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Cristina Gil psicopato 2 tema 19

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Psicopatología 14/15 Cristina Gil 
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19. EL RETRASO MENTAL 
1. INTRODUCCIÓN 
El estudio de esta alteración representa más que ninguna otra un acercamiento interdisciplinar, debido a 
las necesidades a nivel de conceptualización y clasificación, de intervención psicosocial o educativa, y de 
creación de actitudes favorables de la sociedad. Es un término que ha sufrido distintas variaciones 
terminológicas y que para comprenderlo hay que apelar a áreas muy dispares, como la bioquímica, 
sociología, jurisprudencia y hasta la ética personal y social. 
 
2. LÍNEAS HISTÓRICO-RACIONALES Y MARCO GENERAL 
Existen datos de descripciones de lo que hoy entendemos por retraso mental desde la Grecia clásica, pero 
su diferenciación con la demencia se hizo de forma clara bien entrado el siglo XIX. Aunque con la llegada 
del cristianismo mejoró un poco las actitudes de ayuda y protección, eran normales las conductas de 
abandono y mortalidad entre los afectados. Con la llegada de la sociedad industrial y el desarrollo de las 
ciencias médicas, se modificó bastante la filosofía de base respecto a la población de retrasados mentales, 
cambios que han seguido presentes hasta nuestros días sin que haya aún un consenso total en las formas 
de entender, ordenar y tratar a este grupo. Las múltiples modificaciones respecto a la forma de entender la 
alteración se han producido en gran parte por presiones sociales “externas” al desarrollo de conocimientos 
científicos. Fundamentalmente, los cambios en la conceptualización y en el tratamiento han reflejado 
cambios en el talante ético de la sociedad, que han ido aparejados con el desarrollo del estado económico 
y/o de la capacidad productiva. 
El primer análisis de la alteración fue hecho desde la psiquiatría y la diferenció de la demencia. Se les llamó 
desde “idiocia” hasta “niños excepcionales” o “con necesidades especiales”, hasta llegar al término de 
retraso mental. Los primeros tratamientos eran similares a los del grupo de psicosis crónicas; con la 
identificación temprana del retraso mental se crearon centros “específicos” y la especialidad de educación 
en un intento de promover intervención psicoeducativa. El movimiento antiinstitucionalización, apoyado 
en la desegregación y la integración, llevó a la incorporación del niño retrasado mental al sistema de 
educación normal (fase actual en nuestro país). Este movimiento de “normalización” ha sido analizado ya 
en algunos países como en EEUU y han apuntado modificaciones encaminadas a la vuelta a la 
“especialización” de los ambientes tratamientos y formas de afrontarlo. 
Para definirlo y encontrar modelos teóricos justificativos y cauces de intervención, se dan dos diferencias 
respecto a otros trastornos: 
1) el principal protagonismo en Occidente ha sido desempeñado por la AAMR (asociación americana sobre 
el retraso mental) que fue fundada por padres de retrasados en 1876 y que ha promovido desde 
propuestas de tratamiento y leyes hasta la terminología esencial. La OMS y la APA han aceptado sus 
propuestas, incluyéndolas en los sistemas de clasificación CIE y DSM respectivamente. La última edición del 
manual de terminología del AAMR es posterior a las ediciones vigentes de estos sistemas, por lo que la CIE-
10 y el DSM-IV-TR siguen las líneas del penúltimo manual de la AAMR (octava edición). 
 
 
 
 
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3. DEFINICIÓN, EVALUACIÓN Y CLASIFICACIÓN 
A. Las clasificaciones sintomatológicas más comunes: CIE y DSM 
Para la CIE-10, de la OMS, después de insistir en la necesidad de tomar en consideración un enfoque 
multiaxial, el retraso mental se define por “la presencia de un desarrollo mental incompleto o detenido, 
caracterizado principalmente por el deterioro de las funciones concretas de cada época del desarrollo y 
que contribuyen al nivel global de la inteligencia, tales como las funciones cognoscitivas, las del lenguaje, 
las motrices y la socialización”. Consideran que el retraso mental puede ir acompañado de cualquier otro 
tipo de problema somático o mental. Llama la atención, además, que “las dificultades de comunicación con 
estos enfermos hace necesario, para efectuar el diagnostico, confiar más de lo habitual en los síntomas 
objetivos”. 
Se da una importancia considerable a la “inteligencia” entendida como rendimiento de prácticamente todo 
el funcionamiento psicológico y motriz humano: funciones cognitivas, de lenguaje, de socialización y 
motrices. Se señalan los test de CI como una estimación posible y nombra la existencia de escalas de 
adaptación y madurez social. 
El DSM-IV-TR comparte con el DSM-III y el DSM-III-R similares características a nivel definicional: 
A) Capacidad intelectual significativamente por debajo de la media respecto al promedio general: CI de 70 
o menos cuando se administran test individuales (en el caso de niños, un juicio clínico en el que se exprese 
un funcionamiento intelectual por debajo significativamente de la media); B) Déficit o deterioros 
concurrentes de la conducta adaptativa actual, teniendo en cuenta la edad de la persona o su grupo 
cultural de referencia, en dos áreas al menos de las siguientes: comunicación, cuidado personal, 
habilidades sociales/interpersonales, utilización de los recursos de la comunidad, autodirección, 
habilidades funcional-académicas, trabajo, distracción, salud y seguridad, y C) Inicio antes de los 18 años. 
Se acepta también la posible presencia de otros trastornos asociados. 
Se entiende que es una psicopatología duradera y que exige apoyos sociales. Se clasifica en función del 
grado de gravedad, empleando como criterio el nivel de CI que se obtenga al que se añade una quinta 
categoría cuando ha sido imposible el pase individual de pruebas tipificadas de inteligencia: 
DENOMINACIÓN 
 
RANGO DE CI 
 
% INCIDENCIA SOBRE TOTAL DE 
RETRASO MENTAL (APROX.) 
Ligero 
Medio 
Grave 
Profundo 
50/55-70 
35-49 
20-34 
menos de 20 
80 
12 
7 
1 
En la CIE-10 se añaden: 
- Otro retraso mental 
- Retraso mental sin especificación 
En el DSM-IV-TR: 
- Retraso mental sin especificación 
 
B. Unas notas acerca de los tests individuales de inteligencia y el CI 
En ambas definiciones presentadas se apela, junto al CI, a la necesaria experiencia del evaluador en los test 
y en retraso mental para que dichas evaluaciones se tomen en consideración. En inicio el CI era el 
resultado de dividir la edad cronológica por la edad mental y multiplicar por 100 el resultado. En la 
actualidad ningún test de CI usa ese método tan directo, con el fin de lograr mayor precisión y validez. 
Binet en el primer test de inteligencia se refería a la edad mental como el “rendimiento típico” de los niños 
que tenían una edad cronológica dada, de forma que a medida que el niño crecía también lo hacía en 
eficacia comportamental en distintas operaciones básicas: compresión, invención, dirección del 
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pensamiento y la censura previa del producto mental eran los grandes grupos. Stern fue quién introdujo un 
indicador cuantitativo con la fórmula: (edad cronológica/edad mental) *100. Así en un desarrollo 
equilibrado y adecuado el resultado sería 1, convertido a 100 al multiplicarlo. Si el niño tenía una evolución 
mental “superior” a la cronológica se daba un desfase hacia arriba; y en cambio el cociente sería menor de 
100 si la edad mental es inferior a la cronológica y ello era indicador de “retraso intelectual”. 
Para que la significación funcional de las edades fuese equiparable la distribución de puntuaciones 
deberían ser homogéneas y/o equiparables, así como la media y desviación típica. Pero los datos no 
cumplían este requisito, por lo que se elaboró una escala “transformada” ganando en equiparabilidad, 
pero el CI ya no se obtiene mediante una simple división: debe ser corregido con coeficientes de 
adecuación. Es más adecuado denominarlo “coeficiente intelectual”o “cociente intelectual desviación” y 
no “cociente intelectual” como se hacía al principio. 
Los ítems que forman los test de inteligencia individuales son variados, suponiendo la existencia de 
procesos intelectuales distintos entre sí, que covarian positivamente dentro de cada edad, que presentan 
cierta continuidad entre edades y que se supone que, en cada edad, “representan” lo más esencial y 
característico del funcionamiento de la inteligencia. Estos supuestos no tienen justificación empírica: la 
media de los coeficientes de correlación entre los elementos definitorios de edades mentales entre 3 y 12 
años tienden a ser muy bajos entre sí, y en algunas ocasiones negativos. 
Los propios creadores de los test de CI advierten en manuales posteriores que sus pruebas no deberían ser 
utilizadas para el diagnóstico de retraso mental puesto que no se usaron muestras tipificadas de esta 
población. También se acusa a los test de estar constituidos por excesivos elementos correspondientes a 
actividades escolares, de forma que el cociente intelectual sería equiparable a rendimiento escolar. Hay 
cercanía entre el contenido de los ítems y contenidos académicos, por tanto es arriesgado realizar 
inferencias sobre el CI obtenido en poblaciones con problemas de desarrollo cultural. En todo caso la 
aplicación e interpretación de los CI debe ser muy cuidadosa. En el caso de existencia de retraso mental 
concomitante con otras discapacidades sensoriales (sordera o ceguera) o junto con algunos casos de 
parálisis cerebral, dificulta la aplicación de las pruebas. 
En la segunda prueba de inteligencia de CI elaborada por Wechsler, la lógica de supuestos evolutivos se ha 
modificado y se ha creado una escala para preescolares (WPPIS), otra para niños en edad de escolarización 
(WISC) y una tercera para adultos (WAIS). La edad cronológica deja de tener importancia en esta última a 
la hora de la obtención del CI. La influencia de contenidos culturales-instruccionales es en estas escalas 
mayor que en la prueba de Terman-Merrill. Sin embargo, existe una mayor evidencia clínica de las escalas 
de Wechsler que de la prueba de Terman-Merrill y, en concreto, la disonancia en resultados entre las 
“escalas verbales” y las de “ejecución” se ha demostrado muy útil como indicador de problemas 
neurológicos a nivel cortical. Hay que recordar que como toda medida, posee un error que en el caso de 
los buenos test de inteligencia tiende a ser alrededor de 5 puntos. 
C. Un replanteamiento definicional reciente: El manual de terminología y clasificación de la Sociedad 
Americana sobre el Retraso Mental 
En la novena edición del Manual sobre definición, clasificación y sistemas de apoyo se recoge el trabajo de 
re conceptualización y se propone un modelo que se califica como funcional en la medida que propone un 
continuo entre conceptualización, evaluación y tratamiento por un lado, y por otro, un cambio de 
nomenclatura, apelando al funcionamiento social y a tipos de ambiente o “apoyos” para la 
conceptualización diagnostica del retraso mental. Así, la definición se amplía: “el retraso mental se refiere 
a unas limitaciones sustanciales en el funcionamiento actual. Se caracteriza por un funcionamiento 
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intelectual significativamente por debajo de la media que existe concurrentemente con limitaciones que se 
relacionan en dos o más de las siguientes áreas de habilidades adaptativas aplicadas: comunicación, 
cuidado personal, vida en la casa, habilidades sociales, utilización de los servicios de la comunidad, 
autodirección, salud y seguridad, rendimiento académico funcional, distracción y trabajo. El retraso mental 
se manifiesta antes de los 18 años”. Gran parte de esta definición se ve reflejada en el DSM-IV-TR que 
introduce además del funcionamiento intelectual tipo CI, lesiones, daños o falta de eficacia respecto a 
estándares propios de la edad. La definición se asienta sobre varios supuestos: 
1) reconocimiento de la importancia que posee la diversidad cultural y lingüística y las diferencias en 
comunicación y comportamentales. Sin embargo las deficiencias encontradas no deben estar 
determinadas por diferenciación cultural, sino por el funcionamiento cognitivo-competencial deficitario; 
2) las “habilidades adaptativas” poseen como referencia los contextos en los que viven otros compañeros 
de la persona a evaluar, y se aplica a las necesidades individuales de apoyo para esa persona y contexto, 
entendiéndose como partes constitutivas de la inteligencia social y de la inteligencia práctica; 
3) la detección de limitaciones de adaptación va acompañada usualmente de fortalezas en otras parcelas 
de habilidades con poder de adaptación y que tienen que ser tenidas en cuenta en el diagnostico funcional; 
4) toda persona con retraso mental, si recibe los apoyos adecuados, mejorará su adaptación actual asi 
como su capacidad de adaptación. 
 Esencialmente se trata de un funcionamiento deficitario en competencias personales que, dentro de un 
modelo de inteligencias múltiples, se refieren a la inteligencia conceptual (o académica), la práctica y la 
inteligencia social, de forma que otras áreas pueden conservarse sin déficit. En la conceptualización no se 
considera un trastorno mental, aunque puede ser codificado en los sistemas psicopatológicos y 
psiquiátricos. Puede tener etiologías concretas, como alteraciones cromosómicas. Se trata de una 
interacción de tres elementos clave: capacidades, ambientes y apoyos. La concepción multidimensional de 
la inteligencia es necesaria para justificar la existencia de competencias en cada ambiente social, aunque 
no se defiende un modelo de inteligencia sobre otro. Los ambientes deseables para personas con retraso 
mental deben ofrecer oportunidades para que la persona satisfaga sus necesidades de convivencia y 
crecimiento personal, promoviendo el bienestar también en aspectos físicos. Respecto al elemento 
funciona, el modelo defiende que el retraso se presenta cuando las limitaciones afectan a las capacidades 
de las personas para dominar y resolver los retos y problemas de la vida cotidiana. 
Hay que centran la atención en el diagnóstico y formas de actuación en la atención sobre 4 ejes: 1) el 
funcionamiento intelectual y las habilidades adaptativas, importantes para el diagnóstico y, desde aquí, la 
elección de los apoyos más adecuados; 2) las consideraciones emocionales y motivacionales (en donde se 
insiste en la detección tanto de las debilidades como de las fortalezas de cada individuo); 3) los aspectos 
comprometidos con la etiología y el estado físico (básicamente análisis de tipo biológico y remedios 
terapéuticos o preventivos inspirados en ello), y 4) consideraciones ambientales en donde debe 
proponerse el tipo y calidad del ambiente que represente la mejor opción para la persona con retraso 
mental y en el que pueda desarrollar mejor sus potencialidades. 
Obviamente el enfoque reconoce deficiencias en el mantenimiento personal, de ahí que se insista en 
cuatro tipos de apoyos referidos a los cuatro ejes de referencia citados arriba. Respecto a la intensidad de 
apoyos se propone: intermitente (episódico, de corta duración), limitado (es continuado pero no 
permanente, y restringido a una o más áreas), extensivo (regular y de larga duración en alguno de los 
contextos aislados) e impregnante o intrusivo (gran intensidad e influencia creciente) 
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Se proponen juicios diagnósticos diferentes a los que desde la misma asociación establecían en ediciones 
anteriores. Se rechaza explícitamente los tipos “ligero, moderado grave y profundo” referidos al retraso 
mental; deben emplearse descripciones que definan el tipo de apoyo necesario y en qué área, incluyendo 
también las fortalezas y debilidades en el resto de ejes. La insistencia entre los 4 tipos de apoyo no se 
solapa ni correlaciona conlos tipos según el CI, pues dependen de otro tipo de criterios. 
4. CUESTIONES EPIDEMIOLÓGICAS 
A. El problema de la incidencia 
La forma de integración entre los criterios de definición (inteligencia conceptual-académica y social) es la 
que está determinando los datos correspondientes a epidemiologia. Si se establece el 70 como valor de CI, 
ya el 2,5% de la población se encuentra debajo de ese nivel. Pero como los requisitos exigen una 
concordancia de criterios (inteligencia conceptual y social), la incidencia no puede depender solo del CI. La 
estimación depende de la relación que exista entre los criterios definitorios mismos. En el modelo se ha 
supuesto que la relación entre ambos tipos de inteligencia puede mantenerse constante o no, pero los 
datos indican que en la población general no se mantiene constante, pero adquiere mayor grado de 
verosimilitud en el caso de retrasados mentales. Para los niveles graves y profundos la relación es 
virtualmente de 1,00 mientras que en los casos medio y ligero oscila entre 0’30 y 0’60. Los niveles de 
inteligencia y las capacidades de superar las etapas evolutivas parecen ser diferentes en función del 
contexto ambiental y de las presiones y exigencias sociales. 
En el caso del retraso mental profundo la detección tiende a ser temprana (antes de los 6 años) y es por 
observación de grave enlentecimiento del desarrollo motor. En el retraso mental grave, la mayor detección 
es posterior, pudiendo pasar desapercibidos hasta entrar en la escolarización a no ser que sean síndromes 
muy concretos como el de Down dónde se ven signos inequívocos. En retrasos medios y ligeros la 
probabilidad de detección es máxima durante el periodo de escolarización. Un estudio comparativo 
indicaba que la tasa de casos graves y profundos era un poco mayor en España que en EEUU. Los avances 
de detección de anomalías en el útero y los abortos han eliminado esta diferencia. La esperanza de vida en 
una persona con retraso mental tiende a ser menor, sobre todo por las complicaciones físicas asociadas. 
B. La presencia de otras complicaciones físicas y/o mentales 
Mientras que en la población normal la tasa de trastornos mentales oscila entre el 15 y el 19%, en el caso 
de personas con retraso mental las cifras se triplican, situándose entre un 30 y un 50%, posiblemente por 
la mayor vulnerabilidad de estas personas a estresores ambientales. 
El retraso también ofrece algunas complicaciones físicas más frecuentes que en la población general. Se 
llama fragilidad médica a la mayor vulnerabilidad de estas personas a cambios y alteraciones que son 
aparentemente sutiles y poco importantes. Por otro lado, las dificultades en comunicación, la pobreza en 
capacidad introspectiva y los problemas en el dominio del vocabulario hacen de la población con retraso 
mental una población con dificultades especiales a la hora de poder emitir un diagnóstico adecuado. 
El uso de tratamientos farmacológicos carece tiene una escasa evidencia y los resultados no son muy 
positivos. Se proponen desde la AAMR estas sugerencias: deben revisarse y discutirse previamente 
opciones alternativas; debe formularse un plan específico para cada sujeto; el empleo de una sustancia 
debe contemplarse dentro del plan total de tratamiento; se deben registrar revisar los efectos de la 
medicación; evitarse la combinación de agentes psicoactivos con efectos farmacodinámicos duplicados; 
evitarse neurolépticos con ansiolíticos; restringirse a los límites clínicos prácticos establecidos; especial 
cuidado en ancianos y niños; todos los miembros que participan del cuidado de la persona deben ser 
informados acerca de los efectos secundarios; y deben llevarse a cabo revisiones periódicas y regulares. 
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5. ETIOLOGÍA 
En la actualidad se apela a una consideración multifactorial sobre la etiología del retraso mental. La AAMR 
propone cuatro tipos de factores: biomédicos, sociales, comportamentales y educativos. Se entiende que 
cada tipo debe ser localizado en el tiempo y secuencia que afecte a la persona, a sus padres o a ambos 
(causalidad intergeneracional). A la hora de acciones preventivas también se sugieren análisis de los cuatro 
tipos tanto en padres de hijos con retraso, como en personas con retraso que van a ser o son padres. La 
intervención biomédica se dirige a la detección de perturbaciones en distintas fases del desarrollo, así 
como el cuidado de la nutrición y la salud; la social posee como objetivos prioritarios la obtención de 
apoyos familiares, así como la evitación de abuso infantil; la acción comportamental va dirigida al logro de 
la aceptación (sin inculpación) del niño retrasado mental, así como la evitación del empleo de sustancias 
psicoactivas y evitación de accidentes y ataques por parte de los demás; finalmente, la intervención 
preventiva educacional en el caso del niño debe ocuparse prioritariamente de la estimulación precoz, la 
educación compensatoria y, posteriormente, el entrenamiento vocacional, la educación sexual y la 
preparación, en su caso, para la paternidad. 
El progreso del estudio del genoma humano ha añadido nuevos conocimientos. Se han aislado hasta tres 
patrones de fenilcetonuria que se encuentran relacionados con ocho anomalías en los genes responsables. 
Se diferencian causas prenatales (cromosómicas como el síndrome de Down, sindrómicas como la distrofia 
muscular de Vecher, errores congénitos del metabolismo, trastornos evolutivos en la formación del feto 
como la hidrocefalia, influencias ambientales), causas perinatales (trastornos intrauterinos o neonatales), y 
causas postnatales (lesiones craneales, infecciones, trastornos degenerativos, trastornos por crisis, etc.)

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