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El río que corre. Una historia del río San 
Francisco y la Avenida Jiménez 
JIMENA MONTAÑA CUÉLLAR 
(Primer capítulo. Libro publicado por Fundación de Amigos de Bogotá. Diseño Tan-
grama.Diciembre, 2015.Los derechos son de los autores. El presente capítulo es un PDF 
para lectura de referencia no se incluyeron todas las imágenes de la publicación) 
 
Capítulo I 
La sabana de Bacatá 
La cordillera oriental que comprende la meseta que alberga la Sabana de Bo-
gotá a los 2.600 msnm se terminó de conformar entre finales del Mioceno e 
inicios del Plioceno. Para entonces se inició el proceso de deshielo, que pro-
vocó un gran flujo de agua y erosionó haciendo un cauce que permitió su 
desecación por la zona sur oriental. De la mitología muisca queda la leyen-
da. Un día el cielo pareció abrirse y comenzó a caer un aguacero torrencial. 
Pasaron los días y no paraba de llover. Los ríos se salieron de sus cauces, los 
humedales y espejos de agua superaron su capacidad y anegaron las terrazas, 
derrumbaron los camellones y arrasaron a su paso los bohíos y cementeras, 
arrastraron niños y mujeres, ahogaron a los venados, curís, felinos y aves sil-
vestres. El Zipa recordó un hombre de tez y larga barba blanca que les había 
enseñado a cultivar y tejer, que no hablaba su lengua y por entonces estaba 
en la región de Sugamuxi y lo mandó llamar. Apareció Bochica apoyado en 
su bastón y con lentitud, surcando los ríos turbulentos que se habían formado 
se dirigió hacia la zona sur oriental donde tocó las montañas con su bastón. 
Estas se abrieron con un gran estruendo para llevar el agua de manera presu-
rosa a través de una gran cascada: El Salto del Tequendama. 
 Los grupos humanos que se asentaron en la Sabana manejaban el terri-
torio anegadizo con la construcción de camellones y terrazas, las que permit-
ían un sistema productivo que integraba agricultura, pesca y caza en un mis-
mo espacio. La intervención en el terreno y el cuidado de los humedales co-
mo recolectores serían un aliado frente al terreno con poca capacidad de dre-
naje surcado por ríos y quebradas. 
El territorio Muisca a la llegada de los españoles, comprendía las cuencas y 
valles del río Bogotá y según los cronista el cacicazgo estaba organizado en 
cuatro confederaciones de aldeas Bacatá, Tunja, Duitama y Sogamuxi, lide-
radas por sus respectivos caciques. Bacata y Tunja serían las confederaciones 
de mayor tamaño administradas por el Zipa y el Zaque . 
El agua y el sol serán los dos elementos principales de la mitología muisca: 
Sia, la madre de todas las demás y Sue, aquella que permite cada amanecer. 
Las lagunas y ríos se nombraban “gue” casa de las divinidades, en ellas se 
hacían los nombramientos, se celebraba la entrada de las mujeres a la puber-
tad y se pedía por la vida. Los acuíferos permitían la alimentación y supervi-
vencia y se veneraba su naturaleza protegiéndolos. 
 
Al altiplano muisca se adentró con su ejército Gonzalo Jiménez de Quesada 
desde la recién fundada Santa Marta buscando el “gran país de Cundinamar-
ca” rico en oro, sal y esmeraldas. Siguió el curso de un gran río, llamado por 
los indígenas en la parte baja Caripuaña, en las tierras cálidas Arli (río del 
pez), Yuma en su nacimiento (río amigo de la montaña) y Guacahayo o río de 
las tumbas en los trayectos de los peligrosos rápidos. Renombrado ahora co-
mo Gran Río de la Magdalena por Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa en 
honor a “nuestra señora” será el primer camino hacia la conquista. Un año 
tarda la expedición, entre fiebres, hambre y luchas. Por su parte Sebastián de 
Belalcázar venía desde Popayán por la parte alta del Río Magdalena y Ni-
colás de Federmann por el Llano. Se encontrarán en la sabana para fundar 
una villa. 
Fray Pedro de Aguado, de la orden franciscana, acompaña las huestes en la 
conquista y a la llegada al Nuevo Mundo a la luz de la vela, una vez pasadas 
las angustias se dedica a escribir las crónicas desde las tierras lejanas. Anota 
Aguado que Jiménez encontró a su llegada un territorio anegado y su marcha 
se vio detenida por el caudal de los ríos y las trampas de los humedales. El 
ejército se detuvo en Suba cercado por las aguas del caudaloso río Bogotá, 
donde los aborígenes usaron los islotes como defensa “porque como aquellas 
lagunas fuesen de grandes cenagales y tremedales, no entraban dentro los 
españoles con sus caballos, por no ser sumidos en el cieno y puestos en noto-
rio peligro” (Aguado, 1986, p. 76, 77). 
Pero la sabana de Bogotá es apacible. Los cerros de Pie de Abuela y Pie de 
Abuelo, se alzan majestuosos. Es verde y dorada y por las tardes plateada 
pues brillan los humedales al occidente. ¡Tierra buena! ¡Tierra que pone fin a 
nuestra pena! anota Juan de Castellanos en sus crónicas, resumiendo la sen-
sación de los recién llegados. 
Pobló este pueblo el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, por el año de 
1538 y llamóle de Santafé de Bogotá, por estar en sobredicho valle, y Santafé, por 
la ciudad que está de este nombre junto a Granada, España, donde tiene su asiento 
en el valle de Bogotá, junto a la cordillera, hay agua de pie por toda la ciudad, que 
se saca de los ríos que pasan cerca de ella, y hay muchas huertas, y en ellas muchas 
hortalizas (López de Velasco en Martínez, 1978, p.21). 
 
Las tierras del cacique Bacatá ofrecen las condiciones climáticas y geográfi-
cas para asentarse. La surcan dos ríos caudalosos y profundos además de 
cientos de quebradas. Los cerros al oriente enmarcan y protegen el lugar. Es 
además una tierra fértil, sembrada de maíz, frijol, ahuyama, calabazas, papa 
y rodeada por bosques de encenillos y cauchos. El lugar para asentarse será a 
las faldas de los cerros, en los terrenos menos anegadizos y cercano a los ríos 
más caudalosos. 
El adelantado, en nombre de Carlos V tomó posesión de las tierras del Zipa y 
reunió a los ejércitos para celebrar la ceremonia en Thybzaquillo, lugar don-
de el Cacique prefería pasar las temporadas de lluvia y luego la misa en el 
lugar del mercado indígena, vecino del rio Viracachá, donde se construyó 
una pequeña ermita. 
En el mes de abril de 1539 se hará la fundación jurídica, se trazan las calles y 
se reparten los solares, se establece sobre el damero el lugar de la plaza ma-
yor donde se hospedarán los poderes civiles y eclesiásticos. La columna ver-
tebral será el camino principal, ruta que conducía hacia la tierra de la sal y 
las esmeraldas. 
 
A la fundación en nombre del Rey y servicio de Dios, le seguía por parte del 
cabildo el trazado y adjudicación de solares : "al pie de la cruz que se había 
erigido en el solar señalado para la iglesia del lugar (Konetzke, 1976). 
 
Para establecer un gobierno civil en el llamado Nuevo Reino de Granada se 
creó en Santafé entre 1548 y 1549 la Real Audiencia y el gobernador se esta-
bleció en 1564, asumiendo poderes ejecutivos. El territorio y su gente se re-
partió sobre el nuevo orden. Las leyes indianas establecieron las encomien-
das, las mitas, el resguardo y los límites de las dehesas. 
 
A la orden mendicante de los franciscanos, a la cual pertenecía Fray Aguado 
nombrado luego provincial del convento de Santa Fé, le correspondió como 
lugar privilegiado, la parte llana vecina de los cerros y a las orillas del río 
Vicachá (Resplandor de la noche). En el extremo, la orden de los Agustinos 
tendría su asiento sobre el cauce del Rio Manzanares. 
https://es.wikipedia.org/wiki/1564
Serían renombrados los ríos por las órdenes religiosas; San Francisco y San 
Agustín, límites norte y sur de la fundación. 
 
Como primer encomendero de Santa Fé se nombraría al capitán Antonio de 
Olalla: “conquistador, acompañante de Jiménez de Quesada y alférez de su 
ejército en la expedición a la meseta Chibcha” (Fraile, en Colmenares, 
1970 ). Los indios de Bacatá serán repartidos, es decir dados en encomienda 
en 1541 por el capitán GonzaloSuárez, lugarteniente de Hernán Pérez de 
Quesada. Luego, Luis Alonso de Lugo se nombraría encomendero por ser 
uno de primeros descubridores, conquistadores y pobladores de este Reino y, 
según consta en su correspondencia, debería ser gratificado. La tierra será 
repartida como modo de producción en ejidos y dehesas y estas pagarán un 
tributo. 
Dibujo de Joseph Aparicio Morata en 1772 . 
No demoraría la urbanización aprovechando los materiales del lugar: la ma-
dera de los cerros y de las tierras cálidas y el adobe extrayendo de las entra-
ñas del pie de monte las calizas y areniscas. 
Partirá del núcleo entre los dos ríos y será dividida en parroquias. La calle 
principal en el tramo entre las dos órdenes religiosas se llamaría luego Calle 
Real, eje que seguía hacia el norte el Camino a Tunja, y hacia el sur de San 
Agustín el camino a Fómeque. 
La villa necesita abastecerse y se refuerzan los caminos sobre rutas aboríge-
nes buscando además, extenderse por el territorio. El gran río conduce de 
regreso al mar, y donde se unen la cordillera Occidental y Oriental en el valle 
del llamado ahora Río Magdalena, tierra de los Ondaimas y Gualís, en la 
confluencia del río Gualí, Quebrada seca y el Río Magdalena, -entrada al 
altiplano muisca-, ha sido ya fundada la villa de San Bartolomé de Honda. 
En el año de 1553 los capitanes y encomenderos Alonso de Olalla y Hernan-
do de Alcocer crean una “compañía enderezada a construir un camino de 
herradura” y celebran un contrato con la Real Audiencia. Los capitanes cons-
truirían el camino a su costo, y para resarcirse de los gastos, cobrarían un de-
recho de peaje sobre cada carga que transitara por aquella vía. El camino a 
Honda o camino de occidente, será uno de los más frecuentados. Fray Pedro 
Simón en 1623 anota: 
El camino real que es más frecuentado es el que va al pueblo de Honda, va un ca-
mellón o calzada de medio estado de alto (…) para poder andar aquel camino 
sin impedimento de los anegadizos y aguas represadas que por ser tierra llana no tienen co-
rriente. Abúndale principalmente de aguas dos ríos que se descuelgan de la serranía de sus 
espaldas, el uno llamado de San Francisco …y en lengua de la tierra Vicachá, y el otro 
llamado de San Agustín…que cogen en medio la principal parte de l a ciudad ( Simón en 
Martínez, 1978, p.23). 
 
 
El rio San Francisco- para los pobladores muiscas Vicachá- nace en la laguna 
del Verjón, ubicado entre los páramos de Choachí y Cruz Verde, al oriente. 
Al cruzar por el Boquerón, descendía rápidamente y hacía profundo su lecho. 
Se unía con el río Manzanares buscando luego el Funza que encontraría el 
Magdalena. A los ríos llegaban varias quebradas de menor caudal. A la lle-
gada de los nuevos pobladores y el trazado de la villa, los acuíferos se pensa-
ron como abastecimiento y el trazado en cuadrícula se replegaba en sus cau-
ces. Poco a poco estos se empezarán a rellenar para sobre ellos construir. 
El límite occidental de la fundación sería un barranco profundo, un poco más 
allá de donde se unían los ríos principales, que sería la actual carrera décima, 
depresión que obstaculizó hasta mediados del siglo XIX el desarrollo hacia el 
occidente . 
 
En la repartición de solares le correspondía a los de mayor jerarquía los luga-
res vecinos a la plaza mayor y a los puntos delimitados por las órdenes reli-
giosas: conocidos como caballerías mayores, los de 600 pasos de frente y 
1.200 de fondo o caballerías menores, y las peonías o unidades más peque-
ñas” (Rivadeneira, 2001). 
 
 
Las primeras construcciones serán las capillas y luego los conventos. La igle-
sia de San Francisco y el convento para albergar a los religiosos empezó a 
construirse en 1557, le seguirán años más tarde la Iglesia de la Veracruz y la 
Orden de la Tercera que complementarán el conjunto. También y para finales 
de 1557, la orden de los Dominicos construiría su templo, sede definitiva de 
la Orden de los Predicadores en la Nueva Granada, entre las actuales carreras 
7 y 8 y las calles 12 y 13. Los dominicos de Santafé de Bogotá tendrán a car-
go la cátedra de lengua indígena, obligatorio su estudio para los misioneros a 
fin de facilitar su labor como doctrineros. Será esta orden la que publica a los 
inicios del siglo XVII la primera gramática Muisca compuesta por Fray Ber-
nardo de Lugo, O.P. 
 
En 1538 Cristóbal Ortiz Bernal, también miembro del ejército de Quesada, 
levantó en el solar que le correspondía y por devoción a nuestra Señora de 
las Nieves, cercano al camino a Tunja, una capilla pajiza, -la que le daría el 
nombre a la parroquia-, reemplazada más tarde por “nuevo templo, de mejor 
fábrica y con cubierta de teja”. La Calle era ancha y el atrio tan generoso que 
Francisca de Silva, hija del conquistador Juan Muñoz de Collantes, donó un 
terreno de su propiedad frente a la iglesia para que le sirviera de plazuela. En 
su centro se colocaría luego una pila para abastecer de agua al barrio llamado 
Las Nieves. 
Un poco más arriba, hacia el oriente, y a las orilla del rio San Francisco y 
cercano a los cerros de Guadalupe y Monserrate para mediados de 1600 
otra pequeña ermita se yergue en los terrenos despoblados. “El Presidente 
Saavedra y el Arzobispo don fray Cristóbal de Torres concedieron licencia 
al presbítero Juan de Cotrina y Topete para levantar al mencionado edifi-
cio el cual era su intención dedicar al establecimiento de la Congregación 
de San Felipe de Neri” relata Pedro María Ibáñez (capt,XI) en sus cróni-
cas. En honor a Nuestra Señora del Rosario iniciaron la construcción del 
convento. La congregación de San Felipe de la orden de los dominicos, 
había establecido un hospital en el solar trasero colindante con la Catedral 
en la Plaza Mayor. Siglos más tarde este, el convento de Las Aguas, será 
destinado al cuidado de los afectados por la epidemia de viruela. 
También al lado del río, pero hacia el occidente y vecino al conjunto de San 
Francisco, Fray Cristóbal de Torres, Arzobispo de Santa Fe en el Nuevo Re-
ino de Granada, y con la autorización del Rey Felipe IV entre 1652 y 1653, 
ordenó la construcción del claustro para el Colegio Mayor del Rosario, don-
de se dictarían las cátedras de filosofía, teología, jurisprudencia y medicina. 
El claustro se construiría con los materiales que le proveía un chircal de su 
propiedad en Las Nieves- actual calle 22- y cuya arquitectura seguiría el esti-
lo escolar inspirado en el colegio llamado del Arzobispo o de Fonseca en Sa-
lamanca, España. El claustro tendría por su supuesto su capilla, una sencilla 
construcción en cuyo altar mayor se veneraba a la Patrona del Colegio, ador-
nado por una imagen bordada con esmero en hilos de oro y plata por Doña 
Margarita de Austria. Se le conocerá con el nombre de “La Bordadita”. 
Hacia el norte y no lejos de la falda de las montañas en 1606 Fray Luis de 
Mejorada, Provincial de franciscanos, adquirió las tierras vecinas a la que-
brada de La Burburata – terreno del mismo nombre-, y casa de recreo de don 
Antonio Maldonado de Mendoza, para fundar la recoleta de la Orden francis-
cana, donde construyó luego la iglesia y más tarde el convento. Estas cons-
trucciones marcarán por siglos el extremo norte de la ciudad. 
 
Entre las parroquias señaladas por sus capillas fueron quedaron las quebradas 
y ramificaciones de los ríos, el río San Francisco seguiría su cauce con una 
mayor o menor profundidad en su lecho. 
Para 1598 el señor Francisco de Hernán Sánchez donó los terrenos de su pro-
piedad para levantar en ella una iglesia de paja. Cuando se erigió como pa-
rroquia sus herederos cedieron sus terrenos para hacerle una plaza. El patrón 
será- según las crónicas- escogido al azar. En una bolsa estaban escritos los 
nombres de los santos y un niño debía sacar el elegido. Tres veces salió San 
Victorino, “abogado contra los hielos que hacen daño a los panes recién 
sembrados”, tresveces fue devuelta la papeleta con su nombre y tres veces 
más volvió a salir. La Plaza, a pesar de la rigidez del modelo de cuadrícula 
impuesto, obedeció al curso del río, de ahí su forma. Se convertirá en un um-
bral y lugar de confluencia, en lugar de paso y puerto seco. El templo de San 
Victorino se derrumbó tras un temblor en 1827, nunca fue reconstruido pero 
su plaza fue renombrada más tarde en honor al precursor Antonio Nariño en 
cuyo centro se levantó su estatua. Más tarde y ya en el siglo XX se convertirá 
en la Plaza de la Mariposa. Veremos luego la historia de sus trasformaciones 
y su condición. 
En el extremo sur se ha levantado la Iglesia y convento de San Agustín, al 
lado del río Manzanares y la iglesia de Santa Bárbara. Y en lo alto de la peña 
al lado de los cerros, la ermita de Nuestra Señora de Egipto. Según Pedro 
María Ibáñez era de arquitectura rudimentaria y sin ninguna belleza arqui-
tectónica y la casa anexa ocupaba el espacio al norte “ Está construida en un 
notable desnivel de la colina, sobre grandes y fuertes muros de piedra, que no 
obedecen a ningún orden de arquitectura, pero sí tiene cierta belleza rústica 
que imita las fortalezas de la Edad Media, especialmente si se mira desde las 
faldas del cerro de Guadalupe, desde el estanque principal del acueducto y 
desde las ondulaciones de la calzada del moderno Paseo Bolívar” (Ibáñez, 
capt VIII). En el siglo XIX el escultor suizo Luigi Ramelli sería el encarga-
do de elaborar la estatua de la Virgen de Lourdes a cuyos pies se leía en le-
tras doradas: 
CUSTODIA CIVITATIS 
 
EL ILLMO. RVMO. SR. ARZOBISPO DE BOGOTÁ 
CONCEDE CIEN DÍAS DE INDULGENCIAS 
POR CADA SALVE QUE SE RECE 
A ESTA IMAGEN. 
Fece Mel MCMV. 
 
Crecen por supuesto los barrios y los solares inmensos. Escribe Lucas 
Fernández de Piedrahita al llegar a la ciudad en 1666: 
Santafé de Bogotá está a las faldas de dos montes por donde pendientemente extien-
de su población, tiene de longitud por más de dos millas […] sus calles son anchas, 
derechas y empendradas […] sus edificios son altos y bajos y son costosos y bien 
labrados a lo moderno, de piedra, ladrillo, cal, teja […] todas tienen espaciosos pa-
tios, jardines y huertas, sin mendigar los frutos y flores de las ajenas. Hermoséanla 
cuatro plazas y cinco puentes de arco sobre los dos ríos que la bañan ( Piedrahita en 
Martínez, 1976) 
El San Francisco provee de agua a la ciudad y, reseña el cronista “forma una 
acequia” y “dentro del círculo de la población muelen ocho molinos”. Los 
conquistadores se han adentrado a caballo. El encomendero Alonso Luis de 
Lugo a su regreso ha traído consigo semillas y plantas de España, además de 
cerdos, cabras, ovejas y también carpinteros y albañiles para construir sus 
solares. Fernán Álvarez de Acebedo, se dio a la tarea de traer ganado vacuno 
– que rápidamente se extiende por la sabana- . Los recién llegados rechazan 
la mayoría de productos de la tierra que los recibe - entre ellos las papas que 
salvarán a Europa de la hambruna- y el maíz, base de la alimentación preco-
lombina. El trigo se adapta rápidamente y en las dehesas se siembra éste para 
abastecer a los recién llegados. Doña Elvira Gutiérrez dispuesta a la aventura 
había llegado de España con los adelantados y fue ella misma quien amasó el 
primer pan con harina del trigo recién cosechado en el territorio 
Avanza el proceso de deforestación – el entorno provee de leña para los fo-
gones y materiales para la construcción- y se iniciará el proceso de urbaniza-
ción del río, el que además recibirá los detritos. Para 1547 el Licenciado Diez 
de Armendáriz escribe el Rey para dar cuenta de la construcción de dos moli-
nos, al parecer sin su permiso: 
 
Hícelo así y he sido tan importunado que, o los hiciese o diese licencia por el bien 
de los indios de servicio, que son los que padecen el trabajo en moler, así el maíz 
como el trigo, que no lo pude excusar (…). Hanse hecho, debajo de que si Vuestra 
Majestad fuere servido que sean suyos, lo serán, pagando el costo (Friede, 1963, 
IX, 185, p. 166-202). 
 
En el boquerón creado entre los cerros del Monserrate y San Francisco, en la 
llamada acequia por Piedrahita, vecino del recién nombrado cerro de Nues-
tra Señora de Monserrate, será uno de los primeros. 
El uso del agua se debe reglamentar y 1557 se prohíbe “lavar en él y arrojar 
inmundicias” y se advierte sobre su manejo en los molinos. Se contarán lue-
go más de ocho en sus orillas y otros más en las quebradas que rodean la ciu-
dad hacia el occidente. 
 
Hacia el Norte y hacia el Sur se encuentran colinas con arboledas, tupidos sotos y 
algunas lagunas que, rielando como espejos, muestran en sus orillas innumerables y 
preciosas aves. Y hacia el Sudoeste se desatan en eterno plumaje las brumas tor-
mentosas del Salto, cuyo vórtice es el tema de nuestros viajeros y poetas. La Saba-
na, según dicen los sabios, fue en otro tiempo un tranquilo lago; y como hoy en día 
es un campo de cereales y rebaños queda comprobado una vez más el dicho de Ovi-
dio de que ahora se ara donde antes de navegaba (Lecciones de Geografía, Eugenio 
Herrán 1885) 
 
Las calles irán tomando el nombre de su entorno o de la memoria. Calle del 
Molino del cubo- propiedad de los jesuitas y vecino del río-, Calle de la Fati-
ga, Calle de los Chorritos, Calle de la Cajita de Agua, Calle del Puente de 
San Francisco, Calle de la Agonía… 
La ciudad y sus ríos 
La ciudad entre los ríos necesita comunicarse entre sí y es necesario construir 
puentes sobre las corrientes que la surcan. Los primeros levantados en made-
ra apenas si resistían los embates de las corrientes en las temporadas de llu-
via y habían sido arrastrados y superados por los ríos en varias ocasiones. Es 
en 1661 cuando Diego de Eugues Beamuntont, nombrado presidente de la 
Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada, quien con la ayuda del síndico 
Francisco de Caldas Barboza, ordena la construcción en cal y canto de los 
primeros puentes sobre los ríos San Francisco, San Agustín y Funza. Este 
último en la calzada de Occidente, sería, hasta la construcción del ferrocarril 
de la Sabana, la vía comercial más transitada del Nuevo Reino. 
 Sobre el río San Francisco se encuentra el puente del mismo nombre, debido al celo y 
 acreditada ciencia del Capitán Francisco de Caldas Barbosa, quien lo levantó en 
 1662, y los denominados Colón, Santander, Latas, Cundinamarca, Tequendama, Fila
 delfia, Telégrafo, San Victorino, San Miguel ó Acebedo Gómez, Los Mártires, y Ra
 fael Núñez. Sobre el San Agustín se halla el puente que lleva su nombre, construido 
 por el mismo Capitán, en el sitio yá expresado; y además, los llamados Bolívar, Car
 men, Lesmes, el del Cuartel, Cuálla, Córdoba, Puertoalegre y Lira (Herrera,1850, 
 p.4). 
 
En 1623 se había dado el trazado geométrico definitivo al espacio para el 
mercado de las yerbas o plaza de los encomenderos, ahora Plaza de San 
Francisco y el río quedó incluido en su trazado urbano con el desarrollo de 
sus bordes tanto en la urbanización de oriente a occidente como la del cre-
cimiento posterior de sur a norte. El puente de San Miguel que unía la Calle 
Real con el conjunto fue reemplazado utilizando un arco gótico en piedra 
que tuvo anexas las tiendas que generaban la renta al Cabildo de la ciudad 
y se bautizará Puente de San Francisco. La obra fue posible gracias a un 
impuesto de sisa que se fijó entonces y que ascendía a la suma de dos reales 
por cada botija de vino que ingresara a Santafé. 
Para el siglo XVII según don Juan de Flórez de Ocaríz en Genealogías del 
Nuevo de Granada en la ciudad además de los conventos de Santo Domin-
go, San Francisco, San Agustín y sus recoletos: 
Se ha establecido la compañía de Jesús dividida en dos casas de colegio y no-
viciado, cuatro monasterios de monjas: el de Nuestra Señora de la Concep-
ción, el de San José de Carmelitas Descalzas,de Santa Clara y el de las Domi-
nicas de Santa Inés del Monte Policiano. Tiene además tres parroquias sin la 
matriz, dos numerosos colegios de estudios seculares y otro de religiosos do-
minicos, hospital a cargo de la religión de San Juan de Dios, en que tiene con-
vento. Casa de niños expósitos y divorciados. Cinco ermitas, 200 capillas ora-
torios de casas particulares. Estudios comunes de gramática, retórica, arte y 
teología, en las cuatro religiones y en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del 
Rosario, en donde hay facultad de leer cánones, leyes y medicina. Dos acade-
mias en que se dan grados de las ciencias: la una a cargo de la religión de Pre-
dicadores, la otra a cargo de la Compañía de Jesús. Tiene así mismo esta ciu-
dad un Tribunal de Real Hacienda desde sus principios. Otro de cuentas re-
ales, fundado el año de 1607. Otro tribunal de la Santa Cruzada, desde 1609 y 
otro de Tributos y asogues de 1653 . 
Se ha implantado, dice Flórez “el juzgado de bienes difuntos, el de la 
justicia ordinaria, de la Santa Hermandad, del eclesiástico ordinario, de 
la Santa Inquisición, de diezmos, de provincias, de ejecutorias reales, de 
la media anata, de papel sellado y de lo militar” y: 
Es mucha volataría y la cacería de perdices, tórtolas, patos y otras aves, y 
de venados, saínos o puercos monteses, concios, leones, tigres, osos y 
demás animales montaraces (…) Goza de frutas naturales y de las de 
España y fuera más a ser menos la flojedad en la agricultura, y flores 
comunes todo el año, menos las rosas, que se ven por junio y diciembre; 
y se ve de ordinario en los árboles juntos flor y fruto en todas suertes. 
 
Las calles son rectas, dice el cronista y miden más de seis varas de ancho y 
cada “lienzo” mide 125 varas, la plaza Mayor tiene 137 varas. Se cuentan 
más de diez mil indios tanto en la ciudad como en los alrededores. 
En 1772 Joseph Aparicio Morata, quien acompaña al oidor Francisco Anto-
nio Moreno y Escandón dibuja la ciudad desde el occidente y hace una des-
cripción de la sede del virrey Manuel de Guirior, “gobernador y capitán 
general de este Nuevo Reino de Granada” quien “hizo la repartición de los 
cuatro cuarteles y ocho barrios en esta ciudad, con sus correspondientes 
alcaldes”, (Caballero J. M., 1974), a saber; Las Nieves Oriental y Occiden-
tal, el Príncipe, San Jorge, La Catedral, el Palacio, San Victorino y Santa 
Bárbara. El límite norte lo indicaba la quebrada de San Diego y el sur la 
acequia llamada Los Molinos – allende del río Manzanares-, donde dibuja 
seis de estos. Para entonces reseña las iglesias y conventos y evidencia el 
curso de los ríos y la urbanización que los ha cercado. Se ven cuatro de los 
puentes sobre el río San Agustín y sobre el San Francisco únicamente el de 
San Miguel -luego de San Francisco- y el de San Victorino, vecino a la 
plaza del mismo nombre. 
http://www.banrepcultural.org/taxonomy/term/13847
Es mucha volataría y la cacería de perdices, tórtolas, patos y otras aves, y 
de venados, saínos o puercos monteses, concios, leones, tigres, osos y 
demás animales montaraces (…) Goza de frutas naturales y de las de 
España y fuera más a ser menos la flojedad en la agricultura, y flores 
comunes todo el año, menos las rosas, que se ven por junio y diciembre; 
y se ve de ordinario en los árboles juntos flor y fruto en todas suertes. 
 
Las calles son rectas, dice el cronista y miden más de seis varas de ancho y 
cada “lienzo” mide 125 varas, la plaza Mayor tiene 137 varas. Se cuentan 
más de diez mil indios tanto en la ciudad como en los alrededores. 
En 1772 Joseph Aparicio Morata, quien acompaña al oidor Francisco Anto-
nio Moreno y Escandón dibuja la ciudad desde el occidente y hace una des-
cripción de la sede del virrey Manuel de Guirior, “gobernador y capitán 
general de este Nuevo Reino de Granada” quien “hizo la repartición de los 
cuatro cuarteles y ocho barrios en esta ciudad, con sus correspondientes 
alcaldes”, (Caballero J. M., 1974), a saber; Las Nieves Oriental y Occiden-
tal, el Príncipe, San Jorge, La Catedral, el Palacio, San Victorino y Santa 
Bárbara. El límite norte lo indicaba la quebrada de San Diego y el sur la 
acequia llamada Los Molinos – allende del río Manzanares-, donde dibuja 
seis de estos. Para entonces reseña las iglesias y conventos y evidencia el 
curso de los ríos y la urbanización que los ha cercado. Se ven cuatro de los 
puentes sobre el río San Agustín y sobre el San Francisco únicamente el de 
San Miguel -luego de San Francisco- y el de San Victorino, vecino a la 
plaza del mismo nombre. 
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El cauce del río es profundo y las construcciones que se han levantado a lo 
largo le dan la espalda. Los muros de adobe encierran los grandes solares 
donde las huertas y los animales de corral proveen el sustento diario. Las 
aguas servidas corren por acequias hacia el río, el contenido de las bacinillas 
también y arriba, en sus orígenes, el rio recibe los desperdicios de los moli-
nos. Seguirá la construcción y reconstrucción de los puentes a lo largo de los 
dos ríos y quebradas principales a lo largo del siglo XIX, momento en el cual 
se estaba consolidando la ciudad en su núcleo y se iniciaba la urbanización 
de la periferia. “Tocó al Virrey Messía de la Zerda levantar en las inmedia-
ciones de la ciudad tres obras de utilidad pública, iniciadas por el ex—
Virrey Solís: los puentes de Sopó, de Bosa y de Puente Aranda (…) levanta-
do sobre los riachuelos de San Francisco y San Agustín unidos, en el sitio en 
que cortan la carretera de Occidente a cinco kilómetros distante del área de 
población en aquel tiempo, distancia menor de cuatro mil metros al presen-
te” escribe Ibáñez y El norteamericano Isaac Holton así los ve en su recorrido a media-
dos del siglo XIX: 
Siguiendo hacia el norte por la Calle Real hasta el puente de San Francisco encon-
tramos los almacenes y andenes mejores de la ciudad. Una cuadra más abajo de ese 
puente está el de los Micos, y todavía más abajo, después de que el río vuelve hacia 
el sur, el de San Victorino. En un tiempo hubo otro puente en la parte alta del río, 
pero lo arrastraron las aguas y como no era muy necesario no lo reconstruyeron 
nunca. Con excepción del puente de los Micos y del de Honda, todos los otros que 
conozco en la Nueva Granada son de construcción sólida; los de madera se pudrie-
ron hace siglos y los débiles de piedra, si es que los hubo, los debieron destruir los 
terremotos. Cruzando el puente de San Francisco está a la izquierda el convento del 
mismo nombre, y a la derecha la plaza de San Francisco con una fuente. El pequeño 
rectángulo que se ve en el plano es el cuartel, y el punto en la esquina noroeste es El 
Humilladero, la iglesia más pequeña de la Nueva Granada y la más antigua, no solo 
de Bogotá sino de todo el interior del país, construida, si no estoy mal, en 1538 
(Holton, 1993, p.72) 
Se contarán varios más en los inicios del siglo XX: el Puente de San Victori-
no en la actual calle 12-, el Puente de Boyacá, luego bautizado como Puente 
de las Aguas vecino a la iglesia del mismo nombre, el puente Gutiérrez en la 
carrera 6ta, el Puente de Cundinamarca en la actual carrera 8a , el Puente de 
las Latas o de los Micos en la calle 13, el de los Mártires en la calle 10 con 
carrera 12, el Puente Colgante de Santander en la carrera 8a, el Acevedo y 
Gómez en la actual carrera 12, el Núñez en la calle 9 con carrera 12, el del 
Libertador en la carrera 1era con calle 21, el Puente Holguín en el Paseo 
Agua Nueva- vecino a donde se construyó más tarde la estación del teleféri-
co a los pies del cerro de Monserrate-, el Puente Uribe en la carrera 13, el 
Arrubla en la calle octava con 12, el Caldas en la calle 7 también con calle 
12, el Filadelfia en la actual carrera 10 y el llamado Puente Nuevo en la ca-
rrera 9. Los puentes- esa unión que permitió la conexión del corazón de la 
ciudad con sus extremos, elcomercio y la vida en sus orillas a lo largo de los 
siglos-, quedarán sepultados luego por la canalización o derrumbados y per-
didos sus rastros sobre los ríos enterrados. 
Para mediados del siglo XX un periodista recorre el barrio de Las Aguas- 
detenido aún en el tiempo según él- y enumera las características del barrio 
que ve correr de cerca el río San Francisco: 
Este barrio de las Aguas conserva en muchos de sus aspectos su característica de 
barrio santafereño, con sus calles angostas y tortuosas, sus casuchas de aspecto mi-
serable, su iglesia típicamente colonial, sus “cuarterías” donde se expenden toda 
clase de legumbres y sus tiendas de grano, surtidas de todos los artículos necesarios 
para la diaria subsistencia. Es un barrio de tipo antiguo. Muchas de sus calles aún se 
ven adoquinadas con aquellas diminutas piedras de formas caprichosas, última pala-
bra en materia de pavimento en los deliciosos tiempos idos del centenario. No es 
raro ver en el barrio señoras luciendo la clásica mantilla de blonda, que hace 25 
años era en “non plus ultra” de la elegancia femenil. Es seguro que el nombre de las 
aguas le viene al barrio por la gran cantidad de riachuelos y de quebradas que rue-
dan filosóficamente por sus calles hacia la sabana... Es un barrio donde abundan los 
puentes, todos de arquitectura rudimentaria, de factura colonial que aún en nuestros 
días conservan sus características. Hay el puente de El libertador, el de los Parque-
citos, el Colgante, el de la Quinta de Bolívar, el de la Quebrada de San Jacinto, el 
de San Roque y otros más... (Revista Estampa, Año III Vol VII. No 95. Sept 14 
1940,p.17) 
Pilas y Acueductos 
A medida que avanza el proceso de urbanización se requiere de obras públi-
cas además de los puentes y el arreglo de las calles. Los habitantes se prove-
en del agua de los ríos pero ya para 1600 se han afectado los acuíferos. Bajan 
los indios y aguateros con sus burros cargados de agua en sus múcuras y lo 
seguirán haciendo hasta bien entrado el siglo XX. 
Para el año de 1575 el Cabildo ordenó la construcción de una pila para agua 
en la Plaza Mayor, en 1584 la obra ocupó el lugar del “rollo” o picota, donde 
se ajusticiaba a los delincuentes. El oidor Alonso Salazar impulsador de la 
pila- quien había tenido el honor de desnarigar y desmembrar a varios en el 
lugar-, advertía a los vecinos que si querían disponer del beneficio de pajas, 
debía pagar un extra por el beneficio. La pila estaba coronada por una ima-
gen de San Juan Bautista y prestaba el servicio a través de ocho pajas. Quedó 
en la memoria de los bogotanos el dicho de “a quejarse al Mono de la Pila”. 
Para tener agua del precario acueducto se debía pagar “para la utilidad y ne-
cesidad que esta República ha tenido de una fuente de agua y ornato della, 
mandamos hacer en la plaza pública una fuente de agua; y para que si los 
vecinos desta ciudad quisiesen alguna paja de agua para su casa, pagando 
por cada una della cincuenta pesos de oro corriente la pudiesen haber y to-
mar” - de lo contrario, deberían ir por ella a la pila 
El que no quisiera pagar pues, no debía poner objeción. El apodo “Mono” se 
deriva de monigote- pues la figura era un tanto amorfa y ya lo decía Ibáñez – 
el “escultor quiso representar a San Juan niño”- al parecer sin mucho éxito. 
 
 
La pila se abastecía de las aguas del rio San Agustín y del río Fucha, en1741 
el Cabildo ordena “los regidores de aguas se junten esta tarde para supervi-
gilar que se encañe el agua antigua del río Manzanares con la que viene del 
rio Fucha por ser ambas pocas, separadas y necesitare reunirlas para el 
abastecimiento de la ciudad”. Este será el origen del acueducto. La zanja por 
donde escurría el agua atravesaba por un bosque de laureles de monte y se le 
conoció como el acueducto de los Laureles o Aguavieja. 
En 1665 los vecinos de la parroquia de las Nieves solicitaron al Cabildo la 
instalación de un pila de agua en la plaza (Carrasco & Hernández, 2010). 
Para poder tener el pan y los amasijos a la hora del desayuno y colación, 
era necesario tener el líquido cerca, de lo contrario sería difícil proveer a la 
población de los productos recién horneados. En las cercanías estaba el 
Molino del Cubo, les llevaría pues la harina, pero sin agua cerca, aunque se 
abastecían algunas casas con aljibes profundos, sería imposible amasar. La 
primera pila con once chorros se surtía del río San Francisco, el agua llega-
ba aprovechando la pendiente a lo largo de una zanja. 
 
En 1747 el Virrey Solís inauguró el acueducto cuyo diseño de Domingo Es-
quiaqui siguiendo la ladera izquierda del río, recorría unos 1400 metros hasta 
el barrio de Egipto y desde allí bajaba por la empinada calle de La Fatiga –
hoy calle 10- hasta el centro de la ciudad. La captación se hacía en el Bo-
querón, desde donde se venía llevando el agua para Las Nieves y de las to-
mas de los Molinos de los Cristales y el Cubo. En 1880 y de a pocos, la zan-
ja fue reemplazada por una cañería de hierro, sin embargo y por su precarie-
dad y la inestabilidad de terreno eran frecuentes los derrumbes y desastres 
señalados como graves los de 1788, 1838, 1849 y 1890 que habían obligado 
a rehacer el acueducto una y otra vez. Domingo Esquiaqui fue también quien 
diseñó y construyó el cementerio ubicado en la Pepita, la Alameda (calle 13), 
el puente del Común (en Chía Cundinamarca) entre otros. 
A las tres de la tarde del 30 de mayo, día de San Fernando, y onomástico de su ma-
jestad don Fernando VI, rey de España y todos su vastos dominios, partió del pala-
cio virreinal de Santa fe la procesión que subiría hasta el Boquerón para presenciar 
la echada del agua nueva que correría por el acueducto, construido de orden e ini-
ciativa del Virrey don José Solís, hacia la pila de la plaza mayor, aumentada con 
ocho plumas de agua para el servicio de los santafereños que hacia un siglo se surt-
ían allí de dos pajas originales por las que brotaba un agua no muy limpia (Santos 
Molano, 2015) 
 
En la plaza de San Victorino fue implantada una pila diseñada y construida 
por el Fray Domingo Petrés, -el mismo que terminaría la Catedral-, apoyada 
su construcción por el Virrey Ezpeleta y el cura de la Parroquia Manuel An-
drade. Ocho chorros servían a la población y a finales del siglo XIX: 
Más adelante se llega a la calle de Palacé que es la más ancha de la ciudad y de la 
Nueva Granada. Su nombre, siguiendo la costumbre granadina de dar a las calles 
nombres de campos de batalla y de provincias, conmemora la batalla de 1819. Esta 
calle es corta, tiene la forma de embudo y desemboca en una plaza pequeña, la de 
San Victorino, donde está la principal fuente de Bogotá, que en el plano está repre-
sentada por un punto en el centro de la plaza. Es posible que la fuente sea copia de 
una tumba gótica española y tiene inscripciones en el pretil, muro bajo que la rodea, 
y numerosos chorros de agua que brotan de tubos de hierro. A su alrededor hay 
siempre una nube de muchachas en mantellinas y enaguas azules que luchan por 
poner la caña en el chorro antes que su vecina. 
 
La pila fue demolida en 1907 y se sustituyó por una fuente de bronce que 
permaneció allí durante tres años y luego fue llevada a la plaza de las Cruces. 
El asunto del agua es complejo y las luchas por el líquido se han acusado 
desde la llegada al nuevo reino y los inicios de la urbanización. Son profusos 
los ríos y riachuelos pero también irregulares los ciclos y al albergar una ma-
yor población – con hábitos diferentes a los primeros pobladores- las exigen-
cias son mayores. El agua empieza a ser de uso privado para el beneficio de 
los molinos y luego de las fábricas o de los propietarios de los solares veci-
nos a las fuentes. 
La real cedula sobre aguas dispone en 1695 que el cabildo de Santafe es competen-
te para conceder la venta de pajas de agua y que deben medirse mucho en este 
asunto, por tenerse noticia de quesin previsión se han estado repartiendo mercedes 
y venta de agua, comprometiendo con este descuido las necesidades de la población 
a que primero hay de proveer y que en adelante no pueden hacerse mercedes de 
agua sin consulta de la real audiencia y su presidente....(Defensa del municipio en el 
asunto de aguas,1905) 
En tiempos de verano el agua es escasa y en invierno llega a las pilas y cho-
rros turbia. Afirma el mismo Holton, un tanto desconfiado: 
El acueducto consiste en una especie de acequia de un pie de ancho y seis pulgadas 
de profundidad por donde corre el agua, cubierta en casi toda su extensión, pero no 
alcanza a quedar protegida del detritus que arrastran las aguas lluvias. Hacía poco 
que había llovido y el agua en la pila tenía un color carmelita profundo, pero al en-
trar a través de un pequeño filtro a la toma del acueducto, estaba completamente 
clara. No me gustó nada saber que todo ese mugre lo tomo incorporado a mi choco-
late. 
 
Las pilas pues serán obras a cargo del Cabildo y con el apoyo del párroco de 
las iglesias, pero también se habla de “chorros”. Estos se derivaban del acue-
ducto privado, generalmente a cargo de religiosos. José Bernardo Segundo 
Peña en Antiguas Fuentes públicas (1957) reseña una a una las pilas y los 
chorros de la ciudad, los que le darán también nombre sonoros a las calles; 
San Antonio en la calle 16 con carrera 12 que tomaba el agua del acueducto 
de fray Domingo Petrés, el Chorro del arco en la calle 16 entre 7 y 8ª - en 
servicio hasta que fue demolido el arco que unía la iglesia de la Tercera con 
el convento de San Francisco -, el Chorro de Belén, gracias al convento del 
Carmen, el de las Botellas que salía del convento de Santa Clara en la calle 
8a entre carreras 9a y 10a- al parecer en este punto el agua era salada y la calle 
se llamará Calle de la Sal-, la Cajita del agua de la Calle tapada, en el barrio 
las Nieves, hoy calle 19 y el Chorro de los Carneros en la Avenida Jiménez 
entre carreras 7 y 8, entre otros. Aparece reseñado también el chorro de Padi-
lla, en el punto de entrada del río San Francisco a la ciudad, en el Boquerón 
que forman Guadalupe y Monserrate, donde estarían los primeros baños 
públicos de la ciudad y el que Herrera reseña en Lecciones orales de Geo-
grafía en 1885 como “una cascada de agua mágica”. 
A la par con la urbanización y la construcción de puentes y mejoras en la 
ciudad se instalarán las primeras fábricas, algunas de las cuales sacarán 
provecho del río San Francisco o se levantarán en lugares estratégicos y 
vecinos a lugares importantes. La Real Fábrica de Aguardientes de San-
tafé se constituyó por orden del Virrey Solís quien ordenó la construcción 
de un edificio según Pedro María Ibañez “en la ribera norte del río San 
Francisco, inmediata al puente del mismo nombre, y de él separada por 
una ronda angosta del río”. Funcionó en esta casa también la administra-
ción de tabacos, de correos, de naipes y sirvió para alojar a los oficiales 
reales. Hacia de finales del siglo XVIII se decidió serviría como cuartel de 
caballería, sería luego ocupada por el ejercito patriota y finalmente vendi-
da a particulares. En el siglo XX será demolida. Cerca al río pero vecinos 
a los cerros orientales se levantará la fábrica de papel, luego en los actua-
les predios de la Universidad de los Andes una sombrerería y un poco más 
abajo una fábrica de cervezas 
A las orillas de los ríos: Ilustración e Independencia 
 
 
En 1702 se han enterrado más de cinco mil muertos a causa de la epidemia 
de viruela. Es la tercera ya, pero será una de las más severas. Se llevan los 
muertos a enterrar en las iglesias y se harán rogativas, novenas y procesio-
nes pidiendo se salven los pecados que han condenado a las víctimas. Tam-
bién se registra las epidemias de “peste” y tifo. La ciudad se surte ya de 
aguas contaminadas y es evidente el hacinamiento de los mal contados 
18000 habitantes. 
 
En el otoño de 1760 se embarca en Cádiz con destino a lejana Cartagena de 
Indias el nuevo virrey de la Nueva Granada, Pedro Messía de la Zerda, 
acompañado por José Celestino Mutis su médico personal. Un año más tar-
de Mutis llegará a Santafé para inaugurar la cátedra de matemáticas, física, 
medicina y astronomía en el Colegio Mayor del Rosario para ser luego el 
director de la expedición Botánica, la vasta investigación que cambiaría la 
manera de ver el mundo. 
 
Llega pues Mutis al claustro vecino al rio y para entonces recién empeza-
ban las obras que completarían el conjunto de la Plaza de San Francisco: 
 Ya existía en Santafé en aquellos años la Orden tercera de penitencia, la cual celebrab
 a sus funciones religiosas con incomodidad en el templo de San Francisco, cuando 
 ingresó a ella como hermano el ilustre Virrey Solís, quien regaló a dicha Orden una 
 casa, calle de por medio con la iglesia de La Veracruz. Doña Francisca Caicedo, de 
 istinguida familia de Santafé, cedió la contigua, con extenso frente sobre la carrera 
 principal de la ciudad, hoy 7.ª, la cual servía para ejercicios espirituales, con el fin de 
 que en el sitio donado se edificase un templo para el servicio de los terceros, el cual 
 habían pensado levantar en el área de la entonces Plaza de San Francisco, hoy Parque 
 de Santander, ampliando el Humilladero, a lo que se opuso el distinguido hijo 
 de Mariquita D. Francisco Antonio Moreno y Escandón, Fiscal, Protector de indio . 
 
 El 25 de enero de 1760 se principió la obra del templo de La Tercera, y también con
 tribuyeron para ella con dinero don Ignacio de Rojas Sandoval, santafereño acaudala
 do, de quien refiere la crónica que hallándose poco tiempo antes en mala situación de 
 fortuna, trabajaba en las orillas del río Fucha, y que habiendo amarrado el cabestro de 
 su cabalgadura a un arbusto, mientras se entregaba a sus quehaceres, el caballo 
 arrancó la planta dejando a la vista un tesoro depositado allí por los primitivos mora
 dores del país. Rojas de Sandoval quiso emplear la mejor parte del dinero encontrado 
 en la construcción del templo arriba mencionado. También don Camilo Manrique 
 cedió para lo mismo parte de un edificio y un solar. Veinte años se trabajó en el tem
 plo, que se bendijo el 25 de agosto de 1780, y anexo a él se levantó un edificio seme
 jante a los conventos, destinado al servicio de los terceros y a casa de ejercicios espi
 rituales de San Ignacio. Este último, que amenazaba ruina, fue demolido en 1890- 
 para construir casas particulares. Unióse el nuevo templo al convento de franciscanos 
 por medio de un arco de cal y canto, demolido sin objeto después de la desamortiza
 ción de 1861, y desde entonces se llamó esa parte de la calle 16, Calle del 
 Árco. (Ibáñez,cap. XI) 
 
También se había levantado el sólido edificio para la Administración de taba-
cos en el costado suroccidental de la plaza de San Francisco, al lado de la de 
aduanas y la fábrica de aguardiente. 
 
 Al poco tiempo de haber llegado, el sabio Mutis le propone al rey iniciar una 
expedición por el Reino, documentando la flora y fauna para contribuir con 
la historia natural que a la vez ayudaría en la búsqueda de nuevas especies 
que aportaran a la economía. A la luz de la razón y con los vientos de la ilus-
tración se formarán criollos y mestizos. en la Universidad del Rosario: Cami-
lo Torres y Tenorio, Francisco José de Caldas, José Acevedo y Gómez, Luis 
Caicedo y Flórez, Antonio Baraya, Joaquín Ricaurte, José María Carbonell, 
Jorge Tadeo Lozano, entre otros. 
Debido al resurgimiento del impuesto de la Armada de Barlovento se había 
desatado la rebelión de los comuneros en Santander. Manuela Beltrán, enca-
bezaba la marcha y rompiendo el edicto en las narices de las autoridades ex-
clamó: “ Viva el rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada 
de Barlovento ”. 
En 1782 será ahorcado, junto con otros líderes de la revolución de los Comu-
neros, José Antonio Galán y su cuerposerá expuesto en las plazas principales 
antes de desmembrarlo y “llevar a Guaduas su cabeza teatro de sus escanda-
losos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro, la izquierda 
en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y 
el pie izquierdo en el lugar de Mogotes”. No habría de sorprendernos que la 
guerra en Colombia parezca no tener fin. 
Los terremotos que anuncian cambios 
Se han levantado puentes, se ha terminado la mayoría de los conventos, el 
agua llega a las pilas y los solares en su mayoría han sido construidos. A la 
plaza mayor llegan los días martes, jueves y sábado, frutos, hortalizas y ani-
males de todo tipo. En plaza de San Francisco aún se lleva a cabo el mercado 
de hierbas. Desde el Cerro de Monserrate en el Boquerón se ve esa villa de 
techos rojos y el camino de los ríos. Brilla la cúpula vidriada del Convento 
de Santo Domingo y se levantan las espadañas y torres de las muchas igle-
sias. A la siete y tres cuartos de la mañana del 12 de julio de 1785 la ciudad 
pareció estremecerse y los ríos trajeron sus aguas de manera turbulenta. Un 
fuerte ruido salió de las entrañas de los cerros y los muros de adobe se abrie-
ron a ojos vista a la vez que caían las espadañas. El convento de San Francis-
co muestra grietas y la torre del reloj “esta cuartiada de arriba abajo”. De la 
Veracruz saldrá una procesión solemne “dando la vuelta a la plazuela” y se 
rezará durante todo el día. También el Colegio Mayor del Rosario ha sido 
gravemente afectado: 
 
Harto grave es el que ha padecido el Colegio de nuestra Señora del Rosario, cuya 
Torre quedó en estado tan ruinoso, que no ha havido Alarife, que se atreva á subir á 
descargada; sin embargo de no haverse puesto tasa en el premio de su trabajo … 
siendo preciso verificarlo por el peligro en que están las Casas vecinas, y la Iglesia 
del mismo Colegio, se ocurrió al infarigable zelo del Señor D. Domingo Esquiaqui, 
Comandante de Artillería de la Plaza de Cartagena, quien se halla encargado de 
ejecutar este Proyecto (Aviso del Terremoto, 1785) 
El “Aviso del terremoto” dará cuenta del suceso y las hojas impresas 
en la imprenta Real de Antonio Espinosa de los Monteros, se repartirán 
por la ciudad. Se anunciarán en este medidas para reforzar las estructuras 
y se darán recomendaciones para las reparaciones “utilizando ladrillo y 
buenas maderas”. 
 
 
 
 
 
El 20 de Julio de 1810 el país dividido en provincias declara su indepen-
dencia de España. El proceso se alargará por varios años, los españoles 
regresarán a sus colonias y condenarán a muerte a todo aquel que consi-
deren emancipado. El “régimen del terror” se prolongará hasta 1819 
cuando un ejército republicano comandado por Simón Bolívar cruza las 
montañas que separan Casanare de Tunja y Santafé y tras las batallas de 
Paya, Pantano de Vargas y Puente de Boyacá toma el control de la ciu-
dad. A pesar de todos los esfuerzos realizados por mantenerla unida, la 
Gran Colombia fracasó como nación, dividiéndose en 1830 en aquellos 3 
países que la habían conformado (Panamá siguió unida a la Nueva Gra-
nada 70 años más). 
En 1810 se había dado el grito de la independencia pero ya entonces y desde 
hace rato se venían gestando las luchas y se había condenado a muerte a los 
que se oponían al régimen. Francisco José de Caldas muere fusilado en la 
plaza de San Francisco, recibe el tiro por la espalda, José María Carbonell, 
nombrado amanuense de la Real Expedición Botánica que se había unido a 
las causas patriotas, fue ahorcado el 19 de junio de 1816 en la Huerta de Jai-
me. Yo te perdono- le dijo al verdugo cuando pasaba la soga por su garganta 
ya en el patíbulo-, tú no tienes la culpa. También en la Iglesia de Egipto y 
cerca a Agua Nueva, caerán los patriotas. 
 
Todos recordaban los horrores de 1816 y la multitud de víctimas sacrificadas por 
los pacificadores, cuya sangre pedía vindicta y cuyos miembros, destrozados por las 
aves de rapiña, aún pendían de las escarpias de Egipto y la Agua Nueva (Cuervo, 
1919) 
 
La Huerta de Jaime se le llamaba a los terrenos de Don Juan Alonso de Jai-
mes, vecino a la salida de occidente, lugar plantado de frutales y hortalizas. 
 
El 7 de agosto de 1819, en los momentos en que los soldados de Bolívar triunfaban 
en Boyacá de las huestes que vencieron a Napoleón en Arapiles y en Bailen, los 
habitantes de Santafé presenciaban un acontecimiento verdaderamente triste. De la 
real Cárcel de Corte, situada en la Plaza Mayor, salían tres víctimas camino del 
patíbulo, levantado en la entonces Huerta de Jaime. Abría la marcha la campana de 
los hermanos de La Veracruz y el Cristo de los mártires llevado por un fraile fran-
ciscano. Cerraba la fúnebre procesión un pelotón de fusileros del rey (Cuervo, 
1919) 
Se construirá en él una plaza y un monumento en 1851 en honor a los márti-
res allí sacrificados y a su costado a inicios del silgo XX se levantará la Igle-
sia del Voto Nacional. 
Un cuadrilátero de 12 metros de largo y de 10 de ancho. Su nombre lo debe a los 18 
patriotas que sacrificó en ella el Gobierno español… Esta plaza tiene un jardín y un 
monumento. En los ángulos del pedestal, sobre torres cilíndricas, hay cuatro gran-
des estatuas que representan la Justicia, la Paz, la Libertad y la Gloria, y entre ellas 
están cuatro urnas funerales consagradas á Caldas, á Baraya, á Torres y a la Po-
la” (Herrera, 1885). 
 
Por el camino a Honda huyó el Virrey Sámano, por el puente de San Francis-
co viniendo de la primera Calle real, cruzaría el séquito que acompañaba a 
quienes serían fusilados y desde las cercanías del acueducto de Agua Nueva 
pasando por la iglesia de la Veracruz y la de San Francisco hasta llegar a la 
plazuela de San Victorino, sobre el curso del río, seguirían los ciudadanos los 
acontecimientos. El siglo XIX se debatirá entre las guerras intestinas y Bo-
gotá continúa siendo un núcleo entre los dos ríos señalados sus extremos por 
las construcciones religiosas. Al interior se han venido redistribuyendo los 
solares y los cambios se darán de a pocos en la tardía república. 
Hasta el año de 1849, época en que puede decirse empezó la trasformación política 
y social de este país, se vivía en plena colonia. Es cierto que no había Nuevo Reino 
de Granada, ni virrey, ni oidores: pero si hubiera vuelto alguno de los que emigra-
ron el año de 1819, después de la batalla de Boyacá, no habría encontrado cambio 
en la ciudad, fuera de la destrucción de los escudos de las armas reales; la erección 
de la estatua del Libertador; la prolongación del atrio de la catedral, y la traslación 
del Mono de la Pila, con la pila misma, de la plaza mayor, después de pasar por la 
plazuela de San Carlos, al Museo Nacional… (Cordovez Moure,1936, p.20)

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