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EL TIEMPO EN LAS REFLEXIONES TEMPRANAS DE KARL MARX Breve estudio sobre el lugar que ocupa el «tiempo», como problema histórico y filosófico, en los pasajes juveniles de Marx de 1843 a 1844 YEBRAIL ERNESTO RAMÍREZ CHAVES UNIVERSIDAD LIBRE DE COLOMBIA FACULTAD DE FILOSOFÍA BOGOTÁ, D. C. 2020 2 EL TIEMPO EN LAS REFLEXIONES TEMPRANAS DE KARL MARX Breve estudio sobre el lugar que ocupa el «tiempo», como problema histórico y filosófico, en los pasajes juveniles de Marx de 1843 a 1844 YEBRAIL ERNESTO RAMÍREZ CHAVES Trabajo de monografía para optar al título de pregrado de Filosofía Director: PhD. SERGIO DE ZUBIRÍA SAMPER UNIVERSIDAD LIBRE DE COLOMBIA FACULTAD DE FILOSOFÍA BOGOTÁ, D. C. 2020 3 Tabla de contenido INTRODUCCIÓN ................................................................................................................. 4 1. EL TIEMPO EN LA ESCISIÓN ENTRE SOCIEDAD POLÍTICA Y SOCIEDAD CIVIL ................................................................................................................................... 12 1.1. Crítica a Bruno Bauer ................................................................................................ 14 1.2. Sociedad civil/burguesa, Estado político y desdoblamiento temporal ...................... 18 1.3. La emancipación humana y la superación del desdoblamiento temporal ................. 24 2. HISTORIA, SUJETO Y PRAXIS ................................................................................ 32 2.1. El sujeto como resultado práctico-histórico negativo ................................................ 32 2.2. La «misión de la historia» y el proletariado .............................................................. 37 2.3. Anacronismo y tiempo histórico ................................................................................ 43 3. EL TIEMPO DE LA ENAJENACIÓN ........................................................................ 51 3.1. Relación entre tiempo y lucha obrero-capitalista ...................................................... 51 3.2. Tiempo y trabajo enajenado ...................................................................................... 59 4. CONCLUSIONES ........................................................................................................ 66 Referencias bibliográficas .................................................................................................... 68 4 INTRODUCCIÓN El tiempo es el espacio de la evolución humana. Karl Marx El pensamiento de Karl Marx, a siglo y medio de la publicación del primer tomo de El capital y a dos siglos de su nacimiento en Trier, sigue impulsando enconadas resistencias y apasionadas reflexiones. Resultan elocuentes y en cierto sentido irónicas estas duales manifestaciones frente a un pensador que hace tan solo tres décadas era declarado teóricamente muerto. Claro, el desplome del así llamado «socialismo real», por un lado, y la provisional victoria del capitalismo neoliberal, por otro, facilitaron a ideólogos y escribanos del poder de clase cantar que la humanidad asistió al «fin de la historia y de las ideologías» (Fukuyama), mientras la tradición dogmática del marxismo perdía el horizonte luego de que los ladrillos del muro de Berlín cayeran sobre sus cabezas. Ambos enfoques, otrora satisfechos en su propia mendicidad y mediocridad, y aferrados hoy a sus credos (neoliberalismo y marxismo-leninismo), quedan perplejos ante las emergentes y variopintas disputas populares a escala global en el contexto de una profunda crisis del capitalismo, donde la teoría crítica de aquel revolucionario alemán recibe una vez más el soplo de la vida. Y así como no se puede ignorar que el materialismo histórico y dialéctico no fue –ni es– inmune a los reveses de los trabajadores del mundo a finales del siglo XX y comienzos del XXI, tampoco puede obviarse el hecho que mientras el capitalismo se reproduzca, con su inseparable cortejo fúnebre de guerras, crisis económicas, explotación y hambrunas, tanto las batallas de las clases subalternas como la teoría revolucionaria que las acompañan tomarán nuevos bríos. ¡Qué tiempos para aventurarse en la odisea de la humanidad! En el campo de los movimientos inspirados en el pensamiento de Marx, lo dicho anteriormente no implica olvidar ni ensombrecer las diversas teorías críticas que retoñaron 5 por fuera de la órbita del «marxismo soviético» (Marcuse). El «marxismo occidental» (Anderson), el pensamiento crítico-emancipatorio latinoamericano, el eco-socialismo, el feminismo marxista, el marxismo analítico, las radicales teorías y prácticas decoloniales, el estructuralismo marxista francés, el existencialismo marxista, o la escuela historiográfica del marxismo anglosajón, por solo mencionar estos casos, deben prevenir ante cualquier reduccionismo o esquematismo resumido en la fórmula «marxismo=sovietismo». Empero, no es posible dejar de admitir que desde la URSS se eclipsaron, hasta cierto punto y parcialmente, los alcances y la influencia de esta pluralidad de lecturas y prácticas anticapitalistas. ¿Cómo explicar esta ambigüedad entre el actual reverdecer de la teoría de Marx y la profunda crisis que sufrió una, aunque por momentos dominante, interpretación de ella? Esta pregunta no es tampoco original ni nueva. Y por lo mismo las respuestas son diversas y ricas en perspectivas. Una de ellas, anunciada tiempo atrás por pensadores socialistas como Boris Nicolaïevski, Antonio Labriola, Raya Dunayevskaya, David Riazánov o Manuel Sacristán, señala la extendida desatención hacia el estudio directo de la teoría de Marx. Lo que pulularon fueron los comentarios sobre los comentarios, las interpretaciones sobre las interpretaciones, las tergiversaciones sobre las tergiversaciones. Ya sea por pereza intelectual, por afán de difusión en clases y pueblos oprimidos, por intereses partidistas y caudillistas, o por las dificultades inherentes a la ubicación y el tratamiento científico del material disperso, gran parte de la obra de Marx permaneció lóbrega. Hoy el panorama es menos desalentador, pues el proyecto Marx-Engels- Gesamtausgabe (MEGA), en su segunda edición histórico-crítica, avanza a buenos pasos, acercándose a los calculados 114 tomos en 122 volúmenes, convirtiéndolo en uno de los planes editoriales y académicos internacionales más ambiciosos de los últimos años. Y ni 6 qué decir de la multiplicación de nuevas traducciones, (re)ediciones y publicaciones de obras de Marx o acerca de él, o de textos suyos que parecían perderse en los archivos y en el olvido, como los cuadernos sobre Baruch Spinoza, o como sus apuntes críticos en relación al suicido, o como la inmensa cantidad de folios preparatorios e intermedios para y de El capital. Por todo lo anterior, uno de los principales motivos que impulsan la actual monografía es rumiar –siguiendo el consejo de Nietzsche– aspectos de las obras del crítico más severo de la modernidad capitalista. ¡A Marx tampoco se le puede tratar como a «perro muerto»! Si bien no se dejarán de lado diversas lecturas e interpretaciones propias de la tradición crítica y del materialismo histórico, la atención prioritaria de la monografía se dirigirá a las letras mismas de Moro. Pero, dentro del abundante material que Marx guardó y elaboró mientras deambulaba exiliado por Europa, o en un escritorio entre las filas K y P de la sala de lectura del British Museum, o en el pequeño cuarto de estudio de su última residencia en Londres, la monografía afrontará específicamente un problema que si bien no ha pasado del todo desapercibido, tampoco ha merecido la atención que demanda el asunto, por lo menos en lo que se refiere ala «recepción e incidencias del marxismo en Colombia» (Jaramillo Vélez). Me refiero a las tempranas reflexiones de Marx acerca del «tiempo» como categoría socio-ontológica e histórica, distinta de otras concepciones filosóficas y científicas del tiempo, sean astronómicas o el αίών griego (Ferrater Mora, 1964). Dichas reflexiones son, en última instancia, los pilares del posterior concepto de «tiempo socialmente necesario» como determinación del valor del sistema del capital. Esta delimitación del problema, desde el enfoque dialéctico, no es sinónimo de castración o taxonomía, sino que procura la comprensión, en sentido hegeliano, del asunto. El método dialéctico, como se verá con detalle en el desarrollo de la monografía, requiere 7 operar con esta abstracción, entendida como la «separación» relativa de las determinaciones y el reajuste comprensivo de sus formas a relaciones dentro de una totalidad procesual en las que estas se establecen, a fin de elevarse a lo concreto como «síntesis de las múltiples determinaciones» (Marx). ¿Por qué el tiempo? La respuesta viene acompañada de otra pregunta: ¿cuál es uno de los diagnósticos más elementales que puede hacerse hoy del modo moderno de existencia humana? Si tan solo «paseamos con los ojos abiertos» (de Beauvoir), nos encontramos y vemos como errantes por la historia, adoradores del consumismo y del dinero, autómatas ensimismados en el trabajo enajenado, controlados y dominados, atormentados por la «carencia» de tiempo. Expresiones del tipo «(no) tengo tiempo» o «time is money», enuncian la petrificación del tiempo y su reducción, en el capitalismo, a simple determinación de magnitud del valor. En efecto, tal parecen ser las características y vivencias que configuran a los hombres modernos en la sociedad industrial y tecnológica avanzada, en el capitalismo del siglo XXI. La vida de millones de seres humanos pasa por el control y la expropiación del tiempo vital, hasta devenir tiempo socialmente necesario para la extracción de plusvalía. Es la existencia real de los hombres la que justifica la pregunta. ¿Cómo sucede este proceso? ¿Hasta dónde llega la disposición libre del tiempo de vida, hasta dónde la necesidad del tiempo de trabajo y de consumo social-individual, y hasta dónde la explotación o tiempo de trabajo para la extracción de plusvalía? ¿Existe alternativa al modo actual de existencia o, por el contrario, la humanidad fatalmente está condenada a «la tiranía del imperativo del tiempo del capital» (Mészáros)? La monografía no tiene un interés erudito, sino especialmente práctico-concreto. La filosofía puede y debe siempre dar cara al mundo, a su mundo. 8 Teniendo en cuenta la conceptualización general de Marx acerca de la temporalidad humana –que únicamente es y puede comprenderse y vivirse de manera práctica, social e histórica en el «proceso metabólico social» de los hombres con la naturaleza–, la hipótesis de la monografía refiere que el tiempo no es solo el devenir mismo, sino que él, a su vez, deviene en tanto tiempo histórico. Este proceso se explicaría en y por dos momentos: 1) en la relación social capitalista, dicha temporalidad se desdobla, esencialmente, entre temporalidad abstracta (sociedad política) y temporalidad social concreta (sociedad civil); 2) en las actuales circunstancias, modificar el tiempo histórico solo es posible mediante la praxis revolucionaria de hombres y mujeres de la subalternidad, la marginalidad, de los sujetos escindidos del mundo. Ahora bien, para tratar de responder puntualmente aquellos interrogantes, la monografía atenderá un conjunto acotado de trabajos de Marx. Las obras abordadas, si bien son limitadas en cantidad, su selección no puede por ello calificarse de caprichosa. Desde Sobre la cuestión judía hasta los Manuscritos de París de 1844 tenemos parte del periodo temprano de Marx, donde germinó su concepción materialista de la historia. Tales obras, pues, expresan los momentos decisivos de la superación por parte de Marx del hegelianismo de izquierda hacia la elaboración de una superior teoría revolucionaria del proletariado. En consecuencia, la monografía se divide en tres capítulos, de conformidad con algunas de las obras principales del periodo tratado. El primero, titulado El tiempo escindido y la emancipación humana, presta atención a Sobre la cuestión judía, escrita por Marx como respuesta crítica a las disertaciones de Bruno Bauer sobre el problema de la libertad y la emancipación de los hombres en la moderna sociedad burguesa. Aquí se aborda el problema de la existencia escindida de los individuos como dos formas distintas de temporalidad existencial. 9 La segunda parte lleva por título Historia, sujeto y praxis, y rastrea en la crítica de Marx a la filosofía hegeliana del derecho la problemática del sujeto, la praxis revolucionaria y la historia, como dimensiones necesariamente articuladas al tiempo histórico. El tercer y último capítulo de la monografía, El tiempo de la enajenación, desarrolla el análisis sobre los fundamentales Manuscritos de economía y filosofía de 1844, y su intención es tratar la relación entre el tiempo social y el trabajo enajenado. Estos tres trabajos se ubican en el periodo teórico de Marx que va desde la segunda mitad de 1843 (Sobre la cuestión judía y la Introducción) hasta finales de 1844 (Manuscritos de París). La disposición de los capítulos, como se demostrará en la exposición, corresponde tanto al criterio de sucesión cronológica de redacción de las obras tratadas como a momentos teóricos y políticos decisivos del joven de Marx. Para finalizar, es menester aclarar que en la monografía no se incluirán otros planteamientos teóricos acerca del tiempo, ya sean anteriores a Marx (con excepción de algunas pocas referencias a Ludwig Feuerbach, Georg F. W. Hegel y Bruno Bauer) o posteriores a él y que se desarrollan por fuera del ámbito teórico marxista. Los propósitos de la monografía son muy precisos, evitando así abarcar mucho y apretar poco. Esto podría opacar los alcances de la investigación, mientras transita por el riesgoso filo de la montaña entre dos desfiladeros: el despeñadero de la ramplona tergiversación o el abismo de una vergonzante unilateralidad. Se admite, por ello, las posibilidades de falibilidad, sin que esto menoscabe una honesta pretensión de verdad. Añádase el hecho que la realización misma del proyecto monográfico se encuentra atrapada en la actual dinámica del tiempo histórico y social, por lo que su disposición temporal está sujeta a los criterios de la subsunción real del capital y sus instituciones. No obstante lo dicho, nunca queda del todo excluida la opción de 10 mejorar, extender y profundizar la investigación, ensanchando los márgenes aquí establecidos. 11 Karl Marx fue ajeno a cualquier manifestación de servilismo o culto a la personalidad. No profesaba adoración alguna a ídolos sacros o profanos. Un vistazo atento y desprejuiciado de sus escritos puede testimoniar aquel espíritu. «Tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste» escribió Marx a finales de la década de 1870. Su pensamiento no es una reliquia ni un amuleto, sino la creación vigente de un genio hijo de la humanidad, de un hombre que vivió, amó y odió, acertó y erró, en la dedicación de sus energías físicas e intelectuales a la causa de la revolución y la autoemancipación de los trabajadores. En última instancia, esta mirada será el hilo de Ariadna de la investigación. 12 1. EL TIEMPO EN LA ESCISIÓN ENTRE SOCIEDAD POLÍTICA Y SOCIEDAD CIVIL Durante la segunda mitad del año 1843, un grupo de jóvenes alemanes, intelectuales de izquierda, emprendió la tarea de conformar una publicación periódica que fuera teórica y práctica a la vez, y que lograra rebasar, al menos literariamente hablando, las nuevas fronteras europeas definidaspor el Congreso de Viena tras la derrota del proyecto napoleónico. Dentro de este grupo se encontraba el joven Karl Marx, quien por entonces tenía 25 años de edad. La revista, llamada Deutsch-französische Jahrbücher [Anales franco-alemanes] –nombre que resultó anecdótico y paradójico dado que, si bien se editó y difundió en París, ningún escritor francés se animó a colaborar en el proyecto–, vio la luz a finales de febrero de 1844 y solo tuvo una publicación, con una emisión de más de mil ejemplares (Cornú, 1965). Pese al fracaso de la empresa iniciada por Arnold Ruge –que además selló para siempre la ruptura de él con Marx–, los Deutsch-französische Jahrbücher significaron en la vida del filósofo de Trier uno de los momentos claves de su evolución y uno de los espacios donde perfiló su evolución decisiva, superando el hegelianismo de izquierda1 y el humanismo abstracto para edificar la concepción materialista de la historia y su doctrina de la lucha de clases concreta. Esta revista, para Marx, se inscribe dentro de lo que habitual y generalmente se conoce como «el tránsito al comunismo» (Cornú, 1965) o el proceso de «adhesión al 1 Es a David Friedrich Strauss a quien se le atribuye la paternidad de la «famosa distinción entre izquierda, centro y derecha hegeliana» (Leopold, 2012, pág. 115). Pero su aporte en este campo no se redujo a caracterizar y bautizar tendencias, pues, como lo indicaron burlescamente Marx y Engels en La Ideología alemana, fue justamente él quien propició la «descomposición del sistema hegeliano» y el auge de la facción de izquierda dentro de los discípulos de Hegel con su obra La vida de Jesús, publicada en 1835. En dicha obra, Strauss atacó varios de los pilares del sistema hegeliano (v. gr. identidad entre despliegue de la razón y desarrollo histórico, o la armonía necesaria entre religión y la filosofía), lo que suscitó ásperas polémicas entre los guardianes del legado de Hegel. Mientras que los hegelianos más «viejos» y ortodoxos cerraron filas en la defensa acrítica, conservadora y teológica del sistema de su maestro, los más «jóvenes» y liberales tomaron posición a favor de las premisas de Strauss, que conducían directamente al ateísmo y a posturas políticas democráticas (Cornú, 1965). 13 comunismo» (Löwy, 1972). Según Michel Löwy, en dicho proceso de adhesión y tránsito, la revista se matricula en la segunda de las tres etapas de las que está compuesto. ¿Cuáles fueron estas etapas? La primera (1) consistió en la superación en Marx del «momento renano» (Stathis Kouvelakis) y del liberalismo de izquierda, luego de las regresivas políticas del rey Friedrich Wilhelm IV de Prusia, de la prohibición de la Rheinische Zeitung [Gaceta Renana] y de la actitud pusilánime de la burguesía alemana ante la represión monárquica, lo que produjo a su vez «una escisión profunda en la izquierda hegeliana» (Cornú, 1965, pág. 307), derivando en el acercamiento de Marx al «comunismo filosófico» de Moses Hess (abril – noviembre de 1843). El segundo (2) momento fue la llegada de Marx a París, el «descubrimiento» del proletariado como clase en-sí, como clase distinta y opuesta a la burguesía, sus nuevos estudios de las doctrinas socialistas francesas, y sus primeros pasos sobre la terra incognita de la economía política (noviembre de 1843 – junio de 1844). En la tercera (3) etapa tenemos el nuevo y segundo «descubrimiento» del proletariado por parte de Marx, esta vez como clase para-sí, no solo opuesta sino fundamentalmente antagónica y negativa, todo ello en el cuadro de su relacionamiento político con las Sociedades secretas de París, de la huella indeleble que marcaron en la historia los tejedores de Bohemia y Silesia con su rebelión en el verano de 1844, y de sus primeras críticas al socialismo utópico y a la economía política, mientras abrazaba formalmente el comunismo revolucionario fundamentado en la autoemancipación de la clase obrera (junio – diciembre de 1844) (Löwy, 1972, págs. 78-81). En resumen, y tal como lo destacó Isaiah Berlin (2000), para Marx los «años 1843-45 son los más decisivos en su vida: en París sufrió la transformación intelectual final. Al cabo de esta había arribado a una posición clara, tanto personal como política» (pág. 86). Una de 14 las consecuencias más destacable de esta transformación intelectual final fue la «verdadera subversión de la posición de los jóvenes hegelianos» (Fusaro, 2018a, pág. 83). Si bien Sobre la cuestión judía fue publicada en los Deutsch-französische Jahrbücher simultáneamente con la Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. Introducción, su redacción data entre agosto y diciembre de 1843, iniciada en Bad Kreuznach y presumiblemente terminada París antes de la composición de la Introducción, pero escrita con posterioridad al Manuscrito de Kreuznach –también conocido, según la traducción de Wenceslao Roces, como Crítica del derecho del Estado de Hegel (§§ 261-313)– cuya elaboración ocurrió durante el verano del mismo año. Sin embargo, el asunto no consiste en advertir exclusivamente la ubicación geográfica o cronológica de los textos, sino en localizarlos teórica y políticamente en la vida de Marx. Así, según el argumento de Löwy (1972), Sobre la cuestión judía inaugura el paso de Marx al comunismo, mientras que el Manuscrito de Kreuznach, escrito en el mismo año pero unos pocos meses antes, clausura el «momento renano» –anterior a la concreta adhesión al comunismo–, cuyo contenido político no era todavía revolucionario, pues consistía en «una estrategia de conquista del espacio público por la libertad de prensa» (Bensaïd, 2011c, pág. 17), estrategia derrotada con comodidad por la monarquía prusiana. 1.1. Crítica a Bruno Bauer Para empezar, es pertinente señalar que dos de las apuestas más pronunciadas de varios sectores de la filosofía alemana, posterior a la muerte de Hegel y durante los acontecimientos políticos en Europa inaugurados por la Revolución Francesa, son la del hegelianismo de izquierda y la del materialismo ilustrado de Feuerbach, consistentes en modificar o ajustar el mundo según sus enfoques. Las pronunciadas contradicciones entre las promesas liberales, los postulados de la Ilustración y los hechos materiales, por un lado, y la autoenajenación 15 [Selbstentfremdung] religiosa, por otro lado, impulsaron la crítica de los jóvenes hegelianos y del sensualismo feuerbachiano. Para los jóvenes hegelianos, el sentido de la transformación se proyectaba desde la actividad crítica del pensamiento dialéctico con el fin de afirmar al hombre abstracto en su esencia igualmente abstracta, actividad que Bruno Bauer, uno de sus más notorios representantes, resumió, en una carta a Marx con fecha del 28 de marzo de 1841, con la expresión «terrorismo de la teoría pura» (Leopold, 2012, pág. 116). Para Feuerbach (1998), por su parte, el problema consistía en lograr el posicionamiento abstracto del humanismo antropológico en las reflexiones filosóficas, mediante la crítica al «cristianismo desde el punto de vista materialista, mostrando que el contenido real de Dios era el hombre, considerado en su realidad sensible» (Cornú, 1965, págs. 309-310), y exponiendo en su teoría al hasta entonces predicado como el sujeto (el hombre) y el hasta entonces sujeto como el predicado (Dios), concluyendo en su máxima Homo homini Deus est (Feuerbach, 1998, pág. 312). No obstante las intenciones, con la consolidación tanto de la llamada era Metternich como de la monarquía del reaccionario rey Friedrich Wilhelm IV de Prusia, se puso en evidencia que es «la propia realidad política (...) la que con sus actos reales, efectivos, pone de manifiesto la inoperancia (...) de esta actividad teórica» (Sánchez Vázquez, 2003b, pág. 130). En consecuencia, tanto las limitaciones de la filosofía en sus formas idealista y materialista contemplativa como losacontecimientos políticos y económicos en Europa durante la primera mitad del siglo XIX (avance y extensión del capitalismo industrial, agonía de los Estados absolutistas, maduración política del naciente proletariado, entre otros) exigieron y posibilitaron la emergencia de una nueva filosofía, una filosofía de la praxis, y de una nueva práctica política, una práctica comunista revolucionaria. «Así, pues, la 16 elaboración de una verdadera filosofía de la praxis era un problema que respondía a necesidades prácticas pero que sólo podía ser resuelto en una íntima conjugación de factores teóricos y prácticos» (Sánchez Vázquez, 2003b, pág. 131). De esta manera, señalar que la evolución del pensamiento de Marx obedeció únicamente a una serie de mutaciones y/o ajustes de categorías y conceptos sería un traspié, puesto que olvida que, como filosofía de la praxis, dicho pensamiento tiene un vínculo esencial con la práctica política de los trabajadores y del mismo Marx. En otras palabras, el corpus teórico-práctico del pensamiento de Marx no es solo epistemología. ¿Qué lugar ocupan en este cuadro los planteamientos de Bruno Bauer? En sus trabajos La capacidad de los judíos y los cristianos actuales para liberarse y La cuestión judía, Bauer exigió, por una parte, a judíos y cristianos renunciar a su religiosidad para ser tratados, en el Estado moderno, como ciudadanos, y, por otra parte, supuso que a través de dicha renuncia –que él llamó «emancipación como tal» o «emancipación en general» (Bauer, 2011a)– el ser humano encuentra su libertad y retorna con plenitud a su esencia, superando el pesado peregrinaje del hombre en la historia de su autoenajenación. Bauer, al tiempo que hizo de la crítica filosófica el fin en sí –la conditio per quam–, confió en el Estado moderno y sus mecanismos parlamentarios (superior según él al Estado cristiano, como el de la monarquía prusiana de la década de 1840, porque existía emancipado de toda religión) el medio de la emancipación –la conditio sine qua non. Para el caso del Estado, Bauer, citando los debates de la Cámara de Diputados de Francia ocurridos durante el 26 de diciembre de 1840, demandó la necesidad de abolir políticamente, o sea legalmente según su concepción, lo que consideró los privilegios religiosos (la permanencia de los dominicales o los sabáticos como impedimentos para respetar las obligaciones de los ciudadanos ante el Estado), con lo que se disolvería de hecho, 17 según él, cualquier forma terrena de religión (Marx K. , 2008c). Así, aunque Bauer no lo advirtió de este modo y tal como Marx le reprochó, la emancipación aquí propuesta consistiría, básicamente, en cambiar la forma de la asimilación individual a los poderes político-estatales de turno, pasando de la asimilación personal-religiosa en el Estado cristiano característico de la Edad Media, a la forzada desasimilación religiosa en y con la asimilación individual-secular en el Estado moderno. Por otra parte, y como fundamento ideal del anterior procedimiento, Bauer (2011a) apuntó que «la obra de la emancipación (...) solo será posible, pero será ciertamente realizada, cuando se reconozca universalmente que la esencia del hombre no es la circuncisión ni el bautismo, sino la libertad» (pág. 36). ¿Cómo se llega a semejante reconocimiento universal? Principalmente a través de la «Ilustración que esclarece y disuelve la ilusión en general, la religión en general» (Bauer, 2011a, pág. 45), es decir, mediante el dominio consumado del reino de la razón en la Tierra y la coincidencia de lo real con lo ideal, luego de que la humanidad reconozca en las religiones «diferentes fases del desarrollo del espíritu humano, diferentes pieles de serpiente removidas por la historia, y consideren al hombre como a la serpiente que muda de piel en esos estadios» (Marx K. , 2008c, pág. 173). En últimas, la realización efectiva y genuina de la emancipación era, para Bauer, un asunto de la autoconciencia que se reconoce en su esencia como libre. Según la crítica de Marx, la filosofía es principalmente un medio relacionado con la práctica real de los hombres y cuyo objetivo no consiste en alcanzar el reconocimiento de sí, ni en la asimilación secular, sino en reforzar la acción política para la emancipación humana. Así, Marx (2008c) advirtió que el «error de Bauer reside en que somete a crítica solamente al “Estado cristiano” y no al “Estado en general”, en que no investiga la relación entre la emancipación política y la emancipación humana» (Marx K. , 2008c, pág. 175). 18 1.2. Sociedad civil/burguesa, Estado político y desdoblamiento temporal Dicho objetivo de la filosofía lo hilvanó Marx tras analizar el fenómeno moderno del desdoblamiento de la totalidad social en dos mundos aparentemente desligados entre sí: a) la sociedad civil o burguesa [bürgerliche Gesellschaf] y b) el Estado político. Este desdoblamiento real cristalizó teórica y positivamente en la filosofía hegeliana del derecho y del Estado. Desdoblamiento real antes que conceptual porque fue un hecho histórico concreto el que determinó que esta forma social moderna, distinta de sus precedentes, se diera bajo el modo de dos esferas existenciales delimitadas y distintas entre sí. Se trata, en otras palabras, de un desarrollo-superación inmanente del conjunto de las condiciones materiales de vida de la sociedad. Al respecto es importante tener en cuenta lo que Perry Anderson (1979) señaló: «el feudalismo como modo de producción se definía originariamente por una unidad orgánica de economía y política» y por lo tanto la «institución de la servidumbre como mecanismo de extracción del excedente fundía, en el nivel molecular de la aldea, la explotación económica y la coerción político-legal» (pág. 13). Así como el momento de unidad orgánica le fue propio a las formas sociales precapitalistas, «la escisión en el corazón de la sociedad moderna» (Bensaïd, 2011c, pág. 27) es lo propio de la forma social capitalista. Siguiendo la tesis de Hegel (1968a) en el §188 de su Filosofía del Derecho –que son las coordenadas categoriales y conceptuales con las que Marx parcial y críticamente se orientaba en aquel momento–, la sociedad civil se compone de tres momentos: a) el sistema de las necesidades materiales elementales y su satisfacción (individual y social) por medio del trabajo y de la posesión de la propiedad privada; b) el sistema de la administración de justicia que garantiza el derecho a la propiedad privada; c) los mecanismos de protección de dicha propiedad y de los intereses particulares por intervención de la policía (Hegel, 1968a, pág. 176). 19 Es en la sociedad civil donde encontramos al hombre privado, al hombre que deambula en el mundo del traficar y del manipular, al hombre de la llamada vida cotidiana que «actúa como particular, [que] considera a los otros hombres como medio y se convierte en juguete de poderes extraños» (Marx K. , 2008c, pág. 180). Este hombre es considerado, erróneamente según Marx, como El Hombre cuya naturaleza queda aparentemente manifiesta, pues es este hombre, en su existencia concreta, el hombre sensible, perceptible e individual. En otras palabras, en esta dimensión tenemos al hombre como y en tanto burgués (Marx K. , 2008c). ¡Tamaño encogimiento del ser social en las actuales circunstancias históricas! En la otra orilla de la escindida existencia social tenemos al Estado, expresión político- institucional del así llamado interés general, constituido por el citoyen –abstracto por definición, es decir, abstraído de toda condición material o individual– y por la burocracia estatal (un nuevo fetiche). Este Estado es el resultado propio de la emancipación de las instituciones públicas de lo que hoy ha de enclaustrarse en lo privado, la religión, las particularidades étnicas, culturales, las vocaciones, etc. El Estado moderno sintetiza en laesfera del poder político legal la secularización propia de la época moderna, «con sus rituales seculares y catecismos positivistas» (Bensaïd, 2011b, pág. 142). ¿Cuáles son las consecuencias reales, políticas y sociales –criticadas por Marx– de este desdoblamiento de la formal de la totalidad social? Según Bensaïd (2011b), la «crítica de este desdoblamiento generalizado, de la alienación2 en alienación política y alienación 2 «Alienación» y «enajenación», cada vez que se citen en esta monografía, se entenderán como sinónimos. Su detallada definición conceptual se realiza en el capítulo 3. Siguiendo las reflexiones de Pedro Scaron en su advertencia a la traducción española de El capital, el término fremd y el concepto Entfremdung han de verterse al español como ajeno y enajenación respectivamente. Según Scaron (1975d), la plena comprensión conceptual «queda innecesariamente oscurecida cuando se traduce [Entfremdung] por “alienación”. Oscurecimiento inevitable en francés (...) y otras lenguas románicas que, a diferencia del español, no conservaron ningún adjetivo derivado del latín alienus (ajeno) y solo han podido construir, sobre la base de alienare, alienatio, términos cultos y opacos del tipo de “alienar”, “alienación” (compáreselos con sus equivalentes castellanos trasparentes “enajenar” y “enajenación”)» (pág. XIX). De manera similar plantea el asunto Francisco Rubio Llorente en su traducción de los Manuscritos de economía y filosofía de Marx (Rubio Llorente, 2013b). 20 religiosa, del hombre en hombre y ciudadano, conduce lógicamente a la del desdoblamiento de los derechos en derechos del hombre y derechos del ciudadano» (pág. 140). En el primer conjunto se ubican los derechos del hombre como propietario, del «hombre egoísta, del hombre tal y como es miembro de la sociedad burguesa, es decir, del individuo replegado en sí mismo, en su interés privado y en su arbitrariedad privada, y separado de la comunidad» (Marx K. , 2008c, pág. 192). Al segundo conjunto pertenecen los derechos civiles vigentes, los derechos de participación y representación política en las instituciones y los mecanismos representativos legales, esto es, los «derechos que solo pueden ejercerse en comunidad con otros hombres. Su contenido [consiste en] la participación (...) en el Estado» (Marx K. , 2008c, pág. 188). Esta contradicción resulta explosiva en los momentos históricos cuando la antinomia entre los derechos se presenta desnuda ante la sociedad: la igualdad formal ante la ley no puede ya minimizar el impacto y las consecuencias reales de la desigualdad económica, educativa, cultural, recreativa, etc. Si el desdoblamiento generalizado entre Estado y sociedad civil conduce lógicamente a una serie de desdoblamientos particulares, y si del ser social debe predicarse siempre su temporalidad –puesto que todo ser es en cuanto concreta determinación temporal–, es plausible admitir que este desdoblamiento general forja un desdoblamiento temporal en la vida de los hombres, un desdoblamiento entre su existir como ciudadanos y su existir como individuos cotidianos, privados, egoístas, monádicos. ¿Cómo ocurrió este desdoblamiento y qué consecuencias políticas acarrea? La tradición liberal del poder y de la democracia representativa, que hoy es tan común, emerge en el proceso que traslada el centro gravitacional del ejercicio del poder del señorío feudal a la propiedad privada capitalista, luego del despojo violento de los medios productivos a los otrora productores directos, proceso que Marx llamó la acumulación originaria de capital. El 21 sentido de la democracia representativa se fundamenta, precisamente, en la abstracción que sigue a este proceso de despojo, pues la relación social capitalista presupone individuos formalmente libres (momento abstracto) pero relacionados mutuamente como trabajadores libres, por un lado, y propietarios privados y de capital, por otro (momento concreto). Estos trabajadores son formalmente libres en un doble sentido: «ni están incluidos directamente entre los medios de producción (…), ni tampoco les pertenecen a ellos los medios de producción, hallándose, por el contrario, libres y desembarazados de esos medios de producción» (Marx K. , 1988, págs. 892-893). La abstracción opera al ubicar el fenómeno inmediatamente perceptible (la aparición de los individuos monádicos y libres de las trabas feudales) como la esencia manifiesta del orden político humano. Ellen M. Wood (2000) al respecto afirmó: La «liberación» del individuo fue completa cuando el capitalismo (…) disipó los atributos prescriptivos y las diferencias «extraeconómicas» en el solvente mercado de trabajo, en el cual los individuos se convierten en unidades de trabajo intercambiables, abstraídas de toda identidad personal o social específica (págs. 245-246). Semejante proceso derivó necesariamente, hasta nuestros días, en la inclusión de aquellas «unidades de trabajo intercambiable» en la comunidad de ciudadanos como agregado de individuos aislados abstractos. De esto se sigue que la categoría «ciudadano» es una abstracción debido a que pasa por alto tanto la determinación material de la producción del ser social, como la situación de clase de los individuos en su existencia. Por ello, «la democracia pura de la sociedad burguesa (…) vincula inmediatamente el simple individuo abstracto con el todo del Estado» (Lukács, 1970, pág. 97), y esta vinculación se produce mediante la abstracción política moderna par excellence: la democracia representativa. 22 Pero, cuando en los derechos del hombre se reconoce su condición de ser libre ¿de qué libertad se trata? Se trata de la libertad del hombre como mónada aislada, replegada sobre sí misma. (…) El derecho humano de la libertad no se basa en el vínculo del hombre con el hombre sino, más bien, en la separación del hombre con respecto al hombre. Es el derecho a esta separación, el derecho del individuo delimitado, limitado a sí mismo (Marx K. , 2008c, pág. 190). Tenemos, en consecuencia, una forma excluyente de libertad. Esta libertad tiene una extensión acotada hasta las fronteras trazadas por la libertad de otro, lo que, bajo las condiciones de egoísmo, violencias y desigualdades propias de la sociedad burguesa, degenera en la única posibilidad de afirmar la libertad de uno a costa y en contra del otro. El equivalente necesario de esta libertad, en la dimensión política, es el Estado moderno. Este Estado se justifica bajo la engañosa concepción no dialéctica de mayoría, debido a que no se trata de la mayoría concreta de hombres y mujeres que trabajan, mendigan, se desesperan, violentan a los otros, y/o sufren las formas más cruentas de opresión y violencia: se trata de una mayoría cuantificada en las urnas, una mayoría abstracta pues difumina precisamente las múltiples determinaciones materiales. De aquí se nutre el culto a la ideología del progreso, tan necesario para el reformismo y la socialdemocracia. No en vano Régis Debray (1971) apuntó que el «tiempo reformista actúa por pérdidas y ganancias. Por suma y resta. Pérdidas y ganancias en relación a una suma que se consigna como un dato y que se proyecta en el futuro» (pág. 12). En el escenario electoral se tiene un ejemplo prístino de esta noción estrecha y lineal – pero objetivamente determinada– de la temporalidad política: «Una pérdida de votos se interpreta como un retroceso, (...) una mera retrocesión temporal en relación al resultado final 23 planteado como término del proceso» (Debray, 1971, pág. 12). Aquí, la temporalidad política se concibe como un transcurrir en un sendero recto, ascendente y llano, medible y calculable, con un final preestablecido, y el deber de los partidos –conservadores o reformistas– consistiría en acelerar (tempo) la marcha inyectando mayor combustible electoral a la locomotora del progreso. Como se verá en lospróximos capítulos, esta perspectiva la fustigó con agudeza crítica Walter Benjamin en Sobre el concepto de Historia, advirtiendo su esencia perjudicial para las luchas anticapitalistas. Por ello, no es casual que el padre revisionismo en el marxismo Eduard Bernstein sentenciara como dogma, contra toda apuesta revolucionaria de los obreros alemanes de finales del siglo XIX principios del XX, «el movimiento es todo, el fin es nada». El fin es, según esta ingenua perspectiva, ineluctable –es decir, trascendente–, ergo la tarea residiría en adecuarse al supuesto progreso unidireccional, a la acción dentro del marco referencial solidificado y precisado de los tiempos del poder dominante (fechas para elegir representantes, fechas para destituir mandatarios, fechas para las conmemoraciones históricas, etc.). En este sentido, el tiempo político moderno, idolatrado tanto por los partidos tradicionales de la burguesía dominante como por los partidos reformistas, es el correlato necesario de la forma moderna y capitalista del tiempo como continuidad y desarrollo histórico y socio-ontológico, «categoría [que] apareció sólo en relación con el progreso científico-técnico» (Heller, 1980, págs. 189-190), emergente en el Renacimiento y consolidado con el sistema del capital. Lo que sigue es, entonces, «no el ejercicio del poder político, sino renunciar a él, transferirlo a otros, su enajenación» (Wood, 2000, pág. 252). La enajenación, por definición –como se expondrá con detalle más adelante–, implica la despersonalización y la pérdida del control o de la posibilidad de ejercer y desplegar la vitalidad individual y social en el espacio- 24 tiempo histórico de la existencia concreta, debido, en el caso del capitalismo, a la apropiación privada de dicha espacio-temporalidad junto con los medios afirmativos de la vida social, lo que deriva en extrañamiento e inautenticidad. No solo la actividad productiva o el espacio laboral se encuentran enajenados para los trabajadores, también el ejercicio mismo del poder político, la praxis política entre iguales y libres, se encuentra enajenada de las masas. Como se ve, para Marx la bidimensional Estado político / sociedad civil es la expresión fenoménica del proceso estructural de la subyacente relación social capitalista. Aunque diferenciados y contradictorios, ambas dimensiones solo pueden existir relacionados entre sí dentro de la totalidad presente. Esta crítica al desdoblamiento revela la comprensión dialéctica que Marx tuvo acerca del mundo y anticipó así mismo sus posteriores análisis y categorías dialécticas: trabajo concreto y trabajo abstracto; valor de uso y valor; tiempo de vida, goce y libertad versus tiempo de trabajo socialmente necesario. Precisamente Marx señala que esta fragmentación es una de las limitaciones más notorias de la emancipación exclusivamente política, de la emancipación que «suprimió (…) el carácter político de la sociedad civil» (Marx K. , 2008c, pág. 194). El quebrantamiento de aquellas barreras anuncia el comienzo de la emancipación humana. 1.3. La emancipación humana y la superación del desdoblamiento temporal A simple vista, el pasaje dedicado a la emancipación humana es uno de los más escuetos y simples de Sobre la cuestión judía. En efecto, sobre este asunto únicamente encontramos al final de la Parte I un párrafo que no supera las 10 líneas, precedido de un corto aforismo y de una síntesis de la crítica de la emancipación política. Sin embargo, bien visto el problema, más que certezas, nos enfrentamos a un enigma clásico del pensamiento filosófico moderno y al tema principal del texto, de no fácil intelección, que vamos a encarar 25 sobre la base de lograr establecer una relación entre la emancipación humana y la temporalidad social. Marx (2008c) inicia su planteamiento del siguiente modo: «Toda emancipación es la recuperación del mundo humano, de las relaciones, al hombre mismo» (pág. 196). Este dictum posee al menos tres elementos. En primer lugar, supone que la emancipación supera un estado de pérdida o enajenación, y que dentro del marco conceptual estudiado refiere principalmente a la enajenación del poder político, propia del orden social vigente. En segundo lugar, puesto que esta enajenación es, a su vez, una pérdida del mundo humano por parte de los hombres monádicos, la emancipación vendría recuperar dicho mundo para el hombre, eliminando la antítesis moderna entre lo público y lo privado. Esto no quiere decir que se suprima de modo absoluto la distinción entre las esferas mencionadas, sino que disiparían su carácter antagónico, contrapuesto, lo que a su vez derivaría en la anulación del desdoblamiento de los hombres en individuos y ciudadanos. En tercer lugar, las relaciones sociales también perderían su aspecto de relaciones interesadas, egoístas y enajenadas. La libertad individual se realiza, no hasta donde llega la de otro, sino como libertad individual con el otro, de mutua afirmación, en y con la comunidad emancipada –lo que no excluye la necesaria afectación recíproca, propia de toda existencia social. Más adelante en el texto, nuestro autor, teniendo en la retina tanto las propuestas de Bauer como el contexto político europeo de entonces, indica por lo menos tres condiciones necesarias, que aún no se dan, para que pueda hablarse propiamente de emancipación humana: La primera condición es que se recupera [zurücknimmt] el ciudadano abstracto [abstrakten Staatsbürger] por parte del hombre individual, convirtiéndose en ser genérico [Gattungswesen] en todos los campos de su vida; la segunda es que se han organizado [organisiert] y reconocido [erkannt] por parte de los hombres sus forces propres como 26 fuerzas sociales [gesellschaftliche Kräfte]; la tercera consiste en no aislar dichas fuerzas sociales como fuerzas políticas [politischen Kraft] distintas y superiores de las fuerzas individuales y cotidianas (Marx K. , 2008c, pág. 197). Recuperar, organizar, reconocer, y no aislar (o, lo viene a ser lo mismo, reunificar) enuncian juntas las distintas aristas de la genuina emancipación humana, cuyo suelo nutricio «no es un mundo “ideal”, sino el mundo “real” en el que el hombre se convierte en un ser genérico» (Leopold, 2012, pág. 201), de lo que resulta como florecimiento real la reorganización universal, total, de la sociedad actual a partir de sus propias posibilidades objetivas, actualizadas gracias a la práctica política y no a la crítica pura. Igualmente, para Marx, el ser genérico «es un individuo que ha actualizado –es decir, que ha desarrollado y desplegado– sus capacidades esenciales» (Leopold, 2012, pág. 201) ¿Qué significa esto? El concepto de ser genérico, común en la izquierda hegeliana, aquí tiene para Marx, sin embargo, profundas connotaciones materialistas y revolucionarias. Según la interpretación de Herbert Marcuse (2016b): El hombre es un «ser genérico», es decir, un ente que tiene al «género» (el suyo y el de los demás entes) como su objeto. El género de un ente es lo que ese ente es según su «procedencia» y «origen», es el «principio» de su ser, principio que es común a todas las determinidades particulares del ente: lo universal que, en todas las particularidades, se mantiene como lo mismo, la esencia universal de ese ente (pág. 82). Mientras los animales tienen una interacción de inmediatez con los entes físicos externos a su corporeidad, haciendo de su comportamiento uno meramente inmediato y atrapado en la facticidad de los entes, enclaustrando de tal modo la propia existencia animal a lo particular y contingente, el hombre es capaz de establecer mediaciones, convertir en objeto al género del mundo y de los entes con el que se encuentra, comportarse de modo 27 genérico, universal, superando la simple apariencia de los entes para desplegar, mediante su intervención práctica (el trabajo en primerlugar), sus posibilidades objetivas (Marcuse, 2016b, pág. 82). Lo verdadero universal es posible mediante el ser genérico. Así mismo, como ser genérico «se crea también la tridimensionalidad del tiempo humano; pues solo un ser que en el trabajo supera el nihilismo del deseo animal, descubre el futuro como dimensión del propio ser» (Kosík, 1967, pág. 221). Esto quiere decir que únicamente el ser genérico es capaz de captar el pasado, el presente y el futuro porque son estas dimensiones objetivas y objetivadas de su ser gracias al trabajo, que media y permite el metabolismo social, y supera la sustracción inmediata de lo que la naturaleza «ofrece», propio de los demás organismos vivos. En el trabajo y por medio del trabajo el hombre domina el tiempo (mientras que el animal es dominado por el tiempo), ya que un ser que es capaz de resistir a la inmediata satisfacción del deseo y contenerlo 2activamente”, hace del presente una función del futuro, y se sirve del pasado, esto es, descubre en su obrar la tridimensionalidad del tiempo como dimensión de su ser. (Kosík, 1967). Si bien esta argumentación remite a la noción de verdadero de Hegel como aquello que «expresa de forma adecuada (es fiel a) su naturaleza esencial» (Leopold, 2012, pág. 201), es imposible no advertir aquí las señales de concreción materialista y del humanismo antropológico feuerbachiano, aunque este último también empieza a ser superado justamente en la crítica del Estado moderno y de la emancipación política. Así, los contenidos del ser genérico son la libertad, la consciencia y la universalidad (Bermudo, 1975a). Ahora bien, ¿cómo entender que el hombre es un ser genérico y, a la vez, aún tenga pendiente la tarea histórica de la emancipación política, esto es, de convertirse en ser genérico puesto que hoy no es? Esta complicada contradicción entre ser y no-ser, que 28 abordaremos de manera pormenorizada en el siguiente capítulo, no es lógica sino histórica, pues está en la misma estructura socio-ontológica de la sociedad burguesa el que el ser genérico se pierda a sí mismo, se enajene de sí, de sus fuerzas sociales, políticas, económicas, culturales y de sus múltiples capacidades individuales, para devenir mónada errática que deambula sin consciencia genérica, sin propósitos universales, dando pasos a ciegas hasta la muerte, engañada en su propia inferioridad y unilateralidad, adorando la falsa libertad crediticia y mercantil. La dialéctica entre, por un lado, sociedad política y sociedad civil, y, por otro lado, entre el citoyen y el individuo cotidiano, es apenas la apariencia, la manifestación fenoménica, de contradicciones en niveles más profundos, que Marx, no obstante, solo llegará a dilucidar hasta el completo desarrollo del materialismo histórico y hasta la elaboración de su crítica de la economía política. Este planteamiento conduce a admitir que la sociedad burguesa es esencialmente un orden que niega al hombre su posibilidad de afirmarse como ser genérico, luego el único modo de afirmar dicho ser es negando la negación, siendo en Marx una negación de tipo práctica, política y, como se verá más tarde, revolucionaria. ¿Cuáles serían, entonces, las realizaciones concretas y prácticas para devenir ser genérico auténtico? Según David Leopold (2012) –quien en su libro El joven Karl Marx. Filosofía alemana, política moderna y realización humana rastrea tanto los tres textos de Marx aquí tratados como sus Notas sobre James Mill–, se pueden distinguir, desde el enfoque marxiano, dos grandes dimensiones de un mismo proceso: la primera remite a la satisfacción de las necesidades físicas básicas del hombre en tanto organismo vivo necesitante, la segunda dimensión consigna la satisfacción de las llamadas necesidades no volitivas amplias, requeridas no solo para la supervivencia sino también para la realización humana (pág. 245). Es importante subrayar que para Marx estas dos dimensiones no son separables, ni tampoco 29 pueden asumirse como etapas o escalones que conduzcan al nebuloso mundo de la libertad. Por el contrario, si bien el materialismo histórico reconoce el prius ontológico de la materia, de la naturaleza, este prius no es sinónimo de determinismo sino de trabajo y praxis, una advertencia consciente de las posibilidades objetivas de la libertad y realización humana, a través de la acción y la objetivación. No hay dualismo sino unidad dialéctica materialista. Según referencia Diego Fusaro (2018a), Ernst Bloch postula, en su libro Avicena y la izquierda aristotélica, lo siguiente acerca del materialismo de Marx: (...) la concepción marxiana de materia y del ser es heredera de la de Epicuro, Avicena y la «izquierda aristotélica» [aristotelische Linke] (...); desde esta perspectiva, la materia es implícitamente asumida por Marx como «ser-según-posibilidad» [δύναμαι ὄν], como realidad emergente, aún no realizada, cuyo horizonte es un futuro que da cabida al novum histórico y a posibilidades siempre nuevas. Desde este punto de vista marxiano (...), la materia, en su absoluto potencial dinámico, está siempre en un estado de fermento, es actividad (Fusaro, 2018a, pág. 158). Ahora bien, en cuanto a las necesidades físicas básicas que deben ser satisfechas como base de una genuina emancipación humana, es plausible ponderar las siguientes: a) la nutrición como tal; b) el calor, el cobijo y la morada; c) condiciones climáticas óptimas (aire respirable, luz); d) el ejercicio físico; e) la higiene; f) la reproducción y el goce sexual; g) la salud y el tratamiento de las enfermedades (Leopold, 2012, págs. 246-247). Frente a las necesidades no volitivas amplias o «necesidades sociales menos básicas» (Leopold, 2012), es dable destacar las siguientes: a) la satisfacción efectiva y universal de la necesidad humana de esparcimiento y recreación; b) la promoción de la cultura; c) la estimulación e irradiación del ejercicio intelectual y de la educación; d) el desarrollo de las dotes artísticas y estéticas en general; e) la realización emocional y afectiva; f) el trabajo no 30 enajenado ni enajenante, embrutecedor y agotador; g) la pertenencia a una comunidad y la participación política como factor de la propia existencia (Leopold, 2012). Marx denuncia que ninguna de las dos dimensiones requeridas para la realización humana se afirma con plenitud e integralidad en la sociedad burguesa, y suelen presentarse separadas y de distinta forma en la existencia de los individuos y de las clases. Para los individuos de las clases sociales subalternas, satisfacer la primera dimensión de necesidades es una lucha diaria contra el orden económico, un combate permanente contra el entorno hostil, un sacrificio penoso de su vida, un rostro propio demacrado y lánguido. En este campo de batalla desfavorable, las victorias son para ellos raquíticas, pasajeras o sencillamente esquivas. Para los miembros de esta clase, además, la segunda dimensión es una contingencia, un lujo, una ilusión, un rostro extraño humillante, una fuerza opresora y violenta. Esta es una de las causas por las que el «¡Quiero estudiar filosofía!» tiene, para el padre y la madre de esta clase, por regla general, el sonido de la ofensa, de la decepción, de la desilusión, del derroche innecesario. Por el contrario, para la burguesía la primera dimensión no es una preocupación sino una leve pausa ineludible de sus magnánimos proyectos, mientras que la segunda es su propiedad privada, su espacio de afirmación, su fuerza para el dominio social. Aquí, el «¡Quiero estudiar filosofía!» es usualmente un brillo del prestigio familiar, una inversión amorosa, un refuerzo para el dominio. En su conjunto, este proceso difícil y conflictivo de la emancipación humana justifica la tesis que la teoría crítica de Moro también es una ética eudaimónica y hedonista (Fusaro, 2018a). Esta crítica de la sociedad burguesa,fundamentada en la crítica del desdoblamiento moderno, solo pude arribar a la necesidad, deseabilidad y posibilidad de la reorganización total de la vida social, cuya premisa fundamental es la reunificación sintética y superior del 31 orden humano, superando el desdoblamiento político y social, y, por ende, el desdoblamiento temporal. Si el individuo incorpora de nuevo en sí al ciudadano, al ser público, su modo político ya no se aprisiona en los barrotes del calendario electoral, porque esta misma temporalidad política moderna perdería todo sentido y realidad. En su cotidianidad también es un sujeto político, un ζῷον πολῑτῐκόν en todas las facetas y en todos los momentos de su vida, ya que pone en marcha sus facultades individuales y sociales en función de sí y de la comunidad. La emancipación humana cancelaría el tiempo plano de los ciudadanos abstractos gregarios del Estado colosal, formalmente separado de la sociedad civil, subyugador de ella. La praxis política rompería las celdas de los calendarios que señalan cuándo sí y cuándo no hacer política. En este sentido, para Marx la emancipación humana posee dos distintivos íntimamente vinculados. En primer lugar, en una sociedad que refleje adecuadamente qué tipo de criaturas somos, (...) los individuos se entregarán a la cooperación compleja en busca del bien común. (...) En segundo lugar, (...) una comunidad adecuada no es solo el producto de la actualización de las capacidades humanas esenciales, sino que también es la condición de la actualización de esas capacidades (Leopold, 2012). En consecuencia, la superación del desdoblamiento temporal es al mismo tiempo la superación de la moderna forma Estado. Y la superación de esta forma es la condición necesaria para reunificar la temporalidad política y la temporalidad social, único modo de forjar la emancipación humana. 32 2. HISTORIA, SUJETO Y PRAXIS Aquí nos proponemos establecer de forma somera la relación que se constituye entre la historia, la praxis y el sujeto –en tanto dimensiones de la existencia humana. La importancia metodológica de este procedimiento estriba en que sin esta aproximación los análisis posteriores de la obra de Moro podrían acarrear dificultades evitables. Si se permite la expresión, lo primero que se hará es escudriñar las huellas-premisas de la concepción materialista de la historia, destacando las categorías más importantes para esta investigación. Antes de aventurarnos a enjaular conceptualmente la «praxis», el «sujeto» y la «historia», haremos el proceso dialéctico de definir: La definición tiene que expresar (...) el movimiento en el cual un ser mantiene su identidad a través de la negación de sus condiciones. En suma, no es posible dar una verdadera definición en una sola proposición aislada; la definición tiene que elaborar la historia real del objeto, pues únicamente su historia explica su realidad (Marcuse, 1994, pág. 76). De esta manera, el mismo desenvolvimiento del estudio nos permitirá elaborar los conceptos. 2.1. El sujeto como resultado práctico-histórico negativo Marx sitúa por vez primera al sujeto teórico-histórico de la revolución (Daniel Bensaïd), el proletariado, en su Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Y es también en esta obra donde vemos los primeros esbozos de su concepción de la historia. Ahora bien, dicha situación concreta del proletariado como sujeto teórico-histórico no es «puesta» o «declarada» en abstracto por Marx por cuenta de sus deseos o ficciones. La función revolucionaria del proletariado no es atribuida a priori. Es, más bien, uno de los fenómenos característicos de las primeras décadas del siglo XIX, y que en Marx, recordando 33 lo apuntado más arriba (págs. 9-10), se da como un «descubrimiento» en su proceso de «adhesión al comunismo» (Löwy) tras llegar a París en noviembre de 1843, acompañada de una crítica frontal al idealismo de Hegel. ¿Cómo se destaca en esta crítica de Marx a Hegel aquella «adhesión al comunismo» en la forma de «elaboración de una verdadera filosofía de la praxis»? La teoría de Moro, como vimos, surgió como el movimiento, en el ambiente de la moderna lucha de clases, desde una tentativa filosófica hacia un esfuerzo práctico-crítico de transformar la realidad. Herbert Marcuse (1994) señala que la «transición de Hegel a Marx es, en todo respecto, la transición a un orden de verdad esencialmente diferente» (pág. 254). No indica esto que la transición ocurra desde una idea de verdad a otra, ya que esta forma de ver el asunto implica una recaída en el idealismo y «presupone un desarrollo inmanente de la idea, cosa que el materialismo niega» (Kosík, 1967, pág. 191). Lo que significa es que, en Marx, la relación que se establece entre la realidad y la filosofía se (re)invierte, contrario a lo que Hegel planteó: Lo verdadero es el todo. Pero el todo es solamente el ser [Wesen] que se termina y consuma mediante su propio desenvolvimiento y evolución. Del Absoluto hay que decir que el Absoluto es esencialmente resultado [Ergebnis], que sólo al final es el Absoluto aquello que él en verdad es; y precisamente en eso consiste su naturaleza, a saber: la de ser real, la de ser sujeto, la de serse él su devenir él mismo (Hegel, 2009, pág. 125). Así, tenemos que la «verdad, según Hegel, es un todo que tiene que estar presente en cada uno de los elementos, de modo que si un elemento material o un hecho no pueden ser conectados con el proceso de la razón, la verdad del todo queda destruida» (Marcuse, 1994, pág. 257). Y, efectivamente, para Hegel ese todo está realizado como Espíritu Absoluto [absolute Geist] ya consumado, luego de su autorrealizarse como historia universal [Geschichte], que se sabe a sí mismo como sujeto en su forma final y definitiva, «que se 34 preserva a sí mismo solo a través de los diferentes modos de la “negación de la negación”» (Marcuse, 1994, pág. 164), y cuyo contenido es la totalidad de los conceptos y las categorías que el propio pensamiento ha desplegado. Dicho proceso idealmente concluido tiene su síntesis enunciativa en la máxima de Hegel (1968a): «lo que es racional es real; lo que es real es racional» (pág. 34). Para Marx (2008b), en contraste, existe en efecto aquel elemento material que no está armonizado con el proceso de la razón y que desmiente de hecho la considerada verdad consumada, a saber: el proletariado, el real sujeto escindido. La sociedad racional que Hegel estipuló en su Filosofía del Derecho contiene en su seno el germen de la negatividad, de su propia anulación en cuanto el proletariado «es aquel no-ser». Puesto que, tanto en la sociedad burguesa como en la filosofía hegeliana, la propiedad privada constituye la dotación propia de toda persona y aquello que garantiza la afirmación de su libertad, su personalidad, su universalidad y su voluntad como exteriorización (Hegel, 1968a), el proletariado es «la esfera (…) de la pérdida total del hombre y que, por tanto, sólo puede ganarse a sí misma por la recuperación total del hombre»; esfera «que posee un carácter universal por su sufrimiento universal» (Marx K. , 2008b, pág. 108). La existencia real testimonia en contra del supuesto alcance de la absoluta verdad según Hegel y en contra, igualmente, de la pretendida capacidad de la filosofía para resolver la no correspondencia entre el mundo real de los hombres y los discursos ideológico-teóricos acerca de la «libertad», la «dignidad» y la «esencia del hombre». Marx (2008b) indicó: Cuando el proletariado proclama la disolución del orden universal existente no hace más que pregonar el secreto de su propia existencia, pues él es la disolución de hecho de este orden universal. Cuando el proletariado reclama la negación de la propiedad privada no hace más que elevar a principio de la sociedad lo que la sociedad ha elevado 35 aprincipio suyo, lo que ya se ha personificado en él, sin su intervención, como resultado negativo de la sociedad (pág. 109). El sujeto es el proletariado porque de hecho es la negatividad determinada de la sociedad actual. Si toda existencia objetiva, según Hegel, contiene su propia negatividad, siendo ésta última determinación del ser de tal existencia objetiva (Hegel, 2011d), y si el ser de la sociedad burguesa está determinado por la propiedad privada, la clase realmente existente del proletariado es precisamente aquel no-ser contenido en el ser, aquella potencia o noción de la presente sociedad, no-ser que para devenir ser-otro debe anular la propia sociedad en la medida en que ésta es la negación-limitación de su despliegue, ya que «no son nada [como clase] y reclaman serlo todo [como hombres]» (Marx K. , 2008b)3, esto es, en comunidad, libertad e igualdad. En resumen, las «características esenciales de la condición proletaria, que fundan su papel emancipador, están dadas como lo opuesto mismo de las características de la burguesía» (Löwy, 1972, pág. 90). En este sentido, con la consolidación del capitalismo, los discursos ideológicos acerca de la «libertad», la «dignidad» y la «esencia del hombre» son las plasmaciones teoréticas de los intereses de la clase dominante. En palabras de Friedrich Engels (1974): Hoy sabemos que ese reino de la razón no era más que el reino idealizado de la burguesía; que la justicia eterna vino a tomar cuerpo en la justicia burguesa; que la igualdad se redujo a la igualdad burguesa ante la ley; que como uno de los derechos más esenciales del hombre se proclamó la propiedad burguesa; y que el Estado de la razón, 3 Es palmaria la referencia de Marx a las tres preguntas inaugurales de Qu’est-ce que le Tiers-Etat?, de Emmanuel-Joseph Sieyès: «1. ¿Qué es el Tercer Estado? Todo. 2. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? Nada. 3. ¿Cuáles son sus exigencias? Llegar a ser algo» (Sieyès, 1989, pág. 84). Pero también es llamativo el matiz que distancia las soluciones de Sieyès y Marx, pues mientras que para el primero se trata de «llegar a ser algo», esto es, la incorporación del estamento excluido al orden político e institucional vigente, para Marx, por el contrario, se trata de «serlo todo», es decir, ser la nueva universalidad concreta floreciente mediante la radical anulación-superación del orden de cosas existentes, a través de la revolución comunista. 36 el “contrato social” de Rousseau, pisó y solamente podía pisar el terreno de la realidad, convertido en república democrática burguesa (pág. 122). De este modo, para el proletariado la «realidad de la razón, del derecho y de la libertad, se convierte [revela] entonces en la realidad de la falsedad, la injusticia y la esclavitud» (Marcuse, 1994, pág. 257). Marx, en consecuencia, fue unos de los primeros, desde el punto de vista consciente del proletariado y su lucha de clases, en pulverizar la aparente dureza absoluta y atemporal de la verdad pregonada por la burguesía y sus intelectuales,4 dado que «la crítica materialista que define todas las verdades teóricas como “formas de consciencia sociales” condicionadas histórica y clasísticamente, relativiza histórica y socialmente el concepto de verdad absoluto de la ciencia burguesa» (Korsch, 1975b, pág. 77). El espíritu de la época moderna, contrario a un pretendido y pregonado universalismo, es el resultado del triunfo histórico de una clase particular y su espíritu, hoy dominante: la burguesía.5 ¿Cuáles son las causas de esta ideológica presentación de la realidad presente como la verdad al fin descubierta por la humanidad? ¿Por qué los teóricos y apologetas del orden establecido vieron «su hoy» como la auténtica realidad y racionalidad del hombre tras salir finalmente de «su ayer» irracional y falso; mientras que Marx observó la historicidad y transitoriedad de ese «hoy», a la vez que denunció como engañosas máscaras las diversas manifestaciones de la ciencia social burguesa? Por ahora solo es dado indicar que, según las premisas del materialismo histórico, son tanto la propia situación (material y espiritual) de la clase dominante como el desarrollo de las fuerzas productivas los puntos de partida para el 4 En los límenes de la nueva era, mientras la burguesía libraba sus primeras batallas contra el absolutismo y cuando el proceso de acumulación originaria de capital en Europa estaba en su punto de inflexión, Francis Bacon (citado por Karl Korsch), representando los intereses de la clase por entonces emergente y revolucionaria, proclamó en su Novum organum el contenido histórico y temporal de la verdad: «Recte enim veritas temporis filia dicitur non autoritatis» (Bacon, 1961). 5 «Lo que llamáis Espíritu de los Tiempos no es en el fondo otra cosa que el espíritu particular de esos señores en quienes los tiempos se reflejan» (Goethe, 2006, pág. 50). 37 abordaje del problema. En los capítulos siguientes, con las nuevas investigaciones del propio Moro, podremos indagar el asunto con mayor pericia. Anticipamos, en cambio, que este planteamiento no debe confundir al marxismo con un ecléctico y abstracto relativismo teórico, ya que su pretensión de verdad, su conciencia de la situación de clase, su declarada representación proletaria, y su práctica política revolucionaria no conforman un archipiélago sino una totalidad dialéctica, un mismo corpus teórico-práctico. 2.2. La «misión de la historia» y el proletariado Pero todo este proceso no opera en el vacío. No hay resultados ex nihilo. Es debido a la historia real que la sociedad actual dio como resultado el germen de su propia destrucción. Si para Hegel el resultado conclusivo es el Espíritu Absoluto desenvuelto sobre sí mismo como verdad, para Marx el resultado real e histórico (transitorio) es la clase proletaria como no-verdad de la razón y como verdad de la industria capitalista, un resultado negativo de la historia, aunque nunca un resultado definitivo. La dialéctica materialista impide semejante clausura del devenir, a diferencia de la dialéctica idealista hegeliana donde en «el saber absoluto, el movimiento no solo llega a su culminación sino que también concluye» (Kosík, 1967, pág. 201). Tanto en La Ideología alemana –con su fundamental tesis, de acento aristotélico, del comunismo como movimiento real que anula y supera el estado actual de cosas–, como en el prólogo a Contribución a la crítica de la economía política –con la noción de comunismo como cierre de la prehistoria y a la vez apertura de la auténtica historia de la humanidad–, como en El capital –con la idea comunista del paso del reino de la necesidad al reino de la libertad–, Marx dejó en claro su consideración no terminal del devenir. Por ello, según Marx (2008b), «la misión de la historia consiste, una vez que se ha disipado el más allá [Jenseits] de la verdad, en averiguar la verdad del más acá [Diesseits]» (pág. 96), es decir, comprender que la verdad terrenal es ad hominem, es la práctica de los 38 hombres en perspectiva de lograr la superación [Aufheben] del estado de cosas que consienten y proyectan una trascendencia o falsedad de la verdad y una existencia negativa real (la clase escindida). «Averiguar la verdad del más acá» significa, en primer lugar, asumir de forma radical [Gründlich] la unidad práctico-teórica, esto es, ser radical y actuar como tal, «coger el problema por la raíz. Pero la raíz para el hombre es el hombre mismo» (Marx K. , 2008b, pág. 103). Por tales motivos, la crítica del materialismo histórico destaca que «la verdad deviene» (Kosík), o, en otras palabras, «la historia humana puede ser el proceso de la verdad y la historia de la verdad. (…) La verdad se hace, es decir, se desarrolla y realiza» (Kosík, 1967, pág. 36). Y este devenir es, primariamente, práctico. No se trata, en consecuencia, de que a la historia se le deleguedesde fuera la misión de escudriñar la verdad del más acá, ya sea por parte de alguna entidad, deidad o Espíritu. Por el contrario, puesto que la historia es, en esencia, el hacerse mismo de los hombres, es en la historia misma donde los hombres realizan su propia verdad, que es la única verdad del más acá, la verdad ad hominem. En segundo lugar, el averiguar como investigación-realización de la verdad del más acá, como exigencia y comprensión de la unidad entre teoría y práctica, significa desplegar un mundo humano tal que permita a los hombres acabar con toda forma de enajenación, pues «el hombre es la esencia suprema para el hombre, y, por consiguiente, [tal consolidación revolucionaria conduce] al imperativo categórico de echar por tierra todas las relaciones en las cuales el hombre es un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable» (Marx K. , 2008b, pág. 103). Solo así se puede realizar-superar la filosofía (Marx K. , 2008b). Pero el planteamiento anterior traza un problema relevante, advertido muy bien por Löwy (1972): ¿Cómo se pasa de la interpretación de lo real a su crítica y su transformación? Poncairé [igual que David Hume] subrayó con razón que de premisas en indicativo no se puede 39 sacar una conclusión en imperativo: no puede existir ningún lazo lógico necesario entre «hechos» y «valores». En efecto, el lazo entre los juicios de «hechos» y las opciones de valores en las ciencias humanas no es una relación lógica formal; es un lazo social que se desprende del carácter necesariamente «comprometido» de estas ciencias, a pesar de la «buena voluntad» y del deseo de objetividad de los pensadores (pág. 17). Toda perspectiva filosófica, política o económica, por más que se plantee la tarea de formular o desarrollar una visión de conjunto y de totalidad (lo que no se reprocha), se encuentra inevitablemente ligada a las concepciones del mundo que germinan de las diversas clases y sectores sociales en lucha, se admita o no, se tenga conciencia o no de este trascurso histórico. Por ello, la pretensión de verdad en Marx tiene su fuente en la conciencia que tuvo de su localización y vinculación histórica, social y de clase. Es dentro de esta «perspectiva de clase» (Löwy, 1972) que se hace diáfana la conexión entre el análisis filosófico y científico de la realidad, la crítica de la misma y la apuesta política –en el caso del marxismo– para su transformación revolucionaria. «De tal manera, en Marx la continuidad entre la “descripción” del capitalismo y su “condenación”, la coherencia entre el análisis de lo real y su crítica, no son perceptibles más que situándose en el punto de vista del proletariado» (Löwy, 1972, pág. 18). La teoría de Marx, expresión de la autoconciencia del proletariado, es todo lo opuesto al punto de vista arquimedeo, de suyo imposible en el ámbito de los saberes y las prácticas de los hombres. Un reconocimiento de especial importancia dentro del marxismo merece el planteamiento anterior, ya que poner de relieve la síntesis dialéctica entre «hechos», «diagnósticos», «valores», «crítica» y «apuestas políticas» no fue un ejercicio carente de ásperas polémicas. Ciertamente, lo que Lukács (1975c) llamó «el dilema de la impotencia» 40 (pág. 43) fue uno de los rasgos distintivos de una parte de la tradición socialista (v. gr. la Segunda Internacional y el DIAMAT soviético) que, tergiversando o mal comprendiendo pasajes de Marx y Engels, esbozó –con relativo éxito hasta nuestros días– dualismos predialécticos entre: a) la estructura económica y el desarrollo de las fuerzas productivas, por un lado, y los conflictos humanos en los campos políticos, jurídicos, teóricos y culturales, por otro lado; b) entre lo objetivo y lo subjetivo; c) entre la determinación del contexto histórico y de clase, y la volitiva praxis emancipatoria; d) entre lo particular y lo universal; e) entre necesidad y libertad. Al dar cuenta de que la real raíz del hombre es él mismo, y que por ello él es su fuente y él su resultado, se hace manifiesto, en primera instancia, que el hombre, en tanto viviente y finito, se autoafirma necesariamente como proceso consigo mismo (aquí, a diferencia de su próximas obras, Marx no destacó la fuente natural qua naturaleza), como transcurrir y regeneración (Attali, 1985b), como temporalidad ontogenética y práctica; en segunda instancia, que este proceso configura el modo de la realidad misma del hombre, realidad que, en consecuencia, es procesual, no dada definitivamente, no únicamente cósica; en tercera instancia, mediante la objetivación esta realidad humana se afirma como realidad del mundo, mas no se confunden ni identifican una y otra, sintetizada en la fórmula del joven Marx de «el mundo de los hombres»; en cuarta instancia, en tanto estructuralmente procesual, la realidad de los hombres y del mundo puede ser transformada en sentido revolucionario, de raíz, pues está en su condición misma la posibilidad objetiva y subjetiva de su radical modificación. ¿Por qué el planteamiento de transformar el mundo? Porque la realidad procesual devino negación de la condición de hombres, de personas, a una inmensa masa de seres que son el sostén del mundo moderno pero existen marginados de él, es decir, «una clase de la 41 sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa» (Marx K. , 2008b, pág. 108), haciendo expresiva la contradicción presente en la realidad humana. En otras palabras, debido a que el proceso mismo de autoafirmación humana devino histórica y concretamente en su opuesto, como proceso de autoenajenación [Selbstentfremdung], como negación, de lo que se trata es de negar la negación en la forma de práctica política emancipatoria. De lo hasta ahora dicho se desprende que esta confesión situacional de la teoría, antes que minarla con un aparente relativismo, la lleva más allá de las formas del idealismo burgués. La crítica filosófica es un aspecto que no puede darse sin su complemento dialéctico necesario, la transformación política, social y económica del mundo. «Para que el mundo pueda ser explicado “críticamente”, es necesario que la explicación misma sea situada en el terreno de la praxis revolucionaria» (Kosík, 1967, pág. 35). La filosofía, en esta nueva concepción, se encuentra al servicio de esta «misión de la historia» (Marx K. , 2008b), en la medida en que actúa críticamente, ya no contra la religión o la teología, sino contra la «autoenajenación en sus formas profanas [unheiligen]. La crítica del cielo se convierte así en la crítica de la Tierra. La crítica de la religión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política» (Marx K. , 2008b, pág. 96). Para comprender mejor estas tesis de Marx, es menester ubicarlas dentro de la polémica que libró contra los jóvenes hegelianos en general, y contra su ex colega Bauer en particular, debido a que, para esta escuela del pensamiento de izquierda, la crítica filosófica fue elevada a fin en sí [Selbstzweck], pretendiendo difundirla como un áureo milagro. Por el contrario, Marx (2008b) entendía la crítica filosófica como un medio, como la cabeza (la filosofía) que solo puede ser tal (es decir, vitalidad del pensamiento) a condición de «estar pegada» a un cuerpo con corazón (el proletariado) (pág. 109). «La filosofía crítica, al dejar de considerarse como un fin en sí, se había vuelto práctica» (Löwy, 1972, pág. 90). Resulta notorio el carácter de 42 apertura, in nuce, de estos planteamientos a una nueva constelación filosófica, que tendrá en las Tesis sobre Feuerbach, escritas por Marx en Bruselas en 1845, uno de sus puntos cardinales. Así, la filosofía «se ha mundanizado y la demostración más evidente de ello es que la conciencia filosófica misma se ha visto implicada, no solo exterior sin también interiormente, en el tormento mismo de la lucha» (Marx K. , 2008a,
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