gustaban los amigos con los que salíamos), o (v) que la singular combinación de rasgos que identifican a nuestros canarios, las características que le confieren un bueno/malo canto o que le dota de un determinado fenotipo se produjo no solo por efecto del entrecruzamiento aleatorio de atributos genéticos que tuvo lugar durante la meiosis, sino también como consecuencia de unas cuantas mutaciones sucedidas por azar y de la suerte de haber vencido en la gran carrera espermática que culminó en la fecundación.[footnoteRef:3] [2: Nota bene: En el ámbito de la canaricultura de canto goza de amplia difusión una creencia profundamente enraizada y muy extendida entre los criadores: la idea de que algo está “empíricamente probado”. Se trata poco menos que de un oxímoron. ¿Por qué? Porque a menudo la fe en lo “empíricamente probado”, para hacer frente a la realidad, (i) deja en un segundo plano el marco conceptual para la verificación de las relaciones causales que realmente incorpora la práctica de la canaricultura (teorías que nos digan qué preguntas hacer y cuáles no hacer, dónde mirar y dónde no molestarnos en mirar), (ii) no lleva a cabo experimentos en los que es posible aislar el factor causal de interés, controlando y manteniendo constantes todas las otras posibles causas, (iii) ignora que la repetición del proceso para cada una de las potenciales causas es lo que permite en la práctica identificar la estructura causal entre las variables, (iv) no presta atención a las contrapruebas, (v) genera hipótesis o “teorías” que no ofrecen la posibilidad de ser replicadas y refutadas, y, lo más relevante, (vi) tiene la mala costumbre de determinar que la primera prueba que nos topemos seguirá siendo la última palabra sobre la verdad. En resumen, lo que se suele llamar “conocimiento empírico” incluye una variedad de conjeturas basadas en prácticas, experiencias y creencias que no proporcionan y/o utilizan ningún método científico fiable, es decir, un sistema de juicios, percepciones, sesgos, medias verdades y técnicas inescrutables que se mantiene siempre en una región incierta, a menudo infalsable, inverificable, no informativa e incluso mística.] [3: Parafraseando a Richard Dawkins, ¿De dónde ha salido el mito (absolutamente sesgado y carente de todo fundamento o evidencia científica) de que son los genes de la hembra los que más influencia tiene en el canto de su descendencia o, mejor dicho, de que es la madre la que mayor información genética transmite o aporta al patrón hereditario del canto de sus hijos?] 
¿Por qué? Porque estoy investido de un conocimiento, una experiencia y una capacidad de percepción cósmica que me inmuniza ante los sesgos de «causalidad» (el sesgo de creer que hay una relación de causa-efecto, esto es, creer a menudo que existe una relación causal entre dos eventos que en realidad no existe) y de «control» (el sesgo que genera la fantasía de que tenemos poder sobre situaciones que, en realidad, no dominamos, es decir, la percepción errónea por la cual pensamos que tenemos el poder para determinar eventos que en realidad son fruto del azar). Eso es cosa de “novatos”.
Lo que realmente cuenta es que no solo confío en - y, por consiguiente, sobrevaloro - mis dotes como criador, sino porque también sé (“porque lo dijo Batman”) que se necesitan factores ambientales extremos y espectaculares para borrar la influencia determinante de los genes (o, mejor dicho, la inevitabilidad de los efectos genéticos). Y todo esto a mí no me parece nada retorcido. Si las pruebas futuras no muestran un efecto genético claro y determinístico, la conclusión es que las pruebas necesitan arreglos. Si algunas variables ambientales, demasiados sutiles para ser detectadas por mi concienzuda observación, pueden venir a desbaratar de forma clara los efectos de los “genes milagrosos” sobre el canto, entonces debe existir - ¡sorpresa, sorpresa! - una “mezcolanza indisoluble y misteriosa” del multifactorial.
Pero no me malinterpreten, ni sobrestimen lo mucho que critico el determinismo genético, las ideas y las explicaciones de la larga lista de “teorías vudús” propagada por los criadores «especialistas en todo y en nada que, sin dominar ninguna técnica científica, tienen la insolencia de atreverse a hablar de todolo divino y lo humano». La genética influye en la neurobiología, en el canto, en cada una de las facetas de la biología y, en algunos casos, lo hace de un modo extraordinario. 
Sin embargo, pese a su incuestionable importancia, los genes por sí solos no explican gran cosa ni tampoco determinan (con exclusividad) el canto de nuestros pájaros (lo importante, más bien, es cuáles y cuándo son leídos). El peligro es que nos dejemos llevar por nuestras certezas categóricas, egocéntricas fantasías y delirantes expectativas, cosa que les pasa incluso a algunos de los criadores supuestamente más tercos de la canaricultura de canto. 
Desde luego, no se trata de que este nuevo emperador de la genética esté desnudo y que nuestros canarios sean la suma de lo que no podemos controlar (detrás de cada canto, acción y experiencia hay una cadena de causas biológicas y ambientales que se extiende desde el instante en que surgen las neuronas hasta el momento de la muerte). Lo que ocurre es que, dentro de nuestro frenético y casi febril interés por los genes, vale la pena advertir que el emperador lleva menos adornos de los que normalmente se supone. 
Al ambiente, incluso a uno sutil, todavía le puede ir bastante bien en las interacciones biológicas que delimitan el destino neurobiológico del canto de nuestros canarios, dos mundos (interno y externo) dinámicos y completamente interdependientes.[footnoteRef:4] [4: Al fin y al cabo, dado que no tenemos forma de saber cuánto potencial genético no actualizado disponen cada uno de nuestros canarios y el talento para el canto no se desarrolla en el vacío (o desde la “nada”), la excelencia canora de nuestros Harzers no viene de la suma de los genes más ambiente sino de la interacción de los genes con el ambiente (una interacción en la que genes y ambiente “se mezclan y confunden entre sí con una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que los ha unido”- Montaigne). Además, es un tremendo absurdo pretender separar procesos interdependientes, como se hace en los discursos simplistas, en los que se opone la biología a la experiencia o la naturaleza al entorno. De hecho, son las experiencias las que modelan la activación de los genes, la estructura y el funcionamiento del cerebro de nuestros pájaros: la experiencia es biología, y negarse a aceptar esta evidencia empobrece el conocimiento científico de la realidad y hace que nos enredemos en discusiones absolutamente ridículas sobre las “causas” del canto.]

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