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EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN: CLAVE HERMENÉUTICA DESDE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN PARA LA SUPERACIÓN DE LA POBREZA Y LA MARGINACIÓN COMO PECADOS SOCIALES. John Jamer Velásquez Garzón . 1 Fundación Universitaria Unimonserrate. Escuela de Educación. Licenciatura en Educación Básica con énfasis en Lengua Castellana. Es común hoy, entre la sociedad colombiana, escuchar ciudadanos que constantemente se quejan por la incoherencia dada entre la fe del pueblo católico y su modo de obrar. Muchos aluden a las crisis estructurales de la Iglesia, otros a los deplorables eventos de pedofilia y pederastia, y otros cuestionan la falta de asistencialismo por parte de la Iglesia para atender y resolver los problemas sociales, pues afirman que el catolicismo ya no es vigente y no propugna por una reivindicación de su labor como eje estructurador y educativo de la sociedad, pues la Iglesia, como dice Vallejo es “la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma.” (2007, pp. 4). Sin embargo, lo que no conocen estas personas que especulan en torno a la fe, es que hace más de cincuenta años, un grupo de sacerdotes hizo pública esta postura para propiciar una liberación integral del ser humano por medio de la adhesión al proyecto del Reino que Dios, aterrizada en acciones concretas que devuelvan al hombre su dignidad, transformen las estructuras sociales y promuevan el desarrollo integral de la persona, la comunidad y la sociedad, pues el Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación (Rahner, 1963), que acompañado por el método hermenéutico del ver-juzgar-actuar en y sobre la praxis, se desarrolla como fuerza de transformación en todas las esferas de la realidad (Scannone, 1983), ya que en éstas se generan las distintas crisis que ponen en duda la identidad, la existencia y el proceder del ser humano. Desde esta óptica, pareciera que las crisis sociales se deben a la imposición de las teorías y prácticas estructurales dominantes, como el sistema económico, la tecnología, la globalización y la política. Empero, hay una crisis mayor que, desde las diversas ciencias humanas, como la psicología, la pedagogía, la teología, las ciencias sociales y la enseñanza del Lenguaje, se ve con claridad y urgencia: el hombre de hoy ha perdido su identidad, ha caído en una pobreza y marginación con los factores externos que le rodean, haciéndole olvidar y denigrar su dignidad, su constitución, sus derechos y sus capacidades. 1 Ensayo escrito para la asignatura de Seminario Taller de Géneros Escriturales, el día 27 de junio de 2019. jjamer1991@gmail.com 1 mailto:jjamer1991@gmail.com Esta problemática ha desembocado en detectar que la raíz fundamental de estas situaciones es la mala comprensión de la libertad, pues ella ha conducido al hombre a pensar o no pensar, hablar o no hablar, actuar o no actuar, de una forma que expropia su condición esencial como un sujeto integral y multidimensional. Podría devenir entonces como cuestionamiento si es posible pensar en una reconciliación que le permita a la persona reconstituir su ser y su sentido para una superación de la pobreza, lo que llevaría a preguntar ¿cómo puede el sujeto social reconciliarse consigo mismo y con los demás para disminuir la pobreza y la marginación? Si esta ruptura interna es duradera en el individuo, con mayor razón las rupturas y fragilidades externas han conducido al incremento de la pobreza y la marginación. Ante este panorama, es conveniente ver que, en las grandes líneas de la enseñanza de la Iglesia Católica, el sacramento de la reconciliación se presenta como la clave hermenéutica de la Teología de la Liberación para la superación de la pobreza y la marginación como pecados sociales, pues sólo cuando el sujeto logra entender su fragilidad, es capaz de empezar un nuevo camino que implique una sanación interna para poder subsanar las contrariedades que le vienen del exterior. Para empezar, es necesario abordar una comprensión de la pobreza y la marginación como pecados sociales, pues se entiende que: “La pobreza va más allá de la falta de ingresos y recursos para garantizar unos medios de vida sostenibles. La pobreza es un problema de derechos humanos. Entre las distintas manifestaciones de la pobreza figuran el hambre, la malnutrición, la falta de una vivienda digna y el acceso limitado a otros servicios básicos como la educación o la salud. También se encuentran la discriminación y la exclusión social, que incluye la ausencia de la participación de los pobres en la adopción de decisiones, especialmente de aquellas que les afectan.” (ONU, 2019). La pobreza no es solo un problema temporal ni local. Es un reclamo urgente que exige responder de manera inmediata ante la crisis social que enfrenta el ser humano hoy. De ello, se deduce que está ligada a la marginación. Basta con comprender las últimas declaraciones que ha realizado el Banco Mundial en torno a la crisis social en la actualidad: “El acceso a una buena educación, atención de la salud, electricidad, agua salubre y otros servicios fundamentales sigue estando fuera del alcance de muchas personas, a menudo por razones socioeconómicas, geográficas, étnicas y de género. El enfoque multidimensional —en el cual se incluyen otros aspectos, tales como la educación, el acceso a servicios básicos, la atención de la salud y la seguridad— revela un mundo en el que la pobreza es un problema mucho más generalizado y arraigado. La proporción de pobres, según una definición multidimensional que abarca el consumo, la educación y el acceso a servicios básicos, es alrededor del 50 2 % más alta que cuando se mide teniendo en cuenta exclusivamente la pobreza monetaria” (BM, 2019). Hasta aquí lo que es fundamental es ver que actualmente la pobreza y la marginación son problemas que pueden resolverse con acciones concretas desde políticas gubernamentales, pactos internacionales o la asistencia de entidades que procuran aligerar esta carga. De esta circunstancia nace el hecho de ver una posible alternativa de solución, la cual es la atención prioritaria a los servicios esenciales que merece toda persona: la salud y la educación, ámbitos que han marcado la historia de la Iglesia, pues toda ella está destinada para una labor concreta de atención y servicio al ser humano, dentro de: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”. (CV II, 1965). Se trae a colación, desde este enunciado de la Constitución Pastoral Gaudium Et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, que la Iglesia debe asumir esta problemática como propia, buscando diversas soluciones. Ello implicaría que la Iglesia debería ser la primera en solucionarcada preocupación de cada habitante dentro de los pueblos, lo cual sería un arma de doble filo: puede convertirse en un objetivo beneficioso, en la medida en que puede hacer procesos de acompañamiento, formación y asistencia a cada persona, sin importar su condición, procedencia, etnia, etc.; pero podría ser perjudicial, porque desvirtúa su misión esencial y fundamental que es el anuncio explícito del Evangelio, esto es, comunicar en hechos y palabras la presencia y la acción de Dios en la historia para la redención del género humano. Por esta razón, la Iglesia ha creado, a lo largo de la historia, un corpus sistemático, orgánico y operativo llamado Teología, cuyo fin es orientar la acción evangelizadora de los ministros ordenados (el Papa, el Colegio Episcopal compuesto por los Obispos, el Colegio Presbiteral conformados por los Presbíteros, y los Diáconos), los religiosos, consagrados y misioneros, junto a los laicos que son los fieles bautizados. Para este ejercicio, la Teología se comprende como el estudio de la manifestación de Dios en la historia, para entender y asumir el Misterio de Salvación, dictaminando los medios eficaces para cumplir con la misión del anuncio del Evangelio. Dentro de la Teología, es digno hacer mención de la Hermenéutica como disciplina fundamental, ya que: “El vocablo Hermenéutica procede del verbo griego hermeneúein que significa interpretar, cuya finalidad es precisamente suscitar una captación de sentido, convertir algo en inteligible. Así pues, la Teología interpreta la compleja 3 trama humana y los acontecimientos 'sociales modernos a la luz de la Palabra, y actualiza el sentido de esa misma Palabra en los difíciles condicionamientos del hombre de aquí y de ahora buscando siempre, en base al mensaje que es su objeto, una vida más razonable y más humana, como paso a la consumación de la vocación total del hombre” (Parra, nf). Es necesario que desde este momento se vincule la mención de la pobreza y la marginación como problemáticas actuales de la humanidad, con el estudio teológico que busca, desde la revelación divina, exaltar la condición del hombre. Surge entonces un conflicto: ¿Dios ordena y el hombre obedece ante algún problema? ¿Acaso el hombre no puede desde su libertad y autonomía resolver sus propias dificultades? Para la Ética discursiva de Habermas, se afirma que es posible que el sujeto realice un cambio de actitud desde el paso de la reflexión del discurso a la acción como un camino de formación discursiva (Habermas, 1985), puesto que depende del conocimiento humano y de la interacción con otros, mas no de Dios, como se mide la decisionalidad y se entiende la comunicación como el canal que construye la sociedad. De ser así, entonces la comunicación entre los actores y protagonistas del fenómeno de la pobreza y la marginación, permitiría dar solución a estos enfrentamientos del hombre de hoy. Con tan solo un discurso y la voluntad de proceder, se daría vía libre a la reducción de la pobreza y la marginación, desde la integración de las personas a la educación, la atención de calidad en la salud y la promoción del emprendimiento social y económico. Por otra parte, se ha pensado que el hecho de absolutizar la religión como solución a los problemas que afronta el mundo, es una salida que no tiene fundamento ni futuro. Pues en la época contemporánea se ha detectado que: “El fiel que ha comulgado con su dios no es solamente un hombre que ve verdades nuevas que el no creyente ignora; es un hombre que puede más. Siente en sí más fuerza para soportar las dificultades de la existencia o para vencerlas. Está como elevado por encima de las miserias humanas porque se ha elevado por encima de su condición de hombre; se cree salvado del mal, cualquiera que sea la forma, por otra parte, en que conciba al mal. El primer artículo de toda fe es la creencia en la salvación por la fe” (Durkheim, 1912). En consecuencia, una mentalidad fundamentalista en el hecho religioso, hace al creyente una persona aislada, sin capacidad de interactuar con sus semejantes, o por creerse superior a ellos, siente la obligación de ayudarlos solo para que sea compartida su posición en igualdad de creencias y de condiciones. Estas posturas son las que deben tenerse en cuenta al momento de hacer una reflexión teológica frente a la pobreza y la marginación, porque se requiere hacer un ejercicio 4 integrador y no excluyente, emprender un camino operativo que sea real, pedagógico y eficaz. Desde este paradigma, nace la Teología de la Liberación “como una comprensión de la esperanza. Para mí, es una hermenéutica de la esperanza y continúa siéndolo. Esto significa la cuestión de los señales de los tiempos, pues todo teólogo necesita ver en qué momento vive.” (Gutiérrez, ). En consecuencia, la Teología de la Liberación designa una preocupación primordial, generadora del compromiso por la justicia, proyectada sobre los pobres y las víctimas de la opresión (Congregación para la fe, 1984); esta aspiración traduce la percepción auténtica de la dignidad del hombre, creado « a imagen y semejanza de Dios » (Gén 1, 26-27), ultrajada y despreciada por las múltiples opresiones culturales, políticas, raciales, sociales y económicas, que a menudo se acumulan en esta época contemporánea. Es justo afirmar que esta rama de la Teología, que surge desde nuestro contexto americano, define que “la pobreza no es voluntad de Dios, es hechura humana. Por eso es que la pobreza tiene estructuras, categorías y superioridades establecidas. Hay causas de la pobreza”. Que pobre es “el que no tiene derecho a tener derechos”. (Gutiérrez, 2016). Aquí se elimina lo que se ha dicho en otros medios, que la pobreza debe asumirse como voluntad de Dios, o como un mandato de Dios para ganar el cielo. La pobreza estructural no es igual o equiparable a la pobreza del espíritu, entendida esta última como el desapego a los bienes temporales, la dedicación al servicio caritativo y la vivencia de la fe en Dios como Padre, Salvador y Santificador. Desde esta perspectiva, se abre un camino de solución al problema que se ha planteado: la reconciliación. Desde la RAE, la reconciliación significa “Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. Es pertinente hacer un alto para repetir los verbos que aparecen enunciados: volver, atraer, acordar. Reconciliar es volver. Reconciliar es atraer. Reconciliar es acordar. Haciendo un paralelo con lo que se ha descrito y explicado, la reconciliación sería un camino para volver a la identidad del ser humano, un volver a descubrir el fundamento de la comunidad para “de-volver” los derechos a todas las personas. La reconciliación también es atraer en medio de las diferencias, atraer los diversos protagonistas de la crisis actual para encontrar vías de solución, y atraer lo que el pecado ha separado: la comunión, la comunicación y la cooperación. Entonces, la reconciliación seconvierte en la generación de acuerdos reales y fácticos para promover la dignidad humana. Con este preámbulo, se comprenderá la significación de la reconciliación como sacramento, puesto que: “en la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que le alienta y le acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana” (Francisco, 2014). 5 Se recuerda, en consecuencia, que la figura sacerdotal no es elitista ni excluyente, sino que es el vínculo que une a la comunidad, pues él es como Cristo Pastor, Cabeza y Maestro. Se denota que ante la presencia sacerdotal, en la práctica de este sacramento, la persona se reconoce frágil, débil, imperfecta. La pobreza y la marginación, son entonces los síntomas de esta fragilidad mal entendida y vivida, es el pecado individual y social, puesto que “el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes” (CIC 1849, 1991). Cabe recordar que la práctica de este sacramento se desenvuelve en cinco pasos para poder ser efectivo, pues Dios respeta la libertad de cada persona y le conduce, desde la sabiduría, la ciencia y la fortaleza, un camino de reparación y restitución de su dignidad, su identidad y su socioafectividad: 1) El examen de conciencia: es el reconocimiento de la fragilidad humana, desde el recuerdo de aquellas acciones que han atentado contra la propia persona, el prójimo, Dios y la naturaleza. 2) La contrición de corazón: es el dolor consciente que experimenta quien ha medido el impacto y la afectación de sus acciones, palabras, pensamientos y omisiones. 3) El propósito de enmienda: se entiende como aquellas acciones que llevan a reparar el mal causado y tomar decisiones preventivas frente al mal que se puede realizar. 4) La confesión de boca: es la interacción con el sacerdote para escuchar sus faltas, su arrepentimiento, su deseo de cambio y su espera por obtener la reconciliación con Dios. 5) La satisfacción de obra: es el gozo, la paz, la tranquilidad y la seguridad que brotan de la gracia de Dios en la persona, fruto del perdón recibido y del vínculo que se restablece consigo mismo, con los demás, junto a Dios y en la naturaleza. Si se tiene en cuenta este esquema sacramental y se reúne con el método de la Teología de la Liberación, se descubre una hermenéutica pertinente para la superación de la pobreza y la marginación. El método teológico de la liberación es llamado ver-juzgar-actuar, debido a que “ver quiere decir ver la realidad para no elucubrar, está asociado a la expresión "señal de los tiempos”. Es preciso discernir los hechos, las causas y el porqué se producen los efectos, entonces, viene el momento de juzgar. Y, después, la última cosa es, en el fondo, la razón de ver y de juzgar, que es actuar. No es que se deba escribir un libro sobre los problemas, pero sí el hecho de cómo me comprometo ante eso.” (Gutiérrez, 2016). Para explicar este dinamismo, es conveniente hacer la debida categorización paralela entre el método teológico y los pasos para la realización del sacramento de la penitencia (ver tabla 1), detectando posibles eventos para el análisis y la búsqueda de la solución de la problemática abordada. 6 Tabla 1 Paralelo entre el método ver-juzgar-actuar y la práctica de la reconciliación sacramental. MÉTODO VER-JUZGAR-ACTUAR PRÁCTICA DEL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN VER: Observar los hechos con una postura crítica detectando aportes y perjuicios de los sistemas que han generado la pobreza y la marginación. JUZGAR: Discernir la observación bajo los parámetros de la fe, descubriendo la llamada de Dios para la liberación del hombre. ACTUAR: Ser coherente con la fe, procediendo a las acciones que liberen y den libertad al hombre como un ser digno, sujeto de derechos y deberes. EXAMEN DE CONCIENCIA : Observar las propias acciones que el individuo realiza para asumir y aceptar la pobreza y la marginación, o en dados casos, cómo se fomenta y se apoya. CONTRICIÓN DE CORAZÓN: El dolor, rechazo e impaciencia ante las nuevas esclavitudes y opresiones que experimenta el pobre y marginado. PROPÓSITO DE ENMIENDA: Toma de decisiones para liberar al pobre y marginado, dando soluciones o evitando peligros y eventuales acciones que atentan contra la integridad humana. CONFESIÓN DE BOCA : Asumir todas las formas de expresión, actuación y comunicación con los pobres, marginados y protagonistas, para emprender un camino de reparación y superación. SATISFACCIÓN DE OBRA : Contemplar los resultados de las nuevas formas de vida que han superado la pobreza y la marginación. Los pasos para realizar una buena confesión llevan a un desarrollo interno reflexivo que enriquece y completa el método usado por la Teología de la Liberación. Esta perspectiva se podría extender a otras disciplinas para que cada una de ellas pueda aportar una contribución a la superación de la pobreza y marginación, corrigiendo los posibles errores que las han propiciado, y ofrecer alternativas realistas que lleven a una verdadera intervención para defender la dignidad humana, fortalecer el sentido comunitario y potenciar la participación democrática como sociedad en todos los ámbitos que envuelven al ser humano. Si tan solo se aplicara esta metodología en el ámbito de las instituciones, se educaría en una nueva competencia: la fraternidad, que maestro y estudiantes se entiendan como 7 hermanos en el tránsito de la vida. Ello implica, como bien expone Freire, que el maestro “debe asumir una posición política” (1996, pp. 60), capaz de lograr la coherencia entre su discurso y su actuar, cambiando su voz dirigida a una escucha atenta hacia sus estudiantes, potenciando su desarrollo oral y procurando el respeto entre todos en el aula. Con prácticas pedagógicas más flexibles, cercanas y humanizantes, se dan las condiciones para una nueva forma de vincular la reconciliación con la liberación, pues la educación es la mejor alternativa para liberar al ser humano. Por todo lo anterior, surge la necesidad de hacer un diálogo interdisciplinar, donde este método propuesto por la Teología de la Liberación, ayude a la construcción de una nueva sociedad basada en una reconciliación que tenga un carácter sacramental, no sólo desde la celebración del culto, sino con su esencia íntima: ser capaces de reconocer la fragilidad, puesto que como seres humanos se toman decisiones que hacen daño, lastiman, dividen, ofenden y excluyen. Basta con pensar en todas las situaciones en que la misma persona se reduce y se margina por culpa del abuso de su libertad. Recordar el error es el primer paso para gestar la reconciliación. También se hace una invitación para recuperar la sensibilidad y afectividad que caracteriza al género humano: es un deseo para superar la indiferencia y el rechazo. De modo consecuente,es necesario asumir compromisos radicales, procesuales y realizables, no desde el discurso, sino en las convicciones y acciones que generen un nuevo cambio. Además, como seres humanos se necesita de la compañía de otro, alguien que se convierta en guía, maestro, referente, consejero y sobre todo, una persona que sirva de consuelo cuando se sufre por el dolor; es en la empatía y la simpatía donde se superan las primeras manifestaciones de la pobreza y la marginación: la soledad, la ignorancia y el abandono. Por ello, la educación es la manera más adecuada para forjar este proceso de reconciliación dentro de la persona y para con los demás. Si este proceso no genera, desde luego, frutos que alegran la dinámica social ni dan sentido a la vida propia, ¿qué es lo que se busca superar? La pobreza no es una consecuencia, es una decisión. La reconciliación brota de un corazón dispuesto a reparar. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Banco Mundial. (2019). Pobreza: panorama general. Recuperado de https://www.bancomundial.org/es/topic/poverty/overview Concilio Vaticano II (1965). Gaudium et Spes. Recuperado de http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_1965 1207_gaudium-et-spes_sp.html Congregación para la Doctrina de la Fe. (1991) Catecismo de la Iglesia Católica. La celebración del misterio cristiano, el sacramento de la Reconciliación. 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