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CANARICULTURA_DE_CANTO_Y_EL_MITO_DE_LA_B

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CANARICULTURA DE CANTO Y EL MITO DE LA “BUENA GENÉTICA” 
Atahualpa Fernandez[footnoteRef:1] [1: Membro do Ministério Público da União/MPU/MPT/Brasil (Fiscal/Public Prosecutor); Doutor (Ph.D.) Filosofía Jurídica, Moral y Política/ Universidad de Barcelona/España; Postdoctorado (Postdoctoral research) Teoría Social, Ética y Economia/ Universitat Pompeu Fabra/Barcelona/España; Mestre (LL.M.) Ciências Jurídico-civilísticas/Universidade de Coimbra/Portugal; Postdoctorado (Postdoctoral research)/Center for Evolutionary Psychology da University of California/Santa Barbara/USA; Postdoctorado (Postdoctoral research)/ Faculty of Law/CAU- Christian-Albrechts-Universität zu Kiel/Schleswig-Holstein/Deutschland; Postdoctorado (Postdoctoral research) Neurociencia Cognitiva/ Universitat de les Illes Balears-UIB/España; Especialista Direito Público/UFPa./Brasil; Profesor Honorífico (Associate Professor) e Investigador da Universitat de les Illes Balears, Cognición y Evolución Humana / Laboratório de Sistemática Humana/ Evocog. Grupo de Cognición y Evolución humana (Human Evolution and Cognition Group)/Unidad Asociada al IFISC (CSIC-UIB)/Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos/UIB/España;  Independent Investigator and Theoretician.] 
“¿De dónde ha salido el mito de la inevitabilidad de los efectos genéticos?”. Richard Dawkins
Una de mis metáforas preferidas sobre la canaricultura de canto es el chiste de dos amigos que salen de un bar totalmente borrachos a altas horas de la madrugada.
«-Se me acaba de ocurrir una idea genial -dice uno-. ¿Por qué no criamos canarios de canto campeones con “buena genética”?
-Qué bueno -responde el otro-. Pero ¿y si nos va mal?
-Si nos va mal vendemos a los “novatos”.»
¿Qué significa “buena genética”? ¿Por qué moralizamos (buena/mala) cosas que son neutras moralmente? ¿Acaso no sabemos que la genética no es buena o mala, caprichosa o compasiva, justa o injusta, sino que simplemente “ES” (es CIENCIA y la ciencia no nos puede decir lo que está bien y lo que está mal)? ¿Tan difícil es aceptar el hecho de que cuando un tema científico se moraliza, el proceso científico queda herido de muerte?
Pero supongamos, por mero diletantismo, que sí hay “genes buenos” y “genes malos”. ¿A qué gen o genes (bueno o malo) el amable lector/a, como experimentado criador, atribuiría el carácter heredable del canto (o acaso hablamos - sine sensu - de genes “in abstracto”)? ¿Cómo asignar a un gen, a una secuencia de nucleótidos, un carácter fenotípico concreto (bueno o malo)? Esta situación nos pone ante un problema mayor. Si el gen (bueno o malo) es el agente causal exclusivo del canto, en qué entidad física deberemos localizarlo: ¿En la secuencia del ADN o en la del ARN?; ¿En la transcripción o en el ARN maduro?; ¿En las simples secuencias o en combinaciones de secuencias transcriptoras con sus correspondientes secuencias reguladoras? ¿O acaso hay que localizarlo en una pluralidad de secuencias (también buenas o malas) que se codeterminan mutuamente, que dependen de factores ambientales y cuyas relaciones no son estables en el tiempo?... 
Asimismo: ¿Bueno o malo para quién, para nosotros, para el grupo a que pertenecemos o para todos?; ¿Qué es (o quién nos enseña que es) un gen bueno y qué es (o quién nos enseña que es) un gen malo?; si la acción de los genes depende de otros múltiples factores internos y externos cuya complejidad no conocemos, ¿cómo definir o predecir lo bueno y lo malo en un gen concreto de la forma más objetiva, robusta e informativa posible?[footnoteRef:2]; ¿Podemos garantizar y probar, de forma categórica, la objetividad de nuestras (subjetivas) percepciones auditivas y/o de nuestras generalizaciones inductivas (“gen bueno” X “gen malo”) con solo escuchar el canto de nuestros pájaros? Si no somos capaces de responder a estas preguntas, entonces el concepto de gen que utilizamos para justificar nuestra práctica y/o la idea de la inevitabilidad de los efectos genéticos de la que tanto nos gusta alardear se hallan hoy más indeterminados, oscuros y engañosos que nunca. [2: El criterio de informatividad tiene su correlato en la ciencia positiva. Una teoría es ceteris paribus tanto mejor cuanto más informativa, es decir, cuantos más mundos posibles excluya. Esto significa que una teoría es tanto más informativa cuantos más mundos posibles sean incompatibles con ella. La informatividad de una teoría positiva suele asociarse con su capacidad predictiva: la teoría positiva más informativa de que disponemos hoy es la electrodinámica cuántica, capaz de hacer predicciones con una exactitud de hasta once decimales [que es, más o menos, como predecir la distancia entre Los Ángeles y Nueva York con un margen de error del diámetro de un pelo humano (R. Feynman)]. En el caso que nos ocupa, una teoría (método de cría, selección de parejas, etc.) acerca de la “buena genética” es tanto más informativa cuantos más mundos genéticamente posibles excluye como “malos” y/o indeseables. En el límite, cumpliría óptimamente con este desideratum una teoría que, de un conjunto infinito de genes reputados posibles por ella, seleccionara como “bueno” y deseable solo uno de esos genes, y excluyera a todos los demás. En el extremo opuesto estarían las «teorías» compatibles con todo o con casi todo (suerte, probabilidad, acaso, experiencia, especulación, “acto de fe”, “genes buenos”, “genes malos”…), esto es, las «teorías» poco o nada informativas, que serían incapaces de controlar y seleccionar, entre todos los genes posibles, únicamente las parejas dotadas de solo uno de esos genes acreditado como “bueno” y deseable (y excluyera a todos los demás); serían «teorías» que se conformarían si no con cualquier cosa, con demasiadas.] 
Resulta impresionante lo mucho que ignoramos las causas y los factores (genéticos y ambientales) que influyen en el canto de nuestros canarios. Sin embargo, no es esa la impresión que tenemos y/o la que damos los criadores. Antes al contrario, actuamos como si supiéramos exactamente lo que estamos haciendo y por qué. Eso es confabulación: elaborar un conjunto de conjeturas a fin de hallar las explicaciones más verosímiles acerca del canto de nuestros canarios para después considerar que dichas conjeturas son, en realidad, certezas introspectivas. 
También es “genética vudú”: tratar o valorar como “bueno” o “malo” fenómenos neutros que no son fáciles de entender y aplicar, es decir, intentar convencerse y/o justificar la influencia de un gran número de factores (neuro) genéticos-ambientales del canto (o la utilidad que pueden tener lo que hoy se denomina de puntuaciones poligénicas) de los que no somos siquiera conscientes. En ocasiones, dicho sea de paso, los métodos y las explicaciones que proporcionamos sobre cómo la biología determina el canto poseen todas las características de un absoluto conocimiento y vasta experiencia (¡sorpresa, sorpresa!: “empíricamente probada”[footnoteRef:3]), y desde luego lo que nunca consiguen es ser completas, informativas, objetivas y/o consistentes. [3: Nota bene: En el ámbito de la canaricultura de canto goza de amplia difusión una creencia profundamente enraizada y muy extendida entre los criadores: la idea de que algo está “empíricamente probado” (con demasiada frecuencia basada en la falacia del “argumento de autoridad”: “Porque lo dijo Batman”). Se trata poco menos que de un oxímoron. ¿Por qué? Porque a menudo la fe en lo “empíricamente probado”, para hacer frente a la realidad, (i) deja en un segundo plano el marco conceptual para la verificación de las relaciones causales que realmente incorpora la práctica de la canaricultura (teorías que nos digan qué preguntas hacer y cuáles no hacer, dónde mirar y dónde no molestarnos en mirar), (ii) no lleva a cabo experimentos en los que es posible aislar el factor causal de interés, controlando y manteniendo constantes todas las otras posibles causas, (iii) ignora que la repetición del proceso para cada una de las potenciales causas es lo que permite en la práctica identificar laestructura causal entre las variables, (iv) no presta atención a las contrapruebas, (v) genera hipótesis o “teorías” que no ofrecen la posibilidad de ser replicadas y refutadas, y, lo más relevante, (vi) tiene la mala costumbre de determinar que la primera prueba que nos topemos seguirá siendo la última palabra sobre la verdad. En resumen, lo que se suele llamar “conocimiento empírico” incluye una variedad de conjeturas basadas en prácticas, experiencias y creencias que no proporcionan y/o utilizan ningún método científico fiable, es decir, un sistema de juicios, percepciones, sesgos, medias verdades y técnicas inescrutables que se mantiene siempre en una región incierta, a menudo infalsable, inverificable, no informativa e incluso mística.] 
Ahora bien; si buscamos la realidad, seamos realistas: hacer cruce de parejas con padres con canto extraordinario (porque lo dijo el cerebro sesgado de uno o algunos primates humanos: recordemos lo que nos dicen las neurociencias: que la irremediable distorsión intrínseca de la observación y la percepción humana es siempre subjetiva, selectiva y temporal) no nos hace expertos en biología molecular ni tampoco certifica nuestros profundos conocimientos (neuro) genéticos.
¿Somos tan arrogantes como para pensar que ahora, precisamente ahora, sabemos exactamente lo que hacemos y lo estamos haciendo todo bien? ¿De verdad nos consideramos dotados de los recursos cognitivos suficientes y necesarios para manejar la magia de la biología molecular y/o emplear nuestros profundos conocimientos (neuro) genéticos para entender y generar (a partir de nuestra experiencia con los cruces de canarios extraordinarios) neuronas (o redes neuronales) en algún punto del cerebro de nuestros nuevos canarios para que sean una copia (aunque aproximada y/o mejorada) del gen (o genes transmitidos) de sus padres (neuronas que controlan cada uno de los diminutos movimientos que se producen en el órgano vocal y que fabricarán una cantidad anormalmente similar de proteína codificada por ese gen -o genes- paterno, una proteína que forma parte de un receptor de un neurotransmisor que desempeñará un papel esencialmente análogo en los procesos de aprendizaje, memoria y desarrollo del canto de nuestro nuevo canario)? La respuesta más sincera y decente disponible dice que no. Pero ¿sabemos al menos qué es lo que realmente hacen los genes? o ¿qué papel tienen los genes a la hora de producir el canto de nuestros canarios? Repetir la negativa sería tremendo.
Lo cierto es que todo el maniqueísmo con que intentamos explicar la “causa” genética (“buena genética” X “mala genética”) del canto de nuestros canarios parece producir una especie de ceguera selectiva (la voluntad de no saber), de suspensión deliberada de la incredulidad y/o de autoengaño neurótico que entorpece la importancia, la complejidad y el conocimiento acerca del papel que tienen los genes y el entorno en el canto de nuestros pequeños alados, además de generar un modelo de mente cerrada, combinada con perjudiciales sesgos cognitivos, graves falacias, fabulaciones y un tipo de razonamiento que no convence a nadie, ni siquiera a un niño. 
Veamos por partes el “por qué” no tiene sentido creer que los genes (buenos o malos) controlan la naturaleza, ya que el entorno y la genética interactúan constantemente y dependen el uno del otro. Sin pretender amargar la paciencia del amable lector/a con disquisiciones biológicas sobre el tema, empezaré diciendo (i) que lo que está escrito en los genes, esa secuencia de bases nitrogenadas (adenina, timina, citosina y guanina) que compone el ADN, no tiene per se un impacto tan decisivo y exclusivo en el canto, (ii) que no es solo importante lo que está escrito en los genes, sino también que resulta determinante el “cómo” se transcribe la información contenida en los genes y, lo más destacable, (ii) que pretender que un gen “decide”, como un agente autónomo, lo que es “bueno” o “malo” o cuándo ha de ser transcrito es como decir que una receta decide si un pastel es “bueno o malo” o cuándo se ha de hornear.
Además, existen pruebas fehacientes de que genes y ambiente están tan imbricados que ni siquiera sabemos dónde empieza uno y acaba el otro. Pero lo primero que hay que tener en cuenta es que un gen, un segmento de ADN, no produce un canto, ni una emoción, ni siquiera un comportamiento fugaz. Los genes dirigen la producción de las proteínas. Un gen, una secuencia específica de ADN, codifica un tipo específico de proteína. Cada una de las células contiene una doble cadena de ADN completa, que a su vez contiene miles de genes individuales. Cada gen pone en marcha el proceso de ensamblar los aminoácidos para formar las proteínas. 
Las proteínas son macromoléculas especializadas que contribuyen a crear las células, transportar elementos vitales y poner en marcha las reacciones químicas necesarias. Hay muchos tipos diferentes de proteínas y son ellas las que proporcionan los elementos fundamentales de todo el cuerpo, desde la fibra muscular hasta el colágeno de los globos oculares, pasando por la hemoglobina. Nuestros canarios son, todos y cada uno, la suma de sus proteínas.
Así que los genes contienen las instrucciones para la producción de esas proteínas, dirigen el proceso de su elaboración y son regulados en formas muy diferentes y complejas. Sin embargo, los genes no son los únicos que influyen en el proceso de producción de las proteínas. Resulta que las mismas instrucciones genéticas están influenciadas por otros factores, esto es, los genes están activándose y desactivándose de forma constante en respuesta a los estímulos ambientales, la nutrición, las hormonas, los impulsos nerviosos y otros genes.
Esto explica cómo es que cada célula del cerebro de nuestros canarios, de sus plumas, de su siringe o de su corazón contiene todo su ADN y, no obstante, realiza una función muy especializada. También explica cómo una diversidad genética mínima puede tener implicaciones amplísimas: nuestros canarios son distintos los unos de los otros no solo debido a sus relativamente escasas diferencias genéticas, sino también porque cada momento de sus vidas influye de forma activa en la expresión de sus genes. Es decir, la contribución genética a la canción de un pájaro depende de los detalles de la experiencia de ese pájaro, una demostración sorprendente de que la heredabilidad para comportamientos complejos como el canto no es fija, como suele suponerse, sino que puede variar dramáticamente dependiendo de la experiencia de cada individuo.
Ahora la cosa se complica.
De forma similar, la mera presencia de cierto gen no se traduce de forma automática en la producción de un tipo o cantidad específica de proteínas. Para poder empezar a producir proteínas cada gen tiene antes que ser activado (encenderse o expresarse). Por si fuera poco, se ha descubierto que algunos genes son versátiles; en algunos casos, exactamente el mismo gen puede producir proteínas diferentes dependiendo de cómo y cuándo se active.
Sin duda – como he dicho en otra ocasión - que algunas de esas proteínas (que incluyen algunas hormonas y neurotransmisores, los receptores que reciben los mensajes de las hormonas y de los neurotransmisores, las enzimas que sintetizan y degradan esos mensajeros, muchos de los mensajeros intracelulares disparados por esas hormonas, etc…etc.) sí tienen mucho que ver con el canto y son vitales para que el cerebro de nuestros canarios pueda hacer su trabajo. Pero lo importante es que resulta extremadamente raro que cosas como las hormonas y los neurotransmisores provoquen el canto. En su lugar, provocan ciertas tendencias de respuesta al ambiente. En consecuencia, podemos hablar de tendencias, instintos, predisposiciones, sesgos genéticos, etc., pero nunca de determinismo o inevitabilidades genéticas del canto, o sea, que los genes (“buenos” o “malos”) deciden el destino neurobiológico del canto de nuestros Harzers.
Todo eso significa que, por sí solos, la mayoría de los genes no pueden dar lugar directamente a la apariciónde rasgos específicos. Los genes participan de manera activa en el proceso de desarrollo y están diseñados para ser flexibles, para responder y ajustarse a las demandas cambiantes del ambiente. En lugar de determinar en qué se convierten nuestros pájaros, los genes son actores en un proceso dinámico, interactivo e imprevisible: imponen lo que podríamos llamar las “reglas del juego” pero no el resultado final. Los factores externos modulan la expresión génica y la “herencia” se manifiesta a través de muchas formas diferentes mediante circunstancias modificables. Dicho de otro modo, toda la experiencia vivida por nuestros canarios, una serie de ingredientes heterogéneos procedentes de la relación entre externo e interno, entre organismo y ambiente, influye de forma activa en la expresión de sus genes, en la estructura y/o función de su sistema nervioso y, por ende, en el destino de su canto y de su existencia. 
 Sobra decir (i) que eso no implica que no existan entre nuestros canarios importantes diferencias genéticas que se traducen en ventajas y desventajas (por supuesto que existen, y esas diferencias tienen consecuencias profundas en el canto), y (ii) que los mecanismos genéticos relacionados con los patrones de actividad de su cerebro, la estructura y funcionamiento de su arquitectura neuronal afectan el aprendizaje e imponen constricciones fuertes para la percepción, almacenamiento y transmisión discriminatoria del canto, limitando las variaciones posibles (es decir, la singularísima dotación genética y neurogenética que poseen cada uno de nuestros canarios influye en lo que son, en lo que pueden llegar a ser y en lo que pueden aprender y hacer, aunque no lo determine). 
En resumen, preguntarse si un comportamiento está determinado por los genes o por el ambiente carece de todo sentido, ya que todos los comportamientos de los seres vivos resultan de la interacción de la información de los genes almacenada en el organismo en desarrollo y de las propiedades del medio ambiente en el que este desarrollo se lleva a cabo. Pensar en los genes como planes rígidos que determinan el desarrollo del canto (bueno o malo) es de una ligereza infantil sin límites: “los genes explican los potenciales y las probabilidades, pero no el destino”. (R. Sapolsky)
Voy a decirlo rápido para que nadie se lleve a engaño: la “buena genética” de nuestros pájaros es 100% genes y 100% ambiente.
Por consiguiente, es un tremendo absurdo pretender separar procesos interdependientes, como se hace en los discursos simplistas, en los que se opone la biología a la experiencia o la naturaleza al entorno. Son las experiencias las que modelan la activación de los genes, la estructura y el funcionamiento del cerebro de nuestros pájaros: la experiencia es biología, y negarse a aceptar esta evidencia empobrece el conocimiento científico de la realidad y hace que nos enredemos en discusiones absolutamente ridículas sobre las causas del canto.[footnoteRef:4] [4: Al fin y al cabo, dado que no tenemos forma de saber cuánto potencial genético no actualizado disponen cada uno de nuestros canarios y el talento para el canto no se desarrolla en el vacío (o desde la “nada”), la excelencia canora de nuestros Harzers no viene de la suma de los genes más ambiente sino de la interacción de los genes con el ambiente. Parafraseando a Montaigne, una interacción en la que genes y ambiente “se mezclan y confunden entre sí con una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que los ha unido”.] 
Y cualquiera que pretenda describir los genes como manuales de instrucciones pasivos, determinísticos, inflexibles (buenos o malos) y controlables mediante el cruce de (súper) parejas con “buena genética”, no solo está confabulando sino también depreciando el poder y la evidencia de un nuevo paradigma que supera la dicotomía genética/ambiente y, lo que es aún peor, minimizando «ad absurdum et ad nauseam» la relevancia y la belleza de la complejidad de la realidad. Pero tampoco hay que pensar demasiado en ello porque, al fin y al cabo, cada uno se engaña como quiere. 
Después de todo, como decía Mark Twain, “ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”.

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