Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
El río que corre. Una historia del río San Francisco y la Avenida Jiménez JIMENA MONTAÑA CUÉLLAR (Primer capítulo. Libro publicado por Fundación de Amigos de Bogotá. Diseño Tan- grama.Diciembre, 2015.Los derechos son de los autores. El presente capítulo es un PDF para lectura de referencia no se incluyeron todas las imágenes de la publicación) Capítulo I La sabana de Bacatá La cordillera oriental que comprende la meseta que alberga la Sabana de Bo- gotá a los 2.600 msnm se terminó de conformar entre finales del Mioceno e inicios del Plioceno. Para entonces se inició el proceso de deshielo, que pro- vocó un gran flujo de agua y erosionó haciendo un cauce que permitió su desecación por la zona sur oriental. De la mitología muisca queda la leyen- da. Un día el cielo pareció abrirse y comenzó a caer un aguacero torrencial. Pasaron los días y no paraba de llover. Los ríos se salieron de sus cauces, los humedales y espejos de agua superaron su capacidad y anegaron las terrazas, derrumbaron los camellones y arrasaron a su paso los bohíos y cementeras, arrastraron niños y mujeres, ahogaron a los venados, curís, felinos y aves sil- vestres. El Zipa recordó un hombre de tez y larga barba blanca que les había enseñado a cultivar y tejer, que no hablaba su lengua y por entonces estaba en la región de Sugamuxi y lo mandó llamar. Apareció Bochica apoyado en su bastón y con lentitud, surcando los ríos turbulentos que se habían formado se dirigió hacia la zona sur oriental donde tocó las montañas con su bastón. Estas se abrieron con un gran estruendo para llevar el agua de manera presu- rosa a través de una gran cascada: El Salto del Tequendama. Los grupos humanos que se asentaron en la Sabana manejaban el terri- torio anegadizo con la construcción de camellones y terrazas, las que permit- ían un sistema productivo que integraba agricultura, pesca y caza en un mis- mo espacio. La intervención en el terreno y el cuidado de los humedales co- mo recolectores serían un aliado frente al terreno con poca capacidad de dre- naje surcado por ríos y quebradas. El territorio Muisca a la llegada de los españoles, comprendía las cuencas y valles del río Bogotá y según los cronista el cacicazgo estaba organizado en cuatro confederaciones de aldeas Bacatá, Tunja, Duitama y Sogamuxi, lide- radas por sus respectivos caciques. Bacata y Tunja serían las confederaciones de mayor tamaño administradas por el Zipa y el Zaque . El agua y el sol serán los dos elementos principales de la mitología muisca: Sia, la madre de todas las demás y Sue, aquella que permite cada amanecer. Las lagunas y ríos se nombraban “gue” casa de las divinidades, en ellas se hacían los nombramientos, se celebraba la entrada de las mujeres a la puber- tad y se pedía por la vida. Los acuíferos permitían la alimentación y supervi- vencia y se veneraba su naturaleza protegiéndolos. Al altiplano muisca se adentró con su ejército Gonzalo Jiménez de Quesada desde la recién fundada Santa Marta buscando el “gran país de Cundinamar- ca” rico en oro, sal y esmeraldas. Siguió el curso de un gran río, llamado por los indígenas en la parte baja Caripuaña, en las tierras cálidas Arli (río del pez), Yuma en su nacimiento (río amigo de la montaña) y Guacahayo o río de las tumbas en los trayectos de los peligrosos rápidos. Renombrado ahora co- mo Gran Río de la Magdalena por Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa en honor a “nuestra señora” será el primer camino hacia la conquista. Un año tarda la expedición, entre fiebres, hambre y luchas. Por su parte Sebastián de Belalcázar venía desde Popayán por la parte alta del Río Magdalena y Ni- colás de Federmann por el Llano. Se encontrarán en la sabana para fundar una villa. Fray Pedro de Aguado, de la orden franciscana, acompaña las huestes en la conquista y a la llegada al Nuevo Mundo a la luz de la vela, una vez pasadas las angustias se dedica a escribir las crónicas desde las tierras lejanas. Anota Aguado que Jiménez encontró a su llegada un territorio anegado y su marcha se vio detenida por el caudal de los ríos y las trampas de los humedales. El ejército se detuvo en Suba cercado por las aguas del caudaloso río Bogotá, donde los aborígenes usaron los islotes como defensa “porque como aquellas lagunas fuesen de grandes cenagales y tremedales, no entraban dentro los españoles con sus caballos, por no ser sumidos en el cieno y puestos en noto- rio peligro” (Aguado, 1986, p. 76, 77). Pero la sabana de Bogotá es apacible. Los cerros de Pie de Abuela y Pie de Abuelo, se alzan majestuosos. Es verde y dorada y por las tardes plateada pues brillan los humedales al occidente. ¡Tierra buena! ¡Tierra que pone fin a nuestra pena! anota Juan de Castellanos en sus crónicas, resumiendo la sen- sación de los recién llegados. Pobló este pueblo el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, por el año de 1538 y llamóle de Santafé de Bogotá, por estar en sobredicho valle, y Santafé, por la ciudad que está de este nombre junto a Granada, España, donde tiene su asiento en el valle de Bogotá, junto a la cordillera, hay agua de pie por toda la ciudad, que se saca de los ríos que pasan cerca de ella, y hay muchas huertas, y en ellas muchas hortalizas (López de Velasco en Martínez, 1978, p.21). Las tierras del cacique Bacatá ofrecen las condiciones climáticas y geográfi- cas para asentarse. La surcan dos ríos caudalosos y profundos además de cientos de quebradas. Los cerros al oriente enmarcan y protegen el lugar. Es además una tierra fértil, sembrada de maíz, frijol, ahuyama, calabazas, papa y rodeada por bosques de encenillos y cauchos. El lugar para asentarse será a las faldas de los cerros, en los terrenos menos anegadizos y cercano a los ríos más caudalosos. El adelantado, en nombre de Carlos V tomó posesión de las tierras del Zipa y reunió a los ejércitos para celebrar la ceremonia en Thybzaquillo, lugar don- de el Cacique prefería pasar las temporadas de lluvia y luego la misa en el lugar del mercado indígena, vecino del rio Viracachá, donde se construyó una pequeña ermita. En el mes de abril de 1539 se hará la fundación jurídica, se trazan las calles y se reparten los solares, se establece sobre el damero el lugar de la plaza ma- yor donde se hospedarán los poderes civiles y eclesiásticos. La columna ver- tebral será el camino principal, ruta que conducía hacia la tierra de la sal y las esmeraldas. A la fundación en nombre del Rey y servicio de Dios, le seguía por parte del cabildo el trazado y adjudicación de solares : "al pie de la cruz que se había erigido en el solar señalado para la iglesia del lugar (Konetzke, 1976). Para establecer un gobierno civil en el llamado Nuevo Reino de Granada se creó en Santafé entre 1548 y 1549 la Real Audiencia y el gobernador se esta- bleció en 1564, asumiendo poderes ejecutivos. El territorio y su gente se re- partió sobre el nuevo orden. Las leyes indianas establecieron las encomien- das, las mitas, el resguardo y los límites de las dehesas. A la orden mendicante de los franciscanos, a la cual pertenecía Fray Aguado nombrado luego provincial del convento de Santa Fé, le correspondió como lugar privilegiado, la parte llana vecina de los cerros y a las orillas del río Vicachá (Resplandor de la noche). En el extremo, la orden de los Agustinos tendría su asiento sobre el cauce del Rio Manzanares. https://es.wikipedia.org/wiki/1564 Serían renombrados los ríos por las órdenes religiosas; San Francisco y San Agustín, límites norte y sur de la fundación. Como primer encomendero de Santa Fé se nombraría al capitán Antonio de Olalla: “conquistador, acompañante de Jiménez de Quesada y alférez de su ejército en la expedición a la meseta Chibcha” (Fraile, en Colmenares, 1970 ). Los indios de Bacatá serán repartidos, es decir dados en encomienda en 1541 por el capitán GonzaloSuárez, lugarteniente de Hernán Pérez de Quesada. Luego, Luis Alonso de Lugo se nombraría encomendero por ser uno de primeros descubridores, conquistadores y pobladores de este Reino y, según consta en su correspondencia, debería ser gratificado. La tierra será repartida como modo de producción en ejidos y dehesas y estas pagarán un tributo. Dibujo de Joseph Aparicio Morata en 1772 . No demoraría la urbanización aprovechando los materiales del lugar: la ma- dera de los cerros y de las tierras cálidas y el adobe extrayendo de las entra- ñas del pie de monte las calizas y areniscas. Partirá del núcleo entre los dos ríos y será dividida en parroquias. La calle principal en el tramo entre las dos órdenes religiosas se llamaría luego Calle Real, eje que seguía hacia el norte el Camino a Tunja, y hacia el sur de San Agustín el camino a Fómeque. La villa necesita abastecerse y se refuerzan los caminos sobre rutas aboríge- nes buscando además, extenderse por el territorio. El gran río conduce de regreso al mar, y donde se unen la cordillera Occidental y Oriental en el valle del llamado ahora Río Magdalena, tierra de los Ondaimas y Gualís, en la confluencia del río Gualí, Quebrada seca y el Río Magdalena, -entrada al altiplano muisca-, ha sido ya fundada la villa de San Bartolomé de Honda. En el año de 1553 los capitanes y encomenderos Alonso de Olalla y Hernan- do de Alcocer crean una “compañía enderezada a construir un camino de herradura” y celebran un contrato con la Real Audiencia. Los capitanes cons- truirían el camino a su costo, y para resarcirse de los gastos, cobrarían un de- recho de peaje sobre cada carga que transitara por aquella vía. El camino a Honda o camino de occidente, será uno de los más frecuentados. Fray Pedro Simón en 1623 anota: El camino real que es más frecuentado es el que va al pueblo de Honda, va un ca- mellón o calzada de medio estado de alto (…) para poder andar aquel camino sin impedimento de los anegadizos y aguas represadas que por ser tierra llana no tienen co- rriente. Abúndale principalmente de aguas dos ríos que se descuelgan de la serranía de sus espaldas, el uno llamado de San Francisco …y en lengua de la tierra Vicachá, y el otro llamado de San Agustín…que cogen en medio la principal parte de l a ciudad ( Simón en Martínez, 1978, p.23). El rio San Francisco- para los pobladores muiscas Vicachá- nace en la laguna del Verjón, ubicado entre los páramos de Choachí y Cruz Verde, al oriente. Al cruzar por el Boquerón, descendía rápidamente y hacía profundo su lecho. Se unía con el río Manzanares buscando luego el Funza que encontraría el Magdalena. A los ríos llegaban varias quebradas de menor caudal. A la lle- gada de los nuevos pobladores y el trazado de la villa, los acuíferos se pensa- ron como abastecimiento y el trazado en cuadrícula se replegaba en sus cau- ces. Poco a poco estos se empezarán a rellenar para sobre ellos construir. El límite occidental de la fundación sería un barranco profundo, un poco más allá de donde se unían los ríos principales, que sería la actual carrera décima, depresión que obstaculizó hasta mediados del siglo XIX el desarrollo hacia el occidente . En la repartición de solares le correspondía a los de mayor jerarquía los luga- res vecinos a la plaza mayor y a los puntos delimitados por las órdenes reli- giosas: conocidos como caballerías mayores, los de 600 pasos de frente y 1.200 de fondo o caballerías menores, y las peonías o unidades más peque- ñas” (Rivadeneira, 2001). Las primeras construcciones serán las capillas y luego los conventos. La igle- sia de San Francisco y el convento para albergar a los religiosos empezó a construirse en 1557, le seguirán años más tarde la Iglesia de la Veracruz y la Orden de la Tercera que complementarán el conjunto. También y para finales de 1557, la orden de los Dominicos construiría su templo, sede definitiva de la Orden de los Predicadores en la Nueva Granada, entre las actuales carreras 7 y 8 y las calles 12 y 13. Los dominicos de Santafé de Bogotá tendrán a car- go la cátedra de lengua indígena, obligatorio su estudio para los misioneros a fin de facilitar su labor como doctrineros. Será esta orden la que publica a los inicios del siglo XVII la primera gramática Muisca compuesta por Fray Ber- nardo de Lugo, O.P. En 1538 Cristóbal Ortiz Bernal, también miembro del ejército de Quesada, levantó en el solar que le correspondía y por devoción a nuestra Señora de las Nieves, cercano al camino a Tunja, una capilla pajiza, -la que le daría el nombre a la parroquia-, reemplazada más tarde por “nuevo templo, de mejor fábrica y con cubierta de teja”. La Calle era ancha y el atrio tan generoso que Francisca de Silva, hija del conquistador Juan Muñoz de Collantes, donó un terreno de su propiedad frente a la iglesia para que le sirviera de plazuela. En su centro se colocaría luego una pila para abastecer de agua al barrio llamado Las Nieves. Un poco más arriba, hacia el oriente, y a las orilla del rio San Francisco y cercano a los cerros de Guadalupe y Monserrate para mediados de 1600 otra pequeña ermita se yergue en los terrenos despoblados. “El Presidente Saavedra y el Arzobispo don fray Cristóbal de Torres concedieron licencia al presbítero Juan de Cotrina y Topete para levantar al mencionado edifi- cio el cual era su intención dedicar al establecimiento de la Congregación de San Felipe de Neri” relata Pedro María Ibáñez (capt,XI) en sus cróni- cas. En honor a Nuestra Señora del Rosario iniciaron la construcción del convento. La congregación de San Felipe de la orden de los dominicos, había establecido un hospital en el solar trasero colindante con la Catedral en la Plaza Mayor. Siglos más tarde este, el convento de Las Aguas, será destinado al cuidado de los afectados por la epidemia de viruela. También al lado del río, pero hacia el occidente y vecino al conjunto de San Francisco, Fray Cristóbal de Torres, Arzobispo de Santa Fe en el Nuevo Re- ino de Granada, y con la autorización del Rey Felipe IV entre 1652 y 1653, ordenó la construcción del claustro para el Colegio Mayor del Rosario, don- de se dictarían las cátedras de filosofía, teología, jurisprudencia y medicina. El claustro se construiría con los materiales que le proveía un chircal de su propiedad en Las Nieves- actual calle 22- y cuya arquitectura seguiría el esti- lo escolar inspirado en el colegio llamado del Arzobispo o de Fonseca en Sa- lamanca, España. El claustro tendría por su supuesto su capilla, una sencilla construcción en cuyo altar mayor se veneraba a la Patrona del Colegio, ador- nado por una imagen bordada con esmero en hilos de oro y plata por Doña Margarita de Austria. Se le conocerá con el nombre de “La Bordadita”. Hacia el norte y no lejos de la falda de las montañas en 1606 Fray Luis de Mejorada, Provincial de franciscanos, adquirió las tierras vecinas a la que- brada de La Burburata – terreno del mismo nombre-, y casa de recreo de don Antonio Maldonado de Mendoza, para fundar la recoleta de la Orden francis- cana, donde construyó luego la iglesia y más tarde el convento. Estas cons- trucciones marcarán por siglos el extremo norte de la ciudad. Entre las parroquias señaladas por sus capillas fueron quedaron las quebradas y ramificaciones de los ríos, el río San Francisco seguiría su cauce con una mayor o menor profundidad en su lecho. Para 1598 el señor Francisco de Hernán Sánchez donó los terrenos de su pro- piedad para levantar en ella una iglesia de paja. Cuando se erigió como pa- rroquia sus herederos cedieron sus terrenos para hacerle una plaza. El patrón será- según las crónicas- escogido al azar. En una bolsa estaban escritos los nombres de los santos y un niño debía sacar el elegido. Tres veces salió San Victorino, “abogado contra los hielos que hacen daño a los panes recién sembrados”, tresveces fue devuelta la papeleta con su nombre y tres veces más volvió a salir. La Plaza, a pesar de la rigidez del modelo de cuadrícula impuesto, obedeció al curso del río, de ahí su forma. Se convertirá en un um- bral y lugar de confluencia, en lugar de paso y puerto seco. El templo de San Victorino se derrumbó tras un temblor en 1827, nunca fue reconstruido pero su plaza fue renombrada más tarde en honor al precursor Antonio Nariño en cuyo centro se levantó su estatua. Más tarde y ya en el siglo XX se convertirá en la Plaza de la Mariposa. Veremos luego la historia de sus trasformaciones y su condición. En el extremo sur se ha levantado la Iglesia y convento de San Agustín, al lado del río Manzanares y la iglesia de Santa Bárbara. Y en lo alto de la peña al lado de los cerros, la ermita de Nuestra Señora de Egipto. Según Pedro María Ibáñez era de arquitectura rudimentaria y sin ninguna belleza arqui- tectónica y la casa anexa ocupaba el espacio al norte “ Está construida en un notable desnivel de la colina, sobre grandes y fuertes muros de piedra, que no obedecen a ningún orden de arquitectura, pero sí tiene cierta belleza rústica que imita las fortalezas de la Edad Media, especialmente si se mira desde las faldas del cerro de Guadalupe, desde el estanque principal del acueducto y desde las ondulaciones de la calzada del moderno Paseo Bolívar” (Ibáñez, capt VIII). En el siglo XIX el escultor suizo Luigi Ramelli sería el encarga- do de elaborar la estatua de la Virgen de Lourdes a cuyos pies se leía en le- tras doradas: CUSTODIA CIVITATIS EL ILLMO. RVMO. SR. ARZOBISPO DE BOGOTÁ CONCEDE CIEN DÍAS DE INDULGENCIAS POR CADA SALVE QUE SE RECE A ESTA IMAGEN. Fece Mel MCMV. Crecen por supuesto los barrios y los solares inmensos. Escribe Lucas Fernández de Piedrahita al llegar a la ciudad en 1666: Santafé de Bogotá está a las faldas de dos montes por donde pendientemente extien- de su población, tiene de longitud por más de dos millas […] sus calles son anchas, derechas y empendradas […] sus edificios son altos y bajos y son costosos y bien labrados a lo moderno, de piedra, ladrillo, cal, teja […] todas tienen espaciosos pa- tios, jardines y huertas, sin mendigar los frutos y flores de las ajenas. Hermoséanla cuatro plazas y cinco puentes de arco sobre los dos ríos que la bañan ( Piedrahita en Martínez, 1976) El San Francisco provee de agua a la ciudad y, reseña el cronista “forma una acequia” y “dentro del círculo de la población muelen ocho molinos”. Los conquistadores se han adentrado a caballo. El encomendero Alonso Luis de Lugo a su regreso ha traído consigo semillas y plantas de España, además de cerdos, cabras, ovejas y también carpinteros y albañiles para construir sus solares. Fernán Álvarez de Acebedo, se dio a la tarea de traer ganado vacuno – que rápidamente se extiende por la sabana- . Los recién llegados rechazan la mayoría de productos de la tierra que los recibe - entre ellos las papas que salvarán a Europa de la hambruna- y el maíz, base de la alimentación preco- lombina. El trigo se adapta rápidamente y en las dehesas se siembra éste para abastecer a los recién llegados. Doña Elvira Gutiérrez dispuesta a la aventura había llegado de España con los adelantados y fue ella misma quien amasó el primer pan con harina del trigo recién cosechado en el territorio Avanza el proceso de deforestación – el entorno provee de leña para los fo- gones y materiales para la construcción- y se iniciará el proceso de urbaniza- ción del río, el que además recibirá los detritos. Para 1547 el Licenciado Diez de Armendáriz escribe el Rey para dar cuenta de la construcción de dos moli- nos, al parecer sin su permiso: Hícelo así y he sido tan importunado que, o los hiciese o diese licencia por el bien de los indios de servicio, que son los que padecen el trabajo en moler, así el maíz como el trigo, que no lo pude excusar (…). Hanse hecho, debajo de que si Vuestra Majestad fuere servido que sean suyos, lo serán, pagando el costo (Friede, 1963, IX, 185, p. 166-202). En el boquerón creado entre los cerros del Monserrate y San Francisco, en la llamada acequia por Piedrahita, vecino del recién nombrado cerro de Nues- tra Señora de Monserrate, será uno de los primeros. El uso del agua se debe reglamentar y 1557 se prohíbe “lavar en él y arrojar inmundicias” y se advierte sobre su manejo en los molinos. Se contarán lue- go más de ocho en sus orillas y otros más en las quebradas que rodean la ciu- dad hacia el occidente. Hacia el Norte y hacia el Sur se encuentran colinas con arboledas, tupidos sotos y algunas lagunas que, rielando como espejos, muestran en sus orillas innumerables y preciosas aves. Y hacia el Sudoeste se desatan en eterno plumaje las brumas tor- mentosas del Salto, cuyo vórtice es el tema de nuestros viajeros y poetas. La Saba- na, según dicen los sabios, fue en otro tiempo un tranquilo lago; y como hoy en día es un campo de cereales y rebaños queda comprobado una vez más el dicho de Ovi- dio de que ahora se ara donde antes de navegaba (Lecciones de Geografía, Eugenio Herrán 1885) Las calles irán tomando el nombre de su entorno o de la memoria. Calle del Molino del cubo- propiedad de los jesuitas y vecino del río-, Calle de la Fati- ga, Calle de los Chorritos, Calle de la Cajita de Agua, Calle del Puente de San Francisco, Calle de la Agonía… La ciudad y sus ríos La ciudad entre los ríos necesita comunicarse entre sí y es necesario construir puentes sobre las corrientes que la surcan. Los primeros levantados en made- ra apenas si resistían los embates de las corrientes en las temporadas de llu- via y habían sido arrastrados y superados por los ríos en varias ocasiones. Es en 1661 cuando Diego de Eugues Beamuntont, nombrado presidente de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada, quien con la ayuda del síndico Francisco de Caldas Barboza, ordena la construcción en cal y canto de los primeros puentes sobre los ríos San Francisco, San Agustín y Funza. Este último en la calzada de Occidente, sería, hasta la construcción del ferrocarril de la Sabana, la vía comercial más transitada del Nuevo Reino. Sobre el río San Francisco se encuentra el puente del mismo nombre, debido al celo y acreditada ciencia del Capitán Francisco de Caldas Barbosa, quien lo levantó en 1662, y los denominados Colón, Santander, Latas, Cundinamarca, Tequendama, Fila delfia, Telégrafo, San Victorino, San Miguel ó Acebedo Gómez, Los Mártires, y Ra fael Núñez. Sobre el San Agustín se halla el puente que lleva su nombre, construido por el mismo Capitán, en el sitio yá expresado; y además, los llamados Bolívar, Car men, Lesmes, el del Cuartel, Cuálla, Córdoba, Puertoalegre y Lira (Herrera,1850, p.4). En 1623 se había dado el trazado geométrico definitivo al espacio para el mercado de las yerbas o plaza de los encomenderos, ahora Plaza de San Francisco y el río quedó incluido en su trazado urbano con el desarrollo de sus bordes tanto en la urbanización de oriente a occidente como la del cre- cimiento posterior de sur a norte. El puente de San Miguel que unía la Calle Real con el conjunto fue reemplazado utilizando un arco gótico en piedra que tuvo anexas las tiendas que generaban la renta al Cabildo de la ciudad y se bautizará Puente de San Francisco. La obra fue posible gracias a un impuesto de sisa que se fijó entonces y que ascendía a la suma de dos reales por cada botija de vino que ingresara a Santafé. Para el siglo XVII según don Juan de Flórez de Ocaríz en Genealogías del Nuevo de Granada en la ciudad además de los conventos de Santo Domin- go, San Francisco, San Agustín y sus recoletos: Se ha establecido la compañía de Jesús dividida en dos casas de colegio y no- viciado, cuatro monasterios de monjas: el de Nuestra Señora de la Concep- ción, el de San José de Carmelitas Descalzas,de Santa Clara y el de las Domi- nicas de Santa Inés del Monte Policiano. Tiene además tres parroquias sin la matriz, dos numerosos colegios de estudios seculares y otro de religiosos do- minicos, hospital a cargo de la religión de San Juan de Dios, en que tiene con- vento. Casa de niños expósitos y divorciados. Cinco ermitas, 200 capillas ora- torios de casas particulares. Estudios comunes de gramática, retórica, arte y teología, en las cuatro religiones y en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en donde hay facultad de leer cánones, leyes y medicina. Dos acade- mias en que se dan grados de las ciencias: la una a cargo de la religión de Pre- dicadores, la otra a cargo de la Compañía de Jesús. Tiene así mismo esta ciu- dad un Tribunal de Real Hacienda desde sus principios. Otro de cuentas re- ales, fundado el año de 1607. Otro tribunal de la Santa Cruzada, desde 1609 y otro de Tributos y asogues de 1653 . Se ha implantado, dice Flórez “el juzgado de bienes difuntos, el de la justicia ordinaria, de la Santa Hermandad, del eclesiástico ordinario, de la Santa Inquisición, de diezmos, de provincias, de ejecutorias reales, de la media anata, de papel sellado y de lo militar” y: Es mucha volataría y la cacería de perdices, tórtolas, patos y otras aves, y de venados, saínos o puercos monteses, concios, leones, tigres, osos y demás animales montaraces (…) Goza de frutas naturales y de las de España y fuera más a ser menos la flojedad en la agricultura, y flores comunes todo el año, menos las rosas, que se ven por junio y diciembre; y se ve de ordinario en los árboles juntos flor y fruto en todas suertes. Las calles son rectas, dice el cronista y miden más de seis varas de ancho y cada “lienzo” mide 125 varas, la plaza Mayor tiene 137 varas. Se cuentan más de diez mil indios tanto en la ciudad como en los alrededores. En 1772 Joseph Aparicio Morata, quien acompaña al oidor Francisco Anto- nio Moreno y Escandón dibuja la ciudad desde el occidente y hace una des- cripción de la sede del virrey Manuel de Guirior, “gobernador y capitán general de este Nuevo Reino de Granada” quien “hizo la repartición de los cuatro cuarteles y ocho barrios en esta ciudad, con sus correspondientes alcaldes”, (Caballero J. M., 1974), a saber; Las Nieves Oriental y Occiden- tal, el Príncipe, San Jorge, La Catedral, el Palacio, San Victorino y Santa Bárbara. El límite norte lo indicaba la quebrada de San Diego y el sur la acequia llamada Los Molinos – allende del río Manzanares-, donde dibuja seis de estos. Para entonces reseña las iglesias y conventos y evidencia el curso de los ríos y la urbanización que los ha cercado. Se ven cuatro de los puentes sobre el río San Agustín y sobre el San Francisco únicamente el de San Miguel -luego de San Francisco- y el de San Victorino, vecino a la plaza del mismo nombre. http://www.banrepcultural.org/taxonomy/term/13847 Es mucha volataría y la cacería de perdices, tórtolas, patos y otras aves, y de venados, saínos o puercos monteses, concios, leones, tigres, osos y demás animales montaraces (…) Goza de frutas naturales y de las de España y fuera más a ser menos la flojedad en la agricultura, y flores comunes todo el año, menos las rosas, que se ven por junio y diciembre; y se ve de ordinario en los árboles juntos flor y fruto en todas suertes. Las calles son rectas, dice el cronista y miden más de seis varas de ancho y cada “lienzo” mide 125 varas, la plaza Mayor tiene 137 varas. Se cuentan más de diez mil indios tanto en la ciudad como en los alrededores. En 1772 Joseph Aparicio Morata, quien acompaña al oidor Francisco Anto- nio Moreno y Escandón dibuja la ciudad desde el occidente y hace una des- cripción de la sede del virrey Manuel de Guirior, “gobernador y capitán general de este Nuevo Reino de Granada” quien “hizo la repartición de los cuatro cuarteles y ocho barrios en esta ciudad, con sus correspondientes alcaldes”, (Caballero J. M., 1974), a saber; Las Nieves Oriental y Occiden- tal, el Príncipe, San Jorge, La Catedral, el Palacio, San Victorino y Santa Bárbara. El límite norte lo indicaba la quebrada de San Diego y el sur la acequia llamada Los Molinos – allende del río Manzanares-, donde dibuja seis de estos. Para entonces reseña las iglesias y conventos y evidencia el curso de los ríos y la urbanización que los ha cercado. Se ven cuatro de los puentes sobre el río San Agustín y sobre el San Francisco únicamente el de San Miguel -luego de San Francisco- y el de San Victorino, vecino a la plaza del mismo nombre. http://www.banrepcultural.org/taxonomy/term/13847 El cauce del río es profundo y las construcciones que se han levantado a lo largo le dan la espalda. Los muros de adobe encierran los grandes solares donde las huertas y los animales de corral proveen el sustento diario. Las aguas servidas corren por acequias hacia el río, el contenido de las bacinillas también y arriba, en sus orígenes, el rio recibe los desperdicios de los moli- nos. Seguirá la construcción y reconstrucción de los puentes a lo largo de los dos ríos y quebradas principales a lo largo del siglo XIX, momento en el cual se estaba consolidando la ciudad en su núcleo y se iniciaba la urbanización de la periferia. “Tocó al Virrey Messía de la Zerda levantar en las inmedia- ciones de la ciudad tres obras de utilidad pública, iniciadas por el ex— Virrey Solís: los puentes de Sopó, de Bosa y de Puente Aranda (…) levanta- do sobre los riachuelos de San Francisco y San Agustín unidos, en el sitio en que cortan la carretera de Occidente a cinco kilómetros distante del área de población en aquel tiempo, distancia menor de cuatro mil metros al presen- te” escribe Ibáñez y El norteamericano Isaac Holton así los ve en su recorrido a media- dos del siglo XIX: Siguiendo hacia el norte por la Calle Real hasta el puente de San Francisco encon- tramos los almacenes y andenes mejores de la ciudad. Una cuadra más abajo de ese puente está el de los Micos, y todavía más abajo, después de que el río vuelve hacia el sur, el de San Victorino. En un tiempo hubo otro puente en la parte alta del río, pero lo arrastraron las aguas y como no era muy necesario no lo reconstruyeron nunca. Con excepción del puente de los Micos y del de Honda, todos los otros que conozco en la Nueva Granada son de construcción sólida; los de madera se pudrie- ron hace siglos y los débiles de piedra, si es que los hubo, los debieron destruir los terremotos. Cruzando el puente de San Francisco está a la izquierda el convento del mismo nombre, y a la derecha la plaza de San Francisco con una fuente. El pequeño rectángulo que se ve en el plano es el cuartel, y el punto en la esquina noroeste es El Humilladero, la iglesia más pequeña de la Nueva Granada y la más antigua, no solo de Bogotá sino de todo el interior del país, construida, si no estoy mal, en 1538 (Holton, 1993, p.72) Se contarán varios más en los inicios del siglo XX: el Puente de San Victori- no en la actual calle 12-, el Puente de Boyacá, luego bautizado como Puente de las Aguas vecino a la iglesia del mismo nombre, el puente Gutiérrez en la carrera 6ta, el Puente de Cundinamarca en la actual carrera 8a , el Puente de las Latas o de los Micos en la calle 13, el de los Mártires en la calle 10 con carrera 12, el Puente Colgante de Santander en la carrera 8a, el Acevedo y Gómez en la actual carrera 12, el Núñez en la calle 9 con carrera 12, el del Libertador en la carrera 1era con calle 21, el Puente Holguín en el Paseo Agua Nueva- vecino a donde se construyó más tarde la estación del teleféri- co a los pies del cerro de Monserrate-, el Puente Uribe en la carrera 13, el Arrubla en la calle octava con 12, el Caldas en la calle 7 también con calle 12, el Filadelfia en la actual carrera 10 y el llamado Puente Nuevo en la ca- rrera 9. Los puentes- esa unión que permitió la conexión del corazón de la ciudad con sus extremos, elcomercio y la vida en sus orillas a lo largo de los siglos-, quedarán sepultados luego por la canalización o derrumbados y per- didos sus rastros sobre los ríos enterrados. Para mediados del siglo XX un periodista recorre el barrio de Las Aguas- detenido aún en el tiempo según él- y enumera las características del barrio que ve correr de cerca el río San Francisco: Este barrio de las Aguas conserva en muchos de sus aspectos su característica de barrio santafereño, con sus calles angostas y tortuosas, sus casuchas de aspecto mi- serable, su iglesia típicamente colonial, sus “cuarterías” donde se expenden toda clase de legumbres y sus tiendas de grano, surtidas de todos los artículos necesarios para la diaria subsistencia. Es un barrio de tipo antiguo. Muchas de sus calles aún se ven adoquinadas con aquellas diminutas piedras de formas caprichosas, última pala- bra en materia de pavimento en los deliciosos tiempos idos del centenario. No es raro ver en el barrio señoras luciendo la clásica mantilla de blonda, que hace 25 años era en “non plus ultra” de la elegancia femenil. Es seguro que el nombre de las aguas le viene al barrio por la gran cantidad de riachuelos y de quebradas que rue- dan filosóficamente por sus calles hacia la sabana... Es un barrio donde abundan los puentes, todos de arquitectura rudimentaria, de factura colonial que aún en nuestros días conservan sus características. Hay el puente de El libertador, el de los Parque- citos, el Colgante, el de la Quinta de Bolívar, el de la Quebrada de San Jacinto, el de San Roque y otros más... (Revista Estampa, Año III Vol VII. No 95. Sept 14 1940,p.17) Pilas y Acueductos A medida que avanza el proceso de urbanización se requiere de obras públi- cas además de los puentes y el arreglo de las calles. Los habitantes se prove- en del agua de los ríos pero ya para 1600 se han afectado los acuíferos. Bajan los indios y aguateros con sus burros cargados de agua en sus múcuras y lo seguirán haciendo hasta bien entrado el siglo XX. Para el año de 1575 el Cabildo ordenó la construcción de una pila para agua en la Plaza Mayor, en 1584 la obra ocupó el lugar del “rollo” o picota, donde se ajusticiaba a los delincuentes. El oidor Alonso Salazar impulsador de la pila- quien había tenido el honor de desnarigar y desmembrar a varios en el lugar-, advertía a los vecinos que si querían disponer del beneficio de pajas, debía pagar un extra por el beneficio. La pila estaba coronada por una ima- gen de San Juan Bautista y prestaba el servicio a través de ocho pajas. Quedó en la memoria de los bogotanos el dicho de “a quejarse al Mono de la Pila”. Para tener agua del precario acueducto se debía pagar “para la utilidad y ne- cesidad que esta República ha tenido de una fuente de agua y ornato della, mandamos hacer en la plaza pública una fuente de agua; y para que si los vecinos desta ciudad quisiesen alguna paja de agua para su casa, pagando por cada una della cincuenta pesos de oro corriente la pudiesen haber y to- mar” - de lo contrario, deberían ir por ella a la pila El que no quisiera pagar pues, no debía poner objeción. El apodo “Mono” se deriva de monigote- pues la figura era un tanto amorfa y ya lo decía Ibáñez – el “escultor quiso representar a San Juan niño”- al parecer sin mucho éxito. La pila se abastecía de las aguas del rio San Agustín y del río Fucha, en1741 el Cabildo ordena “los regidores de aguas se junten esta tarde para supervi- gilar que se encañe el agua antigua del río Manzanares con la que viene del rio Fucha por ser ambas pocas, separadas y necesitare reunirlas para el abastecimiento de la ciudad”. Este será el origen del acueducto. La zanja por donde escurría el agua atravesaba por un bosque de laureles de monte y se le conoció como el acueducto de los Laureles o Aguavieja. En 1665 los vecinos de la parroquia de las Nieves solicitaron al Cabildo la instalación de un pila de agua en la plaza (Carrasco & Hernández, 2010). Para poder tener el pan y los amasijos a la hora del desayuno y colación, era necesario tener el líquido cerca, de lo contrario sería difícil proveer a la población de los productos recién horneados. En las cercanías estaba el Molino del Cubo, les llevaría pues la harina, pero sin agua cerca, aunque se abastecían algunas casas con aljibes profundos, sería imposible amasar. La primera pila con once chorros se surtía del río San Francisco, el agua llega- ba aprovechando la pendiente a lo largo de una zanja. En 1747 el Virrey Solís inauguró el acueducto cuyo diseño de Domingo Es- quiaqui siguiendo la ladera izquierda del río, recorría unos 1400 metros hasta el barrio de Egipto y desde allí bajaba por la empinada calle de La Fatiga – hoy calle 10- hasta el centro de la ciudad. La captación se hacía en el Bo- querón, desde donde se venía llevando el agua para Las Nieves y de las to- mas de los Molinos de los Cristales y el Cubo. En 1880 y de a pocos, la zan- ja fue reemplazada por una cañería de hierro, sin embargo y por su precarie- dad y la inestabilidad de terreno eran frecuentes los derrumbes y desastres señalados como graves los de 1788, 1838, 1849 y 1890 que habían obligado a rehacer el acueducto una y otra vez. Domingo Esquiaqui fue también quien diseñó y construyó el cementerio ubicado en la Pepita, la Alameda (calle 13), el puente del Común (en Chía Cundinamarca) entre otros. A las tres de la tarde del 30 de mayo, día de San Fernando, y onomástico de su ma- jestad don Fernando VI, rey de España y todos su vastos dominios, partió del pala- cio virreinal de Santa fe la procesión que subiría hasta el Boquerón para presenciar la echada del agua nueva que correría por el acueducto, construido de orden e ini- ciativa del Virrey don José Solís, hacia la pila de la plaza mayor, aumentada con ocho plumas de agua para el servicio de los santafereños que hacia un siglo se surt- ían allí de dos pajas originales por las que brotaba un agua no muy limpia (Santos Molano, 2015) En la plaza de San Victorino fue implantada una pila diseñada y construida por el Fray Domingo Petrés, -el mismo que terminaría la Catedral-, apoyada su construcción por el Virrey Ezpeleta y el cura de la Parroquia Manuel An- drade. Ocho chorros servían a la población y a finales del siglo XIX: Más adelante se llega a la calle de Palacé que es la más ancha de la ciudad y de la Nueva Granada. Su nombre, siguiendo la costumbre granadina de dar a las calles nombres de campos de batalla y de provincias, conmemora la batalla de 1819. Esta calle es corta, tiene la forma de embudo y desemboca en una plaza pequeña, la de San Victorino, donde está la principal fuente de Bogotá, que en el plano está repre- sentada por un punto en el centro de la plaza. Es posible que la fuente sea copia de una tumba gótica española y tiene inscripciones en el pretil, muro bajo que la rodea, y numerosos chorros de agua que brotan de tubos de hierro. A su alrededor hay siempre una nube de muchachas en mantellinas y enaguas azules que luchan por poner la caña en el chorro antes que su vecina. La pila fue demolida en 1907 y se sustituyó por una fuente de bronce que permaneció allí durante tres años y luego fue llevada a la plaza de las Cruces. El asunto del agua es complejo y las luchas por el líquido se han acusado desde la llegada al nuevo reino y los inicios de la urbanización. Son profusos los ríos y riachuelos pero también irregulares los ciclos y al albergar una ma- yor población – con hábitos diferentes a los primeros pobladores- las exigen- cias son mayores. El agua empieza a ser de uso privado para el beneficio de los molinos y luego de las fábricas o de los propietarios de los solares veci- nos a las fuentes. La real cedula sobre aguas dispone en 1695 que el cabildo de Santafe es competen- te para conceder la venta de pajas de agua y que deben medirse mucho en este asunto, por tenerse noticia de quesin previsión se han estado repartiendo mercedes y venta de agua, comprometiendo con este descuido las necesidades de la población a que primero hay de proveer y que en adelante no pueden hacerse mercedes de agua sin consulta de la real audiencia y su presidente....(Defensa del municipio en el asunto de aguas,1905) En tiempos de verano el agua es escasa y en invierno llega a las pilas y cho- rros turbia. Afirma el mismo Holton, un tanto desconfiado: El acueducto consiste en una especie de acequia de un pie de ancho y seis pulgadas de profundidad por donde corre el agua, cubierta en casi toda su extensión, pero no alcanza a quedar protegida del detritus que arrastran las aguas lluvias. Hacía poco que había llovido y el agua en la pila tenía un color carmelita profundo, pero al en- trar a través de un pequeño filtro a la toma del acueducto, estaba completamente clara. No me gustó nada saber que todo ese mugre lo tomo incorporado a mi choco- late. Las pilas pues serán obras a cargo del Cabildo y con el apoyo del párroco de las iglesias, pero también se habla de “chorros”. Estos se derivaban del acue- ducto privado, generalmente a cargo de religiosos. José Bernardo Segundo Peña en Antiguas Fuentes públicas (1957) reseña una a una las pilas y los chorros de la ciudad, los que le darán también nombre sonoros a las calles; San Antonio en la calle 16 con carrera 12 que tomaba el agua del acueducto de fray Domingo Petrés, el Chorro del arco en la calle 16 entre 7 y 8ª - en servicio hasta que fue demolido el arco que unía la iglesia de la Tercera con el convento de San Francisco -, el Chorro de Belén, gracias al convento del Carmen, el de las Botellas que salía del convento de Santa Clara en la calle 8a entre carreras 9a y 10a- al parecer en este punto el agua era salada y la calle se llamará Calle de la Sal-, la Cajita del agua de la Calle tapada, en el barrio las Nieves, hoy calle 19 y el Chorro de los Carneros en la Avenida Jiménez entre carreras 7 y 8, entre otros. Aparece reseñado también el chorro de Padi- lla, en el punto de entrada del río San Francisco a la ciudad, en el Boquerón que forman Guadalupe y Monserrate, donde estarían los primeros baños públicos de la ciudad y el que Herrera reseña en Lecciones orales de Geo- grafía en 1885 como “una cascada de agua mágica”. A la par con la urbanización y la construcción de puentes y mejoras en la ciudad se instalarán las primeras fábricas, algunas de las cuales sacarán provecho del río San Francisco o se levantarán en lugares estratégicos y vecinos a lugares importantes. La Real Fábrica de Aguardientes de San- tafé se constituyó por orden del Virrey Solís quien ordenó la construcción de un edificio según Pedro María Ibañez “en la ribera norte del río San Francisco, inmediata al puente del mismo nombre, y de él separada por una ronda angosta del río”. Funcionó en esta casa también la administra- ción de tabacos, de correos, de naipes y sirvió para alojar a los oficiales reales. Hacia de finales del siglo XVIII se decidió serviría como cuartel de caballería, sería luego ocupada por el ejercito patriota y finalmente vendi- da a particulares. En el siglo XX será demolida. Cerca al río pero vecinos a los cerros orientales se levantará la fábrica de papel, luego en los actua- les predios de la Universidad de los Andes una sombrerería y un poco más abajo una fábrica de cervezas A las orillas de los ríos: Ilustración e Independencia En 1702 se han enterrado más de cinco mil muertos a causa de la epidemia de viruela. Es la tercera ya, pero será una de las más severas. Se llevan los muertos a enterrar en las iglesias y se harán rogativas, novenas y procesio- nes pidiendo se salven los pecados que han condenado a las víctimas. Tam- bién se registra las epidemias de “peste” y tifo. La ciudad se surte ya de aguas contaminadas y es evidente el hacinamiento de los mal contados 18000 habitantes. En el otoño de 1760 se embarca en Cádiz con destino a lejana Cartagena de Indias el nuevo virrey de la Nueva Granada, Pedro Messía de la Zerda, acompañado por José Celestino Mutis su médico personal. Un año más tar- de Mutis llegará a Santafé para inaugurar la cátedra de matemáticas, física, medicina y astronomía en el Colegio Mayor del Rosario para ser luego el director de la expedición Botánica, la vasta investigación que cambiaría la manera de ver el mundo. Llega pues Mutis al claustro vecino al rio y para entonces recién empeza- ban las obras que completarían el conjunto de la Plaza de San Francisco: Ya existía en Santafé en aquellos años la Orden tercera de penitencia, la cual celebrab a sus funciones religiosas con incomodidad en el templo de San Francisco, cuando ingresó a ella como hermano el ilustre Virrey Solís, quien regaló a dicha Orden una casa, calle de por medio con la iglesia de La Veracruz. Doña Francisca Caicedo, de istinguida familia de Santafé, cedió la contigua, con extenso frente sobre la carrera principal de la ciudad, hoy 7.ª, la cual servía para ejercicios espirituales, con el fin de que en el sitio donado se edificase un templo para el servicio de los terceros, el cual habían pensado levantar en el área de la entonces Plaza de San Francisco, hoy Parque de Santander, ampliando el Humilladero, a lo que se opuso el distinguido hijo de Mariquita D. Francisco Antonio Moreno y Escandón, Fiscal, Protector de indio . El 25 de enero de 1760 se principió la obra del templo de La Tercera, y también con tribuyeron para ella con dinero don Ignacio de Rojas Sandoval, santafereño acaudala do, de quien refiere la crónica que hallándose poco tiempo antes en mala situación de fortuna, trabajaba en las orillas del río Fucha, y que habiendo amarrado el cabestro de su cabalgadura a un arbusto, mientras se entregaba a sus quehaceres, el caballo arrancó la planta dejando a la vista un tesoro depositado allí por los primitivos mora dores del país. Rojas de Sandoval quiso emplear la mejor parte del dinero encontrado en la construcción del templo arriba mencionado. También don Camilo Manrique cedió para lo mismo parte de un edificio y un solar. Veinte años se trabajó en el tem plo, que se bendijo el 25 de agosto de 1780, y anexo a él se levantó un edificio seme jante a los conventos, destinado al servicio de los terceros y a casa de ejercicios espi rituales de San Ignacio. Este último, que amenazaba ruina, fue demolido en 1890- para construir casas particulares. Unióse el nuevo templo al convento de franciscanos por medio de un arco de cal y canto, demolido sin objeto después de la desamortiza ción de 1861, y desde entonces se llamó esa parte de la calle 16, Calle del Árco. (Ibáñez,cap. XI) También se había levantado el sólido edificio para la Administración de taba- cos en el costado suroccidental de la plaza de San Francisco, al lado de la de aduanas y la fábrica de aguardiente. Al poco tiempo de haber llegado, el sabio Mutis le propone al rey iniciar una expedición por el Reino, documentando la flora y fauna para contribuir con la historia natural que a la vez ayudaría en la búsqueda de nuevas especies que aportaran a la economía. A la luz de la razón y con los vientos de la ilus- tración se formarán criollos y mestizos. en la Universidad del Rosario: Cami- lo Torres y Tenorio, Francisco José de Caldas, José Acevedo y Gómez, Luis Caicedo y Flórez, Antonio Baraya, Joaquín Ricaurte, José María Carbonell, Jorge Tadeo Lozano, entre otros. Debido al resurgimiento del impuesto de la Armada de Barlovento se había desatado la rebelión de los comuneros en Santander. Manuela Beltrán, enca- bezaba la marcha y rompiendo el edicto en las narices de las autoridades ex- clamó: “ Viva el rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento ”. En 1782 será ahorcado, junto con otros líderes de la revolución de los Comu- neros, José Antonio Galán y su cuerposerá expuesto en las plazas principales antes de desmembrarlo y “llevar a Guaduas su cabeza teatro de sus escanda- losos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro, la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes”. No habría de sorprendernos que la guerra en Colombia parezca no tener fin. Los terremotos que anuncian cambios Se han levantado puentes, se ha terminado la mayoría de los conventos, el agua llega a las pilas y los solares en su mayoría han sido construidos. A la plaza mayor llegan los días martes, jueves y sábado, frutos, hortalizas y ani- males de todo tipo. En plaza de San Francisco aún se lleva a cabo el mercado de hierbas. Desde el Cerro de Monserrate en el Boquerón se ve esa villa de techos rojos y el camino de los ríos. Brilla la cúpula vidriada del Convento de Santo Domingo y se levantan las espadañas y torres de las muchas igle- sias. A la siete y tres cuartos de la mañana del 12 de julio de 1785 la ciudad pareció estremecerse y los ríos trajeron sus aguas de manera turbulenta. Un fuerte ruido salió de las entrañas de los cerros y los muros de adobe se abrie- ron a ojos vista a la vez que caían las espadañas. El convento de San Francis- co muestra grietas y la torre del reloj “esta cuartiada de arriba abajo”. De la Veracruz saldrá una procesión solemne “dando la vuelta a la plazuela” y se rezará durante todo el día. También el Colegio Mayor del Rosario ha sido gravemente afectado: Harto grave es el que ha padecido el Colegio de nuestra Señora del Rosario, cuya Torre quedó en estado tan ruinoso, que no ha havido Alarife, que se atreva á subir á descargada; sin embargo de no haverse puesto tasa en el premio de su trabajo … siendo preciso verificarlo por el peligro en que están las Casas vecinas, y la Iglesia del mismo Colegio, se ocurrió al infarigable zelo del Señor D. Domingo Esquiaqui, Comandante de Artillería de la Plaza de Cartagena, quien se halla encargado de ejecutar este Proyecto (Aviso del Terremoto, 1785) El “Aviso del terremoto” dará cuenta del suceso y las hojas impresas en la imprenta Real de Antonio Espinosa de los Monteros, se repartirán por la ciudad. Se anunciarán en este medidas para reforzar las estructuras y se darán recomendaciones para las reparaciones “utilizando ladrillo y buenas maderas”. El 20 de Julio de 1810 el país dividido en provincias declara su indepen- dencia de España. El proceso se alargará por varios años, los españoles regresarán a sus colonias y condenarán a muerte a todo aquel que consi- deren emancipado. El “régimen del terror” se prolongará hasta 1819 cuando un ejército republicano comandado por Simón Bolívar cruza las montañas que separan Casanare de Tunja y Santafé y tras las batallas de Paya, Pantano de Vargas y Puente de Boyacá toma el control de la ciu- dad. A pesar de todos los esfuerzos realizados por mantenerla unida, la Gran Colombia fracasó como nación, dividiéndose en 1830 en aquellos 3 países que la habían conformado (Panamá siguió unida a la Nueva Gra- nada 70 años más). En 1810 se había dado el grito de la independencia pero ya entonces y desde hace rato se venían gestando las luchas y se había condenado a muerte a los que se oponían al régimen. Francisco José de Caldas muere fusilado en la plaza de San Francisco, recibe el tiro por la espalda, José María Carbonell, nombrado amanuense de la Real Expedición Botánica que se había unido a las causas patriotas, fue ahorcado el 19 de junio de 1816 en la Huerta de Jai- me. Yo te perdono- le dijo al verdugo cuando pasaba la soga por su garganta ya en el patíbulo-, tú no tienes la culpa. También en la Iglesia de Egipto y cerca a Agua Nueva, caerán los patriotas. Todos recordaban los horrores de 1816 y la multitud de víctimas sacrificadas por los pacificadores, cuya sangre pedía vindicta y cuyos miembros, destrozados por las aves de rapiña, aún pendían de las escarpias de Egipto y la Agua Nueva (Cuervo, 1919) La Huerta de Jaime se le llamaba a los terrenos de Don Juan Alonso de Jai- mes, vecino a la salida de occidente, lugar plantado de frutales y hortalizas. El 7 de agosto de 1819, en los momentos en que los soldados de Bolívar triunfaban en Boyacá de las huestes que vencieron a Napoleón en Arapiles y en Bailen, los habitantes de Santafé presenciaban un acontecimiento verdaderamente triste. De la real Cárcel de Corte, situada en la Plaza Mayor, salían tres víctimas camino del patíbulo, levantado en la entonces Huerta de Jaime. Abría la marcha la campana de los hermanos de La Veracruz y el Cristo de los mártires llevado por un fraile fran- ciscano. Cerraba la fúnebre procesión un pelotón de fusileros del rey (Cuervo, 1919) Se construirá en él una plaza y un monumento en 1851 en honor a los márti- res allí sacrificados y a su costado a inicios del silgo XX se levantará la Igle- sia del Voto Nacional. Un cuadrilátero de 12 metros de largo y de 10 de ancho. Su nombre lo debe a los 18 patriotas que sacrificó en ella el Gobierno español… Esta plaza tiene un jardín y un monumento. En los ángulos del pedestal, sobre torres cilíndricas, hay cuatro gran- des estatuas que representan la Justicia, la Paz, la Libertad y la Gloria, y entre ellas están cuatro urnas funerales consagradas á Caldas, á Baraya, á Torres y a la Po- la” (Herrera, 1885). Por el camino a Honda huyó el Virrey Sámano, por el puente de San Francis- co viniendo de la primera Calle real, cruzaría el séquito que acompañaba a quienes serían fusilados y desde las cercanías del acueducto de Agua Nueva pasando por la iglesia de la Veracruz y la de San Francisco hasta llegar a la plazuela de San Victorino, sobre el curso del río, seguirían los ciudadanos los acontecimientos. El siglo XIX se debatirá entre las guerras intestinas y Bo- gotá continúa siendo un núcleo entre los dos ríos señalados sus extremos por las construcciones religiosas. Al interior se han venido redistribuyendo los solares y los cambios se darán de a pocos en la tardía república. Hasta el año de 1849, época en que puede decirse empezó la trasformación política y social de este país, se vivía en plena colonia. Es cierto que no había Nuevo Reino de Granada, ni virrey, ni oidores: pero si hubiera vuelto alguno de los que emigra- ron el año de 1819, después de la batalla de Boyacá, no habría encontrado cambio en la ciudad, fuera de la destrucción de los escudos de las armas reales; la erección de la estatua del Libertador; la prolongación del atrio de la catedral, y la traslación del Mono de la Pila, con la pila misma, de la plaza mayor, después de pasar por la plazuela de San Carlos, al Museo Nacional… (Cordovez Moure,1936, p.20)
Compartir