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CANARICULTURA DE CANTO: INTERACCIONISMO, FOXP2 Y EL SISTEMA DE DESARROLLO DEL CANTO 
 Atahualpa Fernandez[footnoteRef:1] [1: Membro do Ministério Público da União/MPU/MPT/Brasil (Fiscal/Public Prosecutor); Doutor (Ph.D.) Filosofía Jurídica, Moral y Política/ Universidad de Barcelona/España; Postdoctorado (Postdoctoral research) Teoría Social, Ética y Economia/ Universitat Pompeu Fabra/Barcelona/España; Mestre (LL.M.) Ciências Jurídico-civilísticas/Universidade de Coimbra/Portugal; Postdoctorado (Postdoctoral research)/Center for Evolutionary Psychology da University of California/Santa Barbara/USA; Postdoctorado (Postdoctoral research)/ Faculty of Law/CAU- Christian-Albrechts-Universität zu Kiel/Schleswig-Holstein/Deutschland; Postdoctorado (Postdoctoral research) Neurociencia Cognitiva/ Universitat de les Illes Balears-UIB/España; Especialista Direito Público/UFPa./Brasil; Profesor Honorífico (Associate Professor) e Investigador da Universitat de les Illes Balears, Cognición y Evolución Humana / Laboratório de Sistemática Humana/ Evocog. Grupo de Cognición y Evolución humana (Human Evolution and Cognition Group)/Unidad Asociada al IFISC (CSIC-UIB)/Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos/UIB/España;  Independent Investigator and Theoretician.
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“En comparación con lo que deberíamos saber, estamos apenas medio despiertos”. W. James
EL “GEN DEL CANTO”	
Desde que en los años 1950 Noam Chomsky reintrodujera la perspectiva innatista del lenguaje, algunos investigadores han dado por sentado que existen genes relacionados de forma exclusiva con el lenguaje. Sin embargo, solo recientemente se ha conseguido ligar la función de un gen específico al lenguaje. Este gen, designado FOXP2, fue identificado a raíz del estudio de una familia en la que algunos de sus miembros heredan un trastorno severo del habla y del lenguaje.
Una cuestión importante es que el gen FOXP2 también está presente en animales no humanos al menos tan alejados del animal humano en la filogénesis. Está en el cerebro de las aves cantoras, y se manifiesta principalmente en el área X del cuerpo estriado, parte del bucle de imitación vocal (una región clave del cerebro involucrada en el aprendizaje y control vocal). Parece que el FOXP2 tiene cierto papel en la plasticidad vocal, ya que, cuando el canto se torna inestable (antes de estereotiparse y cristalizarse), su manifestación es mayor en el área X. Las aves cuyos genes FOXP2 estaban inactivos (bloqueados) durante la fase de aprendizaje sensoriomotor del canto no pudieron imitar bien los cantos de los tutores, y los suyos eran anómalos. 
En algunas, los niveles de expresión de FOXP2 son más altos cuando se produce el mayor aprendizaje del canto: en nuestros canarios se ha observado que les afecta en los últimos meses del verano, cuando "remodelan" sus cantos. Los elevados niveles de FOXP2 encontrados en los periodos de plasticidad sugieren que este gen puede reprimir genes involucrados en la estabilidad neural del área X (es decir, produce cambios en la actividad de miles de otros genes), lo que es compatible con un papel en la vocalización aprendida. 
El hecho de que FOXP2 sea significativo tanto para el habla humana como para el canto de las aves, dos comportamientos muy similares, es muy interesante desde una perspectiva evolutiva. Lo que tienen en común es que este factor de transcripción actúa en circuitos neurales que son relevantes para la conversión de estímulos sensoriales (auditivos para humanos y aves) en acciones motoras (el habla en humanos y el canto en las aves). Los circuitos neurales centrales para todos estos comportamientos son los que se conocen como ganglios basales, que son homólogos en aves y humanos («Homólogo» en este contexto significa que estas estructuras parecen derivar de estructuras que ya existían en el ancestro común de aves y mamíferos hace 300 millones de años). 
Además, la forma y la función de los ganglios basales son sorprendentemente similares en aves y mamíferos. Una teoría, respaldada por muchos resultados empíricos, defiende que el aprendizaje sensoriomotor en este circuito depende de un sistema neuroquímico de recompensa (por ejemplo, la dopamina). Las pruebas experimentales en aves sugieren que FOXP2 y su red molecular asociada, incluyendo las otras dos proteínas expresadas neuronalmente, FOXP1 y FOXP4, interactúan con la señal de la dopamina y regulan la potencia de las conexiones concretas entre conjuntos determinados de neuronas, afinando la integración sensoriomotora.
Ahora bien; ¿Cantamos victoria ya? ¿Tienen razón los devotos del determinismo genético del canto (de “genes para”)? ¿Nos arrodillamos ante el altar de los genes y abrazamos el culto reduccionista de las inevitabilidades genéticas? 
Ni por asomo. Aunque el FOXP2 claramente esté implicado en la facultad que genera el canto, no es “el gen del canto” (no existe tal cosa). ¿Por qué? Porque el reduccionismo/determinismo genético es engañoso y nadie con los suficientes conocimientos de biología cree que los genes lo sean todo y el ambiente no importe nada (o poco). De hecho, nadie bien informado ha mantenido nunca una postura tan insensata. Hoy todos los investigadores se adhieren al consenso científico acerca de la interacción (azarosa) entre genes y ambiente para explicar cualquier rasgo fenotípico en cualquier organismo. 
Dicho de otro modo, la relación entre externo e interno, entre organismo y entorno, interviene de manera enérgica en la expresión de los genes, en la estructura y/o en la función del sistema nervioso y, por consiguiente, en la conformación del canto y la naturaleza de nuestros canarios.
EL INTERACCIONISMO
Pero la idea de que “los genes dictan, los genes mandan, los genes determinan” ha sido, durante mucho tiempo, la explicación comúnmente aceptada de cómo nuestros canarios se convierten en lo que son. En sus famosos experimentos con guisantes, Gregor Mendel demostró que rasgos básicos como la forma de las semillas y el color de las flores pasaban con fidelidad de una generación a la siguiente a través de “factores hereditarios” dominantes y recesivos (Mendel escribía antes de que fuera introducido el concepto “gen”). Después de ocho años y veintiocho mil plantas, Mendel había demostrado la existencia de los genes y parecía haber demostrado que los genes determinan por sí solos la esencia de los organismos. Tal fue la interpretación inequívoca de los genetistas de comienzos del siglo XX.
Esta noción sigue vigente para muchos. ¿De dónde sacó mi canario su sorprendente canto? ¿Cómo llegó a ser tan bueno? “Está en los genes”, decimos. El problema es que pocos advirtieron que a lo largo de las últimas dos décadas las ideas de Mendel han sido objeto de una actualización completa, al punto de que un importante grupo de científicos sostiene que es necesario hacer borrón y cuenta nueva, y definir una forma completamente nueva de entender los genes.
Esta nueva vanguardia está formada por un conjunto de genetistas, neurocientíficos, neurobiólogos, biólogos evolutivos, etólogos y otros especialistas, algunos de los cuales se autodenominan teóricos de los sistemas de desarrollo. David Shenk los llama “interaccionistas” debido a que hacen hincapié en la interacción dinámica entre los genes y el ambiente. 
Pero para entender el interaccionismo, lo primero y lo más sensato es olvidar todo los que creíamos saber acerca de la herencia. La arraigada concepción del gen como un agente causal simple es de una ligereza insalvable. Los genes no funcionan como unidades autónomas, como segmentos específicos de ADN que siempre producen el mismo efecto. El que un segmento concreto de ADN produzca o no algo, qué produce, dónde y cuándo lo produce depende tanto de otras secuencias de ADN como del ambiente. (E. Jablonka y M. Lamb)
Esto destruye por completo la inveterada fantasía de los genes como elementos provistos de elaboradas instrucciones predefinidas para el canto. Ahora podemos contar con una evidencia empírico-científicamás firme, robusta y consistente: «Los genes imponen lo que podríamos llamar las “reglas del juego” pero no el resultado final; son regulados (los genes) por todas las encarnaciones del entorno y no tienen sentido fuera del contexto del ambiente.»
Es decir, en lugar de ser elementos terminados, los genes son más parecidos a interruptores y botones de volumen. Otro gen o cualquier mínimo estímulo procedente del entorno puede encender o apagar, o subir o bajar, muchos de esos botones e interruptores. Y este encendido y apagado se produce constantemente. Empieza desde el momento en que nuestros canarios son concebidos y no se detiene hasta que lanzan su último aliento. En lugar de dar instrucciones inmodificables sobre cómo ha de expresarse el canto o un rasgo, este proceso de interacción entre genes y el entorno crea un recorrido de desarrollo único para cada canario concreto, a medida de las (azarosas) circunstancias únicas de cada pájaro: un sistema dinámico, un organismo en permanente construcción y dependencia con el mundo exterior.
Así que todo empieza con la interacción. No hay cimientos genéticos establecidos antes de que el entorno entre en acción (y el origen del Harzer es el mejor ejemplo); en lugar de ello, los genes se expresan en estricto acuerdo con su entorno. Todo lo que nuestro canario es, desde el primer momento de la cría, es el resultado de este proceso. No heredan rasgos directamente de sus genes. Por el contrario, desarrollan rasgos a través del proceso dinámico y permanente que es la acción recíproca entre los genes y el entorno: los genes regulan la forma de responder al ambiente, pero no deciden o determinan la configuración neurobiológica del canto de nuestros pájaros. Además, el ambiente no solo regula los genes, sino que también lo puede lograr causando efectos que duran entre días hasta toda la vida.[footnoteRef:2] [2: Por tanto, es absurdo separar procesos interdependientes, como se hace en los discursos simplistas, en los que se opone la biología a la experiencia o la naturaleza al entorno. De hecho, son las experiencias las que modelan la activación de los genes, la estructura y el funcionamiento del cerebro de nuestros pájaros: la experiencia es biología, y negarse a aceptar esta evidencia empobrece el conocimiento científico de la realidad y hace que nos enredemos en discusiones absolutamente ridículas sobre las “causas” del canto.] 
LOS GENES 
¿Qué es lo que realmente hacen los genes? ¿Qué papel tienen los genes a la hora de producir el canto de nuestros canarios? 
Sin pretender amargar la paciencia del amable lector/a con disquisiciones biológicas sobre el tema, empezaré diciendo que un gen, un segmento de ADN, no produce un canto, ni una emoción, ni siquiera un comportamiento fugaz. Los genes dirigen la producción de las proteínas. Un gen, una secuencia específica de ADN, codifica un tipo específico de proteína. Cada una de las células contiene una doble cadena de ADN completa, que a su vez contiene miles de genes individuales. Cada gen pone en marcha el proceso de ensamblar los aminoácidos para formar las proteínas. 
Las proteínas son macromoléculas especializadas que contribuyen a crear las células, transportar elementos vitales y poner en marcha las reacciones químicas necesarias. Hay muchos tipos diferentes de proteínas y son ellas las que proporcionan los elementos fundamentales de todo el cuerpo, desde la fibra muscular hasta el colágeno de los globos oculares, pasando por la hemoglobina. Nuestros canarios son, todos y cada uno, la suma de sus proteínas.
Los genes contienen las instrucciones para la producción de esas proteínas y dirigen el proceso de su elaboración. Sin embargo, los genes no son los únicos que influyen en el proceso de producción de las proteínas. Resulta que las mismas instrucciones genéticas están influenciadas por otros factores, es decir, los genes están activándose y desactivándose de forma constante en respuesta a los estímulos ambientales, la nutrición, las hormonas, los impulsos nerviosos y otros genes.
Esto explica cómo es que cada célula del cerebro de nuestros canarios, de sus plumas, de su siringe o de su corazón contiene todo su ADN y, no obstante, realiza una función muy especializada. Asimismo, explica cómo una diversidad genética mínima puede tener implicaciones amplísimas: nuestros canarios son distintos los unos de los otros no solo debido a sus relativamente escasas diferencias genéticas, sino también porque cada momento de sus vidas influye de forma activa en la expresión de sus genes. 
Imaginemos por un momento un concurso de preparación de pasteles. Un centenar de cocineros puede empezar con casi los mismos ingredientes y, no obstante, producir pasteles muy distintos entre sí. Aunque la existencia de ligeras diferencias entre los ingredientes iniciales garantiza que habrá diferencias entre los pasteles finales, no determina cuáles serán esas diferencias. Las diferencias entre los productos definitivos surgen del proceso. El desarrollo es químico y el producto final no puede simplemente reducirse a sus ingredientes (P. Bateson).
 Y el canto de nuestros canarios, para que nos entendamos, no es una “cosa”; es un proceso, un proceso que integra a elementos distintos en una totalidad funcional. 
EL “POTENCIAL NO ACTUALIZADO”
De forma similar, la mera presencia de cierto gen no se traduce de forma automática en la producción de un tipo o cantidad específica de proteínas. Para poder empezar a producir proteínas cada gen tiene antes que ser activado (encenderse o expresarse). Por si fuera poco, se ha descubierto que algunos genes son versátiles; en algunos casos, exactamente el mismo gen puede producir proteínas diferentes dependiendo de cómo y cuándo se active.
Sin duda que algunas de esas proteínas (que incluyen algunas hormonas y neurotransmisores, los receptores que reciben los mensajes de las hormonas y de los neurotransmisores, las enzimas que sintetizan y degradan esos mensajeros, muchos de los mensajeros intracelulares disparados por esas hormonas, etc…etc.) sí tienen mucho que ver con el canto y son vitales para que el cerebro de nuestros canarios pueda hacer su trabajo. Pero lo importante es que resulta extremadamente raro que cosas como las hormonas y los neurotransmisores provoquen un canto. En su lugar, provocan ciertas tendencias de respuesta al ambiente. En consecuencia, podemos hablar de tendencias, instintos, predisposiciones, sesgos genéticos, etc., pero nunca de determinismo o inevitabilidades genéticas del canto.
Todo eso significa que, por sí solos, la mayoría de los genes no pueden dar lugar directamente a la aparición de rasgos específicos. Los genes participan de manera activa en el proceso de desarrollo y están diseñados para ser flexibles. En lugar de determinar en qué se convierten nuestros pájaros, los genes son actores en un proceso dinámico. Los factores externos modulan la expresión genética. La “herencia” se manifiesta a través de muchas formas diferentes mediante circunstancias modificables. 
Sobra decir (i) que eso no implica que no existan entre nuestros canarios importantes diferencias genéticas que se traducen en ventajas y desventajas (por supuesto que existen, y esas diferencias tienen consecuencias profundas en el canto, pero, para que nos “toque la lotería”, es necesario que se dé la combinación adecuada entre genes y ambiente; (ii) que los mecanismos genéticos relacionados con los patrones de actividad de su cerebro, la estructura y funcionamiento de su arquitectura neuronal afectan el aprendizaje e imponen constricciones fuertes para la percepción, almacenamiento y transmisión discriminatoria del canto, limitando las variaciones posibles (es decir, la singularísima dotación genética y neurogenética que poseen cada uno de nuestros canarios influye en lo que son, en lo que pueden llegar a ser y en lo que pueden aprender y hacer, aunque no lo determine). 
En resumen:
(I) los genes, pese a su incuestionable importancia, por sí solos no explican gran cosa ni tampoco determinan (conexclusividad) el canto de nuestros canarios (lo importante es cuáles y cuándo son leídos); 
(II) la indisociable e insondable complejidad de las interacciones entre genes, cerebro y entorno implica que estamos muy lejos de comprender y dominar cómo acabará siendo el canto de nuestros canarios; 
(III) genes y ambiente están tan imbricados que ni siquiera sabemos dónde empieza uno y acaba el otro; 
(IV) nuestros canarios, como organismos, son fundamentalmente procesos, el resultado de un desarrollo en el que intervienen genes y ambiente: no todo está determinado en los genes y el resultado final es siempre variable, impredecible e incontrolable.
Así las cosas, cualquiera que pretenda describir los genes como manuales de instrucciones pasivos (determinísticos y/o inflexibles), negando la interacción con el entorno en un proceso dinámico y permanente que modela y pule de forma continua nuestros canarios, en realidad está minimizando el poder del diseño genético, la complejidad, la belleza y el “potencial no actualizado” de su canto.[footnoteRef:3] [3: Dado que no tenemos forma de saber cuánto potencial genético no actualizado disponen cada uno de nuestros canarios y el talento para el canto no se desarrolla en el vacío (o desde la “nada”), la excelencia canora de nuestros Harzers no viene de la suma de los genes más ambiente sino de la interacción de los genes con el ambiente. Parafraseando a Montaigne, una interacción en la que genes y ambiente “se mezclan y confunden entre sí con una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que los ha unido”.] 
Pero lo que no podemos olvidar, incluido los que sufren de ceguera selectiva (la voluntad de no saber) o del llamado “síndrome de bajo rendimiento crónico” (que en mis tiempos solía llamarse estupidez), es que lo que el conocimiento sobre los genes continúa enseñándonos es que tenemos mucha más responsabilidad de lo que creemos en intentar crear ambientes que interaccionen de forma benigna con los genes de nuestros pequeños alados.

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